0,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 0,99 €
Después de pasar toda su vida en la selva panameña, Destiny se dirigía a Londres a reclamar su herencia: ¡un negocio valorado en millones de libras! Pero se encontraba perdida y totalmente insegura en el desconocido mundo de los negocios internacionales, y el despiadado y guapísimo magnate Callum Ross no la ayudaba a hacer las cosas más fáciles. Él estaba empeñado en comprar una empresa que ella se negaba a vender. Así que, para Callum, solo había una opción: fusionarse a través del matrimonio.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 181
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Cathy Williams
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Un asunto de negocios, n.º 1257 - marzo 2015
Título original: Merger by Matrimony
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6099-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El hombre de pelo cano parecía perdido y desconcertado. De pie sobre la tarima de la clase, por encima de las cabezas de los quince alumnos que habían acudido a la escuela esa mañana, Destiny Felt podía verlo mirar en todas direcciones. El hombre escudriñaba los alrededores con aire perplejo al tiempo que repasaba una dirección escrita en un trozo de papel que llevaba en la mano. Gotas de sudor perlaban su frente ceñida, el gesto de extrema concentración, y dos grandes manchas de sudor se revelaban bajo las axilas.
Destiny pensó que aquel hombre tenía un aspecto ridículo vestido con traje bajo un calor tan sofocante. Se había remangado la camisa hasta los codos para tratar de combatir el clima, pero lo único efectivo parecía ser un sombrero de ala ancha que, al menos, le quitaba el sol de los ojos. ¿Qué podría hacer un individuo así en aquel rincón del mundo? Las visitas eran prácticamente inexistentes, a excepción de los turistas que encargaban un safari fotográfico, y Destiny no tenía noticias de que se esperasen nuevas incorporaciones al centro.
Permaneció unos minutos observando en silencio al hombre hasta que este decidió guardar el papel en el maletín y encaminar sus pasos hacia la primera puerta abierta que encontró. Destiny sabía que a su padre no le agradaría la intromisión. Siguió con la mirada atenta cada paso, hasta que el hombre llamó a una puerta y entró en el despacho de su padre. Se vio tentada de abandonar la clase e ir volando al cuartel general de su padre, pero refrenó ese primer impulso y dirigió su atención al variopinto grupo de chiquillos que ocupaban el aula.
Sabía que no tardaría en enterarse de todo lo ocurrido. En un centro en el que apenas trabajaban quince adultos era imposible guardar un secreto. Y menos si se trataba de la repentina aparición de un forastero cuya presencia allí tendría que responder a un motivo de peso. El ventilador del techo, tan viejo como el mundo, proporcionaba a regañadientes una ligera corriente de aire, a todas luces insuficiente para mitigar las ráfagas de aire húmedo que entraban por la ventana. No hubiera resultado extraño que el hombre, exhausto ante semejante bochorno, se hubiera desmayado en el patio. En el momento en que sonó la campana que señalaba el fin de la clase, la propia Destiny necesitaba desesperadamente una ducha y un cambio de ropa.
Se dirigía hacia sus habitaciones cuando escuchó el sonido de unos pasos sobre el suelo entarimado de madera de la escuela.
—¡Destiny! —la voz de su padre desprendía cierta urgencia.
—Voy enseguida.
¡Maldita sea! Destiny confió en que no se vería en la tesitura de hacerse cargo del desventurado visitante. Era la estrategia habitual de su padre, que siempre se deshacía de cualquier visita enojosa descargando sobre ella la engorrosa tarea de atender a los recién llegados. Y ante cualquier protesta por su parte, su padre se limitaba a zanjar el tema con un leve movimiento de la mano y un alegre comentario, que siempre remitía a su gran suerte por tener una hija tan maravillosa. Se encontraron en medio del pasillo casi por sorpresa.
—Destiny…
Miró de refilón al hombre y después prestó toda su atención a su padre, que sonreía con inquietud.
—Estaba a punto de darme una ducha, padre.
—Alguien ha venido a verte.
Destiny se giró lentamente hacia el visitante, que le tendía una mano amiga. Era más alta que él, pero eso no era una novedad. Destiny medía casi un metro ochenta, y tan solo cuatro personas eran más altas que ella en el centro, incluido su padre. El hombre apenas destacaba al lado de la imponente figura de su padre.
—Me llamo Derek Wilson —se presentó—. Es un placer conocerla.
El hombre la miraba con una mezcla de temor y fascinación. Era una reacción a la que Destiny se había acostumbrado con el tiempo. Todos los forasteros que habían llegado al centro habían actuado de la misma forma, entre la sorpresa ante su físico y la sospecha frente a su carácter impulsivo.
—¿Qué es lo que quiere?
—Procura ser más amable, querida —aconsejó su padre.
—Me ha costado Dios y ayuda dar con usted —dijo Derek Wilson.
—Quizás deberíamos discutir esto en un lugar más apropiado —intervino el padre de Destiny—. Estoy seguro que querrá refrescarse un poco.
—Se lo agradecería infinitamente —admitió.
Destiny podía sentir sus ojos clavados sobre ella mientras atravesaban el pasillo de la escuela. Los alumnos los miraban con curiosidad mientras guardaban los escasos libros de texto de que disponían y preparaban la bolsa para volver a sus casas. Se escuchaba un murmullo creciente de español que nacía de la cháchara alegre de los estudiantes. Un sonido lleno de ritmo y musicalidad que parecía compuesto a la medida de esos chicos, de piel morena y pelo negro, cuyas expresivas miradas iluminaban las aulas. Era una de las razones por las que siempre había destacado. No solo por su altura, sino por su tez blanca, el pelo pajizo y sus ojos verdes.
En la jungla de Panamá, una mujer de piel blanca era siempre una novedad.
—Por si no lo ha adivinado, esta es la escuela local —señaló su padre ante el asombro de Destiny.
Nunca le había gustado oficiar de guía turístico. Siempre había dejado esa faceta a su madre, muerta cinco años atrás, y cuyo recuerdo todavía dejaba sin habla a Destiny.
—Contamos con un número relativamente estable de alumnos —prosiguió su padre—. Claro que, como comprenderá, algunos son más fiables que otros. Y la mayoría dependen del clima. Se sorprendería si supiera los estragos que puede llegar a causar el clima en la rutina diaria.
Derek Wilson giraba la cabeza de derecha a izquierda, tratando de asimilar toda la información, atento a cada detalle.
—A la derecha tenemos las instalaciones médicas —indicó—. Todo es muy básico. Nunca hemos contado con el dinero necesario para levantar una clínica en condiciones.
El dinero era el tema favorito de su padre. O, para ser más exactos, la falta de fondos para construir un centro médico. Era un gran investigador, un médico dotado, pero no entendía que el dinero pudiera ser un obstáculo cuando se trataba de la salud de las personas. Habían llegado a una pequeña habitación auxiliar que hacía las veces de despacho para su padre. El señor Wilson se acomodó en una de las sillas mientras el padre de Destiny sacaba de una vieja nevera oxidada, arrinconada a un lado, una jarra de zumo. Se formó una ligera corriente de aire gracias a la estratégica disposición de las ventanas, situadas una frente a la otra y abiertas de par en par. Derek Wilson alargó el cuello para airearse un poco.
Destiny sintió lástima por él. Fuera cual fuera la razón de su viaje, habría dejado atrás una familia, un hogar y todas las comodidades de la gran ciudad para atravesar medio mundo hasta la jungla de Panamá. Una tierra inhóspita y misteriosa que crecía a la espalda de Dios. Y había llegado hasta allí para entregarle un mensaje. ¿Qué mensaje podría ser? Notó un leve escalofrío.
Su padre le ofreció un vaso de zumo de frutas. Destiny trató de averiguar qué estaba pasando con una mirada de interrogación, pero su padre no estaba a gusto. Destiny creyó adivinar que estaba nervioso, aunque tratara de ocultarlo. ¿Cuál sería el motivo?
—Bien —empezó Derek, con su mirada puesta en Destiny—, tienen un sitio muy bonito…
—Eso mismo pensamos nosotros —señaló Destiny.
—Es usted muy valiente viviendo en un lugar así, si me permite decirlo…
Destiny miró a su padre, que contemplaba el paisaje a través de la ventana, aparentemente no parecía dispuesto a ayudar.
—No tiene nada que ver con el valor, señor Wilson. Panamá es uno de los países más fascinantes del mundo. Cada día descubres algo nuevo y sus gentes son amables y cariñosas. No tiene nada que temer. No hay caníbales ni nada semejante.
—Nunca he pensado semejante cosa…— protestó.
—¿A qué ha venido? —preguntó de pronto Destiny, tan bruscamente que su padre salió de su ensimismamiento y se giró hacia ella.
—Traigo algo para usted —abrió el maletín y sacó un documento de tapas amarillentas—. ¿Ha oído hablar alguna vez de Abraham Felt?
—¿Abraham…Felt? Sí, vagamente…¿Papá? —dijo mientras trataba de sacar algo en claro del documento.
—Abraham Felt era mi hermano, tu tío —indicó con voz grave—. Pero será mejor que el señor Wilson explique el motivo de su visita.
—¿Qué motivo? —preguntó Destiny intrigada.
—Abraham Felt falleció hace seis meses. Hizo testamento y usted es la beneficiaria.
—¿Eso es todo? ¿No podía haber enviado una carta? —señaló Destiny—. Puede que el correo tarde un poco, pero siempre llega.
—No, señorita Felt. Creo que no lo entiende —se aclaró la garganta—. Su patrimonio está valorado en varios millones de libras.
La declaración del señor Wilson sumió la habitación en un profundo silencio apenas interrumpido por el canto de los pájaros, el murmullo de los trabajadores que cruzaban delante la ventana y el lejano curso del río, única vía de acceso hasta el corazón de la jungla.
—Es una broma, ¿verdad? —sonrió Destiny, pero su padre le devolvió una mirada desalentadora.
—Soy abogado, señorita Felt. No acostumbro a bromear.
—¿Y qué se supone que debo hacer con todo ese dinero? —soltó una risita nerviosa—. Mire a su alrededor, señor Wilson. ¿En qué voy a gastarlo? Aquí no hay tiendas, ni coches, ni restaurantes ni hoteles. No lo necesitamos.
—No es tan sencillo —admitió el señor Wilson al tiempo que se secaba el sudor con un pañuelo—. Además de un montón de temas menores y de su colección de obras de arte, está su principal negocio. Los Laboratorios Farmacéuticos Felt tienen sucursales en seis países europeos y dan trabajo a miles de personas. Tengo los datos exactos si lo desea. Y están en peligro. Hay una oferta de compra sobre la mesa y muchos trabajadores podrían perder su puesto de trabajo. Pero no puede hacerse nada sin usted. Se necesita su firma para cualquier operación.
—Yo no sé nada de negocios —replicó Destiny con cabezonería, confiada en que su padre la apoyaría en este punto.
—Su padre asegura que fue usted una niña prodigio.
Destiny se removió en su silla inquieta y terminó por levantarse, las manos apoyadas en la mesa.
—¡Papá! ¿Cómo te has atrevido?
—Es la verdad, cariño. Y lo sabes. Ni siquiera en el internado sabían qué hacer contigo…y quizás haya llegado el momento de que abandones el nido. Aquí estamos bien y…
—¡No!
—Escúchame, Destiny —la voz de su padre sonó como un latigazo y eso la desconcertó. Destiny lo miró boquiabierta—. Al menos ve a Inglaterra para ver de qué se trata. Tienes que ir de todos modos para reclamar la herencia.
—Pero no quiero ninguna herencia —gritó—. Y no quiero ir a ninguna parte.
El calor en el despacho empezaba a ser excesivo. Destiny estaba acalorada. Levantó la cara hacia el ventilador y dejó que el aire jugara con su pelo. Tenía la sensación de que el vestido, amplio y holgado, se ceñía a su cuerpo. Podía sentir el sudor sobre la piel. Las gotas se deslizaban siguiendo los pliegues que marcaban la curva de sus pechos y caían hasta la cintura, humedeciendo lentamente las braguitas de algodón.
—Si, una vez allí, deseas volver, no habrá ningún problema —añadió su padre en un tono más conciliador—. Pero no renuncies a una experiencia nueva solo porque tienes miedo. Siempre te hemos enseñado que lo desconocido se debe afrontar como un reto, nunca como una amenaza.
—Y además —intervino Derek con astucia— no debe olvidar los beneficios que eso puede suponer para las investigaciones de su padre. Me ha comentado que está estudiando un nuevo remedio para algunas enfermedades tropicales a través de la savia de algunos árboles y otros derivados. El dinero dejaría de ser un problema. Y su aportación para ayudar a las tribus indígenas de la selva resultaría mucho más decisiva que si decide quedarse aquí.
El señor Wilson se cruzó de piernas y empezó a abanicarse con su sombrero. Estaba completamente calvo, pero su rostro apenas tenía arrugas.
—Acompáñeme a Inglaterra, señorita Felt —prosiguió—. Nada en el mundo haría más feliz a su padre…
El abogado, pese a su aspecto miserable, había encontrado su punto débil.
Una semana más tarde, Destiny volaba rumbo a Londres. Iba muy erguida en su asiento, después de caminar durante dos largas jornadas a través de la selva para subir al avión que la tenía que llevar a Inglaterra. A pesar de todo, seguía preguntándose si habría actuado correctamente al aceptar hacer ese viaje. Miró a su alrededor con disimulo y descubrió a un joven turista que la miraba fijamente. Adoptó, a modo de escudo, una mirada de desprecio digna de una mujer de mundo.
¡Ja! Si aquel tipo supiera la verdad, se caería de espaldas. Su vida siempre había transcurrido en los márgenes de la civilización, arrastrada por unos padres cuyas preocupaciones distaban mucho de los convencionalismos de la sociedad moderna. Ocasionalmente, alguno de los miembros del equipo que trabajaba con ellos, había traído consigo tras su paso por la capital algunas revistas. Las pocas nociones que tenía acerca de los microondas y los reproductores de discos compactos se limitaban a los anuncios de las revistas de moda. Su experiencia directa con la vida del siglo veintiuno era casi nula.
Desde la capital de Panamá, se habían mudado infinidad de veces, instalándose en ciudades cada vez más remotas y alejadas. Finalmente, se habían asentado en medio de la jungla de Darien ocho años atrás. En ese tiempo, había soportado una educación más bien errática, casi siempre a cargo de sus padres. A excepción de un tortuoso año internada en un colegio de Méjico y de los tres años que había pasado en la Universidad de Panamá. En tan breve periodo había logrado licenciarse y había regresado a la jungla, que consideraba su hogar, junto a su familia.
Nunca le había gustado la sofisticación afectada que parecía moneda de cambio obligatoria para desenvolverse en la gran ciudad. No había tolerado las reglas sociales que la obligaban a vestir de cierta manera y a maquillarse para no ser considerada una suerte de bicho raro. Y se había sentido muy incómoda en su relación con las chicas de su edad, envidiosas de su aspecto físico y molestas con su talante reservado. Los chicos, por su parte, habían sido groseros y zafios. Y su único interés parecía cifrarse en conseguir una cita y llevársela a la cama. Nunca había sentido el menor deseo de salir de compras ni había mostrado especial interés por la moda. Y nadie había podido igualar su talento y su inteligencia, verdaderamente prodigiosos, a la hora de acometer cualquier trabajo. ¿Qué se suponía que iba a hacer en Londres?
Estaba segura que la esperaba más de lo mismo. Y encima se vería abocada a tomar las riendas de una multinacional sobre la que no sabía nada. Tendría que entrevistarse con un montón de personas que no conocía. Y todo a causa de una herencia de un tío del que prácticamente no guardaba el menor recuerdo.
Bajó la escalerilla del avión y la invadió una sensación de terrible desasosiego al ver el aeropuerto de Heathrow. Incluso sus dos desvencijadas maletas, colocadas sobra la cinta transportadora, parecían pequeñas en comparación con los enormes bultos que manejaban el resto de viajeros. El señor Wilson la había informado que se alojaría en la residencia de su difunto tío Abraham, en Knightsbridge. En palabras del abogado, la casa superaba todos los calificativos imaginables. Pero, en esos momentos, Destiny solo podía pensar en regresar a la jungla.
Tuvo que hacer un esfuerzo para ponerse en camino. Atravesó el control de aduanas, se abrió paso entre los familiares y amigos que esperaban a la salida y avanzó hacia la figura familiar que la esperaba junto a la entrada. Destiny agradeció encontrar una cara conocida, aunque se tratara del hombre que había vuelto su apacible vida del revés.
—Veo que ha llegado sana y salva —saludó Derek Wilson, que inmediatamente se hizo cargo de empujar el carrito con las maletas de Destiny—. ¿Ha tenido ocasión de repasar los informes acerca de la compañía que le entregué? ¿Ha echado un vistazo a los detalles de la herencia? Mi coche nos espera en el aparcamiento. Seguramente querrá relajarse después de un viaje tan largo, así que he pensado acompañarla a su casa en primer lugar para que se organice y descanse un poco. Me he encargado personalmente de que no le falte de nada en la despensa. Podrá llamarme mañana para empezar a trabajar.
—¿Dónde va toda esta gente? —preguntó Destiny, mientras esquivaban montones de personas que se cruzaban incesantemente en su camino.
Llevaba un vestido de colores brillantes de paño. Era la única prenda que había encontrado para un viaje tan largo. Se sentía cohibida, fuera de sitio y totalmente perdida.
—A cualquier parte del mundo —respondió Derek, mientras un hombre que pasaba junto a ellos dedicó a Destiny una mirada desdeñosa—. Tendrá que renovar su vestuario. En especial, si va a los despachos…
—¿Por qué? —interrumpió—. ¿Qué hay de malo en lo que llevo puesto?
—¡Nada! Es un vestido encantador. Pero, no es del todo… apropiado.
—¿Apropiado para qué?
Habían llegado a la salida de la terminal, pero el espectáculo en el exterior no resultaba menos pavoroso. Destiny se sentía transportada a otro planeta en el que todo se sucedía a cámara rápida. Los taxis negros pasaban a su lado a toda velocidad. Los autobuses arrancaban y frenaban sin parar. Había coches por todas partes, que escupían sobre la acera maletas y pasajeros a un ritmo vertiginoso. Se dejó llevar hasta un elegante coche que aguardaba, con el motor encendido, junto al bordillo de la acera. Era muy distinto del Jeep comunitario al que se había acostumbrado en la selva, sin ventanas, con los asientos de plástico y el tubo de escape agujereado.
—¿Apropiado para qué? —repitió Destiny una vez sentada en la parte trasera del coche.
—Apropiado para la reunión del consejo de administración para la que está citada mañana por la tarde —explicó Derek con un leve sentimiento de culpa.
—¿Una reunión con la junta directiva? ¿Yo? —gritó Destiny en un ataque de pánico.
Dominaba cuatro idiomas y había enseñado en la escuela todas las materias posibles, además de tener la carrera de medicina y mucha más práctica que cualquier residente, pero la sola idea de asistir a una reunión de negocios bastaba para hacerla perder el control. Era demasiado joven para algo así.
—Bueno, quizás me haya excedido al calificar la cita de mañana como una junta directiva —se excusó Derek—. Se trata más bien de una reunión con los directores. Desean conocerla.
—¿No puede ir usted? Dígales que me he puesto enferma a causa del desfase horario.
Estaba tan alterada que apenas podía respirar y notaba las tremendas sacudidas de su corazón dentro del pecho. Atender a un parto, vacunar a un bebé y ocuparse de los enfermos parecía un juego de niños en comparación con lo que la esperaba.
Derek omitió las objeciones de Destiny con pericia profesional.
—El futuro de esas personas está en juego. Es natural que quieran conocer a la persona que se va a hacer cargo de la empresa… —Derek se aclaró la garganta, y Destiny comprendió que todavía le aguardaba alguna sorpresa—. Creo que hay otra persona de la que también debería informarle…
—¿Otra persona?
—Estoy seguro que podrá controlarlo sin problemas —dijo sin mucha convicción.
—¿Controlarlo? ¿Acaso es una persona violenta?
—No, no en ese sentido —señaló con una sonrisa—. Se llama Callum Ross. Su nombre aparece en el informe de la compañía que le entregué…
—Lo siento, pero me quedé dormida en el avión.
—¿Cómo podría describirlo? Es una persona muy conocida en el mundo de las finanzas. Es casi una leyenda, de hecho. Ha logrado adquirir un importante número de empresas en un periodo de tiempo relativamente corto —Derek suspiró y se golpeó la cabeza con dos dedos—. Es un auténtico portento de la naturaleza, Destiny. Algunos lo han descrito como una persona despiadada e implacable. Si quiere algo, tiene fama de conseguirlo cueste lo que cueste.
—Conozco el tipo —dijo Destiny con parsimonia.
—¿En serio?
—Sí. Viven en la jungla y se llaman pumas. No dudan a la hora de matar.
Derek no sonrió, tal y como ella habría esperado. Por el contrario, asintió con la cabeza y añadió pensativamente que se trataba de una comparación muy acertada.
—Se rumoreaba en la ciudad que Callum Ross estaba detrás del negocio de su tío desde hacía algún tiempo. Estaba a punto de conseguirlo. Incluso se había redactado un borrador y solo faltaba la firma de su tío para completar el traspaso, pero la muerte se adelantó. De hecho, Callum Ross está comprometido con… algo parecido a su prima, supongo.
—¿Tengo una prima? —preguntó, repentinamente excitada ante la idea.