Un auténtico hombre - Pasión desatada - Brenda Jackson - E-Book

Un auténtico hombre - Pasión desatada E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Un auténtico hombre Brenda Jackson Ningún hombre de sangre caliente podría desaprovechar la oportunidad de salir con la guapísima Trinity Matthews, y Adrian Westmoreland era un hombre de sangre muy caliente. Para ayudarla, fingiría ser su novio, pero ¿dejar las manos quietas? Eso era imposible. Aunque un Westmoreland siempre cumplía su palabra, ¿cuánto tiempo tardaría en convertir el falso romance en algo real? Pasión desatada Brenda Jackson Megan Westmoreland buscaba respuestas sobre el pasado de su familia. Y el detective privado Rico Claiborne no solo era el hombre adecuado para encontrarlas, sino el único que podía ofrecerle apoyo y consuelo cuando la terrible verdad saliera a la luz. Pero en él iba a encontrar algo más que comprensión… Por primera vez en su vida, Megan estaba preparada para vivir la pasión salvaje de Texas.

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Seitenzahl: 325

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 444 - abril 2020

 

© 2014 Brenda Streater Jackson

Un auténtico hombre

Título original: The Real Thing

 

© 2012 Brenda Streater Jackson

Pasión desatada

Título original: Texas Wild

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-376-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Un auténtico hombre

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Pasión desatada

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Me han dicho que tienes un problema y que necesitas mi ayuda.

Un problema era decir poco, pensó Trinity Matthews mirando a Adrian Westmoreland. Si no fuera así, y si Adrian no fuese tan guapo, lo que tenía que hacer no sería tan difícil.

Cuando se conocieron el año anterior en la boda de su primo Riley, él estaba con el resto de los Westmoreland. Ella se había fijado en sus hermanos y primos, pero sobre todo en Adrian, al lado de su gemelo idéntico, Aidan.

Trinity había descubierto años antes, cuando su hermana Tara se casó con Thorn Westmoreland, que todos los hombres de la familia eran guapísimos. Altos, atractivos, musculosos, con un aire de primitiva masculinidad. Pero nunca había pensado que algún día saldría con uno de esos hombres, aunque fuese un pequeño engaño para solucionar su problema. Tara le había contado algo y era su turno de contarle el resto.

–Tengo un problema, es verdad –asintió, dejando escapar un suspiro de frustración–, pero antes de nada quiero darte las gracias por quedar conmigo esta noche.

Él había sugerido que fuesen al restaurante Laredo, uno de los mejores de Dénver.

–De nada.

Trinity intentó no dejarse afectar por esa voz profunda, ronca y masculina.

–Mi objetivo es completar mi residencia en el Dénver Memorial Hospital y volver a Bunnell, Florida, para trabajar junto a mi padre y mis hermanos en la clínica, pero ese objetivo se ve amenazado por el doctor Casey Belvedere. No sé si sabes que es un respetado cirujano y…

–Está loco por ti.

El corazón de Trinity dio un vuelco. Estaba claro que los Westmoreland no se andaban con rodeos.

–Quiere salir conmigo y, aunque yo he hecho todo lo posible por desanimarlo, no me deja en paz. Incluso le he dicho que estaba saliendo con otra persona, pero no sirve de nada. Cada día es más insoportable. Me ha dado a entender que si no salgo con él me hará la vida imposible. He hablado de ello con el gerente del hospital y no me ha hecho mucho caso. La familia del doctor Belvedere es muy respetada en la ciudad por su dedicación a causas filantrópicas. En este momento están financiando un ala de pediatría en el hospital y el gerente no tiene intención de decirles nada para no perder su apoyo económico. Dice que debe tener cuidado porque esta es una batalla en la que el hospital saldría perdiendo –Trinity hizo una pausa–. Pero se me ha ocurrido un plan. Bueno, en realidad se le ocurrió a mi hermana Tara cuando le conté lo que pasaba. Parece que ella tuvo que soportar algo parecido mientras hacía su residencia en Kentucky. La diferencia es que el gerente del hospital la apoyó y consiguió que despidieran al médico que la molestaba, pero yo no tengo ese apoyo.

Adrian se quedó callado un momento y Trinity se preguntó qué estaría pensando.

–Hay otra solución a tu problema –dijo él entonces.

–¿Ah, sí?

–Belvedere es cirujano, ¿verdad?

–Eso es.

–Entonces, deberíamos romperle una mano. Así no podría volver a operar.

Ella lo miró, con los ojos como platos.

–Imagino que lo dices de broma.

–No, lo digo completamente en serio.

Trinity estudió sus ojos oscuros, tan serios. Solo entonces recordó lo que Tara le había contado sobre los gemelos, su hermana pequeña, Bailey, y su primo Bane. Según Tara, años antes eran el terror de Dénver y se metían en todo tipo de problemas.

Pero entonces eran muy jóvenes. En aquel momento Bane estaba en el ejército, los gemelos habían estudiado en la universidad de Harvard, Adrian tenía un doctorado en ingeniería y Aidan era médico, y Bailey, la más joven, seguía estudiando. Pero era evidente que tras las atractivas facciones de Adrian Westmoreland, su irresistible encanto y sus títulos universitarios había un hombre capaz de todo.

–No creo que tengamos que recurrir a eso –dijo Trinity, tragando saliva–. Como ha sugerido Tara, podemos hacernos pasar por novios y esperar que eso funcione.

–Si es así como prefieres solucionarlo…

–Sí, claro. Pero no podrías salir con otras chicas durante un tiempo.

Adrian se echó hacia atrás en la silla.

–Dejar a un lado mi vida social hasta que esto se resuelva no es ningún problema para mí.

Ella exhaló un suspiro. Desde que volvió a Dénver para dirigir y trabajar en la empresa de su familia, Blue Ridge Land Management, Adrian tenía una vida social muy activa. No quedaban muchos Westmoreland solteros en la ciudad… de hecho, él era el último. Su primo Stern iba a casarse en unos meses, y todos lo demás estaban casados. Adrian sería un partidazo para cualquier mujer, pero, por lo que le habían contado, lo pasaba en grande saliendo con unas y con otras, sin la menor intención de casarse.

Y se alegraba de que no estuviera interesado. La única razón por la que estaban allí era porque necesitaba su ayuda para librarse del doctor Belvedere. De hecho, era la primera vez que se veían desde que se mudó a Dénver hacía ocho meses. Adrian, al contrario que el resto de sus parientes, que tenían un rancho a las afueras de la ciudad, vivía en el centro de Dénver, como ella.

–Creo que deberíamos poner el plan en acción ahora mismo.

La voz de Adrian interrumpió sus pensamientos. Y la sorprendió aún más cuando tomó su mano para llevársela a los labios. Trinity intentó no pensar en el extraño aleteo que sentía en el estómago.

–¿Por qué tienes tantas ganas de empezar?

–Es una cuestión de tiempo –respondió él–. No mires, pero el doctor Belvedere acaba de entrar en el restaurante. Y nos ha visto.

Adrian notaba su nerviosismo. Aunque había aceptado la sugerencia de Tara, eso de fingirse su novia no parecía gustarle demasiado.

Y, aunque el doctor Belvedere no sabía conquistar a una mujer, entendía que estuviese loco por ella. ¿A qué hombre no le gustaría? Como su hermana, Trinity era una belleza.

Cuando conoció a Tara años antes, lo primero que le preguntó fue si tenía alguna hermana. Ella sonrió, comprensiva, y respondió que su hermana estaba aún en el instituto.

¿Tanto tiempo había pasado? Adrian recordó la reacción de todos los hombres en la boda de Riley, cuando Trinity apareció con Thorn y Tara. Fue entonces cuando le contaron que pensaba mudarse a Dénver por dos años para hacer la residencia en el hospital.

–¿Estás seguro de que es él? –le preguntó.

–Completamente –respondió Adrian, estudiando sus facciones.

Tenía la piel bronceada, una melena oscura que le caía por los hombros y los ojos de color marrón claro más bonitos que había visto nunca–. Y es lo que había planeado.

Trinity arqueó una ceja.

–¿Cómo que lo habías planeado?

–Cuando Tara me llamó para contarme su idea, decidí poner el plan en acción inmediatamente. Descubrí, gracias a una fuente muy fiable, que Belvedere frecuenta este restaurante, especialmente los miércoles por la noche.

–¿Por eso sugeriste que cenásemos aquí?

–Sí, esa es la razón. El plan es que nos vea juntos, ¿no?

–No estaba preparada para verlo esta misma noche, pero con un poco de suerte se dará cuenta de que no tiene nada que hacer y…

–¿Te dejará en paz? No cuentes con eso –la interrumpió Adrian–. Ese hombre está loco por ti y, por alguna razón, cree que tiene derecho a perseguirte. No será tan fácil que te deje en paz. Sigo pensando que deberíamos romperle una mano y acabar con todo esto de una vez.

–No.

Él se encogió de hombros.

–Lo que tú digas. Pero deberíamos hacer algo para llamar su atención.

–¿Qué?

–Esto –Adrian se inclinó y la besó.

Debería haber sido un mero roce, pero sus bocas se fusionaron como imanes. Era un beso potente, ardiente e inesperado. Sin saber por qué, Trinity quería seguir besándolo, hacer lo que fuera para que el beso no terminase, pero el ruido de platos y cubiertos la hizo recordar dónde estaban y, lentamente, se apartó, dejando escapar un suspiro.

–Tengo la impresión de que hemos llamado su atención. Puede que incluso se haya enfadado.

–¿Y qué más da? Ahora estás conmigo y Belvedere no hará ninguna tontería en público. Pero creo que por esta noche ya hemos actuado suficiente. ¿Nos vamos?

–Sí, claro.

Unos minutos después, Adrian le tomaba la mano para salir del restaurante.

 

 

–¿Qué tal tu cena con Trinity?

Adrian levantó la mirada al escuchar la voz de su primo Dillon. La reunión del consejo había terminado y todos se habían ido de la oficina, dejándolos solos.

Él nunca había visto a Dillon como un magnate de los negocios… hasta que volvió a Dénver para trabajar en la empresa familiar. Hasta entonces siempre lo había visto como el hombre que había mantenido unida a la familia después de la horrible tragedia que se llevó a sus padres.

Los padres de Adrian y sus tíos, los padres de Dillon, habían muerto en un accidente de avión más de veinte años atrás, dejando a Dillon, el primo de más edad, y al hermano mayor de Adrian, Ramsey, como cabezas de familia. Ellos dos habían conseguido mantener a los quince Westmoreland unidos. No había sido fácil, y Adrian era el primero en confesar que él, Aidan, Bane y Bailey, los cuatro más jóvenes, habían sido los más problemáticos. Volver a casa del colegio un día y descubrir que había perdido a sus padres y sus tíos había sido peor que horrible.

No supieron lidiar con el dolor. Se habían rebelado de una manera que lo avergonzaba, pero Dillon, Ramsey y los demás habían sido extraordinariamente comprensivos. Por esa razón, y muchas otras, Adrian adoraba a su familia. Especialmente a Dillon, que se había enfrentado a los servicios sociales para evitar que los llevasen a una casa de acogida.

–Creo que las cosas fueron bastante bien –respondió por fin, sin preguntarse por qué sabía su primo que había cenado con Trinity. Dillon hablaba a menudo con los Westmoreland de Atlanta, especialmente con Thorn, y seguramente Tara habría mencionado algo.

–Espero que el plan funcione. Aunque no entiendo que el gerente del hospital no haga nada. Me da igual el dinero que los Belvedere aporten al hospital, el acoso sexual es algo que nadie debería tolerar. Lo que le está pasando a Trinity no debería pasarle a ninguna mujer.

Adrian estaba de acuerdo. Si fuese por él, Trinity no tendría que tolerarlo.

–Probaremos con el plan de Tara y si no funciona…

–Los Westmoreland nos encargaremos de ello, de manera legal –lo interrumpió Dillon–. No quiero que te metas en líos, esos días ya han pasado.

Adrian no dijo nada porque recordaba bien «esos días».

–No haré nada ilegal, no te preocupes –le aseguró. Por supuesto, no le habló de la sugerencia de romperle una mano al canalla–. ¿Conoces a alguien de la familia Belvedere?

–Roger, el hermano mayor, y yo, estamos en el consejo de dirección de un par de empresas, pero no somos amigos porque es arrogante y estirado. He oído que todos los Belvedere son así.

–Una pena –murmuró Adrian, levantándose de la silla.

–Los Belvedere hicieron una fortuna en la industria alimenticia, en productos lácteos. Tengo entendido que Roger tiene aspiraciones políticas y pronto anunciará que se presenta a gobernador.

–Pues le deseo lo mejor. El problema lo tenemos con su hermano Casey. Nos vemos más tarde.

Una hora después, Adrian había terminado un informe importante que necesitaba su primo Canyon. Él y otro de sus primos, Stern, eran los abogados de la empresa. Por el momento, Adrian era el único de su rama de la familia que trabajaba en la empresa Blue Ridge, fundada por su padre y el padre de Dillon hacía más de cuarenta años.

Había quince Westmoreland en Dénver. Sus padres, Thomas y Susan Westmoreland, habían tenido ocho hijos, cinco chicos: Ramsey, Zane, Derringer y los gemelos, Adrian y Aidan, y tres chicas, Megan, Gemma y Bailey.

Su tío Adam y su tía Clarisse habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Bane. La familia estaba muy unida y normalmente se reunían los viernes para cenar en casa de Dillon. Él había faltado a las dos últimas cenas, pero como supuestamente estaba saliendo con Trinity, sus días de juerga tendrían que esperar.

Adrian tiró el bolígrafo encima de la mesa y se reclinó en el sillón, pensando por enésima vez en el beso que habían compartido en el restaurante. Un beso que le había dado casi sin pensar. Podría decirse sí mismo que solo lo había hecho para engañar a Belvedere, pero él sabía la verdad.

Todo había empezado cuando fue a buscar a Trinity a casa. Ella debía estar mirando por la ventana, porque antes de que saliera del coche ya estaba en la puerta y había tenido que hacer un esfuerzo para no sonreír como un cocodrilo.

Qué guapa era. Y no era solo el bonito vestido estampado o los zapatos azules de tacón, a juego con el bolso. Ni su pelo, liso, suelto, destacando una estructura ósea perfecta. Era todo el conjunto y le había parecido incluso más guapa que en la boda de Riley.

Adrian contuvo el aliento al recordar el sabor de sus labios, tan irresistiblemente dulces.

Trinity había vuelto en silencio en el coche. Mejor, porque él estaba ardiendo. Gran error. ¿Cómo iba a evitar que Belvedere le pusiera las zarpas encima cuando solo podía pensar en ponerle encima sus propias zarpas?

Nervioso, se levantó para acercarse a la ventana, desde la que podía ver todo el centro de Dénver. Cuando Tara lo llamó para hablarle de su plan había pensado que no sería ningún problema hacerse pasar por el novio de su hermana durante unos días, pero no había contado con aquella irresistible atracción. Una atracción que le ocupaba todos los pensamientos. Y eso no era bueno.

Frustrado, se pasó una mano por la cara. Trinity no era la primera mujer por la que se sentía atraído, y no sería la última. Respirando profundamente, miró su reloj. Iba a cenar en McKays con Bailey y la sorprendería por una vez llegando puntual.

Pero antes de irse llamaría a Trinity para ver cómo habían ido las cosas en el hospital. Quería comprobar que Belvedere no la había molestado después de verlos juntos en el restaurante.

 

 

–¿Qué tal anoche con Adrian?

Trinity se dejó caer en el sofá del salón después de un largo día de trabajo. Sabía que Tara la llamaría tarde o temprano y querría detalles.

–Genial –respondió–. El doctor Belvedere nos vio juntos en el restaurante.

–¿Ah, sí?

–Sí.

–¿Fue una coincidencia o lo teníais planeado?

–Parece que Adrian no pierde el tiempo. Se enteró de que Belvedere suele cenar en ese restaurante los jueves y reservó mesa allí. Pero no me lo contó, y cuando apareció yo no estaba preparada.

–Bueno, da igual. Tú quieres terminar con esta situación lo antes posible, ¿verdad?

–Claro que sí, pero…

–¿Pero qué?

–No había contado con un par de cosas.

–¿Qué cosas?

Trinity se mordió los labios, intentando decidir qué información debía compartir con su hermana. Aunque había diez años de diferencia entre ellas, siempre habían estado muy unidas. Incluso cuando Tara se marchó a la universidad, volvía a casa en cuanto le era posible. Después de todo, Derrick Hayes, su novio desde el instituto y el hombre con el que estaba prometida, vivía allí.

Pero entonces llegó el terrible día de la boda. Su hermana estaba guapísima del brazo de su padre, más radiante que ninguna otra novia. Entonces ella era una adolescente, y ver a Tara con ese vestido tan bonito la había hecho soñar con su propia boda…

Pero antes de que el sacerdote pudiese decir nada, Derrick detuvo la ceremonia y, delante de todo el mundo, anunció que no podía seguir adelante porque no estaba enamorado de Tara sino de Danielle, la mejor amiga de su hermana y dama de honor en la boda.

Trinity jamás olvidaría la angustia, el dolor y la humillación que había visto en los ojos de Tara. Ni sus lágrimas cuando Derrick tomó la mano de Danielle para salir de la iglesia.

Tara se había ido de Bunnell esa misma noche y no volvió hasta dos años más tarde. Fue entonces cuando el famoso piloto de motos Thorn Westmoreland hizo una proposición de matrimonio en público de la que todos seguían hablando diez años después. Su cuñado había restaurado su fe en los hombres. Y sabía que adoraba a su hermana, que era lo más importante.

–¿Trinity? ¿Qué cosas? –la voz de Tara la devolvió al presente.

–Nada, nada. Aparte de que me gustaría que Adrian no fuese tan guapo. No te podrías creer cómo lo miraban las mujeres anoche.

Decidió no contarle que la había besado delante de todas esas mujeres, aunque lo había hecho para que lo viese el doctor Belvedere. No había esperado el beso y se había ido a la cama pensando en él. Por la mañana no tenía las cosas mucho más claras y el trabajo no la había ayudado a olvidarlo.

–Sí, es muy guapo –asintió Tara–. Todos los Westmoreland lo son. Y no te preocupes por las otras mujeres. Adrian está soltero, pero si va a hacerse pasar por tu novio te prestará toda su atención.

Trinity suspiró. En realidad, era eso lo que le daba miedo.

–Adrian no cree que me deje en paz solo por habernos visto en el restaurante.

–Si está obsesionado contigo, probablemente no.

–Pues yo espero que entienda el mensaje.

–Y yo creo que estás en buenas manos –dijo su hermana.

Trinity no estaba tan segura. Especialmente porque recordaba bien las manos de Adrian. Tenía unos dedos largos, finos. Se había preguntado más de una vez cómo sería sentir esos dedos sobre su piel…

–¿Trinity?

Ella parpadeó, intentando concentrarse en la conversación.

–¿Sí?

–¿Sigues llevando el diario?

Tara había sugerido que anotase cada vez que Casey Belvedere intentaba propasarse con ella.

–Sí, sigo llevando el diario.

–No te preocupes por nada. No habría sugerido que hablases con Adrian si no creyera que él puede ayudarte.

–Lo sé, pero…

–¿Pero qué?

–Nada, espero que esto salga bien.

–Yo también. Y si no, tendremos que pasar al plan B.

–¿Cuál es el plan B?

–Aún no lo he pensado –respondió su hermana.

Trinity soltó una carcajada.

–Con un poco de suerte, no tendremos que recurrir a otro plan.

–Y, mientras tanto, disfruta de Adrian. Hay que aguantar mucho cuando estás haciendo la residencia, pero somos médicos, no hacemos milagros. También tenemos una vida privada y todo el mundo necesita relajarse. Recuerda que el estrés mata.

–Lo recordaré.

Unos minutos después Trinity cortó la comunicación, y estaba a punto de ir a la cocina para hacer una ensalada cuando sonó el móvil de nuevo y el corazón se le aceleró al pensar que podría ser Adrian.

Enseguida frunció el ceño, preguntándose por qué reaccionaba de esa forma. No eran novios de verdad. ¿Por qué tenía que recordarse a sí misma que solo era una farsa para que el doctor Belvedere la dejase en paz?

–¿Sí?

–Hola, soy Adrian. ¿Qué tal en el trabajo?

Trinity deseó que no tuviese una voz tan masculina. O que no estuviera tan atractivo con un traje de chaqueta, como el día anterior cuando fue a buscarla. Parecía recién salido de una revista de modelos masculinos y, además, mostrando unas maneras impecables, había salido del coche para abrirle la puerta…

Aunque no eran sus maneras lo que le atraían. Era tan alto que tenía que inclinar un poco la cabeza hacia atrás para mirar unos ojos y un rostro que la habían dejado sin aliento. Trinity suspiró. Pero entonces recordó la pregunta.

–Bien, porque el doctor Belvedere tenía el día libre, pero vuelve mañana.

–Con un poco de suerte, se habrá dado cuenta de que no tiene nada que hacer, pero mantendremos la farsa hasta que acepte que tienes novio.

Un novio de mentira… ¡pero qué novio!

–¿Crees que después de vernos anoche pensará que somos una pareja?

–Lo pensará, pero que lo acepte es otra historia.

Trinity se mordió los labios.

–Espero que estés equivocado.

–Yo también. Ya veremos qué pasa, pero, por si acaso, deberíamos quedar este fin de semana. ¿Qué tal el sábado por la noche?

–Podríamos ir al teatro.

–No sería mala idea.

Tara había sugerido que saliese más y no trabajase tanto. Además, Adrian y ella debían ser vistos por la ciudad todo lo posible para que el doctor Belvedere entendiese el mensaje.

–¿Crees que Belvedere irá al teatro el sábado?

Adrian rio y Trinity reaccionó de una manera extraña ante esa risa. Se le puso la piel de gallina.

–No estoy seguro, pero da igual. Cuanto más nos vean juntos, más creíble será la historia. ¿Entonces te parece bien el sábado por la noche?

–Sí –respondió ella–. Además, tengo el fin de semana libre.

–Estupendo. Iré a buscarte a las siete.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

«Es una cita de mentira». «¿Por qué estoy tan nerviosa?». Trinity se hacía esa pregunta mientras tiraba otro vestido sobre la cama.

Como todos los demás, no le gustaba. O eran demasiado elegantes o no lo suficiente o demasiado aburridos, o demasiado llamativos… Frustrada, se pasó una mano por el pelo, deseando tener el estilazo que tenía su hermana. Tara y Thorn siempre iban elegantísimos y llamaban la atención, pero incluso antes de convertirse en la señora Westmoreland todo el mundo decía que Tara parecía más una modelo que una pediatra.

Trinity miró su reloj. Solo faltaba una hora para las siete y aún no había encontrado un vestido que le gustase. Ella no salía mucho, y gracias a Casey Belvedere se veía obligada a salir con un hombre al que apenas conocía…

Por el momento las cosas iban bien. Belvedere no había ido a trabajar, y todo el mundo parecía respirar más tranquilo. Nadie tenía que mirar por encima del hombro, temiendo que el doctor Belvedere apareciese. Ella no era la única que lo veía como un ser insoportable.

Pensando que debía seguir el consejo de Tara y pasarlo bien para variar, eligió unos pantalones vaqueros y un jersey verde. Estaban a mediados de marzo y en Florida la gente saldría a la calle en manga corta, pero en Dénver aún era invierno. Y dudaba que ella pudiera acostumbrarse al frío.

–Y por eso tienes que terminar tu residencia –murmuró para sí misma mientras entraba en el baño para ducharse–. Luego podrás volver a Florida.

Media hora después, duchada, maquillada y vestida, sonreía ante el espejo. Adrian debía haber cancelado alguna cita para salir con ella esa noche, y lo mínimo que podía hacer era estar presentable.

Pero cuando miró el reloj comprobó que solo tenía veinte minutos y aún no se había arreglado el pelo. Estaba sacando un rizador del cajón cuando le sonó el móvil y en la pantalla vio el nombre de Adrian. ¿Llamaría para cancelar la cita?

Hizo un esfuerzo para controlar las mariposas que le revoloteaban por el estómago.

–¿Sí?

–Estoy aquí.

–¿Dónde?

–Delante de tu casa.

–Pero… llegas temprano.

–¿No has terminado de arreglarte?

–Pues… –Trinity se miró al espejo– aún no me he arreglado el pelo.

–Tengo tres hermanas, así que lo entiendo. Puedo esperar… dentro.

–Espera un momento, te abro enseguida.

Alegrándose de estar vestida, Trinity se dirigió a la puerta.

«Tranquilízate, solo es Adrian. Es casi de la familia», se dijo a sí misma. Pero cuando abrió la puerta, eso no le sirvió de nada.

Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular y fracasó miserablemente. Estaba como hipnotizada. Si le había parecido guapo con un traje de chaqueta, esa noche era un escándalo. Había algo especial en un hombre alto y guapo con pantalones vaqueros, camisa blanca y chaqueta de pana oscura. Y el sombrero Stetson servía para dar el toque final.

–Ah, ahora lo entiendo. Por favor, hazte algo en el pelo ahora mismo.

Trinity se llevó una mano a la cabeza, atónita. Pero al darse cuenta de que era una broma tuvo que sonreír.

–¿Tan mal está?

–A tu pelo no le pasa nada. Es precioso.

–No, qué va. Es demasiado liso.

–Unos lo tienen liso, otros lo tienen rizado. Como he dicho, tengo tres hermanas.

Trinity conocía a sus hermanas y le parecían encantadoras.

–¿Quieres tomar algo mientras esperas?

–¿Qué tienes?

–Refrescos, cerveza, vino y limonada.

–Un refresco.

–Ahora mismo.

Cuando abrió la nevera, el golpe de aire frío la refrescó un poco. No podía creer que se hubiera excitado solo con mirarlo, pero aquel hombre tenía una especie de aura erótica o algo parecido. Debía admitir que Adrian Westmoreland era un ejemplar masculino de primera. El tipo de hombre con el que una mujer haría cosas que no haría con ningún otro.

–Bonita casa.

En medio de la cocina parecía más alto, más grande, más sexy.

–Es alquilada. Era esto o alquilar una casa más grande y compartirla con alguien –respondió, mientras servía el refresco en un vaso.

–Yo creo que esta te pega mucho.

–¿En qué sentido?

Adrian la miró de arriba abajo y el corazón se le aceleró.

–Bonita, limpia, elegante.

¿Eran imaginaciones suyas o sus ojos se habían oscurecido hasta parecer de color chocolate? ¿Estaba flirteando con ella?

–Disfruta de tu refresco mientras yo me arreglo el pelo.

–¿Necesitas ayuda?

Trinity sonrió mientras salía de la cocina.

–Creo que puedo arreglármelas sola.

Adrian tomó un largo trago de refresco mientras admiraba su trasero. Aunque no debería. Tara lo despellejaría vivo si se enteraba. Y si Tara se lo contaba a Thorn, no habría ninguna esperanza, porque con Thorn no se jugaba.

«Lo que tienes que hacer es fingir que es tu novia delante de la gente y no mirarle el trasero. Ya cruzaste la línea con ese beso… no empeores la situación».

¿Había algo peor que desear a una mujer y no poder tenerla? Entonces sonrió, pensando en el doctor Belvedere.

–Ya estoy lista.

Adrian se volvió y estuvo a punto de atragantarse. Trinity se había rizado las puntas y ese estilo le quedaba de maravilla. Estaba guapísima, de arriba abajo.

–Estás… muy bien.

–Gracias, tú también. Pero no me has dicho qué vamos a ver.

–¿Ah, no? Ah, entonces será una sorpresa. Le he preguntado a Tara cuál es tu postre favorito y me ha hablado de tu fascinación por el pastel de queso con frambuesas, así que tomaremos pastel de queso y café cuando termine la función.

–Ah, qué detalle.

–Soy una persona detallista –dijo él–. ¿Nos vamos?

–Sí, claro.

Adrian dejó el vaso sobre la encimera y la tomó del brazo.

–Hoy llevas un coche diferente –comentó ella mientras cerraba la puerta. Esa noche era un Lexus cupé de color rojo.

–Un amigo mío tiene un concesionario de Lexus y me deja usar diferentes modelos. Cree que es buena publicidad, y la verdad es que tiene razón, porque varias personas han ido al concesionario a comprar coches.

–Y seguro que la mayoría eran mujeres.

Adrian rio mientras le abría la puerta.

–¿Por qué crees eso?

–Una intuición. ¿Estoy en lo cierto?

–Posiblemente.

–Venga, admítelo, no pasa nada. Me han contado que eres un donjuán.

–¿Ah, sí? ¿Quién te lo ha contado?

–Prefiero no revelar mis fuentes.

–¿Crees que son fuentes fiables?

–Estoy segura.

–Solo hay una fuente fiable cuando se trata de mí –dijo Adrian, mientras se ponía el cinturón de seguridad.

–¿Y quién es? –preguntó ella, enarcando una ceja.

–Yo mismo. Puedes preguntarme lo que quieras… dentro de un límite.

Trinity sonrió.

–Ah, entonces esta es mi primera pregunta: ¿los clientes que han ido al concesionario de tu amigo eran mujeres?

Él le devolvió la sonrisa.

–Admito que sí.

–No me sorprende.

–¿Por qué no?

–Por varias razones.

–¿Cuáles?

Trinity lo miró cuando detuvo el coche en un semáforo.

–Entiendo que algunas mujeres te encuentren… persuasivo.

–¿Crees que tengo tanta influencia?

–He dicho algunas mujeres, no todas.

–¿Y tú? ¿Quieres comprar un coche nuevo?

Trinity le sostuvo la mirada.

–A menos que sea gratis, no me interesa. El que tengo ahora mismo me lleva de un sitio a otro estupendamente. No podría pedir nada mejor.

–Puedes, pero no quieres –dijo él.

–¿Por qué dices eso?

Adrian arrancó de nuevo y no respondió hasta que paró en otro semáforo.

–Tú no eres la única que cuenta con fuentes fiables. Tengo entendido que bajo esos rizos hay un cerebro muy independiente.

Trinity se encogió de hombros.

–Soy así, es verdad. Mis padres nos educaron para que fuéramos independientes.

–¿Es por eso por lo que al principio no te gustó el plan de Tara?

–Tendrás que admitir que es un poco raro.

–A mí me parece un medio para llegar a un fin.

–Espero que funcione.

–Así será, ya lo verás.

Trinity iba a preguntar por qué estaba tan seguro cuando vio que paraba frente a un edificio precioso.

–Bonito sitio.

–Me alegro de que te guste. Era un hotel, pero lo han reformado y convertido en un teatro. El grupo de Pam está ensayando una producción que estrenarán aquí.

Trinity sabía que la mujer de Dillon, que había sido una conocida actriz antes de casarse, tenía una escuela de interpretación en la ciudad.

–Qué estupendo, ¿no?

–Sí, desde luego.

Cuando llegaron a la puerta, el empleado del teatro saludó a Adrian.

–Buenas noches, señor Westmoreland.

–Hola, Paul. Creo que hay dos entradas reservadas para mí.

–Sí, aquí están –el hombre le entregó un sobre y Adrian comprobó el contenido.

–Llegamos temprano, así que podemos tomar una copa en el bar.

–Muy bien.

Cuando entraron en el bar, Trinity miró alrededor. Estaba lleno de gente, todos en actitud festiva.

–¿Qué quieres tomar?

–Una cerveza.

–Entonces, yo también tomaré una.

Adrian estaba pidiendo las dos cervezas cuando una pareja pasó a su lado.

–¿Roger?

Un hombre de unos treinta y tantos años lo miró con curiosidad.

–Sí, soy Roger. Pero… disculpa, no recuerdo tu nombre.

–Adrian Westmoreland. Nos conocemos por mi hermano, Dillon.

No era cierto, pero Roger no se acordaría, estaba seguro.

–Ah, sí, claro. Ahora me acuerdo. Te presento a mi mujer, Kathy.

Adrian estrechó su mano y se volvió hacia Trinity.

–Os presento a mi chica, la doctora Matthews. Trinity, te presento a Roger y Kathy Belvedere.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su sorpresa.

–Encantada.

–Lo mismo digo –Roger sonrió–. ¿En qué hospital trabajas? Conozco todos los hospitales de la ciudad. De hecho, mi familia está patrocinando la construcción de la nueva ala de pediatría en el Dénver Memorial.

–Trabajó allí, en pediatría precisamente, así que sé de la construcción. Hace mucha falta y estamos deseando que la terminen.

La sonrisa de Roger se hizo más grande.

–Si trabajas en el Dénver Memorial conocerás a mi hermano, Casey Belvedere.

–Sí, claro que lo conozco.

–Le diré que nos hemos encontrado contigo.

Cuando la pareja se alejó, Trinity miró a Adrian con una sonrisa en los labios.

–Sabías que iban a estar aquí esta noche, claro.

–Y, sin la menor duda, le hablará de este encuentro a su hermano.

Trinity asintió mientras tomaba un trago de cerveza. Esa noche era otra estrategia en el plan de Adrian. ¿Por qué estaba sorprendida… y un poco decepcionada?

En ese momento anunciaron que la obra comenzaría en quince minutos y, mientras terminaban sus cervezas, decidió que fuera cual fuera la razón por la que Adrian la había llevado allí esa noche, iba a pasarlo bien.

 

 

Después del teatro fueron a Andrew’s, un sitio conocido por servir los mejores postres de Dénver. Y aunque disfrutó de la tarta de queso con helado de vainilla, Adrian decidió que le gustaba más escuchar la voz de Trinity. De hecho, le gustaba hablar con ella.

Le contó que su padre tenía una clínica en Bunnell, donde sus hermanos trabajaban como médicos y su madre como enfermera.

Ella había querido estar cerca de casa, por eso había estudiado en la universidad de Bunnell antes de irse a Florida. Aunque era una ciudad universitaria, Gainesville conservaba el ambiente de una ciudad de provincias, y le gustó tanto que terminó allí la carrera.

También le contó que prefería una ciudad pequeña a una grande, que Dénver le parecía demasiado ruidosa y que quería terminar la residencia para volver a Bunnell.

Adrian se echó hacia atrás en la silla.

–¿Por qué no admites que quieres volver allí porque tienes un novio esperándote?

Trinity arrugó la nariz, un gesto que le pareció encantador.

–No tengo ningún novio esperándome allí. Después de lo que Derrick le hizo a Tara no tengo intención de salir con nadie.

Uno de sus primos le había hablado del fiasco. No podía entender que un hombre dejase a una mujer tan guapa como Tara Matthews Westmoreland plantada en la iglesia. Tenía que estar loco.

–¿No te fías de los hombres por lo que le pasó a Tara?

Trinity estaba chupando la nata del tenedor y ese gesto hizo que se le encogiera el estómago. Nervioso, Adrian tomó un trago de agua para calmarse.

–Peor que eso. Me enseñó a no entregarle mi corazón a ningún hombre.

–Pero al final a Tara las cosas le han ido bien, ¿no? Conoció a Thorn.

–Sí, es verdad, y me alegro mucho. Thorn hace muy feliz a mi hermana.

–¿Lo ves? A veces hay finales felices.

–Si, a veces, pero no lo suficiente como para arriesgarse.

–¿Entonces no piensas enamorarte nunca?

–No si puedo evitarlo. Ya te he dicho lo que quiero.

–Volver a Bunnell y trabajar con tu padre y tus hermanos en la clínica.

–Eso es.

Adrian volvió a llenar su vaso de agua.

–¿Y tu felicidad?

–¿Mi felicidad?

–¿No quieres hacerte mayor con alguien?

–¿Y tú?

Adrian lo pensó un momento.

–Yo pienso disfrutar de la vida el tiempo que sea posible. Imagino que en algún momento querré casarme y tener hijos, pero por el momento hay suficientes Westmoreland en el mundo. Cada vez que vuelvo a casa tengo que acudir a una boda o un bautizo.

–Me han contado que los Westmoreland de Dénver se pusieron en contacto con los de Atlanta, pero tengo entendido que hay más primos por ahí, ¿no?

Se refería a la investigación que estaba haciendo el marido de Megan, Rico, que era investigador privado.

–Parece que nuestro bisabuelo, Raphel Westmoreland, tuvo relaciones con cuatro mujeres antes de casarse con mi bisabuela, Gemma. Ya han localizado a tres, pero siguen investigando. Rico y Megan han descubierto que una de ellas, Clarice, tuvo un hijo con Raphel del que él no sabía nada. Clarice murió en un descarrilamiento, pero antes le había entregado el niño a otra mujer que había perdido a su familia, una mujer de apellido Outlaw.

–Ah, qué interesante.

Adrian miró su reloj.

–Aún es temprano. ¿Quieres hacer algo más antes de volver a casa?

–¿Temprano? Es casi medianoche.

–¿Ya es hora de ponerse el pijama? –bromeó él.

–No, no es eso.

–Entonces, vamos a disfrutar de la noche. Conozco el sitio perfecto.

 

 

Media hora después, Trinity estaba segura de haber perdido la cabeza. ¿Cómo había dejado que Adrian la convenciera para escalar una pared artificial en un circuito deportivo?

Pero allí estaba, con sus botas de escalada, un arnés, una cuerda y todo lo que se necesitaba para escalar una pared artificial.

–¿Lista?

Había un brillo de emoción en sus ojos y pensó que aquello era algo que hacía habitualmente, pero ella no era una chica muy atlética.

¿Entonces por qué había dejado que la convenciera?

Tal vez porque había tomado su mano mientras salían del restaurante. El cosquilleo que sintió había pulverizado su sentido común. O podría ser su sonrisa, tan contagiosa…

Adrian chascó los dedos frente a su cara y Trinity salió de la ensoñación.

–Oye, despierta. Tienes que estar concentrada.

Trinity miró la pared que debía escalar. Supuestamente, era para principiantes, pero ella tenía serias dudas.

Adrian sonrió y a ella se le encogió el estomago.

–Puedes hacerlo. Se nota que estás en forma.

Ella puso los ojos en blanco.

–Las apariencias engañan.

–Entonces, esto te pondrá en forma. Aunque no creo que lo necesites, en serio.

Trinity tragó saliva. ¿Estaba flirteando con ella?

–¿Lista para intentarlo?

–Es ahora o nunca, supongo.

Adrian sonrió.

–Lo harás muy bien, ya verás. Debes poner las manos y los pies en los salientes que hay en la pared, ¿los ves?

Trinity hizo una mueca.

Resignándose a lo inevitable, levantó una pierna. Pero cuando Adrian le puso las manos en el trasero la bajó.

–¿Qué haces?

–Empujándote.

–No lo necesito, y cuidadito con las manos.

Adrian sonrió, haciéndose el inocente.

–Muy bien, pero solo intentaba darte un empujoncito, no estaba intentando aprovecharme.

No lo creía, pero en lugar de discutir se dio la vuelta para empezar a escalar el muro.

Después de cada intento tenía que pararse para buscar aliento, pero había llegado hasta la mitad de la pared.

–Lo haces muy bien –la animó Adrian.

No era lo que había dicho sino cómo lo había dicho lo que hizo que mirase hacia abajo, pero estuvo a punto de perder pie. Adrian estaba mirando su trasero con todo descaro.

–Bueno, ya está bien –frustrada, Trinity empezó a bajar.

–¿Ya te rindes?

–¿Tú qué crees?

–Creo que eres una tentación.

¿Por qué tenía que decir eso? ¿Y por qué tenía que decirlo mientras la miraba con esos ojos tan ardientes? Lo último que necesitaba era estar acalorada mientras descendía.

–Considerando la naturaleza de nuestra relación, creo que te estás pasando de la raya –le dijo cuando llegó al suelo.

–¿Por qué? Y, antes de que te enfades, hay algo que debes tomar en consideración.

–¿Qué?