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Después del "sí, quiero"… Ajax Kouros tenía un plan… y quedarse plantado en el altar no formaba parte de él. Sobre todo cuando se enfrentaba a un sinfín de invitados y de periodistas. El futuro de su empresa dependía de que se casara con una Holt. Así que, cuando la hermana de su prometida se ofreció a casarse con él… ¿podría decirle que no? Leah Holt había crecido viendo a su guapa hermana del brazo de Ajax. Ahora tenía la oportunidad de salvar la fortuna de su familia. Pero decir "sí, quiero" era solo el principio. Pronto se dio cuenta de que el hombre con el que se había casado era más complicado que el chico de sus fantasías de adolescente…
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Maisey Yates
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Un anillo no es suficiente, n.º 2324 - julio 2014
Título original: His Ring Is Not Enough
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4543-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Oficialmente, podemos estar al borde de un ataque de pánico –Leah Holt terminó de leer el mensaje de su hermana y miró a su padre.
Este tenía cara de sorpresa y Leah no podía culparle. Ella se sentía igual. Todo el mundo estaba allí. Todo estaba planeado. Los adornos estaban puestos y la tarta estaba hecha. Habían alertado a los medios de comunicación y todos estaban allí. El novio estaba preparado.
Y la novia había desaparecido.
–¿Por qué nos puede entrar el pánico? –preguntó su padre, Joseph Holt.
Leah tomó aliento. No quería contárselo a su padre. No quería exponer a Rachel a la censura. Porque, por muy preocupante que fuese el mensaje, Leah conocía a Rachel lo suficiente como para saber que no habría hecho todo aquello sin tener una buena razón.
–Se ha ido. No... no va a venir.
–¿Quién no va a venir?
Leah levantó la mirada y el corazón le dio un vuelco. Ajax Kouros había elegido ese preciso instante para entrar en la habitación, vestido con un esmoquin negro que se ajustaba a la perfección a su físico masculino. Parecía tan intocable como siempre. Un dios más que un hombre.
Al verlo, se acordó de los días de verano en la finca. De cómo le seguía a todas partes sin dejar de hablar. Su hermana siempre estaba en la escuela, su padre ocupado con el trabajo y su madre tomando el té con las amigas.
Pero Ajax siempre había estado allí para escucharla. Era la única persona que creía que la comprendía.
Había pasado mucho tiempo desde entonces. Ella ya no era la misma chica. No era tan tonta como para pensar que un hombre como Ajax pudiera estar interesado en ella o en lo que tuviera que decir. Ya no era aquel chico con la piel bronceada por trabajar bajo el sol sin camiseta.
Ahora era multimillonario. Uno de los empresarios de más éxito en todo el mundo.
Y aquel día iba a casarse con su hermana. Y a adquirir oficialmente el control de Industrias Holt, junto con una parte importante de su propio negocio, dado que la empresa de su padre poseía muchas de sus acciones.
Al menos, se suponía que aquel día se casaría con su hermana y tomaría el control de Holt.
Pero Rachel no estaba. Se había ido y no pensaba volver, a juzgar por su mensaje.
Era impropio de su hermana. La eterna anfitriona adorada por los medios nunca había sacado los pies del tiesto. Siempre se mostraba hermosa y elegante; un atractivo para los objetivos.
Al contrario que Leah, que era atractiva para los objetivos por una razón muy distinta. Y a la prensa le encantaba recalcarlo. Les encantaba resaltar todos sus defectos e imperfecciones.
Leah tragó saliva y miró a Ajax a los ojos. Eran oscuros y duros. Siempre lo habían sido. Incluso cuando era niño, nunca había risa en su mirada. Ni luz. Pero la oscuridad le resultaba atractiva, como siempre.
–Rachel no va a venir –le dijo con un susurro, aunque resultó ensordecedor en la sala de estar de la casa familiar.
–¿Qué quieres decir con que no va a venir? –preguntó él con voz suave.
–Es que... me acaba de escribir. Dice que... Toma –le entregó a Ajax su móvil y estuvo a punto de dejarlo caer cuando sus dedos se rozaron–. Dice que quiere estar con Alex, sea quien sea, y que no puede casarse contigo. Ahora no. Lo siente.
–Sé leer, Leah, pero gracias –le devolvió el teléfono y miró a su padre–. ¿Tú lo sabías?
Joseph negó con la cabeza.
–¿Saber qué? ¿Que tenía dudas? En absoluto. Yo no la presioné para que hiciera esto, Ajax. Sabes que no. Me daba la impresión de que estaba completamente de acuerdo con esto.
Ajax asintió una vez y después miró a Leah.
–¿Y tú lo sabías?
–No –si lo hubiera sabido, no habría permitido que las cosas llegaran tan lejos. Nunca habría dejado que Rachel abandonara a Ajax de aquella forma, sin previo aviso. Con todo el mundo mirando.
–¿Alex qué más? –preguntó él–. ¿Qué más información tenemos?
–Yo... –Leah releyó los mensajes de su móvil. La mirada de Ajax era feroz y le daba miedo. No se parecía al hombre que conocía–. No lo dice.
–Escríbele un mensaje. Ahora.
–Ajax, si necesita espacio... –murmuró su padre.
–No me preocupa mucho eso –respondió Ajax.
Leah escribió tan rápido como pudo con los dedos temblorosos.
¿Alex qué más? ¿Alguien que yo conozca?
No le conoces. Alex Christofides. Ha sido inesperado. Lo siento.
–Alex Christofides.
Ajax y su padre se miraron de forma significativa. A ella se le erizó el vello de la nuca y se le puso la piel de gallina al darse cuenta de lo que significaba aquel nombre.
–Alexios –dijo lentamente–. Alexios Christofides.
–Ese mismo –contestó Ajax–. No está satisfecho con haber intentado destruir mi negocio y ahora, el muy bastardo, tiene que destruir también mi boda.
–¿Por qué, Ajax? ¿Por qué te odia tanto?
–No lo sé. Supongo que es por negocios.
–Pero ella... ¿Ella lo sabe? ¿Sabe quién es él?
–No creo –contestó Ajax–. No es su mundo.
No. Pero sí era el de ella. Leah había oído hablar de Alexios Christofides y de sus intentos por destruir el negocio de fabricación y venta al por menor de Ajax, ya fuera adquiriendo acciones de forma encubierta o denunciando actividades ilegales que ni siquiera existían. Alexios había sido un obstáculo para Ajax a lo largo de los últimos cinco años.
–¿Y nunca le mencionaste su nombre a Rachel?
–Como ya he dicho –respondió Ajax–, no es su mundo.
Leah le envió otro mensaje a Rachel mientras su padre y Ajax seguían hablando.
Es enemigo de Ajax. ¿Lo sabías? ¿Y si te está utilizando?
Es demasiado tarde, L. No puedo casarme con Jax ahora. Tengo que estar con Alex.
¿El día de tu boda?
Lo siento. Confía en mí. No hay otra manera.
–Si Rachel le ha elegido a él –intervino su padre–, le ha elegido a él.
–¿Aunque solo pretenda hacerle daño a Ajax? ¿Y qué hay de la empresa? El negocio depende de esta boda. Me va a arrollar con sus tácticas empresariales.
–Estás dando por hecho que no siente nada por Rachel. Que Rachel es tonta. Yo no me lo creo, Leah –dijo su padre.
No. Claro que no. Rachel nunca sería tan tonta. Al menos, eso sería lo que pensaría todo el mundo. La deslumbrante y equilibrada Rachel, que tan bien se desenvolvía en cualquier situación social, jamás se dejaría seducir mediante engaños y mentiras. Era demasiado lista.
Leah no se lo creía. Su hermana era maravillosa. Y, como tal, había sido mimada por los medios de comunicación. Rachel no veía las cosas malas de la vida. Y, la idea de que un hombre, Alexios, pudiera estar mintiéndole y utilizándola le producía náuseas.
–Entrégamela a mí –le dijo Ajax a Joseph–. Cambia el acuerdo.
–Lo haría –respondió Joseph–, pero la empresa la recibirán mis hijas. El marido de la primera en casarse.
–Siempre estuvo claro que sería yo –dijo Ajax–. Hiciste la oferta pensando en mí.
–Sí. Naturalmente, pensé que serías tú. Pero ¿qué puedo hacer? Di mi palabra y no quiero que Rachel sienta que me quedo con la empresa como rehén para obligarla a casarse con el hombre que yo quiera. Y, si es decisión suya, tiene derecho a quedarse con la empresa si así lo desea. Ella también sabe de la existencia del acuerdo.
Leah sabía que el acuerdo iba destinado solo a Ajax y a Rachel. Joseph quería a Ajax como al hijo que nunca había tenido, y Rachel y él le habían parecido una pareja bastante lógica desde el primer momento. Como si Ajax hubiera estado destinado desde siempre a formar parte de su familia.
Pero ahora todo estaba desmoronándose. Y el negocio y la vida entera de Leah iban dentro del paquete que ahora podría acabar en manos del enemigo de Ajax.
Si Alex intentaba quedarse con Holt y destruirla para vengarse de Ajax, destruiría también sus sueños.
Ella no era la mimada por los medios. No era la guapa. No era la que atraía a los hombres. Ella tenía Las Piruletas de Leah. Su negocio estaba en alza y empezaba a marcar tendencia. Los caramelos de sus tiendas estaban convirtiéndose en uno de los regalos más populares en todo el mundo. Tal vez el azul Tiffany fuese un icono, pero el rosa Leah empezaba a ganar importancia.
No podía perderlo. Era su identidad.
–Tengo que hablar con Ajax a solas –dijo antes de poder procesar enteramente su petición–. Por favor –le dijo a su padre.
Joseph asintió y respondió:
–Si es lo que quieres –después miró a Ajax–. Lo siento, hijo mío, pero no podemos obligarla a que se case contigo. No me gusta la idea, pero no la forzaré a ello. Si ha elegido a Alex, por muy enemigo tuyo que sea, no se lo impediré.
–Jamás te pediría que hicieras tal cosa –dijo Ajax.
Su padre se dio la vuelta, salió de la habitación y Leah tuvo que controlar la necesidad de ir tras él. De intentar razonar con él. Sería más fácil que tratar con Ajax. Pero su padre no cedería. Había dado su palabra y, en el mundo de Joseph Holt, donde los hombres tenían honor y no se rebajaban a utilizar a una mujer como peón en una batalla empresarial, la palabra era lo único necesario.
Pero ese no era el mundo real. Ella lo sabía. Ajax lo sabía.
Ajax se pasó las manos por el pelo y miró de nuevo por la ventana.
–La pregunta es ¿qué hacemos? Hay un acuerdo redactado y listo para firmarse. Hay una boda planeada. Hay mil invitados que vendrán dentro de tres horas. Los medios estarán allí también. Se ha anunciado como la boda del siglo. La pregunta es –se volvió hacia ella–, ¿qué hacemos?
Leah se quedó mirando su cara de preocupación y de pronto vio la respuesta. Era evidente y sencilla. Así funcionaban las cosas en los negocios y, al fin y al cabo, se enfrentaban a un problema relacionado con los negocios. Había que firmar un contrato.
O, más concretamente, dos contratos.
–¿Hasta dónde llegaba el trato? ¿Qué decía el contrato?
–Yo pasaría a ser propietario de Holt al firmar el acuerdo matrimonial, con la condición de que el matrimonio durase cinco años. De lo contrario, tu padre recuperaría el control.
–¿Y los nombres que aparecen en el documento?
–No hay nombres. Son intercambiables. Esa es la cuestión.
–¿Cinco años como mínimo?
–Sí.
–Lo haré yo –dijo Leah.
Las palabras quedaron suspendidas en el silencio de la habitación.
Por un instante, se sintió desprotegida. Incómoda. No. Ya no era esa chica. Era más fuerte que todo eso. Había aprendido a no exponerse a los demás, a no dejar que nadie la viese llorar.
–¿Que harás qué? –preguntó Ajax.
–Me... –de pronto, se sintió ahogada por las inseguridades. Por la Leah del pasado, que había idolatrado a Ajax. La chica que buscaba su atención y su afecto. La adolescente idiota que había estado a punto de declararse justo antes de que él declarase su amor por Rachel.
«Lo haces por tu negocio. No tiene nada que ver con esos sentimientos. Es por Holt».
Ya no era esclava de aquellos viejos sentimientos. Cierto, había soñado con Ajax cuando era una niña, pero, igual que todo el mundo, él había elegido a Rachel. Y ella había aprendido a no volver a exponerse de esa forma. Había aprendido a ocultar el dolor bajo una armadura. Porque la alternativa sería mostrárselo al mundo y destrozar su orgullo.
–Me casaré contigo –anunció–. Así todo saldrá bien. No importará que Rachel se case con Christofides el mes que viene o mañana, porque no será él quien se quede con Holt. Todo saldrá bien.
Él se carcajeó con ironía.
–Todo saldrá bien, ¿no? La perfección. Ese pequeño obstáculo.
–Soy consciente de que esto es algo más que un pequeño obstáculo. Pero es mejor que nada, ¿verdad?
Ajax no era un hombre expresivo. Había sido bueno con su hermana, pero no abiertamente afectuoso. Leah se había preguntado en más de una ocasión qué tipo de relación tendrían. Si sería más una cuestión de conveniencia que de pasión. Pero era evidente que Ajax parecía un hombre que acababa de perder al amor de su vida.
Ajax se pasó los dedos por el pelo y le dirigió una mirada perdida. Le recordó a una versión más joven de él mismo. Al chico que había sido antes de ir a la finca Holt. Un chico al que ella nunca había conocido.
Aún recordaba el momento en que le había conocido, cuando habían ido a la finca a pasar el verano. Había sido como si todo su mundo se desvaneciera. Como si ella se desvaneciera.
Ella era joven, pero algo en él le había atraído desde el principio. En un instante, Ajax había significado muchas cosas para ella. Y le había hecho caso. Había hecho que se sintiera importante. Especial. Así que se había aferrado a él y le había seguido como si fuese un cachorro perdido.
De pronto, volvió a mirarla y su mirada perdida desapareció tan pronto como había aparecido.
–Tendrás que servirme tú.
El modo en que lo dijo le hizo desear que se la tragase la tierra. De nuevo, estaba siendo comparada con Rachel.
–Gracias. Y de nada.
–No esperes que me alegre por esto. Mi novia acaba de dejarme plantado. Ha elegido a mi rival antes que a mí. Y ni siquiera ha tenido el detalle de escribirme para decírmelo. En vez de eso, te ha escrito a ti.
–Soy su hermana.
–Y yo soy el hombre al que se suponía que debía amar.
Leah le puso la mano en el brazo y un torrente de calor recorrió su cuerpo, así que se apartó como si se hubiera quemado.
No se lo esperaba. No esperaba sentir aquel calor tan intenso. Al fin y al cabo, hacía años que había dejado de sentir algo por él. Aunque eso no cambiaba el hecho de que era una hombre increíblemente guapo. El calor se debía solo a la atracción física. Cualquier mujer reaccionaría de igual modo.
–¿Por qué, Leah? ¿Qué ganas tú con esto?
–Bueno, Ajax, es evidente que Rachel ha perdido la cabeza. Se ha fugado con un hombre que, tú y yo sabemos, no está con ella por casualidad. Un hombre capaz de hacer esto solo para hacerte daño. Lo haría, ¿verdad?
–Sí –respondió él.
–Mi padre quiere a Rachel, pero no ve sus defectos.
–¿Acaso los tiene?
–Creo que es demasiado confiada, y ambos sabemos que eso es un defecto. Alexios se aprovecharía de eso para quedarse con Holt e impedirte a ti expandir tu negocio. Le hará daño. No puedo permitirlo. Y creo que tú tampoco.
–Por supuesto que no.
–Entonces está decidido. Tenemos que casarnos antes de que lo haga ella. Así podrás meterte en nuestra familia, cosa que ambos sabemos que deseas. De lo contrario, los dos perderemos Holt. Y tú eres el que más pierde. Christofides se quedaría con Rachel y con Holt.
–No sabía que Holt te importase tanto, Leah.
–Me importa porque es mi legado familiar. No puedo dejar que un desconocido tome el control. Pero, además del legado, mi padre posee la mitad de las acciones de mi negocio, y todo está bajo el control corporativo de Holt. Así que, de pronto, un desconocido tiene el control sobre mí y sobre mi negocio.
–¿Y si Rachel desea quedarse con Holt?
–No lo desea. Para ella no significa lo mismo que para ti y para mí, ya lo sabes. Ella iba a ser tu mano derecha socialmente, pero dudo que pasara un solo día en esas oficinas por voluntad propia.
–Eso es cierto. Pero yo no quería eso de ella. Quería una anfitriona, alguien que me hiciera parecer más cercano. Eso era lo que necesitaba.
–Bueno, pues eso ya no va a ocurrir. ¿Quieres que otro hombre se quede con tu mujer y con tu negocio?
Ajax dio un paso hacia ella, la miró fijamente con sus ojos oscuros y Leah sintió que algo en su interior se derretía.
–Además de Holt, ¿qué es lo que deseas, Leah?
–Mantener Las Piruletas de Leah. Holt posee un cuarto de mis acciones. Y, aparte de que mis tiendas de caramelos están vinculadas a Holt, yo soy una Holt. Es mi legado. Es nuestro, no solo tuyo.
–Iba a ser mío y de Rachel.
–Lo sé.
–¿Y tú me confías tus acciones? Alexios es un genio de las finanzas. Tal vez él te sirva más que yo. Rachel parece pensar eso.
–Tú harás lo correcto por mí y por mis tiendas, Ajax. No me cabe duda.
–No sé. Tal vez venda mis acciones. ¿Crees que me darán beneficios?
–Claro que lo creo. Vendo cosas caras y malas para ti. Creo que estaré en el negocio toda mi vida.
Él arqueó una ceja y algo en su expresión cambió.
–Entonces es un éxito asegurado. Hay poco que a la gente le guste más que entregarse a los vicios.
–Sí. Y permíteme que siga argumentando por qué me parece buena idea lo de casarnos.
–Por supuesto –contestó él.
–Tienes razón. Todo está preparado. Todo. Los invitados. El cura. La tarta. Yo he donado muchos caramelos como regalo.
–Qué amable.
–Bueno, ahora dono una novia. Eso es algo más que amable.
–Si acepto.
–Ah.
Ajax se quedó mirando a Leah, la mujer que, hasta hacía diez minutos, iba a ser su cuñada. Ahora estaba hablando de ser su esposa. Leah. Apenas pensaba en ella como en una mujer. En su cabeza seguía siendo la chica rechoncha de dieciséis años con aparato y afición por los dulces.
Aún recordaba con claridad encontrarse un caramelo esperándole con sus herramientas de jardinería todos los días cuando había empezado a trabajar en la finca Holt. Y, lo que había empezado como un juego de niños, se había convertido en una tradición. Cuando había empezado las prácticas en las oficinas de Nueva York, allí había un caramelo sobre su escritorio. Y después, al establecerse por su cuenta, un enorme surtido de bombones en su despacho.
Sí, cada vez que veía alguno de sus regalos, se imaginaba a Leah, la niña. La dulce y sencilla Leah, que le miraba y veía a alguien a quien merecía la pena sonreír. Pero aquella imagen no encajaba con la realidad que tenía ante él.
Ahora era una mujer. Tenía veintitrés años. Parte de sus curvas habían desaparecido, aunque no todas. Seguía teniendo el pelo oscuro y rizado, pero más elegante que cuando era adolescente. Y había una determinación en ella que jamás había visto antes.
Aun así, no se parecía en nada a Rachel. La hermosa y esbelta Rachel.
Rachel, la mujer en la que se había fijado tantos años atrás. La mujer con la que había planeado casarse. Había sido su objetivo al final del camino durante tanto tiempo que ahora se sentía perdido. Sin un propósito.
Era la única mujer a la que alguna vez había amado.
Y ella le había abandonado. Se había llevado consigo Holt, y toda su vida quedaría hecha añicos a sus pies.
Si permitía que ocurriera. Si no aceptaba la oferta de Leah.
Rechazarla no le reportaría ningún beneficio. No sería lógico.
Sin embargo, le costaba imaginársela como esposa. Como la mujer con la que compartiría su vida, a la que se llevaría a los eventos y a la cama.
Leah no era la mujer con la que se había imaginado. Jamás.
–Vamos, Ajax, no hagas esperar a una chica –dijo ella con una leve sonrisa. Como si estuviera tranquila. Como si aquello no fuera más que una interesante distracción. Ajax se preguntó en qué momento se habría vuelto tan calculadora. Cuándo habría dejado atrás la dulzura para convertirse en una fría mujer de negocios.
–Acepto –contestó al fin–. Haré una llamada para que venga la costurera y te ajuste el vestido de Rachel.
A Leah se le sonrojaron las mejillas, aunque mantuvo una expresión fría.
–¿No podría quitarle treinta centímetros al dobladillo y añadirlo a la altura de la cintura?
Estaba exagerando, pero, aun así, tenía razón. Rachel era alta y angulosa, mientras que la cabeza de Leah le llegaba por debajo del hombro. No podía ignorarlo; tenía una talla mayor que la de su hermana. Aunque sus proporciones no carecían de atractivo. Tenía curvas donde debía tenerlas. Simplemente, nunca había pensado en ello demasiado.
–Entonces, ¿qué talla? Te encargaré uno nuevo.
–Haré una llamada –dijo ella, aún con las mejillas sonrojadas–. No será a medida, por supuesto. Solo tenemos dos horas, pero puede hacerse. De todas formas, mi vestido será lo menos escandaloso de la boda.
–Sigues siendo una heredera Holt –dijo él.
–Sí, prácticamente somos intercambiables. Salvo por la talla del vestido, claro.
–No me refería a eso. No sois intercambiables. Tú no eres Rachel –Rachel, que en su cabeza representaba su vida perfecta. Había imaginado que, cuando llegase aquel día, habría llegado a su destino en vez de caminar sin cesar.
Nunca la había tocado, no más de un beso inocente, pero, durante los últimos seis años, había existido un entendimiento entre ellos. No habían pasado todo su tiempo juntos, no habían actuado como una pareja. Rachel no deseaba sentirse encadenada. Había querido vivir su vida. Pero él había estado convencido de que, al final, regresaría a él.
Se había equivocado. Y no le gustaba equivocarse.
–Lo siento –dijo Leah–. No siento no ser Rachel, sino que se haya marchado. Lo siento.
–Claro que lo sientes. Ahora te toca quedarte conmigo.
Ella lo miró con brillo en sus ojos tostados. No sabía por qué parecía como si fuese a echarse a llorar. ¿Sería por la situación? Aunque ella hubiese ayudado a crear la situación, tampoco era que él le hubiese pedido que reemplazara a su hermana. ¿O sería quizá por sus comentarios? En cualquier caso, no le gustaba.
Joseph Holt se había convertido en su mentor cuando era adolescente, y la familia de Joseph había pasado a ser la suya en muchos aspectos. Nunca haría nada que pudiera herir a la familia Holt. Jamás.
–No es demasiado tarde para echarse atrás, Leah. No te haré responsable de una declaración precipitada hecha en un momento emotivo.
–Es todo muy emotivo.
–Me refería a que es emotivo para ti.
–Y para ti también. ¿Acaso no sientes nada?
–Claro que siento algo. Pero no tomo decisiones basadas en las emociones, razón por la cual estoy dispuesto a casarme contigo en vez de con Rachel. Es lo lógico –así mantendría su plan en movimiento hasta que pudiera cambiar las cosas. Hasta que pudiera recolocarlo todo en su cabeza. La planificación le hacía tener el control, y el control lo era todo.
Sabía lo que ocurría cuando se perdía el control. Sabía lo que sucedía cuando un hombre vivía de sentimientos.
–Sí. Bueno, aunque puede que la situación sea emotiva, no me he ofrecido por eso.
–Holt es mía. Por derecho. Me la prometieron. No llevo vuestra misma sangre, pero tu padre me entrenó para esto.
–Lo sé. Y yo he trabajado demasiado duro en mi negocio como para ver cómo se desvanece todo.
Ajax miró a Leah y se preguntó si la habría subestimado. Sabía que tenía una mente empresarial, mientras que, probablemente, Rachel hubiera utilizado el dinero que su padre le había dado para ser socia silenciosa en algunos proyectos y ayudar así a expandir su red de contactos personales.