¿Te confieso una cosa? Te amo - Moruena Estríngana - E-Book

¿Te confieso una cosa? Te amo E-Book

Moruena Estríngana

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Beschreibung

Vuelven los hermanos O'Donnell, en este caso Jesse. Llega la historia de una pareja que eran amigos desde la infancia, y que descubrieron el amor juntos, pero ahora se odian. Llega lo nuevo de Moruena Estríngana. Jesse y Ariadne lo eran todo el uno para el otro. Su amistad infantil se tornó en amor con el paso del tiempo. Eran felices, estaban enamorados y creían que nada podría separarles hasta que alguien se inmiscuyó en su relación, separándolos de manera cruel y para siempre... O eso esperaba esa persona. Jesse y Ariadne han rehecho sus vidas, dejando en el olvido aquel primer y único amor. No se necesitan, no se aprecian... ¡SE ODIAN! Sin embargo, el destino tiene sus propias normas. Hay demasiadas cosas sin decir, muchos reproches que están a punto de estallar y un intento desesperado de ignorar lo que el otro les hace sentir, y así esconder cómo la pasión les quema en la piel cada vez que están cerca el uno del otro. Ceder a la pasión es fácil, aceptar que en realidad sus sentimientos van más allá, no. ¿Conseguirán encontrar el camino de vuelta hacia el corazón del otro y dejar de caminar en dirección contraria a sus deseos? ¿Será más fuerte el amor que el odio?

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Índice de contenido
Portada
Entradilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
1
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Epílogo
Carta al lector
Agradecimientos
Receta, el brownie de Moruena
Más Nowe

Título: ¿Te confieso una cosa? Te amo

© 2016 Moruena Estríngana

© Diseño Gráfico: Nouty

Colección:Volution.

Director de colección: JJ Weber

Editores: Mónica Berciano y JJ Weber

Primera Edición noviembre 2016

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2016

ISBN: 9788416936069

Edición digital diciembre 2016

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

www.nowevolution.net/ Web

nowevolution.blogspot.com / Blog

Dedico este libro a mi marido, gracias por estar siempre ahí.

Prólogo

Ariadne se sentía morir mientras recordaba, entre fuertes sollozos, las palabras que había dicho Jesse a su padre:

—Para mí está muerta, ya no existe en mi vida.

Su padre le había pedido perdón por ser el mensajero de tan crueles palabras.

Ariadne notó que le faltaba el aire. Nunca se había sentido tan sola, tan perdida. Tan dolida.

Pensaba que Jesse creería en ella, él no solo había sido su primer amor, era su mejor amigo desde que tenía recuerdos. Su fiel compañero de batallas.

No podía haberlo perdido, pero todo indicaba que aquello era el final de lo suyo.

Nunca pensó que él hiciera algo así, y ahora, mientras el dolor le hacía doblarse en dos, percibía que la vida se le iba de las manos, sentía de verdad que se moría, como si las palabras de Jesse hubieran sido premonitorias.

Ahora no le quedaba más remedio que seguir el camino trazado por sus padres, y le daba igual, porque con cada lágrima se perdía una parte irreemplazable de ella para siempre.

Los sollozos de Ariadne se escuchaban por toda la casa y las dos personas que se ocultaban de la mirada de otros sonreían por su éxito. Todo había salido como habían planeado.

—Nunca estarán juntos, y si la vida los vuelve a unir, haré lo imposible por separarlos.

—Eso espero. Aunque los conozco lo suficiente, y todo ha salido tan bien, que si se encuentran de nuevo se seguirán odiando. Esa es la única forma de separar a dos personas que se quieren tanto.

Se alejaron con la firme convicción de seguir con aquel trato, costara lo que costara, sin importarles que por sus crueles deseos dos jóvenes hubieran sufrido las consecuencias, y que por ello, les hubieran marcado para siempre.

Jesse y Ariadne nunca volverían a ser los mismos, algo había muerto en este par de enamorados, que no cometió más pecado que haberse amado.

Ariadne

Siete años antes.

Noto como el dolor me atraviesa y cómo se transforma en un profundo odio hacia la persona que más he amado.

Me veo sin fuerzas para seguir escribiendo mis diarios, es hora de buscar una caja para guardarlos. Esos diarios que me regalaba mi Jesse y donde contaba nuestra vida, nuestros secretos, siendo estos nuestros únicos confidentes. Donde, hasta hace muy poco, contaba lo mucho que lo amaba y lo mucho que temía perderlo por la distancia que nos separaba.

Veo como las lágrimas caen sobre ellos, recuerdo sus abrazos, sus besos… todo lo que no regresará. Aprecio que todo el amor que siento se transforma poco a poco en odio.

Ya no me queda nada de él, y lo peor es que he acabado casada con alguien que no amo, y todo por hacer caso a mis padres, destinada a no sentir nada. A que el odio sea ahora el único motor de mi vida. Tengo claro que me pienso pasar cada día de mi vida odiándolo, tanto como un día lo amé.

Cierro la caja de los diarios mientras me hago esa promesa. Mientras juro no olvidar cómo me dejó sola cuando yo más lo necesitaba.

Jesse

Me siento perdido, desorientado, sin rumbo.

Me invade la rabia por creerme enamorado, algo que prefiero decir que nunca pasó. Prefiero seguir negando que una vez amara a alguien que me engañó, igual que todas las ex mujeres de mi padre, que solo lo buscan por interés y nunca por lo que sienten por él. No quiero ser como mi padre, que es una persona capaz de mirar para otro lado con tal de creer que su mierda de vida es perfecta, y todo por unas carantoñas en la cama y nada más. Es alguien despreciable que alardea de tenerlo todo, cuando en realidad no tiene nada.

El problema es que está todo tan reciente que me cuesta olvidar que fui traicionado por ella doblemente, el amor de mi vida. No acababa de asimilar una traición, cuando descubrí que la cosa era más grave de lo que parecía.

Sé que no estoy actuado bien, que las fiestas, el alcohol, las chicas y el desenfreno sexual deben parar. Es como si circulara a toda velocidad y en cualquier momento una pared de cemento saliera ante mí para detenerme de golpe, y acabar con todo. En el fondo espero que eso suceda, que ese muro acabe conmigo y que me haga dejar de sufrir, dejar de sentir este dolor que me quema en el pecho.

Si no me hundo es solo por este odio que late en mí, por esta rabia que recorre mi ser tras ser engañado, y lo peor es que sé que, aunque siga viviendo, nada será igual tras ella, la persona que he amado y que ahora odio.

Mi única vía de escape es endurecerme para no amar nunca más. No volver a sentir cómo me arrebatan la vida al descubrir que todo era mentira, que lo nuestro era una farsa.

Ariadne

Meses antes.

Hago la maleta mientras acepto otro fracaso, mientras la venda que tenía en los ojos se desprende y veo la verdadera cara de mi marido, ese que jura amarme, y sé que no es capaz de amarse más que así mismo. Me ha manipulado usando la pena para llegar a mí, para conseguir de mí lo que quería, para anularme como persona.

He estado tan ciega porque me sentía culpable, era incapaz de coger las riendas de mi vida, y aceptar que lo peor no es fracasar, es prolongar algo que no nos lleva a ningún sitio.

Le encanta controlarme, decirme qué puedo hacer, Le gusta tenerme en casa para cuando él llega, que mi vida solo sea ser una mujer casada, sin vida, sin personalidad propia.

Tras aceptar casarme con él, fue muy bueno conmigo, como lo era siempre. Era mi amigo y no vi nada malo en ello, fue muy paciente, tanto que al final acepté sus besos, sus caricias. Quería la felicidad que me prometía, y me dejé amar tras un halo de tristeza que me inundaba, por la pérdida que había vivido, sin éxito, por supuesto.

Acostarme con él era horrible, y más porque me sentía culpable cuando, estando en sus brazos, recordaba otros. Cuando me decía que me quería yo no sentía nada. Me decía que tendría paciencia, que me esperaría, y yo me forzaba por amarlo, hasta que un día le dije que nunca lo lograría, pensé que lo entendería y mostró su verdadera cara. Esa que no había sabido ver por mi tristeza, con risas maliciosas me decía que sin él no tenía nada. Que mi padre me repudiaría. Que no tenía dónde caerme muerta y palabras que, como buen amigo que había sido, sabía que me harían daño.

Me repetía que después de todo lo que había hecho por mí, ¿así era cómo se lo pagaba? Me hacía sentir una mierda por no quererlo, y me machacaba cuando peor me veía.

Hace tiempo que nuestro matrimonio es puro postureo, somos más compañeros de piso que un matrimonio. Si he seguido aquí ha sido solo por el miedo de no saber dónde ir, de saber que estaría sola sin el apoyo de nadie, y sobre todo temiendo que sea cierto lo que tantas veces me han dicho: que no sirvo para nada. Todo esto no ha hecho más que crearme una inseguridad enorme.

Pero hasta aquí, este no es mi sitio. Hoy es el día que me he puesto como tope, no puedo más.

Nacho me grita de todo mientras cojo lo poco que tengo y salgo de aquí. Me dice que me arrepentiré, que nadie me amará como él, y tal vez sea cierto, porque hace años que dejé de creer en el amor.

Me marcho de esta casa aterrada, sabiendo que ahora me toca empezar sola con el poco dinero que tengo, pues mis padres no me apoyan, no aceptan mi separación y que abandone mi vida actual.

Me pregunto qué me deparará el futuro y si encontraré al final la felicidad. Hace tanto tiempo que no la siento que temo que esta no sea más que una quimera.

Ahora toca empezar de cero.

Estoy asustada, tengo miedo, pero por primera vez me siento libre y dueña de mi vida.

1

En la actualidad.

Jesse

Paso por el hotel rústico, del que ahora somos socios Bryan y yo, con su mujer Lusy y Ariadne, alguien a quien hubiera deseado no haber tenido nunca más la suerte de encontrarme.

Es un hotel precioso, donde antes se erigía una casa antigua, la más antigua y majestuosa del pueblo. La gente vine a hospedarse solo por tener el placer de estar alojados en un lugar con tanta historia. El problema es que ahora está cerrado debido a las reformas de ampliación y mejora que estamos realizando, esas que no parecen acabar nunca.

Aunque me encanta la edificación y sus amplios jardines, aún por explotar, no puedo evitar recordar cada vez que estoy cerca de quién es: Ariadne. Esa que juré no volver a ver, el cruel destino ha hecho que nos encontremos de nuevo.

Cada vez que pienso que está aquí, con nosotros, se me revuelven las entrañas. No soporto saber que anda cerca y menos aún que me vea, incapaz de querer recordar el pasado. De lo que sufrí por sus mentiras.

En mis sueños, donde el odio no se cuela, la recuerdo a mi lado, jurando que me amaba y haciéndome sentir único. Fue duro aceptar que me engañó, por eso cuando me despierto me cabreo con el mundo, con el destino y con las puñeteras coincidencias que han hecho que una vez más hayamos ido a parar al mismo lugar, es muy amiga de Lusy, a la que adoro, la sorpresa fue monumental cuando nos la quiso presentar hace unas semanas, era su nueva socia, mi hermano y yo, por supuesto, nos quedamos mirando el uno al otro sin saber qué decir, la conocíamos desde éramos pequeños.

El que no me fíe de ella hace que no pueda dejar de revisar todos los documentos y movimientos que hace en esta empresa que tenemos en común. Ese fue uno de los tratos, que me pudiera meter en sus cuentas y ver que todo era correcto. Para mi fastidio Ariadne está demostrando que es muy competente y sabe lo que hace. Es como si una parte de mí quisiera pillarla en un renuncio. Descubrir algo malo en ella que haga que los demás vean lo que yo vi hace años, que es una persona rastrera y poco de fiar. No verlo me pone de mal humor, ya que cuanto antes la pille, antes se irá de este pueblo y de la vida de mi familia.

No puedo dejar que a ellos los traicione como a mí, por suerte , hace años que dejé de ser ese idiota, y no dejaré que ni ella ni nadie me engañen.

Observo los andamios que han colocado hace poco, rodeando el edificio principal, vamos a terminar de rehabilitar el resto de la casa, y por si hay desprendimientos hemos preferido cerrar las reservas hasta que sea seguro estar en el hotel. Algo que espero que salga bien. Los restaurantes que tenemos a medias con otros socios no están funcionando tan bien como deberían, va a llegar el momento en el que tengamos que vender o nos hundiremos con ellos.

Desde que Bryan se casó sus noticias se comparten menos. Lo que sube a las redes sociales tiene menos me gusta y son muchas las mujeres que, al no estar ya soltero, han puesto sus ojos en otros hombres libres que son ahora quienes ocupan sus desvelos. Alguien a quien idolatrar y a quien admirar mientras sueñan que un día las miren y se enamoren de ellas, es algo que encuentro patético. Bryan sigue siendo el mismo casado o no, y no por estar libre iba a terminar por irse con todas las mujeres que lo deseaban.

Se ha notado cómo ha ido bajando la afluencia de gente en el restaurante, por eso pensamos que al rehabilitar todo el hotel seríamos más fuertes y podría venir más gente, sobre todo más familias para disfrutar de estos agradables parajes. Es algo arriesgado, lo sé, estoy preocupado por cómo saldrá todo y frustrado por no haber sabido prever que esto pasaría después de la boda de Bryan con Lusy.

Fijo mi vista en el hotel, la verdad es que la casa es preciosa, cuando esté acabada y sus jardines habitables, será un gran reclamo para que la gente que desee perderse por estos bellos parajes se deje caer por aquí. Tiene que salir bien, no podemos permitirnos un nuevo fracaso.

Ariadne le ha dado a los árboles de la entrada un toque mágico con corazones de madera colgados, algunos pintados y otros que dejan ver las vetas de la madera, y además, luces que dan al jardín de la entrada un toque único. Me fijo un poco más adelante en unas figuras hechas con materiales reciclados que brillan cuando se mueven entre los árboles. Parecen que sean las mismas hojas las que brillan con luz propia, por la noche cientos de lucecillas se encienden entre los árboles, todo desprende un halo de magia. La gente suele bajar al jardín a cenar o pasear. Para que todo esté acabado queda mucho trabajo, parece que las casas antiguas me persiguen, y una vez más la rehabilitación pone en riesgo nuestros ingresos.

Estoy caminando hacia mi casa cuando un crujido me sobresalta. Miro hacia la parte de la casa que está en obras, al tiempo que el ruido se hace más intenso y escucho un gran estruendo, seguido de un grito angustioso, y tras este un desprendimiento que deja un ruido ensordecedor que me pone los pelos de punta.

Se hace el silencio tras una nube de polvo y escombros, estoy solo, es muy tarde. No se escucha nada. Maldigo y corro hacia allí recordando que lo que escuché era un grito, ¡hay una persona atrapada! No puedo irme sin más. Subo las escaleras. Nunca he entrado aquí y ahora mismo no tengo tiempo para fijarme en los detalles de la casa. Mi corazón late acelerado y cuando llego a la parte destruida, observo que se ha venido abajo el suelo entero de la tercera planta. Si había alguien y ha caído desde tan alto puede haberse matado.

—¿Hay alguien?

—Aquí. —Escucho una voz de mujer. Voy hacia donde la he escuchado, pensando que puede ser Ariadne y que se le haya ocurrido la idea de estar en la zona que está siendo rehabilitada.

Siempre fue una temeraria y le gustaba el riesgo, también es cierto que la mayoría de veces era por seguirme a mí. Me seguía con los ojos cerrados desde que era una niña, le encantaba que la sorprendiera y hacer algo inesperado.

—¿Ariadne? —pregunto temeroso mientras me acerco.

—Sí —me confirma con una voz temblorosa, y mi corazón da un involuntario vuelco que prefiero ignorar. No puede negar que está asustada y aunque siempre he dicho que me da igual en el fondo yo también estoy aterrado de que le haya pasado algo.

Llego hasta donde he escuchado su voz y la veo colgada de una mano al suelo que queda, suspendida en el vacío. Está llena de polvo, y aunque no supiera que es ella, ese pelo cobrizo que se deja entrever entre el polvo reinante de la estancia lo reconocería en cualquier parte.

Me agacho, está a un tris de caerse. Tengo que actuar con rapidez.

—Dame la mano.

Alza la cabeza y nuestras miradas se entrelazan tras siete años sin vernos y siento una pequeña descarga que recorre mi cuerpo, sin poderlo remediar. Es imposible no sentir nada cuando estoy contemplando a quien fue mi mejor amiga desde que éramos pequeños. La persona que yo quería, antes de saber que en verdad la amaba. La mujer que hizo que me olvidara de mi miedo a ser engañado, como mi padre. La que me traicionó.

Sus ojos verde azulados son más increíbles de lo que recordaba. A mi mente acuden recuerdos de los dos juntos, éramos felices. Primero como amigos y luego como pareja.

Me cuesta dejar los recuerdos al margen, dejar el pasado atrás, solo lo hago azotado por el miedo del momento, debo reaccionar pronto, y decido no recordar lo mucho que la quería, porque eso no cambiaría nada ahora mismo.

El pasado no va a volver, ni yo quiero que regrese.

—Si me suelto me caeré —me dice aterrada.

—No voy a dejarte caer.

—Lo dudo mucho, seguro que me dejas caer para que así de verdad esté muerta —dice recordando las palabras que le dije a su padre.

Le tiendo la mano para cogerla y evita cogerme.

—Vamos, no seas cabezota.

—Prefiero caerme y partirme la crisma a tener que darte las gracias por salvarme.

—Puedo ayudarte y que no me des las gracias por nada. Te aseguro que preferiría que fuera otro al que estuviera prestando mi ayuda.

—Pues por mí puedes metértela por tu estirado culo y marcharte de aquí.

El suelo cruje bajo nuestros pies, y cuando Ariadne hace el intento de subir por sí sola, la madera empieza a ceder por su peso. Que la madera se parta es cuestión de segundos. Me tiro hacia ella para cogerla sin importarme que se niegue, cansado de sus negativas, y la cojo justo al tiempo que la madera, donde estaba sujeta, se desprende, quedándose en el aire. Los escombros que antes eran parte del suelo y del techo del piso caen al suelo de la planta inferior con un fuerte estrépito. Tiro de Ariadne y la alzo hacia mí, la noto temblar, algo que seguro no va admitir.

Nos pongo a salvo y la llevo fuera de la habitación, hasta una zona segura.

Que no proteste solo indica lo asustada que está. La suelto como si me quemara, sabiendo que en realidad lo hago porque mi cuerpo es muy consciente de ella. Mi piel sigue recordando lo que sentía al tenerla cerca y no he podido evitar el escalofrío que me ha recorrido y eso me molesta. Me cabrea que mi cuerpo reaccione de esa forma en contra de la razón.

La miro de reojo mientras trata de quitarse el polvo de la cara. No la recordaba tan bajita. Aunque es cierto que yo seguí creciendo hasta cumplir los veintiún años y ahora mido casi un metro noventa, ella debe medir el metro sesenta y cinco. Mi imagen de ella no tiene nada que ver con la mujer que tengo ante mí, de veinticuatro años, aunque no puedo verla bien debido al polvo blanco que la cubre.

—No pienso darte las gracias —me dice retadora.

—No hace falta —le respondo sin mirarla, mientras me sacudo el traje.

—Tampoco pienso pagarte la tintorería. Además, no te quedan bien los trajes, deberías quemarlos. Te quedaban mejor los vaqueros. —Me mira desafiante.

Estamos los dos llenos de polvo, su mirada es altiva y yo la miro de la misma forma, demostrándole que a este juego de indiferencia podemos jugar los dos.

—No dicen eso las mujeres con las que me acuesto. De hecho les encantan mis trajes a medida —Desconozco por qué digo eso. Tal vez para dejar claro que ella me perdió y que ahora soy libre para irme con quién quiera, que hace años era todo suyo y que eso nunca volverá a suceder.

—Qué bien. Pues ahora saca tu culo cubierto de Armani de mi casa y márchate a tu despacho.

—Te aseguro que nada me alegraría más que perderte de vista y seguir viviendo en este pueblo, como si no estuvieras en él, jodiendo mi tranquila existencia.

—Si no te gusta te largas, demasiado que te he pasado una lista de las horas en las que estaré por el pueblo para no tener que cruzarnos.

Al poco de saber que estaba aquí y del trato que tenía con mi familia, le mandé un correo para decirle que, para evitar verla, pusiéramos un horario para ir por el pueblo. Me respondió que nada le gustaría más que saber que puede pasear sin que mi fea cara le amargara el día, y llegamos a un acuerdo de las horas que cada uno puede usar para estar por la calle, y no tener que vernos fuera del trabajo. Una chorrada, es posible, pero no podía tolerar el volver a verla, y ahora todo se ha ido a la mierda. El pasado, hasta ahora dormido, quiere pasearse libre por mi mente olvidando que hace años lo desterré de esta para no recordar jamás quien fui a su lado.

Me marcho sin despedirme, enfadado e irritado como nunca. Volver a verla me ha amargado, como ya sabía que lo haría.

Entro en mi despacho tras dar un portazo. Me remuevo inquieto hasta que recuerdo algo en lo que no había caído hasta ahora. Al parecer Ariadne no había sido tan imprudente como parecía.

Salgo hacia el hotel y al llegar veo a Ariadne, que ha tenido la misma idea que yo: hablar acaloradamente con el jefe de obra. Sigue sin cambiarse y está ridícula discutiendo con el pelo blanco por el polvo. Pese a eso no se achanta con esa mole de casi dos metros.

—¡Me aseguraste que esa parte de la casa era segura! ¡Me dijiste incluso que podía seguir teniendo clientes porque tú habías revisado los cimientos! ¡No eres más que un incompetente!

—Le aseguro, bonita, que hice muy bien mi trajo. Esa parte era completamente segura. Usted no sabe de obras —le responde insolente el contratista.

Yo sí, ya que por suerte o por desgracia conozco bien esta profesión por mi padre. Tiene una empresa de construcción desde siempre, donde la gente va a solicitar una obra y él les proporciona los mejores arquitectos que tiene y el equipo necesario para llevarlo a cabo. Mi padre heredó la empresa de su padre, y yo desde bien pequeño iba a verlo trabajar. Él esperaba que fuera Bryan su sucesor, como primogénito que es. Que yo estuviera allí le molestaba, lo podía ver en su cara. Algo que aprendí a ignorar. Lo poco que había conocido de mi abuelo lo había admirado, era un hombre duro, pero conmigo se ablandaba y me llevaba con él a trabajar desde bien pequeño. Tal vez notando que mi padre perdía el culo por Bryan, y yo para él solo era una copia suya de la que no quería saber nada. Por eso cuando mi abuelo murió seguí yendo a las obras, era como sentirme cerca de ese hombre, que había sido más mi figura paterna que mi propio padre. No es que estar allí fuera mi sueño o lo que quisiera ser en la vida, pero me sentía bien rodeado de nuevos proyectos, por aquel entonces no sabía lo que deseaba. Ni siquiera fue eso lo que estudié, estudié la carrera de empresariales, mientras estaba allí, sentía que era más mi hogar que mi propia casa.

Por eso, sin pretenderlo me he interesado por este sector desde niño, y sé algunas cosas que dejan claro que este hombre que tengo ante mí es un claro incompetente, de no ser así la planta no se hubiera venido abajo. A menos que alguien lo forzara, cosa imposible porque no tiene sentido que nadie atente contra nuestra seguridad. Por eso intervengo, haciendo que la atención de ellos se centre en mí.

—Ella no, pero yo sí. —El hombre me mira serio y Ariadne me fulmina con la mirada, veo en sus ojos esa inseguridad que reconozco y que trata de ocultar. Nunca le ha gustado sentirse desplazada, su padre la anulaba siempre con sus comentarios. No esperaba que esto siguiera así dentro de ella, y mucho menos saber verlo como siempre lo he sabido. Me recuerdo a mí mismo que todo puede ser falso, que puede ser una apariencia fingida, y me centro en el jefe de obra—. He recordado que esa zona de la casa era la de los trabajadores y que hace meses que se está usando porque usted aseguró que no había peligro alguno. La reforma se desarrollaba en los pisos inferiores, que eran los más dañados, y en ningún momento nos advirtió de que con dicha reforma podían ser inestables los cimientos de la tercera planta.

—Puedo arreglarlo yo solita. Lárgate, te recuerdo que mi padre tiene una empresa de construcción y no soy tan ignorante cómo te gustaría —me dice Ariadne entre dientes.

—Te recuerdo que este negocio es de los dos y que, o mucho han cambiado las cosas en estos años que llevo sin verte, o antes odiabas interesarte por el negocio de tu padre.

—Pues han cambiado, y te recuerdo que soy la socia mayoritaria del hotel. Así que lárgate.

—Y yo te recuerdo que el capital principal es de Lusy y nuestro, tú solo has aportado una casa casi destruida. Veo el dolor en los ojos de Ariadne y cómo lo esconde tras la rabia que siente por mí.

—Yo me marcho, no es mi culpa —interviene el jefe de obra.

—¡Está despedido! —gritamos Ariadne y yo a la vez, y esto hace que nos miremos enfurecidos por haber dicho lo mismo.

—Pásese por mi despacho para que le dé el finiquito… ¿O lo prefieres hacer tú? —Ariadne frunce el ceño. Es un golpe bajo, pero nunca se le dieron bien los números, siempre la ayudaba con ellos.

No me enorgullezco de ser tan capullo, pero en parte la culpa de que sea así es suya. Ella mató mi lado soñador, ese que pensaba que había esperanza para todo.

—Púdrete —me dice antes de irse hacia el hotel.

Corro hacia ella y la sujeto antes de entrar, se gira y se suelta revolviéndose.

—¡¿Acaso no recuerdas que se ha venido abajo una parte que parecía segura?!

—Es mi vida, y míralo por el lado positivo: si me mato, no tendrás que verme más.

Y tras decir esto, entra en el hotel. Me giro hacia el hombre que ha presenciado el espectáculo y voy hacia él para que me siga al restaurante. Llamo a la puerta del despacho de Bryan tras decirle al jefe de obra que me espere en el mío, esperando que me abra, y deseando que Lusy esté con él. En cuanto me abre y se fija en mi atuendo me hace pasar. Lusy me saluda y, como Bryan, me observa extrañada por mis pintas.

—¡¿Dónde diablos te has metido?! ¿Estás bien? —me pregunta preocupado Bryan que no puede evitar ejercer de hermano mayor, aunque nos llevemos poco más de un año y medio.

—Sí, estoy bien. Una parte del hotel se ha venido abajo y Ariadne estaba dentro.

—¡¿Está bien?! —pregunta Lusy preocupada viniendo hacia mí.

—Hace unos minutos sí, pero ha entrado de nuevo en él, pese a que puede venirse abajo el suelo otra vez. Ignoro si esa irresponsable sigue con vida.

—¡Cómo puedes ser tan insensible! ¡No es propio de ti! —Lusy me mira acusadora y sé que tiene razón, no soy tan insensible, pero Ariadne saca lo peor de mí y si he venido a buscar a Lusy es precisamente para que saque a Ariadne de allí, para que le haga entrar en razón—. Voy a por ella.

—Te acompaño —dice mi hermano.

—Eso, a ver si a vosotros os escucha y deja de pasearse por allí como si no acabara de estar colgada, a punto de caerse al vacío.

Entro en mi despacho enfadado e irritado. El jefe de obra me observa con prepotencia y una vez más alega que todo era correcto, que ha sido un fallo de nada. He de admitir que sus credenciales eran muy buenas, Por eso no objeté nada cuando Bryan me dijo que el mismo que arregló parte del hotel de Ariadne hace meses iba hacer lo mismo con el resto. Nunca me gustó, pero pensaba que como siempre eran cosas mías, ya que la mayoría de personas no suelen ser de mi agrado, pero visto lo visto mi instinto no me engañó.

Protesta, pero al final coge el finiquito cuando me amenaza con denunciarme y le amenazo yo con lo mismo. No le queda otro remedio que marcharse si no quiere que una denuncia empañe su nombre. Tanto él como su equipo deben recoger las cosas inmediatamente.

Llamo al que se encargó de la reforma de esta casa antigua para transformarla en un restaurante, y por suerte, acaban de terminar una obra y pueden pasarse. Me recomienda que hasta que no revisen bien toda la vivienda es mejor que nadie entre en ella.

Cuelgo y me quedo mirando mi brazo cubierto de polvo, mientras recuerdo el momento exacto en el que cogí a Ariadne evitando que se cayera. Un segundo más… Me aterra pensar en la posibilidad de que si nadie la hubiera escuchado se hubiera caído.

Eso no cambia nada, me recuerdo para no olvidar lo sucedido hace siete años.

Es mejor que empiece a poner empeño en no olvidar que estoy cerca de una mentirosa que es capaz de vender su alma con tal de conseguir sus fines.

Ariadne

Entro en mi cuarto, en la última planta, y ando con miedo. Tengo el corazón acelerado y los nervios a flor de piel. He estado a punto de matarme y por si eso fuera poco he visto a Jesse tras siete años. Siete años odiándolo y echándole la culpa de todas mis desgracias.

No quiero pensar en él, ni en la descarga involuntaria que sintió mi cuerpo cuando nuestras manos se juntaron como tantos años antes. Ni en sus ojos azules, esos en los que me perdía enamorada para aprenderme de memoria cada tonalidad de sus iris.

Por un momento recuerdo cómo me sonreía solo a mí, cómo me miraba como si fuera lo más importante de su vida, y lo dichosa que me sentía entre sus brazos. Por un segundo todos los recuerdos felices a su lado salen en tropel de mi mente, hasta que noto que me asfixio y necesito recurrir al odio para poder seguir viviendo conmigo misma y con mi realidad.

El odio es lo único que queda cuando pierdes a quien amas, porque es la única forma de proteger tu maltrecho corazón.

Recojo todo, temiendo que el suelo se venga abajo. No soy una irresponsable, es que sé que tengo que pasar la noche lejos de aquí y necesito mis cosas; no puedo permitirme el lujo de malgastar el poco dinero que tengo ahorrado. De momento este hotel da más pérdidas que ganancias y me veo incapaz de pedir más dinero a mis nuevos socios, sobre todo cuando están costeando la rehabilitación de la vivienda, eso hace que me sienta más prescindible de lo que de por sí me siento. No soy tonta, sé que lo único que aporto yo a esta sociedad es la casa, si yo no estuviera todo funcionaría de igual forma. Por eso me aferro a mi cabezonería, y no pido ayuda tanto como me gustaría, porque necesito sentirme útil y que vean que soy capaz.

Cojo lo necesario para poder seguir con mi vida lejos de aquí, recojo todo, sintiendo el sudor caer por mi espalda y el miedo atenazándome la garganta, me viene a la cabeza los momentos anteriores, he estado a punto de morir. Estaba en esa zona nueva, que supuestamente estaba bien reforzada, hasta ahora había sido así, parece casi imposible que se derrumbara. Estaba allí para examinar los dormitorios de los trabajadores, y así ver que lo tuvieran todo listo para cuando quisieran quedarse en ellos. Algunos trabajan lejos, y ahora que llega el frío me gusta que tengan dónde quedarse, y no que se arriesguen a salir si ha nevado o hay hielo en la carretera o si están cansados. Me gusta que sepan que tienen la opción de quedarse a dormir si lo necesitan.

Pasó todo tan rápido, escuché un crujido y como es una casa vieja seguí andando, sin darle mucha importancia, hasta que al ponerme en el centro de la estancia todo se vino abajo. Cuando me quise dar cuenta, mientras mi cuerpo caía, agitaba los brazos para sujetarme a lo que fuera y así evitar caerme encima de tantos escombros que caían en la planta inferior. Me sujeté por los pelos a una madera del suelo que se había partido, y entonces fue cuando apareció él… Aparto ese pensamiento de mi mente, no quiero volver a ahondar en este tema. Me duele recordarlo.

Ahora mismo tengo las emociones a flor de piel y no quiero pensar más en mi reencuentro con Jesse. Prefiero creer que no nos hemos visto. Que mi mirada no ha vuelto a entrelazarse con la suya y que mi traicionero corazón no dio un pequeño vuelco cuando tuve ante mí a ese ser despreciable.

Alejo a Jesse de mi mente, a ese lugar donde ha estado siete años y de donde no quiero que salga nunca.

En este tiempo he perfeccionado la técnica de no pensar en él. Lo malo es que casi todos los recuerdos felices de mi infancia son con él y es difícil pensar en el pasado y no verlo a mi lado. Es complicado extirpar una parte de mi vida que ha sido tan importante.

Sigo recogiendo, cojo mi ordenador y mi agenda. Estoy acabando de preparar una pequeña maleta cuando escucho cómo Lusy me llama y me dice que como no baje ya vendrá a buscarme.

Sonrío, nunca pensé que encontraría una amiga como ella. Por regla general me llevo mejor con los hombres que con las mujeres, con ellos no siento que esté compitiendo a todas horas. No noto esa presión de que si te pones más guapa que ellas te miran como diciendo «lo has hecho aposta para que esta noche no ligue nada». O cuando no les das la razón, y piensan que lo haces por un retorcido plan para volverlas locas. O cuando hablaba más con los novios de mis amigas que con ellas y pensaban que era porque se los quería quitar, y por supuesto, no era así, es solo que me costaba menos esfuerzo encontrar temas de conversación con los hombres.

Nunca se me ha dado bien hacer amigas. En el colegio querían que siguiera a la que se consideraba la líder, y yo no quería. Demasiado era que mi padre me «aconsejara» qué debía hacer o dónde debía ir. Mi infancia estaba siempre dictada por sus deseos. Solo con Jesse era libre, solo a su lado yo elegía qué hacer. Él era mi vía de escape y sé que yo lo era para él también, por eso me dolió más cómo acabó todo. Nunca lo hubiera esperado de él.

¡Basta! No pienses más en Jesse.

El caso es que siempre que he tratado de hacer una amiga, al final siempre me alejan de su lado, y me duele. Me duele creer que tengo a alguien que me entiende y luego darme cuenta de que a la hora de la verdad solo he sido una amiga de prestado. Por eso ya pasaba de encontrar a nadie. Vivía mi vida feliz, tras mi separación, esperando los papeles de mi divorcio, y estaba decidida a no dejar que nadie me amargara más la existencia. Por primera vez podía elegir qué hacer con mi vida, sin pensar en lo que mi padre o mi marido desearan que hiciera con ella.

Y allí estaba yo, con mucho miedo, pero decidida a comerme el mundo. A demostrar que las mujeres también podemos llegar dónde queramos y no dónde nos dejen los hombres, como dice mi padre una y otra vez, para recordarme cómo están las cosas en este mundo, estaba tratando de ser imprescindible en algo, dejar de sentir que si yo no existiera el mundo seguiría girando igual, que yo no aportaba nada, ni a nadie. Es lo que pasa cuando no tienes un sueño fijo, algo que te hace luchar por él. Que te remueve por dentro para aferrarte a tu sueño y pelear por lograrlo. Yo nunca he sabido qué hacer con mi vida y me sentí más perdida tras el fracaso de mi matrimonio, no sabía dónde ir, solo tenía locuras a las que aferrarme y por las que luché para no conformarme nunca más.

Y fue entonces cuando apareció Lusy, y mi vena masoquista, esa que no aprende tras tantos desencuentros con las de mi mismo sexo, le quiso dar una oportunidad. Como si una parte de mí, una vez más, esperara estar equivocada, y lo estaba. Lo supe enseguida, Lusy era diferente. Ella no me veía como a una rival, era una igual, y eso hacía que me abriera más a ella. Es increíble descubrir que cuando te has rendido, cuando piensas que nadie puede comprenderte, aparece alguien que acepta tus rarezas y te hace entender que no hay personas raras, sino seres incomprendidos que esperan que alguien vea la belleza en sus diferencias.

Al fin y al cabo no todos somos iguales y es normal que la amistad sea también así, que no todos encajemos con las mismas personas y seamos de igual forma.

Y aquí estoy, con este gran proyecto empresarial que, como se siga destruyendo, hará que mis ambiciones se vengan abajo una a una. Este hotel es lo único que tengo, y pienso demostrar a todos, que lo que se han empeñado en decirme, que no puedo lograrlo, lo voy a conseguir y seré la mejor hostelera… Tal vez eso es un poco ambicioso, pero mientras yo crea que puedo ser la mejor, me vale y me da fuerzas, me da igual no serlo. Necesito creer en mí, necesito dejar de pensar que todo esto se sostiene sin mí. Ya me costó mucho aceptar la ayuda de los hermanos O’Donnell, pero era eso o perderlo todo. No podía hacer esto sola, el problema es que cuanto más se meten ellos en el proyecto, más lejos me siento yo de este. Odio sentir esta inseguridad, por suerte he aprendido a ocultar, con sonrisas y mi falsa mascara de optimismo, que me puedo comer el mundo.

Solo quién me conoce bien es capaz de ver la realidad, como siempre supo verla Jesse… no, él no lo vio, si no nunca me hubiera dejado sola. Me recuerdo eso, ese dolor, esa traición, me dan fuerzas para mandar nuestros momentos pasados al lugar más recóndito de mi mente.

—¡O bajas ya o te juro que subo a por ti! —me ordena Lusy.

Sonrío y cierro mi cuarto, esperando que no se venga abajo el suelo por el que camino. Empiezo a bajar las escaleras y recuerdo algo, me enfado conmigo misma por volver a mi cuarto e ir a por la caja metálica de galletas que siempre llevo conmigo. La cojo como si quemara y, furiosa por no poder dejarla atrás, bajo las escaleras con cuidado, mientras pienso en los diarios que contiene esta caja. Los dejé de escribir hace años, guardan toda mi historia con Jesse. Sus secretos, los míos y cómo me fui dando cuenta de que había pasado de querer a mi mejor amigo a amarlo sin remedio.

No he podido releerlos como hacía antes, pero una parte de mí se aferra a ellos sabiendo que son lo único que queda de esos tiempos de felicidad.

Cuando llego abajo Lusy me abraza con fuerza. No sé si quién tiembla más es ella o yo. Bryan tira de nosotras hacia fuera de la casa y luego me quita de los brazos mis cosas para ayudarme con ellas. Loren también me abraza cuando ya estoy fuera.

—Estás horrible —me dice con su característica sinceridad.

—Gracias, como si no lo supiera.

—Te vienes a nuestra casa… —empieza a decir Lusy.

—No, no te lo tomes a mal, pero prefiero estar lejos de vuestra luna de miel. Prefiero quedarme en una de las casas rurales del pueblo mientras se resuelve esto.

—No…

—Lusy, estaré bien y con suerte pronto contrataré a alguien que repare todo esto.

—No hace falta que contrates a nadie. —Jesse aparece, se ha quitado la chaqueta y sacudido el pantalón, y aunque hay restos de polvo por lo que ha pasado antes en su cuerpo y cara, está increíblemente atractivo.

Odio darme cuenta de cómo le queda esa camisa azul arremangada, mostrando sus antebrazos, y en cómo se le ajusta a su torneado pecho. Los pantalones negros que lleva, que seguro que están hechos a medida, resaltan sus torneadas piernas. Recuerdo su comentario cuando mencionó lo que le gusta a las mujeres con las que se rodea, tiene estilo, y no me extraña, y aunque no debería molestarme, lo hace.

Aunque no quiera, recuerdo muy bien lo que era estar entre sus brazos, lo que sentía cuando estaba dentro de mí y su piel acariciaba la mía hasta no saber dónde empezaba y terminaba el otro. Recuerdo bien lo que era ser amada por Jesse.

Evoco cada instante que vivimos juntos en ese momento, y sé que otras ocuparon mi lugar, y duele, duele saber que cuando no tengo control sobre mí misma, mientras sueño, Jesse aparece en ellos en los recuerdos, dónde éramos felices juntos. Odio levantarme angustiada por estos, y tener que recomponerme cada día, porque esa vida ya nunca volverá. No me queda más remedio que recurrir al odio para poder seguir viviendo.

Aparto la mirada, y me centro en lo que ha dicho y no en su pelo negro que cae por sus cejas, y en esos ojos azules que tanto amé hace años.

Es imposible no fijarme en los cambios. En cómo su cara de adolescente ha dado paso a una de un hombre muy apuesto y sexy, muy sexy. En como esos labios que tantas noche me pasé devorando ahora me parecen incluso más deseables. No quiero darme cuenta de nada de esto, pero lo hago, y eso hace que frunza más el ceño de lo que suelo hacer cuando hablan de Jesse mis amigos.

Tengo que ser fuerte, no puedo dejar que los recuerdos me destruyan, me impongo mientras me encaro con Jesse.

—¿Por qué no hace falta que contrate a nadie? Esta es mi casa —Remarco el mi con énfasis.

—Fijo que se lía —añade Loren, que seguro está disfrutando de todo esto. Hace meses que no paraba de atosigarme para saber qué pasó entre Jesse y yo.

Miro con rabia a Jesse. Me jode tener que alzar la cabeza tanto para enfrentarlo. La última vez que lo vi ya era alto, pero no tanto, y ahora seguro que pasa del metro ochenta y cinco. Me fastidia esto y hace que mi rabia aumente. Le doy con el dedo en el pecho, cómo hacía de niña, y sé que le molesta, espero que siga siendo así. Por su mirada, que se ha tornado más enfurecida, sé que todavía vale esta pequeña tortura.

—A ver si te queda claro, chulito de playa. Yo decido qué se hace o se deja de hacer aquí. —Doy una vez más en su fornido pecho hasta que me sujeta la mano. Su contacto me quema. Aparto la mano asqueada por cómo me traiciona mi cuerpo.

—Te recuerdo que firmamos un contrato y en él tú ponías la casa y nosotros el dinero para las reparaciones, y te guste o no, somos socios en este proyecto, por lo que puedo llamar a quién me dé la gana. Y si tienes alguna objeción, contrata a un abogado y pierde el dinero para que te diga que tengo razón.

—Eres un imbécil —Sus ojos azules me miran, afilados. Me aparto, duele ver en lo que ha quedado nuestra amistad, pero también me da fuerzas para no olvidarlo nunca—. Que te den, Jesse O'Donnell, me meteré dónde haga falta, y como no me guste a quién has contratado le haré la vida imposible hasta que se marche de aquí.

—¡Cómo se te ocurra ser tan infantil y malcriada con quién quiera que venga, te juro que te haré la vida imposible yo a ti! —me responde con otra amenaza.

Nos miramos retadores hasta que Jesse se marcha sin dejarme tiempo para pensar una réplica adecuada.

—Joder, no me imaginé que las cosas estaban tan mal entre los dos. —Me giro para fulminar a Loren, que sonriente añade—: A esto se le llama tensión sexual no resuelta.

—Déjalo, Loren —le pide Lusy.

Recojo mis cosas, que las han dejado no muy lejos, y me marcho con Lusy, que sale tras de mí, y el bocazas de Loren sonriéndome a mis espaldas.

«Tensión sexual no resuelta». ¡Ja! Antes muerta que dejar que Jesse me toque un solo pelo.

2

Jesse

—Te has pasado. Nosotros no actuamos así, no somos así. —Miro a mi hermano, Bryan que me mira con su afilada mirada verde. Me ha seguido al restaurante y no ha podido callarse una vez hemos entrado a la zona en la que están nuestros despachos, lejos de oídos indiscretos—. Me importa una mierda lo que diga el contrato. Estamos los cuatro metidos en esto. Deja tus problemas personales fuera.

—Te aseguro que no hay nada personal en esto. Para mí solo es una piedra en mi zapato.

—Sigo sin comprender cómo puedes hablar tan mal de alguien a quién tanto quisiste hace años. Era tu mejor amiga, erais inseparables…

—Es mejor que siga así —le corto—. Cómo tú has dicho, mejor dejar lo personal lejos de todo esto. Y te aseguro que callarme hace que todo sea más fácil para todos.

—Sea lo que fuera que pasó hace siete años, ya es hora de pasar página, ¿no crees? Y si no lo haces, al menos compórtate como el buen empresario que eres y no como un capullo dictador.

Fulmino a Bryan con la mirada y me marcho a mi despacho, no quiero seguir escuchando. Me encierro en él y doy vueltas como si fuera un tigre enjaulado. Sé que he actuado mal, que por norma general no soy así, pero ha sido verla y revivir todo lo sucedido, todo el dolor.

Ya era malo cuando sabía que estaba por el pueblo, pero ahora que nos hemos visto, tras tanto tiempo, no dejo de pensar en lo que me hizo y en las ganas que tengo de echárselo en cara, cosa que no haré. No pienso dejar que vea cuánto me afectó.

Desde que la he visto no he dejado de recordar lo que sentía con ella entre mis brazos y lo completo que me sentía. Prefiero que piense que soy un estúpido arrogante sin sentimientos, a que se dé cuenta de que si la odio, es porque un día la quise como a nadie.

Ariadne

Entro en el cuarto que me han asignado, tras prometer a Lusy y a Loren que estaré perfectamente aquí, en este pequeño hostal, en el pueblo. Creo que han notado que necesitaba estar sola. Demasiadas emociones para un solo día. Solo quiero dormir y que todo esto haya sido un sueño.

Guardo mis cosas en el pequeño armario y busco ropa cómoda para darme una ducha bien caliente. Me meto bajo el chorro de agua caliente y pierdo la noción del tiempo. Cuando salgo de la ducha tengo la piel enrojecida por el calor. Me pongo cómoda y noto como la presión de lo sucedido me pasa factura. Tiemblo de miedo, estaba aterrada. No dejo de revivir la escena, y sola, en mi cuarto, no tengo que seguir haciéndome la valiente. Me siento en la cama y alejo las imágenes de mi caída; el problema es que las que más tengo en la cabeza son las de Jesse y lo que sentí al verlo.

Ya sabía cómo era en la actualidad, apareció en algunos eventos públicos con su hermano, y tiene alguna que otra foto por Internet que está a su lado, aunque si no miras bien no se aprecia que estaba cerca de Bryan. En persona es mucho más espectacular, dónde va a parar.

Siempre fue un niño guapo, esos ojos azules parecían dos joyas relucientes bajo esas negras pestañas y su pelo negro solo intensificaba su mirada. Ahora es todo un adonis de ángulos perfectos y con un cuerpo de escándalo, de esos que te piden ser acariciados sin olvidar un centímetro de piel.

Cuando empezamos a salir y acepté que estaba enamorada de mi mejor amigo, sabía que un día sería uno de los hombres más atractivos que tuviera la suerte de conocer. Sobre todo cuando sonreía, cosa que solo sucedía cuando yo estaba cerca. Me encantaba robarle sonrisas, ver cómo a mi lado sus preocupaciones y las mías quedaban olvidadas. Me gustaba que a él le sucediera lo mismo que a mí y que juntos encontráramos la vía de escape que tanto necesitábamos.

Por eso, cuando se fue a la Universidad, supe que todo cambiaría entre los dos, la distancia no me gustaba y saber que otras mujeres desearían a Jesse, tampoco. Y al final, tuve razón, de una forma u otra la distancia nos pasó factura.

Mi mente recuerda la última vez que estuvimos juntos como pareja. Cómo me besó en los labios tras decirme que me amaba. Ya que querernos siempre nos habíamos querido, siempre habíamos sido amigos, pero amarse es algo reservado solo para los amantes. Así se lo dije la primera vez que le dije «te amo», y entre risas lo aceptó. Eso tras llamarme ñoña, romántica y mil cosas más. Era lo malo de que mi novio fuera mi mejor amigo y alguien con quién había crecido. Que entre besos románticos y palabras dulces, había bromas y piques. A mí me encantaba. Era feliz… y luego todo se torció.

Aun hoy me cuesta aceptar que fuera capaz de hacer algo así.

Es mejor que no lo olvide. Si de verdad me hubiera amado como decía, nunca me hubiera hecho lo que me hizo.

💚💙💛

Voy hacia la cafetería del pueblo, paso de mirar los horarios de Jesse; ya nos hemos visto, si no quiere verme que se marche del pueblo o cierre los ojos. No pienso dejar que condicione más mi vida. Él se ha saltado las normas al contratar a otro jefe de obra sin preguntarme.

Me pido un café doble y un bollo. Esta noche casi no he dormido, primero porque soñé con Jesse, me abrazaba muy fuerte hasta que se apartaba y me caía sin que nadie detuviera mi caída. Estaba sola mientras me precipitaba al vacío sin freno y entre gritos todo se tornó negro.

Me tomo lo que he pedido y me marcho hacia el despacho de cierto prepotente que tengo muy pocas ganas de ver, pero que me va a escuchar, debo dejar claro mi espacio.

Entro en el restaurante, ese que casi no he visto ni disfrutado, porque era una de las normas de Jesse para firmar conmigo como socia. Pregunto por su despacho y me indican dónde está. Voy hacia él y abro la puerta sin llamar, ¡que le den!

Se sobresalta en cuanto la puerta choca con la pared. Está al teléfono y me fulmina con la mirada nada más entrar, cierro la puerta ignorándole. Sus ojos azules se tornan más oscuros. Noto cómo le tiembla una ceja, y por su cara sé que no le hace ninguna gracia tenerme aquí delante. ¡Bien, me alegro!

Lleva un traje chaqueta, que una vez más, parece que se lo han hecho a medida. Ahora mismo parece un modelo, más que un joven empresario. No debería fijarme en eso, ni apreciar sus morenas manos cuando cuelga y me enfrenta con la mirada.

—¿Acaso en tus colegios de pago no te enseñaron a llamar a la puerta? —me increpa, rojo de furia.

—Ya sabes que sí… o no, porque si me conocieras nunca me hubieras hecho lo que hiciste. —Le palpita la vena del cuello, está cada vez más enfadado, genial. Me siento delante de su mesa.

—Te recuerdo que teníamos unas normas.

—Normas que tú ayer mandaste a la porra cuando, sin mi permiso, contrataste otro jefe de obra. —Jesse me mira como si supiera algo que yo ignoro, o como si se creyera mejor que yo. Se nota que ante mí está el jefe prepotente que es y del que tanto ha hablado Loren—. No me mires así.

Me mira intrigado.

—¿Así como? —Y sin más parece relajado. Como si yo fuera su presa y supiera que tiene la batalla ganada.

Trago con dificultad, odio que me intimide.

—Como si fueras un cazador y yo la presa. Pues te aseguro que morderás en hueso. No pienso quedarme sin luchar por lo que es mío. Te lo advierto O'Donnell, no pienso ceder ante ti en nada.

Nos retamos con la mirada. Ninguno va a ceder ante el otro, lo veo claro. Por suerte para nosotros el teléfono nos da una tregua, Jesse lo coge, y le dice al interlocutor que ahora le llamará.

—Tengo trabajo que hacer —me dice tras colgar—. Supongo que has venido a preguntarme a quién le he encargado el trabajo de restauración. En tu lugar es lo que yo haría.

Me molesta que me hable como si yo fuera una incompetente que no sabe cómo hacer su trabajo. Odio que me recuerde mi inseguridad, algo que él sabe perfectamente.

—Pensaba hacer eso. Si no, te aseguro que tengo mejores cosas que hacer que ver tu fea cara.

—Hace años no opinabas igual.

—Los gustos cambian. Y lo que antes era bello, ahora es solo una visión de lo que fue antaño.

Jesse sonríe de medio lado haciéndole parecer más atractivo. Aparto la mirada molesta por apreciarlo. Me tiende unos papeles que tiene a mano.

—Aquí está todo redactado. Llegará a las doce. Hasta entonces… —Me señala la puerta con la cabeza—. Tengo muchas cosas que hacer.

—Que te jodan, Jesse —le digo cogiendo los papeles y saliendo de su despacho.

Cierro la puerta, me apoyo en esta, aturdida por lo vivido, y por cómo su mera presencia me altera hasta el punto de que mi corazón olvida latir de manera normal.

A las doce en punto estoy esperando en la puerta de mi hotel rural a que aparezca el jefe de obra. He estado leyendo lo que me ha pasado Jesse y me ha tranquilizado saber que es el mismo que reconstruyó su restaurante. El informe es muy bueno, no esperaba menos de Jesse, siempre fue muy meticuloso con todo lo que hacía. Él era el perfecto de los dos, yo la chica imperfecta.

Jesse se afanaba en demostrar a su padre su valía, aunque este prefiriera ignorarlo.

A mí nunca me importó que a Jesse le costara menos estudiar que a mí. Él nunca me hacía sentir inferior. Me hacía ver que la perfección está sobrevalorada y que cuando crees que alguien no tiene ninguna tara, si lo miras de cerca, descubres que está cubierto de ellas y que solo se esconde tras sus talentos para que nadie vea sus defectos. Jesse, ya desde joven, se escondía en los estudios, era su refugio. Hasta que yo aparecía y él me hacía sentir que, en esos instantes que estábamos juntos, yo era su mundo como él lo era del mío.

Noto cómo los ojos se me humedecen por recordar ese lado de Jesse. Pienso en él ahora, en la frialdad con la que me ha mirado antes, como si fuera superior. Y pienso que aunque esté lejos de ser perfecto, se cree mejor que el resto e intocable.

Escucho unos pasos que me hacen centrarme en lo que tengo entre manos y pongo en marcha todos mis escudos para que nadie note mis inseguridades, mucho menos Jesse. Me giro, y veo llegar a Jesse con las gafas puestas. Lo odio porque está espectacular, porque no puedo dejar de admirar cómo le queda el traje, y porque aunque me joda reconocerlo, nunca he deseado a nadie como lo deseo a él y eso me enfurece. Más porque ni el paso del tiempo, ni lo sucedido entre los dos, me ha hecho olvidar lo que sentía al estar entre sus brazos, dejándome llevar por la pasión.

Jesse

Miro tras mis gafas a Ariadne. Me cuesta mucho mostrarme impasible ante ella y que no vea el dolor en mi mirada. Que solo vea frialdad cuando en verdad siento tantas emociones bullir en mi interior.

No soy tan indiferente ella como me gustaría, y aunque me joda, sigo siendo muy consciente de su persona cuando está cerca y de cómo reacciona mi cuerpo ante su presencia.

Hoy, sin el polvo de la obra, he podido apreciar mejor sus cambios. En su cara ya no queda nada de esa joven de casi dieciocho años. Tengo ante mí a una mujer de atrayentes curvas y seductora mirada. Su pelo cobrizo cae por su espalda y brilla bajo este sol de septiembre un poco más oscuro que antaño, sacándole reflejos más rojos, más vivos. Cuando éramos niños le decía que era mi amiga de fuego. Nunca imaginé que su fuego me quemaría a mí.

Lleva unos vaqueros ajustados de cintura alta que se ciñen a sus piernas y realzan su trasero, que aunque me moleste admitirlo, no he podido evitar observar, y ver lo respingón y atrayente que es, algo que ya era así hace años. O en sus pechos, que aunque antes para mí eran perfectos ahora se ven más llenos bajo ese sujetador de encaje azul oscuro que se le insinúa bajo la ropa.

Me gustaría jurar que no la he mirado con deseo, y me he lamentado cuando he sentido que este me atizaba cuando la tuve en mi despacho. Odio este efecto que tiene en mí tras tantos años.

Pero es solo deseo y el deseo no es importante, este siempre se acaba por extinguir. El amor es el que me da miedo, ya que cuando te toca es complicado que se extinga del todo. Por eso me convenzo de que en realidad nunca lo he sentido. Es mejor eso que aceptar que llevo siete años tratando de olvidarla.

Escuchamos el motor de un coche. Nos giramos hacia dónde provine y vemos un coche de alta gama negro parar cerca de nosotros. De la puerta del conductor sale un hombre más o menos de mi edad, de cabellos rubios y ojos marrones que conozco, porque alguna vez se ha pasado por aquí. Lo que me inquieta es qué hace aquí hoy.

—¿Ricky? —Me giro y veo como Ariadne le sonríe y cómo va hacia él, que al verla no puede ocultar una gran sonrisa, la coge para abrazarla fuertemente, como quien se conoce muy bien y se ha echado de menos. ¿Qué demonios significa esto?

Enfurecido ante mi reacción por este abrazo, aparto la mirada.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Ariadne.

—Eso mismo iba a preguntarte yo, hace tiempo que no nos vemos.

—Ya… he estado ocupada.

—Demasiado, por lo que veo, para no acordarte de los amigos.

Por la forma en que lo dice está claro que Ricky no la ve como una amiga. Me giro al tiempo que veo cómo Ariadne le sonríe sonrojada.

—Pensé que vendría tu padre —le digo tendiéndole la mano para estrechársela y que dejen de coquetear ante mis narices.