Tu amigo invisible - Santiago L. Speranza - E-Book
SONDERANGEBOT

Tu amigo invisible E-Book

Santiago L. Speranza

0,0
5,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 5,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Era un día cualquiera en el colegio... hasta que los alumnos de tercer año se ven involucrados en un juego perverso. Un asesino serial tuerce de manera psicótica las reglas de "Tu amigo invisible". Quien no logra adivinar quién escribió la carta, muere. Uno a uno empiezan a caer. La única manera de detener su juego es encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.   ¿Te animás a descubrir quién es TAI?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 241

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Te voy a dar tres pistas para que adivines cuál es mi personalidad... o quién soy.

Solo tenés una oportunidad.

Si fallás, perdés.

Si perdés, morís.

www.editorialelateneo.com.ar

/editorialelateneo

@editorialelateneo

Para Luisito, que me lee desde el cielo.

Playlist

1.

Crazy Lost Frequencies, Zonderling

2.

Battle Scars Lupe Fiasco, Guy Sebastian

3.

The Love Was Real Michael Cimino

4.

Ghost Justin Bieber

5.

El fantasma Árbol

6.

How Do I Say Goodbye Dean Lewis

7.

La suerte está echada Tan Biónica

8.

Losing Me Gabrielle Alpin

9.

The Scientist Coldplay

10.

Demons Imagine Dragons

11.

Fuck You, Goodbye The Kid LAROI, Machine Gun Kelly

12.

Love The Way You Lie Eminem, Rihanna

13.

A las Nueve No Te Va A Gustar

14.

Tan Distintos Guasones, Carlos Tarque

15.

What About Us P!nk

16.

Goodbye Ramsey, Arcane, League of Legends

17.

Warriors Imagine Dragons

18.

Say Amen (Saturday Night) Panic! At The Disco

19.

End Of Biffy Clyro

20.

Infinite Silverstein, Aaron Gillespie

21.

One by One The New Shining

22.

The War We Made Red

23.

Drown with Me The New Shining

24.

Wish You Well Cyan Kicks

25.

Oblivion Enemy Inside

26.

Dreams Gone Wrong Cyhra

27.

Breaking the Habit The Broken View

28.

Scars No Name Faces

29.

Shadow Play Poets of The Fall

30.

Hero Ravenscode

31.

Maniac Conan Gray

32.

Enemy Imagine Dragons

33.

How To Save a Life The Fray

34.

New Divide Linkin Park

35.

The Mass ERA

36.

The Sound of Silence Disturbed

37.

Lost Without You Freya Ridings

38.

Perdido Airbag

39.

Gran amistad Miranda!

40.

The Flood Major Moment

41.

Fooled By a Dream Alesti, Andy Cizek

CAPÍTULO 1

Malicia

El colegio secundario Alfonsina Storni, ubicado en el ostentoso y cheto barrio de Belgrano, abrió sus puertas como cada día del año escolar. De haber sabido que sería el último antes de que todo cambiara para siempre, seguro que los estudiantes de la institución habrían hecho las cosas de forma diferente. Triste fue que, presos de su destino, no tuvieran una brújula mágica que pudiera adelantarles su futuro.

Los chicos revoloteaban en el recreo bajo la luz del sol, divirtiéndose en lo que era una hermosa tarde. Algunos jugaban a la pelota o charlaban entre ellos; otros se quedaban a un costado, leyendo un libro u observando al resto de sus compañeros. Cada uno se dedicaba a hacer lo que más le gustaba, siempre que cumplieran con las reglas establecidas por la dirección del colegio. En resumidas cuentas, el colegio era igualito a cualquier otra institución educacional: protocolos, estereotipos, grupos, subgrupos, donde no faltaban profesores gritones y estudiantes rebeldes.

El timbre sonó para recordarle a los alumnos que volvieran a sus clases. Como era de esperarse, ninguno tenía ganas de estudiar; la pereza podía palparse en el ambiente.

En tercer año eran dieciséis alumnos. Diez varones y seis mujeres. Entre ellos existían todo tipo de temperamentos: los carismáticos, los inteligentes, los vagos, los tecnológicos, los populares. No faltaba ninguno. Las malas lenguas decían que eran el peor curso de toda la secundaria: conflictivos y revoltosos, estaban encasillados como la escoria de la escuela.

Entraron al salón de forma desordenada, insultando a los gritos y sin tener la más mínima delicadeza de saludar al profesor de Historia, quien ya estaba sentado en su escritorio esperándolos.

—¡Silencio! ¡Vayan a sentarse! —exclamó el viejo y arrugado profesor Desteño.

Todos estaban esperando que Mariano hiciera un comentario burlón o despectivo, como siempre había hecho desde que llegó a la escuela. Cualquiera de sus compañeros no habría dudado en definirlo como el bromista que desafiaba y socavaba la autoridad escolar sin remordimiento alguno. Incluso cuando sus amigos le reclamaban que se detuviera, Mariano no conocía los límites y continuaba explorando el mundo de las faltas de respeto. Fue así como las visitas a la Dirección se tornaron repetitivas, logrando que la administración estuviera a un minúsculo paso de suspenderlo.

Pero ese día, Mariano no estaba prestando atención ni preparando su siguiente truco. En cambio, leía lo que parecía ser un papel debajo de su banco. Su expresión no era clara.

—Marian, ¿estás bien? ¿Qué es eso? —preguntó Ramiro, su mejor amigo.

Mariano se levantó de su banco con un enojo desmedido, chirriando la silla a su paso.

—¡¿Quién fue el pelotudo?! —vociferó mostrando lo que parecía ser una carta—. No causa gracia.

—¡Campos! ¡Un insulto más y te vas directo a Preceptoría! —replicó el profesor de Historia. La clase no decía una palabra.

Mariano notó que tenía toda la atención. Ahora sí que se encontraba en su zona de confort, con todos los ojos observándolo. Aclaró la voz y comenzó a leer la carta que había recibido:

Hola, Emprendedor. ¿Cómo estás?

Te elegí a vos porque creí que eras la persona que menos se iba a tomar en serio mi carta. Tal vez porque pensás que la vida es un chiste o simplemente porque no sabés identificar lo ficticio de la realidad.

¿Viste cómo te dije al principio? Emprendedor. Ese sos vos. Yo soy otro, alguien más. ¿Tu objetivo? Descubrirme.

Es como un juego. Y las reglas son sencillas. Te voy a dar tres pistas para que adivines cuál es mi personalidad... o quién soy. Solo tenés una oportunidad.

Si fallás, perdés. Si perdés, morís.

En el caso de que lo descubras, quiero que escribas bien grande mi nombre, o el de la personalidad, en el pizarrón de tu curso.

No ignores la carta, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana.

No falles, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana.

No juegues conmigo, de lo contrario, voy a tener que matarte en una semana.

No hables con nadie de la carta, de lo contrario, voy a tener que matarte.

Yo sé absolutamente todo de vos y vos no sabés absolutamente nada de mí. Dudo que alguna vez lo sepas. Tu cerebrito de cucaracha no da para tanto.

Observá y leé con detenimiento, porque estas tres son las únicas pistas que vas a recibir:

• Estoy en tu colegio.

• Entrá al siguiente link: www.16personalities.com.

• Nada de lo que pensás de mí refleja quién soy en realidad.

Tenés tiempo hasta el primer recreo del lunes 30 de octubre.

TE DESEA LO MEJOR, CON MUCHO CARIÑO,

TAI

Un silencio atroz invadió el aula por un par de segundos. Luego, solo se escucharon carcajadas, carcajadas y más carcajadas. En parte por el mensaje bizarro, y también porque a Mariano le pareció muy complicado pronunciar la página web y la reemplazó por un exagerado “bla, bla, bla”.

Apenas terminó de leer la carta, la tiró a la basura. El profesor, claramente irritado, no le dio importancia a lo que acababa de suceder y continuó con su clase.

Mariano Campos no quiso jugar. Mariano Campos rompió las reglas. Mariano Campos cometió el peor error de su vida. Pronto se enteraría de que también fue el último.

MARIANO CAMPOS

Edad:16 años.

Estatura:1,78 m.

Personalidad:Emprendedor.

Se lleva bien con:Ramiro, Pedro, Gonzalo, Darío.

No soporta a:Belén, Florencia, Martina y cualquier adulto.

Rasgos particulares:carismático, egocéntrico, insensible, directo, impaciente, perceptivo.

Familia:muy adinerada.Tiene un hermano más chico.

Observaciones:Pe-lo-tu-do.

CAPÍTULO 2

Poemas

Siete días. Siete días pasaron sin ningún acontecimiento, sin ninguna aparición del misterioso TAI. Aunque, en realidad, nadie se lo tomó en serio. Ni siquiera recordaban esa carta que Mariano había leído en la clase de Historia hacía un lunes atrás. Gravísimo error. Pero ¿cómo podían saberlo?

El colegio Alfonsina Storni volvió a abrir sus puertas, y los alumnos, deprimidos por que otra vez comenzaba la semana, entraron a las aulas. A tercer año le tocaba clase de Literatura, y como para empeorar el escenario, debían dar una pequeña exposición. La consigna era simple: los alumnos escribirían un poema en el que expresarían lo que sentían respecto de su vida. No había mínimo de versos ni límite de extensión, pero tenía que reflejar sus sentimientos más profundos.

El azar decidió que el primero en leer su poema sería Sebastián Astudillo. Con timidez y pudor, se paró al frente del pizarrón y tomó coraje.

—Cuando quieras, Sebastián —dijo la profesora Patricia Peralta, una joven a la que secretamente los chicos llamaban P. P., por “pendeja pelotuda”.

Cuando me siento solo, como un tipo mudo, juego a la compu y me meto en mi mundo.

Cuando me siento solo, como un golfista sin palo, agarro el joystick y viajo a la Play 4.

Cuando me siento solo, como un adolescente sin celu, pienso lo impensable y agoto hasta mi último aliento.

—Sebastián, muy bueno. Te felicito —comentó Peralta entre aplausos y algunas carcajadas burlonas.

—¿Cuánto me saqué? —preguntó el alumno, curioso.

—Ocho —dijo la profesora, anotando en su libreta—. Siguiente… a ver… Martina, pasá vos.

—No te tenía así, boludo. Sos un cursi de primera, eh —bromeó Lucas, uno de sus buenos amigos, mientras Martina se preparaba para recitar su poema.

—Callate, tarado. Nos van a cagar a pedos.

Uno por uno fueron pasando al frente, mientras los demás escribían sus poemas en una cartulina para pegarlos en las paredes del aula.

Solo Mariano y Pedro, los líderes del grupo de los rebeldes, no habían preparado su tarea. Diego Lapaño había faltado a la escuela.

Plasmadas en la cartulina repleta de colores y frases, los chicos contemplaron sus obras:

—Che, Nacho, no sabía que habías salido del clóset. Te felicito, chabón —comentó Pedro burlando a su compañero.

—Andá a preguntarle a tu hermana si salí del clóset —respondió Ignacio Sánchez, indiferente a las palabras siempre molestas de su compañero.

Pedro se acercó a Nacho, listo para dar pelea.

—¿Qué dijiste, gil?

—Creo que me escuchaste bien.

Pedro aprovechó para darle un empujón impulsivo a Ignacio, quien lo recibió con una ira difícil de controlar. Cuando la escena estaba por tornarse más violenta, sus grupos de amigos los separaron.

—¡Olea y Sánchez, se van a Preceptoría! ¡Hoy se llevan amonestaciones! —gritó, furiosa, la profesora.

Con un enojo comprimido, los dos alumnos caminaron hasta Preceptoría sin dirigirse la palabra. Pedro, al igual que Mariano, estaba acostumbrado a que lo retaran. Ignacio, por el contrario, no podía creer que fueran a amonestarlo.

—¿Qué hacen acá? —preguntó Pablo Ficader, director del colegio.

—¿No está Lorena? —replicó Ignacio, buscando a la preceptora con la mirada.

—No, está enferma. ¿Qué necesitan?

—Peralta nos mandó para acá —contestó Sánchez de nuevo, haciéndose cargo de sus actos.

El director estaba a punto de emitir un comentario, pero se detuvo al ver a Darío correr despavorido hacia ellos.

—¡Darío! ¿Todo en orden?

—¡Algo pasa con Mariano!

“Está muerto”.

Esas fueron las palabras que escuchó Pablo Ficader tan pronto entró al aula de tercer año.

Patricia Peralta, arrodillada y sollozando, tenía sus manos sobre el pecho de Mariano. El chico, efectivamente, yacía sin vida en el suelo frío y mugriento del aula. Los alumnos observaban aterrorizados: unos llorando, otros parecían a punto de tener un ataque de pánico y estaban los que hacían todo al mismo tiempo.

—¡¿Q-qué pasó?! ¿La ambulancia? ¿Llamaron? —atinó a decir el director.

—Tomó un poco de agua y se desplomó de la nada. Fueron treinta segundos —respondió Peralta, destrozada.

El colegio fue evacuado de inmediato. Lo que parecía ser una típica jornada educativa terminó siendo la escena de un crimen. Incluso con la policía y varias ambulancias en el lugar, nadie estaba al tanto de ello aún. Los rumores recorrieron los pasillos con rapidez y todos permanecieron aferrados a la historia más fácil de creer: Mariano se descompensó y sufrió una muerte súbita.

La realidad no podía estar más lejos de aquella fabricada conclusión.

Los chicos, quienes esperaban a sus padres en el exterior de la escuela, no podían hacer otra cosa que repasar los hechos con total angustia.

—No lo puedo creer, este no puede haber sido el plan de Dios —comentó Sofía, siempre aferrada a sus creencias para defender cualquier ideal.

—¿Lo mataste vos, gorda? —preguntó Pedro, de forma muy despectiva, acercándose a Belén con ánimos de pelea.

Lucas e Ignacio se interpusieron entre el bully y la adolescente, que tuvo que contener las lágrimas.

—¿No te cansás de ser una basura? —cuestionó Lucas.

—Vení, Pepo. No nos peleemos, ahora no. Por Marian —afirmó Gonzalo, arrastrando a su amigo lejos del conflicto.

Incluso en la tragedia, el curso parecía decidido a mantenerse en subgrupos.

—Che, ¿alguien se acuerda de la carta que había leído Mariano el lunes pasado? ¿No era una amenaza de muerte? No sé, digo… capaz que tuvo algo que ver —comentó Martina con duda en su voz.

—Ay, no... —susurraron todos.

Justo antes de que pudieran ponerse a debatir sobre el origen de la carta, un adulto al que desconocían se acercó con seguridad. De mediana edad y con una barba un tanto descuidada, el hombre no dudó en tomar la iniciativa:

—Buenas tardes, chicos. Lamento mucho su pérdida, no me puedo imaginar cómo se deben estar sintiendo —reconoció con sinceridad—. Soy Damián Barrios, el detective a cargo del caso de su amigo.

—No era nuestro amigo —susurró Estefanía a un volumen casi inaudible, mirando a Belén con pena.

—Sé que es muchísimo pedir, pero les tengo que tomar declaración —agregó Barrios observando los rostros afectados del curso, en busca de cualquier elemento digno de ser resaltado.

—¿Ahora? —le cuestionó Pedro al detective, encogiéndose de hombros.

—Cuánto antes, mejor. Así podemos empezar a entender qué pasó con Mariano.

Los chicos se miraron entre sí, dubitativos. ¿Deberían esperar para revelar lo que había sucedido con la carta? La situación era tan ajena a sus realidades que cada paso, por pequeño que fuera, parecía abismal.

Sin embargo, Florencia, fiel a su estilo, lideró la carga:

—Creo que ya sabemos lo que le pasó—expresó sin buscar aprobación en el resto. El detective Barrios, intrigado, sacó su anotador y lapicera del uniforme—. El lunes pasado Mariano leyó una carta en la que lo amenazaban de muerte si no superaba un reto… o algo así. La verdad es que no me acuerdo de los detalles. Pensamos que era una joda y él tiró el papel a la basura. No le dimos bola hasta recién, que nos dimos cuenta de que capaz tiene algo que ver con lo que le pasó —agregó la adolescente.

El detective anotó con detenimiento los comentarios de Florencia. Sabía que esto podía no ser más que un absurdo juego de adolescentes. Sin embargo, ignorar que la víctima había recibido una amenaza de muerte a días de su fallecimiento sería un error garrafal.

—Parece buena onda, ¿no? —preguntó Sebastián al oído de su amigo, Julián.

—Sí, ponele —respondió el chico, atento a las anotaciones del detective.

—¿La carta estaba escrita a mano? ¿Tenía alguna firma? —replicó Barrios mientras le hacía una seña a sus subordinados para que entraran a la escuela.

Todos miraron a Florencia, vocera del grupo.

—Creo que Mariano fue el único que la vio, así que no sé. Lo que sí me acuerdo es que algo de una firma dijo. ¿Cómo era?

La mayoría esquivó el pedido de ayuda de su compañera, todavía muy tímidos ante la presencia del detective.

—TAI —recordó Darío tras unos segundos, sin respuesta de ningún miembro del curso.

—¿TAI? —Barrios se quedó confundido.

Jazmín se llevó las manos a la frente, aludida por una coincidencia que la impactó.

—“Tu amigo invisible”, como cuando jugábamos en primaria a descubrir quién nos estaba enviando cartas y nos hacíamos regalos… ¿Se acuerdan?

Los chicos empezaron a asentir incrédulos. El recuerdo de Mariano leyendo la carta se les hizo patente y los detalles empezaron a aparecer en sus mentes.

—¿Y cómo descubrían quién estaba detrás de las cartas? —cuestionó Barrios con una intriga imposible de esconder.

—Tenías que ver las pistas que te daba y desenmascararlo —volvió a responder Jazmín, uniendo los puntos con rapidez.

—Imagino que este nuevo TAI también les dejó pistas —arremetió de nuevo el policía, que comenzaba a atar cabos.

—Sí, pero la única diferencia es que... —se frenó Jaz.

—Cuando jugábamos a TAI no moría nadie —concluyó Pedro, su voz repleta de odio.

Quienquiera que fuera TAI se había robado a su mejor amigo y él no podía tolerarlo.

PEDRO OLEA

Edad:15 años.

Estatura:1,82 m.

Personalidad:Innovador.

Se lleva bien con:Mariano, Gonzalo, Pedro, Ramiro, Darío.

No soporta a:Ignacio y cualquier adulto.

Rasgos particulares:intolerante, original, insensible, picante, directo, se hace la víctima.

Familia:la economía de su familia se está viniendo abajo. Tiene dos hermanos mayores.

Observaciones:Gracias por el suministro, traficante de mierda. Qué ganas de tener mis manos en su cuello.

CAPÍTULO 3

Entierro

Tras dos días de luto por la muerte de Mariano, la escuela volvió a abrir sus puertas. Aunque claro, el clima ya no era el mismo. Nunca volvería a serlo. Un chico había muerto en frente a sus compañeros, quienes ahora estaban convencidos de que se trató de un asesinato. ¿Qué podía ser más terrible?

Lucas entró en el aula, seguido de Florencia y Ramiro. De pronto, algo llamó la atención de Lucas, que desvió su camino hasta llegar al escritorio de la profesora.

Su semblante acusaba precaución. Al notarlo, Florencia y Ramiro se acercaron a él: otra carta. El sobre decía: “Que la lea a viva voz quien la vea”. Lucas lo tomó con inseguridad y observó a sus compañeros, que ya estaban acomodándose en sus bancos.

—¡Chicos! Una carta —gritó.

El curso se calló por completo, reemplazando las discusiones banales del recreo por un temor que los enmudeció.

Hola, tercer año. Ahora ya saben que estoy hablando en serio.

La regla número uno es NO hablar de la carta con nadie. De lo contrario, terminarán como Mariano.

solo deben jugar.

Que tengan un gran día.

CON CARIÑO,

TAI

Tan pronto Lucas terminó de leer la carta, el director Pablo Ficader se metió en el aula con el detective Barrios detrás.

—Lucas, ¿qué hacés? —preguntó el director del colegio.

—Es TAI. Nos está advirtiendo —contestó, en parte temblando por la situación.

—Hola, Lucas —dijo el detective con su semblante imperturbable—. Dame eso, por favor.

Barrios tomó el papel de las manos de Lucas y le agradeció con un gesto mientras volvía a meter la carta en el sobre. Luego llamó con un silbido al oficial García, que esperaba afuera del aula, y le ordenó que procesara la carta como evidencia. El policía, intentando no contaminar aún más el material con sus huellas, lo tomó de un extremo y salió volando del aula.

—Bueno, chicos, como ya deben saber, él es el detective Barrios, tengo entendido que lo conocieron hace unos días. Me pidió hablar con ustedes unos minutos —agregó el director, quien había perdido su porte de formalidad constante y mostraba un agotamiento evidente.

—Gracias, Pablo —dijo Barrios, tratando de generar un vínculo con el director, para hacer más ameno el trato que tendrían a partir de ese momento. El aula de tercer año no sería el único lugar del Alfonsina Storni que visitaría el detective: TAI lo había mencionado como una pista, por lo tanto, cada recoveco del colegio resultaba sospechoso—. No hay manera fácil de decirles lo que les tengo que decir, así que voy a ser lo más directo que pueda.

Muchos de los chicos seguían conmocionados. Ya no había un entorno para que sus personalidades pudieran florecer, al menos no en la escuela. La memoria de Mariano y su cuerpo, que había yacido frío e inerte a metros de donde estaban sus bancos, acechaba al curso y ponía en jaque su capacidad de seguir adelante.

El silencio se apoderó una vez más de esa aula llena de recuerdos que querían olvidar.

—Mariano murió de una sobredosis de pastillas Superman.

El grupo contuvo el aliento, preso del pánico. Sus sospechas se transformaron en la realidad más aterradora: su compañero había sido víctima de un asesinato.

—Las mismas que tomaron los chicos que murieron en la Time Warp, por si se lo preguntaban —agregó el detective, convencido de su rol y de su propósito de encontrar al culpable—. Según las declaraciones que les dieron a mi equipo y después de haber estudiado varias hipótesis, nos basamos en la teoría de que el asesino diluyó las pastillas en la bebida de Mariano. Él nunca se podría haber dado cuenta, no con una botella como esa que no le permitía ver el contenido.

Jazmín y Estefanía, compañeras de banco, aprovecharon para cuchichear al escuchar las palabras de Damián:

—Jaz, ¿Pedro no estaba vendiendo esa mierda? —preguntó Estefi.

Antes de que su amiga pudiera responder, el detective ya estaba atento a su conversación, reconociendo que, si alguno de los chicos sabía algo que todavía no hubieran mencionado, un entorno grupal como este era el mejor escenario para hacerlos cometer un error:

—Chicas, ¿hay algo que quieran compartir? —consultó, perspicaz.

—Nos preguntábamos si habían podido estudiar el link que TAI dejó como pista —contestó Estefi, rápida para mentir, mientras observaba de reojo las reacciones de Pedro, quien se mostraba impasible.

El detective asintió con seguridad.

—Es un test de personalidad bastante exhaustivo. Cuando lo terminás, te identifica con una de las dieciséis personalidades posibles y te explica cuáles son tus rasgos principales. Lamentablemente, por ahora es un punto muerto. No hay nada ahí que pueda llevarnos al asesino de Mariano.

Barrios siguió intentando detectar cualquier anomalía en las reacciones de los adolescentes, quienes, sin lugar a duda, eran los testigos que podían tener la llave para la resolución del caso. Una eficaz administración de este le permitiría al detective recuperar la confianza que en los últimos años había empezado a perder. Por más que lo intentara, sus demostraciones de seguridad eran espejismos de lo que en verdad sucedía dentro de él. Separar lo personal de lo laboral se le estaba volviendo una tarea cada vez más difícil.

—Es un punto muerto si lo dejamos así, ¿no? ¿Pero qué pasa si intentamos seguirle el juego? Capaz así lo podemos agarrar —propuso Gonzalo en un verdadero acto de valor.

—Viste muchas películas, Gon —respondió Darío, con total honestidad, haciéndole una mueca cargada de complicidad a su amigo.

—Sí, además, ¿qué vamos a hacer nosotros? Mejor dejárselo a la policía, que son los que saben —agregó Jazmín, sumándose a las palabras de Darío.

—¿Los que saben? ¿Este mamarracho te parece que sabe? Si no debe saber ni lavarse el orto —dijo Pedro con los pies sobre el banco, en un tono que respaldaba su furia exacerbada por la muerte de Mariano.

—Olea, te pido por favor que te dirijas al detective con respeto. Está acá para ayudarnos, no empeores las cosas —se interpuso el director cuando vio que la conversación estaba tomando rumbos innecesarios.

Barrios ignoró el comentario del adolescente. En circunstancias como aquella, era normal que los allegados de las víctimas mostraran una ira incontrolable.

—Por favor, no intenten ser héroes. No sabemos con qué tipo de persona estamos tratando, ni siquiera si va a volver a intentar atacarlos. Lo único que quiero pedirles es que, ante cualquier indicio de TAI, vengan a hablar conmigo. ¿Puede ser?

La mayoría de los chicos asintió sin reparo, entregando señales al detective de que harían lo que les estaba pidiendo. Sin embargo, Pedro no estaba conforme con el acuerdo. Negaba sin cesar, en claro descontento.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le dijo a Barrios, sacando los pies del banco mientras se ubicaba en una posición más cómoda.

—Sí, las que quieras.

—Si vos recibieras una carta que dice que si le seguís el juego a este loquito capaz podés zafar de que te mate, ¿vas a contarle a la policía y arriesgarte a que lo haga? Me parece ridículo.

—No es ridículo cuando sabés que estamos acá para protegerlos. No vamos a dejar que les pase nada, ¿se entiende? Ni a vos ni a ninguno de ustedes. Vamos a ponerles patrullas fijas que circulen por la escuela. Además, estamos estudiando qué otras medidas agregar para que ustedes y sus familias se sientan tranquilos.

El carácter del detective lograba calmar las preocupaciones de los adolescentes, quienes, en su gran mayoría, confiaron en las palabras de Barrios. Incluso Pedro, el más escéptico del curso, parecía contemplar los dichos del policía.

—Te tomo la palabra, entonces. Si algún día a este sorete se le ocurre meterse conmigo, el primero en saberlo vas a ser vos.

—Muy bien. Gracias a todos por su tiempo —agradeció el detective.

—Gracias, Damián —agregó el director, quien dio por terminada la charla al notar el silencio general.

Justo antes de salir por la puerta, Barrios volvió tras sus pasos para dejarles unas últimas palabras de aliento a los chicos:

—Voy a encontrarlo. Se lo prometo —dijo con voz firme, desapareciendo del aula y dejando la clase en manos de la profesora de Geografía.

La tensión podía palparse en el aire. Los adolescentes exhalaban nerviosos, fruto de unos minutos a puras revelaciones desagradables. Incluso con la fortaleza que les contagió Barrios, el miedo recorría el sistema circulatorio de todos.

Y TAI, desde lejos, observaba sediento.

Sábado. Sábado fúnebre. Sábado de tristezas. Sábado del entierro de Mariano.

Cinco días tuvo que esperar su cuerpo para recibir la despedida que merecía. Entre la autopsia y la investigación posterior, realizar el entierro antes hubiera sido una utopía.

La familia estaba devastada. ¿Cómo continúan viviendo esos padres que, tras llevar en un día como cualquier otro a su hijo a la escuela, este termina siendo asesinado? No hay consuelo que pueda ser suficiente.

—Señora Campos, lo sentimos mucho —dijo Darío con el resto de sus compañeros detrás, observando compasivos a la mamá de Mariano.

Los quince alumnos de tercer año estaban presentes. De hecho, todos estaban ahí: Patricia Peralta, la profesora de Literatura, el director Pablo Ficader e, incluso, el detective Damián Barrios.

El suceso, como tragedia inesperada que fue, conmovió a la institución. En los pasillos, sin embargo, empezaron a circular rumores de que Mariano había sido asesinado por un desconocido que enviaba cartas amenazantes. En la escuela, la muerte pasó de ser una desgracia a un misterio que los chicos, e incluso algunos adultos, ansiaban resolver.

¿Quién era TAI? ¿Cuál era su objetivo? ¿De dónde venía? ¿Por qué hacía esto? Incluso ante sus reiterados esfuerzos por aplacar los deseos de justicia ciudadana, el detective Barrios sabía que ciertas iniciativas serían imposibles de calmar.

Solo los alumnos de tercer año, testigos oculares de la muerte de uno de sus compañeros, se tomaban a TAI como lo que verdaderamente era: un asesino que estaba tras sus cabezas. ¿Cómo podían hacer para no sentir miedo?

La respuesta aún les era imposible de contestar.

—¿Trajeron sus cosas para venir a casa? —preguntó Nacho a sus amigos en un susurro, tratando de no ser un irrespetuoso: el cura estaba concluyendo sus palabras. Sebastián, Lucas y Julián asintieron rápidamente.

—Le pido a Dios que tengan toda la fuerza necesaria para poder recuperarse de este dolor tan grande. Mi más sentido pésame —dijo el director de la escuela a la familia Campos una vez finalizadas las palabras del cura. Los padres se limitaron a agradecerle con un simple movimiento de cabeza.

Pablo Ficader se sentía tan culpable que ninguna palabra que dijera podía ser reconocida como suficiente. Él era el director de la escuela y un chico había muerto bajo su tutela. No había excusas para adjudicarse. Lo único que podía hacer era tomar responsabilidad de lo sucedido e intentar seguir adelante.

Lejos del funeral de Mariano, Barrios observaba desde su patrulla. Su instinto lo condujo hasta el lugar. Necesitaba ver cada uno de los movimientos y reacciones de los involucrados. Una minúscula reacción. Un movimiento erróneo. Cualquier detalle podía ser vital para la resolución del caso, uno en el que sabía que tendría que utilizar toda su experiencia si pretendía atrapar a TAI pronto.

Ese sexto sentido que tantas alegrías le había dado le decía que el asesino no estaba improvisando.

—¿Qué es lo que no estoy viendo? —murmuró el detective apoyando la espalda contra su auto, sin notar a los cuatro adolescentes que estaban frente a él. Cuando su mente se ponía a trabajar en los perfiles de los sospechosos, la evidencia recolectada y los elementos presentes, Barrios perdía el contacto con la realidad.

—¿Te sentís bien? —le dijo Sebastián. Nacho, Julián y Lucas se miraron, al borde de la carcajada, cuando notaron que el detective parecía ignorar que ellos estaban ahí.

—Disculpen —esbozó Damián mientras sacudía su cuerpo y recuperaba la compostura—. ¿Está todo bien? ¿Necesitan algo?

—No, gracias. Nos vamos para mi casa que queda acá a tres cuadras —respondió Nacho mientras se alejaba caminando con sus amigos detrás. Barrios los saludó con una seña.

—¿Qué onda con este tipo? —agregó Lucas. Los chicos se tentaron.

—Espero que no le haya estado dando a la merca —comentó Sebastián, chocando hombros con Lucas.