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Los deseos de independencia de Hope se habían visto amenazados nada más conocer a Keir Carmichael y notar la increíble atracción que había entre ellos. Empeñada en no sucumbir a sus encantos, había huido a Australia... Cuando Keir entró en su oficina cinco años después, con toda su elegancia y su atractivo, Hope se quedó destrozada. Pero Keir enseguida hizo que las cosas fueran más sencillas... porque no estaba dispuesto a aceptar un "no" por respuesta...
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Seitenzahl: 140
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Robyn Donald
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Traicionada, n.º 5475 - enero 2017
Título original: The Devil’s Bargain
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8808-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Se acurrucó en el minúsculo balcón. No podía moverse ni taparse los oídos. La oscuridad y el frío de aquella noche otoñal en Nueva Zelanda contribuían a los temblores que le brotaban del corazón.
Oía las palabras de su padre, monstruosas y vergonzosas.
–Si llegamos a un acuerdo, le daré a Hope –le había dicho como si su hija fuera un paquete de acciones–. Si intenta quitarme la empresa por las malas, despídase de ella. Si le prohíbo salir con usted, me obedecerá, no lo dude.
Humillada había esperado la respuesta de Keir.
–¿Y qué le hace pensar que me quiero casar con Hope? –había dicho en tono casi divertido–. Entiendo las ventajas que eso tendría para usted, pero ¿qué saco yo?
Hope gimió en silencio al oír reír a su padre.
–Venga, Carmichael. Se que le gusta, lleva dos meses detrás de ella. Los hombres como usted no se acuestan con niñas. Las demás mujeres con las que ha estado, sabían dónde se metían, pero Hope es completamente inocente. Por eso, tiene que casarse con ella. Es una mujer buena y dócil y tiene buenos contactos en Nueva Zelanda. Además, heredará todo cuando yo muera.
Hubo un largo silencio. Hope sentía la tensión convertirse en dolor.
–Bien, trato hecho –dijo por fin Keir.
Hope sintió que se le paraba el corazón. Ojalá se le hubiera parado para siempre, para no tener que asistir a la muerte de todas sus esperanzas.
–Cásese con ella y tendrá la empresa sin toda esta lucha sin sentido. Se la legaré legalmente a condición de que pueda dirigirla hasta que me jubile –dijo su padre. Hizo una pausa significativa–. De lo contrario, prepárese para la lucha. Sé muchas triquiñuelas y conozco a mucha gente influyente. Si me obliga, arrasaré su pequeño banco sin miramientos.
Hope se tapó la boca con la mano rezó para estar teniendo una pesadilla, pero la fría voz de Keir le hizo ver que no era así.
–Eso de evitar la ruina sacrificando a una hija se pasó de moda hace doscientos años. ¿Para qué quiero yo una mujer de dieciocho años? Haga lo que quiera, pero, de una forma u otra, su empresa será mía.
–Muy bien –contestó su padre–. Olvídese de la boda. La desea, estoy seguro, pues tómela. Es guapa, lo hará feliz hasta que se harte de ella.
–¿Me la está vendiendo? Pues sí que está usted desesperado. Además, no sé qué le parecerá a ella.
–Ella hará lo que yo le diga –contestó su padre en tono severo.
–¿Sabe cómo obligarla? –bromeó Keir.
Hope sintió que se le partía el corazón mientras esperaba a que el hombre del que estaba enamorada rechazara la oferta de su padre.
–Sí –contestó James Sanderson con placer.
–Es guapa, dulce y encantadora –dijo Keir como si se lo estuviera pensando–. Por desgracia, no tengo tiempo de enseñar a una inexperta lo que una mujer debe saber para tener a un hombre satisfecho. Si mantengo a una mujer, quiero que merezca la pena y Hope no tiene ni noción de sexo. Además, como usted ha dicho, está encaprichada de mí. Podría haberme acostado con ella con solo chasquear los dedos.
Se hizo el silencio.
–Ya veo, ha estado jugando usted a dos bandas todo este tiempo –dijo su padre furioso–. Ha estado saliendo con ella para sacarle información sobre mí.
–¿Por qué iba a salir con una niña recién salida del colegio si no? No me ha servido de mucho, la verdad, porque no sabe mucho de su empresa –contestó Keir–. Acéptelo, Sanderson, está usted en una situación muy delicada. Su empresa se hunde porque es usted un loco avaricioso que no se ha molestado en adaptarse en cuarenta años. Si quiere pactar, propóngame algo que nos convenga a los dos. No me haga perder el tiempo.
Hope consiguió taparse los oídos, pero, en medio de los murmullos de la traición, oyó cómo se le rompía el corazón.
Keir Carmichael?
–Gracias –dijo Hope esperando a que la clienta firmara el recibo de la tarjeta de crédito. Disimuladamente, sus ojos color ámbar se dirigieron hacia el hombre que estaba en la puerta.
Sí, era él.
Intentó dejar de mirarlo, pero se le iban los ojos. Él estaba observando un collar de diamantes de pésimo gusto.
A pesar del traje a medida que llevaba, Keir no era en absoluto refinado.
–Ah, por fin –dijo una clienta en tono impaciente.
–Gracias –dijo Hope en un hilo de voz devolviéndole la tarjeta de platino a la clienta.
Unos dedos delgados con uñas arregladas la tomaron y la guardaron en una cara billetera de piel que fue a parar a continuación a un bolso de Prada. No llevaba anillos. Aquella mujer que acababa de comprarse el precioso alfiler no estaba casada.
La mujer le sonrió, tomó la bolsa y se fue hacia la puerta.
–No he tardado mucho, ¿verdad? –dijo al llegar junto a Keir en un tono lo bastante alto como para que Hope lo oyera.
El hombre la miró fríamente y Hope intentó no sonreír. Él debió de sentir algo porque levantó la vista y miró en su dirección.
Fue como si la electrocutara con sus ojos grises. Aunque Keir Carmichael era moreno de piel y de pelo, tenía una mirada glaciar y cristalina. La miró con una indiferencia dolorosa.
No la había reconocido. En lugar de sentirse aliviada, se sintió molesta y, por momentos, furiosa.
Hope se controló para no mirarlo y sonrió levemente. Keir enarcó una ceja de manera insultante y se giró para irse con la mujer felizmente agarrada de su brazo.
Hope dejó escapar el aire. «No debes huir de él», se dijo mientras guardaba los preciosos alfileres que costaban más de lo que ella ganaba en un mes. Juguetitos carísimos que un hombre le compraba a su amante o a su mujer como recuerdo.
¡Que Keir Carmichael hubiera aparecido de repente justo el día en el que cumplía veintitrés años era una horrible broma del destino! Qué bien que llevaba una blusa color crema que realzaba su piel y una falda negra que dejaba al descubierto unas piernas estupendas.
–¿Señorita? –dijo un chico rubio y sonriente–. Le quería preguntar cuánto cuesta el collar de perlas falsas que tienen en el escaparate.
–No son falsas –le contestó Hope–, son auténticas –añadió diciéndole el precio.
–Se me salen de presupuesto –dijo el chico–. Gracias.
Hope vio que, en la calle, había una chica mirando el collar.
–¿Por qué no le dice a su amiga que entre a probárselo?
–No puedo comprárselo.
–¿Y qué? –sonrió Hope–. Los recuerdos son gratis.
El chico frunció el ceño, asintió y salió a la calle. La chica la miró encantada y Hope sintió una punzada de dolor. ¿Ella había sido alguna vez así de joven? No, nunca, ni siquiera de niña.
–Esos chicos no tienen dinero ni para pagar por pisar aquí –dijo Chloe, la otra dependienta.
–Ya, pero la chica siempre recordará cómo le quedan las perlas –contestó Hope tomando la llave de la vitrina– y puede que un día sea una ejecutiva y, en un ataque de nostalgia, vuelva a comprárselas.
–No tiene pinta de ir a convertirse en ejecutiva. Desde luego, no saliendo con ese surfista –respondió Chloe con pesimismo.
Los jóvenes entraron y Hope abrió el cristal. Se giró y se encontró con la mirada del hombre que se acababa de ir.
En lugar de mirarla con indiferencia, la estaba mirando con duda.
Hope sintió una punzada de terror a pesar de que sabía que no había motivo. Ya no era una tonta adolescente loca por su primer amor.
Sonrió y llevó las perlas al mostrador.
–Aquí lo tiene –dijo depositándolo sobre un cojinete de terciopelo negro–. Se las llama azules de Broome porque proceden de esa zona de Australia y porque tienen un leve reflejo azul. Vamos a ver qué tal le quedan.
Transcurridos cinco minutos, después de que la chica se hubiera probado el collar y se hubiera mirado con solemnidad en el espejo, ambos sonrieron y le dieron las gracias. Riendo, se agarraron de la mano y salieron del establecimiento. Jóvenes, libres, enamorados, daba envidia verlos.
–¿Podrías traerme esos collares, por favor? –le dijo Chloe bruscamente.
Hope, muy digna, cruzó la tienda con las perlas en la mano. Keir la miraba de forma insondable.
–El señor Carmichael quiere ver el collar de perlas –añadió Chloe–. ¿Se lo podrías enseñar?
Hope expuso el collar con sumo cuidado.
–Todas las perlas de este collar son exactamente iguales –dijo sin dejar de mirar las perlas–. Han tardado más de diez años en encontrarlas y…
–Me gustaría verlo puesto –la interrumpió.
Cuatro años antes, con veintiséis, tenía una voz grave y sensual que advertía de que aquel hombre era peligroso como un lobo estepario. Con treinta, además de sensualidad exudaba autoridad.
Los rasgos angulosos de su rostro anunciaban a un hombre que lo tenía todo controlado a su alrededor, un hombre cuya dureza hacía que lo respetaran y lo temieran.
–¿Puesto?
–Sí –dijo Keir mirando a Chloe con ojos gélidos hasta que la otra dependienta se retiró–. Póngaselas.
Hope sintió una ola de rebelión en su interior ante su orden. Por un momento, pensó en tirarle las perlas a la cara y decirle que se las probara él. Por suerte, al final, imperó el sentido común.
Con la boca seca y embargada por la vergüenza, como si le hubiera pedido que se desnudara, tomó el collar con manos temblorosas y se lo puso. Se le paró el corazón al ver cómo la miraba.
–No le queda bien el color –dijo indiferente–. Con su pelo y su piel, usted necesita perlas más cálidas.
Una terrorífica excitación, vestigio de la época en la que aquel hombre la había derretido con una sola mirada, se apoderó de ella.
–Las perlas se las tiene que probar la mujer que se las va a poner –contestó dejando el collar en su sitio.
–Gracias –dijo Keir–, Hope.
Hope sintió que se le paraba el corazón. Levantó los ojos y lo miró.
–Siempre te gustaron los juegos, pero este no lo he entendido muy bien –le dijo.
–Has hecho como que no me conocías –contestó mientras ella buscaba una respuesta–, así qué ¿quién está jugando?
La miró con intensidad masculina y, a su pesar, Hope sintió que su cuerpo respondía.
–Pensé que preferirías que no te reconociera –contestó–. A lo mejor estás… de vacaciones.
Keir sonrió.
–¿No se te ocurre nada mejor? ¿Por qué no iba a querer que me reconociera una mujer guapa?
Hope lanzó varias miradas de socorro a Chloe, pero su compañera la ignoró.
–Has cambiado. Aquel encanto infantil se ha convertido en belleza. Tienes un pelo del color de la miel, casi del mismo color que tus ojos –añadió sometiéndola de nuevo a aquel escrutinio que hizo que su cuerpo, desgraciadamente, volviera a reaccionar.
–Tú también has cambiado –dijo ella cortante.
–Hace cuatro años, eras encantadora, pero ahora, estás radiante. ¿Es el sol o un hombre?
–No –contestó ella sinceramente. No había vuelto a haber hombres en su vida. Keir había matado eso y Hope odiaba que la tocaran.
Tal vez porque se había enamorado muy joven o porque ese amor había terminado traicionado con crueldad, no lo sabía, pero lo cierto era que estaba programada para fijarse siempre en hombres con ojos fríos, altos y con aire de mandar.
–¿Te vas a quedar en Noosa para siempre?
–Mientras trabaje aquí –contestó ella como quién no quiere la cosa a pesar de los nervios–. Supongo que vosotros habréis venido de vacaciones.
–Sí, vamos a estar una semana. Deberíamos quedar para contarnos qué hemos estado haciendo estos cuatro años –le dijo mirándola atentamente.
Hope sintió que se le aceleraba el corazón. ¿Por qué no había elegido trabajar en un café? En aquel local tan silencioso, estaba a su merced. Chloe no iba a ir a ayudarla y el dueño creería que estaba vendiendo las perlas.
Aunque Keir Carmichael seguía teniendo un influjo sexual sobre ella que la derretía y aunque, tal vez, fuera el único hombre capaz de adentrarse en los secretos de su femineidad, era un cerdo que había destrozado su vida sin contemplaciones.
–No creo que sea una buena idea –contestó Hope sonriendo.
–¿Por qué?
–Porque no tenemos nada en común –contestó sin dejar de sonreír–. Nunca lo hemos tenido –añadió. Excepto la firma de su padre.
–No pensabas así hace cuatro años –apuntó Keir.
Hope recordó lo que le había oído decirle a su padre. Los años que habían transcurrido no les habían restado dolor ni humillación.
–Sí, es que hace años era ingenua e influenciable –dijo intentando controlar la furia que la había invadido.
–Ingenua, sí, pero no creo que fueras influenciable. Eras inteligente y apasionada, divertida y más madura que las chicas de tu edad. Tienes razón, este no es el lugar para hablar de ello. ¿A qué hora sales a comer?
¿Por qué no? Así podrían dejar las cosas claras. Además, si Keir quería verla no iba a parar hasta conseguirlo. Por eso había llegado donde había llegado.
Claro que sería rendirse. Aunque no fuera capaz de controlar su respuesta física ante él, podía llevarse ese pequeño triunfo.
–Si me estás invitando a comer, la respuesta es no, gracias –dijo sonriente–. Esa parte de mi pasado está enterrada hace tiempo y siempre me ha parecido que remover el pasado no redunda en beneficio de nadie. Los beneficios son tan importantes, ¿verdad?
–No tanto como los amigos.
–Si no quieres comprar nada, me temo que te voy a tener que pedir que te vayas. A mi jefe no le gusta que recibamos visitas personales.
Se giró, tomó las llaves del escaparate y, cuando fue a agarrar el collar, Keir se lo impidió poniéndole una mano sobre las suyas.
Ante el roce de su piel, Hope sintió como si un tren a toda máquina rompiera en un solo segundo las barreras de disciplina y control que había tardado cuatro años en construir.
–Suéltame –dijo pálida.
Keir levantó la mano y Hope se estremeció.
–¿Quién te da miedo, Hope, tú o yo? –preguntó él con voz sensual.
¡Arrogante! ¿Se creía que iba a ser pan comido? ¿Por qué diablos la quería ver de nuevo? Seguro que había una razón. Keir Carmichael siempre tenía una razón para todo.
–Ninguno de los dos –consiguió decir simulando indiferencia–, pero no creo que a tu acompañante le gustara.
–Aline trabaja para mí –dijo Keir fijamente–. Además, para que lo sepas, si estoy con una mujer, no quedo con otra.
–Muy honrado por tu parte –se burló abiertamente Hope. «¿Por qué él y no otro? ¿Por qué no puedo sacarlo de mi vida?»
Se abrió la puerta del almacén y salió Markus. Le dijo algo a Chloe, miró a Hope y volvió a su oficina.
–Ven a comer conmigo –dijo Keir–. Así podremos hablar.
Su tono implicaba «Si no accedes, me pienso quedar aquí hasta que digas que sí». Chantaje, ni más ni menos, para conseguir lo que quería.
Hope recogió el collar.
–¿Crees que después de haberme enfadado y de haberte dicho que no me da miedo ninguno de los dos voy a aceptar salir a comer contigo? Lo siento, Keir, pero hace tiempo que no entro en esos juegos –sonrió maternal–. Me ha encantado volver a verte. Que disfrutes de tus vacaciones en Noosa.
Keir se quedó mirándola fijamente, pero no le dio el gusto de verlo enfadado.
–Es una pena que desperdicies esta oportunidad, pero, te lo advierto, nos veremos a solas antes de que me vaya.
Dicho aquello, se giró sobre sus talones y salió al sol de la calle andando con tal gracia que todas las mujeres que pasaban lo miraron.
Hope parpadeó varias veces para intentar quitárselo de la mente.
–¿Qué ha sido todo esto? –preguntó Chloe.
–Nos conocemos –contestó Hope agarrando el collar y llevándolo hacia la vitrina. Cuando fue a abrirla, vio que le temblaba la mano, como si Keir la hubiera dejado sin energía.