Venus, antología romántica adulta 2016 - Moruena Estríngana - E-Book

Venus, antología romántica adulta 2016 E-Book

Moruena Estríngana

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Beschreibung

Once historias que hablan del amor más coqueto, el más pasional, el que llega sin pretenderlo, el amor libre entre dos personas del mismo sexo, el amor que nace entre las ondas de radio, el amor que te arranca una sonrisa. Una antología fresca y excepcional. Once escritores les convierten en espectadores de grandes historias de amor que les van a emocionar con cada uno de sus protagonistas. El relato romántico busca despertar el optimismo en nosotros y mostrar el amor como un sentimiento fuerte, libre, que nos colma, que nos impulsa y motiva. Muchos lo buscan, otros lo pierden, lo desean y hasta lo odian, pero a todos ¡nos hace sentirnos vivos! Con esta antología hemos querido transmitirles esas sensaciones. El amor surge por encima de cualquier circunstancia, de cualquier creencia, sin distinción de sexos o géneros, entre los sitios más pequeños y cotidianos donde el amor puede encontrarnos con una mirada, con una palabra, con una sonrisa. Les invitamos a compartir la historia de once parejas, once formas de vivir, once formas de amar, once formas de encontrar un sentimiento: Amor. Relatos y autores Jon Snow, la abeja Maya y la faja de Beyoncé de Altea Morgan (Des)vestirse de Leyre de Ana María Draghia Asignatura pendiente de Brianna Callum Es difícil decir lo siento de Mª Gloria Losada Sakura de Gonzalo García Echarren La cita de los jueves de Helena Nieto El café de Laura de Laura Morales Preciosa luna de María Elena Tijeras Lo quiero todo de ti de Moruena Estríngana A beautifull lie de Nari Springfield Si es contigo… de Nut

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Índice de contenido
Entradilla
Créditos
Dedicatoria
Índice de relatos
Prólogo
Jon Snow, la abeja Maya y la faja de Beyoncé
Bio Altea Morgan
Relato
(Des)vestirse de Leyre
Bio Ana María Draghia
Relato
Asignatura pendiente
Bio Brianna Callum
Relato
Es difícil decir lo siento
Bio María Gloria Losada
Relato
Sakura
Bio Gonzalo García Echarren
Relato
La cita de los jueves
Bio Helena Nieto
Relato
El café de Laura
Bio Laura Morales
Relato
Preciosa luna
Bio María Elena Tijeras
Relato
Lo quiero todo de ti
Bio Moruena Estríngana
Relato
A beatiful life
Bio Nari Springfield
Relato
Si es contigo...
Bio Nut
Relato
Más Nowevolution

.nowevolution.

Título: Venus.

Antología romántica adulta - 2016.

© 2016 VV.AA

© Portada y Diseño Gráfico: Nouty.

Director de colección: JJ WeBeR.

Directora y coordinadora de la antología: Mónica Berciano Ramírez.

Corrección: Sergio R. Alarte.

Colección:Volution.

Relatos y Autores:

© Jon Snow, la abeja Maya y la faja de Beyoncé de Altea Morgan

© (Des)vestirse de Leyre de Ana María Draghia

© Asignatura pendiente de Brianna Callum

© Es difícil decir lo siento de María Gloria Losada

© Sakura de Gonzalo García Echarren

© La cita de los jueves de Helena Nieto

© El café de Laura de Laura Morales

© Preciosa luna de María Elena Tijeras

© Lo quiero todo de ti de Moruena Estríngana

© A beautifull lie de Nari Springfield

© Si es contigo… de Nut

Primera Edición Mayo 2016

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2016

ISBN: 9788416936052

Edición digital noviembre 2016

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

www.nowevolution.net/ Web

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nowevolutioned / Facebook

nowevolution/ G+

Índice

Jon Snow, la abeja Maya y la faja de Beyoncé.

- Altea Morgan.

(Des) Vestirse de Leyre.(Des)vestirse de Leyre.

- Ana María Draghia.

Asignatura pendiente.

- Brianna Callum.

Es difícil decir lo siento.

- Mª Gloria Losada.

Sakura.

- Gonzalo García Echarren.

La cita de los jueves.

- Helena Nieto.

El café de Laura.

- Laura Morales.

Preciosa luna.

- María Elena Tijeras.

Lo quiero todo de ti.

- Moruena Estríngana.

A beautifull lie.

- Nari Springfield.

Si es contigo…

- Nut.

Prólogo

Los amantes de la literatura romántica entendemos el género en base a lo que más nos atrae o con lo que mejor conectamos, ya sea con los grandes clásicos de Jane Austen, con autoras tan prolíficas como Corín Tellado o con la enorme cantidad de autores que a día de hoy llenan las estanterías de nuestras librerías habituales. Pero independientemente del autor al que leas, hay algo en esas historias que nos mueve, que nos emociona y que por supuesto nos enamora. Más de una vez me han dicho que leer una novela o un relato de este género no tiene misterio alguno porque ya saben cómo terminará. Y sí, puede que el final de una novela romántica sea más que predecible pero, ¿y lo que hay dentro? Lo que le da vida a la romántica no es el final, sino la historia que se cuenta, los personajes que la componen y, por supuesto, el trocito de alma que el autor plasma en ella. Y en esta antología tenemos once almas, once historias donde el amor es el protagonista indiscutible de cada una de ellas.

El relato es la forma más rápida de transmitir historias, de condensar todo lo que se quiere contar y exponerlo al lector, de compartir con ellos lo que se siente y llegar a conectar con unas pocas páginas. Y no es fácil. Como autora siempre tiendo a extenderme, porque cuanto más conoces a los personajes, más conectas con ellos y más posibilidades tienes de encontrar algo que te haga pensar: «¡Anda! Yo me he sentido así alguna vez». Por eso siempre he admirado a aquellos autores que son capaces de hacer relatos cortos que te llegan al alma y personajes que, con tan solo aparecer, entran a formar parte de tu vida. Por eso es un honor para mí poder compartir espacio con todos estos artistas.

Podría hablar del proceso de selección, pero creo que es mejor decir que durante ese proceso aprendí mucho. Aprendí que el amor puede ser comprendido de diferentes maneras, que el amor no tiene edad, que el amor nos conecta seamos de donde seamos y que es, al fin y al cabo, el idioma universal. Por eso te digo a ti, lector, que disfrutes del amor que destila esta antología, que te dejes envolver por los sentimientos de los once autores que la componen, que rías, te emociones y conectes con sus protagonistas, porque tras todo eso se encuentran once personas que han dejado una parte de su corazón en estas páginas. Te digo a ti, lector, que disfrutes de cada página y de cada palabra y que sonrías, porque si el amor es el idioma universal, la sonrisa es el lenguaje del alma.

Mónica Berciano Ramírez

Resumen

Jon Snow, la abeja Maya y la faja de Beyoncé

Altea Morgan

Nació en Murcia en la Nochevieja del año 1983, el último que nevó. De pequeña, se escondía en la biblioteca de sus padres por pura timidez, y, por causa de fuerza mayor, comenzó a leer los libros que tenía a su alcance. Con los años, cursó Derecho y un máster de investigación, especializándose en Historia del Derecho. Durante años escribió relatos de terror y de ciencia ficción; no eran su verdadera vocación y pronto quedaron olvidados. Encontró la pasión por escribir gracias a los fan fics de corte romántico y de aventuras.

Tras haber publicado más de una docena, supo que debía comenzar con su propia historia el día que dio su permiso para que se tradujeran al inglés y al portugués. De esta forma, comenzó a escribir su propio libro que, recién salido del horno, quedó finalista en el V Premio de Novela Romántica Vergara. En la actualidad, sigue viviendo en su Murcia natal, donde, para su desconcierto, continúa sin nevar.

JON SNOW,

LA ABEJA MAYA Y LA FAJA DE BEYONCÉ

Carretera camino a la urbanización Brujas,

21 de agosto de 2015.

«Las gordas no son felices. No, no y no. No son para nada felices».

Ese era el pensamiento de Maya, en su coche, mientras se dirigía a la playa. En concreto, a la urbanización donde dos de sus mejores amigos iban a contraer matrimonio. De camino a uno de los días más importantes de la vida de su amiga, Maya se sentía una desgraciada. Y la culpa era solo suya. Hacía ya más de tres meses que no se pesaba. La última vez el susto fue tal, que decidió olvidarse de hacerlo por un tiempo.

«Ochenta kilos».

En aquel aciago momento, frente a la acusadora báscula, supo que ante sí se desplegaban dos opciones: comenzar un régimen intensivo, acompañado de ejercicio y tener una mala leche que llegara a la Luna; o aceptarse.

Maya había optado por quererse, ya que nadie más lo hacía.

Con un plan de comer menos calorías innecesarias —chocolate, chucherías, leche condensada, dulces…— hacer vida sana y algo de deporte, había llegado hasta la boda de Eva y Darío. No se había pesado, por supuesto, pero la ropa le sentaba mejor. Dos días antes había sido feliz. Veinticuatro horas antes, consciente de su sobrepeso, también había sido feliz. El problema había sido salir de compras con la novia la tarde antes de su enlace.

El objetivo, para las dos, había estado claro: bikinis. Eva era de ese tipo de persona delgada que no le daba importancia a los kilos. Ni los tenía ni le molestaban. Habían paseado tienda por tienda, mientras Maya, todavía contenta consigo misma, la había observado feliz buscando la ropa ideal para después de la ceremonia. Pues su amiga había planeado una boda ibicenca cerca de la playa, que se extendería todo el fin de semana.

El problema había llegado con el primer bikini.

—Vamos, tonta, solo tenemos que buscar tu talla —había dicho Eva con una sonrisa radiante.

—No es el tipo de bañador que estoy buscando. Piensa que yo no me puedo meter ahí —había comentado Maya a la par que había sostenido un minúsculo trozo de tela que vendían por 19,99 euros… ¡la parte de arriba!—. Conozco mi cuerpo y mi peso —había mentido—. No me puedo poner eso.

—¡Tonterías! Solo hay que buscar tu talla.

Una vez la hubieron encontrado, habían decidido acudir al vestidor. Dentro Maya se había desnudado dejando a un lado su vestido holgado, y la cara de Eva había cambiado. Al probarse el bikini, el único comentario de la futura novia había sido:

—Sabes que yo no te voy a mentir…

No había hecho falta más.

Habían visitado dos tiendas y, en la tercera, habían dado con lo que Maya había bautizado como un «bikini de gorda». En la parte del pecho habían cosido una tela que tapaba la barriga, como un top. Solo había faltado que la braga hubiese sido pantalón, y ya habría podido cubrir todas sus vergüenzas. Pero, para colmo de males, no quedaban de su talla.

Derrotadas y agotadas, Eva había tenido una genial idea:

—No te preocupes, tía. Mañana te llevas unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes de licra. Si alguien pregunta: has perdido tus bikinis. Todos saben que eres un poco desastre.

Y así se encontraba ella esa mañana de agosto. Deprimida en su coche pensando que el dicho de que los gordos debían ser felices era, además de una falacia, una tontería.

El GPS del teléfono móvil la dirigió al lugar de la ceremonia sin ningún percance. Bendita tecnología. La boda de Eva y Darío estaba planeada como una celebración de fin de semana completo para amigos y familiares. Así que había traído ropa de toda índole, salvo, por supuesto, un bañador.

Aparcó el coche en un descampado cercano y con solo salir la brisa marina le rozó la cara. Se adueñó de ella por completo. Adoraba el olor a playa. El mar era un espectáculo en sí mismo. Si pudiera escabullirse, se iría sola a disfrutar de las olas.

—¡Maya! —La voz de Darío le arruinó el instante de comunión con la naturaleza—. Me alegra mucho que hayas llegado. Eva está de los nervios.

El futuro marido de su amiga era maravilloso, un hombre encantador. Y también el compañero de Maya en el despacho de abogados donde trabajaba. Los había presentado una noche hacía ya dos años, y no se habían separado desde entonces.

—¿Qué ocurre? —preguntó. Seguro que con la exageración de su amiga habría activado el nivel de alarma DEFCON 3 por una arruga en su vestido.

—No lo sé. He escuchado griterío y me estoy escondiendo con Jon.

Darío señaló a su amigo que, por supuesto, no se llamaba Jon. Era una broma entre ellos que duraba demasiado. Y lo cierto era que Maya no tenía ni idea de cómo se llamaba en realidad, para ella era Jon. Al parecer, un amigo de ambos había señalado que se parecía a Jon Snow, de la famosa saga de libros, pues, por aquel entonces, había mantenido una relación con una pelirroja marisabidilla que siempre lo dejaba en evidencia. Su Ygritte particular era todo lo contrario que Maya: alta, guapa, delgada y pelirroja. La relación entre ambos había sido alternativa; rompiendo y volviendo cada poco tiempo. Hasta que hacía escasos tres meses ella se había marchado a vivir a Suiza y había dejado a Jon.

El aludido levantó dos botellines de cerveza, que chorreaban por el calor, y sonrió de oreja a oreja. Tras dejar a su antigua pareja —novia sí, novia no—, se había dejado crecer el pelo y la barba. Era todo lo parecido a Jon Snow que pudiera ser; en concreto, muy poco. A Maya le caía realmente bien, aunque por muy atractivo que le pareciese, no dejaba que su cabeza albergara ningún sentimiento amoroso por él. Era inalcanzable. Pero le gustaba hablar con Jon. Y en los últimos meses, habían llegado a tener mucha confianza gracias a los preparativos de la boda de sus amigos. Pues si Maya era la mejor amiga de Eva, Jon lo era de Darío.

Levantó la mano a modo de saludo y le prometió al futuro marido que intentaría ayudar a su amiga en todo lo posible. De este modo, observó cómo los dos, en traje de baño, se marchaban charlando hacia la playa. Deseó poder hacer lo mismo, pero se encontraba ante dos inconvenientes: uno, ella no tenía bañador, y dos, su amiga se hallaba en crisis.

Recogió su maleta con ruedas, cerró el coche y se adentró en la casa. En el patio principal el equipo de catering preparaba las mesas. En una esquina sombreada habían colocado un pequeño altar de madera, donde, esa noche a las ocho de la tarde, el primo de Darío —concejal del ayuntamiento— los casaría en una ceremonia civil. Eva le había pedido a Maya que leyera algo especial. Se había devanado los sesos para poder escribir un texto bonito. No lo consiguió. Por eso hablaría de su amor uno de los maestros: Mario Benedetti, pues había decidido recitar «Hagamos un trato». Vale, sí, no era lo más original del mundo, pero era bonito y emotivo, lo que todo el mundo deseaba en una boda.

Entró en la casa y subió las escaleras hasta el segundo piso de donde provenían voces, algunas más altas que otras.

En la habitación principal colgaba de un armario el vestido de boda ibicenco de Eva. Mientras, ella, roja como un tomate, gritaba a su madre. Entre tanto, Vicky, peluquera de profesión, que estaba atravesando una etapa de rubia despampanante de piernas kilométricas, aburrida se repasaba las uñas. En la cama, sentada y observando la escena, se encontraba Andrea, amiga de la facultad de Eva, con la que Maya nunca había tenido una buena relación.

Eva y Maya habían sido amigas desde su más tierna infancia. Juntas hasta la facultad, donde se separaron. Sus distintos horarios y amistades habían sido incompatibles durante un tiempo. Hasta que, por arte de magia, habían vuelto a ser como uña y carne. Aunque entre la uña y la carne, en ocasiones, se encontraba la mugre, y en su caso, su nombre era Andrea.

La compañera de facultad de Eva era un lince para los idiomas, trilingüe y con una carrera brillante como directora de banco. Morena con los ojos azules y demasiado guapa, resultaba un peligro. Y según le había contado Eva, en ese fin de semana había decidido echarle el guante a Jon. Maya sabía que el pobre tendría pocas posibilidades de escapar —como si las necesitara—. Pasaría de tener una Ygritte a ser el consorte Elizabeth Bathory.

—Maya —dijo Mari Ángeles, la madre de Eva, con ojos suplicantes—. No te quedes en la entrada, pasa.

—Hola a todas —saludó—, ¿qué ocurre?

Entre hipidos, lágrimas y parones bien estudiados para dar pena, Eva le contó que su madre había perdido las alianzas. Eran su regalo para Darío, había querido que fueran una sorpresa, con dos frases empalagosas que habían mandado grabar en el interior. Era lo más romántico que su amiga haría por nadie.

—De camino he visto un centro comercial abierto. Puedo ir y comprar nuevas alianzas. —Se ofreció Maya. Total, poco podía hacer sin bikini, y no habría boda hasta que Eva se calmara y el problema estuviera resuelto.

—¿Lo harías? —preguntó su amiga extasiada—. ¿Sí? ¿Sí? ¿Sí?

—Claro, no me cuesta nada. Tengo el coche abajo.

—Menos mal que ha venido Maya a solucionar el problema —comentó, desde la cama y con desgana, Andrea—. Siendo así, me bajo a la playa.

Con un contoneo de caderas, se despidió con la mano y se marchó en busca de diversión. Vicky se encogió de hombros y se acercó a ella.

—Estaba deseando que llegaras para poder ir a la playa. Estaba convencida de que tú te ofrecerías a ayudar. Ya sabes cuál es su objetivo de este fin de semana, ¿no? —Maya asintió con la cabeza—. Pues eso, ve a por algún anillo, el que sea. Yo me quedaré preparando a la novia.

—¿Ya? ¡Pero si faltan cinco horas!

—¿Faltan solo cinco horas? —gritó Eva desde la esquina—. Vete ya, por Dios, que todavía te falta vestirte y todo. Deja aquí la maleta, la cuido yo… o alguien.

Con un empujón y un beso la echó de la habitación.

No era mal plan para esa tarde: buscar alianzas. Podría ser peor si tuviera que comprarse un bikini.

Bajó al patio, donde se podría freír un huevo sin dificultad. Sus chanclas de playa ardían a cada paso, y agradecía haber decidido ataviarse con un vestido corto. Aunque creyera que tenía patas de elefante y barriga de embarazada de cien semanas.

—¿A dónde vas? —preguntó Jon, justo antes de poder alcanzar su coche. Volvía de la playa con las dos cervezas vacías.

—A solucionar el gran problema. —Sonrió y se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, me dedico a eso.

—¿Y cuál es el gran dilema? Si puede saberse… —Cuando Jon acabó de hablar, Maya lo sintió demasiado cerca de ella. Lo achacó a que se encontraba en el único rescoldo de sombra en kilómetros.

—¿Puedes guardar un secreto? —Con un gesto afirmativo de cabeza y una sonrisa que podría haber sido portada de revista, le dio a entender que sí. ¿Quién era ella para dudar ante tal fila de dientes?—. Eva, o su madre, o ya no sé quién, ha perdido las alianzas. Así que me voy al centro comercial para intentar encontrar dos anillos adecuados.

—Pues te acompaño —dijo Jon, sin dejar de sonreír.

El camino hacia el centro comercial pasó entre risas y bromas. Una vez dentro fue aún mejor. Le encantaba hablar con Jon. Tenían muchas aficiones en común, y eso hacía que Maya en un pequeño, minúsculo rescoldo de su corazón, hubiese preferido ser algo más que amigos.

—Creo que deberíamos de comprarles el anillo de la calavera y de la mariposa que hemos visto en la tienda de al lado —comentó Jon entre risas.

—Yo también lo creo. Seguro que pega con su boda pija-ibicenca.

—¿Boda pija-ibicenca? —Levantó las cejas y compuso cara de sorprendido—. No lo habría descrito mejor… Hay que ponerle un poco de rock and roll al evento.

Acto seguido entró como un loco a la tienda de adolescentes suicidas donde habían contemplado los anillos. Maya tardó en reaccionar unos instantes. Siguiendo con la vista a Jon divisó «el bañador de gorda», del que no encontró su talla el día anterior. Su acompañante se encontraba ocupado eligiendo los anillos más horteras del mundo. Lo supo por el gesto de heavy con el puño cerrado y dos dedos fuera. Maya sonrió y se escabulló hacia la otra tienda.

No había gordas en kilómetros a la redonda, pues encontró su talla a la primera. Lo compró sin probárselo y pagó lo más rápido posible, para esconder la ropa delatora en el bolso. Nada más cruzar la puerta, se encontró con Jon en la entrada.

—¿Has aprovechado un segundo de despiste para comprar ropa?

—Algo así, no preguntes. Cosas de mujeres.

—Está bien, pero admira mi obra. —De la bolsa surgieron dos anillos horrendos—. Son perfectos, ¿verdad?

—¿En serio quieres que me presente delante de Eva y le diga que esas son sus alianzas de boda? De la histérica Eva… nada más y nada menos.

Jon rio encantado, Maya también. Cuando se calmaron, él señaló una joyería cercana. Juntos eligieron unos lindos anillos de boda. Al momento, pudieron grabarles la fecha y los nombres. No eran las frases de Eva, pero servirían para la ocasión.

A las ocho menos veinte, Maya se estaba colocando una faja. —«La faja de Beyoncé, tía», le había dicho Eva. Sí, claro, porque Beyoncé necesitaba una faja—. Era una tortura, pero hacía que todo se colocara en su sitio. Como precaución se plantó encima otra más, que cubría las piernas hasta medio muslo. Parecía una morcilla lista para ser cocida. Podría ser peor.

El vestido que había elegido era sencillo. Con un pequeño escote y tirantes anchos. El largo le llegaba hasta mitad de la pantorrilla, tapando parte de sus piernas de elefante. A juego había elegido un bolso donde solo podía guardar unos pañuelos. Cuando había sido fumadora era muy cómodo, tras abandonar el vicio, lo llevaba de adorno.

Su problema con los kilos de más había llegado con la pérdida del tabaco. Una mañana se había levantado y le habían dolido los pulmones al respirar. Así, había pasado de una talla 38 a una talla 46. Aunque, desde hacía un par de meses, en algunas tiendas fantásticas podía comprarse hasta la 42. No se arrepentía, ni un solo día, de haber dejado de fumar.

Observó su imagen durante segundos en el espejo. No le gustaba su reflejo. Suspiró y decidió pintarse un poco: base de maquillaje, colorete y pintalabios. El pelo ya se lo había arreglado Vicky a la perfección.

Dos minutos de reloj después, se encontraba junto a su amiga. Eva era preciosa, y el traje le sentaba como un guante. Iban a celebrar su segunda boda, y Maya creía que esta vez, de verdad, había encontrado el amor. Con treinta años, uno más que Maya, su vida se presentaba maravillosa.

La ceremonia fue emotiva y divertida a partes iguales. Cuando le tocó el turno de leer, a Maya le tembló la voz, pero recitó con respeto y amor las palabras de Mario Benedetti.

En el intercambio de anillos fue Jon quien decidió hacer los honores y les entregó los de broma. Especificó ante los invitados que la calavera demoniaca con ojos llameantes era para Darío, y que la mariposa rosa gigante para Eva. Su amiga estuvo a punto de desmayarse. Ante las risas del público asistente, Darío estuvo a punto de continuar la ceremonia con semejante disparate. Jon no dejó que la broma llegase a más y les ofreció las verdaderas alianzas.

La cena se organizó como un catering donde los invitados paseaban libremente. Maya pasó un buen rato con sus amigas. Eva le agradeció todo lo que había hecho por ella, salvo, por supuesto, la broma. Pasadas las dos de la madrugada bajaron a la playa. Algunos más borrachos que otros bailaban y cantaban con la guitarra de Gabriel, un amigo en común que siempre amenizaba las noches con sus canciones.

Maya se sentó en la arena. Entre que no había comido mucho y las dos fajas, se sentía algo mareada. Seguro que tendría el cuerpo lleno de marcas rojas, pero nadie lo iba a ver de todas formas.

—Creo que esto es para ti. —Jon se sentó a su lado y le entregó el anillo de mariposa.

Sin camisa ni zapatos, solo con un pantalón de lino blanco, con el pelo suelto y una sonrisa dibujada en la boca, parecía la verdadera imagen de un ángel caído.

—¿Y eso? —preguntó Maya mientras se colocaba el anillo en el dedo.

—¡Por la broma de esta tarde! —Chocó su vaso de tubo con el suyo, y ella se dio cuenta de que en la mano de Jon brillaba la calavera.

—¡Por la broma de esta tarde!

Brindaron y bebieron entre risas. No se habían dirigido la palabra en toda la noche. Y en ese momento no les hacía falta más, solo la complicidad de sus ojos. A lo lejos escuchaban la música en directo y las risas de los demás.

—Me gusta el vestido que has elegido. —Ante tal comentario, Maya alzó las cejas—. No es el típico traje de putón como el que llevan las demás, es original.

—Nuestra Maya es muy original —comentó Andrea, sentándose al lado de Jon.

Era como una araña. La había visto tejer alrededor de su presa casi toda la noche. Coqueteaba con él, se reía, se tocaba el pelo y se hacía la interesante. Por supuesto, estaba segura de que esa noche la condesa Bathory conseguiría a su víctima. Bueno, tal vez no fuera una víctima en el sentido estricto de la palabra.

—Gracias a los dos —respondió en voz baja.

—Hace una noche maravillosa, ¿no creéis? —preguntó la condesa mientras se agarraba al brazo de Jon—. Creo que hace el tiempo perfecto para bañarnos a la luz de la luna.

No le dio tiempo a contestar cuando Andrea, haciendo alarde de piernas y de cuerpo, se desvistió y se quedó en ropa interior. Jon sonrió y se levantó de un salto.

—Vamos —le dijo a Maya ofreciéndole su mano.

—No, no. Yo no.

—¿Por qué no?

«Porque llevo dos fajas y parecería una ballena».

—No me apetece.

—Vamos, no seas aguafiestas.

—Si la chica no quiere, déjala. Ya nos divertiremos nosotros.

Andrea tiró del brazo de Jon, y juntos se metieron al agua. Maya se levantó con intención de dirigirse a su habitación. Le sorprendió que, en un último vistazo a la playa, creyera ver que Jon la seguía con la mirada. El alcohol había afectado su cerebro.

Caserío Las aguas brujas,

22 de agosto de 2015.

El bañador de gorda no le quedaba tan mal. Había pasado de ballena madre a cría de ballena. Como una estúpida, había pasado la mañana pensando en que Jon había acabado en la cama de Andrea, lo cual era de esperar. Y se estaba mortificando.

Ese pequeño, minúsculo espacio en su corazón, se había hecho un poco más grande cuando la noche anterior le había regalado el anillo. Maya se sentía una idiota, una estúpida, que además se estaba haciendo ilusiones con quien no debía.

Se atavió con un vestido playero y bajó a la cocina. Antes de cruzar el umbral ya olía a café. De espaldas se encontró con el pelo de Jon, la espalda de Jon y, en segundos, cuando se giró, la sonrisa de Jon.

—¡Buenos días! ¡Qué madrugadora! ¿Quieres café?

—Por favor.

Se moría de ganas por preguntarle qué hacía él en la cocina a esas horas. Debería estar en la cama con Andrea, disfrutando de sus curvas perfectas y su veneno. Se abstuvo de preguntar, la respuesta podía no gustarle en absoluto.

—¿Qué hay planeado para hoy?

Eva, en su afán manipulador, había preparado actividades para todo el fin de semana.

—Aquí hay una copia de las actividades.

Se la cedió mientras él le servía café y se situaba a su lado.

—¿Karaoke esta noche? ¿En serio? Yo pensaba que era una broma. —Maya sonrió.

—Recuerda que, para entonces, ya nos quedamos sin ideas.

Los dos habían ayudado a sus amigos a preparar el enlace. Cada jueves por la noche, desde hacía dos meses, en casa de Darío. Pero la decisión final había sido de la pareja. En ese instante, tuvo oportunidad de leer lo que habían elegido: sesión de spa, lanchas, barbacoa, torneo de palas… Un derroche de imaginación, sin duda.

—¿Te apetece algo? —susurró cerca de su oído.

Maya se encontró con los ojos pardos de Jon. Por un instante creyó que, incluso, podrían llegar a besarse. Pero no ocurrió. Claro que no.

—¡Vaya dos madrugadores! —gritó Diego. Era el típico chulo de playa que ignoraba a Maya como si no estuviera en la habitación.

Jon se separó de ella y comenzó a hablar con el recién llegado. Al poco tiempo, apareció Andrea por la puerta y se pegó como un pespunte a su víctima. Justo cuando Maya estaba pensando en abandonar la cocina, bajó Vicky. Diego le regaló un silbido de aprobación, y ella le devolvió el cumplido con un gruñido.

Agarró su taza de café y empujó a Maya fuera de la habitación. Juntas se sentaron en una terraza con vistas al mar.

—Me he encontrado a Andrea en el aseo, y está muy enfadada —comentó sonriente.

—¿Qué ha pasado?

—No ha podido acostarse con Jon.

La sorpresa de Maya fue mayúscula. No era el primero que le daba calabazas a Andrea, menos mal que alguien le había bajado los humos en alguna ocasión. Aunque resultaba extraño, parecía perfecta para él. Jon era adorable, un hombre atractivo, con buena conversación e ingeniero de profesión. Y su gran pega era su mal gusto para las mujeres.

Maya había conocido bien a Ygritte. Prepotente, altiva y pedante. Con su carrera de telecomunicaciones en un hombro y su máster en el otro, lo mejor que le había ocurrido a Jon era separarse de ella. Aunque también había conocido a otras conquistas más fugaces, durante los periodos de separación de la pelirroja. Y todas estaban cortadas por el mismo patrón. Uno por el que parecían haber cortado a Andrea, sobre todo si sabía camuflar bien su falta de sentimientos.

Las amigas no pudieron seguir cotilleando por mucho tiempo, pues la casa cobró vida. Los novios bajaron, y la diversión comenzó. La primera parada era la playa, donde pasarían la mañana entre juegos y chapoteos. Y Maya tenía que estrenar su «bikini de gorda».

Cerca de la hora de comer el calor resultaba abrasador, y Maya aún no se había quitado el vestido. Su «bikini de gorda» no era suficiente para ella. Se moría de vergüenza. Pero tras la insistencia de Eva, acabó bañándose en la playa. Una vez dentro, Andrea subida a los hombros de Jon jugaba a tirar a otra chica subida en Diego. Cuando acabaron con la diversión acuática, el grupo se acercó al suyo, compuesto por los novios y Vicky, sentados en la orilla. Diego se marchó a por bebidas, y el resto comenzó una divertida conversación sobre el horrendo bañador de flores de Darío.

Entre risas apareció Diego, cargado de agua y refrescos.

—¡Para las más guapas! —dijo con sonrisa de surfista californiano.

Una a una, fue entregando bebidas a Vicky, a Andrea —con su cuerpo perennemente agarrado al de Jon—, a Eva y Nuria, la otra chica. Cuando llegó a Maya, miró con desprecio su bañador de gorda y se giró.

No era la primera vez que pasaba. Así que plantó una sonrisa falsa en la boca y esperó a que continuara la conversación.

—¿No había bebida para Maya? —preguntó Darío con un tono tenso.

—No quedaban —respondió Diego.

—Iré a la casa a por más. No te preocupes —le aseguró su amigo.

—Oh, no hace falta. —Había un límite de humillación que podía sufrir—. No me apetece, de todas formas ya me iba.

—No hace falta, ya voy yo —siguió Darío.

—Insisto.

Y ante su cabezonería nadie pudo objetar. Se plantó su vestido y se fue para la casa sin mirar las caras del grupo. Cuando llegó y se aseguró de que no había nadie, subió corriendo a su habitación antes de que pudieran ver cómo se le caían dos lágrimas por la cara.

Por la tarde ya estaba recuperada. Menos mal que esos ataques de autocompasión cada vez le asaltaban con menos frecuencia. No comió y durmió una siesta. La despertó Eva con sus gritos de alegría.

—Vamos, Maya, es hora del spa.

—Ya voy. Ya voy.

—Tía, lo siento. Diego es un idiota.

—No pasa nada.

—¿En serio?

—Claro.

Pasaron la tarde entre baños de cítricos, paseos por el mundo del chocolate terapéutico y aguas termales. Maya decidió que, por su salud mental, lo mejor era separarse del grupo de los chicos. Por lo que pasó la tarde con las chicas, sobre todo con Vicky.

Por la noche se celebró una barbacoa, animada por el karaoke. Maya se vistió con traje largo holgado muy playero. Dejó las fajas olvidadas en su maleta, era inútil ocultar lo que era. No engañaba a nadie.

Entre salchichas, lomos, sobrasada y bebidas varias, la gente se animó a subir a cantar. Cuando tocó el turno de la pareja recién casada, eligieron Don´t go breaking my heart de Elton John y Kiki Dee. Era hortera y empalagosa; la canción perfecta para ellos.

Maya cantó, se divirtió con sus movimientos y aplaudió de corazón cuando terminaron. En parte, se sentía su alcahueta y era muy feliz por ellos.

—¿No vas a subir a cantar? —preguntó Jon, con Andrea de la mano.

—Oh, no. No podría, me moriría de vergüenza.

—La última vez que escuché cantar a Maya fue cuando salía con aquel chico… ¿Cómo se llamaba?

—Raúl, se llamaba Raúl.

Su último novio, allá por el Pleistoceno.

—Recuerdo que subió a un karaoke para cantarle una canción…

«Gracias, Andrea, por sacar a colación otro episodio vergonzoso de mi vida».

Maya notó cómo sus mejillas le ardían, tendría la cara colorada.

—A mí me parece un detalle. ¿Qué canción era?

—¿En serio? —preguntó Andrea.

—Wonderwall de Oasis.

—A mí me encantaría algo más… no sé… Whitney Houston en El guardaespaldas.

—Yo canto muy bien, ¿quieres escucharme?

—Claro, me encantaría.

Andrea salió corriendo al escenario. No había una cola muy extensa y pudo ser la siguiente gracias a sus dotes de persuasión. Mientras esperaba su turno saludó con la mano a Jon, y este le respondió de igual manera.

—Cuando empiece a cantar, nos marchamos.

—¿Qué?

La canción comenzó. En un principio la condesa Bathory se defendía, pero cuando llegó el estribillo parecía que le estaban pisando la cola a un gato. Jon sonrió con picardía, agarró su brazo y echaron a correr.

Una vez en la playa, se calmaron. Maya se quitó los zapatos, y comenzaron a pasear por la orilla. Jon tenía cara de querer decir algo importante, así que cuando comenzó a hablar se pararon en seco.

—Yo… —Jon se rascó la cabeza—. Siento lo que pasó esta mañana con Diego, es un poco gilipollas con esas cosas.

—No te preocupes. —Se encogió de hombros, ya no le dolía tanto—. Está bien. Estoy bien.

—Fue una falta de respeto, y debí haber hecho algo.

—¿Tú? ¿Por qué? Podría haberlo hecho yo, pero no merecía la pena.

—Es cierto, no merece la pena.

—¿Qué tal con Andrea? —preguntó Maya, por cambiar de tema.

—No quiero ser cruel, pero… me lo estoy pasando muy bien.

—Claro, una chica preciosa detrás de ti, ¡por supuesto que te lo estás pasando bien!

—Sí, desde ese punto de vista es así. Pero no. —Negó con la cabeza también—. Le he dicho que no quiero nada con ella, que me gusta otra chica, pero ahí sigue. Hay que reconocer que es insistente.

—Sin duda.

Maya no quiso preguntar quién era esa chica. Se acordaba de ese pequeño, no tan diminuto, hueco en su corazón, que albergaba esperanzas absurdas. Preguntar solo podría hacerle daño. Suficiente acto masoquista había sido preguntar por Andrea.

—Nunca me has preguntado cuál es mi verdadero nombre. —Cambió de tema el ingeniero.

—Una vez lo intenté.

—¡No! Me acordaría.

—Sí, pero los dos íbamos borrachos. Te lo puedo preguntar ahora: ¿cuál es tu verdadero nombre?

—Jon.

Ambos se rieron. Llegaron al final de la playa. Maya iba a girar, pero él se sentó en la arena, en un rincón alejado. Ella le acompañó.

—Ahora en serio. Llevan tanto tiempo llamándome Jon que ya ni me acuerdo de mi verdadero nombre. Que, por cierto, es Alejandro.

—Tú nunca me has preguntado el mío.

—¿No te llamas Maya?

—Bueno sí, pero no. Me llamo María, sin más. De pequeña mi madre me compró una mochila de la abeja Maya, y todos comenzaron a llamarme así. El mote llegó hasta tal punto que hasta mi familia me llama Maya. Así que soy Maya.

—Encantado de conocerte, abeja Maya —dijo mientras extendía su mano.

—Un placer, Jon Snow.

Cuando Maya extendió su mano, él la atrajo hacia sí y, sin previo aviso, la besó. ¿Qué estaba pasando? No era el alcohol, no era un error. La estaba besando a ella.

A ella, a Maya.

Caserío Las aguas brujas. Habitación de Maya,

23 de agosto de 2015.