Tiempos de amor y de ira - César Gómez Copello - E-Book

Tiempos de amor y de ira E-Book

César Gómez Copello

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César Gómez Copello

Tiempos de amor y de ira

NARRATIVAS

Gómez Copello, César

Tiempos de amor y de ira / César Gómez Copello. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-631-6505-62-0

1. Novelas Policiales. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

© 2024, César Gómez Copello

Primera edición, marzo 2024

Dirección comercial Sol Echegoyen

Dirección editorial Julieta Mortati

Asistencia editorialEleonora Centelles

Coordinadora de ediciones Jacqueline Golbert

Jefa de corrección María Nochteff Avendaño

Corrección Lucía Bohorquez

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Foto de tapa Catalina Boccardo Pasalacqua

Conversión a formato digital Estudio eBook

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

A la familia, a los amigos,por el cariño, la hospitalidad y la paciencia

18 de abril

 

Ángel:

Te envío este texto por correo, a la antigua y a mano, sin huella electrónica posible y, por ahora, solo para tus ojos.

Seguro que te sorprende mi aparición escrita después de tanto tiempo, la razón de mi silencio era y es la manera de proteger a las probables víctimas de lo que vas a leer, incluyéndome, claro está.

Las consecuencias de estas hazañas o delincuencias, como te guste nombrarlas, han ido mucho más allá de lo planeado; no me extrañaría que haya alguna muerte en un futuro cercano, son gente peligrosa y atacarles la impunidad es herirlos con un cuchillo en el estómago. Todo podría haber salido mal, muy mal, pero hasta ahora no ha pasado, claro que aún no termina, intuyo varios finales que están a medio camino entre lo épico y lo irrelevante.

Estoy hace algún tiempo en un lugar bello, tranquilo, con una larga costa y en el que hay muy poco para hacer; también es, creo, inhallable, así que, mirando la bruma sobre el agua y sin apuro escribí lo que vas a leer.

Comencé a escribir a poco de llegar, con la intención de que haya un registro de lo que pasó. Después de dos meses y muchas horas de soledad, quedó este testimonio que podríamos llamar una odisea anónima y al que siempre podremos tildar de ficción.

El corazón de la historia y los detalles fácticos están y son verídicos, como podrás verificar en la prensa y por los datos que te son familiares, desde ya que en el caso de publicarse habría que cambiar los nombres.

Nada quedó afuera, ni siquiera esos apuntes que te envié a lo largo de este viaje y que marcaban el momento, me parecieron imprescindibles para explicar los estados de ánimo.

Fui protagonista de algunos de los eventos, otros los construí con dichos posteriores y algunas deducciones lógicas. Traté de no inventar, de ser fiel hasta lo riguroso, evitando cualquier autorreferencia explícita, como si lo estuviera viendo desde afuera.

También puede que sea un homenaje escrito a una obcecación extrema, tan enfermiza y peligrosa como necesaria.

Por prudencia he decidido mudarme mañana, por lo que te envío solo la primera parte de la historia, la que está revisada, el resto te lo haré llegar desde un sitio muy distinto. Esta mudanza tiene la ventaja adicional de que, aunque el remitente sea rastreado, yo ya no estaré.

Es mi primer intento de comunicarme con alguien y quiero probar su eficacia como te indico al final de esta carta.

Estoy solo, mi compañera de eventos se fue a sacar fotos a un lugar con nieve, algo que nunca había visto. Supongo que no la veré más y es lo correcto.

Mi única distracción fue la aparición de una chiquilla de 15 o 16 años que me miraba de costado y sonriente, desde su frente hasta los pies emitía disponibilidad, me desconcentraba.

Me conocés, lo mío no son las ninfas lánguidas que miran al sesgo, así que usé el protocolo que se indica en estos casos, contraté a una señora más grande y experimentada que me sacó la inquietud en una noche. Al día siguiente la chiquilina lo notó, no sé cómo, pero se dio cuenta, y allí mismo cambió la expresión y se fue caminando, puedo asegurar que su espalda era un insulto directo y soez. Me quedé un poco triste, pero mantuve mi dignidad. Nunca volvió.

Quizás algún día esta crónica pueda ser publicada con algún seudónimo, y yo pueda iniciar una carrera literaria —mi íntima ambición— sin que la holgazanería y una anterior vida sin matices me lo impidan otra vez.

A mis hijos te pido que los llames y que, con la menor cantidad posible de palabras y sin detalles de ningún tipo, les digas que está todo bien y que en cuanto termine el trabajo voy a volver.

Los extraño y te extraño sin poder evitarlo, me acompañan en mi memoria y los uso para imaginar días alegres que no serán imposibles, siempre y cuando tenga la paciencia necesaria para no precipitarme.

Lo único que te pido como confirmación de que has recibido este envío, lo único posible a esta altura, es que en el muro de tu Facebook y ya que te gustan los gatos, incluyas un mensaje, escondido entre varios, que diga: “Tiene el pelo corto y suave, es bizco”.

Si todo funciona te enviaré la segunda parte en cuanto la corrija.

Un gran abrazo.

Dante

 

P.D.: Quemá esta carta.

PRIMERA PARTE El asalto y sus vísperas Una crónica apenas conjeturalAutor: DANTE

“No hay por dónde respirar

y tú hablas del soplo de los dioses”.

ALEJANDRA PIZARNIK

1

El fin de semana trajo una lluvia tranquila, calor, y una oleada de paz. Dante durmió, durmió, durmió.

Lo despertó una puntada fuerte en la herida del pie vendado. A un costado estaba la bota ortopédica; se la fue calzando con torpeza, sin tocar la venda.

Recordó la sorpresiva llamada, la voz de Omar disimulando la urgencia, con demasiado énfasis en la cordialidad. Casi sin saludar había demandado un encuentro en el lejano barrio del oeste que habían compartido de jóvenes, sin testigos y cuanto antes.

Dante le había hecho repetir el nombre, no acertaba a creer que lo hubiese llamado, lo conocía desde muy joven, pero hacía años que el contacto entre ellos era nulo y al parecer definitivo; todos los fracasados intentos por verlo lo habían dejado con la certeza de que algunos rencores viejos, justificados, les impedían volver a los años en los que encontrarse era imprescindible para pasar los días.

El pie le dolía menos y la renguera no era tan evidente. Tomó el antiguo ómnibus, los edificios, las veredas evocaban nombres que no siempre surgían con claridad.

Se entretuvo rearmando escenas y sensaciones, las cambió para mejorarlas, para tener menos años, para que todo fuera un ayer más querible, más a su antojo, retomó su olvidada costumbre de inventarse un pasado como para contarles a sus hijos con voz de mentor infalible. Caminó las últimas cuadras sintiendo que el dolor del pie crecía, no se detuvo, como era de esperar no reconoció a nadie, sonrió al ver el antiguo muro que había recibido una frase de su juventud, reprodujo en su mente a Quevedo: “Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”.

El barrio seguía gris, con el olor a agua servida que tuvo siempre. Los edificios nuevos no le impedían reconocer el lugar y a su gente pobre, con infinitos vendedores en las veredas y un aire agresivo, inhóspito.

Dante llegó primero, el bar estaba tan sucio como hacía veinticinco años, la clientela era más desarrapada y el aire estaba lleno de una música con pretensiones tropicales. No había putas, aunque era temprano.

Omar estaba escondido en la parte más oscura de la vereda. Había recorrido el barrio unas semanas antes y los recuerdos habían desaparecido de su mente. Eran muchos años sin verse, pero aunque Dante estuviese deteriorado, nunca causaría el impacto que él mismo seguramente iba a producir.

Omar esperó la llegada de su amigo con inquietud, desde lejos lo vio avanzar, rengueaba, pero mantenía de algún modo la prestancia que siempre había tenido. Fue siguiéndolo de lejos y con toda la rapidez que le permitía su debilidad se zambulló en el bar un instante después que Dante, sin mirar a los que estaban allí y con la cabeza baja.

Luego de evaluarse un instante se saludaron. Dante intentó observarlo con ecuanimidad, la edad lo había tratado mal, estaba ceniciento, viejo, tardó un poco en darse cuenta, quizás porque no quería hacerlo, pero el color de la piel, la falta de pelo eran inequívocos; no comentó nada, calibró con ansiedad a Omar mientras lo dejaba hablar sin preguntar, permitiendo que llevara el ritmo. La voz era firme y sin matices, lejos del Omar que recordaba.

—Te preguntarás por qué el apuro.

Dante asintió.

—Aunque no me creas, esperé deliberadamente años para llamarte.

Omar saboreaba la creciente intriga, se ayudaba con un esporádico trago de agua.

—No quería que tuvieses demasiadas huellas mías, y sobre todo que nadie de tu constelación las tuviera.

—Bueno, lo lograste, lo único que sabía era que no te habías muerto, y últimamente ni eso.

Omar sonrió.

—Primero lo primero, habrás notado que tengo cáncer, mejor dicho, una metástasis incipiente pero detectable y agresiva.

Dante calló un par de veces las primeras palabras que le aparecieron en la mente.

—Te quedaste mudo, raro en vos.

Hablaron un rato de la enfermedad, la quimioterapia lo había mejorado, pero solo por un tiempo que nadie sabía medir pero que quizás no fuera mucho.

Se notaba la desesperación y la voluntad de atenuarla en cada palabra, la noche en la ventana los fue acompañando.

—De todas maneras, tranquilo, lo que quiero está solo relacionado con el cáncer, en cuanto a que tengo apuro.

—Contame.

—Sería el golpe al capitalismo internacional del que siempre hablé —dijo, con la primera sonrisa franca del encuentro.

Dante vació el vaso y pidió otra ginebra devolviendo la sonrisa con cortesía.

—¿No vas a cambiar nunca? Ya tenés canas, suena a una idiotez de adolescente. ¿Y si en vez de eso te vas a un lugar con palmeras, tragos y una o más mujeres? ¿No es más razonable?

—Siempre te gustaron las mujeres, demasiado, en eso vos tampoco cambiaste, pero no tengo físico para putas, aunque sea más razonable, y lo dije nada más que para empezar el relato.

Durante toda la conversación estuvieron hundidos en la viscosidad del ambiente que se espesaba por momentos. Tenían la camisa mojada en la espalda, la respiración trabada, laboriosa, la voz de Omar apenas superaba a las que los rodeaban, chillonas, pendencieras.

—Vengo pensando esto desde hace casi nueve años, desde el momento en que entré como contador a la financiera. Se fue armando sin querer en las noches en que el recuerdo de haber sido algo, alguien, se mezclaba con el día tras día de juntar dinero para otros, de mentir siempre con excusas éticas. Un dinero que es de los dueños y de sus mujeres soberbias, odiadoras, que los hacen cornudos, aunque a ellos los tenga sin cuidado. Te resumo, me propongo sacarles la plata, o por lo menos una cantidad que les duela. Fui confiable y sonriente, así que sin darse cuenta eliminaron la paranoia que sentían cuando me miraban y me fueron abriendo las puertas, los números, los lugares. Ahora estoy listo.

Hizo una pausa y pidió un vaso de la vieja ginebra que tomaban de jóvenes y la bajó con agua. Dante se mantuvo en silencio, interesado pero lejano, Omar continuó.

—Pretendo sacarles más de cinco millones con riesgo casi cero… Pero te necesito, tiene que ser alguien como vos,con poca ambición pero con problemas de plata, y un amigo, además.

—¿El cáncer es en el cerebro? —interrumpió Dante.

Omar rio.

—No, en los intestinos, no afecta el cerebro.

—Yo no estaría tan seguro.

—Si te cuento te vas a dar cuenta de que es infalible, calculado al micrón.

—¿Por qué yo? Solías decir que era el rey de los chapuceros, que no terminaba nada bien y unas cuantas cosas más.

—Exageraba, quería disminuirte por razones que imaginarás.

—Tuviste éxito en eso.

—Tengo más opciones, otra gente, pero vos lo necesitás más que nadie, estás mal y vas para peor a menos que hagas algo.

—¿No será una venganza tardía?

—Exactamente al revés.

Dante se dio un tiempo antes de hablar y observó ese rostro que, a pesar de los daños del tiempo, había sido y era entrañable.

—Bueno, contame, tus planes solían ser muy buenos.

—No, primero tenés que decirme que aceptás, así, sin condiciones, sin información, de pura curiosidad, de pura ambición que después de este discurso quizás te surja.

—No sé…

—Nada, pensalo, si decís que sí nos encontramos una vez más y te cuento cada detalle.

Omar terminó su bebida de un trago.

—El encuentro sería en esta dirección que te anoto y que aprendés para después tirarla, te voy a estar esperando, y cuando me llames, venite vestido como ahora, o sea poco llamativo, confundible.

—¿Vos tenés idea de lo raro que suena todo?

—No, yo estoy en esto hace mucho, no me suena raro.

—Somos tipos normales dentro de lo que cabe.

—Buen momento para ser algo distinto.

—Tengo que procesarlo, no sé…

Dante no tenía voluntad de seguir preguntando, lo conocía, hubiese sido inútil. Omar se marchó lo más rápido que pudo y sin mirar hacia atrás, como si huyese.

2

Dante recordó una de las noches más intensas de los primeros años con Omar y Rocío.

Las imágenes eran nítidas, todo lo que rodeaba a los tres, las paredes sin pintura, los infinitos y largos afiches invadiendo los pasillos, la energía palpable de los compañeros, los ruidos incesantes, todo causaba sensaciones distintas en cada uno de ellos, y sin duda tendrían sus propias versiones de lo sucedido.

Rocío vería las cosas con precisión, su manera de pensar era mucho más equilibrada y hubiese dicho con énfasis que la elección había sido la correcta, que el ganador era el que más méritos tenía, de hecho había sido ella la que había propuesto su candidatura.

Fue la asamblea más numerosa del año; doscientos cincuenta estudiantes repartidos de todas las maneras posibles, incapaces de hacer silencio, que habían, sin embargo, escuchado las palabras de Rocío con atención.

Omar, decía ella, organizó casi en soledad el sistema de propaganda, jamás faltó a ninguna de las reuniones, tuvo un historial perfecto de presencia en todas las comisiones en las que participaba, además ayudó a los compañeros de la facultad de Agronomía en su marcha contra el desmembramiento de la carrera, y por si fuera poco es el más formado de todos en política.

Todo fue dicho con pasión controlada, mirando a Omar, haciendo brillar aún más su pelo negro, sus ojos pardos, su belleza agresiva, convencida de que la fugacidad de ese momento prometía una forma de eternidad.

Omar hubiese dicho que el relato exageraba pero que era acertado, no por vanidad, aunque no se creía inferior a nadie, sino por certezas sostenidas desde siempre, por un optimismo discreto que irradiaba confianza. Él miraba a Rocío, la abarcaba con admiración, le recorría la espalda, los brazos desnudos y húmedos por el calor, su mirada era la de un caminante que en el desierto detecta un oasis de agua fresca y se felicita por futuras dichas, por la promesa de un amor perfecto.

Dante participaba desde afuera, tenía la mirada, claro, en Rocío, y aunque no podía confirmarlo le parecía que un par de veces ella también lo había mirado con intensidad.

No necesitó fingir para apoyar la moción de elegir a Omar. Era, a su juicio, el mejor. Su fantasía de postularse era risible a esta altura, a pesar de que el mismo Omar lo había propuesto, pero solo porque lo apreciaba.

Dante aceptaba, con la dosis justa de aparente reflexión, todas las ideas de Omar, iba a su lado sin mostrar sumisión, apareciendo cada tanto en el momento adecuado como un escudero alegre.

Esa noche los tres se emborracharon por primera vez y se quedaron dormidos en la pieza de Dante.

3

La ciudad estaba aún más inquieta que de costumbre, la gente corría para guarecerse y se amontonaba en las esquinas de veredas rotas, inundadas de agua que no terminaba de escurrirse. Las personas y el lugar parecían desprotegidos, ateridos como pájaros aferrados a una rama en medio de un temporal.

Ese día Dante cumplía 50, los mensajes recibidos no mitigaban la soledad que él mismo había construido sin proponérselo. Con lentitud, debilitado por la reflexión inevitable y constante de todo el día, entró al bar del barrio, la comida tenía el sabor pastoso de siempre pero el vino ayudaba, era su festejo y no iba a dejarlo pasar.

Quizás podría, pensó, agenciarse una mujer que no hablara y tuviese una sonrisa neutra, ausente, tranquilizadora, o tal vez bastaba caminar bajo la lluvia sin otro propósito que sorprender a los pocos que lo conocían en la zona.

Después de todo era un día tan confundible como cualquier otro, con la misma falta de sentido cotidiano que los hacía intercambiables.

La sensación de no estar allí, de estar en otro lado, era persistente.

Caminar bajo la tenaz lluvia resultó incómodo pero de alguna manera justificado, sus zapatos se fueron llenando de agua, el frío le impedía pensar en otra cosa que no fuese protegerse, se sobrepuso y se sentó en el cordón de la vereda. Tiritaba cuando bruscamente dejó de llover, llegó la luna entre las nubes.

Dejando un rastro de agua en el pasillo entró en su casa y se sacó la ropa temblando de frío y tristeza.

Se dio una ducha muy larga y luego, desnudo, frente a la ventana, brindó por su cumpleaños con un largo trago.

Se sintió en condiciones y llamó por separado a sus dos hijos para agradecer las felicitaciones, ambos exigieron un encuentro de festejo que Dante prometió cumplir.

Deambuló sin sueño por el pequeño departamento, a pesar de todo estaba excitado, las imágenes de mujeres grandes desparramadas en una cama se imponían. Nuevamente pensó en llamar a Rita, que no era grande, pero era barata. Sin embargo descartó la idea.

La frase de siempre de su editor, Ángel, apareció para distraerlo: “Haceme llorar y reír, sos el único acá que escribe lo que quiere, pero quiero un texto que tenga angustia y sexo”. Le pareció que iba con su estado de ánimo.

Tomó su anotador y se puso a escribir para la editorial, una sonrisa involuntaria apareció en su rostro, pero la abortó para no dar al espejo la impresión de estar borracho, aunque lo estaba.

LOS APUNTES DEL ARCÁNGELDesnudos y frialdades

“… en el desaliño triste

de mis emociones confusas”.

FERNANDO PESSOA

 

Hay días, hoy, que tengo sensaciones frías, de intemperie, las oculto lo mejor que puedo. Uno debe estar dotado de la certeza de que solo si se puede cambiar el porvenir, no hay que lamentarse, ni mostrar las frialdades.

Son días de aspecto siniestro, capaces de desmentir el sol o una sonrisa, días en los que se impone reír, ser cordial.

Nadie, ni un amigo ni una mujer ni un compañero de carreras o un hijo deben percibir el frío, sería una forma de cobardía, una muestra de exhibicionismo indigno. Un macho, aunque sea mujer, se la aguanta.

¿Por qué?

Porque los enemigos están en el exterior y en el interior, lo poseen a uno, y se agrandan si ven debilidad, falta de pelea.

Alguna vez leí que hay personas que no sienten, es cierto, el no-sintiente actúa, trabaja la voluntad, disfruta la justicia propia porque algo superior justifica cada acto.

Y, claro, tienen ventaja sobre los que tienen intemperies en el alma, se transforman en envidiables, no puede uno sino admirarlos porque la superioridad es notoria.

No hay que pensar como queja lo dicho en este texto, sería contradecir lo escrito, y aunque suelo hacerlo, contradecirme, digo, no es este el caso.

Lo que aún no ha sido dicho es que si aparecen frialdades también de algún lado pueden descolgarse instantes cálidos, y allí es donde se puede detectar belleza, a la manera de quien ve un perfecto desnudo de mujer en medio de la gente aunque esté vestida de los tobillos al cuello.

Es una plusvalía modesta pero palpable, con sabor a venganza sin demasiado daño, permite seguir buscando sin esperanza, con optimismo injustificado, a la mujer del desnudo perfecto.

 

El final era, pensó, para no amargar del todo a los lectores: no hay mujeres de desnudos perfectos.

Dante terminó el día dormido en el sillón.

 

***

 

El calor después de la lluvia se hacía sentir, ahogaba. Omar caminó hacia la salida, en el espejo del pasillo vio los pocos mechones de pelo que dejaba ver la gorra, los ocultó lo mejor que pudo, nada podía hacer con el color gris de su piel y su flacura extrema.

La poca gente en la calle se movía con lentitud, esquivó los charcos hasta llegar a la farmacia, el empleado lo saludó con naturalidad y le trajo los frascos de siempre.

En el camino de vuelta pudo concentrar su mente en los detalles finales, el momento se acercaba y la excitación que le producía entrar de lleno en la acción lo fortalecía, y eso permitía que sus dolores quedaran atrás y que un júbilo calmo, familiar, se hiciera cargo de su ánimo.

Era un proyecto de nueve años el que lo ocupaba y le posibilitaba armar una pequeña, casi perfecta, maquinaria, y hacía, una vez más, que lo cotidiano tuviese un color alegre, que los días fuesen soportables.

Hay que decir que este era su intento más importante, su obra cumbre para la que inconscientemente se había preparado toda la vida.

Una nueva idea le surgió de improviso, se detuvo bajo un árbol que aún goteaba, con torpeza y apuro escribió en un papel durante unos instantes. Esto puede ser infinito pero hay que terminarlo, pensó, no falta mucho aunque cada paso sea cada vez más difícil. A pesar de todo sonrió hacia nadie, hacia él.

Los lugares empezaban a amontonar gente con la demencia habitual.

4

Dante se miró al espejo con fijeza, casi sin pestañar, levantó el brazo con lentitud y fue llevando el arma hacia su sien. Le temblaba la mano. Se dio cuenta de que el seguro de la pistola había quedado del lado de atrás y por un momento no supo si lo había sacado, bajar la pistola estaba descartado porque no iba a tener el coraje de volver a levantarla.

Como un relámpago recordó el momento en que con su dedo pulgar dejaba ver la parte roja del seguro que habilitaba el disparo, se le ocurrió que el arma era demasiado grande para su cabeza, faltaba cabeza o sobraba pistola, en todo caso había una desproporción.

Absurdo, se dijo, como cuando había considerado ponérsela en la boca hasta que se dio cuenta de que le daba un cierto aire erótico equívoco.

Respiró hondo e hizo fuerza sobre el gatillo. Ahora sí la mano le temblaba con intensidad y la frente estaba llena de sudor. La transpiración era tanta que el cañón de la pistola tendía a desviarse, cruzó el otro brazo para sostener el arma con las dos manos.

Cerró los ojos e hizo más fuerza. No, tengo que mirar, se dijo, y los abrió.

La imagen de sí mismo tembloroso, transpirado y con el arma en la sien fue demasiado. Bajó el brazo, el estruendo del disparo lo hizo gritar antes de sentir el dolor.

Un vecino lo llevó al hospital, sangraba y se mordía para no gritar.