Un acuerdo con el diablo - Tara Pammi - E-Book

Un acuerdo con el diablo E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Una oferta que no puede rechazar... ¿Le costará todo? Cuando el ex hermanastro de Yana Reddy vuelve a su vida, su escandalosa oferta la pone a jugar con fuego. Nasir Hadeed saldará todas sus deudas si le ayuda a cuidar de su hija durante tres meses. Es un trato peligroso, ella ya se ha quemado con él antes, y él sigue siendo la mayor tentación de la inocente... El despiadado multimillonario Nasir aplastó cualquier sentimiento que sintiera por Yana hace mucho tiempo. Pero al ver su vínculo con su hijo se reavivan sus llamas prohibidas. Y la innegable atracción que desterró es más poderosa que nunca...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Tara Pammi

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un acuerdo con el diablo, n.º 209 - marzo 2024

Título original: An Innocent’s Deal with the Devil

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411806503

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Nosolo estaba arruinada, sino que también se ahogaba en un mar de deudas. En el momento en el que estaba dispuesta a reconocer sus fallos, a derramar lágrimas sinceras y a pedir ayuda, descubrió que el único hombre que la había amado ya no estaba allí para extenderle su mano.

Yana Reddy deambulaba por los silenciosos y oscuros pasillos de la casa de sus abuelos, sintiéndose como si fuera un fantasma de esas historias de terror que tanto le gustaba leer.

No dejaba de pensar en las notas que su abuelo les había dejado a todas tras su muerte. Ella había guardado la suya sin leerla, mientras que Mira y Nush no habían esperado un segundo para hacerlo y se habían emocionado con las palabras de su querido abuelo. Yana todavía no estaba preparada para enfrentarse a su contenido.

Quizá nunca lo estuviera.

Era su forma de castigarse, de perpetuar ese juego de desafío que tanto parecía molestar a su abuelo.

Horas antes, la casa rebosaba de gente que había querido y respetado al fundador de OneTech, la empresa de software que, bajo la dirección de Caio Oliveira, se había catapultado al éxito. Su abuelo había sido un firme creyente en las segundas oportunidades, pero Yana nunca había sabido aprovechar la suya, para ganarse su respeto y amor, en lugar de esa mirada de resignación y dolor por no poder alcanzarla.

Ella y sus hermanastras, hijas de diferentes relaciones del padre de Yana, habían sido criadas por los abuelos ante la ausencia de figuras paternas estables. Sin embargo, Yana siempre les había guardado rencor, eligiendo en su adolescencia irse con Diana, su inestable y caprichosa madre, en lugar de permanecer bajo la estricta pero amorosa tutela de sus abuelos.

Solo se dio cuenta de que había sido un gran error quedarse con ella cuando su madre le vació las cuentas bancarias para gastárselo todo en el juego.

Recorrió la habitación de su abuelo tocando sus pertenencias con la esperanza de encontrar consuelo en ellas. Una foto de un verano feliz con él y sus hermanastras le recordó tiempos mejores e hizo que se cuestionara las decisiones de su yo más joven.

Diana, insensible incluso después de la muerte del abuelo, solo había mostrado interés en la herencia, creyendo en las mentiras de Yana sobre los bienes inmovilizados para evitar que pusiera sus manos en ellos. Y así, su madre se había desvanecido de su vida, tan abruptamente como había entrado.

Cercana a la treintena y con una carrera de modelo a la baja, Yana había rechazado la mayoría de los contactos que le hubieran permitido seguir adelante en ese mundo. Tenía otros planes para su futuro, pero antes necesitaba reconstruir su vida fragmentada.

La idea de pedir ayuda a Mira o Nush cruzó por su mente, pero sabía que no podía hacerlo. No solo porque ambas estaban construyendo sus vidas con parejas que amaban, sino porque Yana había entendido que debía salir adelante por sí misma para recuperar su autoestima.

Tomó las llaves del coche antiguo de su abuelo y un puro de su escondite secreto, se vistió con un top de cuero negro y vaqueros ajustados y, sin mirarse al espejo, se aplicó un poco de rímel y brillo de labios antes de correr hacia el garaje. La fresca brisa nocturna le erizaba la piel mientras conducía con las ventanillas bajadas, con el aroma del puro envolviéndola. Y en esa silenciosa calma nocturna encontró algo de paz.

«¿Huyendo de nuevo?», se burló una voz en su cabeza que sonaba sospechosamente parecida a la del abuelo. Trató de ignorarlo, igual que había hecho con sus sabios consejos cuando él aún estaba vivo. Era hora de enfrentarse a sus demonios, pero a su manera, sola.

 

 

Yana reconoció su silueta de inmediato en cuanto las puertas dobles de la sala VIP se abrieron. No necesitaba verlo con claridad ni escuchar su voz para saber que era él.

Su andar único lo llevó hasta la tumbona donde Yana se encontraba después de haber rechazado a varios pretendientes esa noche. No necesitaba confirmación visual; Yana tenía un sexto sentido cuando se trataba de Nasir, un sentido irracional que le advertía de su presencia.

Era un deseo primitivo, una voz en el fondo de su mente que la etiquetaba como presa, aunque Nasir nunca había jugado el papel de depredador. Un impulso que la incitaba a abandonar el respeto por sí misma y entrar en un juego peligroso por él.

Nasir Hadeed. Un autor de fantasía de renombre internacional, estratega político, periodista de investigación retirado, multimillonario solitario y, lo que más importaba, su hermanastro desde hacía cuatro años.

Durante el breve tiempo que compartieron bajo el mismo techo, Yana había evolucionado de ser una adolescente desgarbada a ser una joven de diecinueve años con una confianza al borde de la arrogancia. Nasir ya era un hombre hecho y derecho, con doce años más que ella, respetado por su aguda inteligencia y su cautivador encanto. Aunque era conocido por sus profundos análisis de zonas en conflicto, lo que había capturado el corazón de Yana eran sus novelas de fantasía, las cuales la habían absorbido por completo.

Los meses que pasaron juntos habían sido como vivir en un universo paralelo donde él no la despreciaba. Una realidad alternativa donde los desayunos eran largos y lujosos en la mansión de su padre en Mónaco, donde Nasir respondía a sus preguntas sobre sus personajes con cariño desinteresado y sonrisas oscuras, tratándola con la indulgencia que se tiene con un animal callejero al que se le ofrece alguna que otra migaja de afecto.

Pero un incidente en su decimonoveno cumpleaños lo había cambiado todo. Cuando él regresó de un viaje al extranjero, lleno de cicatrices que marcaban su cuerpo y su alma, la había apartado de su vida.

Cómo anhelaba Yana tener una de esas piedras del tiempo de las que Nasir escribía en sus novelas. Con ella podría revertir tantas elecciones erróneas y dañinas, especialmente aquellas relacionadas con su abuelo y él. Dos figuras masculinas fundamentales en su vida que la habían animado a aspirar a ser más de lo que era. Desafortunadamente, su abuelo se había ido para siempre con una imagen distorsionada de ella y Nasir parecía decidido a mantener la peor opinión posible.

Mientras una lágrima la traicionaba deslizándose por una de sus mejillas, se dio cuenta de una cosa: si él llegara a compadecerse de ella, las barreras que había construido para protegerse se vendrían abajo.

 

 

Aquella luz marcaba los rasgos del rostro de Nasir con precisión quirúrgica. Resaltaba sus ya de por sí prominentes pómulos y las ojeras bajo sus ojos. La cicatriz que hendía su labio superior y se ramificaba en zigzag por su mejilla izquierda era un recordatorio de un pasado violento, una marca de una herida casi fatal que había desviado el curso de su vida y, de algún modo, también el de Yana.

Sentía su presencia de una forma intensa mientras él se acercaba. Jamás había comprendido la potente energía que fluía entre ellos, especialmente porque su relación estaba teñida de antipatía.

–Hola, Yana.

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y, a pesar de ello, permaneció inmóvil, contemplándolo, intentando reforzar la armadura que el dolor y la pérdida habían dañado.

–¿Estoy en el infierno y no me había dado cuenta? –lo saludó ella.

Como única respuesta, él cubrió los hombros desnudos de Yana con su chaqueta. A pesar del gesto amable, ella no pudo calmar los latidos estruendosos de su corazón.

–Es mejor que te vayas, Nasir. No estoy en mi mejor momento.

Sin inmutarse ante sus palabras, él se acomodó en una silla cercana. A pesar del malestar que la atenazaba por haber comido poco, de la espiral de dolor y furia dirigida hacia sí misma en que se encontraba, el aroma que emanaba de él, una mezcla de bergamota y sándalo, le provocaba un calor agradable en el estómago. Era como si alguien hubiera diseñado la fórmula perfecta que desencadenaba sus fantasías más íntimas y la hubiera aplicado sobre Nasir.

Apenas llevaba dos minutos en su presencia y Yana ya deseaba darle un beso que lo dejara sin aliento y, al mismo tiempo, maldecirlo hasta el más profundo de los infiernos. Las únicas constantes en su vida eran el amor incondicional hacia sus hermanas y esa absurda obsesión por Nasir.

Ella dio una calada al puro y exhaló un anillo de humo. Y justo en ese momento los ojos ámbar, intensos y perspicaces de él, se encontraron con los de ella.

–¿Cómo supiste dónde encontrarme? –preguntó ella, tratando de parecer despreocupada.

–Un empleado te siguió hasta aquí y me llamó.

Con una ceja arqueada, Yana intentó adoptar una actitud desenfadada que no sentía en absoluto.

–¿Vigilando a tu supermodelo favorita, eh? –El tono de broma no lograba ocultar la volátil mezcla de emociones que la embargaba.

–Me dijo que saliste del garaje como si te persiguiera un demonio.

–No sabía que fuera tan importante para ti como para venir hasta aquí a presentar tus respetos por mi abuelo.

–Ya me parecía que era mucho fantasear pensar que te comportarías como una adulta responsable y normal al estar de duelo –la reprendió él al mismo tiempo que le arrebataba el puro de un tirón y lo apagaba–. Es un hábito repugnante. Además de letal.

–¿Me echabas tanto de menos que has venido hasta aquí para acosarme, Nasir? ¿No tienes a nadie más a quien despreciar para sentirte mejor contigo mismo?

–He venido porque te necesito.

La respuesta directa y cortante de Nasir la tomó por sorpresa.

–¡Vaya! El mundo está al revés hoy, supongo. O estoy viajando por universos paralelos como Uzma –dijo, invocando a la heroína de la última novela de Nasir.

Sacó su teléfono con una teatralidad forzada, abriendo la aplicación de la cámara y apuntándosela a la cara.

–¿Me lo repites para que pueda grabarlo?

El silencio se expandió entre ellos, un duelo de paciencia infinita contra provocaciones infantiles.

Yana se reacomodó en su asiento. Intentó ignorar cómo la ropa de Nasir delineaba su figura, cómo la camisa se abría enseñando parte de su pecho.

–Tengo una propuesta seria para ti.

La propuesta de Nasir la dejó suspendida en una expectativa vertiginosa. A pesar de todo el pasado tumultuoso, de los errores y las amarguras, la curiosidad y la fascinación por él seguían intactas. ¿Cómo podía seguir sintiendo esa atracción magnética después de tantos años?

–Interesante… –respondió Yana con fingido entusiasmo, mientras un nudo se formaba en su estómago–. Pero el tipo de proposiciones que me atraen no suelen ser tu fuerte.

La tensión de Nasir era palpable. Se pasó una mano por el pelo espeso y ondulado que en otro tiempo había llevado corto.

–Oh, créeme. Habiéndote encontrado en un club nocturno dos días después del fallecimiento de tu abuelo, fumando un puro, con el aspecto que tienes, me estoy cuestionando mi sentido común por estar aquí siquiera.

–¡Anda! Ahí está el Nasir que conozco y que me encanta detestar. –Yana no pudo evitar una carcajada–. Vamos, Nasir. Puedes ser un diplomático en los círculos políticos más importantes y el soltero más codiciado del planeta, pero es ese lado más básico de ti al que estoy acostumbrada. No pretendas parecer otra cosa, y mucho menos hoy. Ya he tenido suficientes sorpresas, gracias.

La habitual frialdad de sus ojos se vio reemplazada por un atisbo de remordimiento.

–Lamento tu pérdida, Yana. Sé que el dolor adopta diferentes formas.

–No sabes nada de mi relación con mi abuelo.

–Tienes razón –dijo Nasir con una resignación que parecía forzada.

La irritación y el hambre, acompañados de una emoción indefinida, se hacían sentir en la piel de Yana mientras lo observaba.

–Es por Zara.

La mención de su hija derrumbó la fachada de Yana. Extendió las manos hacia él, pero se contuvo en el último momento.

–¿Por qué no empezaste por eso en lugar de insultarme?

La sorpresa cruzó el rostro de Nasir.

–Tu preocupación por ella es de verdad.

–Eres un estúpido.

Yana se levantó de golpe y, al sentir el pie adormecido, perdió el equilibrio y no pudo evitar apoyarse en el pecho de Nasir para no caerse. El abdomen de él se contrajo al instante, y la sensación de su cuerpo duro y caliente bajo su mano le provocó un cosquilleo. Su intento de soltarse solo hizo que él afianzara más su agarre.

–¡Maldita sea, Yana! Para o acabarás arruinando esa cara bonita que tienes contra el suelo y cualquier esperanza de…

–¿Qué le pasa a Zara? –lo interrumpió ella, recuperando el control.

–Ella está bien, al menos desde el punto de vista físico. Pero perder a su madre siendo tan joven, aunque Jacqueline fuera una presencia tan ausente en su vida… Los médicos dicen que no está llevando bien la pérdida. –La voz de Nasir titubeó, su nuez de Adán se movió con dificultad al tragar–. Hemos intentado de todo. Es desgarrador ver a una niña tan vivaz como ella encerrarse tanto en sí misma. No sé cómo ayudarla.

–Los niños tienen una gran capacidad de resiliencia, mucho más de lo que solemos creer. Con el apoyo adecuado, estoy segura de que Zara podrá superar la pérdida de su madre.

–¿Y tú? ¿Has logrado superar el abandono y las traiciones de tu madre?

Había tocado un tema delicado.

–Eso no es asunto tuyo.

–Solo digo que Zara no debería pasar por esto sola.

–¿Cómo va a estar sola si te tiene a ti?

–He hecho todo lo posible por acercarme a ella. No finjas que no sabes cómo son las cosas entre nosotros. Jacqueline lo estropeó todo. Trató de separarme de mi propia hija.

–No quiero hablar de Jacqueline.

–Yo tampoco. –Se pasó una mano por la cara–. Se trata de Zara. No de ti ni de mí, y mucho menos de su madre. Se le ilumina la cara cuando le envías un mensaje de texto o le haces una videollamada. Habla durante horas de vuestros chats, de vuestros correos electrónicos, de las tarjetas que le enviáis de todo el mundo. Esa colección de llaveros que le has regalado a lo largo de los años. Todos y cada uno están gastados de lo mucho que juega con ellos. –Un suspiro estremecedor hizo que su pecho subiera y bajara–. Sigue preguntando por ti, Yana.

Ella se apartó de forma brusca de él, volvió a tambalearse y se apoyó en el respaldo de un sofá. La vergüenza le oprimía el pecho.

–Siento no haber estado más presente para ella últimamente.

–Así que, nada nuevo en tu forma de vivir, ¿verdad? –El tono de él era crítico, pero también parecía de preocupación.

Las emociones de Yana eran un torbellino: amor por Zara, resentimiento por cómo Jacqueline había manipulado sus sentimientos hacia Nasir, y el dolor por la visión que él parecía tener de ella. Se limpió unas lágrimas furtivas y se enfrentó a la realidad de que había fallado a Zara, algo que había jurado que nunca pasaría.

El malestar de Yana empeoró, agravado por el ayuno y el estrés del día.

Nasir, al darse cuenta de su estado, se acercó a ella y colocó una mano sobre sus hombros con delicadeza.

–Lo siento. Vine aquí para pedirte ayuda, para pedirte un favor para rogarte si hace falta. Pero no puedo evitar decir cosas que te hieren.

–Tampoco ha cambiado la forma en que me hablas, ¿verdad? –Yana lo miró con severidad y luego soltó un suspiro cansado–. Quiero ver a Zara, de verdad que sí. Ella significa mucho para mí, es una de las pocas personas que realmente importan en mi vida. Pero… –Se llevó las manos a las sienes, masajeándolas suavemente–. Las circunstancias actuales son ineludibles.

–Por eso mi propuesta es tan importante.

–Quiero a Zara como si fuera… –Se detuvo, incapaz de terminar la frase mientras una ola de calor le subía a las mejillas.

«Como si fuera mía», estuvo a punto de confesar. Una idea absurda, teniendo en cuenta que ella se consideraba la última persona en el mundo capaz de cuidar a una niña. Ya bastante tenía con mantenerse a flote entre tantas deudas y reproches hacia sí misma.

La mirada de Nasir era intensa, sus ojos ámbar resplandecían.

–Y sin embargo, tus actos no reflejan ese afecto. Solo la has visitado una vez desde el fallecimiento de Jacqueline.

–Te acabo de explicar que he estado ocupada con los rodajes y… –Yana intentó justificarse.

–He oído rumores de que estás completamente arruinada. No me importa el motivo. Estoy dispuesto a saldar todas tus deudas y, además, pagarte lo que me pidas si vienes a pasar los próximos tres meses con Zara.

–No –respondió ella con firmeza.

No quería estar cerca de él.

No podía soportar la idea de convivir bajo el mismo techo durante tres meses.

No, no, no.

Aunque eso significara romper la promesa que le había hecho a Zara.

–Sé que no tienes cómo salir del pozo financiero en el que te encuentras.

–No. –La negativa de Yana era rotunda.

–Tus contratos como modelo están disminuyendo.

–No. –Reiteró con determinación.

–Supongo que pronto confiscarán cualquier activo que te quede y…

–¡No!

–¡Por el amor de Dios, Yana! Es tan necesario para ti como tú lo eres para Zara.

–He dicho que no.

–Yana… Mírame. ¡Yana! ¿Qué te has hecho ahora, insensata? –La voz de Nasir destilaba una preocupación que ella no esperaba.

Nasir la sujetó con firmeza, atrayéndola hacia él. La miraba con una intensidad que no reflejaba odio, sino preocupación. Incluso cariño.

No, no podía permitirse pasar tres meses con el hombre que había amado en secreto durante gran parte de su vida.

Yana se sintió desfallecer y, en ese breve instante antes de que la oscuridad la reclamara por completo, cruzó por su mente la preocupante y a la vez aliviadora idea de que Nasir la había atrapado en sus brazos, evitando que su cuerpo tocara el suelo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NasirHadeed paseaba nervioso por la sala VIP mientras el médico examinaba a Yana. Consultó su reloj una vez más, sintiendo cómo la impotencia avivaba la ira que le quemaba por dentro.

Habían sido solo tres minutos y medio los que ella había estado inconsciente, pero para Nasir había sido una eternidad. Su corazón todavía galopaba desbocado, lejos de cualquier signo de calma.

A pesar de haberse forjado en zonas devastadas por conflictos y haber sorteado los peligros más letales en sus misiones alrededor del mundo, ninguna experiencia había preparado a Nasir para el terror que sintió al ver a Yana desplomarse en sus brazos, frágil como una figura de papel maché. Su mente todavía resonaba con el eco de sus negativas.

La rápida reacción de Ahmed, su leal guardaespaldas y asistente, había sido su único consuelo. Fue él quien tuvo la iniciativa de llamar a un médico sin vacilar.

Mientras depositaba a Yana en el sofá, Nasir no pudo evitar acariciarle los brazos en un intento de confortarla. A pesar de su pálido semblante, los labios partidos por su hábito nervioso de morderlos y su cabello castaño claro recogido de manera apresurada, Yana seguía deslumbrándolo con su belleza.

Lo peor de todo era que, tras apenas una hora en su presencia, se encontraba maldiciendo su propia imprudencia y las decisiones que lo habían llevado a depender de ella. Maldijo incluso al universo por ponerlo en tal situación.

En cuanto ella recobró la conciencia, Nasir se retiró al otro extremo de la sala tratando de dominar sus propios impulsos.

«Alá, ¿qué me está sucediendo?», se preguntó.

Había cruzado medio mundo tras ella hasta aquel club nocturno porque la necesitaba para su hija. Sin embargo, no había hecho más que lanzarle improperios una y otra vez.

¿Qué había sido del diplomático que el mundo entero respetaba? ¿Y del padre responsable que se desvivía por su hija de cinco años?

«Siempre sacas lo peor de mí», se lamentó en silencio.

Si Yana supiera la forma en que ella despertaba sus instintos más primitivos… Con sus burlas y la mirada de sus cautivadores ojos marrones… Con su mera presencia.

Si pudiera verla solo como la adolescente arrogante y vanidosa en la que se había transformado aquel verano hacía años, no tendría problemas en mantener la distancia emocional necesaria.

Su fallido matrimonio con Jacqueline Yusuf –una sofisticada modelo y empresaria que había considerado su igual en todos los aspectos– le había vacunado contra la torpeza de confiar en su juicio acerca de las mujeres. Y aun así, allí estaba, completamente desconcertado por Yana una vez más.

Ella siempre se había distinguido por su testarudez, rechazando cualquier intento de encasillarla. Nasir no podía evitar recordar a la niña de quince años que lo había mirado con adoración tímida cuando visitó a su padre y a su nueva esposa. Aquella que, emocionada, le había pedido un autógrafo en una primera edición. O la adolescente que había llorado con pasión cuando él mató a su personaje favorito y que luego su rostro se iluminó con una sonrisa al resucitarlo en su siguiente obra.

No podía olvidar a la joven de diecinueve años que, despojándose de su ropa, se había declarado de camino a su cama, proclamando su amor por él con cuerpo y alma. Ni a la chica que había mentido a su madre sobre un supuesto beso de Nasir. O la mujer que, al ser presentada a su prometida Jacqueline, parecía haber recibido un golpe devastador. La misma que evitó su mirada durante su matrimonio.

Aquella mujer también había encubierto las infidelidades de Jacqueline y permanecido a su lado durante las últimas semanas de lucha contra el cáncer. Había sido ella quien, de forma increíble, se había ganado un lugar en el corazón de su hija.

Después de tantos cuidados y atenciones hacia su hija Zara –atenciones que su propia madre no supo proporcionarle–, Yana había demostrado ser mucho más que una simple amiga de la familia. «Tía Yana» era la constante en las conversaciones de su hija. Justo cuando Nasir había decidido apartarla de su vida.

La detestaba por las complicaciones que traía a su vida, por la atracción que sentía por ella, pero no podía negar su amor genuino por su hija.

¿Cómo debía manejar esos sentimientos hacia ella? Ojalá pudiera deshacerse de la atracción que había luchado tanto por reprimir.

Pero la necesitaba. Necesitaba con desesperación que Yana se recuperara y estuviera lista para asumir el rol que él tenía en mente para ella. Deseaba que mostrara su fortaleza, que no pareciera una niña perdida y vulnerable. Anhelaba que se enfrentara a él con firmeza, que no le dejara espacio para sentir remordimiento por las palabras duras que le había dirigido esa noche.