Tristán - Thomas Mann - E-Book

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Thomas Mann

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Beschreibung

Gabriela Kloterjahn ingresa en el sanatorio Einfield a causa de un leve padecimiento de la tráquea. Allí conocerá a Spinell, un extraño personaje que se considera escrito y artista. Spinell introducirá a Gabriela en conversaciones sobre ideas estéticas, lo sublime, la música wagneriana, que la van alejando de la realidad, de su marido y de su hijo.

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Gabriela Kloterjahn ingresa en el sanatorio Einfield a causa de un leve padecimiento de la tráquea. Allí conocerá a Spinell, un extraño personaje que se considera escrito y artista. Spinell introducirá a Gabriela en conversaciones sobre ideas estéticas, lo sublime, la música wagneriana, que la van alejando de la realidad, de su marido y de su hijo.

Thomas Mann

Tristán

Título original: Tristan

Thomas Mann, 1902

I

¡He aquí el sanatorio Einfried!, blanco y rectilíneo, con su alargado edificio central y su pabellón lateral, en medio del espacioso jardín, agradablemente provisto de glorietas, pérgolas y pequeños cenadores de corteza; al fondo, tras sus tejados de pizarra, se elevan hasta el cielo las montañas, gigantescas, ligeramente resquebrajadas, cubiertas del verdor de los abetos.

Ahora, como antes, dirige el establecimiento el doctor Leander. Con su negra barba bipartita, áspera y rizada como la crin con que se acolchan los muebles, con sus gafas de gruesos y brillantes cristales, y este aspecto de hombre a quien la ciencia ha vuelto frío y duro, y ha colmado de plácido, indulgente pesimismo, hechiza con sus maneras bruscas y reservadas a los pacientes, a todos estos individuos que, demasiado débiles para ponerse prescripciones a sí mismos y observarlas, le entregan sus fortunas para obtener la gracia de dejarse proteger por su severidad.

En cuanto a la señorita de Osterloh, gobierna la casa con incansable celo. ¡Dios mío!, ¡con qué diligencia corre escaleras arriba y escaleras abajo, de un extremo al otro del establecimiento! Gobierna en la cocina y en la despensa, revuelve en los armarios roperos, da órdenes a la servidumbre y confecciona el menú teniendo en cuenta la economía, la higiene, el buen paladar y el buen aspecto de los manjares; gobierna la casa con un tino realmente maniático, y en el fondo de su extremosa habilidad anida un reproche constante para el mundo masculino en bloque, ninguno de cuyos representantes ha tenido todavía la idea de pedirla en matrimonio. Sin embargo, en sus mejillas arde en forma de dos manchas redondas, rojas como el carmín, la esperanza inextinguible de convertirse algún día en la esposa del doctor Leander…

Ozono, sosiego y aire puro… A pesar de lo que puedan decir los envidiosos y los rivales del doctor Leander, el sanatorio Einfried puede recomendarse encarecidamente a los enfermos del pulmón. Pero no sólo son tísicos los que hay aquí; el sanatorio alberga pacientes de todas clases: caballeros, señoras, niños incluso, que suben a pasar una temporada, y el doctor Leander tiene ocasión de lucirse con éxito en los más variados terrenos. Aquí hay enfermos gástricos, como la esposa del consejero municipal Spatz, que además está enferma del oído; señores con lesiones cardiacas, paralíticos, reumáticos y neuróticos de todo grado y condición. Un general diabético consume aquí su pensión gruñendo sin cesar. Varios caballeros, de rostros descarnados, mueven (sin poderse controlar) sus piernas, de un modo que nada bueno pronostica. Una dama cincuentona, esposa del pastor Hóhlenrauch, que ha traído al mundo diecinueve hijos y es ya absolutamente incapaz de pensar, no logra a pesar de todo la paz, antes bien, movida por un estúpido desasosiego, anda errante, hace ya un año, por toda la casa, tiesa y muda, sin rumbo fijo, lúgubremente, del brazo de su enfermera particular.

De vez en cuando muere alguno de estos casos «graves», que permanecen en sus habitaciones y a los que no se les ve ni en el comedor ni en la sala de estar, y nadie, ni siquiera su vecino, llega a enterarse. El huésped de cera es despachado silenciosamente de noche, y la actividad en el Einfried se reanuda ininterrumpidamente: masajes, tratamientos eléctricos e inyecciones, duchas, baños, gimnasia, sudor e inhalaciones son llevados a cabo en las diversas instalaciones, provistas de todos los adelantos de la técnica moderna…

Sí, aquí también se vive con animación. El instituto prospera. Cuando llegan nuevos huéspedes, el portero toca la gran campana situada en la entrada del pabellón lateral, y el doctor Leander, muy formal, acompaña hasta el coche a los que se van, junto con la señorita de Osterloh. ¡Qué existencias más dispares no habrá albergado el Einfried! Hay incluso un escritor, persona excéntrica, que tiene el nombre de algún mineral o piedra preciosa, y roba aquí sus días a Dios…

Además del doctor Leander, existe otro médico auxiliar para los casos leves y los casos desesperados. Pero su apellido es de lo más vulgar, se llama Müller y no vale la pena hablar de él.

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