Testigos de la pasión - Samantha Hunter - E-Book

Testigos de la pasión E-Book

Samantha Hunter

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Beschreibung

Joanna Wyatt, marshal de los Estados Unidos, tiene que trabajar protegiendo a un testigo sin que este se entere. Se hace pasar por camarera en el bar de carretera que tiene Ben Callahan, antiguo miembro de los SEAL, para estar cerca de él. Ben ha estado en situaciones complicadas antes, así que no está preocupado. Lo que sí le preocupa es la camarera sexy a la que no puede dejar de tocar. Sabe que no es el momento apropiado para liarse con alguien, pero la pasión entre ellos es irresistible. Y bajar la guardia puede ser muy peligroso.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2012 Samantha Hunter

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Testigos de la pasión, n.º 410 - marzo 2024

Título original: Straight to the heart

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 9788411806893

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Joanna Wyatt, marshal de los Estados Unidos, dejó la carpeta en la mesa de su jefe y miró a Don a los ojos.

—¿Crees que está tapando a alguien? —preguntó.

No sabía por qué le preguntaba él sobre su caso, el asesinato de un juez de rodeos por un matón del crimen organizado, pero quizá necesitara contrastar ideas. El hombre que había presenciado el asesinato no cooperaba, pero eso no era problema de ella, que estaba impaciente por conocer su situación y su próxima misión.

—Eso o lo están amenazando. Alguien ha podido llegar hasta él y asustarlo. Eso explicaría por qué rehusó nuestro programa de protección de testigos. No quería dejar vulnerable a su familia. Pero también rechazó protección de agentes; dijo que podía cuidarse solo —respondió Don, que parecía cansado.

Joanna apretó los labios. Tomó el informe y volvió a leerlo. Un antiguo miembro de los SEAL, en operaciones especiales encubiertas, un cowboy. Conocía el tipo. Se había criado con dos hombres parecidos, su padre y su hermano, ambos texanos, ambos de los Rangers de Texas. La respuesta de Ben Callahan a las ofertas de protección no le sorprendía; un hombre así tenía tendencia a enfrentarse solo a los problemas.

—Imagino que probablemente no hay muchas cosas que le den miedo y que seguramente podrá defenderse solo —comentó—. Puede ser un hombre bien entrenado y tener amigos que lo apoyen.

Don hizo una mueca.

—Es posible, pero no tiene ni jurisdicción ni el visto bueno del Gobierno para hacer eso. Ahora es un civil.

—¿Por qué rehúsa una escolta? —musitó Joanna.

—Dijo que unos extraños llamarían mucho la atención.

—Probablemente tiene razón. Los pueblos de Texas son comunidades muy cerradas. Todo el mundo se conoce.

Don la miró de hito en hito. Joanna se encogió de hombros. No era culpa suya que Callahan tuviera razón.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó—. Y lo más importante, ¿cuándo voy a volver a trabajar? El hombro ya está curado y estoy preparada.

—La investigación sobre tu última misión no está cerrada. No volverás a capturar fugitivos hasta que tengamos una valoración completa.

Joanna se agarró al borde de la silla.

—¿Tengo que quedarme en un escritorio?

Don sonrió levemente.

—No es para tanto. Trabajarás de infiltrada para Protección de Testigos.

—¿Protección de Testigos? —repitió ella—. Pero yo no trabajo en eso, yo persigo a los malos.

Joanna vivía para la caza. Siempre de un lado a otro, siempre moviéndose. Había atrapado a algunos de los peores y la protección de testigos, en su opinión, era como hacer de canguro. Un trabajo muy lento que no tenía ni de lejos la emoción de perseguir fugitivos.

—De eso nada, yo…

—Escucha, sé lo que piensas del trabajo, pero o te infiltras para proteger a Ben Callahan o te quedas sentada en una de esas sillas hasta que se termine la investigación sobre tu última misión.

—Eso no es justo. Cometí un error, un pequeño error de juicio…

—Estuviste a punto de morir y casi pierdes a un sospechoso peligroso en el proceso. Presionaste demasiado, pusiste en peligro el caso y a ti, y no es la primera vez. Tienes que frenar un poco. Solo una temporada.

—A la gente que buscamos no se la captura frenando.

—Lo sé, y tú eres una de las mejores que tenemos. Pero ahora tienes que hacer esto. Créeme, no me ha sido fácil conseguirte esto, y solo me lo han dado porque en Protección de Testigos están al límite. Te necesitan.

—Pero ese hombre ha rehusado protección.

—Cierto. Y tú estás de acuerdo en que un extraño llamaría mucho la atención, pero creo que tú encajarías allí. Tiene un bar de carretera en el rancho de su familia, cerca de Midland, y da la casualidad de que buscan gente.

—Te estás burlando de mí.

Don la miró muy serio.

Joanna respiró hondo y se recostó en la silla intentando aceptar su destino. Quizá no fuera tan malo trabajar de infiltrada. Al menos saldría de la oficina y, si era eso lo que tenía que hacer para quitarse a los psiquiatras y administradores de encima, pues muy bien.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres semanas. Lo proteges, nos informas si crees que oculta algo, si hay alguna amenaza que no nos ha contado o alguna otra razón para que rechace nuestra protección. Él no puede enterarse de quién eres. Si te descubre, podríamos perderlo para la causa. No menosprecies la misión, Joanna. Y si las cosas se complican, pide refuerzos, no hagas lo de la última vez.

—Por supuesto —ella se cruzó de brazos—. Pero que conste que yo pedí refuerzos. Está en el informe. No es culpa mía que tardaran tanto en llegar y tuviera que ocuparme de aquello sola.

—Entendido. Pero tu carrera futura depende de que cumplas bien esta misión. No quiero perderte, así que esfuérzate por hacerlo bien.

Joanna asintió. Era una profesional y una misión era una misión, pero estaba deseando que pasaran las próximas tres semanas.

En su último caso había cometido un error. Había decidido no esperar a los refuerzos durante una captura porque, en su opinión, no había tiempo que perder si no quería dejar escapar a un violador en serie, y había recibido un balazo por las molestias.

Era la primera vez que le habían disparado y casi había sido la última. La bala se había quedado a dos centímetros de una arteria importante. El violador había sido capturado poco después, pero no por ella. Aquello le dolía casi más que la herida de bala.

Ahora tenía que cumplir la penitencia, que en su caso consistía en hacer de canguro de Ben Callahan.

1

 

 

 

 

 

Ben Callahan se detuvo en la puerta del Golpe de Suerte, el bar que había heredado de su abuelo, e intentó averiguar qué era lo que había cambiado. Miró a su alrededor. Tenía todos los sentidos alerta y eran unos sentidos bien entrenados después de casi once años en los SEAL, los cuerpos de operaciones especiales de la Marina. Su mirada se posó al fin en el origen de su curiosidad.

La mujer.

La falda corta vaquera dejaba al descubierto una buena cantidad de muslo y ceñía lo que prometía ser un trasero espectacular. Él no era el único que se había fijado. Los hombres que ocupaban el bar a la hora del almuerzo lanzaban miradas apreciativas a la nueva camarera, que iba de mesa en mesa anotando pedidos.

Llevaba el cabello castaño oscuro recogido en una coleta que se balanceaba entre sus omoplatos al moverse. El movimiento atrajo la atención de él hacia sus hombros fuertes y esbeltos, su cintura larga y estrecha y su elegante cuello.

Cuando ella se volvió, él vio que no tenía demasiado pecho, pero aprovechaba bien el que tenía. Charlie, su mejor amigo y segundo al mando en el bar, había sido el encargado de contratar mientras él estaba fuera hablando con los federales. Dadas las circunstancias, no quería estar fuera más tiempo del necesario, pero a veces era preciso.

Por suerte, Charlie había conseguido encontrar una camarera. A Ben no le gustaba la tarea de entrevistar para un trabajo, básicamente porque su madre solía enviarle a hijas de amigas que eran mejores candidatas para el matrimonio que para camareras. Y estaban también las antiguas amigas que se pasaban por allí desde su regreso, algunas todavía solteras y otras divorciadas.

Eso era lo que pasaba cuando uno volvía al pueblo en el que se había criado, pero todavía no se había acostumbrado. Solo llevaba un año allí y no le había resultado fácil dejar la vida militar.

En Texas, la familia, el legado y la tierra iban a menudo juntos. Esos vínculos significaban algo. Esa era una lección que había aprendido en los SEAL, donde la conexión con su equipo lo era todo. Y la conexión con la familia funcionaba del mismo modo; o al menos, Ben lo veía así. Había servido a su país y ahora servía a su familia.

Y, en el proceso, servía también grandes cantidades de cerveza a los habitantes de la zona.

Ben no había vuelto a casa hasta dos años después de la muerte de su abuelo. Eso no podía cambiarlo, pero sí podía hacer cosas que hubieran enorgullecido a su abuelo.

Se estaba habituando lentamente a la vida civil y no le disgustaba. Se había instalado en la casa vieja detrás del bar y había vuelto al rodeo, principalmente a montar toros y lacear vaquillas. Estaba acostumbrado a descargas de adrenalina y el rodeo satisfacía esa necesidad y de paso ganaba trofeos para el rancho de sus padres.

El último al que había asistido había sido más violento de lo previsto, pues habían asesinado a uno de los jueces del rodeo de un tiro, estilo ejecución, y él lo había visto todo, aunque no había sido capaz de pararlo.

Resultó que el crimen estaba relacionado con los intentos de la Mafia por controlar los rodeos drogando a los animales y presionando a los jueces. El hombre al que habían matado no había querido ceder a las coacciones y había muerto por ello, dejando huérfanos de padre a sus tres hijos.

El asesino estaba en San Antonio y el testimonio de Ben podía servir para encerrarlo o para, en palabras del fiscal, tener algo con lo que presionarlo para forzarle a hacer un trato y que les entregara a criminales más importantes. Estaban mezclados el FBI y también los marshals y solo Dios sabía quién más. Aquel hecho había vuelto del revés la vida de Ben.

La experiencia militar le había enseñado que a menudo se necesita un mal pequeño para parar otro mayor. El mundo funcionaba así y a él no tenía por qué gustarle.

También era consciente de que tanto el posible trato como la condena potencial dependían de su testimonio y eso hacía que él también estuviera en peligro.

Por eso había cancelado sus apariciones en rodeos durante el final de ese verano con la excusa de que necesitaba estar en casa para dirigir su negocio. El Gobierno le había ofrecido protección, lo que implicaba vivir en una casa segura hasta el juicio, pero eso no ayudaría a su familia o amigos. Le habían ofrecido incluso entrar en el Programa de Protección de Testigos, pero no estaba dispuesto a dejar la vida a la que acababa de regresar.

Además, los SEAL no huían de nada.

Faltaban tres semanas para el juicio y el Departamento de Justicia había conseguido mantener oculta su identidad, así que Ben confiaba en que llegarían al final de la historia sin problemas.

—Bienvenido al hogar, jefe —Charlie se acercó a él desde la cocina.

Ben sonrió y le estrechó la mano con fuerza.

—Me alegra ver que este sitio sigue en pie.

—Nos hemos arreglado. Pero es un placer tenerte de vuelta.

—Gracias —Ben volvió a mirar a la camarera nueva.

Esa vez ella también se fijó en él. Lo miró con sus grandes ojos marrones, sonrió levemente y se volvió a un cliente.

—¿Una chica nueva? —preguntó Ben.

—Sí. Hasta el momento lo hace bien, aunque solo es su segundo día.

—No me suena de por aquí —comentó Ben.

Cualquier persona nueva era un interrogante. Normalmente, a Ben no le importaba que apareciera una extraña buscando trabajo, pero en aquel momento tenía más cuidado que de costumbre.

—Ha roto con su novio y viene desde El Paso buscando un trabajo y un techo. Parece muy capaz y, desde luego, tiene buena presencia —Charlie sonrió—. Le he alquilado el apartamento de arriba. Pensé que no habría problemas y al menos sabemos que no llegará tarde al trabajo.

Ben frunció el ceño. Por supuesto, Charlie no conocía su situación. Ben no quería que nadie se preocupara cuando quizá no hubiera de qué preocuparse.

—Tenía que hacerlo, Ben —comentó Charlie—. Cuando llegué ayer, la vi durmiendo en su coche en el aparcamiento. No podía dejar que se quedara allí hasta que tuviera dinero suficiente para alquilar algo. Además, ella accedió a trabajar horas extras a cambio de no pagar alquiler.

—¿Has comprobado sus referencias, investigando de dónde viene? —preguntó Ben, camino ya de la cocina.

—¿Me tomas por tonto?

—No, pero sé cómo eres con las mujeres hermosas, amigo mío —Ben sonrió—. Con ese aspecto, aunque fuera la peor camarera del mundo…

—No te preocupes, la he investigado. Joanna Wallace. Nada importante, la historia de siempre de trabajos en restaurantes y tiendas. No tiene antecedentes, es simpática. Parece haber elegido mal a algunos hombres, pero no me ha dado muchos detalles.

Ben asintió; tomó el correo apilado en el mostrador. Era fácil crearse una historia y montar unas referencias, pero aquello era paranoico por su parte. Había puesto un cartel en la puerta y alguien había ido a buscar trabajo. ¿Por qué no ella?

Además, si la Mafia quería acabar con él, seguramente no enviarían a alguien como ella. Aun así, la investigaría a través de sus propias fuentes en cuanto pudiera.

—Gracias, Charlie. Te agradezco que me hayas ahorrado esa tarea —dijo.

—De nada. A Lisa también le cae bien. Le dejé que la entrevistara antes de tomar una decisión.

Ben asintió.

—Muy buena idea.

Lisa era su camarera a tiempo completo y su esposo la había dejado hacía poco con dos niños. Aunque trabajaba bastantes horas, necesitaban a alguien más que cubriera huecos y ayudara en las horas de más ajetreo. Lisa valía su peso en oro y era importante que se llevara bien con la persona nueva.

—Me falta una pierna, pero mi cerebro está intacto —comentó Charlie, que había perdido una pierna en una explosión en Irak—. Esta semana no he cuadrado los libros. Sabes que las matemáticas no son lo mío, así que te lo he dejado a ti —añadió.

—Sabía que debería haber tardado unos días más en volver —Ben movió la cabeza y los dos rieron. Charlie volvió al grill.

Ben pensaba contratar a un contable pronto. Por el momento aprendía todos los días algo sobre el negocio y saber cuadrar los libros era tan importante como todo lo demás, así que llevaba la contabilidad, hacía los pedidos y aprendía poco a poco los trucos del negocio. De niño había pasado mucho tiempo allí, ayudando a su abuelo, y de adolescente se había reunido allí con sus amigos. El Golpe de Suerte era una parte importante de su vida, aunque tenía que mejorar algunas cosas. También agradecía todo el trabajo que implicaba dirigir un establecimiento de éxito.

Era un reto en el que podía concentrarse y le debía a su abuelo hacerlo lo mejor posible. Para sorpresa suya, a medida que pasaban los meses, cada vez le gustaba más. Siempre había algo para mantenerlo ocupado y, cuando no estaba ocupado allí, arreglaba la casa, trabajaba en el rancho de sus padres o practicaba para el siguiente rodeo.

Aunque le había gustado estar en los SEAL, la vida civil también tenía sus puntos de interés. Se lavó las manos en la cocina y salió al bar, donde volvió a mirar a la camarera nueva.

Lisa, que trabajaba también en el turno del almuerzo, le guiñó un ojo y lo saludó con la mano. Ben le devolvió el saludo y se metió detrás de la barra para contribuir al trabajo.

Joanna se acercó a la barra con un pedido. De cerca resultaba todavía más espectacular y Ben pensó que no habría podido culpar a Charlie si la hubiera contratado solo por su aspecto.

—Dos jarras de cerveza y una Coca-Cola —dijo ella. Sus ojos marrones se encontraron con los de él y pasó la mano por encima de la barra—. Hola, soy Joanna. Lisa me ha dicho que eres el jefe.

Él asintió. Le miró los labios. No llevaba carmín, solo algo de brillo, y tampoco iba maquillada; no llevaba cosméticos que alteraran su complexión bronceada.

—Ben Callahan —respondió con calma, aunque el cuerpo y el contacto de ella lo habían excitado bastante. El apretón de manos fue bastante fuerte para ser mujer, pero la piel de su mano parecía de seda.

Ben carraspeó, le soltó la mano y se volvió a tomar dos jarras y un vaso. Llenó el pedido, lo puso en una bandeja y se la pasó. No estaba acostumbrado a perder el control, y menos por un simple apretón de manos.

—Gracias —ella empezó a volverse.

—¿Joanna? —la llamó.

—¿Sí?

—Intenta reservarme unos minutos para hablar después del trabajo. Quizá mientras comes algo. Me gusta conocer a los empleados nuevos, entiéndelo.

Ella asintió.

—Desde luego; ningún problema.

Ben la observó alejarse sin poder reprimir una sensación de alarma. No podía imaginar por qué, pero había algo en ella que no encajaba. No parecía el tipo de mujer que se enrollara con los hombres equivocados, pues exudaba autoconfianza e inteligencia.

Y también exudaba una sexualidad que probablemente había hecho caer a más de un hombre de rodillas. Imaginó lo que le gustaría hacer de rodillas delante de Joanna Wallace y movió la cabeza y se concentró en preparar un par de pedidos para un par de vaqueros que se acercaron a la barra.

Suponía que su reacción física a una mujer hermosa no era nada fuera de lo normal, pues hacía tiempo que no estaba con ninguna. Su vida había sido una locura.

Había tenido una aventura de una noche en su último permiso militar y de eso hacía ya más de un año. Desde entonces, las cosas simplemente no habían ido en esa dirección. No porque no hubiera tenido ofertas desde su regreso a casa, pero no quería complicarse la vida tan cerca de casa y, en realidad, ninguna de las mujeres que había conocido lo había inspirado en ese sentido.

Joanna Wallace sí lo inspiraba. Pero la lujuria se mezclaba con la cautela de un modo que resultaba muy incómodo.

Mientras trabajaba en la barra, la observaba hablar con los clientes de una mesa, a los que parecía tener cautivados. Bromeaba con ellos, sonreía y su risa se oía a ratos por encima del murmullo de las conversaciones. Sus ojos se encontraron con los de él como si hubiera notado que la miraba. Ella también era consciente de él.

Interesante.

Su postura, la leve aprensión en el modo en que enderezaba los hombros al mirarlo le dijeron lo que él quería saber. O al menos una parte. Escondía algo y él pretendía descubrirlo antes de que acabara el día.

 

 

Joanna no recordaba haber estado nunca tan nerviosa como cuando entró en la sala de empleados para ver a Ben Callahan.

Tuvo que reprimir el impulso de tapar la generosa cantidad de piel que dejaba al descubierto el top que llevaba. Definitivamente, no era su estilo habitual. Lacey, la esposa de su hermano Jarod, había insistido en que era perfecto para trabajar en un bar de carretera. Y la verdad era que Joanna se había sentido bastante cómoda con la prenda hasta que la había mirado Ben Callahan y había pasado a sentirse claramente incómoda en distintos sentidos.

Engañar a Charlie y Lisa había sido fácil, pero cuando la miraba Ben, tenía la impresión de qué él había sabido al instante que ella no era quien decía ser. No era una camarera y no era Joanna Wallace. Medio esperaba que dijera que sabía perfectamente quién era, a pesar de que su tapadera era bastante sólida incluso en el caso de que la investigaran.

Ahora lo iba a ver en privado y tenía que convencerlo de que era auténtica. Las palabras de Tom sobre que su carrera dependía de su éxito allí resonaban en su cabeza cuando cerró la puerta y se acercó a la gruesa mesa de madera donde estaba él sentado con dos hamburguesas de queso especiales como las que había servido ella todo el almuerzo. Le gruñó el estómago. Tenía hambre. No había trabajado de camarera desde la universidad y era un trabajo físico intenso.

—Hola, espero que no te importe una hamburguesa —comentó Ben con amabilidad, pero sus ojos indicaban que no estaba todavía seguro de ella y sentía recelo.

Eso no importaba. Dados sus antecedentes militares, ella ya había asumido que sería cauteloso. Sabía que lo que había visto lo colocaba en peligro y se mostraría especialmente cuidadoso con las personas a las que no conocía. Eso era de esperar.

—Estupendo, gracias —respondió ella con una sonrisa. Se sentó enfrente de él.

—Come y luego hablamos —él tomó su hamburguesa.

Joanna no tenía nada que objetar a eso.

Cuando Ben terminó su hamburguesa, se recostó en su silla y esperó. Ella no se apresuró, y al terminar, se recostó también en la silla con un suspiro de satisfacción.

—No sé qué les hace Charlie a estas hamburguesas, pero se merece una medalla —dijo para romper el hielo.

—Tiene talento en la cocina —asintió Ben—. Háblame de ti. Sé que ya has hablado con Charlie, pero me gusta saber quién trabaja para mí.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué quieres saber?

—Es obvio que eres de Texas, pero no de la zona. ¿De dónde eres?

—Crecí en las afueras de Corpus Christi, pero he vivido los últimos ocho años en San Diego. Volví a El Paso con mi novio Lenny. No salió bien.

Las mejores mentiras son las que van acompañadas de toda la verdad posible y, aunque ella vivía en San Diego cuando le dispararon y había tenido un novio llamado Lenny, todo lo demás era pura ficción. Esperó la respuesta de él.

Tomó un trago de su refresco y sintió la garganta seca sin otro motivo que el hecho de que él era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida. Más de un metro ochenta de increíble virilidad texana.

Se había criado con dos hombres fuertes, su padre y Jarod, su hermano mayor, ambos Rangers de Texas, y eran toda la familia que había conocido, pues su madre se había marchado cuando ella tenía siete años. Por esa razón, siempre se había sentido muy cómoda con los hombres.

Trabajaba con muchos hombres muy guapos, tan atractivos como Ben Callahan, pero eran marshals y nunca los había visto de un modo romántico. Ya en el instituto se había llevado mejor con los chicos y había tenido más amigos que amigas.

Por esa razón había salido poco con ellos en un sentido romántico. No había dejado de ser virgen hasta mitad de carrera e incluso entonces había sido con un chico al que consideraba más amigo que amante. Él era ahora ayudante de fiscal en Houston, estaba casado y tenía cuatro hijos.

Nada de eso entraba en sus planes. Ella pensaba principalmente en el trabajo, igual que su padre y su hermano.

Excepto porque Jarod ahora estaba casado y su padre había conocido a una mujer.

Eso estaba bien. Se alegraba por ellos y adoraba a Lacey, su cuñada. Pero no estaba dispuesta a seguir su camino.

Por todas esas razones, le mortificó comprobar que contenía el aliento cuando Ben Callahan se inclinó hacia ella sobre la mesa. Se dio cuenta de que se estaba lamiendo el labio y cerró la boca con fuerza.

«Aprovéchalo en tu favor. Es normal que estés nerviosa. Interpreta tu papel».

Él tenía que creer que era solo una camarera, una chica poco afortunada que había tomado algunas malas decisiones y que necesitaba aquel trabajo. Si no lograba aquello, sus supervisores pensarían que había perdido facultades.

Un mechón de pelo rubio oscuro cayó sobre la frente de él, que lo apartó con la mano.

Por supuesto, ella había memorizado los datos de él, pero ninguna de las fotos que había visto le hacía justicia. Llevaba menos de un año fuera de los SEAL y se preguntó por qué lo habría dejado. En su experiencia, aquellos hombres nunca se iban hasta que se veían obligados a hacerlo. Fuera como fuera, él seguía en buena forma física.

Le miró las manos, que descansaban en la mesa, y se le ocurrió pensar que ella habría podido acostarse con alguien en las cuatro o cinco últimas semanas.

Le gustaba el sexo, pero siempre lo había considerado como un deporte, algo que paliaba un anhelo físico, aunque en los últimos tiempos no había tenido mucha oportunidad de hacerlo. De hecho, hasta dos minutos antes, había sido lo último en lo que había pensado. Ben Callahan era sexo personificado, y las hormonas de ella, antes dormidas, habían elegido aquel momento para despertar.

Él le decía algo y ella estaba tan ocupada procesando su lujuria que no prestaba atención a las palabras. Hizo un esfuerzo por volver a la realidad.

—Charlie me ha dicho que estabas durmiendo en tu coche y te alquiló la habitación de arriba.

—Sí, es un hombre estupendo —respondió ella.

—¿No tienes familia que te ayude ni otro lugar al que pudieras ir?

Ella se movió en el asiento. Tenía que darle algo que él pudiera creer.

—Tengo un hermano, pero, para ser sincera, no le interesa tenerme en su casa. Además, no quiero que Lenny me busque. No creo que lo haga, pero no viene mal ir con cuidado.

—¿Por qué?

—Yo creía que le daba dinero para arreglar la camioneta y resultó que era dinero para drogas. Juro que yo no lo sabía —se apresuró a aclarar, con aire desesperado—. No sabía que compraba y vendía drogas hasta que se enfadó mucho porque le faltó dinero, se metió en líos y yo me negué a ayudarle.

—¿Y?

—Y se puso un poco brusco, así que entendí que tendría problemas si me quedaba y por eso le robé la camioneta y me largué. Me debía dinero, ¿de acuerdo? Le había dejado cientos de dólares.

—¿Y tú no sabías que se dedicaba a las drogas?

—Pues no. Había consumido algunas veces, pero eso no es vender. Y yo no tengo nada que ver con todo eso. Creía que era un tío honrado, pero me equivoqué.

Él la miró atentamente unos minutos y ella cerró los puños en la mesa, una demostración de nerviosismo que no era falsa del todo.

—¿Y dónde está la camioneta?

—La cambié por un coche en un local de coches usados; el hombre no hizo muchas preguntas porque la camioneta valía más que el coche que me dio. Y le pagué extra para que no se lo dijera a nadie. Luego me quedé sin fondos y estaba harta de vivir en el coche, así que busqué un empleo.

Vio que Callahan enderezaba la columna.

—Entiendo. ¿Y tienes miedo de que ese tal Lenny te busque?

—No creo que lo haga, pero si lo hace, jamás se le ocurrirá hacerlo aquí —ella sonrió un poco, como complacida consigo misma—. Pensará que he vuelto a San Diego.

Ben no le devolvió la sonrisa.

—Pero puede hacerlo. No me gusta que me traigan problemas de ese tipo a mi casa y no me lo digan. No fuiste sincera con Charlie.

Ella frunció el ceño y adelantó un poco el cuerpo sobre la mesa. Las pupilas de él se dilataron levemente, y eso, y el modo en que la había mirado antes le hizo saber que se sentía atraído por ella.

—Lo sé, perdona —Joanna se lamió el labio en un gesto de nerviosismo—. Pero tenía que alejarme e hice lo que tenía que hacer. Yo solo quiero volver a mi vida. Sinceramente, no creo que Lenny me siga. No es tan ambicioso. Seguro que ya ha encontrado otra mujer a la que sacarle dinero.

Por supuesto, no había ningún Lenny, así que estaba completamente segura de que nadie iría a buscarla allí.

Ben pensó un momento y acabó por asentir lentamente con la cabeza.

—¿No denunció el robo de la camioneta? —preguntó.

Ella hizo una mueca.

—Se habría arriesgado a que yo contara lo de la droga.

—Eso es verdad —asintió él—. Bien, me alegro de que te largaras. Y parece que trabajas bien, así que no tengo inconveniente en que te quedes. Pero si aparece o hay problemas de algún tipo…

—Me marcharé —terminó ella en su lugar.

—No. Nos lo dirás a Charlie o a mí.

Joanna pensó que era todo un caballero andante. Eso hacía que le resultara más fácil estar allí, y más difícil mentirle.

—Oh, está bien. Lo haré —prometió.

—Bien. ¿Algo más que yo deba saber?