Thomas - Gisela Fernández - E-Book

Thomas E-Book

Gisela Fernández

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Beschreibung

Thomas es un joven con un extraordinario don: puede convertirse en cualquier persona.    Pero controlar su poder será tan difícil como peligroso.   Junto a Isa, una bruja capaz de entrar en los sueños, desentrañarán secretos ancestrales para descubrir el verdadero significado de  la magia y el amor que los une.

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Sinopsis

Thomas es un joven con un extraordinario don: puede convertirse en cualquier persona. Pero controlar su poder será tan difícil como peligroso.

Junto a Isa, una bruja capaz de entrar en los sueños, desentrañarán secretos ancestrales para descubrir el verdadero significado de la magia y el amor que los une.

Gisela Fernández

Thomas

1° edición: Octubre de 2023

© 2023 Gisela Fernández

© 2023 Ediciones Fey SAS

www.pipbuk.com

Ilustraciones y maquetación: Ramiro Reyna

Fernández, Gisela

Thomas / Gisela Fernández ; Editado por Florencia Giralda ; ilustrado por Ramiro Reyna. - 1a ed. - Córdoba : Pipbuk!, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-47745-9-0

1. Novelas Fantásticas. 2. Narrativa Argentina. 3. Literatura Infantil y Juvenil. I. Giralda, Florencia, ed. II. Reyna, Ramiro, ilus. III. Título.

CDD A863.9283

A Gael y Luisana, la verdadera magia de mi mundo.

Capítulo 1

Soy Thomas Leone y a dos semanas de cumplir diecisiete años, mi mundo vuelve a ser un completo desconocido. Estoy en el último año de la escuela y no conozco a nadie. Es el costo que pagas por mudarte de un lugar a otro desde que tienes once. Soy el primer cambiaformas de la familia, un legado que heredé a través del linaje materno.

La primera vez que me transformé fue en mi fiesta de cumpleaños número once. Todo empezó con un mareo que amenazaba con arrasar mi equilibrio, así que corrí al baño, y sobre el refugio de paredes blancas vacié todo en el inodoro. Me arrimé al lavatorio para lavarme las manos y la cara, pero cuando me miré al espejo, ya no era mi rostro el que se reflejaba ahí: quien me miraba en el cristal era un adulto, el papá de uno de mis amigos. El desconcierto me golpeó. Deseaba desaparecer, pero mis piernas se negaban a moverse. Los golpes en la puerta dispararon mi nerviosismo, hasta que se convirtió en desesperación. Las lágrimas brotaron incontrolables, empañando mi visión.

Estaba perdido, sin saber cómo regresar a mi verdadero yo.

Para mí, lo más aterrador no era lo inexplicable de la situación, sino la posibilidad de salir de ahí bajo la apariencia de otra persona. ¿Qué pasaría si no me encontraban? Seguro llamarían a la policía, y todo se hundiría en el caos.

Decidí enfocar mi mente y controlar mi respiración; continuar en ese estado de pánico solo empeoraría las cosas. Cerré los ojos y el mareo volvió a embestirme, pero desapareció tan rápido como había llegado. Cuando volví a abrir los ojos, el espejo reflejaba al chico de ojos celestes con cabello largo y negro que conocía tan bien. Había vuelto a ser Thomas, pero ahora con una peculiaridad: estaba salpicado de pecas. Un cambio menor pero inesperado.

Al regresar a mi fiesta, Martín, mi mejor amigo, me preguntó si me encontraba bien. En sus ojos vi reflejada su preocupación. Asentí a modo de respuesta, intentando calmar sus temores.

Desde aquel día, mi vida tomó un rumbo distinto. Me sentía preocupado por lo que estaba ocurriendo conmigo, estaba entrando en un mundo del que no sabía absolutamente nada.

Mis padres me sentaron para tener una charla. Me revelaron que mi abuela Cleo era una bruja y que la magia fluía por sus venas. Mi mamá, a pesar de ser su hija, no había heredado ninguno de los dones mágicos, y nunca anticiparon que la magia saltaría una generación para manifestarse en mí.

Mi condición, a la que muchos denominan «cambiaformas», había comenzado a mostrarse.

Me explicaron que, al llegar a cierta edad, estos cambios podrían empezar a ocurrir, y que solo con las futuras transformaciones podríamos descubrir más sobre mi don.

—Es probable que experimentes otro cambio pronto. Y, sinceramente, esperamos estar a tu lado cuando eso suceda —dijo mamá, envolviéndome en un abrazo reconfortante.

—¿Por qué no me contaron todo esto antes, mamá?

—No me sentía preparada. Pasaron muchos años antes de que pudiera hablarle a tu papá acerca del linaje mágico de mi familia —me contestó con tristeza—. Solo quería protegerte.

Mi papá es nativo de Italia. Conoció a mamá en un viaje a España. El amor fue instantáneo, y mantuvieron una relación a distancia hasta que él decidió mudarse a Argentina, para estar más cerca de ella.

—¿Protegerme de qué o de quién? —pregunté, buscando entender.

—De la gente, de aquellas personas que no poseen tus habilidades. El mundo puede ser cruel con lo que no entiende o con lo que considera diferente —respondió afligida.

Esa fue la única vez que experimenté un cambio ese año. Sin embargo, en cada uno de mis cumpleaños posteriores, al inicio de cada otoño, volvía a cambiar de forma. Siempre en humano, nunca en otra forma.

Incluso hoy sigo sin dominar este proceso.

Llevo dos años buscando respuestas en internet y en los libros de mi familia. Necesito entender cómo controlar esto y por qué solo puedo cambiar en mi cumpleaños.

Tengo un millón de preguntas sin respuestas. He intentado armarme de paciencia y enfrentar la situación con calma, aunque esa no sea mi naturaleza. Lo poco que sabía hasta el momento era que en mi árbol genealógico eran contados los familiares con este don y que, a los diecisiete años, lo dominaban a la perfección. Aquellos que no lograban controlarlo se quedaban atrapados en la forma de otro ser para siempre.

El inicio del ciclo escolar llegó y, a decir verdad, no tenía ánimos de hacer nuevos amigos. El único amigo que tenía era Martín. Ha estado conmigo desde la primaria en Misiones y ha sido mi apoyo cuando todos se burlaban de mí. A pesar de la distancia y el tiempo, seguimos en contacto. Tiene planes de venir a Córdoba para estudiar Medicina.

Me resistía a la idea de decirle que quizás debía mudarme de nuevo en pocos días. Él desconocía mi secreto.

Después de mi primer cambio, nos mudamos a Buenos Aires. Le dije a Martín que el motivo del traslado se debía a que mis padres tenían muchos clientes importantes allí. Sufrimos al separarnos, pero nuestra amistad no se ha debilitado. Aunque él no sabía que su mejor amigo era un cambiaformas que tenía que huir constantemente para que nadie supiera quién era. Vivía en una constante mentira, y no sé cuánto tiempo me iba a tomar decirle a mi amigo lo que yo era de verdad.

Todas las veces que tenía que mudarme, que no podía crear lazos permanentes con las personas, me preguntaba si alguien más se percataba de mi ausencia, de si querían saber qué era de mi vida.

Aquel día, Martín me envió un mensaje para desearme buena suerte en la escuela y me alentó a hacer amigos. Siempre lograba sacarme una sonrisa.

El primer día de clases fue una repetición de todos los que he experimentado desde los once años. Como era el nuevo, y encima estaba en el último año donde todos ya eran amigos íntimos, no pasé desapercibido. Las miradas curiosas y los murmullos no tardaron en aparecer. A mi favor, siempre he tenido un carisma natural y una energía positiva que facilitan el acercamiento con la gente. Pero ya me sentía agotado de conocer y luego despedirme de personas en cada nueva etapa de mi vida.

Cada transformación que experimentaba me modificaba de algún modo. Las pecas fueron lo primero, luego mi cabello pasó de negro a rojo, y así con muchos detalles de mi cuerpo. Pequeños detalles que, sumados, poco a poco me hacían sentir menos yo. Por eso, cada vez que cambiaba de forma, mis padres y yo nos mudábamos.

Regresé a casa agotado pero consciente de que no podía perder el tiempo. Dejé las cosas en mi habitación y salí al patio. Había leído en uno de los diarios de mi abuela que la mejor manera de manejar el cambio era mediante la meditación en un espacio al aire libre y en silencio. Se recomendaba tener una piedra que nos representara y una vela blanca. Esa rutina la había llevado a cabo tres veces a la semana durante los últimos dos años.

Esa tarde acomodé la piedra de luna al lado de la vela encendida, cerré los ojos y puse mi mente en blanco. Ya había perfeccionado la técnica de la meditación. Quería cambiar, lo deseaba un montón, pero no sucedía nada.

Otro día más se desvanecía en un intento fallido.