Su hija secreta - Kim Lawrence - E-Book
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Su hija secreta E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Una noche… un secreto que lo cambiaría todo… Bastaba con ver al guapo y sofisticado Benedict Warrender para que Lily Gray, que siempre se había considerado la más fea del baile, se ruborizase. Pero el destino había hecho que coincidiese con él y, desde entonces, lo que hacía que le ardiesen las mejillas eran los recuerdos de la noche que habían pasado juntos. Una noche que le había cambiado la vida. Lily se había marchado sin hacer ruido al enterarse de que Benedict estaba comprometido con otra mujer, y había lidiado con las consecuencias de aquella noche ella sola. Tres años más tarde, Benedict había descubierto su secreto. Y Lily había esperado, nerviosa, preguntándose si Benedict estaría dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de su hija.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Kim Lawrence

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su hija secreta, n.º 2438 - enero 2016

Título original: Her Nine Month Confession

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7647-7

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

Londres. Tres años antes.

Eran las seis de la mañana cuando Lily se despertó gracias a su reloj interno, una inconveniente peculiaridad genética que siempre la despertaba a esa hora. Sabía que no podría volver a dormirse, pero, durante unos segundos, se resistió a apartar la fina sábana que separaba el sueño de la vigilia.

Además, nunca llegaba tarde y era increíble todo lo que se podía avanzar a aquellas horas, antes de que el resto del mundo o, al menos, de su ruidoso barrio, se despertase.

Acalló a la tediosa voz interior que insistía en ver siempre las cosas de manera positiva y se apartó una maraña de rizos de la cara. Allí tumbada, con el brazo sobre la cabeza, se centró en el resentimiento que sentía hacia las personas capaces de darse la media vuelta y volver a dormirse, como su gemela, Lana, que podía seguir durmiendo aunque hubiese un terremoto. Ella, sin embargo, no era capaz, le ocurría lo mismo todas las mañanas...

Aunque aquella era diferente.

Frunció el ceño, aquella mañana había algo diferente, pero ¿el qué?

¿Había dormido más de lo habitual?

Cerró los ojos y alargó la mano hacia el teléfono que tenía en la mesita de noche. Golpeó varios objetos más antes de encontrarlo y entonces abrió un ojo, miró la pantalla y se llevó el aparato al pecho desnudo. ¡Desnudo! ¿Era eso relevante? No, lo diferente no era la hora ni que estuviese desnuda.

Entonces, ¿qué era?

Miró a su alrededor. No estaba en su habitación.

Fue al darse cuenta de aquello cuando empezó a recordar. Tenía el cuerpo como si hubiese corrido un maratón, cosa que no había hecho ni probablemente haría nunca, pero la noche anterior... ¡La noche anterior!

Abrió los ojos verdes como platos al recordar lo que había ocurrido la noche anterior.

Se llevó una mano al pecho izquierdo porque tenía el corazón a punto de estallar y después giró la cabeza despacio, muy, muy despacio. ¿Y si estaba soñando? Apretó los dientes, preparándose para una decepción que no llegó.

Suspiró. No era un sueño, era real. Él era real.

Parpadeó para enfocar el rostro que había a su lado y su cuerpo sintió deseo al asimilar los rasgos simétricos, grabando cada detalle en su memoria. ¡Aunque jamás se olvidaría de él ni de la noche anterior!

Tenía un rostro que inspiraba una segunda mirada, e incluso una tercera. La estructura ósea de aquel hombre parecía esculpida, tenía la frente ancha, inteligente, los pómulos marcados, la barbilla cuadrada, sexy, las cejas oscuras y pobladas bien definidas, nariz aquilina y una boca amplia, expresiva. Si hubiese tenido que elegir uno solo de sus rasgos habrían sido los ojos.

Bajo aquellos párpados caídos y enmarcados por unas pestañas tan oscuras como su pelo había unos ojos azules, del azul más eléctrico que Lily había visto en toda su vida.

Al mirar su rostro dormido en esos momentos le pareció distinto y después de pensarlo unos segundos se dio cuenta de que era por la falta de energía que había en él, como un campo de fuerza invisible que lo rodeaba cuando estaba despierto.

Decir que parecía vulnerable habría sido demasiado, pero sí que parecía más joven. Los recuerdos se mezclaron con una nostalgia teñida de rosa que no había sentido la primera vez que lo había visto.

Aunque había sabido quién era, por supuesto. En la finca en la que su padre había sido jardinero jefe y en el pueblo, se había hablado mucho de Benedict, el niño nacido en una cuna de oro, el niño mimado de su orgulloso abuelo. Mientras que a todo el mundo le había entusiasmado la idea de que se hubiese mudado a la gran casa, Lily había albergado un silencioso y creciente resentimiento.

Warren Court, una de las fincas privadas más importantes del país estaba a menos de quinientos metros de la casa en la que vivía ella. Aunque ya entonces había sabido que, en todos los aspectos, estaban en universos diferentes. Así que Lily había estado completamente preparada, incluso decidida a que le cayese mal el niño rico.

Entonces había fallecido su padre y ella se había olvidado de Benedict. Ni siquiera lo había visto al lado de su abuelo en el funeral. Lily había pensado que nadie la veía y se había marchado del cementerio para ir hasta el estanque al que había tirado piedras junto a su padre.

Algo que él jamás volvería a hacer.

Había tomado una piedra grande y había sentido su peso en la mano antes de lanzarla al aire. Y había sentido su corazón como aquella piedra, hundiéndose en el agua. Después había lanzado otra, y otra más, hasta que le había dolido el brazo y su rostro había estado bañado por las lágrimas. Entonces había oído llegar a alguien a sus espaldas.

–Así no, necesitas una piedra plana y todo depende del movimiento de la muñeca. Mira...

Y la piedra había saltado por el agua.

–No sé hacerlo.

–Claro que sí. Es fácil.

–¡No sé! –había replicado ella, enfadada–. ¡Mi padre se ha muerto y te odio!

En ese momento había visto sus ojos, tan azules, tan llenos de comprensión.

–Es un asco, ya lo sé –le había contestado el chico dándole otra piedra–. Inténtalo con esta.

Antes de marcharse, Lily había conseguido hacer saltar una piedra tres veces sobre el agua y había decidido que estaba enamorada.

En realidad, había sido inevitable. Lily había ansiado enamorarse y el chico, que casi era un hombre, le había parecido una mezcla de todos los héroes que aparecían en las novelas que devoraba. No solo había vivido en un castillo, sino que le había parecido la personificación del héroe oscuro y melancólico. Maduro, tenía cinco años más que ella, deportista, sofisticado. Lily había soñado mucho con él. Había soñado con que sus fantasías se harían realidad algún día. Hasta la noche del baile...

Había pasado semanas esperando la fiesta de Navidad que el abuelo de Benedict organizaba todos los años en el enorme salón de estilo isabelino que había en Warren Court, donde su madre trabajaba de ama de llaves. Sabía que Benedict, que se había graduado en Oxford aquel verano y que, según su abuelo, estaba haciendo algo importante en la ciudad, asistiría.

Lily había tardado horas en prepararse. Había convencido a Lara, que tenía un mayor sentido de la moda y mucha más ropa gracias a los consejos que le daban en el hotel donde trabajaba los sábados, para que le prestase un vestido. Y cuando Benedict había llegado, lo primero que había pensado Lily había sido que estaba cambiado, y que no iba solo.

–Qué aburrimiento –había dicho la mujer alta y rubia, ataviada con un vestido de diseño, que lo acompañaba, sin molestarse en bajar la voz–. ¿Cuándo podremos marcharnos? No me dijiste que la casa estaría llena de paletos.

Y Lara, que nunca dejaba pasar una oportunidad para tomarle el pelo a Lily acerca de su mal disimulado enamoramiento le había preguntado:

–¿Estás babeando, Lil? Si te gusta, ve por él.

–¡No me gusta! –había replicado ella–. Es aburrido y estirado.

Y entonces se había dado la media vuelta y había visto que lo tenía justo detrás.

Después de aquel bochornoso encuentro, no lo había visto ni había vuelto a pensar en él durante años. Evidentemente, había visto su nombre alguna vez en las páginas de economía del periódico, pero pocas veces porque eran noticias que no le interesaban y ni siquiera sabía muy bien lo que era un magnate de las inversiones.

Lo que no había esperado era encontrárselo en la puerta de una librería.

Lily no creía en el destino, pero... no había otra explicación. Había salido por la puerta justo en el momento en el que él entraba, y como se le había puesto el pelo en la cara por culpa del aire, había chocado con él.

Salió de su ensimismamiento e hizo un esfuerzo para no acariciarle el rostro. Estaba durmiendo profundamente, pero seguía teniendo ojeras. El aspecto cansado le sentaba bien, estaba sexy, pensó Lily.

Suspiró. Era muy guapo. El día anterior había tenido que morderse la lengua para no decírselo, pero al final lo había hecho. Se lo había dicho entre beso y beso. Mientras bajaba con los labios por su pecho.

Eran amantes.

Su primer amante... Eso no se lo había contado. El día anterior había cambiado su vida, y en esos momentos se sentía como otra persona...

–¡Lily!

Benedict había sido de las pocas personas que nunca la habían confundido con su hermana gemela.

Le dio el libro que se le había caído al chocar con él y sus dedos se rozaron. Ninguna fantasía sexual de la adolescencia la había preparado para aquello.

El chispazo había sido tan fuerte que Lily se había quedado completamente en blanco mientras ambos se incorporaban a la vez, lentamente, como si hubiese entre ellos una conexión que ninguno quisiese romper.

Entonces, alguien que pasaba por la calle chocó contra ellos e hizo que se separasen.

El libro volvió a caerse al suelo y ellos se echaron a reír.

En esa ocasión, Lily dejó que Benedict lo recogiese. Lo vio leer el título y arquear una ceja y, en esa ocasión, se aseguró de evitar el contacto al tomarlo.

–Siempre fuiste un ratón de biblioteca –comentó él sonriendo–. Todavía recuerdo la vez que te sorprendí en la biblioteca del abuelo, llevabas escondida entre las faldas una primera edición de Dickens.

–¿Te acuerdas de eso? –le preguntó ella, y después añadió horrorizada–: ¿Era la primera edición?

–No te preocupes, al viejo no le importaba.

–¿Lo sabía?

Benedict se echó a reír de nuevo.

–¿Que utilizabas su biblioteca para tomar prestados libros? Por supuesto que lo sabía, no se le escapa casi nada... –respondió él, apartando la vista de su rostro colorado para mirarse el reloj.

Y ella sonrió e intentó poner gesto de que también tenía prisa. Y se reprendió por creer en las conexiones mágicas y en la química sexual.

–Iba a tomarme un café –añadió él, sonriendo–. Bueno, no es verdad, pero si a ti te apetece tomar un café...

Y a Lily estuvieron a punto de doblársele las rodillas.

«No te precipites, Lily. Te está ofreciendo un capuchino, no una noche de sexo salvaje», se reprendió.

–Sí –respondió ella demasiado deprisa–. No he quedado con Sam hasta dentro de media hora.

Él arqueó las cejas.

–¿Sam es tu novio?

–Somos amigos –respondió ella.

Samantha Jane era en realidad la primera amiga que había hecho en la Escuela de Arte Dramático. A Sam no le importaría si llegaba tarde, le parecería bien. Solía darle consejos acerca de su vida amorosa, o de su ausencia.

–No seas tan exigente –le había dicho Sam–. Mírame a mí, he perdido la cuenta del número de ranas a las que he besado, pero cuando llegue mi príncipe azul lo reconoceré al instante, y la verdad es que las ranas pueden llegar a ser divertidas.

Una hora después Lily y Benedict seguían en una pequeña cafetería, y ella ni siquiera sabía de qué habían estado hablando, pero había hecho reír a Benedict, y él la había hecho sentirse inteligente y sexy. Y divertida. Después de los cinco primeros minutos, Lily se había relajado y había bajado la guardia. Habían charlado de literatura, de política, de su helado favorito y, por supuesto, de su escuela y de la reciente oportunidad que se le había presentado. Había sido más tarde cuando se había dado cuenta de que Benedict casi no le había contado nada de él.

–¿Así que voy a verte en la gran pantalla? –le había preguntado este, con los codos apoyados en la mesa, inclinado hacia delante, mostrando verdadero interés.

Como si solo hubiese tenido ojos para ella.

–Va a ser un papel pequeño.

–No sé si las actrices tienen que ser tan críticas consigo mismas.

–Solo estoy siendo realista. Es un papel pequeño.

–Pero vas a aparecer en una serie de televisión, eso es lo importante.

–He tenido mucha suerte.

–Te vendrían bien unas clases de autopropaganda.

–¿Te estás ofreciendo a dármelas?

Benedict había sonreído lentamente y ella se había derretido por dentro y se le había acelerado el corazón todavía más.

Durante la tercera taza de café, Lily se había dado cuenta de que era adictivo que un hombre la mirase con manifiesto deseo. Sobre todo, cuando el hombre en cuestión había representado, durante gran parte de su vida, el ideal perfecto.

Siempre había comparado a otros hombres con él y, por supuesto, ninguno había estado a la altura.

¿Sería ese el motivo por el que nunca había tenido una relación seria?

Se estaba haciendo aquella pregunta cuando Benedict le agarró la mano y le acarició la palma. Lily se estremeció. Lo que estaba sintiendo en esos momentos no era un enamoramiento de adolescente. No se parecía a nada que hubiese sentido o imaginado sentir antes.

Ni siquiera se había dado cuenta de que había cerrado los ojos hasta que le había oído decir con voz ronca:

–Tengo una habitación.

Y ella no había respondido, no había sido capaz.

Cuando por fin había conseguido articular palabra, la ronca respuesta había sido:

–Sí.

Si hubiese sabido antes lo que se estaba perdiendo exactamente, no habría esperado tanto tiempo. ¡La noche anterior había sido mucho mejor de lo que jamás había soñado!

Su cuerpo todavía vibraba de placer y se sentía feliz. Y tenía por delante muchos días y noches y... Se le aceleró el corazón al pensar en un futuro con Benedict, a su lado en la cama. La noche anterior había sido el comienzo de algo... tenía que serlo.

El sexo había sido increíble y había ido más allá de lo físico. Nada tan especial podía ser transitorio. No sabía cómo calificarlo, pero había sido real.

Su amiga Sam le había preguntado muchas veces que a qué esperaba, y le había aconsejado bajar las expectativas y ser realista.

Lily ya tenía la respuesta a su pregunta: Benedict era el hombre al que había estado esperando.

¿Se habría dado cuenta este de que había sido su primer amante? La noche anterior, la experiencia de su hermana Lara la había hecho guardar el secreto. El hombre del que su gemela se había enamorado le había dicho que no le gustaban las vírgenes.

¿Le ocurriría lo mismo a otros hombres?

¿Y a Benedict?

¿Podía arriesgarse a contárselo?

¿Se consideraría mentirle si no lo hacía?

Al final se le había pasado el momento de contárselo y también el miedo a que su inexperiencia fuese un problema, pero todavía no sabía si se había dado cuenta.

Decidió que se lo preguntaría, sonriendo, contuvo las ganas de despertarlo y volvió a tumbarse, suspirando. Leyó sus correos electrónicos y varias noticias relacionadas con el mundo del teatro.

–¡No! –susurró con lágrimas en los ojos.

La noticia estaba escrita con efusividad e incluía comentarios de amigos de la pareja. Había fotografías de la futura novia, con su enorme anillo de pedida, y el novio... el novio... muy guapo con traje de esquiar, elegante y frío sobre una alfombra roja, dinámico y serio en una conferencia económica.

Lily suspiro y empezó de nuevo a respirar.

La noticia no ha sorprendido a nadie, decía el artículo.

Pero se equivocaba, la había sorprendido a ella, aunque no sabía por qué. Había visto en él lo que había querido ver, no la realidad. Él era un hombre y ella había sido una presa fácil.

Enfadada y dolida, contuvo un sollozo. Se clavó las uñas en las palmas de las manos y lo miró.

Con dieciséis años, lo había visto venir. ¡Había sido más sensata que con veintidós! Aunque Benedict hubiese dado por hecho que a ella le parecía bien tener una aventura de una noche, estaba recién prometido. ¡Era increíble!

Lily estuvo a punto de despertarlo y enfrentarse a él, pero se contuvo, respiró hondo para intentar tranquilizarse. No quería humillarse admitiendo que era una tonta ingenua que creía en las almas gemelas y en el amor verdadero.

Temblando, apartó las sábanas y, con cuidado para no despertarlo, se levantó.

Recogió su ropa y se vistió en el cuarto de baño sin atreverse a encender la luz, y salió de la casa como un ladrón. Estaba amaneciendo.

Ya estaba en el metro cuando se dio cuenta de que había perdido un pendiente.

Y algo más. Lo que no sabía era que también se había llevado algo...

Capítulo 1

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