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Los Dioses Elementales creadores de la vida y responsables de mantenerla, se ven amenazados por la hechicería, la magia y razas de criaturas terribles y violentas. Pero en el antiguo Reino de Trioptolis, su Reina reúne a su ejército e intenta ayudar utilizando su corazón, su valentía y sus Derechos Reales… pero muchas veces, cuando se busca acabar con las tinieblas, se logra crear más oscuridad. Solo con malicia debe ser combatido el mal…
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Seitenzahl: 961
Veröffentlichungsjahr: 2018
H. J. OCHANDO
Tiemblan los Dioses
Editorial Autores de Argentina
Ochando, Hernan Javier
Tiemblan los dioses / Hernan Javier Ochando. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-761-544-9
1. Novela. 2. Novela Fantástica. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Ilustración de portada: Gonzalo Ochando
Diseño de portada maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Libro Uno
Creación
En un principio existía el poderoso Dios Abyssus (Abismo), el único sobreviviente de una casta de dioses antiguos. Cansado de vagar por sí mismo en toda su extensión por millones de años, decidió autodestruirse. De ese suicidio nacieron de sus restos: Destructio (Destrucción), Dies (Día), Nox (Noche) y Cauma (Calma), dueña y protectora del paraíso Caelum. Dies y Nox giraban juntos creando luz y oscuridad sobre las eternas llanuras de éste cielo, sin importarles Cauma y Destructio. Pero éste último, celoso, utilizó todo su poder para separarlos arrancándolos uno de otro y luego, ante la inminente expulsión del paraíso, tomó por la fuerza a Cauma. De esta unión nacieron los dos mil Urustrinos (monstruos). Pero en el momento justo de la separación, Dies dejó su semilla en el vientre de Nox, de donde nacieron los cuatro Dioses Elementales: Terra (Tierra), Aer (Aire), Aqua (Agua) e Ignis (Fuego). Terra, al enterarse que dentro de mil años 3 dioses más nacerían de su madre Nox, se unió y creó al mundo, donde cobijaría a los elementos para que no quedasen girando sobre los restos de Abyssus. Cauma, al ver el semejante acto de bondad de Terra, dio a luz a una pareja de semidioses, Maleficae (Hechizo) y Magush (Magia). Éstos fueron dotados de extrema sabiduría, y ayudaron a Terra a explorar la capacidad de sus poderes y así poder recibir bien cómodamente a sus hermanos y sin sufrir consecuencias. Por turnos, Dies cuidaba a sus hijos y luego era reemplazado por Nox. Una vez formado el mundo completo, con todos los elementos sobre él, Maleficae y Magush dieron a luz la primera raza llamada “padal” para asegurarse que sus conocimientos perdurarían por toda la eternidad. Pero el envidioso Dios Ignis, mataba con sus abrasantes esferas a cada nacido de esta pareja de semidioses. Para finalizar con este acto poco digno de un dios, Terra decidió encerrar en su interior a Ignis, y éste sin dejar de luchar, intentó salir sin éxito formando así los volcanes.
Durante siglos Dies y Nox estuvieron sin poder verse por cuidar a sus hijos, hasta que en un momento se unieron causando un eclipse que duró 3 años. En ese lapso Terra, que había estado deseando a la Diosa Aqua, se unió con ella creando así a la raza de los hombres que poblarían lenta y pacíficamente al mundo. Aer, de modo de obsequio a la nueva raza que estaba por llegar, creó a los rastuss, seres de 4 brazos que instruirían a los humanos en las artes de la caza, la pesca y la agricultura.
Las almas de los humanos, padals y rastuss que hubiesen sido justos y honrados durante sus vidas, serían recibidas por la Diosa Cauma en los infinitos jardines de su palacio ubicado en los cielos (Caelum), más allá de Dies y Nox; pero los que hubiesen actuado en contra de las leyes de los Dioses Elementales, quedarían vagando por los restos de Abyssus. Destructio vio que tenía una potencial fuente de almas a las que podía atrapar desde Abyssus para crear un enorme ejército con el que atacaría al mundo y a los Dioses Nox y Dies. Envió a sus hijos monstruos a la superficie de Terra para corromper con mentiras y engaños a todas las razas, y así poder apoderarse de sus almas una vez muertos. Para frenar a los monstruos, Maleficae y Magush se fusionaron y formaron una enorme esfera lumínica de poder, para que fuese absorbida por los elementos Terra, Aqua y Aer, y así tomar formas humanoides con las que defender al mundo y sus habitantes. Aer y Aqua fueron los primeros en lograrlo, ya que sus tamaños eran menores (seres de 2,30 metros de altura). Mientras que Terra, el más grande, formaba una cabeza de unos 30 metros. En ese instante Ignis sintió que todo el mundo se estremecía, que estaba cambiando, y aprovecho para subir por un volcán y robar el resto de ese poder imposibilitando a Terra seguir formando su cuerpo, tomando él mismo forma humanoide. Pero Terra aún seguía siendo el Dios más poderoso, inclusive más que sus padres y tíos, y volvió a encerrar a Ignis en lo profundo donde permanecería por mucho tiempo. La guerra con los monstruos se liberó ferozmente durante muchos años, ya que los descendientes de Destructio eran muy poderosos y que Terra no podía movilizarse por todo el mundo. Aqua y Aer finalmente acabaron con la mayoría de los monstruos y solo unos cien quedaron de los dos mil, que lograron huir y esconderse en cavernas, volcanes y bosques; donde permanecieron silenciosos.
Los padals, al ser la raza mentalmente más avanzada, crearon el conteo de años. El comienzo de los Años Nuevos (cuarta Eccud) surgiría del final del dominio monstruoso y el cese del constante ataque de Destructio, quien perdió en batalla contra Terra y se vio obligado a perderse en los confines de las ruinas de Abyssus, esperando alimentarse de las almas de los injustos, y allí durmió. Los Años Nuevos de paz, habían llegado.
Consecuencias
En castillos de piedra, reyes dorados...
En el pueblo, campesinos forjando un imperio (al límite de sus fuerzas)...
En el campo de batalla, soldados con un sueño inmortal...
En el agua, el fuego, la tierra y el aire, dioses creando vida...
Pero en la oscuridad de lo inimaginable, la magia y la hechicería se mezclan para cubrir al mundo...
Solo la maldad destruye a la maldad...
Era un gran período de paz antiguo, en un reino cuyas fronteras no tenían fin, campesinos araban la tierra y criaban animales, todo para su Señor. Los unicornios blancos corrían por largas praderas verdes, con bosques dispersos. Largas extensiones de tierra con todo tipo de árboles frutales, eran los lugares de reunión de los niños y de aquellos ancianos que contaban historias placenteras sobre sus ancestros. Fuera de las murallas del Rey, al occidente de su extenso país, corría un río llamado “Río Dulce”, que en partes se mezclaba como jugueteando con los árboles del “Bosque Límite”, a unos 300 metros del puerto de mercados del Rey. Por el extremo oriental corría un río, el más extenso de todos y el más caudaloso, llamado el “Río Azul”. Este, venía del deshielo de los Países Helados del Norte, cruzaba por las “Montañas de la Muerte”, corría por el oeste de “Trenams” y el este de “Rembarn” y “Paraise”. La particularidad de este río era que poseía la catarata o salto más grande del mundo llamada “Salto Azul”. Además se dividía en dos rápidos de los cuales el segundo desembocaba en la ya mencionada catarata. Otra cosa más para añadir a la descripción de este río era la enorme variedad de peces que había, en las orillas, justo cerca del paso azul, era ideal y muy provechoso pescar porque se podía sacar muchos peces y al rey eso no le molestaba, él se lo permitía a cualquiera que lo necesitara.
La “Montaña De La Muerte” llegaba a unirse en un punto con la “Cordillera Blanca”. La primera era de mediana altura, no era muy difícil escalarla, pero ningún campesino se animaba a subirlas porque decían que estaban malditas y que miles de demonios asesinos custodiaban esos parajes. La segunda era la más alta que se conocía, sus picos nevados daban una impresión de imposible y de que la naturaleza era la dueña y reina de todo sin importar cuantas legiones de soldados humanos, o no, le hicieran frente.
Camino al suroeste del país Real, se extendía una larga playa de arena fina, y al sur de esta playa se encontraba el paso del lobo y un poco más abajo el campamento de los rastuss.
El poderoso rey que gobernaba desde el año 1017 de la cuarta Eccud era el Rey Hague, un hombre de mediana estatura, de corto y oscuro cabello, de 57 años de edad. Vestía una armadura de bronce distintiva, y colgaba una capa roja.
Hague tenía dos bellas hijas, la mayor se llamaba Cleissy, rubia de unos hermosos ojos celestes brillantes al sol y Enya, la hija menor; era de cabello castaño, y ojos color café similares a los de su padre.
Las hijas del rey eran perfectamente protegidas por el jefe de milicias Rolland. Este valiente y hábil guerrero era de una considerable altura y tenía el cabello largo y rubio. Era el jefe militar, combinando a la perfección el valor, la lealtad, el heroísmo y la obediencia.
Hague ponía toda su confianza en su viejo amigo y estudioso de las artes de la hechicería, Breezh. Éste lo prevenía de estafadores y lo ayudaba a planear las campañas de comercialización. Además creaba algunos trucos para divertir a Cleissy y a Enya. Breezh era de escasos cabellos blancos y vestía una túnica verde. Usaba un bastón que lo ayudaba a caminar, porque en la batalla contra Ilanus quedó muy debilitado y perdió mucha fuerza, pero aún seguía siendo el hechicero más poderoso. Esa pérdida de poder lo hizo envejecer 100 años. Él asumió como hechicero del Rey cuando todavía gobernaba el Rey Phandom, padre de Lord Hague, tras la muerte del hechicero Rezh, maestro de Breezh. Luego de haber asumido decidió nombrar como discípulo cercano a un hombre llamado Vitask. Este era una persona de apariencia aterradora. Tenía toda su piel con un color morado oscuro que lo camuflaba en la oscuridad, era casi calvo porque se dejaba crecer una cresta de cabello negro. Tenía los labios y las ojeras pintadas de un color negro muy oscuro. Vitask se llevaba bien solo con su maestro, y con Rolland ya que compartieron nodriza.
El rey tenía un ejército de soldados numeroso pero insuficiente para hacer frente a un ejército, por ejemplo, de smolders. Ésta raza era pacífica y no se conocía exactamente su ascendencia; algunos decían que eran los monstruos antiguos, otros aseguraban que eran restos del dios Abyssus que cayeron a la tierra y tomaron vida.
El gobierno del rey controlaba a todos los países, el único problema que tenía el rey eran los piratas que guerreaban entre sí, y de vez en cuando, los piratas más pobres o de poco poder, saqueaban el puerto del rey buscando comida, pero Hague lograba capturarlos y encerrarlos, aunque luego los dejaba ir y les daba algo de provisiones, ya que este era un delito menor, o así lo consideraba él. Los campesinos protestaban pero el rey los acallaba diciéndoles: “Los ricos deben ayudar a los pobres, que no se les olvide”.
Lord Hague era muy bueno con sus pobladores, a él no le importaba las razas, no le importaba el nivel social, pero destacaba a los héroes o a las personas que habían hecho cosas buenas para mejorar la calidad de vida del reino y de los demás países. La fortaleza del rey era de dimensiones descomunales. Dos largas murallas semicirculares protegían al castillo. Entre estos dos grandes muros se ubicaba la ciudad del Rey, donde una cierta cantidad de personas vivían dentro. Estas familias trabajaban para los cultivos del rey, como las frutas, el trigo y también cuidaban los jardines privados de Cleissy y Enya. Además estaban encargados de alimentar, cuidar y entrenar a los caballos para las tropas; debían mantener una cierta cantidad de animales de granja, y a los animales que sobraban, Hague los regalaba a las familias que menos producción habían tenido ese año. Otra ciudad –aunque mucho más extensa que la primera- estaba asentada en las afueras de la fortaleza. Allí los cultivos eran mayores y el comercio más fluido, permitiendo que la economía de las familias creciera. Muchas otras familias de otros países se acercaban para vivir allí también, pero algunos se sentían intimidados por el constante control de las milicias del rey al que nada se le escapaba, y se marchaban.
El rey contaba con la lealtad inquebrantable de los elementos Terra, Aqua y Aer porque debido a la exitosa función que Hague ejercía en su reino, los Dioses decidieron protegerlo de su hermano Ignis (dios del fuego), de monstruos y en un gran e improbable caso, de Destructio, el Dios caído.
Cada elemento controlaba una zona, y eran los lugares de donde habían logrado tomar sus formas. Un elemento no podía entrar a la zona de otro ya que al pisar el suelo o sobrevolar el aire de esa zona quedaría a merced del Dios dueño del lugar, lo cual se podía volver algo muy peligroso. Solo los Servidores de los elementos podían ingresar a dichos lugares. Los Servidores eran unas criaturas que los elementos podían crear. No lucían poderosos pero realmente lo eran y obedecían a sus creadores en todo lo que ellos les pidieran.
Luego de que Élefo fuera coronado rey hacía más de 1000 años, los dioses elementales desaparecieron de la vista de la gente; Lord Hague y Breezh fueron las únicas personas que conocieron a los elementos Aqua y Aer. Terra no estuvo presente, pero envió a un Servidor en representación porque el poderoso Dios no podía moverse de su zona. Esto sucedió cuando juraron lealtad en el año 1020 de la cuarta Eccud. Fue en una oscura noche justo en el paso del toro muerto, un lugar que dejaba cruzar un pequeño arroyo y que cortaba el paso de las montañas. Este paso era un verdadero alivio para la gente ya que de este modo no debían cruzar las altas montañas para llegar con las carrozas de mercadería. Hague nunca quiso abrir muchos pasos, para que no fuese tan accesible la entrada al país Real, por ello no le pidió al elemento tierra cortar esas elevaciones. En esa oscura y fría noche se presentaron los elementos, el rey Hague y Breezh mientras los soldados los esperaban ansiosos en el paso azul, un puente antiguo de rocas sobre el Río Azul. El único resplandor que brillaba, era la luna blanca de invierno.
Los Dioses juraron ante Hague serle leal y él los aceptó y dijo: -Yo, el Rey Hague, prometo no usar el poder de los tres elementos con propósitos bélicos, sino para proteger nuestra agricultura y para no caer en catástrofes naturales como terremotos, inundaciones, incendios, o tornados. El día de mi muerte, quedarán libres. Aquel que me traicione será castigado por los demás elementos como ustedes mismos lo han anunciado, y no por mi mano.
Breezh levantando las manos al cielo y en el destello de una estrella fugaz dijo: - ¡y así se cumplirá!
Luego de esa noche nunca más volvió a ver a los Dioses. Tanto fue así que la gente, al no verlos nunca, comenzó a creer que solo eran un mito o una leyenda, la existencia de dichos seres...
Así transcurrió el tiempo y los años parecieron traer prosperidad y paz para los pobladores, ellos estaban muy agradecidos de su rey. No había objeción alguna y el comercio, lo más importante para los países, iba de bien a mejor. Todo era paz, todo era belleza, todo era lo mejor en largos años de guerra y de malos gobiernos...
Capítulo uno
La festividad del rey
Una cálida mañana de primavera los soldados del rey ayudaban a construir unas casas a los obreros, para traer un nuevo grupo de familias a vivir dentro del reino. Estaban necesitando mucha mano de obra, esto era muy común en primavera porque los cultivos comenzaban a crecer y algunos árboles se animaban a soltar unos frutos. Las aldeanas hacían el dulce y preparaban la leche para los niños, y el resto de los hombres ayudaban a construir las casas. Otros talaban árboles y algunos trabajaban en la herrería construyendo herramientas y clavos, a medida que otros las transportaban en carretillas. Unas nubes se asomaron desde el oeste proveyendo un poco de sombra a los trabajadores. El rey salió del castillo acompañado de Rolland y se acercaron hasta la caballería para ver cómo estaban los caballos que correrían la carrera al otro día. Las carreras daban el comienzo a las celebraciones primaverales, por lo que emisarios de los distintos países se acercaban hasta el reino para competir y para festejar el comienzo de los nuevos cultivos. Las fiestas se desarrollaban durante una semana en la que había numerosos premios.
-Rolland, he puesto todas las apuestas en ti. Confío en que ganarás la carrera.
-No será de otra forma, mi Lord. Creo que no hay caballo más veloz que el suyo, y si yo lo cabalgo terminaré la carrera sin ningún inconveniente.
-Sí, mi caballo es veloz y no se compara con ningún otro, y el jinete que lo montará no es superado por ninguno.
-Gracias mi Lord.
Pero en ese momento llegó Enya e interrumpió la conversación:
-Debo hacer una corrección. El corcel de papá no es el más rápido. El caballo blanco de Cleissy se lleva el nombre de veloz. Yo creo que deberían pedírselo a ella y correr con él.
-Pero Enya, sabes perfectamente que a tu hermana no le gustan estas carreras. Ella las considera como una forma más de mortificar a los animales.
-Bueno papá, como ella no vendrá a ver la carrera podríamos usarlo sin que se entere. Después de todo el nombre del rey estará en lo alto y para cuando Cleissy se entere ya habrá disfrutado el premio. A propósito... ¿cuál es el premio?
-El gran premio es una espada totalmente de oro- contestó Rolland–. Tu padre la ha hecho forjar especialmente para esta carrera.
-¡Señor Rey!- lo llamó un soldado -¡la pista está completa!
-¡Ahora voy!- contestó Hague-. Enya, Rolland vengan conmigo quiero que ustedes también lo vean y que me den sus opiniones.
En un bello jardín con flores de todo tipo y del más variado color, ubicado al lado de una pequeña arboleda, estaba Cleissy, Breezh se le acercó– ¿Qué sucede que la joven princesita no está con su padre?
-Él está encargándose de los preparativos para la fiesta de mañana.
-Tal vez podrías aconsejarlo en algo, seguro que considerará tu opinión.
-Sí pero por mí prefiero que suspenda esas carreras tontas.
-Bueno, él quiere que su pueblo se divierta. Recuerde que vendrán los representantes de los demás países y deben llevarse la mejor impresión. Pero no importa eso, cambiemos de tema y vayamos al castillo ya que tú me ayudarás a reprochar a Vitask cada vez que no logre los hechizos.
-¿Yo reprochar a Vitask?- preguntó Cleissy mientras caminaban hacia el portón del pabellón principal–. ¡Ay! Breezh, si tú sabes que no le agrado.
-Pero si yo estoy contigo no dirá nada. Es difícil entenderlo bien pero a la larga te darás cuenta de que no es una mala persona, que sabe llevarse bien con la gente si no se lo molesta. Además necesito de un discípulo con el temple y el deseo de aprender y de superarse como el que tiene él. Ninguno de los aspirantes a hechicería ha logrado lo que yo busco.
-Bueno- respondió Cleissy con una enorme sonrisa–. Creo que podré hacerlo.
El castillo era muy alto y se protegía de dos murallas. La primera era de menor altura que la segunda y poseía una puerta de caños macizos de acero cubriendo un portón enorme de madera y hierro. La segunda era un poco más alta y más resistente que la primera, y tenía una puerta con mezcla de varios metales, muy resistente. Estaban bien fortificadas. El castillo tenía cuatro pisos, y de menor tamaño a medida que iba subiendo. Era de piedras sólidas con un fino revoque por fuera y con las rocas vistas, por dentro. A los costados, izquierdo y derecho, le seguían dos galerías rectangulares iguales, uno de cada lado; y cuatro torres bien altas delimitando las esquinas con una cúpula redonda en la cima.
En el techo del castillo, del lado de afuera, sobresalían cuatro puntas, una de cada lado indicando los puntos cardinales, todo bordeado con una terraza también de piedra.
-Señor lo estaba esperando- dijo Vitask–. Lo he logrado y en más, he superado lo que usted me pidió-. Y en ese momento creó una enorme bola de luces resplandecientes de color rojo, verde y amarillo. Brillaba la magia de Vitask sobre los rojos mosaicos del pabellón y sobre las paredes de piedra pulida. La luz que emitía también llegó al techo del pabellón que se ubicaba bien a lo alto.
-Me parece muy bien, has superado lo que te pedí- lo felicitó Breezh–. Pero yo te pedí que lo hagas de 40 centímetros de diámetro, no de 1 metro. Ahora cuando lo mantengas por dos segundos más terminarás tan cansado que no tendrás la fuerza para lanzarlo. Por eso te dije que comiences con uno más pequeño.
-¿Quiere ver como lo hago estallar justo en su cuerpo?- contestó con una voz de pocos amigos–. Le apuesto a que puedo hacerlo- y en ese momento desapareció esa enorme bola brillante y Vitask cayó al suelo de rodillas, totalmente agitado.
-Si te digo que te cansarás es porque así será- lo recriminó Breezh ante los ojos sorprendidos de Cleissy que se mantenía callada y atenta a lo que ocurría–. Ya me pasó muchas veces y por eso te lo digo y te lo hago aprender.
Vitask se mantuvo en silencio y luego respondió –yo no soy como usted. A mí no me pasará más porque seguiré entrenando-. Se levantó y se fue muy satisfecho por lo que había logrado.
-¿Lo ves Cleissy?, él nunca se da por vencido, intentará todo el día hasta que le salga como él quiera.
El día transcurrió rápidamente y a la noche todos los campesinos hicieron una fiesta para recibir al día de las competencias. Asaban corderos y chivos que el rey les había regalado, tomaron mucho vino y cantaron y bailaron todo el tiempo. Cuando unos se cansaban y se iban a sentar, entraba otro grupo de personas con ganas de bailar y de divertirse hasta que no les dieran más los pies.
Entre tanto el rey Hague se ubicaba sentado en la punta de una larga mesa llena de alimentos, especialmente frutas. Cleissy estaba del lado derecho junto a Breezh; Enya y Rolland, del lado izquierdo. Unas cocineras traían cerveza para el rey.
-Creo que hoy me iré a dormir temprano- dijo con un tono como de cansado-. No quiero tener sueño mañana, quiero estar bien lúcido para ver la carrera.
-Pero papá,- dijo Enya– no has comido nada.
-Es que estuve comiendo todo el día cosas que preparaban los aldeanos-. Se levantó y subió hasta su habitación que estaba en la parte superior del castillo.
Cleissy también se levantó y salió del castillo sin decir nada. Era una noche hermosa, hacía calor y no soplaba ningún viento molesto. La luna llena se hizo ver bien grande y brillante.
Subió hasta la segunda muralla, la que tenía una enorme puerta. Esta muralla fortificada de piedras sacadas de las montañas de oro, era muy fuerte, ya que protegía al castillo y lo más importante de todo, protegía a sus dos hijas.
-Linda noche ¿no lo cree?- le comentó uno de los soldados que hacían guardia.
-Si una muy linda noche- respondió ella–. ¿Quién es ese que está allí parado?
-¡Ah! ese es Vitask. Hace aproximadamente una hora que está sin moverse ni decir una palabra. Que persona rara, no sé cómo Breezh puede tenerlo como discípulo.
Vitask tiró su manto hacia atrás y creó nuevamente una enorme bola de color rojo, verde y amarillo. Era de 1 metro de diámetro, la mantuvo brillando en lo alto mientras todos los soldados la miraban y Cleissy observaba al extraño sujeto. Vitask la hizo subir al cielo y allí estalló soltando pequeños chorros de fuego. Luego de eso el joven discípulo soltó una carcajada burlona y bajó la muralla perdiéndose en la oscuridad de la noche.
-Realmente es extraño- volvió a opinar el soldado.
Al día siguiente Enya salió del castillo corriendo todavía con su ropa de dormir, buscando a Rolland y preguntando a los aldeanos por el guerrero.
-¡Dónde está!- exclamó y se detuvo, miró para todos lados buscándolo con la vista hasta que finalmente llegó él junto con el rey.
-¡Rolland no tenemos caballo!- gritó desesperada–. Cleissy se lo llevó, salió a pasear con él.
-Entonces no hay problema, usaremos el caballo de tu padre. Ahora ve a vestirte que los gobernadores de los otros países están por llegar. Y también vendrán los rastuss.
Mientras Cleissy, que había salido del castillo y cruzado las murallas, cabalgaba en su blanco corcel por el Bosque Pie, a orillas de las “Montañas De La Muerte”. El sol salía radiante por encima de todo y ya se acercaba el mediodía, pero ella no tenía pensado volver hasta que cayera la noche. Bajó de su caballo y se adentró en el bosque. Este bosque era muy tranquilo, solo se encontraban animalitos inofensivos y grandes álamos proveyendo de sombra a ese pequeño paraíso.
Cleissy se acercó a una laguna que se había formado por la lluvia de unos días atrás. Se sentía muy a gusto en aquel lugar así que decidió recostarse en el verde pasto. Cerró sus ojos y se durmió, en su sueño vio como un enorme ejército peleaba en las murallas. Se percató de que ese ejército era de su padre, pero se vio a ella misma junto con Enya batallando. Miraba a la cima del castillo y el día gris no la dejaba ver más allá, pero ella sabía que alguien necesitaba su ayuda. Despertó exaltada y asustada. De pronto ese lugar no le pareció nada agradable. Subió a su caballo y salió velozmente de ese bello bosque.
Cabalgó un largo rato hasta el vado del Río Dulce, se sentía insegura pero no veía a ningún ejército acercarse, veía a lo lejos a los barcos del rey pero a nadie más. Le parecía un día normal, sin saqueos. Se relajó y volvió al castillo.
-¡Abran la puerta, la princesa Cleissy va a entrar!- ordenó un soldado, e inmediatamente la enorme puerta de caños macizos de acero se levantó y la Princesa ingresó. Alcanzó a bajarse del caballo cuando Enya la tomó del brazo y la llevó al lado de su padre que estaba al costado de una arboleda con Rolland y un hombre bajito de cara arrugada por los climas. Cleissy notó inmediatamente que el hombrecito era un viajero.
-¡Hija por fin has llegado!- exclamó Hague-. Te presento a Azul. Así se llama. Viene de las Minas Azul. Él también participará de la carrera y dice tener un caballo más rápido que el tuyo. ¿Tú qué opinas?
Cleissy se quedó callada y se encogió de hombros como dando señal de que no le importaba la conversación y mucho menos ese pequeño hombrecito de rostro sonriente.
-Bueno no importa, vamos al río dulce que Rolland tiene que humillar a unos competidores- se fueron riendo el Rey y Azul.
Enya y Rolland comenzaron a caminar hasta el portón de la primera muralla y se juntaron con Breezh, que también vería la carrera. Hague hizo traer una carreta y subió junto con Azul y los demás.
-¿Vienes con nosotros hija?- le preguntó el rey a Cleissy.
- No, yo iré en mi caballo.
-No lo canses mucho, mira que le puede ser útil a Rolland
Una vez todos reunidos a orillas del Río Dulce, Rolland subió al caballo pardo del rey mientras Enya le sostenía la capa al jinete.
Él se le acercó a Hague y le dijo:
-Mi Lord, creo que tenemos ganada la carrera. Ya he visto a los otros animales y no son como los que se crían en el reino. Creo que ha hecho forjar una espada de oro para usted mismo.
-Que así sea Rolland- respondió entusiasmado el rey.
Breezh se le arrimó a Cleissy, que aún no había bajado de su caballo, y le dijo:
-Creo que deberías cerrarle la boca a Rolland, solo para divertirnos un poco. Me gustaría que compitas en esa carrera y ganes el premio. Tu padre quedará sorprendido.
-Puede ser que compita. Ahora que estoy acá siento una necesidad de ganarles a todos con mi caballo.
-Seguro, lo hemos estado entrenando mucho, ahora debe demostrarlo.
Todos los competidores se formaron uno al lado de otro. Cleissy llegó y se posicionó justo al lado de Azul.
-Creí que a la dama no le gustaban las carreras.
-Y no me gustan- respondió sonriente ella.
Enya y Hague se quedaron sorprendidos al ver a Cleissy allí.
-Breezh ¿tú sabías de esto?- pregunto el rey.
-Digamos que me lo esperaba- respondió el hechicero.
Un rastus se acercó al rey y le dijo:
-Ottus se lamenta no poder haber asistido. Tenía otros asuntos que atender.
-Bueno, él se lo pierde. El fiel Ottus siempre cuidándonos de los hombres lobos.
De hecho muy pocos rastuss estaban ese día. Eran unos 20 aproximadamente.
Los diez participantes se acomodaron por última vez y una bandera roja con el escudo de un trisquel de oro en campo de sinople, se agitó vigorosamente de un lado a otro dando la señal del comienzo de la carrera. Los caballos salieron como un disparo y empezaron a sacarse ventajas. Algunos se caían y otros se quedaban al último. El final del primer tramo era la playa real, luego giraban por al lado de un poste con una bandera y regresaban nuevamente al lugar de inicio.
Los tres primeros caballos eran: el de Azul, el de Rolland y el brillante caballo de Cleissy.
Azul llevaba su corcel muy cerca del de Cleissy. No quiso darle ni un poco de ventaja, mientras que Rolland ni siquiera estaba cerca de alcanzarlos. Quedó muy atrás, pero igual seguía tercero.
El pequeño amigo del Lord Hague intentaba cruzarle el animal en medio a la princesa, pero Cleissy lo miró y le soltó una tierna y hermosa sonrisa, interpretada a la vez como una burla porque el caballo de ella aumentó su velocidad y dejó muy lejos a Azul, que no le quedó más que reírse de lo sucedido.
Al final los espectadores esperaban a que llegue Rolland, pero no sucedió así. La joven dama terminó la carrera primera, mientras un viento cálido soplaba del sur y ondeaba su lacio cabello rubio.
Lord Hague quedó algo sorprendido pero al final de todo se dio por vencido y dijo:
-Parece que el premio al final de todo no saldrá de casa- tomó las manos a Cleissy y la ayudó a bajar mientras unos soldados agarraban las riendas del animal-. Estoy muy orgulloso de tu logro. Breezh sabía perfectamente lo que tenías pensado hacer. Por lo menos me lo podrías haber contado a mí también.
-Breezh lo adivinó, yo no se lo dije nunca. Y el premio será entregado como regalo al ciudadano que más haya producido en estos últimos dos meses.
La gente aplaudía muy contenta la noticia de la princesa ante la cara seria de Lord Hague mientras recibía al resto de los participantes, y la verdad ninguno de ellos estaba triste por el resultado, porque Cleissy era muy querida por el pueblo.
Esa misma noche una gran celebración se produjo, había largas mesas con comida, mucha cerveza y jugos de frutas. Carne de todo tipo, frutas, pan, de todo. Los rastuss trajeron de su tierra barriles llenos de vino “nomun” un vino que con el calor se hacía más fresco. La gente bailaba y saltaba y se divertía al compás de los bombos y las flautas. A algunos les duraba la resaca del día anterior, pero igual seguían tomando y comiendo, ni se molestaban por ello. Hague y Rolland comían de una forma sorprendente y el petiso Azul comía y bebía a la par de ellos. Parecían tres leones devorándose a una indefensa gacela. Muy variada era la cena.
Cleissy y Enya comieron unas verduras, pero nada más. El rey decía que era muy fácil mantenerlas porque consumían poco. Las aldeanas traían aún más comida, más vino, y más cerveza.
Las hijas del rey se levantaron de la mesa y salieron a caminar.
-¿A dónde van? ¡La fiesta es aquí! - preguntó Hague
-Vamos a caminar un poco- contestó Enya sin girar la cabeza y sin oír lo que su padre les recomendaba.
Caminaron y se alejaron un poco del ruido, fueron hasta una de las escaleras de la muralla y allí se sentaron un buen rato.
-Enya, tengo algo que contarte y creo es muy importante- dijo Cleissy en un tono que preocupó a su hermana.
-¿Qué sucede?
-Tuve un sueño, en el que había una enorme batalla. Era en nuestro castillo.
-¿A quién le ganábamos?- preguntó con una sonrisa de niña.
-No ganábamos, nosotros atacábamos al castillo, no vi a papá ni a Rolland.
-¿Y qué sucedió luego?
-Creo que ahí si ganamos la guerra, pero se sentía como que no. Se sentía una gran pérdida.
-No te preocupes, solo fue un sueño y nada más- dijo Enya mientras se ponían de pie.
-Señoritas, ¿qué sucede que no están en la fiesta?- preguntó un guardia que pasaba por el lugar.
-¿Quiere ir usted a la fiesta? Yo le doy permiso- lo invitó Cleissy.
-No, se lo agradezco, pero no puedo. Alguien tiene que hacer guardia.
-Como quieras ya no hay nada de que temer, tu padre seguramente estaba en la legión del mío y vivieron uno añitos en guerra, pero eso no pasa desde el año... - Se quedó algo pensativa y luego dijo –1029 o 1030, han transcurrido unos 24 años ya.
-Veo que la sucesora al trono está bien informada- halagó el soldado a Cleissy.
-Pienso en esa fecha pues, Enya acababa de nacer cuando mi padre terminaba con la amenaza de Ilanus. La última gran guerra en la que perdimos a mi madre.
-Épocas tristes, lo siento mucho- se lamentó el guardia-. Pero ahora aquí están las dos y listas para iluminar mejores años.
A la mañana siguiente Cleissy despertó y una aldeana abrió las ventanas de su habitación para que entre un enérgico rayo de luz, éste incidía justo en la cara de la princesa.
-Debe levantarse señorita, es muy tarde para estar todavía en la cama. El gran dios Dies se pondrá molesto- dijo la sirvienta.
-Inclusive el “Dios de la Luz” debe estar durmiendo en estos momentos ¿Porqué no va a despertar primero a mi hermana?- preguntó entre bostezos. Se refregó las manos por la cara y se levantó muy tranquilamente.
-Su hermana, aunque parezca raro, ya está levantada y no hubo necesidad de despertarla.
-¿Mi padre?
-Salió con Azul en una carreta hasta la extensión sur. Dicen que hubo un intento de amotinamiento, pero ya está solucionado.
-¿Enya que está haciendo?
-Está con Rolland en el salón de entrenamiento. El Señor no quiso que Rolland dejara el castillo y a ustedes dos desamparadas. Decidió llevarse 100 soldados.
La habitación de Cleissy era muy amplia, con finas telas colgando del techo junto a la pared. Estaba amoblada con una pequeña mesa de roble y una cama de madera de pino con sabanas rosas. Un escudo, el emblema del rey, con una espada cruzada colgaba de la pared. En el suelo unas alfombras de color rojo adornaban aún más la habitación. Tenía unas 5 ventanas del tipo arcos ciegos de medio punto. Un gran hogar con una chimenea que salía al techo y en el camino se juntaba con los conductos de los otros hogares del castillo, como el de la habitación del rey o la de Enya, o más aún el del pabellón. La habitación de la princesa estaba al lado de la de su hermana y al frente de la del rey. Las tres en lo alto del castillo.
Entre tanto Enya se hacía mejor espadachín gracias a las enseñanzas de Rolland. A ella le gustaba aprender eso y a él no le molestaba enseñar. Tenía una gran paciencia para todo. Los dos lo hacían muy bien. Enya realmente mejoraba día a día.
-Enya creo que dentro de un tiempo muy corto no hará falta que siga siendo tu maestro.
-¿Tú crees que mejoro? Todavía no puedo ganarte, y ese es mi objetivo.
-Pero Enya has mejorado mucho, créeme, ya no puedo ganarte en tres golpes. Ahora me extiendo hasta el quinto.
-Si tú lo dices, será así- respondió Enya con un rostro alegre y como de que las palabras que decía Rolland le dieran más confianza. Se sentía más segura-. Probemos de nuevo.
-Perfecto. ¡En guardia!- dijo el guerrero y en un salto se posicionó bien enfrente de la dama y tomó con ambas manos la espada de madera.
Enya se acomodó y largó un ataque sorpresivo contra Rolland. Este como buen guerrero que era se defendió sin complicaciones, tocaron los palos de madera cinco veces con una calidad admirable y el soldado puso su espada en el cuello de Enya.
-Es como te digo. Ya son cinco toques, pronto serán más.
Los mapas y las escrituras de algunos viajeros se contradecían, a veces. Pero también en muchas cosas, lo relataban con una exactitud muy aceptable. El Rey Hague cabalgaba con sus cien hombres por una verde pradera. Con muy buena cantidad de provisiones, el líder mundial se dirigía a la extensión sur para hacerse cargo del pequeño incidente. Ya era el segundo día de cabalgata, y se acercaban a los pies de la “Cordillera Blanca”. Azul los acompañaba ya que las minas donde vivía y trabajaba, estaban muy cerca. Fuertes vientos traían tierra a la cara de los viajeros. Los soldados desesperaban y le pidieron al Rey que hable con el elemento aire para que cese ese potente viento.
El Rey totalmente molesto hizo callar a los soldados: -¡No sean cobardes, mi ejército debe caminar y callarse! ¡Deben estar callados y alerta! ¡No quiero oír una sola queja más!
Los soldados por el respeto que le tenían hicieron lo ordenado porque, gracias a Hague, sus vidas tenían paz. Azul seguía caminando en silencio, y luego soltó una risita burlona a los soldados y les dijo: -¿¡Oyeron!?
Los guerreros se enrojecieron de la bronca.
Una vez en los pies de la montaña el viento había cedido, los picos de la imponente elevación se veían delante de ellos, como desafiándolos a subir. La verdad era una tentación subir allí.
–Iremos por las montañas, estos parajes cada día se vuelven más peligrosos- dijo el Rey.
-¿Cómo subir la montaña?- preguntó Azul mientras los soldados se estremecían-. Es una locura Hague, ¿qué quieres hacer en esa montaña? No hay necesidad de subirla, si la sigue bordeando llegarás al Paso Centro luego al Mar Chico y estarás en la extensión. ¡Déjate de necedades!
-Vamos a subirlas les guste o no- contestó el rey sin dar vuelta.
De repente unos bárbaros salieron de atrás de unas rocas como emboscándolos.
-¡Son krigares!- gritó Azul y los soldados se posicionaron en un círculo protegiendo al rey que ponía una cara de satisfacción al encontrarse con aquellos bárbaros de hachas y cascos con cuernos.
-Éste será un día memorable, en el que yo y mis soldados masacraremos a estas basuras. Los krigares serán asesinados y yo cobraré mi tan ansiada venganza- dijo Hague, mientras sacaba su espada.
Los soldados no sabían de qué venganza hablaba su rey, ellos no recordaban ninguna disputa que hubieran tenido con los krigares. Pero igual tomaron sus espadas y levantaron sus escudos para defender a su líder.
Azul sacó un hacha “Francisca” y se quedó al lado de Hague que seguía con ese rostro de venganza. Frunció el entrecejo y se lamentó de no tener a sus amigos de las Minas Azul con él.
De atrás de una multitud de krigares salió el jefe de ellos. Los soldados de Hague no atacaban porque eran la mitad. Estaban en una desventaja numérica, pero con ventaja táctica, porque aquellos soldados fueron muy bien entrenados por Rolland.
-Soy Geron, hijo de Argyle. Vengo a asesinar al hijo de Phandom- dijo el enemigo.
Los soldados seguían sin entender lo que ocurría.
-Yo soy Lord Hague, hijo de Phandom, y... mátame si puedes- contestó el rey con un tono seguro y tranquilo.
-Entonces así será ¡A LA CARGA!- ordenó Geron y los soldados krigares se lanzaron contra el ejército del rey que se defendía muy bien.
A los bárbaros les costaba atravesar las armaduras de los soldados, y como ellos no tenían armaduras, estaban desprotegidos contra las espadas. Solo tenían unos escudos de madera muy dura y ancha.
Comenzaron a llegar las primeras bajas en ambos frentes. Azul resistía bien entre los soldados enemigos. Era buen guerrero. El rey se abrió paso entre krigares masacrados. Buscaba únicamente a Geron, pero mataba a todo aquel oponente que se metía en su camino. Finalmente se encontraron cara a cara. Uno frente a otro mientras el resto se despedazaba en una tremenda batalla. Los dos hicieron golpear los filos de sus espadas emitiendo un fuerte rugido. No daban descanso, golpeaban y volvían a golpear. Pero uno no podía encontrar el cuerpo del otro y viceversa.
Finalmente un temblor sacudió la tierra y luego un fuerte viento sopló desde el norte. A lo lejos se veía al “Río Azul” agrandarse a una velocidad sorprendente. Estaba llegando al lado de la montaña. Las tres armas naturales actuaban juntas.
Los krigares, atemorizados, huyeron de nuevo a la “Cordillera Blanca”. Uno de ellos sujetó del brazo a Geron y lo sacó del campo de batalla, mientras los soldados del rey intentaban mantenerse de pie por el terrible sismo.
Luego de unos segundos todo volvió a la normalidad. El terremoto cesó, el viento dejó de soplar y el río volvió a su tamaño y caudal normal.
Hague levantó del suelo su espada y miró hacia las montañas buscando a Geron y al resto de los krigares, pero estos ya no estaban, habían huido. Entonces el Rey soltó un grito de bronca: -¡AAAAHHHH! ¡MALDITA SEA ELEMENTOS! ¡ERA MI OPORTUNIDAD DE VENGANZA!- luego un silencio sordo. Lord Hague ordenó volver al castillo y los soldados con un rostro de frustración emprendieron el regreso a casa.
Cadáveres de ambos bandos yacían en el suelo. De los cien soldados del rey quedaron setenta, pero los krigare, aunque su cifra era incierta, se notaba que habían perdido más soldados que el Rey.
Azul se despidió de todos y de un agradecido Lord Hague, y siguió su viaje hasta las minas donde era su hogar.
El Rey subió a su caballo de carreras y el resto de los soldados hizo lo mismo. Cabalgaron bordeando la montaña. Buscaban el paso azul y allí hacer un alto para descansar. Las tropas marchaban en silencio, solo se oían los cascos de los caballos golpeando en el suelo en partes pedregoso y en parte de tierra y yuyos. Lord Hague no decía nada, iba con la cabeza bien en alto, muy distinto a sus soldados que se sentían derrotados. El rey de vez en cuando miraba hacia las montañas para ver si volvían los krigares, pero nada sucedía. Algunos cascotes de piedra se desprendían de las rocas y rodaban al pie de la montaña a metros de las huestes.
A la noche pararon unas horas para dormir y para comer algo. Tenían tantas provisiones como hambre. El rey ordenó a un soldado repartirla pero no a toda y dejó a un grupo de cuarenta hombres vigilando la zona de descanso. Las horas pasaban y la noche se ponía más calurosa. Los soldados que hacían guardia se quitaron sus metálicos cascos y se quedaron hablando un largo rato. Todo estaba muy tranquilo.
El rey esperó a que todos se acostaran y luego fue y se echó bajo un árbol que tenía sus raíces afuera, formando como una canasta en la que Hague podía recostar su largo cuerpo. No tardó en dormirse.
En sus sueños vio una flama dorada en un espacio negro, era una flama que lo hacía sentir poderoso, pero una flama que él temía, no sabía que era. La poseía en sus manos y en su cuello, giraba por el collar de oro con las tres puntas de la alianza que tenía el Rey. Lo abrigaba, lo hacía cada vez más seguro de sí mismo. En un momento la sintió desvanecerse, la flama lo abandonaba, en su lado derecho su hija Cleissy cubría su cuerpo con esa flama. Hague no entendía que podía ser. Se comenzó a sentir enfermo que hasta empezó a toser. Se doblaba del dolor y quedó de rodillas en aquel escenario oscuro mientras Cleissy lo miraba y la flama la cubría. En un momento ella movió sus delicadas manos para sacarse esa flama de encima, pero esta volvía hasta que ella decidió asimilarla. En ese momento Hague se sintió fuerte de nuevo. Sus males se fueron y se incorporó sin problemas.
De repente una mano movió al rey y éste se despertó algo agitado.
-Señor, señor, despierte. Alguien viene- dijo el soldado y Hague se levantó apresurado. Ya era media mañana y estaba nublado. Parecía que un chaparrón los iba a agarrar a mitad de camino. El Rey se acercó a un grupo de soldados que se escondía detrás de unas rocas. Los otros se escondían en grupos de diez por diversos lugares. Detrás de árboles, piedras o yuyos altos.
-Solo es un hombre a caballo- dijo Hague, porque a pesar de no ver quien venía, oía los pasos. Luego de un rato se divisó un corcel color arlequín y a un individuo vestido de verde. Hague se levantó de entre los soldados y comenzó a caminar con los brazos abiertos hacia la persona que se acercaba cada vez más rápido. Los soldados llamaban al Rey diciéndole que se oculte que por detrás podía venir un ejército de krigares, por lo que se posicionaron con sus arcos y escudos, sin dejar solo a su líder. Hague obviamente no hizo caso y se quedó allí parado con los brazos extendidos porque la persona que venía era nada más y nada menos que el hechicero Breezh. El Rey lo había reconocido cuando apenas había aparecido de detrás de la colina.
-¡Breezh!- exclamó Hague-. ¡Qué gusto verte!-dijo mientras tomaba las cuerdas del caballo. El viejo hechicero sonrió y bajó del animal sin decir nada.
-Breezh necesito contarte dos cosas muy importantes...
-Antes que nada,- rompió su silencio y dijo– quiero algo de comer.
-Ya oyeron, preparen una buena comida que tenemos hambre, y seguro que ustedes también.
Unos 5 soldados hicieron la comida y se sentaron en ronda. El rey y el hechicero se sentaron sobre una piedra casi plana apartados de la milicia.
Habían preparado sobre un fuego, en una cacerola de lata media abollada, arroz y pedazos de carne de liebres que los soldados cazaron sin dificultades. Sirvieron sus porciones de comida sobre unas hojas anchas y grandes.
Durante la comida Hague comenzó a contarle lo sucedido:
-Fuimos emboscados por un grupo numeroso pero pobremente entrenado de krigares. Y los elementos truncaron mis únicas posibilidades de venganza contra esos sádicos despiadados-contaba el rey con un tono enfurecido.
-Recuerda esto Hague, ellos también buscan venganza. No podemos olvidar nada de lo sucedido. Y mucho menos seguir pensando en tonterías tales como la guerra. Los elementos intervinieron para evitar guerras y disputas ya olvidadas.
-Olvidadas para otros, para ellos y para mí esto es a muerte y no será olvidado tan fácilmente- contestó Hague cada vez más enojado, pero no con Breezh, sino con los elementos.
-Mira Hague, tu padre mató a muchos krigares y eso no se puede negar. Pero según lo que se dice ellos mataron a tus padres en los bosques donde fueron encontrados, pero son suposiciones de que los asesinos del Rey Phandom fueron krigares porque nadie los vio-. Hague se quedó callado y terminó su comida mientras la conversación se iba para el lado del clima y de la más segura lluvia que en momentos comenzaría a caer. En realidad solo hablaba Breezh y Hague escuchaba y asentía con la cabeza. Levantó su espada que había sido clavada en el suelo momentos antes de comenzar a comer y ordenó a su fortificada milicia que subiera a caballo y se preparara para partir.
Breezh se subió también a su transporte mientras el rey seguía sentado en aquella roca casi plana.
-Hay algo que todavía no te he contado- dijo Hague.
Esto preocupó al hechicero y le preguntó: -De qué se trata.
-No importa ahora. Te lo diré cuando lleguemos al castillo. No es bueno que nos sigamos demorando- se levantó efusivamente y salto sobre su caballo de carreras y emprendieron el regreso a casa.
Los soldados ya estaban mejor de ánimos. La presencia del viejo hechicero había sanado ese gusto amargo que les había dejado la batalla que horas atrás habían tenido, pero seguían un poco dolidos por los caídos durante el combate.
Cabalgaron a un paso tranquilo por un sendero de piedras alejados ya de la montaña, y acercándose al Paso Azul. Se propondrían cruzar por allí para continuar con la marcha por verdes praderas y bosques dispersos que albergaban unicornios blancos galopando de un lado a otro. Los soldados ya se lo venían imaginando, el Reino de Lord Hague era un lugar hermoso y muy acogedor libre de peligros. Esperaban llegar y que sus familias los reciban como siempre luego de un viaje. Era la costumbre más popular del reinado. Las damas recibían a los soldados con rosas rojas que las hijas del Rey mandaban a recoger de los jardines reales.
Un viento cálido llegó desde el sur y trajo consigo más nubes oscuras. Los soldados seguían a Hague y a Breezh que encabezaban la marcha. Minutos después la inminente lluvia llegó. Comenzó con una fina llovizna y poco a poco se fue haciendo una lluvia de gotas gruesas.
El Paso Azul se veía a metros de los guerreros. Había aumentando su caudal y tapado el puente de rocas, así que decidieron cruzarlo lo más rápido posible. El agua tapaba las patas en su totalidad a los caballos; y mojaba los pies de los soldados que a esa altura del camino ya no les importaba las pequeñas cosas u obstáculos.
-¡Apresúrense!- gritó el Rey ya del otro lado del río sobre un verde pasto un tanto largo-. Ya casi llegamos Breezh. Si seguimos a esta velocidad arribaremos cuando esté oscureciendo.
-No estamos atrasados- comentó el viejo mientras le daba la vuelta a su caballo. Las huestes ya habían cruzado el río y empezaron a cabalgar aún más rápido.
Ya de noche y sin haber parado para comer de nuevo, los soldados comenzaron a aplaudir y a silbar porque el castillo se veía ya muy cerca. Era una maravilla de noche. Las luces de las numerosas antorchas iluminaban las murallas y más aún al imponente edificio. Las cuatro salientes de la terraza del castillo brillaban en una luz amarilla.
-¡ABRAN LAS PUERTAS QUE LLEGA EL REY!- gritó desde lo alto de la primera muralla, un soldado que vio las luces de las linternas que traían los soldados.
Las puertas se abrieron y Hague entró con la cabeza bien en alto junto con Breezh. Las mujeres, por más que seguía lloviendo, se quedaron allí y tiraron flores al camino y regalaron las rosas rojas a los soldados.
Lord Hague mandó a llamar urgentemente a su vocero y entró al castillo sin hablar con el pueblo. Cruzó muy serio la segunda muralla mientras soldados y aldeanos le daban la bienvenida y lo saludaban regalándole flores. El Rey no tomó ninguna pero levantó su mano para saludarlos.
Una vez dentro del castillo se sentó en su alto trono y refregó su mano derecha por la frente. Enya bajó las escaleras casi corriendo y se abalanzó sobre su padre que estaba agotado.
-¡Hola papá!- lo saludó con una simpática sonrisa característico de Enya-. ¿Cómo estuvo el viaje?, al final me parece que no llegaron a la extensión.
-Sí, te parece bien. Fuimos emboscados, mataron a treinta soldados pero eso sí... - hizo una pausa y tomó a Enya de los brazos mientras ella lo miraba con un rostro de sorprendida y se sentaba en su silla de plata con adornos y almohada de finas telas, ubicada del lado izquierdo del trono. El de Cleissy era igual, pero estaba del lado derecho por ser la primera Princesa-. Matamos a muchos de ellos. Tuvieron más bajas que nosotros a pesar de que nos doblaban en número.
-¿Quiénes fueron?- preguntó Cleissy que venía bajando de las escaleras de las que había llegado Enya-. ¿Desertores tal vez?
-No, fueron krigare.
Breezh se acercó a Hague y le pregunto en el oído que era el tema que no le había contado. Hague hizo salir a Cleissy, a Enya y al vocero que acababa de llegar.
-Ven con nosotras Jun, hasta que ellos terminen de hablar- le dijo Cleissy al rubio mientras lo tomaban una de cada mano y se iban para el enorme comedor.
-Breezh fue un sueño muy extraño. Casi como esa visión que tuve de joven, tú sabes aquella en que veía a mis padres muertos en el bosque de los unicornios.
-Sí, ese tipo de visiones hallan el final del ser más querido, en este caso tus padres.
-Bueno anoche tuve una visión en la que una flama dorada era lo único que cubría mi cuerpo. Me sentía poderoso,- continuó Hague– era el ser más fuerte del mundo. Me sentía muy bien. Pero en un momento, aquella flama me abandonó y se fue. Luego veo a mi hija Cleissy y la flama se va con ella, me abandona y comienzo a sentirme débil. Ella no quiere esa flama la espanta con un movimiento de manos hasta que finalmente se da por vencida y la asimila. Entonces vuelvo a sentirme vivo. Y mi bienestar se queda conmigo. No tanto como cuando tenía aquella flama pero me sentía bien.
-Es lógico aquel sueño. Tu padre también lo tuvo.
-Pero que significa.
-Significa que tu final como Rey está muy cerca. La flama dorada representa el poder del reinado. Cuando te dejó y se fue con tu hija, representó la herencia. Ella no lo quiere entonces tú te sientes mal. Pero luego ella lo acepta y tu “revives” por decirlo de alguna forma-. Breezh concluyó la explicación y ocupó el asiento con decoraciones de oro de Enya. Se mantuvieron en silencio por un momento. El rey se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro.
-Soldado, vaya a buscar a la princesa Cleissy- dijo finalmente Hague a un soldado que se encontraba haciendo guardia.
-¿Para qué la necesitas?- preguntó Breezh con un aire de duda.
-Necesito saber si ella ya ha tenido algún sueño. Yo lo tuve. Y fue primero que el sueño de mi padre.
-Bien pensado. Pero no creo que a Cleissy le guste hablar de ese sueño, si es que lo tuvo- acotó Breezh.
-¿Me llamabas?- llegó la princesa con su largo vestido color celeste.
-Si hija, tengo algo que preguntarte y que es muy importante.
-Puede retirarse- le dijo Breezh al soldado y este sin apuro abandonó el pabellón ante un rostro de inquietud que expresaba la princesa.
-¿Qué sucede?- preguntó Cleissy- ¿es algo grave?
-Es algo por lo que debemos tener una larga conversación- dijo Hague mientras tomaba las delicadas y perfumadas manos de la joven princesa. La ubicó en su trono y Cleissy volvió a preguntar qué sucedía pero con un tono más tranquilo.
-Cómo sientes este lugar, cómo sientes el trono- le preguntó el rey y Breezh se puso de pie.
-No sé, ¿a dónde quieres llegar papá?
-Primero quiero que me digas si has tenido algún sueño muy raro o que tú consideres de importancia.
Cleissy se sintió un poco rara e insegura, no sabía si contar ese sueño que tuvo o simplemente decir que no. Finalmente, ante los ojos acusadores de su padre y del Hechicero, decidió contar lo que soñó.
-Sí tuve un sueño que para mí fue importante solo en ese momento. Pero luego como no sucedió nada, decidí ignorarlo.
-¿Qué fue lo que soñaste?- preguntó Breezh mientras Lord Hague se arrodillaba al lado de ella.
-Bueno- comenzó a relatar.
“Vi que un enorme ejercito llegaba desde mar y tierra a
nuestro castillo. Pero lo que más me sorprendió es que
nosotros éramos quienes atacaban y muchos muertos
humanos estaban regados por todo el campo de batalla.
Era una masacre. Peleábamos contra un ejército que jamás
en mi vida había visto. Eran enormes monstruos y otros
más pequeños, pero no recuerdo como eran. Finalmente
ganamos pero igualmente se sentía todo mal”
Hague tomó aire por la boca y se quedó callado.
-Ese tipo de sueños se pueden hacer realidad desde el momento en que lo tuviste en adelante, en cualquier momento. Un ataque por parte nuestro a nuestro castillo ¡Qué raro!- exclamó Breezh mientras rozaba su viejos y arrugados dedos por su escasa barba blanca.
-Será que debemos redoblar las guardias- dijo Hague finalmente y poniéndose de pie-. Un sueño de ese tipo no es mala señal. Pues al saber qué es lo que sucederá más adelante, podemos corregirlo.
-Eso es cierto- dijo Breezh-. El problema es que hay detalles que quizás no entraron en el sueño de Cleissy. Detalles que no son para nada menos importantes y que, si no los descubrimos a tiempo, pueden ser fatales a largo plazo. Sin importar las precauciones que hayas tomado antes. Un terrible alud comienza con el desprendimiento de una pequeña parte de la montaña.
Al otro día todo seguía normal. Enya y Cleissy salieron en sus respectivos caballos a pasear por los verdes bosque de los unicornios. Fueron y se quedaron un buen rato, luego cabalgaron hasta las “Montañas De La Muerte”, pero fueron al lado oriental. Se quedaron viendo las elevaciones y de pronto un fuerte y grueso grito salió de aquellas montañas. Se escuchó por todos lados y retumbó en las piedras.
Pensaron que podría haber sido alguna victima que entró sin autorización a buscar alguna de las numerosas leyendas contadas. Decidieron dejar el lugar y cabalgar hasta el reinado de nuevo. Pero en ese viaje entre la verde llanura que dejaba ver el castillo de Lord Hague a lo lejos, encontraron a un hombre tirado en el pasto con los rayos del sol resplandeciendo en su rostro. Las damas bajaron y le dieron agua, que traían en una cantimplora. El sujeto pidió que se lo lleve al “Bosque Pie”, así que con mucho esfuerzo lograron subirlo al caballo de Enya y ella subió junto con Cleissy al caballo de ésta. Viajaron rápidamente y se internaron en el bosque.
-¿De dónde eres?- preguntó Enya.
-¿Cómo te llamas?- preguntó Cleissy, parecía un interrogatorio, pero el sujeto no dijo nada.
-Nosotras somos las hijas de Lord Hague. Estábamos paseando cuando te encontramos tirado allí- contó Enya-. Te escuchamos gritar-.
Al oír eso el sujeto se levantó velozmente y comenzó a correr hacia las montañas pero Cleissy lo alcanzó a agarrar del brazo y cayeron estrepitosamente al suelo.
-¿Qué sucede? ¿Porqué corres?- preguntó Cleissy.
-Está bien- decidió hablar el extraño–. Soy Womb, soy un krigare que sobrevivió de la batalla que tuvimos con tu padre. Pero no pude huir por mis heridas, entonces no me quedó otra que hacerme el muerto para evitarlos. Si desean entregarme, háganlo, a mí no me importa, y no me sorprende porque la gente de tú reino es asesina.
Cleissy se levantó y se paró al lado de Enya.
-No me interesa las batallas o los conflictos que mi padre tenga con los krigares- dijo la princesa y ayudó a levantar al cansado hombre–. Te prestaré mi caballo para que llegues a tu hogar. Pero luego me lo devuelves.
Enya se sorprendió por lo que dijo su hermana ya que no se lo daba a nadie.
-Se lo agradezco pero no puedo aceptarlo. Además ya están por llegar a recogerme. Les recomiendo que salgan de aquí porque vendrán cinco jinetes krigare y lo más probable es que las reconozcan.
-Pues entonces serán ellos quienes tengan que cuidarse- interrumpió Enya-. No olvides que aún están sobre las tierras de éste reino, y los soldados y campesinos viajan de un lado a otro constantemente.
-Pero ellos no están aquí ahora mismo- dijo sonriente Womb-. De todas formas gracias por su hospitalidad, evidentemente viene una nueva sangre al reino. Por cierto ¿quién de las dos sucederá al rey?
-Seré yo- dijo Cleissy–. Cuando yo sea la reina podrán venir a nuestro castillo que serán reconocidos y aceptados por todos, como debe ser.
-Eso sería algo bueno para ver. Han pasado muchos años del conflicto entre el rey Phandom y Argyle, Señor de las Montañas Grises.
-Épocas oscuras y que ya no nos conciernen, debemos pensar en adelante- dijo Enya.
-Exactamente, de nada sirve alimentar el odio en los corazones de los pobladores con guerras y conflictos que no solucionan nada- afirmó Cleissy.
-De eso mucho no puedo aportar- dijo Womb-. Pues verán que en mis venas y en mis creencias, la guerra y el valor son premiados en el cielo, donde mis dioses me tienen esperado un recibimiento espectacular. Pero como dije antes, una nueva sangre ocupará el reinado.
Womb saludó con su mano como si estuviera lejos de ellas, y caminó perdiéndose en las sombras del bosque. Cleissy y Enya subieron a sus caballos y volvieron al castillo ya de noche. Al llegar, Lord Hague daba indicaciones a Rolland para que saliese a buscarlas junto con unos 50 soldados.
-¡Dónde han estado!- preguntó Hague algo enojado, mientras las dos entraban al pabellón–. ¿No saben que en cualquier momento podemos recibir un ataque...?
-¿De los krigares?- preguntó Cleissy con un tono desafiante–. Es verdad, nos cruzamos con uno de ellos y lo ayudamos. No veo nada malo en ello.
-¡Cómo que no! ¡Estos krigares están buscando llevarnos a una guerra y despojarnos de lo que es nuestro por derecho!- dijo el rey más enfurecido que antes.
-No me interesa la historia que tengas con los Krigares, papá. Womb ya nos prometió no hacernos daño.
-Cleissy, cuando seas reina comprenderás que tus únicos amigos son tu familia. Todos querrán algo de ti-. El rey habló estas últimas palabras más relajado. Pero con un aire de cansado. Fuera del castillo unas nubes comenzaban a cubrir el cielo, y luego una fina y fría llovizna cayó en una tierra seca.
Cleissy subió a su habitación y el Rey se comenzó a sentir aún más cansado.
Enya lo notó: -¿Te sientes bien papá?
Y mareado cayó al suelo. Su hija y unos guardias lo levantaron y lo llevaron a la habitación real para recostarlo en un colchón de plumas cubiertas con una tela celeste.