Tinder Taxi y 5 excitantes historias eróticas - Lea Lind - E-Book

Tinder Taxi y 5 excitantes historias eróticas E-Book

Lea Lind

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

"Una joven artista es seducida por un hombre extraño que la observa intensamente durante un curso de dibujo con modelo vivo. Su mirada despierta su lado erótico, uno que ella ni siquiera sabía que tenía. Decide posar desnuda y ser observada, elevando su deseo a un nuevo nivel."Este relato corto se publica en colaboración con la productora de cine sueca Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.Esta colección contiene:Miradas intensas Tinder Taxi Coqueteo en la nieve La primera vez CarneLa invitación -

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Seitenzahl: 119

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Lea Lind

Tinder Taxi y 5 excitantes historias eróticas

LUST

Tinder Taxi y 5 excitantes historias eróticas

Original title:

Tinder Taxi y 5 excitantes historias eróticas

Translator: LUST Copyright © 2018, 2019 Lea Lind and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726965230

1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Miradas intensas

Los tacones de mis zapatos negros resuenan sobre el asfalto, mientras doblo la esquina en dirección a la pequeña calle donde vive Arif. Me pasé el día esperando este momento. Saco la llave del bolsillo de mi gabardina y entro al edificio. Tengo ganas de subir corriendo las escaleras, pero me contengo. Llego al tercer piso y accedo al departamento. Su delicioso aroma invade el lugar. Es una mezcla de condimentos exóticos en la que me estoy marinando. Somos pareja desde hace años, pero no vivimos juntos.  Simplemente no nos provoca. Lo que tenemos es perfecto. Claro que mis amigas no siempre lo entienden.

—¿Es porque él no quiere? —me preguntan. Y luego dicen: “Los hombres pueden ser muy raros”.

No entienden que, de ser el caso, entonces soy igual de rara. Porque Arif y yo nos comprometemos a ser libres. Es una relación abierta y queremos que siga siendo placentera, en lugar de transformarse en una obligación como hemos visto con tantas otras parejas. Es difícil de explicar. Puede que ni yo misma lo entienda. Con seguridad, mis amigas no entienden. O al menos eso es lo que yo pienso. Porque nunca he tratado de explicarles, sólo escucho los comentarios bien intencionados en silencio, a pesar de que están muy equivocadas, porque sé exactamente lo que tengo con Arif. Y él sabe exactamente dónde me tiene. Estamos grabados el uno en el otro, en cuerpo y alma, como una condición permanente sin la cual no podemos ni queremos vivir. Pero en todo caso, siempre es necesario condimentar un poco las cosas.

Camino a tientas hasta el encendedor. Enciendo la luz del pasillo, me quito el abrigo y lo cuelgo en una percha. Me retoco con emoción el lápiz labial rojo brillante y me arreglo el vestido vintage de lunares con escote revelador. Fijo la mirada en la imagen que refleja el espejo del pasillo. Muero de ganas de verme como me ve Arif. Es decir, como soy en realidad. Con todo y el exhibicionismo. Todo empezó en mi primer año en la escuela de arte. Mucho antes de conocer a Arif. Fue en un taller abierto de dibujo con modelo en vivo en el museo de arte de Luisiana. Un clima otoñal muy agradable envolvía el edificio. Yo tomaba mi lápiz, me enfocaba en el hermoso cuerpo femenino que tenía enfrente e intentaba recrearlo en el papel, lo mejor posible.

Durante el receso para almorzar Laura se inclinó discretamente hacia mí y, mirando hacia atrás, susurró

—¿Ya viste al tipo con la chaqueta de cuero? No deja de mirarte.

Yo apenas giré la cabeza. Tratando de echar un vistazo sin que el tipo se diera cuenta. Pero era imposible. Seguía cada uno de mis movimientos con una expresión voraz. Aunque le dediqué una sonrisa un poco confusa, no movió ni un solo músculo.

—Santo cielo, es asqueroso —dijo Laura—. ¡Ni que esto fuera un bar de striptease! Se supone que se sea artístico, por el amor de Dios...

Lo único que registró mi cerebro fue el hecho de que a mi no me parecía asqueroso. Para nada. Y eso me sorprendió. Tal vez por eso no hice más que responder con un gesto burlón y darle la razón a Laura. Y tal vez por eso tampoco le cuento a mis amigas sobre nuestras hazañas, porque normalmente soy una persona decente. Laura me dio una palmada.

—Vamos, tomemos un poco de aire fresco antes de que empiece —dijo.

Me llevó a rastras y yo seguía mirando al hombre que me había estado observando. Intentaba descifrar por qué estaba tan obsesionado conmigo y no con la mujer que posaba desnuda. ¿Qué pudo haber visto en mí? Después del taller, no volví a ver al hombre de la chaqueta de cuero. Y no cruzamos ni una sola palabra. Sólo miradas. Pero seguía pensando en él. Él expuso mi verdadero yo. Porque, aunque siempre he sido bastante tímida, había algo especial en la forma en que me miraba. No me juzgaba. No era lascivo. Simplemente me miraba. Y despertó algo en mi, a niveles que nunca habría creído posibles: yo, que normalmente escondía el rostro entre las manos con una risita cuando alguien se me acercaba demasiado.

En cierto modo, él me liberó sexualmente. Porque rápidamente descubrí que se trataba de deseo sexual. No supe cómo manejarlo al principio. Solía embriagarme y bailar sobre las mesas. Pero me di cuenta de que eso producía exactamente el efecto opuesto. Porque los hombres que me observaban y llevaba a casa conmigo, no me veían a mí realmente. Sino una versión editada de mi. Y eso le quitaba el sentido. El hombre con la chaqueta de cuero me había mostrado la importancia de ser observada de la manera correcta. Razón por la que decidí posar para un curso de dibujo con modelo en vivo. Al principio, fue un poco tedioso. Sólo recibía miradas incómodas y aficionadas. Incluso pervertidas. Como el viejo que me enseñaba la lengua cada vez que el profesor se distraía. A mitad de semestre, estuve a punto de tirar la toalla. Sólo necesitaba armarme de valor, porque me había inscrito para posar durante el curso entero. Estaba pensando en convencer a Laura de sustituirme, aunque era poco probable, teniendo en cuenta su reacción ante el hombre de la chaqueta de cuero.

  Una noche durante la clase, me quité la ropa y me senté a posar en silencio mientras una vez más estudiaba la posibilidad de decirle al profesor que quería renunciar, cuando de repente él mismo me sorprendió. Porque mientras caminaba entre los estudiantes y revisaba sus dibujos, desviaba la mirada de sus trabajos, cada vez más seguido, y me perforaba con sus ojos. No miraba mi piel, ni mis genitales, ni mi cabello. Sino a mi. Sentí la vergüenza bullir dentro de mí, como aquella vez con el hombre de la chaqueta de cuero en Luisiana, y luché por mantener la pose, que era por lo que me pagaban. Tuve echar mano de una gran capacidad de autocontrol para mantener mi cuerpo inmóvil.  El profesor, en cambio, era tan inexpresivo como el hombre de la chaqueta de cuero. Aunque más excitante.

Como si estuviera retándome. Mientras más notorio era el impacto que su mirada ejercía sobre mi, más se acercaba con su lente para descubrir mi deseo expuesto. Arif podía leerme como si fuera un libro abierto. Que era justo lo que yo esperaba. Cuando la clase terminó, me tomé mi tiempo para volver a ponerme la ropa mientras los estudiantes empacaban sus cosas. Siguió cada movimiento de cerca como si fuera una cámara. Al final, sólo quedábamos tres personas: Arif, el viejo mirón y yo. Y el viejo no parecía tener prisa alguna. Se toma su tiempo para beber café de su termo y comerse un sándwich de huevo.

—Nos vemos en la próxima clase. Gracias por sus consejos —murmuró mientras se despedía de Arif con la cabeza, y me enseñaba la lengua a escondidas.

Arif asintió en respuesta. Yo no respondí. Y entonces quedamos solos. Yo me acomodaba el cabello. Mis rizos rojizos se sentían como fuego entre mis dedos. Arif no dijo nada. Simplemente se llevó la mano derecha a la barbilla y siguió mirándome. Yo cambié de postura, algo inquieta. Y dejé escapar una risita nerviosa. Pero aún así no hubo reacción de su parte.

—¿No tiene nada que decir? —pregunté.

—Mucho —respondió con su voz profunda—. Pero hablar no es lo que quieres hacer precisamente, ¿verdad?

Negué con la cabeza, emocionada. Se acercó y se paró justo frente a mí. Su aliento olía a manzana, pues acaba de comer una. Lanzó el corazón de la fruta directamente a la papelera. Ni siquiera tocó el borde.

—Me recuerdas un cuadro de Gustav Klimt —susurró mientras enredaba sus dedos en mi cabello.

Luego soltó los mechones suaves y se enfocó en mis caderas. Me subió a su escritorio, me quitó la ropa interior y me cogió tal como había soñado desde que el hombre de la chaqueta de cuero expuso mis tendencias exhibicionistas.

Ya no poso desnuda. Y Arif ya no da clases de noche, hace años se convirtió en un importante galerista de la región. Por mi parte, terminé la escuela de arte y ahora doy clases de Historia del Arte y Teoría del Arte, en la universidad. Pero aún nos tenemos el uno al otro. Y también a los otros, a los que usamos para satisfacer nuestras necesidades de mostrar y observar. Sucede que, al correr de los años, Arif y yo nos volvimos tan cercanos que se hizo imposible separar al observador del observado. Nuestra vida sexual se volvió tediosa y perdimos ese algo extra, esa atracción casi magnética que nos había acercado el uno al otro en primer lugar. Pero un comentario casual convirtió una tranquila tarde de domingo en un momento decisivo en nuestra relación.

—Sólo creo —dijo Arif—, que quiero verte desde afuera. Siento como si ya no pudiera recapturar esa perspectiva. Lo intento, pero necesito verte sin verme a mí mismo a la vez.

Entrelazó sus dedos con los míos. Y me besó con cariño en la frente.

—Por favor, no me malinterpretes. Te deseo a ti. Amo cada cosa sobre ti. Pero no sé cómo lograr que esto funcione —suspiró.

Yo sí sabía cómo. O al menos, eso esperaba.

El fin de semana siguiente, invité a uno de mis estudiantes de primer año a casa. Usaba el cabello como el de James Dean y lo había descubierto mirándome intensamente todo el semestre, especialmente mis senos. Parecía un mocoso malcriado que intentaba robar una galleta. Convencí al muchacho de que me ayudara a compilar la lista de obras citadas en un artículo que estaba escribiendo. Aceptó casi de inmediato. Cuando tocó el timbre, lo conduje a mi oficina. Lo senté frente a mi portátil y le dije que iba a preparar una taza de café. En lugar de ello, senté a Arif en una silla plegable frente a la puerta y la dejé ligeramente entreabierta, mientras yo volvía a la oficina.

El muchacho nunca preguntó qué había pasado con el café. Estaba demasiado concentrado en mi mini falda. Le pregunté cómo quería hacer la lista de obras citadas. Murmuró algunas palabras ininteligibles en un intento por excusar su falta de concentración. Me acerqué y me paré junto a él. Empujé la silla, me senté a horcajadas sobre él y lo cogí. Con fuerza y sin complicaciones. El muchacho me manoseó torpemente los senos. Luego entré en pánico. ¿Arif se molestaría? ¿Lo habría malinterpretado? Pero él se había quedado afuera en su silla plegable, respetuosamente. Incliné la cabeza hacia atrás para establecer contacto visual con él, a través de la puerta entreabierta. Su mirada exhibía la misma llama de esa primera noche en la clase de dibujo con modelo en vivo.

Cuando el muchacho y yo terminamos, nos vestimos y él estrechó la mano de Arif, algo avergonzado. Como si nada fuera de lo normal hubiera sucedido.

La puerta principal se cerró con un portazo y yo enfrenté a Arif. Él no dijo nada.

—¿No tiene nada que decir? — pregunté. Justo como lo hice después de aquella clase nocturna.

—Mucho —respondió—. Pero hablar no es lo que quieres hacer precisamente, ¿verdad?

Negué con la cabeza, emocionada. Me cogió con fuerza contra la pared, como representando el deseo humano en una obra de arte. Mi plan funcionó. Habíamos encontrado una nueva forma de ser nosotros mismos y al mismo tiempo mantener esa necesaria chispa especial. Hoy, el invitado es Elias. Arif no lo conoce y tampoco le he hablado de él. Así es mejor. Necesito dejarlo atónito con mis acciones. Si soy demasiado predecible, no logramos esa separación entre objeto y observador que tan bien nos funciona. Pero debo ser cuidadosa, tengo que hacer algo con lo que Arif esté de acuerdo y a la vez tener la incertidumbre de si lo aceptará del todo. Mi teléfono suena dentro del bolsillo de mi abrigo. Lo reviso y veo un mensaje de Elias diciendo que llegará en cinco minutos. Será mejor que ponga manos a la obra.

Me dirijo a la cocina, tomo el viejo taburete de Arif y lo llevo a la sala. Lo sitúo en la esquina, que ofrece una vista perfecta del sofá, y enciendo las luces de ambiente. Me retoco el lápiz labial y me arreglo el vestido, asegurándome de que todo luzca perfecto. Entonces oigo el intercomunicador y dejo entrar a Elias. Sube por las escaleras. Jadea cuando llega al tercer piso y me ve.

—¡Hola! —dice y me da un beso torpe en la mejilla.

Le doy tiempo de recuperar el aliento. Le ofrezco un vaso de agua, y luego le pido que vaya al baño para evitar interrupciones posteriores. Él obedece. Cuando está completamente listo, lo guío a la sala y le pido que se quite la camisa. Le pido que se acueste en el sofá y espere en silencio.

—¿Y estás segura de que a tu esposo no le importa? —dice por última vez, mientras inspecciona la habitación como un joven Calígula.

Con Elias listo su en posición, entro a la habitación y me escondo en el gran armario de Arif. Dejo la puerta ligeramente entreabierta. Parece que espero una eternidad. Aunque mi lado sensato sabe que no pueden haber pasado más de quince minutos, según la hora en que Arif dijo que llegaría a casa. Mi pulso se eleva a niveles astronómicos cuando finalmente oigo la llave en la puerta. El piso de madera cruje bajo los zapatos de Arif, en su recorrido a la habitación. Ni se imagina lo que está a punto de pasar. Pero afortunadamente sigue su patrón habitual y se dirige a la habitación antes de ir a la sala.