Tragedias II - Eurípides - E-Book

Tragedias II E-Book

Euripides

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Eurípides es el más inquieto y apasionado de los tres grandes autores trágicos griegos. Seguramente también es el más influyente, gracias a su sensibilidad poética, más cercana a la actual. A diferencia de Esquilo y Sófocles, que le precedieron, Eurípides humaniza y dota de carácter realista al mito, da rienda suelta a los arrebatos poéticos, a la vez que también se muestra muy racionalista. En este contraste contradictorio radica parte de su encanto y de su modernidad.  El segundo tomo de las tragedias completas de Eurípides en la Biblioteca Clásica reúne las obras: Las suplicantes, Heracles, Ion, Las troyanas, Electra e Ifigenia entre los tauros. 

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 569

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

PREFACIO

LAS SUPLICANTES

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

HERACLES

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

ION

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

LAS TROYANAS

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

ELECTRA

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS

INTRODUCCIÓN

ARGUMENTO

PERSONAJES

GLOSARIO DE TÉRMINOS REFERIDOS AL TEATRO

BIBLIOGRAFÍA (selección)

NOTAS

La Biblioteca Clásica Gredos, fundada en 1977 y sin duda una de las más ambiciosas empresas culturales de nuestro país, surgió con el objetivo de poner a disposición de los lectores hispanohablantes el rico legado de la literatura grecolatina, bajo la atenta dirección de Carlos García Gual, para la sección griega, y de José Luis Moralejo y José Javier Iso, para la sección latina. Con más de 400 títulos publicados, constituye, con diferencia, la más extensa colección de versiones castellanas de autores clásicos.

Publicado originalmente en la BCG con el número 11, este volumen presenta la traducción de Las suplicantes, Heracles, Ion, Las troyanas, Electra i Ifigenia entre los tauros realizada por José Luis Calvo Martínez.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

La traducción de este volumen ha sido revisada por Eduardo Acosta Méndez.

© de la traducción, las introducciones y las notas: José Luis Calvo Martínez.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2025.

Avda. Diagonal 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en la Biblioteca Clásica Gredos: 1978.

Primera edición en este formato: marzo de 2025.

RBA • GREDOS

REF.: GEBO709

ISBN: 978-84-249-3990-8

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

PREFACIO

Presentamos en este volumen de Eurípides la traducción de las tragedias Las suplicantes, Heracles, Ion, Las troyanas, Electra e Ifigenia entre los tauros, acompañadas, cada una, de introducción y notas.

En las notas me he limitado, en general, a explicar datos de realia, mitología, etc. Algunas veces, sin embargo, se han introducido explicaciones de índole filológica cuando se trata de un texto corrupto o disputado; o para justificar la elección de una variante determinada. La edición seguida es, como en los demás volúmenes, la de G. Murray en Oxford Classical Texts. Los pasajes en que diferimos de esta edición van al final de cada introducción: nuestra lectura en cabeza, la de Murray indicada luego. Cuando se acepta la lectura que el editor pone entre cruces o entre corchetes, simplemente señalamos «sin cruces» o «sin corchetes»; cuando no creemos que exista laguna en el texto, así lo hacemos notar.

Al final del volumen he incorporado una selección bibliográfica de ediciones de Eurípides —tanto generales como de cada una de las obras aquí traducidas— y de monografías sobre la tragedia griega o Eurípides. Los trabajos citados solo una vez lo son en forma completa a pie de página; los que se citan varias veces, o son de obras de carácter general, pueden aparecer solo bajo el nombre del autor y página (o capítulo), ya que están integrados en la bibliografía.

También he incorporado un glosario de términos referidos al teatro, dado que se hace un amplio uso de ellos en las introducciones.

Finalmente, quiero agradecer a Alicia Baches, del personal no docente de la Universidad de Granada, la colaboración prestada en mecanografiar el original.

Granada, abril de 1977.

LAS SUPLICANTES

INTRODUCCIÓN

1. Después del fracaso de la expedición de los siete contra Tebas, los tebanos se negaron a devolver los cadáveres de los guerreros argivos para sus honras fúnebres y entierro —como establecía la ley panhelénica—. Adrasto, al frente de las madres e hijos de los siete capitanes caídos en Tebas, se dirige a Eleusis, donde Etra, madre de Teseo, rey de Atenas, realiza un sacrificio. La rodean con ramos de suplicantes y le piden que interceda ante su hijo Teseo para que este recobre los cadáveres. Teseo, que llega a Eleusis para buscar a su madre, se niega al principio ante tal petición, pero es persuadido más tarde por Etra, quien se basa en argumentos de religión, honor y humanitarismo. Después de una batalla sangrienta con los tebanos, Teseo recobra los cadáveres y, tras su incineración y procesión fúnebre, establece con Argos un tratado de amistad.

Este es, en síntesis, el argumento de Las suplicantes. Se basa en un episodio muy concreto de la saga tebana, aunque Eurípides —como es habitual en los autores trágicos— incorpora elementos nuevos y presenta algunos que están en desacuerdo con otras versiones de la misma. Concretamente, frente al mismo mito dramatizado años antes por Esquilo en sus Eleusinios1, en el que, con toda probabilidad, Teseo llegaba a un acuerdo verbal con los tebanos, aquí la recuperación de los cadáveres se consigue mediante la lucha armada. Entre los elementos introducidos ex imaginatione por Eurípides, cobra especial relieve el suicidio de Evadne, quien, ante la desesperación de su padre Ifis, se arroja sobre la pira de su esposo Capaneo.

Sobre este simple argumento y con la adición de un agón sobre la democracia, de una resis de mensajero sobre la victoria de Teseo contra Tebas, de una oración fúnebre que Adrasto pronuncia sobre los cadáveres y una sucesión espasmódica de cantos de duelo por parte del coro de madres e hijos, Eurípides compuso hacia el final del primer período de la guerra del Peloponeso2 una tragedia que muchos críticos han declarado, incomprensiblemente, la peor de este autor desde el punto de vista de su arquitectura.

2. En términos muy generales, Las suplicantes forma una unidad que resulta de la sucesión de cinco actos (o episodios) separados por cuatro cantos del coro (estásimos), enmarcado todo ello entre un prólogo y un epílogo (éxodo). Veamos la estructura más en detalle.

El drama comienza con una escena pintoresca y muy del gusto de Eurípides: Etra, madre de Teseo, rey de Atenas, se encuentra realizando un sacrificio en Eleusis. Un grupo de ancianas y niños rodean con ramos de suplicantes a Etra y el altar en que esta sacrifica. Al frente de ellos está el anciano Adrasto, rey de Argos.

El prólogo (1-41) se inicia con una resis de Etra que contiene una súplica a los dioses y una presentación de la situación: las ancianas son las madres de los siete campeones caídos en Tebas y reclaman sus cadáveres. El tirano de Tebas, Creón, se niega a entregárselos y ellas se han dirigido a Etra para que interceda ante su hijo.

Tras la resis, el coro canta la párodos. De hecho no se trata de una entrada propiamente dicha, ya que el coro está rodeando a Etra desde que comienza la obra3 y tampoco está cantada en el ritmo anapéstico más propio de la párodos.

En este canto de entrada, el coro comienza exponiendo su situación (en ritmo jónico) y concluye profundizando en sus sentimientos de dolor y desolación (en ritmo yambotrocaico).

Terminado el canto del coro, entra precipitadamente Teseo buscando a su madre. Comienza así el primer episodio (VV. 87-364), formado en su totalidad por dos grandes agones (Teseo-Adrasto y Etra-Teseo).

Tras un breve diálogo con su madre, en que esta le expone la situación, Teseo descubre a Adrasto e inicia con él un primer agón, que se desarrolla en un nivel más político que emocional. La primera parte es un diálogo rápido en esticomitia. Teseo somete a Adrasto a un interrogatorio en el que se revela su condena de la expedición que condujo Adrasto contra Tebas: actuó con ligereza y precipitación al entregar sus hijas a Polinices y Tideo sin comprobar si el oráculo que le ordenaba entregarlas a un «cabrón» y un «león» se refería a estos dos jóvenes; actuó con hýbris («no atravesaste Grecia precisamente en silencio») —justamente los dos vicios cuyas virtudes correspondientes (reflexión y comedimiento) representan Teseo y Atenas—.

A continuación inicia Adrasto una resis en la que solicita la ayuda de Teseo, petición que se basa más en la adulación que en las razones válidas que podía haber exhibido (la hýbris de los tebanos, las leyes panhelénicas, la desolación de las madres, etc.). Solo alude a su mala suerte. Incluso alguna frase puede parecer un reto insolente a Teseo («lo sensato es que los afortunados sientan temor del infortunio»). La contestación de Teseo —que aparentemente se sale del tema—4 es en realidad muy adecuada a la argumentación de Adrasto: no se puede culpar a la mala suerte; los dioses nos han dado medios para que nos desenvolvamos bien, lo que sucede es que queremos saber más que ellos.

Teseo no puede hacerse aliado de un insensato y un impío y, por tanto, rechaza la petición de ayuda.

Adrasto ordena entonces al coro que abandone sus ramos de suplicantes y regresen a Argos, pero las madres se dirigen patéticamente a Teseo y consiguen ablandar al menos a Etra. Por fin esta se decide a actuar abiertamente a favor de las suplicantes, dando lugar a un segundo agón. Este termina con la victoria de aquella, que acaba convenciendo a su hijo de que preste ayuda a los argivos con argumentos basados en el humanitarismo, la piedad hacia los dioses, el respeto a las leyes panhelénicas y una llamada al honor de Teseo en particular y de Atenas en general. Teseo cede, pero va a consultar a su pueblo.

Sigue el primer estásimo (VV. 365-380), que cubre el tiempo de esta consulta y que pone de manifiesto el debatirse del coro de madres entre el deseo y la duda.

Cuando termina el canto, aparece Teseo dando órdenes a un heraldo para que comunique a Creón su exigencia de que devuelva los cadáveres. El pueblo ha aceptado su decisión de ayudar a los argivos. Se inicia así el segundo episodio (VV. 381-597), que se presenta también como un agón doble, ahora entre Teseo y el heraldo tebano.

La entrada de este último preguntando por el «tirano» de Atenas da pie al primer agón. Es el célebre debate sobre la democracia. Ante la contestación de Teseo de que Atenas no es gobernada por un tirano, sino que es libre, el heraldo inicia el debate censurando la democracia por dejar al pueblo al arbitrio de los demagogos. La contestación de Teseo, que sigue el esquema usual de la oratoria del siglo v (proemio, exposición, argumentación, peroración), incluye una censura de la arbitrariedad de la tiranía y una alabanza de la libertad e igualitarismo de la democracia, seguida de un contraste entre los efectos que una y otra producen en la valoración de los hombres.

La segunda parte del agón se ciñe al contexto inmediato del drama y constituye de hecho una contrastación entre las actitudes de tiranía y democracia en el caso presente del entierro de unos cadáveres. No hay ganador en este agón, solo la oposición armada resolverá el litigio. El heraldo comienza con intimidaciones y amenazas, pero luego exhibe argumentos —que Teseo no rebate— desde una posición muy general de pacifismo que, como veremos, son fundamentales a la obra.

Teseo, en su contestación, baja a un nivel todavía más inmediato y los argumentos que presenta a favor de la devolución de los cadáveres se basan en el derecho internacional y en el humanitarismo, aunque también acusa a Tebas de cobardía e irreflexión por temer a unos muertos y la previsión aduciendo la mutabilidad de la fortuna.

El agón termina, como sucede a menudo, en una esticomitia que constituye un forcejeo vivaz entre los dos contendientes. El episodio se cierra con una orden de movilización total por parte de Teseo para atacar la ciudad de Tebas.

El segundo estásimo (598-633) cubre el tiempo en que se desarrolla la lucha en Tebas. Está dividido en dos semicoros, de los que uno se muestra confiado en los dioses y en un resultado favorable de la contienda, mientras que el otro se muestra desconfiado. El canto marca, de esta forma, un compás de espera angustiosa con vistas al tercer episodio (VV. 634-777), el cual toma la forma de una resis de mensajero en la que este informa sobre el resultado, favorable a Atenas, de la contienda y una esticomitia entre Adrasto y el mensajero, en la que este nos aclara la suerte que han corrido los muertos. Ambas están separadas por una intervención de Adrasto (que se mantenía en silencio desde el v. 262 [472 vv.]) en la que reflexiona sobre la futilidad de la guerra en general —¡precisamente tras la victoria de Teseo!—. Como consecuencia de esta, el coro entona su tercer estásimo (778-793), canto en el que entremezcla la alegría del triunfo con el dolor de sus propios muertos. Ya solo falta celebrar las honras fúnebres, y esto es lo que va a desarrollar el cuarto estásimo (794-954). Formalmente se divide en dos partes: un kommós, canto de duelo entre Adrasto y el coro, y una resis, en la que Adrasto pronuncia la oración fúnebre por los capitanes muertos, excepto por Polinices y Anfiarao, cuyo elogio hace luego brevísimamente Teseo por no encontrarse presentes sus cadáveres. Tras una nueva esticomitia entre Adrasto y Teseo, en que deciden realizar la cremación y honras fúnebres fuera de escena (para evitar que las madres contemplen los cadáveres), culmina el episodio con una patética intervención de Adrasto, en la que vuelve a reflexionar amargamente sobre la locura de la guerra.

El cuarto estásimo (955-979), en realidad un treno por los muertos, cubre el lapso de tiempo en que se desarrolla la cremación de los cadáveres.

Cuando parece que la acción ha terminado con la devolución de los cadáveres y sus honras fúnebres, se añade un quinto episodio (980-1113) con el suicidio de Evadne, esposa de Capaneo. Consta de dos escenas, la primera de las cuales está constituida formalmente por una monodia lírica estrófica de Evadne (un himeneo en el que canta su segunda boda de muerte con Capaneo en Hades) y un monólogo (yámbico) de su padre Ifis, en el que llora desesperadamente su lamentable situación; ambas separadas por un forcejeo en esticomitia en el que Ifis trata de disuadir a Evadne.

A esta escena, muy efectista sin duda desde el punto de vista teatral, sigue otra no menos espectacular, el kommós final, en el que los coros de madres y niños alternan el lamento dolorido por la pérdida de sus esposos y padres con la promesa de venganza que los niños insinúan y las madres aceptan. Finalmente, el éxodo (1165-1234) comprende un breve diálogo entre Teseo y Adrasto, en el que acuerdan un pacto de amistad, y una resis de Atenea ex machina. Esta aparece de improviso no para resolver conflicto alguno, sino para dar trascendencia a la acción inmediata del drama estableciendo una etiología —como a menudo sucede— de la existencia en época de Eurípides de unos objetos rituales que recordaban una alianza con Argos; y para confirmar la venganza, que los niños habían prometido en el kommós, en una doble proyección del drama hacia el pasado y el futuro.

3. Ya he señalado más arriba que esta obra ha sido considerada por la generalidad de los filólogos como un drama menor, una obra imperfecta en su estructura y demasiado obvia en su finalidad —casi un panfleto de glorificación de Atenas— desde que los hermanos Schlegel lanzaron su juicio negativo sobre ella clasificándola de pièce d’occasion5.

Estoy en completo desacuerdo con este juicio de la obra, que considero superficial y solo explicable por no tener en cuenta o, quizá, por no comprender la auténtica idea dramática que está en la base de la obra.

Vamos a analizar los «fallos» que tradicionalmente se le han atribuido y que recoge bien Grube6.

Desde el punto de vista de la estructura misma de la obra, se dice que carece de unidad, ya que consta de dos partes conspicuamente separadas; por un lado, la petición de ayuda a Atenas por parte de Teseo y la recuperación de los cadáveres; por otro, el suicidio de Evadne en un episodio inesperado cuando parecía que la acción había llegado a su fin. En efecto, la acción del drama termina propiamente en el v. 975 con la devolución de los cadáveres seguida de su cremación y planto ritual. Sin embargo, inesperadamente, el coro vuelve la vista hacia las alturas y descubre a Evadne, esposa de Capaneo, que comienza a entonar un himeneo para acabar arrojándose sobre la pira del esposo.

También se suele afirmar que el debate entre Democracia y Oligarquía no está bien encajado en el drama, que excede el marco del mismo y que es anacrónico.

En cuanto a la composición del coro, se dice: si las madres eran siete y el coro se componía de quince coreutas, ¿por qué estas quince se refieren a sí mismas como siete en total? Además, ¿cómo podrían estar presentes Yocasta, madre de Polinices, que ya había muerto, y Atalanta, madre de Partenopeo...? ¿Cómo la madre de Capaneo no es aludida, ni habla, en el episodio de Evadne, si estaba presente en el coro?

Finalmente, se dice que algunos pasajes son indignos de Eurípides; tales la escena del mensajero y la oración fúnebre.

Es muy de temer que los juicios negativos sobre Las suplicantes partan de autores que han concentrado sus esfuerzos más en resaltar que en tratar de justificar, con base en el contenido del mismo, los aparentes defectos formales del drama.

En efecto, si se piensa que la obra es una pieza de ocasión, un panfleto de glorificación de Atenas, no hay nada que pueda justificar o explicar lo que se nos muestra como una estructura defectuosa. Es muy probable, sin embargo, que la obra tenga una finalidad más seria, que se trate de una tragedia esencialmente pacifista7, como son casi todas las de Eurípides escritas durante la guerra del Peloponeso, exceptuando algunas escapadas hacia el melodrama.

Este pacifismo se manifiesta en multitud de declaraciones concretas de los personajes (especialmente de Adrasto, pero también del coro e incluso del heraldo tebano) y en la misma dialéctica del drama, que no busca otra cosa que reflejar el sufrimiento que produce la guerra en los familiares de los combatientes: madres e hijos (coros), esposas (Evadne) y padres (Ifis); y, quizá, demostrar que la guerra no soluciona nada, pues la obra termina con un grito de venganza y, por tanto, la perspectiva de nuevos sufrimientos.

Esta idea (contenido) pacifista explica la forma del drama y exige determinadas escenas que superficialmente pueden parecer inorgánicas al mismo o mal integradas, como son la de Evadne y el debate sobre democracia y tiranía. En efecto, por inesperado que resulte, es obvio que el episodio de Evadne es imprescindible, dado que ejemplifica el dolor de las víctimas de la guerra en su vertiente individual (lo que, además, profundiza nuestra visión de ese sufrimiento) y forma el contrapunto del dolor colectivo o generalizado de las madres y niños.

Por lo demás, el especial énfasis que se venía poniendo en el cuerpo y entierro de Capaneo hace más suave el tránsito hacia ese pasaje.

Respecto al debate, nadie puede poner en duda que se trata de un auténtico anacronismo. Pero admitido este como una convención más del teatro griego, debido al pie forzado que el mito imponía al autor teatral, también es verdad que está plenamente integrado en la estructura total de la obra. Es más, resulta imprescindible en un drama cuyos personajes mismos encarnan las ideas de democracia y tiranía, así como las virtudes y defectos de una y otra forma de gobierno. No hay que olvidar que es una obra sobre los efectos desastrosos de la guerra, escrita durante un conflicto entre dos potencias que, precisamente, se gobiernan democrática y oligárquicamente.

El problema del coro se resuelve también con base en otra convención teatral muy conocida: un coro no consta de individualidades, es un ente colectivo en que se sumerge la personalidad de los componentes.

Finalmente, respecto de los pasajes concretos que se censuran, hay que reconocer que el del mensajero es una narración brillante y bien estructurada, si se prescinde de las oscuridades que pueden haber surgido de la corrupción del texto a lo largo de la transmisión textual. En cuanto a la oración fúnebre, es sabido que esta constituye un elemento recurrente, aunque no obligado, de la tragedia. Aquí resulta extraño (aparte de los anacronismos —disculpables— de que está llena), sobre todo porque es un elogio de hombres considerados por el mito, como se ve al comienzo de las mismas suplicantes, como la encarnación misma de la hýbris. Esto ha hecho que los críticos que consideran esta obra como esencialmente irónica, vean en este elemento una crítica y un ataque a las exageraciones y falsedades de las oraciones fúnebres de la época de Eurípides. Nada más alejado de la verdad. Esta oración es un complemento a la imagen de la democracia ateniense que se deduce de todo el resto de la obra. Los personajes que elogia Adrasto no son realmente los siete capitanes, sino los diferentes tipos de ciudadano que produce (o al menos necesita) una democracia.

Podemos concluir, por tanto, que se trata de una tragedia completamente seria, de contenido y finalidad pacifista, y que es este contenido precisamente el que exige la forma episódica que hace de ella una obra un tanto alejada del canon trágico establecido ya por Aristóteles.

VARIANTES TEXTUALES

Texto adoptadoTexto de Murray17 μητέρεςμητέρων27 μόνῳμόνον45 ἀνά μοιἄνομοι46 οὐ καταλείπουσαοἱ καταλείπουσι62 θαλερά... ἁλαίνοντα τάφουθαλερᾷ... ἁλαίνοντ’ ἄταφα82 ἄπαυστος αἰεὶ γόωνἄπαυστος αίεί’ γόων 149 〈παΐς〉〈τι〉250 ἥμαρτονἥμαρτεν252 detrás de 253 sin corchetes259 καταστεφῆικαταστροφῇ280 ἱκέταν ἔμ’ ἀλάταν†ἱκέταν ἤ τιν ἀλάταν†303 σφἁλλῃ γὰρ ἐν τούτῳ μόνῳ, τἄλλ’ εὖ φρονῶντἄλλ’ εὖ φρονῶν γἀρ, ἐν μόνῳ τούτῳ ’σφἁλλῃς368 μεγάλᾳμεγάλα508-9 σφαλερὸν ἡγεμὼν θρασύς νεώς τε ναύτης, ἥσυχος καιρῷ σοφόςσφαλερὸς ήγεμὼν θρασύς, νέως τε ναύτης ἥσυχος, σοφός 573 sin cruces 658 sin 〈τ’〉695-666 según su orden normal 695-703 según su orden normal 755 λόχοιςδόμοις763 α αὐτὸς δὲ θησεὺς πρὸς τὰ πάντ’ ἐξἡρκεσεν;..................................840 ἱστορῶεἰσορῶ902-6 sin corchetes969 sin cruces993 sin cruces y sin coma995 ἁνίκ’ 〈αἰνογάμων〉 γάμωνἁνίκα 〈γάμων〉 γάμων1026 εἴθε τινεςἴθ’ αἴτινες 1028 φανεῖενφανῶσιν1089-91 sin cruces1101 sin cruces

ARGUMENTO

La escena es en Eleusis. El coro se compone de mujeres argivas [las madres de los campeones caídos en Tebas].

El drama es un elogio de los atenienses.

PERSONAJES

ETRA.

TESEO.

ADRASTO.

HERALDO.

MENSAJERO.

EVADNE.

IFIS.

ATENEA.

CORO de suplicantes.

CORO de niños.

Escena: en Eleusis. En el centro, un altar.

ETRA. — Deméter, guardiana de los hogares de esta tierra eleusina y vosotros, siervos1 de la diosa que estáis al cargo de este templo, conceded que seamos felices yo, mi hijo Teseo, la ciudad de Atenas y la tierra de Piteo en la que mi padre me crio en casa rica y me entregó como esposa a Egeo, hijo de Pandión, por instrucción del oráculo de Loxias. 5

Este ruego lo acabo de hacer poniendo mis ojos en estas ancianas que han abandonado sus casas en tierras de Argos y se encuentran postradas ante mis rodillas con ramos de suplicantes. Han sufrido un terrible mal: se han quedado 10 sin hijos, pues han muerto en torno a las puertas de Cadmo sus siete nobles vástagos a quienes condujo Adrasto, rey de los argivos, que deseaba asegurar para su yerno, el exiliado Polinices, la parte que le correspondía de la herencia de Edipo. 15

Estas sus madres quieren enterrar los cadáveres de los que murieron en el combate, pero los que ahora mandan tratan de impedírselo y ni siquiera quieren acceder a que se los lleven, conculcando con ello las leyes divinas.1

Y aquí está Adrasto mismo como suplicante, soportando 20 lo mismo que ellas la carga de pedirme auxilio. Sus ojos están húmedos por el llanto y lamenta la guerra y la maldita expedición que él mismo sacó de su patria. Él es quien me apremia a persuadir con súplicas a mi hijo a que se convierta en protector de los cadáveres, ya sea por la razón o por la fuerza de las armas; a que se convierta en copartícipe de su 25 entierro echando sobre mi hijo solo y sobre la ciudad de Atenas esta carga.

Ahora me encuentro sacrificando en favor de esta tierra en la fiesta de la labranza2; he venido de mi casa a este 30 recinto donde por primera vez se erizó sobre esta tierra la florida mies3; estoy junto a los santos altares de las diosas Kóre y Deméter atada por este ramo florido que no ata. Compadezco a estas madres de sus hijos, ya canosas y sin 35 fruto, pero al tiempo siento temor ante sus sagradas bandas. Ha marchado un heraldo a la ciudad para traerme aquí a Teseo y que arroje de una vez del país la tristeza de estos, o que nos libere de este vínculo de súplicas con alguna obra 40 santa hacia los dioses. Que las mujeres, si son sabias, deben dejar que se haga todo por los hombres.

CORO de madres4.

Estrofa 1.ª

Anciana, te suplico con mi anciana boca, ante tus rodillas caídas. Devuélveme a mis hijos5, no dejes los miembros 45 de los muertos en manos de la muerte que los miembros desata ni como bocado de fieras montaraces.

Antístrofa 1.ª

Contempla el lamentable llanto de mis ojos empapando mis párpados y los surcos que mis manos desgarran en mi vieja y arrugada carne. ¿Qué haré yo que a mis hijos cadáveres 50 ni en casa exponer puedo, ni con mis ojos ver la tierra de sus tumbas?

Estrofa 2.ª

También tú, señora, pariste un día a un hijo e hiciste que tu esposo amara tu cama. Comparte ahora conmigo tus 55 sentimientos, comparte el dolor que siento por los muertos a quienes yo alumbré. Y persuade a tu hijo, te rogamos, a 60 que venga junto al Ísmeno6 y ponga en mis brazos los cuerpos vigorosos de mis muertos que vagan sin reposo.

Antístrofa 2.ª

No en sacra romería, mas por necesidad me he acercado a los altares de los dioses que acogen el fuego para postrarme, para rogarte. Nosotras tenemos la razón y tú, el 65 poder de, con tu noble hijo, borrar de mí el infortunio que me asiste. Dolores sufro, te ruego que tu hijo ponga en mis brazos —¡desgraciada!— mi muerto, para abrazar los tristes restos de mi hijo.

Estrofa 3.ª

Este canto que sigue es de lamentos, continuador de lamentos. 70 Ya duelen las manos de las siervas7. ¡Marchad, oh, golpes del canto compañeros en las penas; marchad, oh, compañeros del dolor! Este es el coro que Hades reverencia. 75 ¡Ensangrentad vuestra uña blanca en las mejillas, ensangrentad la piel enrojecida! Que el llanto por los muertos a los vivos adorna.

Antístrofa 3.ª

Es insaciable este doloroso deleite en los lamentos que 80 me arrastra —como la gota de agua que de elevada roca rueda— sin cesar, sin cesar en mis gemidos. Y es que el dolor por los hijos perdidos engendra en la mujer una pena que arrastra al llanto. ¡Ay, ay! ¡Muerta de una vez olvidaría 85 estos dolores! (Aparece Teseo por la derecha).

TESEO. — ¿Qué lamentos y golpes de pecho oigo, qué cantos funerarios por los muertos cuyo eco procede de estos recintos? Me ha dado alas el miedo de que mi madre, a quien vengo buscando, haya sufrido alguna novedad por estar 90 tanto tiempo ausente de mi palacio.

Vamos, ¿qué sucede? Veo nuevos motivos para hablar; estoy viendo a mi anciana madre sentada junto al altar y un grupo de mujeres forasteras. No tienen un solo golpe de desgracia, pues de sus ojos seniles caen a tierra lágrimas de duelo. 95 Rapada tienen la cabeza y sus mantos no son de fiesta.

¿Qué significa esto, madre? Acláramelo, te escucho, pues presiento alguna desgracia nueva.

ETRA. — Hijo, estas mujeres son las madres de los siete capitanes que murieron en torno a las puertas Cadmeas. Como 100 ves, me han cercado con ramos de suplicantes, hijo.

TESEO. — ¿Y quién es este que gime a las puertas que da lástima?

ETRA. — Adrasto, según dicen, el rey de los argivos.

TESEO. — ¿Los niños que le rodean son sus hijos? 105

ETRA. — No, son los hijos de los que perecieron.

TESEO. — ¿Y por qué se han venido a nosotros con manos suplicantes?

ETRA. — Conozco el porqué, pero desde ahora la palabra es cosa suya, hijo.

TESEO. — (Dirigiéndose a Adrasto, que yace postrado). A ti pregunto, al que estás envuelto en el manto. Descubre tu cabeza, deja de llorar y habla, que, si no es por medio de 110 la lengua, nada llega a término.

ADRASTO. — Victorioso soberano de la tierra de Atenas, Teseo, estoy aquí como suplicante tuyo y de tu pueblo.

TESEO. — ¿Qué buscas, qué necesitas? 115

ADRASTO. — ¿Conoces la expedición mortífera que yo conduje?

TESEO. — Sí, no atravesaste Grecia precisamente en silencio.

ADRASTO. — Aquí perdí a los mejores hombres de Argos.

TESEO. — ¡Eso es lo que consiguen los esfuerzos de la guerra!

ADRASTO. — He venido para reclamar a la ciudad de 120 Tebas estos muertos.

TESEO. — ¿Y confías en los heraldos de Hermes para enterrarlos?

ADRASTO. — Sí, pero quienes los mataron no me lo permiten.

TESEO. — ¿Y qué pueden alegar si reclamas algo sagrado?

ADRASTO. — ¿Qué? No saben llevar el peso de la suerte.

TESEO. — ¿Entonces has venido a mí para que te aconseje 125 o para qué?

ADRASTO. — Teseo, quiero que recobres a los hijos de los argivos.

TESEO. — ¿Y ese Argos vuestro dónde se ha quedado? ¿En vano fueron vuestras bravatas?

ADRASTO. — Hemos fracasado, estamos perdidos y recurrimos a ti.

TESEO. — ¿Y esta decisión es tuya o de todo el pueblo?

ADRASTO. — Todos los hijos de Dánao8 te suplican que 130 entierres nuestros muertos.

TESEO. — ¿Y por qué condujiste contra Tebas siete batallones?

ADRASTO. — Porque quería hacer este favor a mis dos yernos.

TESEO. — ¿A quién de los argivos entregaste a tus hijas en matrimonio?

ADRASTO. — No emparentaron con hombres de mi pueblo.

TESEO. — ¿Entonces entregaste tus hijas a hombres de 135 otra tierra siendo ellas argivas?

ADRASTO. — Sí, a Tideo y a Polinices, nacido en Tebas.

TESEO. — ¿Y por qué diste en desear esta alianza familiar?

ADRASTO. — Los oscuros designios de Febo me alcanzaron.

TESEO. — ¿Pues qué dijo Apolo para concertar el matrimonio de tus hijas?

ADRASTO. — Que entregara mis dos hijas a un cabrón y 140 a un león.

TESEO. — ¿Y cómo descifraste el oráculo del dios?

ADRASTO. — Una noche llegaron a mis puertas dos fugitivos...

TESEO. — ¿Quién era el uno y quién, el otro? Acláramelo, pues estás hablando de dos al mismo tiempo.

ADRASTO. — Tideo había trabado combate con Polinices.

TESEO. — ¿Así que a estos entregaste tus hijas entendiendo 145 que eran las fieras?

ADRASTO. — Sí, porque me pareció la lucha de dos monstruos.

TESEO. — ¿Y cómo es que llegaron aquí? ¿Por qué abandonaron sus patrias?

ADRASTO. — Tideo huía de su tierra como parricida.

TESEO. — ¿Y el hijo de Edipo por qué abandonó Tebas?

ADRASTO. — Por la maldición paterna, no fuera a matar 150 a su hermano.

TESEO. — Sensato es este exilio voluntario que me cuentas.

ADRASTO. — Y sin embargo, los que se quedaron injustos fueron con quienes partieron.

TESEO. — ¿No será que el hermano le privó de sus bienes?

ADRASTO. — Por eso vine, a reclamarlos. ¡Y esa fue mi perdición!

TESEO. — ¿Consultaste a algún adivino y observaste el 155 fuego de las víctimas?

ADRASTO. — ¡Ay!, me estás atacando precisamente por donde me equivoqué.

TESEO. — ¡Conque no viniste, a lo que parece, con el beneplácito de los dioses!

ADRASTO. — Y lo que es más, vine contra el parecer de

Anfiarao.

TESEO. — ¿Así tan a la ligera diste la espalda a los dioses?

ADRASTO. — Es que me asustó la violencia de los dos 160 jóvenes.

TESEO. — Seguiste tus impulsos en vez de tu razón.

ADRASTO. — Y esto es lo que perdió a tantos capitanes. (Se arrodilla). Pero tú eres el hombre más fuerte de Grecia, 165 rey de Atenas. Me avergüenzo de abrazar tus rodillas, en el suelo caído, yo que soy un anciano, aunque en otro tiempo fui soberano poderoso; mas tengo que ceder ante mi desgracia. ¡Salva a mis muertos, ten piedad de mis males y de estas 170 madres de los que perecieron! Han llegado sin hijos a la vejez canosa, pero han soportado venir hasta aquí y poner su pie en el extranjero arrastrando penosamente sus viejos miembros. No vienen como embajadoras a los misterios de Deméter, sino con intención de enterrar a sus muertos. ¡Ellas debían haber sido enterradas por las manos de sus hijos, 175 alcanzando un funeral a su tiempo!

Lo sensato es que el rico ponga sus ojos en el pobre y que el pobre mire al rico con emulación, para que también él tenga amor a las riquezas; y que los afortunados sientan temor del infortunio, y que el poeta engendre con alegría 180 los cantos que engendra; que, si no tiene este sentimiento, nunca podrá complacer a los demás cuando en su interior está herido. No es lógico9.

Es cierto que podrás decirme: «¿Por qué das de lado a la tierra de Pélope y pones esta carga sobre los hombros de Atenas?». 185 Debo explicarte las razones: Esparta es un pueblo cruel y de carácter pérfido, los demás son pequeños y débiles.

Solo tu nación podría soportar este trabajo, pues sabe 190 poner sus ojos en los desgraciados y tiene en ti a un pastor joven y aguerrido. Muchas ciudades han perecido por falta de un conductor de su pueblo.

CORIFEO. — También yo, Teseo, me adhiero a sus razones; ten compasión de mi infortunio.

TESEO. — Ya he disputado con otros sobre esto mismo 195 esgrimiendo el argumento que sigue: decía alguien que los hombres poseen males en mayor cantidad que bienes, pero yo sostengo la opinión contraria de que los mortales tienen 200 más bienes que males. Si esto no fuera así, no podríamos estar sobre la tierra. Yo alabo al dios que arrancó nuestra vida de un estado confuso y bestial: primero nos puso dentro el entendimiento y, luego de darnos la lengua como mensajera de palabras —de forma que comprendiéramos el sentido 205 de las mismas—, nos entregó el sustento de los frutos y a los frutos las líquidas gotas del cielo para alimentar lo que nace de la tierra, para regar su vientre.

Además de esto, nos ha donado defensas contra el mal tiempo para que nos protejamos contra la intemperie de 210 dios; y naves para el mar a fin de que pudiéramos intercambiarnos mutuamente los frutos que la tierra produce entre dolores. Y cuando algo está oculto y no lo acertamos a ver con claridad, nos lo interpretan los adivinos mirando al fuego, a los pliegues de las entrañas de las víctimas o a las aves10.

¿No es cierto que somos caprichosos cuando dios nos ha 215 dado tales armas para nuestra asistencia y nos parecen insuficientes? Es que nuestra mente anda buscando ser más poderosa que dios y por tener arrogancia nos creemos más sabios que los inmortales.

También tú perteneces a esa clase. No fuiste prudente al 220 entregar tus hijas a dos forasteros, subyugado por el oráculo de Apolo, en la idea de que existen11 los dioses. Y al mezclar con sangre impura tu brillante mansión, abriste una llaga en tu familia. Debías, si eras prudente, no haber mezclado lo justo con lo injusto, sino haber adquirido para tu casa aliados con fortuna. Dios pensó que vuestros destinos 225 eran comunes y arrastró a la perdición, junto con el azote del culpable, a quien no era culpable ni había delinquido. Arrastraste a la guerra a los argivos, a pesar de las predicciones de los adivinos; deshonraste a los dioses conculcando 230 sus leyes con violencia y arruinaste tu ciudad. Te dejaste arrastrar por unos muchachos que se complacen con la honra y atizan las guerras contra justicia. Destruyen a los ciudadanos, uno con tal de mandar un ejército, otro por sentirse superior teniendo poder en sus manos, otro por sacar 235 provecho sin pararse a mirar si el pueblo recibe daño al soportar la guerra...

Hay tres clases de ciudadanos: los potentados son inútiles y siempre deseosos de poseer más; los que carecen de 240 medios de subsistencia son terribles y, entregándose a la envidia la mayor parte de su vida, clavan sus aguijones en los ricos, engañados por las lenguas de malvados demagogos. De las tres clases, la de en medio12 es la que salva a las ciudades, pues guarda el orden que imponen los Estados. 245

Entonces, ¿cómo voy a ser tu aliado? ¿Qué razón válida daré a mis ciudadanos? ¡Vete en paz! Si no has tomado una buena decisión, carga la culpa a tu mala fortuna y déjanos en paz.

CORIFEO. — Se equivocaron, como es propio de jóvenes. 250 Mas debes tener piedad de este.

ADRASTO. — No te hemos elegido como juez de nuestros 255 males. Hemos venido a ti, soberano, como médico de ellos; tampoco como acusador ni verdugo —aunque se pruebe que he obrado mal—, sino para buscar ayuda. Si no quieres dármela, será fuerza que me contente con tu decisión. ¿Qué puedo hacer?

Vamos, ancianas, marchad, dejad aquí mismo vuestro brillante ramo coronado de hojas, poniendo por testigos a los 260 dioses y a la tierra, a la diosa Deméter, productora de trigo, y a la luz del sol, de que las súplicas a los dioses no nos han bastado.

CORIFEO. — 〈Teseo, no olvides que somos parientes: tú eres hijo de la hija de Piteo13,〉 el cual era hijo de Pélope, y nosotros, al proceder de la tierra pelopia, tenemos la misma 265 sangre paterna que tú. ¿Qué harás? ¿Traicionarás a tu estirpe y arrojarás de tu tierra a unas ancianas sin que obtengan nada de lo que debían obtener? No, no, el animal tiene como refugio una cueva, el esclavo, los altares de los dioses y un Estado busca cobijo en otro Estado cuando hay tempestad. De las cosas humanas, ninguna es posible que sea 270 feliz por completo.

CORO14.

Semicoro A.

Marcha, infortunada, del sacro recinto de Perséfone.

Marcha y suplica —poniendo tus brazos en sus rodillas—

que me entregue los cuerpos de mis hijos difuntos —¡ay de mí!—, los mozos a quienes perdí junto a los muros cadmeos15. 275

Semicoro B.

¡Por tu mentón! —a ti me dirijo, amigo, el más noble de la Hélade caída ante tus rodillas y manos yo, la desdichada. Ten compasión de esta que exhala por sus hijos un 280 canto lúgubre, penoso, penoso, de esta suplicante, de esta mendiga.

Semicoro A.

Hijo, no mires con indiferencia, te suplico, a mis hijos sin tumba —que tienen tu edad— como presa de las fieras en tierra de Cadmo.

Semicoro B.

Contempla en mis ojos el llanto; estoy postrada ante tus rodillas para conseguir una tumba para los míos. 285

TESEO. — Madre, ¿por qué lloras poniendo ante tus ojos el velo sutil? ¿Es por oír los lamentos de dolor de estas? También a mí han llegado. Levanta tu blanca cabeza, no llores sentada como estás junto al venerable altar de Deó16. 290

ETRA. — ¡Ay, ay!

TESEO. — No tienes tú que lamentar las desdichas de estos.

ETRA. — ¡Ay, pacientes mujeres!

TESEO. — Tú no eres de su raza.

ETRA. — Hijo, ¿quieres que diga algo bueno para ti y el Estado?

TESEO. — Sí, que también de las mujeres proceden muchas sabias decisiones.

ETRA. — Sin embargo, las palabras que albergo me 295 inducen a vacilar.

TESEO. — Has dicho algo indigno: ¡ocultar palabras útiles para los tuyos!

ETRA. — Entonces jamás se me reprochará que mi silencio 300 de ahora fue nocivo. No pondré en manos del miedo lo que considero bueno por temor al dicho de que es inútil que las mujeres hablen bien.

Hijo, en primer lugar te apremio a que no yerres deshonrando las leyes divinas. ¡Cuidado, no vayas a errar en esto cuando eres sensato en lo demás!

En segundo lugar, si hubiera que ser audaz con quienes 305 no han recibido agravio, yo me callaría de buen grado. Ahora bien, considera cuánto honor te puede reportar (a mí, desde luego, no me produce miedo el aconsejarte) el constreñir con tu brazo a hombres violentos que impiden a los muertos tener su tumba debida y exequias; y poner coto a quienes 310 tratan de violar las tradiciones de toda la Hélade.

Pues en verdad los Estados se mantienen unidos cuando todos protegen bien sus leyes.

Pero además, acaso alguien dirá que te intimidaste por 315 la debilidad de tu brazo, cuando te era posible conseguir para tu pueblo una corona de buen nombre; o que te ejercitabas en el liviano trabajo de combatir a un feroz jabalí17, pero cuando tenías que poner todo tu empeño en afrontar las cimeras y las puntas de lanza te revelaste como un cobarde.

No hagas esto, hijo; no, si eres de mi sangre. 320

¿No ves que tu patria, vituperada por irreflexiva, mira con ojos feroces a quienes la insultan, pues se crece en el peligro? Los Estados blandos, cuyos actos son sin brillo, miran sin brillo en su timidez. 325

Hijo, ¿no vas a prestar ayuda a los cadáveres y a estas afligidas mujeres que te necesitan?

No temo por ti, pues tu empresa es de justicia.

Veo que el pueblo de Cadmo ahora es afortunado, pero 330 sé que hará otras tiradas con sus dados; pues dios suele dar la vuelta a todo.

CORIFEO. — ¡Oh, mi más querida amiga!, tus palabras son buenas para él y para mí; así que resultan un placer para dos.

TESEO. — Madre, mis palabras anteriores tienen razón para 335 con este. Le he manifestado en qué decisiones creo que ha errado, pero también veo las razones con las que me reprendes. Veo que no es propio de mi carácter huir del peligro. Pues, por realizar muchas hazañas, he cosechado entre los griegos la fama de ser azote permanente de los malvados. Así 340 que no es posible que me niegue al esfuerzo.

Pues, ¿qué dirán mis enemigos cuando tú, mi propia madre y la que más teme por mí, eres la primera en instarme a 345 afrontar este trabajo?

Lo haré, voy a tratar de liberar a los cadáveres con la persuasión de mi palabra; pero si no es posible, lo llevaré a cabo con la violencia de la lanza y sin la envidia de los dioses.

Quiero que todo el pueblo adopte 350 esta decisión. La adoptará si yo lo deseo, pero si les comunico mi palabra tendré al pueblo mejor dispuesto. Pues yo lo he convertido en soberano liberando este Estado, dándole sufragio igualitario.

Tomaré a Adrasto como garante de mis palabras y marcharé 355 a la asamblea de mis ciudadanos. Después de persuadirlos, reuniré mozos atenienses selectos y me presentaré aquí. Firme y en armas, haré llegar a Creonte mensajeros con el ruego de que devuelva los cadáveres.

(A las suplicantes). Conque, vamos, ancianas, retirad de mi madre las venerables bandas, que voy a tomarla de la 360 mano para llevármela a casa de Egeo. Pues es un miserable el hijo que no asiste a su vez a quienes lo engendraron. Esta es la más hermosa asistencia recíproca; pues quien da recoge de sus propios hijos lo que él da a sus padres. (Salen todos por la derecha).

CORO.

Estrofa 1.ª

¡Oh, Argos, criadora de caballos, oh, llanura de mi patria! 365 ¡Habéis oído esto, habéis oído al soberano santas palabras sobre los dioses y santas para la gran tierra de Pelasgo y para Argos!

Antístrofa 1.ª

¡Ojalá al término supremo de mis males llegara! ¡Ojalá 370 recobrara ya el cadáver sangriento, orgullo de una madre, e hiciera, para mi beneficio, a la tierra de Ínaco aliada!

Estrofa 2.ª

Hermoso adorno para los Estados es el esfuerzo piadoso 375 y arrastra eterno agradecimiento. ¿Qué decisión tomará conmigo Atenas? ¿Acaso hará un tratado y cobraremos tumbas para nuestros hijos?

Antístrofa 2.ª

Defiende a una madre, ¡oh, ciudad de Palas!, que no lleguen a manchar las leyes de los hombres. Tú, en verdad, veneras la justicia y no concedes nada a la injusticia; tú siempre proteges a todo lo que carece de fortuna. (Entran 380 por la derecha Teseo, Adrasto, un heraldo y guardias).

TESEO. — (Dirigiéndose al mensajero). Esta es tu habilidad permanente: servir al Estado y a mí llevando mensajes en todas direcciones. Conque cruza el Asopo18 y la corriente del Ísmeno y comunica estas palabras al venerable tirano de los Cadmeos:

«Teseo te pide por favor que le permitas enterrar a los 385 muertos, ya que habita un país vecino. Desea obtener esto y mantener tu amistad con todo el pueblo de los Erecteidas».

Si se avienen, vuelve rápido después de elogiarlos. Pero si no te hacen caso, este será tu segundo mensaje:

«Que se dispongan a recibir el cortejo de mis hombres 390 armados».

El ejército está acampado, se le ha pasado revista y está dispuesto ahí, junto al sagrado Calícoro19.

Por otra parte, también el pueblo ha aceptado de buen grado y con gusto esta carga cuando ha sabido que yo la quiero. (Entra un heraldo por la izquierda). ¡Vaya! ¿Quién es este que viene a interrumpir mis palabras? Al parecer 395 —aunque no lo sé de fijo— es un heraldo tebano. (Dirigiéndose al heraldo ateniense). Espera por si este te evita la molestia y viene adelantándose a mis designios.

HERALDO. — ¿Quién es el tirano de esta tierra? ¿A quién 400 tengo que comunicar las palabras de Creonte, dueño del país de Cadmo, una vez que ha muerto Eteocles ante las siete puertas por la mano hermana de Polinices?

TESEO. — Forastero, para empezar, te equivocas al buscar 405 aquí un tirano. Esta ciudad no la manda un solo hombre, es libre.

El pueblo es soberano mediante magistraturas anuales alternas y no concede el poder a la riqueza, sino que también el pobre tiene igualdad de derechos.

HERALDO. — Como en el ajedrez20, en esto nos concedes 410 ventaja: la ciudad de la que vengo la domina un solo hombre, no la plebe. No es posible que la tuerza aquí y allá, para su propio provecho, cualquier político que la deje boquiabierta con sus palabras.

Al pronto se muestra blando y le concede cualquier gracia, 415 pero en seguida la perjudica y, con inventadas patrañas, le oculta sus pasados errores y consigue escapar de la justicia.

Y es que ¿cómo es posible que un pueblo, que no es capaz de hablar a derechas, pueda llevar derecha a su ciudad?

El tiempo enseña que la reflexión es superior a la precipitación.

Un labrador miserable, aun no siendo ignorante, es incapaz 420 de poner sus ojos en el bien común, como demuestran los hechos.

Y, en verdad, es dañino para los hombres superiores el que un villano alcance prestigio por ser capaz de contener al pueblo con su lengua, alguien que antes no era nadie. 425

TESEO. — Ingenioso es este heraldo, aunque dice palabras que no vienen al caso. Ya que has iniciado esta disputa, escucha, pues tú has sido el primero en establecer la discusión.

Nada hay más enemigo de un Estado que el tirano. Pues, para empezar, no existen leyes de la comunidad y domina 430 solo uno que tiene la ley bajo su arbitrio.

Y esto no es igualitario.

Cuando las leyes están escritas, tanto el pobre como el rico tienen una justicia igualitaria. El débil puede contestar 435 al poderoso con las mismas palabras si le insulta; vence el inferior al superior si tiene a su lado la justicia.

La libertad consiste en esta frase: «¿quién quiere proponer al pueblo una decisión útil para la comunidad?». El que quiere hacerlo se lleva la gloria, el que no, se calla. 440

¿Qué puede ser más democrático que esto para una comunidad?

Es más, cuando el pueblo es soberano del país, se complace con los ciudadanos jóvenes que forman su base; en cambio, un rey considera esto odioso y elimina a los mejores 445 y a quienes cree sensatos por miedo a perder su tiranía.

Y entonces, ¿cómo es posible que una nación llegue a ser poderosa, cuando se suprime la gallardía y se siega a la juventud como a las espigas de un trigal en primavera?

¿Para qué atesorar riqueza y bienestar para nuestros hijos, 450 si los mayores esfuerzos de nuestra vida son en beneficio del tirano?

¿Para qué conservar vírgenes en casa a nuestras hijas, si las estamos preparando como dulce placer de los tiranos —cuando lo deseen— y lágrimas para nosotros?

No quisiera vivir más, si mis hijas van a ser novias a la 455 fuerza.

Estos argumentos son como dardos que arrojo contra los tuyos. Y ahora, ¿a qué vienes y qué quieres de esta tierra? Te habrías marchado llorando, por tus palabras altivas, si no te hubiera enviado un Estado. Un mensajero tiene por 460 obligación retirarse inmediatamente, una vez que ha dicho lo que se le ha ordenado. Que en el futuro Creonte envíe a mi ciudad un heraldo menos charlatán que tú.

CORIFEO. — ¡Ay! ¡Ay! Cuando dios reparte bienes a hombres indignos, se ensoberbecen como si siempre fueran a ser afortunados.

HERALDO. — Hablaré ya. De lo disputado puede que esta 465 sea tu opinión, que la mía es la opuesta. (Levanta la voz en tono solemne). «Prohíbo yo y todo el pueblo Cadmeo que Adrasto ponga el pie en esta tierra. Si ya está en ella, que lo arrojes antes de que se ponga la luz del sol — desatando el 470 sagrado cobijo de las bandas— y no levantes los cadáveres por la fuerza, ya que no tienes parentesco alguno con el pueblo de los argivos.

Si me obedeces, llevarás tu ciudad a buen puerto sin oleaje; 475 pero, si no, tendremos contigo y tus aliados una gran tempestad de lanzas».

Reflexiona y no te irrites con mis palabras. No vayas a darme una contestación altanera confiando en tus brazos, en la idea de que tu ciudad es libre. La esperanza es cosa poco fiable y ha destruido muchos pueblos por dar pábulo a sus impulsos hasta la exageración. 480

Cuando un pueblo vota la guerra, nadie hace cálculos sobre su propia muerte y suele atribuir a otros esta desgracia. Porque, si la muerte estuviera a la vista en el momento de arrojar el voto, Grecia no perecería jamás enloquecida 485 por las armas. Y eso que todos los hombres conocemos entre dos decisiones —una buena y una mala— cuál es la mejor. Sabemos en qué medida es para los mortales mejor la paz que la guerra. La primera es muy amada de las Musas y enemiga de las Furias, se complace en tener hijos 490 sanos, goza con la abundancia. Pero somos indignos y, despreciando tales bienes, movemos guerras y nos convertimos en esclavos del inferior, como individuos y como Estados.

¿Y tú estás dispuesto a ayudar a tus enemigos —que además están muertos— rescatando y enterrando a quienes 495 perdió su propia insolencia? ¿Es que ya no es justo que ardiera el cuerpo, alcanzado por el rayo, de Capaneo, quien, al acercar su escala a las puertas de Tebas, juró que arrasaría la ciudad, lo quisiera dios o no lo quisiera? ¿No es justo que el torbellino arrebatara al adivino21, arrojando su cuadriga en una sima? ¿No es justo que los demás capitanes 500 estén tirados ante las puertas con las costuras de sus huesos quebrantadas por las piedras? Entonces proclama en voz alta que tienes más juicio que Zeus o confiesa que los dioses pierden con justicia a los malvados. 505

El hombre prudente ha de amar primero a sus hijos y luego a sus padres y a su patria, a la cual tiene que engrandecer y no envilecer. Cosa peligrosa es un general o un piloto temerario. Sabio es quien se mantiene sereno en el 510 momento oportuno. A mi juicio, la verdadera valentía es la previsión.

CORIFEO. — Fue suficiente el que Zeus los castigara, vosotros no teníais que insolentaros de tal forma.

ADRASTO. — ¡Oh, maldito!...

TESEO. — Calla, Adrasto, ten tu boca y no adelantes tus 515 palabras a las mías. Este no ha venido a ti como mensajero, sino a mí. Soy yo quien tiene que contestar.

Primero contestaré al primer punto. No sabía yo que Creonte fuera mi soberano ni que tuviera más poder que yo 520 para obligar a Atenas a hacer esto. Las cosas irían contra corriente si fuera yo a recibir sus órdenes.

No soy yo quien ha levantado esta guerra ni tampoco vine con estos a la tierra de Cadmo. Pero considero justo enterrar a los muertos —sin dañar a tu pueblo ni provocar 525 luchas entre hombres— por salvaguardar la ley de todos los griegos. ¿Qué hay de malo en esto? Si recibisteis daño por parte de los argivos, ya están muertos, habéis rechazado al enemigo con honor para vosotros y vergüenza para 530 ellos. Vuestra venganza ha llegado a su término. Dejad ya que la tierra cubra a los muertos; que cada elemento vuelva al sitio de donde vino a la luz: el espíritu al éter y el cuerpo a la tierra22. Solo poseemos nuestro cuerpo para 535 habitarlo en vida; luego, la que lo alimentó tiene que llevárselo.

¿Crees que perjudicas a Argos no enterrando a sus muertos? Te equivocas; atañe a toda la Hélade el que se deje sin 540 enterrar a los muertos y se les prive de lo que tienen que obtener; pues si se impone esta costumbre, produciría cobardía en los valientes.

Además, ¿has venido a mí con palabras terribles y amenazadoras y en cambio tenéis miedo de que unos cadáveres sean sepultados por la tierra? ¿Qué teméis que suceda, que minen vuestro suelo si son enterrados o que engendren en 545 las entrañas de la tierra hijos que vayan a vengarles?

Albergar temores miserables y sin fundamento es un gasto necio de palabras.

Insensatos, ya conocéis las miserias humanas; nuestra 550 vida es lucha. Unos hombres tienen éxito más pronto, otros más tarde y otros en el momento. Y mientras tanto dios juguetea caprichosamente con nosotros, pues el desafortunado le honra para alcanzar fortuna y el afortunado lo ensalza por temor a abandonar esta vida.

Es preciso, pues, saber esto para no dejarse llevar por la 555 ira si se recibe una pequeña injuria y no delinquir en cosas que dañen a toda la comunidad.

¿Cuál sería, entonces, la conclusión? Dejadnos enterrar 560 a los muertos, ya que queremos ser piadosos. En caso contrario, las consecuencias son claras: iré yo a enterrarlos por la fuerza. Nunca se extenderá entre los griegos la fama de que la antigua ley de los dioses se han conculcado al alcanzarme a mí y a la tierra de Pandión.

CORIFEO. — Adelante, que, si salvaguardas la luz de la 565 Justicia, evitarás el reproche de los hombres.

HERALDO. — ¿Quieres que resuma mis palabras en una?

TESEO. — Habla si quieres. No eres precisamente tímido.

HERALDO. — Jamás te llevarás de esta tierra a los hijos de los argivos.

TESEO. — Escúchame también a mí, si quieres, a tu vez.

HERALDO. — Te escucharé, pues hay que ceder el turno. 570

TESEO. — Me llevaré a los muertos de la tierra del Asopo y los enterraré.

HERALDO. — Primero tendrás que arrostrar el peligro de las armas.

TESEO. — Ya he soportado peligros de otra índole.

HERALDO. — ¿Es que tu padre te engendró para enfrentarte a todo el mundo?

TESEO. — No, solo a los impíos y altaneros. No castigamos 575 a los buenos.

HERALDO. — Acostumbrados estáis tú y tu pueblo a meteros en todo.

TESEO. — Sí, pero por mucho esforzarse muchos éxitos ha cosechado.

HERALDO. — Ven, pues, que el ejército de los «Sembrados»23 te alcanzará en mi ciudad.

TESEO. — ¿Y qué belicoso Ares24 puede descender de una serpiente?

HERALDO. — Ya lo sabrás cuando lo sufras. Ahora eres 580 joven todavía.

TESEO. — No conseguirás encender mi ánimo con tus bravatas. Vamos, abandona esta tierra y llévate las palabras inútiles que has traído. Nada hemos conseguido. (Sale el heraldo).

Es preciso que se movilicen todos los que combaten a 585 pie y en carro; que los corceles se dirijan a la tierra de Cadmo cubriendo de espuma sus testeras. Marcharé en persona a las siete puertas de Cadmo llevando agudo hierro entre 590 mis manos. Yo mismo seré heraldo. Y a ti, Adrasto, te ordeno que permanezcas aquí; no quiero que mezcles tu suerte con la mía.

Yo solo, con mi propio destino, conduciré el ejército. A nueva guerra, nuevo conductor.

Solo necesito una cosa: tener a mi lado a los dioses protectores de la justicia. Todo esto sumado nos dará la victoria. 595 La virtud nada significa para el hombre si no tiene a dios propicio. (Sale Teseo por la izquierda).

CORO (dividido en dos semicoros que dialogan)25.

Estrofa 1.ª

A. — ¡Ay, míseras madres de míseros capitanes, cómo se asienta en mi vientre el pálido terror!

B. — ¿Qué nuevo grito es este que profieres? 600

A. — ¿Cómo resolverá la contienda el ejército de Palas?

B. — ¿Quieres decir si con las armas o con palabras de acuerdo?

A. — Así sería mejor. Pues si guerreras muertes y luchas, si ruidos de golpes contra el pecho en la ciudad aparecieran, 605 ¡ah, desdichada!, ¿cuál sería mi culpa y cuál, mi explicación?

Antístrofa 1.ª

B. — Pero quizá el Destino abata a quien brilla por su suerte. Esta confianza me envuelve.

A. — Sin duda afirmas que son justos los dioses. 610

B. — Pues ¿quién, si no, reparte el infortunio?

A. — De los mortales mucho los dioses se distinguen.

B. — Porque26 te ves perdida con el terror pasado. Justicia615 a justicia llama, muerte a muerte. De los males respiro los dioses a los mortales dan, pues de todo en sus manos está el término.

Estrofa 2.ª

A. — ¿Cómo llegar podría a la llanura, de hermosas torres llena, y abandonar la divina agua de Calícoro?

B. — Si algún dios alas te diera para acercarte a la ciudad 620 de los dos ríos, verías, sí, verías la suerte que están corriendo tus amigos.

B. — ¿Qué destino, qué suerte aguarda al vigoroso rey 625 de esta tierra?

Antístrofa 2.ª

B. — Volvemos a invocar a los dioses ya invocados. Ellos son nuestra confianza primera en estos miedos.

A. — ¡Zeus, de nuestra antigua madre semental, de la 630 ternera hija de Inaco27, sé benévolo aliado de esta mi ciudad!

B. — Devuélveme a la pira el adorno, el firme asiento de tu ciudad. (Entra por la izquierda un soldado como mensajero).

MENSAJERO. — Mujeres, he llegado con buenas noticias 635 que daros después de salvarme yo —pues fui capturado en la batalla que libraron junto a la corriente Dircea las siete falanges de los capitanes muertos. Os anuncio que Teseo es vencedor. Te voy a evitar un largo interrogatorio: yo era un siervo de Capaneo, a quien Zeus abrasó con su rayo encendido. 640

CORIFEO. — Amigo, agradable es la noticia de tu regreso y tus palabras sobre Teseo. Pues si el ejército de Atenas está

a salvo, toda noticia es buena.

MENSAJERO. — Está a salvo y ha conseguido lo que Adrasto 645 debía haber conseguido con los argivos, a quienes condujo desde el Inaco contra la ciudad de los Cadmeos.

CORIFEO. — Y ¿cómo lograron levantar trofeos a Zeus el hijo de Egeo y sus compañeros de armas? Cuéntalo tú que estabas presente y alegra a quienes se hallaban ausentes.

MENSAJERO. — Los brillantes rayos del sol —claro indicio28— 650 alcanzaban la tierra. Yo estaba junto a las puertas Electras y ocupaba, como observador, una torre de buena visión. Entonces veo tres cuerpos de ejército: a los hoplitas que se extendían hacia arriba, junto a la colina del Ísmeno —como la llamaban—; al soberano en persona, al brillante 655 hijo de Egeo con los suyos, los habitantes de la antigua Cecropia, que ocupaban el ala derecha29; a los Paralios, al pie de sus lanzas, junto a la fuente misma de Ares30; a la caballería, 660 repartida por igual, que ocupaba los extremos del campamento y a los carros junto a la venerable tumba de Anfión.

El ejército de Cadmo estaba delante de las murallas y detrás de los cadáveres por los que se combatía. Su caballería 665 se enfrentaba a la caballería y sus carros, a las cuadrigas. Entonces el heraldo de Teseo dirigió a todos estas palabras:

«Callad, guerreros, silencio; escuadrones cadmeos, escuchad. Hemos venido en busca de los cadáveres con ánimo 670 de enterrarlos. Deseamos observar la ley común a todos los griegos y no extender la matanza».

Pero Creonte no envió heraldo alguno para contestar estas palabras, sino que se mantuvo en silencio, firme junto a 675 sus armas. Entonces los conductores de las cuadrigas dieron comienzo a la batalla. Lanzaron sus carros a través de la formación contraria y pusieron a los guerreros31 en línea de combate. Y estos combatían a hierro, mientras que los otros dirigían los caballos de nuevo junto a los guerreros para la lucha. Cuando vieron la multitud de carros, trabaron 680 combate Forbante, jefe de la caballería erecteida, y los que comandaban la caballería tebana. Y ora vencían, ora eran vencidos.

Yo veía —aunque no lo oyera, pues estaba donde combatían 685 carros y guerreros— todo este cúmulo de destrozos y no sé qué describir primero, si el polvo que se elevaba hasta el cielo —abundante como era— o los guerreros arrastrados 690 por las riendas o los torrentes de roja sangre, pues unos quedaban tendidos y otros caían de cabeza violentamente contra el suelo, al quebrarse los carros, y perdían la vida contra los pedazos del carro.

Como Creonte viera que nuestro ejército vencería con 695