Solo por su hija - Tara Pammi - E-Book

Solo por su hija E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

"Tengo una hija… y es tuya". Después de haber estado a punto de perder la vida, Alexis Sharpe había decidido contarle a Leandro Conti que tenían una hija en común. Habían pasado siete años, pero estaba dispuesta a enfrentarse a él Solo por su hija. Leandro solo tenía un secreto: su apasionado encuentro con Alexis. Tras la muerte de su esposa, no había mirado a ninguna otra mujer, salvo a Alexis, que había sido para él una irresistible tentación. Se arrepentía de cómo la había tratado, pero después de saber que tenía una hija con ella iba a reclamar lo que era suyo.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Tara Pammi

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solo por su hija, n.º 2563 - agosto 2017

Título original: The Surprise Conti Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-030-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

LEANDRO Conti.

Oyó el nombre en labios de la sudorosa multitud y Alexis Sharpe se quedó inmóvil en la pista de baile. Estaba en una exclusiva discoteca de Milán a la que solo le habían dejado entrar gracias a su nueva amiga, Valentina Conti.

Se habían hecho amigas nada más conocerse. Alexis estaba recorriendo Italia con una mochila y se parecía a Tina, que era rica y vivaracha, lo mismo que Milán a Brooklyn. No obstante, Alex no se había podido resistir al generoso corazón de Tina y las diferencias entre ambas no le habían molestado lo más mínimo hasta que había conocido a su hermano mayor.

Leandro Conti… Director general de Conti Luxury Goods.

Un magnate muy guapo y sofisticado.

Era un hombre de aspecto pensativo, imponente, que observaba a los demás como si se tratase casi de un dios, como si viviese en otro mundo.

Aquella era la sensación que le había dado a Alexis, que tenía veinte años y venía de Brooklyn.

No era nada habitual que Leandro acudiese a una discoteca y, de repente, todas las chicas de la fiesta se atusaron el pelo y se alisaron los ajustados vestidos.

Tenían la esperanza de captar su atención, se dio cuenta Alexis, sintiéndose derrotada de antemano.

No obstante, se atrevió a mirar.

La pista central, que era de cristal y tenía agua debajo, y el juego de luces hacían que el espacio pareciese enorme. No obstante, la elegancia del lugar se marchitó ante la presencia de un hombre tan sumamente impresionante.

Alex volvió a sentir aquel cosquilleo en el estómago.

Vestido con una camisa negra y pantalones vaqueros oscuros, Leandro se detuvo al borde de la pista y la recorrió con su fría mirada gris.

Alexis deseó que la viese y que se fijase en ella como mujer. Era la primera vez que le ocurría.

Sabía que no tenía ningún talento especial, que pasaba desapercibida, incluso para sus padres. Se había escapado de vacaciones a Milán después de que volviesen a rechazar su candidatura para trabajar en otra importante empresa de Manhattan. Se había dado cuenta de que, al contrario que algunas de sus amigas, no iba a poder tener una gran carrera profesional, que lo único que le depararía el futuro sería un trabajo insignificante en la empresa de comida sana de su padre.

–¿Vas a pasarte el verano en Italia porque te han rechazado en otro puesto de trabajo? – le había recriminado su madre–. Ahora resulta que recompensamos los fracasos, ¿no?

Como si no hubiese esperado otra cosa de ella. No obstante, Alex había necesitado aquellas vacaciones, rebelarse un poco contra su mediocridad.

Al ver a Leandro Conti se sentía libre y osada, tenía la necesidad de destacar por una vez.

Como dos semanas antes, cuando este había llegado a cenar a aquella terraza con vistas al lago acompañado de Valentina, su hermano, Luca, y unos amigos.

Se había levantado una ligera brisa y Valentina se había bebido unas cuantas margaritas mientras que ella solo había dado un sorbo a su cóctel.

Leandro se había sentado a su lado y, clavando la mirada gris en ella, le había preguntado:

–¿A pesar de tener que reprender a Tina porque se comporta como un bebé…? –le había preguntado él, imitando su tono de voz–. ¿Está disfrutando del viaje, señorita Sharpe?

Alex se maldijo por haber perdido la paciencia con Tina dos semanas antes.

El acento de Leandro le había puesto la piel de gallina.

Solo el hecho de que se hubiese sentado a su lado la había dejado sin habla y él la había recorrido con la mirada: la coleta mal hecha, la frente, la nariz y, por un instante, la boca.

Todo había durado unos cinco segundos, pero para Alex había sido como una caricia.

Había sentido calor en las mejillas y había apretado los dientes.

–Alex, me llamo Alex. ¿Por qué no me llamas por mi nombre?

Leandro la había saludado de manera muy educada y Valentina le había advertido a Alex que era mejor que no se fijase en su hermano mayor.

Pero la advertencia solo había servido para que ella se sintiese todavía más atraída por él.

–¿Por qué te haces llamar por un nombre de hombre? –le había preguntado él, para después seguir bajando la mirada por su camiseta desgastada, sus largas piernas y sus zapatillas favoritas.

Valentina y sus amigas habían ido vestidas de manera muy elegante y Alex, por primera vez en su vida, había deseado haberse arreglado también.

–¿Piensas que así consigues ocultar todo lo que eres? –le había vuelto a preguntar Leandro en voz baja.

Aquello la había sorprendido.

Había hecho que mirase en su interior y se preguntase si se había vestido así para menospreciarse a sí misma, para rendirse sola antes de que alguien la volviese a rechazar.

–No sé de qué me estás hablando –le había respondido, atreviéndose a mirarlo fijamente a los ojos, sin saber de dónde había sacado el valor.

Leandro estaba sentado a una distancia perfectamente respetable, pero a Alex le llegaba su calor.

–Acepta un consejo del hermano de tu amiga, señorita Sharpe. Deja de mirar así a los hombres. Salvo que seas consciente de cuáles son tus armas.

Después de aquello se había marchado sin mirar atrás.

Y Alex se había quedado allí, sintiéndose humillada, avergonzada, enfadada. Y entonces se había dado cuenta de que Leandro lo sabía.

Sabía que se sentía atraída por él.

Y él la había rechazado. Era evidente.

Pero ella no había sido capaz de responderle. Su cerebro había dejado de funcionar.

Como en ese preciso instante.

Tenía a Leandro muy cerca y se sentía atraída por él como si de un agujero negro se tratase.

«Ya te ha dejado bastante en ridículo», le dijo una vocecilla en su interior.

Alex se obligó a darse la media vuelta para alejarse de él.

No necesitaba que un italiano arrogante le estropease las vacaciones ni que le hiciese sentir que no estaba a la altura.

Ya tenía que lidiar con esa sensación todos los días.

Se suponía que había hecho aquel viaje para escapar, para ser otra persona que no fuese la Alexis que fracasaba en todo, la Alexis que no era más que la sombra de lo que el genio de su hermano Adrian había sido. Para vivir un poco antes de volver a ser una decepción para sus padres.

Ansiosa por alejarse, tropezó con los tacones, pero un brazo fuerte la agarró por la cintura.

–Grazie mille –consiguió decir, casi sin aliento.

–Si casi no te tienes de pie con esos tacones. Que Valentina te haya regalado esos Conti no significa que tengas que ponértelos.

Alex giró la cabeza al oír aquella voz.

Leandro Conti la estaba mirando fijamente, con el ceño fruncido.

–¿Insinúas que no soy lo suficientemente buena para llevar tus maravillosos zapatos?

–No lo insinúo.

–Eres un imbécil, señor Conti.

Él bajó la vista por su cuello y Alexis dejó de respirar dentro de aquel vestido tan ajustado que le había prestado Valentina.

–Y tú estás jugando a ser una mujer, pero con muy poco éxito, debo añadir.

–Pues tres hombres han querido llevarme a su casa esta noche –replicó ella, dolida–, así que guárdate tus opiniones…

Él la agarró con más fuerza por la cintura, pero sin hacerle daño.

–No pensé que tuvieses un objetivo tan bajo. ¿Acaso no te ha advertido mi hermano, que es un genio de la moda, que los vaqueros y las zapatillas rosa neón encajan a la perfección con tu imagen de chica estadounidense normal y corriente? Es el señuelo perfecto.

Su actitud la puso furiosa, pero Alexis no pudo evitar decirse que Leandro se acordaba de sus zapatillas rosas.

–De todos los defectos que te he atribuido, ser un esnob no era uno de ellos.

–Entonces, ¿cuáles son?

–La arrogancia, el cinismo. Y tener menos sentimientos que una piedra.

Él la soltó. Fue casi como si la hubiese apartado, como si se hubiese sentido dolido por sus palabras.

Alex se tambaleó otra vez sobre los tacones. Le dolía el tobillo.

Y él volvió a sujetarla mientras murmuraba algo en italiano.

–No deberías haber bebido, teniendo en cuenta que estás entre extraños, en un país extranjero.

Aquel tipo la ponía furiosa, y la hacía sentirse desesperada.

–Solo he tomado… una copa de vino, pero, como casi no he comido, se me ha debido de subir a la cabeza. Aunque no tengo por qué darte explicaciones. Retrocede.

Él arqueó una ceja con arrogancia.

–¿Que retroceda? –repitió, como si no la entendiese.

–Que me dejes en paz. No eres mi guardián, ni nada parecido.

–¿Tienes un guardián en casa? Porque, de ser así, no me parece que esté haciendo un buen trabajo.

–¿Acaso estamos en el siglo XVI? –replicó ella.

A Leandro le brillaron los ojos grises. Sus labios se relajaron un poco.

–Yo diría que no eres una pobre niña vagabunda, ¿no?

Alexis rio con nerviosismo. Aquel hombre olía demasiado bien.

–¿No sabes hablar sin insultar?

–No vas a escuchar de mí palabras amables, señorita Sharpe. Tienes poco más de dieciocho años y estás en un país extranjero, rodeada de extraños. Te falta el cartel de «Hazme tuya» en el cuello. Yo jamás permitiría que Valentina…

–Tengo veinte años y no soy Valentina –espetó ella entre dientes.

Había estado dispuesta a morir antes de admitir que, desde la primera noche que Valentina la había llevado a Conti Villa, solo había podido pensar en él. Que había sido su mirada de desprecio la que la había hecho ponerse el vestido de Valentina.

Que era su atención, su mirada, lo que había querido conseguir desde el primer día. Que la atormentaba la idea de marcharse, de volver a su aburrida vida sin haber probado sus besos, sus caricias.

–Y Valentina y Luca son mis amigos, aunque…

–Si consideras a mi hermano un amigo, si confundes sus intenciones –respondió Leandro–, es que todavía eres más tonta de lo que yo pensaba. Jamás debí permitir que Valentina te trajese a casa.

–Mi presencia te resulta tan insoportable que por eso no vas por allí, ¿verdad?

Él no negó.

–Luca y yo… nos entendemos a la perfección –añadió ella.

Aunque sabía que Leandro tenía razón.

Un día después de que Alexis hubiese llegado a su casa, Luca la había arrinconado dos veces, la había besado. Le había dejado claro que quería más. Alex había tenido la sensación de que Luca habría hecho lo mismo con cualquier otra que se lo hubiese permitido, y que se habría olvidado de ella al día siguiente.

Y ella no había sentido la más mínima tentación. Aunque sí tenía que admitir que Luca era un chico muy atractivo.

Pero era el hombre que tenía delante el que hacía que se sintiese desnuda y acalorada. A pesar de su distancia, hacía que Alexis tuviese la sensación de que la veía, que veía a la Alexis que quería reducir a un solo verano toda una vida de aventuras.

El motivo, no tenía ni idea.

–Entonces, ¿ya te has acostado con él?

Si hubiese sido una persona violenta, Alex le habría dado una bofetada, pero en su lugar apartó su mano y lo miró con desprecio.

–¿A eso te dedicas? ¿A seguir a las mujeres con las que está Luca y a hacerlas callar con tu dinero?

–No pretendía ofenderte –dijo él.

–¿Y cuál era entonces su intención?

–No conoces a Luca como yo. Y eres….

–¿Qué soy, señor Conti? ¿La típica mujerzuela estadounidense? ¿Una chica fácil? ¿Lo suficientemente débil como para insultarme sin saber absolutamente nada de mí?

El gesto de sus labios fue casi de arrepentimiento. Entonces la miró con dureza otra vez.

–Luca es imbécil… no es tu tipo.

Ella arqueó una ceja.

–¿Y cuál es mi tipo?

Él suspiró y Alex se sintió satisfecha.

–¿Quieres vengarte?

–Desde que llegué, me has mirado como si no fuese más que la porquería que pisas con esos zapatos italianos. Así que, sí, quiero vengarme.

Leandro esbozó una sonrisa y ella sintió que le ardía la sangre en las venas.

–Eres una mujer joven, vital, y tienes una fuerza muy distinta a la de Valentina, pero tus ojos… te traicionan, dejan ver tu inocencia y vulnerabilidad. Posees una naturalidad que resulta peligrosamente atractiva. Para Luca, que lo ha probado casi todo, eres como un sorbo de agua fresca. Eso es suficiente para despertar el instinto de un hombre y hacer que piense, aunque tal vez se equivoque, que necesitas protección.

Alex se quedó sin palabras.

–¿Por qué has dicho que tal vez se equivoque? –balbució.

–Porque estoy empezando a darme cuenta de que tal vez parezcas inocente y vulnerable, pero no débil.

–Si es una disculpa, es la más enrevesada que he oído jamás.

Pasaron por su lado dos mujeres, una vestida de cuero negro y la otra con un vestido de cóctel blanco, y empujaron a Alexis hacia él mientras murmuraban algo acerca de ella.

Leandro Conti no solía salir de noche, ni pasearse en público, todo lo contrario que Luca.

Ni la había encontrado allí por casualidad. Valentina ya se había marchado.

Lo que significaba que había ido a…

–¿Qué haces aquí? –le preguntó–. No te gusta casi ni tener compañía, así que las multitudes, mucho menos.

–¿Me has estado observando?

Alex se ruborizó, pero tuvo que admitir que era la primera vez que alguien la fascinaba tanto.

Él la agarró del codo.

–Mi abuelo está convencido de que eres una cazafortunas que quieres atrapar a Luca. Me han ordenado que me interponga en tu objetivo.

Alexis se quedó boquiabierta. Le costó creer aquello, pero después se sintió furiosa.

–Vete al infierno –espetó, zafándose.

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero las contuvo. Aquel cerdo arrogante no merecía que derramase ni una sola lágrima.

Avanzó sin saber adónde iba y salió a un pasillo en el que había tres puertas sin ningún cartel.

Juró entre dientes, se dio la media vuelta y chocó contra el hombre al que no quería volver a ver.

¿Por qué la seguía?

–Te he dicho que te vayas a…

Él la agarró por la muñeca, pasó una tarjeta por una de las puertas e hizo entrar a Alexis.

–Estás montando una escena.

La puerta se cerró tras de ellos y el golpe hizo que Alex se sobresaltase, pero no fue capaz de articular palabra.

Estaban en una sala VIP, cuyas paredes de cristal daban a la pista de baile y al bar de los dos pisos que tenía la discoteca.

En el extremo contrario había dos sofás y un frigorífico, y en otra de las paredes una pantalla de plasma que estaba apagada.

–No deberíamos estar aquí –dijo, dándose la media vuelta–. Este lugar…

–La discoteca es mía, señorita Sharpe.

Ella se echó a reír. Tenía una casa en el lago Como, una discoteca en Milán y una colección de artículos de lujo que volvía locas a todas las famosas.

–Cómo no. ¿Tus hombres me han estado observando desde aquí todo el tiempo?

–Valentina siempre lleva protección –admitió él.

–Y, de paso, les ha pedido que vigilen también a la mujerzuela estadounidense, ¿no?

–Para protegerte.

–¿Y quién me protege de ti?

Aquello pareció sorprenderlo, pero Alexis estaba demasiado furiosa para preguntarse el motivo.

–¿Qué pretendes? ¿Encerrarme aquí? ¿Meterme en uno de tus aviones y mandarme de vuelta a casa?

No iba a permitir algo así.

–Tu hermano es muy rápido, ¿sabes? ¿Y si ya ha caído en mis redes? ¿Y si Luca y yo ya hubiésemos…?

–¡Basta! –murmuró él, tapándola la boca con una mano mientras con la otra la atrapaba contra la pared.

Después enterró los dedos en su cadera y hubo algo en su mirada que hizo que Alexis pensase que no era inmune a ella. Y eso le dio el coraje necesario para inquirir:

–¿Tú puedes pensarlo, pero yo no puedo decirlo, Leandro? Al menos con Luca me lo pasaría bien y no me insultaría.

–¿Sabes lo que estás provocando? ¿Estás preparada para ello?

Alex pensó que ya no podía dar marcha atrás.

–Me da igual que seas muy rico…

Él la agarró de la mano, se la apretó suavemente.

–No estoy de acuerdo con mi abuelo, bella.

–¿No?

–No.

–Entonces, ¿por qué has venido esta noche?

Se hizo un tenso silencio antes de que respondiese.

–Luca me ha dicho que había recogido a Tina borracha y que no te había podido localizar a ti. Y no me gustaba la idea de que estuvieses tú sola por la noche.

–Podrías haberle pedido a alguien de tu equipo de seguridad que me buscase, no tenías por qué venir tú… Podrías…

–Eso que esperas no va a ocurrir jamás, Alexis.

–Me has llamado Alexis –dijo ella sin más.

Él inclinó la cabeza, le acarició la barbilla.

Estaba sorprendido consigo mismo por haber dicho su nombre. Apartó la mano.

–Vamos, te tienes que marchar.

Fue como si le hubiese dado con la puerta en las narices.

No se refería a la discoteca ni a Milán, sino a Italia. Le estaba diciendo que se tenía que marchar de Italia. Alexis sintió pánico, se le aceleró el corazón. Aquellos días…

–Me deseas –lo acusó–. Quieres que piense que solo lo siento yo, que soy torpe y estoy equivocada.

Él la agarró por las muñecas con brusquedad. La inmovilizó contra su cuerpo.

–Esto es un error.

Ella se zafó y apretó su cuerpo contra el de él.

Leandro dejó escapar un gemido. Ella pasó las manos por su pecho y echó la cabeza hacia atrás. Y él puso gesto de estar agonizando.

Alexis decidió no dejarlo ganar. Enterró los labios en la apertura de su camisa y lo besó en el pecho.

–Bésame, solo una vez. Demuéstrame lo que sientes, solo una vez.

Él enterró los dedos en el pelo y Alex se estremeció y entendió por fin la intensidad del deseo que Leandro ocultaba.

–No sabes con quién estás jugando –le advirtió él.

–¿Soy inferior a ti?

Él negó con la cabeza, todavía serio.

–Eres demasiado joven.

–Soy lo suficientemente mayor para saber lo que quiero.

Sacó la lengua y lo probó. Él la abrazó, la apretó contra su cuerpo, dejándola sin respiración.

–¿Piensas que pararía con un beso? ¿Piensas que puedes jugar con mi deseo y marcharte como si no hubiese pasado nada?

–Yo no tengo miedo, Leandro –le respondió.

Él dijo algo en italiano. Alex apretó la parte baja del cuerpo contra el suyo y se estremeció al notar en el vientre la erección.

Leandro la agarró con fuerza por las caderas.

–No voy a quedarme con las sobras de mi hermano.

–Solo me ha dado un beso. Luca no me interesa.

–Eres la primera mujer del mundo que dice algo así –admitió Leandro, agarrándola por las muñecas–. Por eso le gustas tanto.

Alexis tenía el corazón a punto de salírsele del pecho, pero aun así se arriesgó. Se arriesgó porque se sentía más segura y deseada que en toda su vida.

–¿Y tú?

–Yo, Alexis, te miro y… solo siento deseo.

Incluso entonces fue ella la que levantó el rostro, se puso de puntillas y tocó los labios de Leandro con los suyos. Ella, que no tenía ninguna experiencia, fue la que lo abrazó por el cuello y se negó a dejarlo marchar.

Los labios de Leandro, calientes y duros al mismo tiempo, fueron el pasaporte hacia el cielo y el infierno. Alexis se dejó llevar por el instinto y pasó la punta de la lengua por su labio inferior.

Él gimió y se rindió por fin, besándola.