Te cuento... - Daniel Erne - E-Book

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Daniel Erne

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Beschreibung

En tiempos de micro ficciones, Daniel Erne defiende relatos un poco más extensos, al estilo de las Aguafuertes de Roberto Arlt, que irrumpieron en el periodismo argentino en 1928 a través de las páginas del Diario El Mundo. Muestra como estampas grabadas momentos que van desde el desgarro de la dictadura, el sufrimiento de los más débiles y la comicidad del ridículo. Todos los relatos, algunos más extensos que otros, están cruzados por una realidad que, por momentos, es demoledora sobre todo porque reflejan la historia de la dictadura y las persecuciones. El prologuista Fabio Debitonto, con su mirada rioplatense y su alma inmersa en la sensibilidad uruguaya, fue elegido por el autor por su postura sincera ante la vida. Justamente en el prólogo refiere que con cada cuento uno va recreando situaciones que pueden haber marcado nuestra vida y hasta por momentos es probable que les vayamos poniendo nuestras propias caras a cada personaje. "Este libro es el reflejo de quien se anima a indagar en sí mismo y a dialogar con el lector con absoluta sinceridad y naturalidad", afirma el prologuista y es muy probable que sea cierto. Se nota en sus narraciones que el autor necesita que lo cotidiano gane la partida y nos permita ser más humanos.

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DANIEL ERNE

Te cuento...

Cuentos, aguafuertes y relatos

Erne, Daniel Te cuento... : cuentos, aguafuertes y relatos / Daniel Erne. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4646-3

1. Cuentos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenido

Prólogo

Advertencia del autor

El miedo de ya no ser

Palabras cruzadas

El primer amor

La recompensa

A favor de los cobardes

No me saquen la silla soy Maiztegui

El amor duele

La Bionda

Amores con cura

Amores de escritores

Amores patrios

Aprender a leer

El regreso

Por ese palpitar

Un poco de ingenio

Hasta las rosas se marchitan

Leer para olvidar

Un mundo sobre ruedas

Los deseos

Los dolores de agosto

Los matices

Me olvidé de vivir

Amigos para perder

Mi ojo izquierdo

“...Y son chicos...”

El profesor un cuento musical

Entre Borges y Dostoievski

Que voten los niños

La ciudad es un poema

El perdón

Parejos, no iguales

Dónde están los testigos…

¿Existe hoy el varón domado?

Las miradas

Los inútiles

La culpa

La vida después de la vida

El capacho

Perspectiva

Último asalto

Saber decir no

Amores anónimos

¿Quién es el autor?

El dolor de no haber sido...

El General tiene quien le escriba

Teorías sobre el miedo

Un cuento verde

Casarse con poeta mata

De terror

¿Sabremos elegir?

Los Talleres Literarios

¿Un mundo solo de Justos?

Las palabras

Se llamaba Raquel

Navidad en el Paraná

Amores clandestinos

La Mancha

También estuve en Huel

Te ganaste un pleno

Fin de fiesta

Prólogo

Estos cuentos nos llevan a algún rincón de nosotros mismos.

Nos permite identificarnos con situaciones o personajes que casi sin querer iremos reviviendo.

Conocer a mi gran amigo Daniel, (autor de este libro), escribir este prólogo y saber algo de su historia de vida singular, divertida y con rasgos de desmesura que le son tan característicos, no hacen que rehúya de mi lectura subjetiva ni tampoco a que eluda esta linda responsabilidad.

Si uno conoce a Daniel y lee este libro puede comprender que la profusión de reflexiones y conceptos, el salto desprejuiciado de un tema al otro y el fervor en la defensa de sus convicciones, mostradas sin falso pudor ni filtro, forman parte de su personalidad extrovertida y su búsqueda permanente de un mundo mejor. Este libro es el reflejo de quien se anima a indagar en sí mismo y a dialogar con el lector con absoluta sinceridad y naturalidad.

En estos cuentos cortos es capaz de combinar anécdotas y búsquedas de sus propias huellas al mismo tiempo que va improvisando reflexiones sobre afectos y pareja, memoria y misterios, curiosidades y aventuras.

Su interés en trascender y generar conciencia o sueños que nos hacen volar a otra dimensión o lugar nos hablan de una vida bien vivida. Cuentos capaces de robarnos una sonrisa o de cuestionar nuestra existencia. Su lectura es ágil producto de que muchas veces nos sentiremos protagonistas de situaciones por las que todos pudimos haber atravesado.

Lo cierto es que con cada cuento uno va recreando situaciones que pueden haber marcado nuestra vida y hasta por momentos es probable que le vayamos poniendo nuestras propias caras a cada personaje.

Sus relatos son propios de quien mucho vivió y sufrió. Y esta es la razón principal por la cual un poeta es capaz de hacernos palpitar cada cuento de una manera especial.

La picardía y la seducción van de la mano y son fuente de inspiración. Los sueños y la rebeldía de un mundo mejor sobrevuelan estas páginas. Apostando a que los “niños” que tienen tanta o más sabiduría que los propios mayores sean hoy los constructores del mañana. Nos invita a hacernos cargo de la cuota parte que nos corresponde a cada uno, nos deja en evidencia que cambiar el mundo está genial pero que para ello debemos empezar por nosotros mismos.

Nos desafía a la obligación de que nuestras diferencias no sean pretexto para ser mejores personas. La propia lectura nos permite confirmar al fin y al cabo que el “don de gente” es más importante que la inteligencia.

Con delicado equilibrio y casi sin darnos cuenta transitaremos estas páginas con curiosidad reflexiva y que interpela.

Al mismo tiempo, descubriremos la valentía del autor al desnudar su alma e ingresar en su terreno más íntimo, aunque no explícito.

¿Quién acaso no ha experimentado “dolores de agosto “y “un ojo izquierdo” con el cual tenemos que convivir?

Pero estará en nuestro libre albedrío la manera de interpretarlo o de asimilarlo a nuestras propias experiencias.

Deambulamos sobre la dignidad, la humildad y el perdón como opciones de Vida.

La Culpa, los inescrupulosos y los inútiles como realidades.

En definitiva, se trata de saber “mirar” el transcurrir de nuestras vivencias, confirmando que lo esencial es invisible a los ojos como decía Saint–Exupéry.

Seguramente detrás de estos cuentos se escondan muchos miedos. Quizás por eso muchos de los mismos inspiran estas páginas porque nuestros miedos encierran la causa más frecuente de la tristeza humana.

Los amores y desamores son propios de los poetas son amantes por esencia. Y desde ese lugar, balcón privilegiado, se anima a reflexionar y va desde romper el acuerdo estructurado que puede encerrar al verdadero amor hasta el intento por descubrir que puede haber diferentes formas de amar. El dejarse enamorar y la necesidad del otro podrían ser la base de caminar en pareja reconociendo que no somos iguales y sabiendo que uno no crece a la sombra del otro.

Su fe cuestionadora, su dolor por los ausentes y la pregunta siempre vigente de si hay vida después de la muerte reflejan su diálogo con Dios y sus intérpretes, para finalmente aceptar con humildad de que al fin de cuentas “no somos nada”.

Es probable que este libro no entre dentro de las grandes obras de la literatura ni que hablen los distinguidos críticos internacionales. Y está bien. Porque justamente son cuentos para leer desde el corazón y no desde el análisis.

Son cuentos comunes para gente común. Como Ud. y yo.

Como Daniel y nosotros.

Estos cuentos podrán gustarle mucho o no dejarle nada.

Pero nadie podrá decir que en alguno de ellos no se sintió identificado. He aquí la razón por la que este libro merece ser leído.

Que la literatura contribuya a generar conciencia es el deseo del autor. Que este libro se lea desde el corazón es mi propio deseo.

Y a eso lo invito.

Porque como bien decía Miguel de Unamuno: “No es analfabeto aquel que no sabe leer, sino aquel que sabiendo leer, no lee”.

Favio Debitonto

En memoria de: Silvia Nader Esteban Tarigo Omar Gobbi Fernando Sosa

Advertencia del autor

De aquí en más es su responsabilidad avanzar sobre estos textos. Las Aguafuertes es un género que desarrolló el periodista y escritor Roberto Arlt. En 1928 en las páginas del Diario El Mundo comenzó a escribir esa sección. El origen del título tiene un parentesco pictórico con las estampas grabadas. Son un momento, apenas rasgos que intentan ser una metonimia, imagen poética que pretende mostrar una pequeña porción de una historia para significar un todo.

Lo invito a viajar por estas pequeñas historias, muchas de ellas nacidas de la publicación gráfica en el Diario El Norte de San Nicolás donde viví más de veinte años de labor periodística. Está advertido. Ingresará a los textos por su propia decisión. La invitación está hecha, gracias y déjeme que le cuente.

El miedo de ya no ser

Me despierto con la resignación de encararla de una buena vez. Sacarme todos los entripados. Hace días que vengo mascullando un rezongo. Me he despertado sobresaltado con reproches, pero el ímpetu termina con la orina que se pierde por el inodoro. Por alguna oscura razón no llego hasta ella y regreso a las sábanas con la frustración en el alma.

Me pregunto cuánto tiempo se puede llevar adentro lo que uno siente sin que se te pudra como un pedazo de carne fuera de la heladera o se apague como una vela al viento.

No tengo la respuesta. Si un indicio me acompañara no estaría dando tantos rodeos.

Desde que nos planteamos el rol de cada uno en esta relación se supone que sabemos qué hacer. Ella ha cumplido. Desde el primer momento se mantuvo en su compromiso. En cambio, desde el día en que decidí abordarla, no he hecho otra cosa que buscar motivos para evadirla.

Por más que la trate como una extraña ella me espera. Puedo romper con mi palabra, pero sería otro fracaso a la extensa lista de mis frustraciones.

Mientras no la toque no lo habré malogrado. También sé que si llego a ella puedo obtener el más rotundo de los desengaños y de solo pensarlo me corre un escalofrío.

Traté por varios métodos “echarle el cuerpo”, como dice Fede, para de una vez por todas limar asperezas.

El sábado tomé en el bar hasta el agua de los floreros. Me encendí como una luz en el bosque. Recibo un rayo para zambullirme en ella. Al pisar la puerta de casa y tomar conciencia de mis cobardías decidí no entrar y anduve por la noche como un vagabundo. Deambulé de tal manera que ya ni sabía cómo regresar cuando el sol picaba mis ojos como una avispa enfurecida.

Soy un maestro para las huidas y las excusas. Llegué a internarme con el afán de una apendicitis que nunca apareció. Me instalé en la casa de mi madre y al segundo día imaginaba lo peor: que volvería al hogar del que tanto me había costado desprenderme.

Afortunadamente, para ella, desistí de la empresa el tercer día, no resucité como Cristo y volví a mi departamento.

En el trayecto cavilé en el poder de las treguas y en lo sanador que era darse un respiro. Hice los ejercicios necesarios para lograr la paz interior que me permitiera otorgarme más tiempo para reflexionar. Creí encontrar una media salida al agobio que me asfixiaba.

Vanos fueron los intentos. Al traspasar la entrada y al encender la luz abandoné lo planeado. La otra noche después de haber soñado un mandato interior me exigió dejar las dilaciones. Encaré con el paso firme hacia el escritorio y la encontré. La hoja en blanco con paciencia, impasible esperaba su destino.

Palabras cruzadas

Por mucho tiempo me resistí a las palabras cruzadas. Al juego que ustedes conocen y que les ha permitido pasar el tiempo, cultivar la inteligencia y hasta soñar con laberintos de letras que, como soldados de un ejército imaginario, nos responden.

Me resistí a las palabras cruzadas. No entendía la razón por la cual desde la quietud de una hoja se podían arrastrar significados y laberintos de preguntas que nos llevaban a un La o un El o a términos más difíciles como sortilegio.

Me resistí a las palabras cruzadas hasta que comencé a darme cuenta de que detrás de ellas estaban las preguntas y los intrincados caminos de cruzar por una silaba para llegar a otra palabra. Que una A del renglón de abajo me serviría como letra final en la palabra vertical.

Me resistía al no entender lo vertical de lo horizontal. Siempre miraba con lejanía, buscaba en horizontes cuando las vocales y consonantes, materia prima para mi trabajo, estaban arrojadas a mis pies. Sólo necesitaba mirar abajo, que como decía Facundo Cabral, abajo está la verdad.

Me resistí porque solo resisten los que luchan, los que estoicamente eligen el camino de las incertidumbres que lleven a verdades, y no el de los preconceptos que solo sirvan para juzgar y castigar con frases hechas.

Difícil fue entregarme a las vacilaciones de un combate naval de palabras que buscan denodadamente un puerto donde arribar. Vocales y consonantes solitarias que si no hallan el destino para las que fueron programadas concluyen en la frustración.

Parecido esto a los amores entre hombres y mujeres que, como dice la regla primera, si no están hechos el uno para el otro se desmoronaron como castillos de arena. Nuestra vida en realidad es un juego de palabras cruzadas donde, ansiosamente, buscamos el par. Es fácil encontrar un SÍ o un NO, lo controvertido es inmiscuirse con vocablos como onomatopeya o rinoceronte. Es bien cierto que todo depende de las pistas. Es regla de oro que una buena definición lleva sin dudar a una palabra definida. Podes contar cada una de las sílabas y si coinciden, tenemos resuelto el problema. Está ahí la equivocación porque una palabra en un crucigrama juega con otra que viene de arriba o viene de abajo. Tan claro como las relaciones entre los seres humanos. Creemos que es fácil decir un te quiero, pero si la última O corresponde a la palabra olvido ya tenemos el futuro hipotecado.

Me resistí hasta que hace un tiempo supe que la verticalidad está hecha para empeñar las palabras y los ideales. No se equivoquen, no se trata de llevarlas a un banco y cambiarlas por otras. En este caso empeñar tiene que ver con la acepción de colocarla al servicio de su definición. Si digo amor, me empeño y me esmero en el amor y no lo cambio. Si pronuncio dignidad soy verticalista y coloco el corazón para vivir con ella hasta que el diccionario nos separe.

El primer amor

Con dos matrimonios en su haber y pisando los 45 años Jorge se dio cuenta de que necesita hacer un parate en su existencia. Sospechó que lejos estaba la sensación de haber sido feliz con una mujer. Decidió vivir solo, se alquiló un monoambiente en pleno centro y organizó sus días sin tener que rendir cuentas a nadie. Mantenía sus rutinas extramuros; la peña de los jueves con los amigos del banco, jugar al fútbol los sábados en la quinta de Pil y comer los domingos con doña Ángela, su madre. Por sexo no tenía que preocuparse, era un hombre bien parecido, con dinero en el bolsillo y con la posibilidad de acceder, en el banco, a casadas insatisfechas o solitarias sin compromiso. En el fondo, él necesitaba otra cosa. Quizás una compañera que supiera llevarlo. Jorge recordaba tiempos mejores. No le habían faltado en su adolescencia novias y tenía grabadas en su mente a cada una de ellas, con minuciosos detalles. Mónica, su primera novia, evocaba las salidas de las clases de dibujo y, escapados del tiempo, corrían hasta la plaza más cercana para besarse por quince minutos, el lapso del cual disponían hasta que su madre diera la voz de alarma. Con ella fue feliz. ¿Qué pudo haber cambiado en estos treinta años para no volver a sentir lo mismo? A Mónica la encontró sin demasiada búsqueda. Se dio cuenta de que había desaparecido su alegría, el brillo en los ojos y que los labios estaban marchitos. La experiencia con Mónica en vez de frustrarse le otorgó ánimo. Creía confirmar su teoría. “Por algo la dejé” –se repetía en el banco mientras contaba el dinero que debía pagar. Al llegar a su monoambiente, decorado por un esquimal, caviló que era necesario organizarse. Tomó un cuaderno e intentó confeccionar un listado de las mujeres que habían pasado por su existencia. Se dio cuenta, por la cantidad, de que había sido un insatisfecho de mierda. Tarde tras tarde pulía y agranda la nómina colocando detalles debajo del nombre de cada mujer. Situaciones que al principio se perdían pero que cuando se adentraba en las imágenes, surgidas en su cabeza, aparecían símbolos mágicos que marcaban a esa mujer como hecha especialmente para él. Fue así que sin ser Laura una novia oficial en su lista se coló en el historial. La conoció en un baile del Club Buenos Aires. Laura fue un fatito, pero no importaba, por algo hoy volvió a recorrer su cuerpo digno de ser dibujado por Modigliani. En este caso la pesquisa era más intensa. No por ello dejó su rutina de entretenimiento: la peña de los jueves, los partidos de fútbol en la quinta y los infaltables almuerzos con su madre. No fue fácil hallarla. Debió rastrearla por el barrio donde solía acompañarla cuando salían del baile. Pero con método y paciencia logró encontrarla por la zona de la estación de trenes. No le preocupó demasiado armar una estrategia para ir a su encuentro. En principio quería verla, despertar antiguas sensaciones. Percibía que lo demás vendría solo. Cuando la distinguió, al salir de la casa, creyó que el mundo se le caía encima. Laura, la de la figura voluptuosa, era un triple. Tres veces más gorda, tres veces más vieja, tres veces más arruinada. Se percató de que además de hacer el listado de sus conquistas juveniles, de bucear en su memoria situaciones que lo hubiesen impactado, tendría que ser escrupuloso para detectar los motivos que lo habían llevado a enamorarse de cada una de esas mujeres. Nunca fue un hombre de detenerse sólo en lo físico. Pero las evidencias ponían de manifiesto que en reiteradas ocasiones se había demorado ante un buen par de tetas y un culo hermoso (Laura era un ejemplo claro). Fue llevando a cabo su plan de reminiscencia y encuentros en forma paciente. Pasaron Isabel, Patricia, Silvita, Miriam (con m). Con ninguna de ellas entabló cruce de palabras, le bastaba verlas y sus impresiones hacían el resto. Apreciaba que su plan no estaba dando el resultado deseado, pero, como hacen los cristianos, perseveran . No obstante, continuaba con su rutina de compromisos: la peña de los jueves, el fútbol de los sábados y los ravioles de Dona Ángela. Semana por medio saciaba sus instintos con alguna clienta que hacía un plazo fijo o cobraba un cheque. Por las tardes pulía su inventario, agregaba y tachaba nombres. Su cuaderno se parecía a una bitácora amorosa. Una tarde de junio, cuando alcanzaba la decimoquinta búsqueda, estaba en el consultorio donde Ana cumplía su labor de secretaria. Entró, se sentó como cualquier paciente y comenzó a observar. Era linda, su pelo ya no era pelirrojo, pero sus ojos azules conservan la frescura de los 20 años. Se acercó a pedirle un turno –sin reparar que era un consultorio ginecológico– repuesto de la sorpresa y las sonrisas cómplices, se reconocieron con sana alegría. Jorge, a quien no le faltaba léxico ni atrevimiento, la invitó a tomar un café cuando saliera del trabajo. Ana aceptó con franca sonrisa. Después del café compartido en el bar de la Avenida Jorge regresaba sin un rumbo fijo. El encuentro con Ana fue un balde de agua helada a sus ansias. Había descubierto que Ana era la misma de los 20 años, bella, fresca y que podía remontar con una ella cualquier relación. En verdad eso lo asustó. No estaba preparado para sostener otro compromiso más que la peña de los jueves, el fútbol de sábados y las sábanas robadas a una clienta del banco. Comprendió que sólo volvía a su primer y único amor cuando almorzaba, todos los domingos, con Ángela, su madre.