Un acuerdo con el griego - Tara Pammi - E-Book

Un acuerdo con el griego E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Miniserie Bianca 208 La conveniencia es lo único que los une en matrimonio, hasta que la pasión amenaza con romper su contrato... La boda de Mira Reddy con el multimillonario griego Aristos Carides siempre fue un acuerdo que les convenía a los dos. Una forma de conseguir el hijo que ambos deseaban, nada más. Sin embargo, cuando su encuentro se convirtió en algo más apasionado de lo que esperaba, Mira huyó, sabiendo que su ya frágil corazón estaba en peligro. Un trágico suceso cambiará el rumbo de las cosas cuando Aristos resulte herido en un accidente, haciendo que Mira se sienta atraída de nuevo al lado de su irresistible marido. Es hora de cumplir los votos que se hicieron el uno al otro. Pero Mira tiene otra razón para volver: ¡está embarazada de los gemelos de Aristos!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Tara Pammi

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un acuerdo con el griego, n.º 208 - febrero 2024

Título original: The Reason for His Wife’s Return

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411806497

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Prólogo

 

 

 

 

 

Once meses atrás

 

¡Un multimillonario griego rompe los corazones de muchas mujeres al casarse con una donnadie estadounidense!

El brillante abogado internacional y conocido mujeriego Aristos Carides, de treinta y tres años, rompió los corazones de sus seguidoras de todo el mundo al casarse con Mira Reddy, una mujer de su misma edad y de la que poco se sabe, el pasado fin de semana en la ciudad de Las Vegas.

Mientras sus seguidoras se muestran decepcionadas dejando mensajes en las redes sociales, no se encuentra ni un solo rastro de la nueva novia de Carides en Internet. Pero uno de nuestros reporteros ha conseguido una fotografía de la regordeta y escurridiza novia, y ahora todo el mundo se pregunta cómo ha conseguido echarle el lazo al soltero favorito de todo el planeta.

Fuentes cercanas al señor Carides han filtrado que su esposa ha atado al mujeriego con un contrato matrimonial del que, de momento, se desconocen las condiciones. Pero ya estamos trabajando para saber más.

He aquí un muestra de algunos de los mensajes publicados en las redes sociales:

AristosLover23: ¡Oh, Dios mío! ¿Por qué se ha casado Aristos con esa vieja tan aburrida?

CaridesFan: Me pregunto qué habrá hecho ella para atraparlo…

ArisBootyCall: ¡Es una zorra cazafortunas!

HackerNush: Mi hermana no es una donnadie, imbéciles. ¡Es guapa e inteligente y una doctora maravillosa!

BeautyYana: Y están enamorados, maldita sea. ¡Dejen de corromperlo todo!

IamAristos: Mi esposa es una mujer maravillosa. ¿Por qué no iba a casarme con ella?

HackerNush: Aristos, ¿eres tú? ¿Puedes demandar a este sitio web de pacotilla? ¿O debería intentarlo yo?

IamAristos: Cerrarlo podría ser la forma más fácil, Nushie-kins ;)

HackerNush: ¡A por ello entonces! :)

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Diez semanas antes

 

Mira Reddy Carides escondía sus temblorosas manos a los lados y saludaba a la gente que había acudido a presentar sus respetos en el velatorio de su abuelo mientras lanzaba miradas a su marido, del que se había separado.

«Aristos está aquí», repetía su mente con incredulidad. En California. Alto, fuerte y devastadoramente guapo. Y a pesar de no haberse comunicado ni una sola vez entre ellos durante los ocho meses transcurridos desde que se separó de él para cuidar de sus abuelos.

Aunque no podía olvidar el hecho de que su abuelo y el de ella habían sido muy amigos durante cinco décadas. Lo más probable era que él estuviera allí para mostrar sus respetos en representación de Leo Carides y que no tuviera nada que ver con su esposa.

Desde el momento en que él llegó, sintió su mirada clavada en su espalda como un cuchillo, atravesando la armadura que tanto le había costado conseguir, indagando en sus secretos, exigiéndole que le dejara ver lo que había en su mente y su corazón.

«A Aristos no le interesa tu estúpido corazón. ¿No es por eso por lo que huiste?», le susurró una voz en su cabeza.

Pero era imposible ignorar los comentarios entre los invitados, incluso mientras ejercía de anfitriona junto al protegido y heredero de su abuelo, Caio Oliveira. Podía oír los susurros sobre su matrimonio y su posterior separación. El nombre de su marido flotaba a su alrededor, acelerándole el pulso…

Aristos Carides, el genio del derecho mercantil internacional y el hombre que donó millones a orfanatos de todo el mundo.

Aristos Carides, el hombre mujeriego y que convierte en oro todo lo que toca.

Aristos Carides, el magnífico espécimen masculino que había roto corazones en todo el mundo al casarse con la mujer más aburrida a ambos lados del Atlántico.

Pero para Mira él siempre había sido alguien muy diferente.

Para ella, era el compañero de adolescencia que había adorado con todo su corazón. El huérfano que de repente se había convertido en el heredero de miles de millones y con el que ella había encontrado puntos en común. El adolescente travieso y brillante que había alegrado su corazón con sus ocurrencias. El joven increíblemente guapo del que se había enamorado. El magnífico y codiciado abogado en ciernes con el que se comprometió porque sus abuelos la convencieron.

Qué podría ser más emocionante que pasar el resto de su vida con un chico tan dinámico y guapo que la aceptaba tal y como era, una adolescente tranquila, aburrida y estirada que apenas se arriesgaba ni buscaba diversión.

Tenían los mismos objetivos en la vida: hacer algo por sí mismos, no dejar que su pasado se convirtiera en un obstáculo y marcar la diferencia en el mundo.

O al menos eso era lo que ella había pensado.

No había importado que el matrimonio hubiera sido planeado por dos viejos astutos o que el propio Aristos nunca se lo hubiera pedido directamente. Parecía bastante feliz cuando le puso el anillo en el dedo. Sus ojos grises oscuros habían brillado con fuego salvaje cuando ella le besó la mejilla. Y en la fiesta de compromiso se había mostrado tan encantador como siempre.

Había sido muy ingenua a los dieciocho años y aún no había asimilado del todo que el amor no era más que una dulce y venenosa mentira. Por suerte, Aristos había roto sus ilusiones la misma noche después de su fiesta de compromiso y la verdad había salido a la luz gracias a su primo Kairos.

Había sido un recordatorio oportuno de que Aristos, al igual que su padre, era un hombre para quien todo en la vida –la riqueza, las mujeres, los deportes extremos– eran retos que conquistar para luego dar paso a otros. Al menos, su orgullo había permanecido intacto, ya que ella nunca lo había traicionado.

Al día siguiente, canceló el compromiso y le dijo a su abuelo que se había dado cuenta de que casarse a los dieciocho años solo serviría para obstaculizar su propósito de convertirse en médica. Su deseo fue aceptado y Aristos ni siquiera le preguntó por qué había cancelado el compromiso.

Pero nunca había podido eliminar a Aristos de su corazón. Nunca había dejado de preguntarse si todo lo que habían compartido durante su adolescencia, cuando ella se quedaba en Grecia durante aquellos largos y maravillosos veranos, había sido real o una farsa.

Había estado pendiente de manera enfermiza de su meteórico ascenso en el mundo empresarial, sus obras benéficas, su afición a los deportes extremos y sus idilios con mujeres bellísimas. Incluso escuchaba a escondidas las llamadas de Leo Carides a su abuelo, con la esperanza de saber algo más sobre él. Sobre el diablo del que se había empeñado en alejarse, a pesar de que su abuelo la animaba a diario a que le diera otra oportunidad.

 

 

Pero Aristos había vuelto a entrar en su vida una tarde de septiembre de hacía un año, cuando ella se encontraba en Las Vegas vigilando a su hermana Yana en su última sesión de fotos.

Él había entrado en su suite sorprendiéndola con una proposición de matrimonio con un contrato que les convenía a ambos. Porque, por supuesto, su abuelo había hablado con Leo Carides de sus planes de ser madre a través de un donante anónimo, y este se lo había contado a su nieto.

Su contrato de matrimonio le daría el hijo que ella tanto deseaba, eso había argumentado Aristos, y tendría un padre al que no le importaba ejercer como tal a tiempo parcial. También estaba la parte del respaldo económico y la protección del niño. Y teniendo en cuenta su profesión de médica, que tampoco es que le aportara grandes ingresos, Mira pensó que tal vez no era tan mala idea poder asegurar una estabilidad a su futuro hijo.

Y Aristos conseguiría dar la sensación de madurez y estabilidad que le exigía la junta de Carides Incorporated, que estaba muy disgustada por su constante exposición a emociones casi mortales. Y Leo Carides por fin tendría el heredero que tanto ansiaba para su legado, ya que su nieto parecía más interesado en tirarse por acantilados y pilotar helicópteros.

A pesar de haberle dado muchas vueltas, Mira no había encontrado ni una sola razón para decirle que no.

Y el hecho de que sus abuelos se lo tomaran como el gran reencuentro de la pareja había sido la guinda del pastel. Nadie sabía que también habían pactado un divorcio al cabo de cinco años. O al menos eso había pensado ella hasta que vio el mordaz artículo en Internet.

Mira había tardado dos meses en darse cuenta de que no había previsto dos cosas pequeñas pero importantes. Que podría enamorarse de su marido y que a él, teniendo en cuenta sus pautas de comportamiento, le resultaría imposible serle fiel.

Así que, cuando su abuela cayó enferma, ella aprovechó la excusa para volver a casa corriendo. Necesitaba poner distancia para no alimentar sus esperanzas con él. Y el silencio de Aristos no había hecho más que confirmar sus sospechas de que se arrepentía de su acuerdo.

Mira llevaba meses esperando con impaciencia los papeles de la anulación. Pero ahora él estaba allí, y su mera presencia era como echar leña al fuego. El dolor por la pérdida consecutiva de sus abuelos, los únicos padres de verdad que había conocido, la sensación de inquietud que la había perseguido los últimos años, el miedo debilitador a estar siempre sola y todas sus preocupaciones volvieron con fuerza.

¿Por qué? ¿Qué tenía ese maldito hombre que hacía que todas sus vulnerabilidades salieran a la superficie?

 

 

Sus miradas se cruzaron y a ella le pareció que los ojos grises oscuros de él tenían un brillo burlón. Como si supiera por qué había huido. Como si supiera que bajo su recelo se escondía una sed de algo más.

Pensó en el papel doblado que tenía en su puño y apartó la mirada de él.

Era una nota de su abuelo, él había dejado una para cada hermana, como si hubiera sabido que su hora estaba cerca, que las tres nietas que había criado con tanto amor y cariño estarían desesperadas por recibir algo más de él.

Las lágrimas que había mantenido a raya durante semanas volvieron a brotar. Mira se excusó, ignorando las miradas curiosas de Yana y Nush, y se dirigió hacia la gran cocina donde había pasado la mayor parte de su infancia, apretando con fuerza el papel en sus manos.

 

Nada real puede construirse sobre una base de transacciones, Mira. O enterrando tus verdaderos deseos. Si realmente quieres al rey, conviértete en la reina que te enseñé a ser.

 

A Mira se le cortó la respiración. Su abuelo tenía razón. Nada había sido real en su vida. Ni las interminables citas que había tenido en la última década basadas en el algoritmo de alguna aplicación, ni los hombres que se suponía que eran su pareja perfecta sobre el papel. Y mucho menos la forma en que había encerrado su corazón hasta el punto de no sentir dolor.

Solo el contacto con Aristos le hizo sentir algo real. Un simple beso había hecho añicos la capa de hielo en la que había encerrado sus deseos durante tanto tiempo.

Y ahora él estaba cerca de ella de nuevo. Mirándola de forma posesiva y ardiente, diciéndole que no se ha olvidado aún de aquel beso. Que seguían unidos por un contrato y por algo más. Incluso con el dolor y la pérdida sacudiendo sus entrañas, su mirada era la primera chispa de vida que había sentido en meses.

¿Y si durante una tarde, una hora, un momento, se permitiera sentir algo real? ¿Y si se dejara llevar por el placer y olvidara su plan, sus reglas y todo lo racional?

 

 

Aristos Carides se obligó a aguantar unos minutos más bajo el chorro de agua helada. Nunca había aprendido a controlar sus bajos instintos, ni a moderar el enorme vacío que había en su interior y que siempre quería más y más. Más emociones para demostrar que estaba vivo. Más riesgo. Más estatus y riqueza.

Como si no pudiera librarse del hambre y la sed que había conocido en las calles.

Incluso de niño, cuando vivía vagando por las calles de Atenas hasta que a los doce años Leo lo había llevado a su casa, siempre había sido un maestro del engaño. Utilizaba todas sus habilidades y fingía que lo tenía todo bajo control. Que no había momentos en los que se miraba en el espejo y una sensación de insatisfacción e inquietud le devolvía la mirada.

Todo el mundo pensaba que tenía algo que demostrar, que lo que lo impulsaba era una necesidad insaciable de desafiar a la naturaleza, a la física y a su exigente abuelo. En cambio, era otra cosa lo que perseguía sin descanso en condiciones extremas. Algo más que quería purgar.

Mira Reddy, la princesa de grandes ojos marrones y de exuberantes curvas que habían provocado en su cuerpo adolescente ataques de lujuria. Aquella mujer había estado delante de sus narices como el mayor premio que jamás había soñado tener, para luego desvanecerse de repente por el deseo de ella de querer convertirse en médico.

Fue como ofrecer un festín a un hombre hambriento y arrebatárselo justo cuando estaba a punto de llevarse un bocado a la boca.

«Pero ahora es tuya», susurró una voz en su interior. «Es Mira Reddy Carides y la tienes donde querías desde hace años».

Incluso con el agua fría helándole la piel, y otras partes importantes, un sofoco lo recorrió con solo pensarlo. Apretó la frente contra la fría baldosa, burlándose de sí mismo.

Desear a su mujer con tal desesperación no era una buena sensación. Era la misma que había experimentado de forma intermitente durante más de dos décadas. Desde que vio a Mira a los doce años por primera vez y ella le sonrió, haciendo que él perdiera la cabeza y no dejara de soñar con ella.

Un sueño que había estado a punto de hacerse realidad.

Por mucho que los medios de comunicación dijeran que era un mujeriego que cambiaba de pareja con la misma rapidez con la que ganaba pleitos, todas las mujeres que se había llevado a la cama, todas las emociones que había perseguido, habían sido para intentar librarse de ese anhelo que sentía.

Verla después de tantos meses agarrada del brazo del brasileño Caio Oliveira, como si estuvieran hechos el uno para el otro, lo revolvía por dentro.

Saber que ella tenía el corazón roto por la muerte de su abuelo y que no aceptaría ningún tipo de consuelo que él le ofreciera, le hizo sentirse impotente. Inadecuado. Como el niño que había sido cuando Leo lo había recogido de las calles dos décadas atrás. Como si nunca estuviera a la altura, en lo que de verdad importaba. Como si siguiera siendo el niño pobre que su madre había abandonado por la bebida.

Aristos odiaba sentirse indefenso. Y odiaba aún más seguir sintiendo esa atracción hacia ella, esa imperiosa necesidad de…

Soltó una maldición y cerró el grifo de la ducha.

Ya estaba bien. Le había dado tiempo suficiente para cuidar de sus abuelos y era hora de llevarla a casa, donde pertenecía. Era hora de hacerla suya y acabar con ese anhelo que sentía de una vez por todas. Le había propuesto el acuerdo de cinco años con la esperanza de que fuera tiempo suficiente para borrar el poder que ella parecía tener sobre él. Y para asegurarse de que estuvieran unidos el resto de sus vidas a través de su hijo, incluso cuando todo hubiera terminado entre ellos.

Jamás le quitaría a su hijo, pero tampoco se limitaría a pasar a un segundo plano, como le había hecho creer.

Al entrar en el dormitorio, todavía con el pelo mojado, sintió esa tensión que siempre arraigaba en su cuerpo cuando Mira estaba cerca. Como si una goma elástica se tensara cada vez más en su abdomen, amenazando con romperse en cualquier momento.

La habitación estaba en relativa oscuridad, pero la luz de la luna que se colaba por las puertas francesas abiertas era más que suficiente para distinguir a Mira allí de pie. Dentro de su habitación. Como si su sueño más húmedo se hiciera realidad.

Con la espalda pegada a la puerta cerrada y la bata abierta de par en par por delante, mostrando sus exuberantes curvas, con las que había soñado tantas veces, y el encaje blanco besando la carne que ansiaba acariciar con la boca. El sedoso tejido se detenía a mitad de aquellos muslos gruesos entre los que deseaba enterrar la cara.

Se dio cuenta de que nunca había visto las piernas de Mira.

Ella siempre había vestido con un recatamiento pasado de moda, cubriendo sus curvas regordetas con faldas y blusas voluminosas, como si así pudiera ocultar la sensualidad que albergaba su cuerpo. Incluso cuando la vio en la sesión de fotos de Yana en Las Vegas, rodeada de modelos despampanantes que mostraban hasta el último centímetro de piel, ella era la que más destacaba entre todas. Se le había erizado la piel nada más verla.

Su sofisticación era innata y parecía ser una experta en ocultar sus verdaderas emociones. Y él deseaba deshacer todo ese aplomo, pulcritud y perfección hasta que ella jadease de necesidad por él. Quería sacar a la luz sus más profundos deseos. Solo con él. Solo para él.

Recorrió su cuerpo con la mirada, deteniéndose en cada centímetro de ella y, como siempre, deseando ver más.

–Qué agradable sorpresa verte aquí, Mira –dijo con voz burlona.

Notó un ligero temblor en ella y que su mirada se posaba y se alejaba de su cuerpo desnudo.

La lujuria se apoderó de él al instante, calentando cada centímetro de su carne en cuestión de segundos. Carne que había castigado hacía apenas unos minutos bajo una ducha helada.

Mira se apartó de la puerta con elegante sensualidad, se dirigió a la cama gigante y se giró de cara a él. Aristos respiró hondo, llenando sus pulmones con el dulce aroma de ella, y su cuerpo reaccionó como solía hacerlo en su presencia, saludándola con una dolorosa erección. No tenía nada que ver con el inusual período de celibato que se había tomado desde que volvió a verla en Las Vegas hacía casi dieciocho meses. En cuanto volvió a posar sus ojos en ella, incluso antes de que aceptara su proposición, no quiso a ninguna otra mujer. Ni siquiera podía evocar el rostro o el cuerpo de otra mujer cuando se masturbaba. Era una obsesión, una locura, y ya era hora de que lo eliminara de su sistema.

 

 

Si había esperado que su miembro erecto intimidara y restara aplomo a su esposa, Aristos no tuvo esa satisfacción. Sin embargo, ella, con su belleza inconfundible y su aire arrogante, le robó el aliento de nuevo.

Su largo y sedoso pelo negro estaba trenzado y colgaba sobre su hombro derecho, bajando por sus pechos. Aristos siempre había deseado enrollar aquella trenza en su mano, acercarla a su cuerpo y estrecharla contra él mientras se movía dentro de ella desde atrás.

Su rostro, recién lavado y desmaquillado, brillaba con una suave sedosidad que él quería acariciar con los dedos.

Sus labios, gruesos y carnosos, lo tentaban demasiado. Quería hincarles el diente con desesperación. Le había gustado cuando lo hizo la única vez que se besaron. Aquella noche se había corrido en sus propias manos como un adolescente cachondo solo de pensar en lo dulce que le había sabido aquel beso, en cómo ella se había derretido y gemido contra él.

Una semana más tarde, ella se había marchado, dejándole tan solo una nota en su maldito bloc de tareas pendientes, como si él fuera solo otra cosa más que tachar de una lista.

 

Mi abuela ha tenido un ataque al corazón. Tengo que cuidar de ella y de mis hermanas. No sé cuándo volveré.

 

De eso hacía ya ocho meses.

Él había estado muy ocupado con un caso importante y, sabiendo lo unida que estaba a sus hermanas y lo mucho que quería a sus abuelos, había decidido darle algo de espacio antes de recordarle que tenían un acuerdo.

Tras enterarse por su abuelo Leo de que Rao había empeorado, decidió ir a visitarlo, pero fue demasiado tarde, ya que falleció antes de que pudiera verlo.

Quería exigirle a Mira que se comportara como una esposa. Y que ella llorara, gritase y le pidiese que actuara como un marido.

El hecho de que esa noche no lo hubiera ignorado por completo, que estuviera allí en su dormitorio, vestida como estaba, le decía a Aristos que algo pasaba.

Cuando ella se acercó a la cama y se giró, su mirada castaña buscó la de él con determinación. La respiración entrecortada que le hacía subir y bajar el pecho delataban su tensión. Las oscuras ojeras bajo sus enormes ojos y la expresión apretada de sus labios desvelaban su dolor. Y tuvo que resistir el impulso de querer estrecharla entre sus brazos para tranquilizarla.

–Sé cuánto le querías –se oyó decir en un tono suave–. Y lo mucho que él te adoraba.

Ella asintió, con los labios aún apretados y los ojos llenos de lágrimas, que él estaba seguro de que no había dejado que nadie viera en semanas. Porque Mira era valiente. Porque era la hermana mayor fuerte y segura a la que admiraban sus hermanas pequeñas. Porque en el fondo era una mujer dura y luchadora.

–¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? –le preguntó a continuación.

–No es necesario, Caio lo tiene todo bajo control –respondió Mira sacudiendo la cabeza–. No sé qué habría hecho sin él esta última semana.

Su mandíbula se tensó al oírla hablar así de ese hombre. Si no le cayera tan bien el brasileño, ya lo habría molido a palos por haberse acercado a su mujer.

–Oh, claro…

–Lo estuviste mirando todo el tiempo.

–¿Has venido a discutir conmigo sobre eso en mitad de la noche? ¿Después de abandonar a tu pobre marido a su suerte durante ocho meses?

Ella levantó los hombros y la bata se deslizó por uno de ellos hasta el codo.

–¿Por qué, Aristos?

–¿Responderás también a mis preguntas, glykia mou? He acumulado muchas en dos décadas.

–Sí, claro.

Él se acercó un paso más hacia ella, con la esperanza de desestabilizarla y sacar a la luz lo que realmente bullía en su interior.

–¿Por qué? –volvió a preguntar ella, levantado la cabeza para mirarle a los ojos.

–¿Por qué, qué, Mira?

–¿Por qué estabas tan enfadado con Caio?

–Estaba celoso, no enfadado…

–¿Y por qué estabas celoso? –dijo ella echándole una mirada rápida y exhaustiva.

Aristos se encogió de hombros, preguntándose cómo una mujer tan inteligente y hermosa como ella podía estar tan perdida en cuanto a él.

–No me gusta que te toque tanto. No me gusta la parejita perfecta que parecéis cuando estáis juntos. Incluso Rao lo pensó en alguna ocasión.

Ella se quedó boquiabierta.

–Caio es como un hermano para mí. Y él pertenece a Nush, aunque ella nunca actúe en consecuencia. Nunca se me ocurriría cruzar esa línea.

–Nush y Caio, ¿eh? –dijo Aristos, sintiendo alivio en el pecho. De repente, todo tenía sentido. Le había gustado la pequeña jáquer escurridiza desde el momento en que Mira le había presentado a su hermanita Anuskha. También le había pasado lo mismo con Yana. Ver a las tres hermanas Reddy juntas y ser consciente de lo unidas que estaban abría más aún las heridas que nunca habían cicatrizado en su interior.

Ella asintió, con la barbilla hundida en el pecho. Volvió a levantar la cabeza, como si funcionara con un resorte, y Aristos sonrió satisfecho.

La palma de su mano se posó en el pecho de él y le dio un suave empujón. Sus mejillas enrojecieron y el corazón de él latía con fuerza bajo su contacto.

–¿Podrías taparte con una maldita toalla mientras hablamos? Me estás distrayendo y tengo algo importante de lo que hablar.

–Fuiste tú quien interrumpió mi rutina nocturna –dijo con voz enfurruñada–. Y has sido tú quien me ha puesto así. –