Tenemos que hablar - Javier Reyero - E-Book

Tenemos que hablar E-Book

Javier Reyero

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Beschreibung

El experto en comunicación directiva Javier Reyero recopila y actualiza en este nuevo libro algunos de sus trabajos anteriores en este campo. Es una revisión modernizada de todo lo que necesitamos saber para mejorar nuestro desempeño a la hora de hablar en público en cualquier tipo de entorno profesional: reuniones, presentaciones, grandes eventos, conferencias, vídeo reuniones, entrevistas personales, etc. Tenemos que hablar contiene consejos, reflexiones y una visión innovadora y práctica acerca de una de esas necesidades ineludibles de cualquier estudiante, trabajador o directivo: hablar. Con una mención muy especial a lo que nos sobrevino a raíz de la crisis sanitaria mundial de 2020: todo lo que llamamos online: vídeo-reuniones, Webinars, etc. Tenemos que hablar es entretenido, riguroso, ameno y orientado a la máxima aplicabilidad. Desde la primera a la última página.

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© 2023 Javier Reyero

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

© EDICIONES MORATA, S. L. (2023)

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es - [email protected]

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-19287-42-7

ISBNebook: 978-84-19287-43-4

Depósito Legal: M-11.324-2023

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

[email protected]

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECÉ Industrias Gráficas, S. L. (Madrid)

Diseño de la cubierta: Ana Peláez Sanz

Imagen de la cubierta con copyright de https://es.123rf.com/profile_lightfieldstudios. Reproducida con autorización

Nota editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

 

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en [email protected]

Para quienes querrían hablar más y no se atreven.

Para quienes han sufrido mi incontinencia verbal desde la infancia.

Para Laura y Virginia, mis hijas adolescentes. Ahora me hablan menos, pero cambiarán.

Contenido

Introducción. Interior día

Capítulo 1. El miedo. Un monstruo ha venido a visitarte

El miedo llega para quedarse.—Encapsulando el miedo.—La racionalización del miedo a hablar en público.Pregunta 1. ¿Qué... beneficio obtengo tomando la palabra?Pregunta 2. ¿Cuánto... esperan aprender de mi intervención?Pregunta 3. ¿Quién... sabe más?, ¿mi público o yo? Pregunta 4. ¿Cómo... voy a convencerles?Pregunta 5. ¿Dónde... estoy en el momento de hablar?

Capítulo 2. Ensayo y ficha de arranque

Introducción.—Las ventajas de un buen ensayo.—La buena praxis del ensayo.—Reconocimiento del lugar.—La relajación.—Ubicación de la ficha de arranque.—Elementos de la ficha de arranque.Saludo.Presentación personal.Ubicación de tareas profesionales.Idea clave.Agradecimiento.Formato.—¡Quieto!

Capítulo 3. El gran día

Nuestro público.—¿Qué saben?—¿Qué quiero que sepan?—¿Qué necesitan?—¿Qué lenguaje hablan?—¿Cuántos son?—¿Qué edad tienen? Veterano vs jóvenes.Joven vs veteranos.—¿Cuál es su formación?—¿Con qué predisposición vienen?—Mejor imposible.

Capítulo 4. La hoja de ruta

Aproximación.—Cantidad vs Calidad.—Apertura e idea clave.—Elementos superfluos de las malas aperturas.—Idea clave y argumentos.—Desarrollo.—Estilo.—Planteamiento, nudo y desenlace.

Capítulo 5. Viaje al maravilloso mundo de Power Point

Acercamiento a la herramienta.—Concepto GAB.Grande.Audaz.Brillante.—Presentaciones para presentar y presentaciones para enviar.—Asumiendo el estrellato. La relación con la pantalla.El orador y la pantalla.

Capítulo 6. La buena gestión del tiempo

La charleta del ascensor (Elevators pitch).—Economía del esfuerzo. Mejor un trabajo que dos.—El triángulo de la inoperancia.—Oradores impactantes. ¿Una especie en vías de extinción...?—Las dificultades para “ir al grano”.—Fabricando la idea clave perfecta.

Capítulo 7. La voz: ¡Qué he hecho yo para merecer esto

El mal entendido poder ilimitado de la imagen.—El mito de las voces feas.—Los tres elementos de la voz humana.Intensidad.Tono.Timbre.—Voces realmente feas. Esos vicios inconfesables.Pausas y muletillas.Tipología de muletillas y latiguillos.Consejos y recomendaciones para cuidar y no maltratar la voz.Elementos o situaciones nocivas para la voz.—Consecuencias prácticas de una mayor atención sobre la voz. Consejos prácticos.

Capítulo 8. Cómo encarar las preguntas

Preguntas: Gran oportunidad o enorme peligro.—¿Qué pasa si la audiencia no hace preguntas cuando el orador ofrece esa posibilidad?—¿Cómo lograr que se haga la primera pregunta ante audiencias de tamaño mediano o grande?—Por defecto, ¿las preguntas al final de la intervención?—In dubio pro reo.—Preguntas poco amistosas.—Responsabilidad compartida.—No tenga prisa por responder.—Respuestas eternas; cierres rotundos.—Los súper sabios.—“Me alegro de que me haga esa pregunta”.—¿Puede el orador hacer preguntas?—Pregunta uno, pero se responde a todos.—No conozco la respuesta.

Capítulo 9. Sobre lenguaje no verbal

Convencer con el gesto y el cuerpo.—Aspectos importantes de la Comunicación no verbal.Posición ante los oyentes.Uso de atril.La postura más apropiada de quien habla de pie.—Los brazos y las manos.—Tics repetitivos.—La mirada.La mirada durante la charla.—El movimiento del orador.—Gestos y microgestos.—Tópicos del lenguaje no verbal.Brazos cruzados a la altura del pecho: postura defensiva.Caminar con las manos en los bolsillos y los hombros hundidos: abatimiento.Mirar hacia abajo mientras le hablan: no cree lo que le están diciendo o no lo considera importante.—La construcción de una buena imagen personal del hablante.—La unanimidad imposible.

Capítulo 10. El nuevo entorno online

Pandemia y confinamiento. Desembarco digital en los usos y costumbres.—Consejos prácticos. Hablar a las cámaras y a los micrófonos.Ubicación de la cámara.El aire.Puesta en escena.¿Casa, oficina o plató?Fondos digitales.El sonido: ese gran olvidado.—Retos del comunicador digital amateur.De pie o sentado.—El objetivo de la cámara o Webcam.—Nuestra voz. La última frontera.—El buen uso de los materiales.—Últimos apuntes del entorno online.

Capítulo 11. Guía práctica para situaciones recurrentes

1. Abuso de la expresión “bueno” como arranque de todas las fases del discurso.—2. El interviniente mira constantemente las notas que tiene sobre la mesa.—3. Volumen de la voz excesivamente bajo.—4. El orador pasa mucho tiempo dando la espalda al público.—5. Abuso de los gerundios en la construcción de las frases: respondiendo, surgiendo, ocupándonos.—6. Infinitivo fático o infinitivo radiofónico.—7. Se utilizan muchos palabros demasiado técnicos.—8. Estilo excesivamente pausado.—9. Abuso de los adverbios terminados en mente.—10. Jugar con los faldones de la chaqueta y el cable del micrófono.—11. Pose docente con las manos en la espalda.—12. Demasiado serio, crispado.—13. Utilización permanente del plural mayestático.—14. Intervención repleta de negaciones.—15. Se dan muchas cosas por sabidas.—16. Habla muy deprisa. El orador parece acelerado.—17. Problema técnico inesperado: crisis.—18. Mala vocalización. No se entienda nada, y mucho menos las cifras.—19. Demasiados objetos en las manos.—20. “Voy a hablaros un poco de...”.—21. Habla con las manos entrelazadas a la altura del estómago.—22. Se comienza una enumeración pero no se deja a medias.—23. “Mire usted...”. Comienzo de la respuesta ante preguntas que incomodan.—24. Tengo materiales para entregar. ¿Cómo lo hago?—25. El orador se sienta sobre la mesa.—26. El orador se aburre cuando habla.—27. Utilice el sentido del humor o la ironía... si está preparado para el fracaso.—28. Las diapositivas no tienen nada que ver con la charla.29. Se dejan los brazos colgando a los lados del cuerpo.—30. La presentación en su conjunto resulta un tanto deshilvanada.—31. ¿Son iguales las versiones PPT de la presentación y del documento que se envía?—32. Comienza el discurso pidiendo disculpas.—33. Presentación de pie con las piernas cruzadas.—34. Una presentación con muchas implicaciones personales.—35. Vocabulario poco estimulante para un asunto muy atractivo.—36. Mirada baja.—37. Tabla resumen de mejoras obligatorias e inmediatas.

Introducción

Interior día

La habitación de un hotel. Cualquier martes del año. Alguien desvelado confirma en el reloj de su teléfono móvil que ya es hora de levantarse. Mejor dicho: de salir de la cama. Hace mucho tiempo que está desvelado y despierto.

Está muy inquieto. Dentro de dos horas tiene que hacer una presentación en las oficinas centrales de uno de sus principales clientes. La intervención es importante para su compañía y para su carrera profesional. Sabe lo que tiene que contar: domina la materia prima. Es el principal experto en el asunto y lidera a un equipo que lleva meses afinando el proyecto.

Sabe que se lo sabe, pero no tiene claro si sabrá contarlo bien. No ha estado nunca en la sala donde va a hablar y no tiene ni idea de cuántas personas estarán presentes. Ya no hay tiempo para rectificaciones y lamenta no haber pedido esa información. Ni siquiera lo intentó.

Utilizará una presentación en PowerPoint que le enviaron ayer por la noche. No es obra suya y, aunque la revisó, no domina todos los detalles. En un primer vistazo le pareció que había mucha información complementaria y demasiados datos redundantes. La historia de siempre en su empresa: diapositivas insufribles. Todo el mundo lo dice, pero nadie hace nada para solucionarlo. Críticas insidiosas sobre las diapositivas de los demás. Como dice uno de sus colaboradores “presentaciones recauchutadas”. Autocrítica cero.

Ducha y aseo personal. La cara que le devuelve el espejo del baño está más demacrada de lo deseable. Algo pálido, le cuesta sonreír. La garganta se le seca cada vez que imagina el comienzo de la presentación. Cree que los asistentes miran con desinterés o indiferencia y que luego le hacen preguntas comprometedoras. No tiene hambre y decide no desayunar. Todavía no ha salido de la habitación del hotel y la mañana que se imagina por delante tiene una pinta terrorífica.

¿Todos los que vayan a estar presentes en la sala sabrán lo mismo del proyecto? Seguro que no. Habrá gente que ponga cara de signo de interrogación cuando se meta en cuestiones muy técnicas y otros que se aburrirán cuando tenga que ponerse muy divulgativo para captar a los no iniciados. Estos oyentes muy técnicos mostrarán su hastío de forma ostensible consultando el móvil o el reloj. Otro calvario que se imagina ahora en el taxi.

No ha ensayado lo suficiente. Le sudan las manos y el corazón se le acelera cuando el vehículo se aproxima a su destino. Se le está resecando la boca. Y seguro que también el hígado y hasta los meniscos. Con las prisas se ha olvidado de coger una botella de agua en el mini bar de la habitación. “¿Y si se me seca la garganta en plena intervención?”. Cuanto más lo piensa más se le reseca todo. Hasta el alma.

“¿Y si sus ordenadores no soportan la versión del programa que necesito para ejecutar las macros de mi presentación? ¿Tengo un plan B para contarlo sin apoyo de las diapositivas?”.

— Bienvenido. Le estábamos esperando. —Un miembro del equipo de soporte de su cliente le recibe cordialmente. Está tan azarado, que le cuesta mirarle a los ojos. Apenas le da la mano y sonríe pensando en otra docena de cosas. A cuál más angustiosa.

— Gracias. —Nota que el corazón se ha puesto a unas 130 pulsaciones por minuto.

— Le voy a acompañar a la sala. Ya le están esperando. Comprobará que es un lugar espacioso y desde su atril podrá ver la pantalla y manejar la presentación a su conveniencia.

¿Atril...? Primer pensamiento: no lo había previsto. No se podrá mover ni interactuar con la audiencia, ni siquiera con los que conoce de encuentros previos. El ritmo cardiaco sube. Ya son 140 pulsaciones.

Llegan a la sala. No falta nadie. Pleno total. En medio de su particular ataque de nervios alcanza a ver unas veinte o incluso treinta cabezas. La élite directiva de su cliente esperando una intervención a la altura de las circunstancias.

Es una gran oportunidad. Posiblemente, es la gran oportunidad. Están en juego contratos suculentos que dependen de su charla y de su habilidad para ser elocuente. Sabe que la forma no es lo más importante, pero tampoco se le olvida que la interfaz de la presentación va a ser determinante. Nadie compra los mejores bombones del mundo si están envueltos en papel de periódico...

— “¿Qué he hecho yo para merecer esto...?”.

Las pulsaciones alcanzan un ritmo de 150 por minuto. Agarra el pasador de diapositivas en una presentación que en este momento le parece completamente ajena. Todo se le está yendo de las manos. El miedo es cosa del pasado. Ha aparecido su hermano mayor: el pánico...

Cualquiera que haya hablado en público se sentirá retratado en este relato. No hace falta ser directivo de una gran compañía para sentir el aliento del miedo antes de algunas intervenciones. La habilidad para la elocuencia, la capacidad para seducir a la audiencia mediante el uso de la palabra y la voz, no es hereditaria. No es una cuestión genética. No brota de la nada. Es consecuencia de la preparación, el entrenamiento y la metodología.

Repasemos ahora el detalle del relato. Veremos los errores de orador poco experimentado que parece disfrutar con el sufrimiento autogenerado.

“Está muy inquieto”.

Tanto como para no descansar. Ante cualquier intervención en público la falta de descanso reduce la concentración y los reflejos.

“Sabe que se lo sabe, pero no tiene claro si sabrá contarlo bien”.

Parece un juego de palabras pero no lo es. Hay pocas sensaciones peores que la de dominar un asunto y sospechar que no se domina la puesta en escena. O que no se tiene capacidad para verbalizar ese conocimiento. En ese conocimiento de la materia reside el principal valor de un orador. Es imposible no saber de algo y pretender contarlo. Es habitual tener el conocimiento y carecer de habilidad para la verbalización. El reto es combinar en la misma frase los dos verbos: DOMINAR + CONTAR.

“Utilizará una presentación en PowerPoint que le enviaron ayer a última hora desde su oficina con los últimos retoques. Lo revisó pero no domina todos los detalles...”.

La herramienta es sensacional. El uso que le damos... muy deficiente. Confundimos documentos con diapositivas. Aburrimos al aburrimiento a base de cataratas de datos que nadie puede recordar. Por mucho PowerPoint que utilice, la estrella siempre ha de ser el interviniente.

El segundo hándicap de nuestro protagonista proviene de esa tendencia tan extendida a que las diapositivas las hagan otros para que nosotros las vayamos descubriendo... al mismo tiempo que la audiencia. Y seguro que son diapositivas “recauchutadas” de otras presentaciones previas.

“¿Todos los que vayan a estar presentes en la sala sabrán lo mismo del proyecto que se traen entre manos...?”.

No existen las audiencias uniformes. Siempre habrá personas más interesadas al lado de otras que pasaban por allí. Los expertos en la materia se sientan al lado de oyentes que no conocen nada de la letra y a los que apenas les suena la melodía.

La audiencia es un reto. Un reto insuperable si no se tiene información sobre su composición. Hablaremos aquí de lo importante que resulta la información sobre los públicos. La información es poder... y en este campo es la diferencia entre poder convencer o no poder hacerlo.

“No ha ensayado lo suficiente...”.

El ensayo, ese gran desconocido. Es como los billetes de 500 €. ¡Para qué ensayar con lo bonito que resulta fracasar! Las escusas para no hacerlo son infinitas. Las malas consecuencias también.

“¿Y si sus ordenadores no soportan la versión del programa que necesito para ejecutar las macros de mi presentación?”.

Una intervención en público no puede depender tanto de factores externos. La tecnología es útil pero no imprescindible. La angustia se controla mediante la generación de alternativas. El orador ha de contar con un plan B: contarlo a cara descubierta.

“Está tan azarado, que le cuesta mirarle a los ojos. Apenas le da la mano y sonríe pensando en otra docena de cosas.”

Si pierde el control antes de comenzar a hablar ¿qué pasará cuando tome la palabra? ¿Se acordará de su nombre? Los pensamientos negativos dominan la cabeza del orador y la espiral virtuosa (me lo sé, me lo preparo, lo ensayo, lo visualizo, lo domino y lo cuento) deja paso a la espiral perversa (dudo, se me olvida, vuelvo a dudar, no descanso, sufro, sudo, me pierdo, se me seca la garganta, fracaso, se ríen de mí).

No es una película de terror. Es la descripción del minuto a minuto más siniestro de ese hábito cada vez más común de nuestro desempeño profesional: tenemos que hablar en público y lo hacemos entre regular y mal.

Nadie nos examina de esta parte de nuestra carrera laboral. Los controles de calidad de las empresas no tienen en cuenta este pequeño detalle de la mayor o menor destreza en el manejo de la oratoria.

A las pruebas me remito:

¿Le han preguntado alguna vez en una entrevista de trabajo por su habilidad como orador?¿Le han pedido referencias de sus últimas presentaciones o de aquella vez que tomó la palabra en un acto social en representación de su compañía?¿Alguien del departamento de RRHH o de las empresas especializadas en la selección de personal le ha pedido información sobre cómo se han evaluado sus intervenciones públicas más recientes?El encuentro final con su futuro jefe ¿ha sido algo más que una charla de tú a tú?

No deja de ser chocante que esto no haya cambiado en los últimos veinte años. Pese a que la comunicación es un valor en alza y una necesidad creciente. Para que la espiral perversa que vive nuestro protagonista imaginario de este día D no nos ocurra tal cual se ha descrito, vamos a meternos en faena. Sería emocionante que la primera resultante de la lectura de este libro fuese que todos los lectores se ofreciesen a partir de ahora para presentaciones voluntarias o para tomar la palabra en las reuniones más complejas.

Y no olvide un pequeño detalle que convendría esculpir en el cabecero de su cama: toda situación, por mala que sea, siempre es susceptible de empeorar...

1

El miedo. Un monstruo ha venido a visitarte

La inquietud a la hora de tomar la palabra es normal. Lo anormal sería no sentir nada. No es usted especial ni diferente si siente miedo, o algo similar al miedo, antes de despegar los labios en una reunión, en una presentación multitudinaria o ante el ordenador a punto de comenzar una vídeo... lo que sea.

Si admira a algún orador potente por su elocuencia y capacidad discursiva, no piense que brilla por la inexistencia de miedo. El miedo está, pero en su caso está arrinconado, encapsulado. El buen orador ha aprendido a convivir con el miedo a hablar en público.

EL MIEDO LLEGA PARA QUEDARSE

A veces las sensaciones de un orador antes de hablar van de malas a peores. Nos cuesta mucho concentrarnos en los objetivos de la intervención y nos acosa la imagen del fracaso inminente. El miedo se adueña de nuestro comportamiento y emerge nuestra peor versión.

Imagine por un momento que tuviera miedo cero. Que se encontrase relajadísimo. Yo siempre establezco la misma comparación que me sirve para explicar los detalles de esta idea:

He hecho en mi vida profesional mucha televisión. Comencé con 23 años y he seguido durante al menos 30 más. Supongo que, si sumase, me saldrían más de 2.000 horas de programas en directo. Se podría decir que entro en la categoría de presunto experto en esta actividad. Siempre que me pongo ante una cámara, que tengo que conducir un evento, impartir una conferencia o encarar una clase universitaria, estoy inquieto. Y así debe ser. Esa inquietud me mantiene alerta, evita la relajación absoluta que es muy poco recomendable a la hora de darle a la oratoria.

Si estuviese tan relajado en un directo como lo estoy cuando veo la televisión desde el salón de mi casa, perdería la capacidad de reaccionar que necesitaré ante una eventualidad o un imprevisto. Si pasa algo en el plató y no estoy en tensión, se me quedará cara de alelado. No me colgarán por ello... pero sí que alguien colgará el vídeo en YouTube y será como si de facto me hubiesen colgado.

Estamos ante una tensión necesaria... pero que se nos puede ir de las manos para convertirse situarnos fuera de control. Y además resulta que el miedo es irracional. Un día estás a punto de salir de tu casa y escuchas un ruido en el garaje. No te asustas. Tienes claro que es alguien del bloque moviendo los cubos de basura. Al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, escuchas un ruido similar. Te sobresaltas. ¿Qué ha cambiado de un día a otro? Absolutamente nada. Pero no somos dueños de nuestras reacciones cuando son irracionales. El primer día hemos conseguido dominar el miedo. El segundo hemos sucumbido a ese mismo miedo.

Y esto mismo nos ha ocurrido a todos en nuestro devenir profesional. A esa jornada en la que no uno no se reconoce a sí mismo por la capacidad para resolver media docena de tareas y otra media docena más, le sigue una en la que, ante un cometido sencillo, se sucumbe sin remisión. Somos más resolutivos cuando estamos en tensión. Pero si la tensión deviene en presión y terror, nos volvemos improductivos y la fecha de entrega atenaza nuestro ánimo.

Si nos dejamos dominar por el miedo seremos presa fácil del fracaso. Cualquiera tiene miedo o inquietud cuando se enfrenta a la audiencia. Sea cual sea el formato de la intervención. Todos, absolutamente todos, estamos más tranquilos en casa sentados en nuestro sofá sin hablar en público.

Miedo es un sustantivo abstracto muy genérico. No todos sentimos lo mismo antes de hablar o al hacerlo:

Hay quienes sufren ante grandes audiencias. Convencidos de que el tamaño sí importa.Oradores que lo pasan mal ante desconocidos pero que no se alteran mucho si la audiencia es reconocible.Están aquellos que se inquietan pero lo llevan razonablemente bien.Están lossaben con certeza que no es la parte más brillante de su desempeño profesional y sufren “por comparación”. No les agrada comparar su capacidad de gestión con su vertiente comunicacional.Intervinientes que siempre ven algo desagradable en tener que tomar la palabra en público. Aterrorizados mucho antes de hacerlo. Sufren en silencio durante días y llegan a somatizar el pánico (erupciones cutáneas, irritabilidad, dolor de estómago, temblor de las extremidades, etc.)Y quedan los indecisos. Han hablado en público alguna vez y el resultado ha sido poco impactante, aunque están satisfechos con los resultados. Por eso dudan, por la sensación de juego de la ruleta rusa que tienen antes de cada intervención: ¿Será esta la buena? Si me sale mal ¿afectará a mi carrera profesional?

Y seguramente habrá más categorías y situaciones. Solo hay un tipo de orador en el ámbito profesional que no tiene ningún miedo a la hora de tomar la palabra: aquel que produce miedo en los demás. Ese compañero que cuando toma la palabra... se la queda. Esas personas que confunden no callar con decir algo interesante.

Luego... todos tenemos miedo, así que adáptelo a su experiencia personal. Aunque yo seguiré empleando la misma palabra genérica para no liarnos. Así pues, tras este sustantivo puede haber otros muchos que representan a otras tantas sensaciones o vivencias:

Pánico.Terror.Nerviosismo.Estrés.Inquietud.Incomodidad.Alarma.Aprensión.Encogimiento.Espanto.Susto.Acobardamiento.Alteración.Desasosiego.Sobresalto.Tortura.Escozor.Impaciencia.Incertidumbre.... O canguelo.

Espero que alguno de estos se adapte a sus sensaciones antes de tomar la palabra. De lo contrario tendrá que recurrir a un diccionario de sinónimos. Le aseguro que yo personalmente me pondría más de dos y más de tres de estos trajes y me quedarían de miedo... nunca mejor dicho.

ENCAPSULANDO EL MIEDO

El miedo a hablar en público no va a desaparecer. Empleando la terminología médica de los actores que hacen de médicos en las películas “tenemos que mantener el miedo encapsulado” (siendo el miedo o la inquietud a la hora de tomar la palabra algo que no entra en la categoría de una patología). Existe una gran diferencia a nuestro favor como oradores el miedo a hablar en público, en su justa medida, nos convierte en mejores oradores.

El estrés es una acción corporal defensiva. Ante un peligro inminente, nuestro organismo reacciona poniéndose alerta. La adrenalina nos reactiva y sacamos lo mejor de nosotros mismos. Quien tiene que hablar en público y está tan relajado como para no pensarlo, acaba siendo un robot que pone el piloto automático y perpetra, más que ejecuta, una presentación profesional.

El miedo viene y se va a su antojo.Como la memoria, tiene vida propia. Bromeo en mis cursos cuando digo que somos hijos del miedo. Hace miles de años un tipo parecido a nosotros, pero al parecer más bajito y peludo, se había empeñado en ser uno de nuestros ancestros. No lo consiguió. Una mañana, en mitad de un prado, se quedó parado al ver a un bicho enorme que se abalanzaba sobre él... y se lo comió. A otro como él, a otro y a otros varios más... les pasó lo mismo. Hasta que, por aquello de la selección natural y la evolución de la especie, hubo alguien que ante el mismo animal enorme tuvo otra reacción completamente distinta: se asustó y salió corriendo. Este, sí que es familia nuestra, puesto que es el único que se salvó. ¿Somos o no somos hijos del miedo...?

LA RACIONALIZACIÓN DEL MIEDO A HABLAR EN PÚBLICO

Llevo más de veinte años aplicando esa estructura de las cinco uves dobles a mis conferencias, cursos y experiencias personales en materia de comunicación. Propongo una fórmula sencilla para gestionar nuestro miedo. Lo de cinco uves dobles viene del inglés: la palabra clave de cada una de las cinco preguntas comienza o contiene la uve doble en el idioma de Shakespeare o David Beckham.

Es una aproximación racional a un entorno muchas veces irracional, como ya he dicho antes. Pero es efectivo. Se trata de cinco preguntas que todos debemos hacernos antes de tomar la palabra. Por lo menos en aquellas situaciones que nos comprometan o que consideremos tienen una importancia superior a la media.

Pregunta 1. ¿Qué... beneficio obtengo tomando la palabra?

Comencemos por lo básico. Si no encuentra respuesta para esta pregunta no siga adelante. No tiene sentido. No vale responder diciendo “el beneficio que obtengo es acabar”. Acabar está siempre. Carece de sentido hablar por hablar y arrepentirse de lo dicho. Somos dueños de nuestros silencios y prisioneros de nuestras palabras.

Esta situación de intervenir sin ton ni son se da mucho en reuniones profesionales. Parece que en la convocatoria se incluyese la obligación de tomar la palabra... aunque no tengamos nada que aportar. Nos quejamos reuniones eternas. Hay organizaciones que se plantean eliminarlas por improductivas o que los participantes las hagan de pie. Así se cansan antes, van al grano y se pierde menos tiempo.

Bastante ruido corporativo sufrimos ya, como para convertirnos en proveedores de la nada corporativa con soliloquios vacíos o con reiteraciones de lo dicho por otros. Cuando tomamos la palabra no podemos borrarlo. No existe el undo de nuestro ordenador. Cuando no hablamos podemos decidir si lo hacemos o si nos mantenemos en silencio. Escuchando se hace uno sabio. Hablando normalmente no. Prometo que siempre que hablo, todo lo que digo me lo sabía antes de abrir la boca.

Habrá ocasiones en las que no tenga ninguna gana de hablar pero al mismo tiempo sea consciente de que es la persona más adecuada para hacerlo en su organización o en su equipo. Y es que esta primera cuestión de la racionalización del miedo tiene una versión corporativa que sería ¿qué beneficio obtiene mi organización cuando yo tomo la palabra? Y es más habitual que la primera versión. Hablamos para mayor gloria de nuestras compañías,para que la gente adquiera un conocimiento a través de nuestras intervenciones y muy en último lugar para nuestro mérito particular.

Hablamos en público casi siempre para:

Transmitir una información relevante.Explicar una iniciativa o un proyecto.Evitar que se cometan errores que hemos detectado.Aclarar dudas.Vender productos o servicios ante públicos externos o internos.Defender nuestro punto de vista sobre cualquier asunto profesional.Divulgar o formar a quienes acaban de incorporarse a una organización o equipo.

Si cumple con cualesquiera de estos requisitos o con otros parecidos, y si de entre un grupo de oradores probables tiene la certeza de que ha de ser quien mejor cumpla el objetivo marcado, ya tiene su respuesta a ese qué. Y si no tiene la respuesta recuerde que tampoco tiene la palabra.

Pregunta 2. ¿Cuánto... esperan aprender de mi intervención?

En España y Latinoamérica notenemos mucha formación específica como hablantes del entorno profesional. Eso hace que no sea habitual encontrarnos con oradores desinhibidos o espectaculares. De modo que cuando nos disponemos a escuchar una presentación de un tercero tenemos niveles de expectativa y exigencia bajos. Voy a ordenarlos de abajo a arriba:

Espero no dormirme...Convocatoria de primera hora de la mañana o peor: a primera hora de la tarde, justo después de la comida. Hay que tener el ánimo de Rafa Nadal o Fernando Alonso para encarar reuniones o presentaciones a esa hora. Los antecedentes son desalentadores y el riesgo de caer en el sopor es probable.

El panorama se vuelve tétrico en la convocatoria vespertina. Toda la sangre se concentra en el estómago y sus alrededores a fin de facilitar la digestión. De modo que abandona nuestro cerebro y la falta de riego produce más sueño. El estilo del orador no ayuda: datos, números, datos, diapositivas interminables, cara de pocos amigos, más datos... Parece una pesadilla excepcional pero en realidad se trata de un hecho habitual. Las intervenciones ajenas nos espantan y asustan... hasta dormirnos.

Me voy a aburrir...Estamos un escalón por debajo del punto A. Escalón pequeño. El asunto de la presentación me llama la atención, pero temo que una catarata de datos y ejemplos sepulten mi interés. Seguro que el orador se excede con respecto al tiempo pactado y las preguntas de los otros miembros del público van a ser inoportunas y tan aburridas como la charla central.A ver si me cuentan algo que no sepa...O incluso que supiera pero que se me haya olvidado, vista la capacidad limitada de mi memoria. Este escenario mental de expectativas ya pinta mucho mejor. Mi interés aumenta.Seguro que me explican algo que me resulta interesante y útil...