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Antología de uno de los poetas mexicanos más sobresalientes del siglo XX, nacido y fallecido en San Luis Potosí (1921-1999). Sacerdote católico, profesor universitario, académico y fundador del orfanato El Hogar del Niño, desarrolló una de las poéticas más entrañables, trascendentes y optimistas en lengua castellana de su tiempo. Peñalosa fue un precursor en literatura de la sensibilidad contemporánea hacia lo que no tiene voz ni cabida en un mundo donde solo se valora el éxito y lo productivo. Resaltando la dignidad y sacralidad de los más vulnerables, ha sabido de igual forma no solo orientar su mirada hacia ellos, sino también destacar de cada uno su lado más sorprendente y amable, o sea, aquel que merece recibir amor, ser amado, clave de su obra. La presente edición corre a cargo de Fernando Arredondo (Granada, 1981), uno de los máximos conocedores en España de la obra de este autor, al que le ha dedicado su tesis doctoral, la edición del poemario póstumo Río paisano y distintos trabajos en revistas especializadas. Profesor de Lengua Castellana y Literatura en Enseñanza Secundaria, además de escritor, ha publicado la novela La maldición de Stonemarten.
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Veröffentlichungsjahr: 2019
TODAVÍA HAY PRIMAVERA.TODAVÍA
JOAQUÍN ANTONIO PEÑALOSA
TODAVÍA HAY PRIMAVERA.TODAVÍA
Antología poética
Selección y prólogo de Fernando Arredondo
ADONÁIS
670
EDICIONES RIALP,S.A.
Madrid
© 2019 byJoaquín Antonio Peñalosa
© 2019 de la presente edición, by
Ediciones Rialp, S.A. - Colombia 63 - 28016 Madrid
ISBN (versión impresa): 978-84-321-5179-8
ISBN (versión digital): 978-84-321-5180-4
Depósito Legal: M-30744-2019
Printed in Spain - Impreso en España
Fue en el despacho del catedrático de literatura Ángel Esteban, en Granada, cuando por primera vez escuché hablar de Joaquín Antonio Peñalosa, un polifacético escritor mexicano nacido y fallecido en San Luis Potosí (1921-1999), sacerdote católico, profesor universitario y fundador de un orfanato, entre otras ocupaciones, quien desarrolló una de las poéticas más entrañables y optimistas en lengua española del último siglo.
Tras leerlo por primera vez en la antología poética titulada Un pequeño inmenso amor, elaborada por Miguel d´Ors, entonces también profesor de la Universidad de Granada, me pareció tan refrescante que no dudé en dedicarle el extenso tiempo de investigación que supuso la tesis doctoral Joaquín Antonio Peñalosa en la tradición poética mexicana y el trabajo de edición, junto con Fidel Villegas, director de la editorial Fundación Altair, de su poemario póstumo Río paisano. Extenso tiempo, entre otras cosas, porque no es fácil encontrar los poemarios en España, de modo que, desde entonces, rumiaba en mi mente la publicación de esta antología para mejorar el acceso a una amplia selección de poemas de este autor.
El hecho de que su poesía fuera conocida particularmente en Granada se debe originariamente a la amistad epistolar que Joaquín Antonio mantuvo con Gabriel M. Verd Conradi, bibliotecario de la Facultad de Teología de la Universidad de Granada, a quien el mexicano enviaba sus poemarios según los iba publicando, dada la intención de Verd Conradi de elaborar una antología de poesía religiosa. Alguno de estos libros se puede consultar hoy con sus amistosas dedicatorias en la mencionada biblioteca.
¿Qué le cabe esperar al lector que hoy tome entre sus manos esta antología de poemas? Por supuesto, poesía religiosa, al modo que esbozaremos más adelante; pero no solo eso. La poesía de Joaquín Antonio es moderna y está viva en sus contenidos, pues los asuntos que trata son los que preocupan hoy a una buena parte de los movimientos sociales.
Quienes han comentado la poética de Joaquín Antonio destacan de ella su franciscanismo y se refieren a él como un observador y un amante de lo pequeño, de lo aparentemente insignificante. En sus versos poetiza todo tipo de seres menudos y descomplicados1, y llama la atención sobre su importancia, su belleza, sus problemas, sus anhelos. En su poesía el protagonismo lo adquieren los que no tienen voz ni cabida en la sociedad, donde solo se valora el éxito y lo productivo. Las motivaciones de Peñalosa coinciden con la creciente y actual sensibilidad hacia los discapacitados, hacia las mujeres y la maternidad, los animales, el cuidado del entorno natural, la belleza de lo diferente… No podemos, pues, dejar de pensar que Peñalosa fue un precursor en literatura de pasiones contemporáneas.
El cambio climático, por ejemplo, parece haber sensibilizado a muchos sobre la importancia de los pequeños seres de la naturaleza para conservar el equilibrio ecológico y sobre el valor enorme de la ecología para la construcción de una vida lograda. Creo que ambas ideas están presentes en la obra de Joaquín Antonio, aunque sus conceptos de ecología y de persona trascienden un sentido meramente material. Para Peñalosa el hombre está en el mundo, pero su integración en él supone no solo una casualidad evolutiva, sino un hermanamiento, una comunión que exige respeto, atención y cuidado hacia las cosas de este, incluidas las inertes, pues el ser humano es también criatura que comparte creador, Dios Padre. Este mensaje que está en el centro de su obra, lo consigue comunicar muy amablemente, sin amargura, a veces con ironía, otras con sentido del humor, enfrentando la riqueza de la creación de Dios a los excesos de la acción humana.
Para dirigir su mirada hacia estos individuos y destacar de cada uno de ellos un lado sorprendente y amable, así como para mostrar su amor por todo cuanto existe, Peñalosa adopta los ojos y la voz de un niño. Nada es imposible para la imaginación de un infante, capaz de transformar la realidad llenándola de luz y de bondad. Mirar como niño es lo que practica Peñalosa cuando humaniza a los animales y a las cosas para hacerlos más entrañables y para enseñarnos a los hombres a ser personas verdaderamente humanas en un mundo que se olvida progresivamente de lo esencial y de lo primigenio. En su poema «Las cosas lloran», por ejemplo, el mismo universo cósmico —aparentemente ajeno a nuestro mundo cotidiano— y la antigüedad —su sabiduría, su arte, sus valores, representados en sus ruinas y monumentos—, gimen y lloran, se quejan en el presente, en la realidad del mundo actual.
Y es que para Peñalosa, igual que para Octavio Paz, intelectual muy leído y admirado por nuestro autor, el hombre moderno ha perdido su identidad en un mundo artificial que lo explota, como expresa en La vida tiene siete colores:
La vida humana acaba por parecerse a la vida de una moneda que ha circulado demasiado, su imagen está gastada, se trata de un rostro que ya no es posible reconocer.
[…]
La máquina ha contaminado al hombre. La mecanización de la vida humana es este sistema por el cual producimos casi inconscientemente unos mismos actos sin dar un sabor distinto para cada ocasión.
La frustración de tantas vidas, la mediocridad de tantos hombres, la infecundidad de tantas empresas no puede explicarse sino porque ha sobrado la frialdad de la máquina y ha faltado el calor humano. De la automatización de las cosas hemos pasado a la automatización de las personas.
El viejo maestro llamó al médico recién graduado. Mira, le dijo […] vive cada día como si fuera el primero, como si fuera el único, como si fuera el último.
El mundo poetizado por Peñalosa es un mundo globalizado por el hombre en el ámbito de lo citadino, pero también por el entorno natural. En ambos emplazamientos se puede encontrar el ser humano con la realidad profunda, con ese amor al que nos hemos referido. Destapar el velo que cubre lo cotidiano y volver a mostrar lo que la superficialidad de la rutina oculta, con el fin de amarlo, en eso consiste la aguda palabra de Joaquín Antonio. Por eso, incluso de los muy conocidos pasajes bíblicos es capaz de mostrarnos puntos de vista novedosos que hagan fijar nuestra atención de nuevo en su auténtico sentido, lejos de los tópicos y lugares comunes que los hacen vacíos y anticuados. Renovar, esa es la clave de toda poesía. Él mismo ilustra este espíritu renovador con la acertada imagen de Adán y Eva en su primera noche, la primera vez que ven desaparecer el sol y quedarse en tinieblas, estaban conociendo algo nuevo, algo distinto a lo que dar sentido. De ese modo, Peñalosa quiere hacer de cada lector un Adán y una Eva para que reconozca el mundo y el lugar que ocupa en él. La idea la tomo de Diario del Padre Eterno:
[Adán a Dios, asustado al ver caer su primera noche] «¿Se acaba el mundo que tú hiciste o me has dejado ciego?» «No maldigas la noche, Adán. Es el descanso. El silencio. El sueño. Sólo en la noche puedes escuchar el nacimiento del manantial en el bosque».
Cuando el mexicano recurre, como acabamos de mostrar, a pasajes de la Sagrada Escritura, realmente está actualizando el mensaje de la religión, en su caso la católica, que puede ser nuevo para cada hombre de cualquier tiempo. Pero no solo recurre Peñalosa a asuntos bíblicos —si bien el peso de estos es muy grande a lo largo de sus poemas—, sino que en su afán de volver al origen, recurre a la cultura de sus antepasados precolombinos. No en vano, sus conocimientos lingüísticos no se limitaban al español y al latín, aprendido en el seminario y en sus lecturas de los clásicos romanos, sino que también recibió de su profesor Ángel María Garibay formación en la lengua náhuatl. Así, en su poema aquí recogido «Enterramiento de un azteca» realiza un ejercicio insólito de transculturación. Es sabido que la Iglesia católica se sirvió de las culturas amerindias para hacer comprender al otro lado del Atlántico la religión de Cristo, allí completamente desconocida. Cristianizó elementos míticos y culturales de aquellos para que, equiparando lo suyo con lo foráneo, los nativos americanos llegaran a comprender el mensaje de los misioneros cristianos. Pues bien, en estos versos Peñalosa hace lo contrario: para hacernos comprender lo amerindio, toma un poema tan conocido en la cultura española como es las Coplas a la muerte de su padre, de Manrique, y con osadía lo transforma para que se comprenda bien el carácter cíclico de la cosmovisión azteca. Sin duda, para un lector europeo, echar un vistazo al mundo desde los ojos de un indio anterior a la llegada de Colón resulta bastante renovador. Y si el objetivo es amar lo diferente, primero es necesario comprender la diferencia.
Llegados a este punto, el lector podría preguntarse qué es para Peñalosa lo esencial, lo que subyace a cuanto nos rodea y lo hace tan amable ¿qué es eso que le hace encontrar siempre el lado óptimo de cualquier ser? La respuesta no puede ser otra que Dios. Un Dios-papá, si se nos permite esta denominación, pues Joaquín Antonio no la emplea. Desde su primer libro, Pájaros de la tarde, de finales de los cuarenta, subtitulado Canciones litúrgicas, en toda la obra poética de Peñalosa está Dios presente. Una presencia a veces latente, otras explícita, por la que descubrimos que Él siempre es un receptor de sus palabras. En esta antología recogemos, entre muchos poemas que ilustrarían esta idea, su «Benedícite de las cosas pequeñas» donde poetiza una ingeniosa alabanza a Dios, desplegando un vistoso surtido de metáforas, que es un paralelismo con la salmodia del Trium puerorum del libro de Daniel bíblico.
Nada escapa a la paternidad de Dios y todo nos puede dar noticia de su acción creadora. Mas el Dios-papá de Peñalosa no es el Dios oscurecido por la poesía existencialista que se desarrolla coetáneamente por toda Hispanoamérica (el Dios de Rosario Castellanos o Enriqueta Ochoa, por mencionar dos poetas bien cercanas a Peñalosa), sino que su Dios es Padre, es papá: el padre de un niño pequeño, no de un adulto desengañado. En coherencia con el resto de su poética, Dios aparece como una realidad sencilla y amable. Peñalosa lo resume así en Diario del Padre Eterno:
Es más fácil acercarse a Padre Dios que definirlo. Más fácil rodearlo con un brazo que tratar de aprehenderlo con un silogismo. Padre Dios es lo más misterioso y lo más cariñoso.
Peñalosa encuentra en la naturaleza el medio adecuado para encontrar a Dios, pero no únicamente como desarrollo poético a los argumentos tomistas para la demostración de la existencia de Dios, sino haciendo que la misma naturaleza hable a través de las criaturas que la componen. San Juan de la Cruz ya lo hizo en su «Cántico espiritual», pero Peñalosa va más allá. Para él las criaturas no son una metáfora de la huella del Creador en su obra, sino que hablan de ellos mismos para quejarse, para lamentarse, para alegrarse, para intentar comprender. Como hemos sugerido ya, la poesía de Peñalosa es una poesía «ecológica», pues desde el brote de una planta o un pequeño insecto, hasta el más enorme de los paquidermos o la inmensidad del mar adquieren personalidad propia, son personificados para que puedan expresarse, para que su voz, a veces lastimera por la abusiva preponderancia del ser humano, llegue hasta nosotros no como denuncia, sino para mostrar toda la belleza que contienen, una belleza que por sí sola hace a cada componente de la naturaleza digno de admiración, amor y protección; una belleza que es como la transposición del cariño con que Dios ha dado la existencia a cada cosa, a casa ser vivo. En este libro podrá encontrar el lector «Receta para hacer una naranja», que se recoge a modo de síntesis del mencionado ecologismo. Nada es feo, «todos los animales son bellos/ incluidos los feos», dirá en «El zoológico total», pues «es más verdad la mosca que el pegaso y la sirena».
Este ecologismo campa a sus anchas por la obra de Peñalosa, de modo que el medio ambiente cobra un especial protagonismo incluso en la historia de Belén, cuya representación artística con presencia del buey y la mula surge precisamente de san Francisco de Asís. Los hechos que acontecen en torno al nacimiento de Jesús son relatados por los animales que los presenciaron en Canciones para entretener la Nochebuena. Su primer libro de prosa poética, Pájaros de la tarde, tiene como protagonistas a las aves que «van cantando sin saber que cantan, sin saber qué cantan, sin saber que encantan». Y son numerosísimas las veces en que animales, insectos y plantas aparecen en sus versos.
Hay un libro enteramente protagonizado por animales, Ejercicios para las bestezuelas de Dios, en el que Peñalosa desarrolla, líricamente y a su modo, las recomendaciones de san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales. Aquí se poetizan consejos ascéticos como el de guardar silencio o la práctica de la pobreza, entre otros. Algo, sin duda, muy singular, incluso en el conjunto de su obra, y que por tanto merece, a mi entender, algunos comentarios.
Para san Ignacio hay un medio fundamental para la salvación del alma que es el servicio directo a Dios y otro que es el servicio a Dios a través de «las otras cosas sobre la faz de la tierra». Peñalosa se fijará en estas segundas y va a establecer su foco sobre las bestias, porque «están unidas a la historia humana, a la historia divina desde la astuta víbora del Principio hasta el caballo apocalíptico». De hecho, el mismo Cristo es un animal en este poema, aprovechando una imagen bíblica: «Y es el Cordero —de Dios— el que quita el pecado del mundo».
Para ilustrar esta original y actualizada forma de hacer poesía religiosa —uno de sus méritos más logrados, posiblemente— he seleccionado alguno de los poemas de este libro. «Preludios al arca de Noé», por ejemplo, que propone al igual que san Ignacio la conveniencia de apartarse de los quehaceres habituales para centrar la atención en los temas de las meditaciones y en la vida de Cristo, es decir, para recogerse en Dios. Es lo que hace Peñalosa en su poema, hablar del apartamiento del mundo, de las cosas mundanas, construyendo un arca —un arca que construiría un niño, de cáscaras de nuez y naranjas—, como la del personaje bíblico, para quedarse solo y en la soledad del mar. Una soledad dulce (de azúcar) y tranquila (remanso), ni agobiante ni ajetreada, tal y como proponen los Ejercicios espirituales, pero que no será soledad del hombre, sino del animal, que es quien entra en el arca y que es aquí, siendo animal, el paradigma del hombre que busca a Dios.
Por otro lado, no solo la naturaleza y lo divino tienen cabida en las páginas de Joaquín Antonio, sino que, como ya mencionamos, la poesía de Peñalosa es moderna y comprende también lo citadino, la vida urbana. Por los versos de Joaquín Antonio pasan cientos de objetos y lugares identificados con el progreso industrial y las nuevas formas de vida: perfume Chanel número 5, productos Max Factor, crema para las arrugas Guerlain, relajante muscular Valium, la cirugía plástica, mecheros, anuncios de gas neón, rayos x, automóviles y carreteras, ordenadores, televisiones, semáforos, rascacielos, el espectáculo del fútbol, la fecundación in vitro, tarjetas de crédito, anuncios de Mobiloil, Telenfunken, Good year, Oxo, Woolwoth y todo un largo elenco que nos llevaría mucho reproducir y que nos recuerda al Ernesto Cardenal de «Coplas a la muerte de Thomas Merton» y de otros muchos títulos (cualquiera de sus salmos valdría, su DC-7B, Llamadas, Kentucky, Murder INC., etc.) donde aparecen marcas, aparatos (ascensores, coches, semáforos, máquinas de escribir, aviones), voces en distintos idiomas, lugares reconocibles de distintas partes del mundo, personajes de su actualidad de relevancia política como Somoza…
En esta línea e inspirándose posiblemente en el término del canadiense McLuhan de aldea global, el mexicano escribe Aldea llamada mundo, donde ilustra un mundo conectado por el comercio, en el que en cualquier punto del planeta pueden converger un sinfín de culturas y nacionalidades, representadas en muchos de los objetos y lugares recién mencionados, que pasan a perder su identidad para ganar la categoría de global. Mundo global y ciudad moderna donde tienen cabida de modo sincrético esos elementos indígenas primigenios o incluso motivos sacados de la antigüedad clásica, como en “Reportaje desde la Acrópolis”.
Por último, tras haber reflexionado someramente sobre algunos contenidos de la obra poética de Peñalosa, con el fin de ayudar al lector a hacerse una idea de conjunto de la misma, querría, a modo de pinceladas, señalar algún aspecto sobre su desarrollo formal, caracterizado por una modernidad expresiva que comparte con los poetas del grupo mexicano del 50, el de Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Montes de Oca y José Emilio Pacheco, entre otros.
Joaquín Antonio es capaz de expresarse con similar soltura tanto en verso libre como en poemas estróficos al más puro estilo quevediano (mostramos como ejemplos algunos sonetos de Sonetos desde la esperanza y de Río paisano), recurre a la sucesión dinámica de motivos visuales, con la técnica del collage, como ocurre en «Videoclip», donde no hay estructura discursiva; el poema dialogado o monologado («El mesero»), donde distintos personajes hablan a un interlocutor elíptico o presente y donde surgen voces sin saber si son presentes o pretéritas; extranjerismos, usos de cifras o de siglas, ausencia de signos de puntuación, expresiones coloquiales, juegos de palabras, como «Mar-ía» cuando en «Un ángel y una muchacha» se quiere referir a la Virgen como a un mar, por mencionar algunos de ellos. Todo esto aderezado por su sentido del humor y un sinfín de imágenes sorprendentes, algunas muy cercanas al estilo de Gómez de la Serna, otras más cercanas a la tradición bíblica, a la medieval castellana o a la lírica azteca (las flores, por ejemplo, que en la poesía náhuatl es metáfora de la palabra poética o de las obras de origen divino) que salpican toda su obra, otorgándole un agudo ingenio poético.
Todavía hay primavera. Todavía. El título de esta antología alude a la estación que todo lo renueva, a la alegría, a la vida, a la belleza. Se trata de un versículo de «Carta a abuelita de sus macetas al cielo» que se completa con este otro: «lo que no hay son pupilas». Lo he escogido porque recuerdan a aquellos versos del sevillano Gustavo Adolfo Bécquer: «podrá no haber poetas; pero siempre / habrá poesía» y porque la belleza nos interpela en la poesía de Joaquín Antonio Peñalosa para animarnos a no caer en la nada de una existencia sin esperanza, en el invierno de un mundo deshumanizado y desnaturalizado, donde a veces es difícil encontrar —como en «Hombre remendado»— los contornos difuminados entre un producto y una persona. Volver a las proporciones originarias, al tamaño y al peso auténtico de lo corriente, al mundo visto desde los ojos del Padre Eterno, ese es el tema central de nuestro autor mexicano.
Fernando Arredondo
1. Cantar de las cosas leves fue el título que Hugo Gutiérrez Vega dispuso para la antología de Peñalosa publicada en el Fondo de Cultura Económica.