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Los jóvenes alientos rechazaron- en tarde tibia plomada de sol-, las agresiones torpes y asesinas. El día fue creciendo entre viejas adormideras vespertinas. Cambió la risa espontánea con que la vida premia a los indomables. Se trocó en rictus. Trastocaron las palabras en ayes. La ciudad rota se eclipsó de repente. Enmudeció este día.
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colección la furia del pez
7
Primera edición, febrero de 2012
Director general: Alejandro Zenker
Director de la colección La furia del pez: Víctor Roura
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana
Portada: Carlos González
Agradecemos el apoyo para esta publicación de la Fundación Grupo Anjor, A.C.
© 2012, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.
Calle 2 número 21, San Pedro de los Pinos.
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Índice
El águila
10 de junio
El águila
a Sebastian y Gabriela
Naciste en las alturas, donde el aire serpea
los espacios vacíos, poblados de sonidos
primitivos y puros, intocados, serenos,
cuando el arrullo leve, majestuoso, de un canto
eufónico crepita en la oquedad del cielo
anunciando el nuevo, sutil advenimiento.
Las nubes se aglomeran hacia el círculo oscuro
a contemplar el agua donde nace la luz
y tus ojos se cierran con el deslumbramiento.
Azorada, te asomas al infinito espacio
que, incrédulo, arremete sobre tu tierna vida
con todos los dilemas que la natura esconde
en su entraña perfecta. Pero no sabe, ilusa,
que naciste dotada de enigmáticos dones,
que para sobrevivir con el cielo y la estrella,
con la nube y el agua, con el sol derretido,
el fuego calcinado, el colérico viento,
un relámpago interno te sostiene en el aire.
La montaña es altura, envidiosa del cielo,
y no puede subir más allá de la piedra
aunque te haya parido. En cambio tú remontas
con viril aleteo todas las superficies
planas, curvas o rectas; te las bebes discreta
sin acusar cansancio, como si devoraras
una línea del cielo. La montaña te envidia,
se te queda mirando, como si por sus ojos
destrozados de ira maldijera tu vuelo.
Tu destino está escrito en el libro del cielo.
Con el paso del tiempo descubrirás si sientes
todos los aleteos, que tu mágico nombre
trajo a sentar sus reales. Figurará tu efigie
en usos imperiales, en escudos de sedas
devorando serpientes, en monedas antiguas,
en emblemas monarcas, en modernas banderas,
en cuadros nacionales, y en regias esculturas
que borrarán del todo tu depredada historia.
Por eso en las alturas tú reinas sin recelo.
El majestuoso vuelo irrumpe los espacios
altaneros del aire. En él se fortifican
las alas con sus remos. El pecho vigoroso
ensancha el colorido, escondido y secreto,
de tu plumaje aéreo. Las garras son el éter
que adormece a las aves del alimento diario.
Y en la cabeza llevas la potestad del cuerpo
bajo cuya mirada la noche se adormece.
La historia te recuerda a través de los siglos.