Un beso en París - Scarlet Wilson - E-Book
SONDERANGEBOT

Un beso en París E-Book

Scarlet Wilson

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El príncipe al que nunca pudo olvidar. Hacía diez años que la logopeda Ruby Wetherspoon había compartido un inolvidable beso robado de Nochevieja en París con Alex, un enigmático desconocido. Un beso que nunca había olvidado. Pasado ese tiempo, y tras haber conseguido ser una renombrada profesional en su campo, se sorprendió al recibir la visita de Alex… el príncipe Alexander de Euronia, que apareció para pedirle ayuda. El deber había obligado al príncipe Alexander a mantenerse lejos. Sin embargo, en ese momento tenía la oportunidad de intentar que los sueños de ambos se hicieran realidad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 188

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Scarlet Wilson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso en París, n.º 2616 - abril 2017

Título original: The Prince She Never Forgot

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9524-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Diez años antes…

 

PODÍA sentir la electricidad en el aire, la emoción. Era como si el mundo entero hubiera decidido celebrar la Nochevieja en París. La multitud la empujaba hacia delante, siguiendo la ruta que iba desde los Campos Elíseos hasta la Torre Eiffel.

–¿No te alegras de haber venido? –gritó su amiga Polly de repente, hablándole directamente al oído y derramándole algo de vino sobre la manga–. Este es el mejor sitio del mundo ahora mismo.

–Sí, lo es –murmuró Ruby.

Sin duda era mucho mejor que quedarse en casa, pensando en el trabajo que nunca se iba a dar, o en el novio que jamás debería haber tenido.

Polly dejó escapar una risotada que más bien era un grito.

–Los fuegos artificiales empiezan dentro de una hora. ¡Vamos a acercarnos a la primera fila!

Ruby asintió con la cabeza al tiempo que la empujaban desde detrás. Su grupo era de diez personas, pero cada vez se hacía más difícil permanecer juntos.

–Tengo que encontrar un aseo antes de que vayamos a ver los fuegos –le susurró a Polly–. Dame cinco minutos.

Había toda clase de cafeterías y bares abiertos a lo largo de los Campos Elíseos, pero, desafortunadamente, todas las mujeres de la ciudad parecían encontrarse en la misma situación que ella.

Le hizo señas a Polly.

–Sigue adelante. Te veo frente al cartel que vimos antes.

El grupo ya había hecho planes para la noche. Iban a cenar en un barco que navegaba por el río y después iban a tomar algo en el hotel. Más tarde darían una vuelta por los Campos Elíseos y terminarían encontrándose frente a la Torre Eiffel para ver los fuegos artificiales. Ya habían acordado verse en un sitio concreto en caso de que alguien se perdiera, lo cual era más que probable en una noche como esa.

Ruby se detuvo al final de una cola interminable y esperó hasta que llegó su turno. Después volvió a adentrarse en la multitud. En los treinta minutos que habían transcurrido desde el momento en que había llegado a la cola todo el mundo parecía haber salido a la calle.

La gente se dirigía en dirección a la avenida de Jorge V, llevándose por delante a cualquiera que estuviera lo bastante cerca como para verse arrastrado por la masa en movimiento. En parte era una experiencia aterradora, pero por otro lado también era emocionante.

La multitud se hizo más grande en los alrededores de la Calle de la Universidad. Estaba abarrotada; todos iban hacia la torre. Ruby miró el reloj. Ir al baño no había sido una buena idea. Localizar a sus amigos iba a ser una misión imposible.

Pero tampoco estaba muy preocupada al respecto. Había buen ambiente entre la gente. Todos se divertían, bebiendo vino y cantando. Además, la policía la hacía sentir segura, aunque estuviera sola.

A su alrededor oía una docena de lenguas distintas… Inglés, español, italiano, japonés, árabe… Y todos se mezclaban con el francés. Las calles habían sido decoradas con luces de colores y guirnaldas de todo tipo que habían quedado tras la Navidad. Ruby se desabrochó los botones de su abrigo rojo de lana. Esperaba que hiciera mucho frío en París en diciembre, pero el calor de la gente subía la temperatura.

Agarró con fuerza el bolso que se había cruzado por delante del cuerpo. Sin duda habría unos cuantos carteristas merodeando por allí. De repente sintió que sonaba su teléfono móvil y trató de salir de la masa de gente. La gente se había detenido, pero los que iban detrás seguían empujando. Las calles estaban atestadas. No había manera de avanzar.

Ruby se movió hacia los lados. Abrió el bolso y sacó el teléfono. ¿Dónde estás?

Era Polly. Sus amigos debían de estar esperándola en el lugar acordado. Ruby tecleó con rapidez.

No sé si voy a poder llegar hasta vosotros, pero lo voy a intentar.

Presionó el botón de enviar justo cuando alguien la empujaba desde atrás. El teléfono se le escurrió entre las manos.

–¡Oh, no!

El aparato salió despedido hacia un lado tras recibir una patada y Ruby no tardó en perderlo de vista. Trató de empujar hacia los lados, pero no pudo. Aquello era un océano de seres humanos e iba en la dirección equivocada.

–¡Oye! ¡Ten cuidado! ¡Ah!

Le pisaron los pies y entonces recibió un fuerte golpe en las costillas que la dejó sin aliento. Era imposible avanzar. Levantó la vista durante unos segundos, intentó abrirse camino entre la gente y entonces volvió a bajar la vista, buscando entre el caos de pies con la esperanza de localizar el teléfono.

Un golpe en el hombro la hizo aterrizar contra un montón de alemanes escandalosos.

–Lo siento. Lo siento.

Ellos se reían. Hacían bromas sin parar y olían a cerveza. Ruby volvió a intentarlo una vez más, pero no logró avanzar. Era inútil. No había forma de salir de allí. Poco a poco comenzó a sentir una presión creciente en el pecho. Nadie le estaba haciendo nada, pero la sensación de verse rodeada de una masa de gente se había vuelto asfixiante. Trató de respirar profundamente y levantó los codos, intentando abrirse camino hacia un lado. Solo se movía en una dirección, y la gente la presionaba cada vez más.

De pronto sintió de una bocanada de aire ebrio sobre la mejilla. Demasiado cerca… Una mano en la espalda… Alguien la empujaba.

–Dejadme salir. Dejadme pasar. ¡Moveos, por favor!

De repente sintió una mano entre los hombros que le tiraba del abrigo, alzándola. Un brazo fuerte la rodeó de la cintura, tirando de ella hasta liberarla del enjambre humano.

Ruby se detuvo en seco al toparse contra un pectoral que era como una pared.

–¿Te encuentras bien?

Ruby se tambaleó un instante. La mano y el brazo que la habían rescatado habían desaparecido en cuanto había quedado libre. Sus pies se detuvieron abruptamente al dar contra una pared.

–¿Te encuentras bien?

Ruby trató de recuperar el equilibrio aprovechando el punto de apoyo. Se aferró a una manga que tenía al alcance de la mano, tratando de recuperar la estabilidad.

La voz volvió a sonar de nuevo.

–¿Te encuentras bien? ¿Estás borracha?

Había un ligero tono de decepción en aquella voz.

Ruby recuperó el equilibro contra la pared y entonces respiró profundamente antes de volverse hacia la persona que la había rescatado. ¿Cómo se atrevía a acusarla de estar borracha?

Las palabras, sin embargo, no llegaron a salir de su boca. Unos ojos azules brillantes y un pectoral imponente le bloquearon el campo de visión.

Incluso en mitad de una noche oscura en París, esos ojos azules eran capaces de llamar la atención. Era un hombre alto, de pelo oscuro, con unas espaldas anchas, y llevaba una simple camiseta blanca, vaqueros y un abrigo de color oscuro. ¿Cómo había podido toparse con el tipo más guapo de París sin que hubiera testigos? Nadie iba a creerla.

Automáticamente levantó las manos.

–No. No. No estoy borracha. Solo me quedé atrapada en una multitud que iba en dirección contraria.

De pronto la actitud del misterioso salvador cambió. Esbozó una sonrisa.

–¿Qué? ¿Ya te vas a casa? ¿No quieres ver los fuegos artificiales?

Al oír su acento Ruby sintió cosquilleos sobre la piel. Sonaba a francés, pero también había algo más.

Era evidente que le estaba tomando el pelo y Ruby sintió que podía respirar, aliviada. Además, tampoco tenía nada de malo divertirse un poco.

Ruby suspiró.

–No. No me voy a casa, al menos hoy no. Claro que quiero ver los fuegos –extendió las manos para no precipitarse sobre la gente que tenía delante–. Pero no quiero verlos así.

La multitud se había detenido de nuevo. Ruby levantó la mirada y contempló la marea de gente.

–Se supone que iba a encontrarme con unos amigos.

–¿Te has perdido?

Él parecía preocupado.

–No exactamente.

Ruby se volvió hacia él. Una ráfaga del aroma de su aftershavellegó hasta ella.

–Íbamos a encontrarnos cerca de un cartel, delante de la Torre Eiffel –sacudió la cabeza–. No tengo absolutamente ninguna posibilidad de llegar hasta allí.

No tenía intención de abandonar la seguridad temporal que le ofrecía la pared.

Él sonrió al verla mirar hacia abajo, en dirección a toda la gente que se agolpaba bajo la pared.

–Puede que tengas razón. Siento haberte asustado, pero parecías estar en problemas. Pensaba que iba a darte un ataque de pánico.

Ruby sintió que su corazón dejaba de revolotear. Por fin comenzaba a respirar con regularidad. La sensación había sido rara, casi desconocida para ella. Ruby Wetherspoon no sufría ataques de pánico.

–Sí. De repente me vi en problemas. Gracias. Nunca me he encontrado en medio de una masa como esta en toda mi vida.

Se quitó el abrigo para tomar un poco el aire y también se quitó el sombrero rojo que llevaba.

–Bueno… Así está mucho mejor.

–Por supuesto.

Él sonreía y, durante una fracción de segundo, Ruby se sintió algo incómoda, pero la sensación no duro mucho. Esos ojos eran amables, diáfanos…

Él asintió lentamente.

–Las multitudes son… difíciles.

Era una combinación curiosa de palabras, pero Ruby sabía que sus jirones de francés sonarían mucho peor que su inglés.

–Y tú lo sabes porque…

Él hizo una mueca desconcertante. Aquella pregunta indirecta, inquisitiva y sarcástica no había resultado muy clara.

Ruby extendió una mano hacia él.

–Ruby. Soy Ruby Wetherspoon, de Inglaterra.

Él la tomó de la mano.

–Alex –dijo sin más.

Ruby le miró de arriba abajo con discreción.

Camiseta blanca, vaqueros azules, botas negras… Todo encajaba, pero el abrigo de lana parecía un tanto raro para un chico tan joven. Resultaba demasiado formal.

–¿Eres de aquí?

Él sonrió.

–De muy cerca.

Un misterio… Ruby sintió que le gustaba. Era perfecto para una víspera de Año Nuevo.

En circunstancias normales tal vez se hubiera sentido un poco nerviosa en compañía de un extraño misterioso, pero Alex no daba esa clase de impresión.

«Confía en tus instintos».

Eso era lo que solía decirle su abuela. Y siempre debería haber seguido el consejo. De haberlo hecho, seguramente no hubiera encontrado a su novio en la cama con su mejor amiga. Lo cierto era que no veía el momento de acabar con un año tan desastroso.

Miró a su alrededor. En ese momento eran las dos únicas personas que estaban apostadas en la pared.

–Bueno, Alex «de muy cerca», ¿dónde están tus amigos? ¿Me van a empujar y a tirar contra la masa de gente cuando lleguen para tener un sitio en esta pared?

Ruby rezó en silencio. ¿Por qué empezaba a pensar que todos los amigos serían mujeres espectaculares?

Él se encogió de hombros.

–Yo también los he perdido. Me quedé aquí para ver si les veía y entonces me di cuenta de que me gustaba la vista.

Ruby se volvió para ver hacia dónde miraba y entonces descubrió una vista perfecta de la Torre Eiffel. La habían engalanado para la ocasión con una hilera de luces blancas que subía por toda la estructura. El sol se había puesto unas horas antes y la torre era como un faro en la oscuridad.

Ruby había estado tan ocupada abriéndose camino entre la gente que apenas había tenido tiempo de detenerse para contemplar las vistas.

Algunas personas avanzaron a codazos y Ruby volvió a perder el equilibrio, pero Alex la agarró de la cintura de inmediato.

–Bueno, ¿qué hace una chica inglesa en París para pasar la Nochevieja?

Ruby se estaba haciendo la misma pregunta, pero Mister Misterio no tenía por qué saber toda la verdad.

–¿Estás visitando a un novio?

Aquella pregunta iba cargada. ¿Acaso la estaba sondeando para averiguar si estaba con alguien?

Ruby respiró profundamente y trató de contener la sonrisa estúpida que pugnaba por aflorar a sus labios.

–Mi compañera de piso, Polly, me convenció para que viniéramos e hiciéramos algo nuevo. Normalmente siempre pasamos la Nochevieja en Londres. Una vez nos fuimos a un albergue en Escocia, pero fue un auténtico desastre. Nos quedamos incomunicadas por la nieve, sin electricidad ni cerveza.

Él ya se había echado a reír. Ruby levantó las manos.

–¿Qué chica podría decir que no a pasar una Nochevieja en París? Este lugar es increíble… Y, si te soy sincera, no siento que se acabe el año en absoluto.

–¿Un mal año?

–Bueno, digamos que ha estado a medio camino entre un derrumbe y una demolición.

Ruby se dio cuenta de que él estaba haciendo un esfuerzo por comprender qué le quería decir con aquello.

–Ah. Suena triste. Pero no creo que todo haya sido malo este año, ¿no?

Era verdad. No podía negarlo, pero necesitaba a alguien que se lo recordara.

Ruby asintió con la cabeza.

–Claro que no. Ha habido unas cuantas cosas buenas. Este año me gradué.

–¿En qué?

–Me gradué en Logopedia.

–Bueno, eso suena muy bien. Enhorabuena.

Ella asintió.

–Sí. Es bueno.

Había pasado tres años haciendo una carrera que le encantaba y las prácticas que había hecho la habían ayudado. Había podido poner en práctica todas las habilidades y técnicas aprendidas y así se había dado cuenta de lo que realmente quería hacer con su vida.

–Bueno, ¿entonces por qué no estás dando saltos de alegría? Vas a hacer el trabajo que tanto has deseado. Hay mucha gente que daría cualquier cosa por eso.

Su voz sonaba algo triste.

–Y debería hacerlo. Es que… quería trabajar en una zona concreta. Hice dos períodos de prácticas allí, pero cuando me gradué, ya solo había una plaza y se la dieron a alguien que tenía más experiencia –se encogió de hombros.

Aquella espina aún la tenía clavada.

–¿Dónde era?

–En Londres, en una unidad de logopedia situada en el hospital pediátrico más grande de la ciudad. Me encantaba trabajar allí. El personal era muy agradable y los chicos… Es que eran tan buenos que me robaron el corazón.

–¿Qué clase de cosas tenías que hacer?

Realmente parecía interesado.

–Trabajé con niños que tenían dificultades serias con el lenguaje y todo tipo de trastornos lingüísticos. Los veía progresar cada día, aunque solo fuera un poquito –añadió, haciendo un gesto con el pulgar y el índice–. Incluso llegué a trabajar con niños con problemas de audición. Ver la carita que ponían cuando les ponían un implante coclear por primera vez y podían escuchar algo por fin… –Ruby sacudió la cabeza–. Era algo mágico. Eso era exactamente lo que yo quería hacer –levantó la vista y le miró directamente a los ojos–. Estas cosas no las olvidas nunca.

Él la miró con tanta intensidad y sinceridad que Ruby sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. En esa ciudad, abarrotada de gente, él la miraba solamente a ella en ese instante.

No sabía cómo lo había hecho, pero parecía haber reclamado toda su atención, de la misma forma que él había captado toda la suya propia.

–¿Entonces ahora estás sin trabajo? –le preguntó él en un tono grave y discreto.

Ruby sacudió la cabeza.

–Sí. Tengo trabajo. Y no quiero que parezca que no paro de quejarme. Trabajo en una unidad de cuidados para personas que han sufrido derrames y sufren de afasias y otros trastornos del lenguaje.

Él continuaba sonriendo. Por momentos se ponía serio, pero entonces volvía a sonreír, como si todo le resultara muy llamativo e interesante. Tenía unos dientes perfectos y Ruby ya empezaba a pensar que debía de ser modelo o algo parecido. Seguramente anunciaba pasta de dientes.

Él arqueó las cejas.

–Pero parece que eso es tan importante como el otro trabajo.

Su razonamiento era perfecto y lógico. Era fácil pensar eso si uno no soñaba cada día con el sitio en el que había querido trabajar durante toda su vida.

–Lo sé. Me he expresado mal. Tengo suerte de tener un trabajo. No todos los de mi promoción han conseguido uno. Y una vez estoy ahí, sé que me encanta –esbozó una sonrisa algo triste–. Es que no es lo que yo esperaba. Eso es todo.

Ruby le oyó respirar profundamente.

–No siempre conseguimos lo que queremos, Ruby.

Alex no tenía ni la menor idea de lo que pasaba por su cabeza en ese momento. Su imaginación se había desbocado en cuestión de unos pocos minutos. Un misterioso francés… guapo, con un perfume irresistible… Polly no iba a creerse nada de la historia. En cualquier momento alguien la pellizcaría y se despertaría de ese sueño.

Ya era hora de volver a la realidad, hora de hacer unas cuantas preguntas.

–Bueno, Alex. ¿A qué te dedicas? ¿Trabajas por aquí?

Él sacudió la cabeza.

–Yo soy como tú. Solo he venido para pasar la Nochevieja. Trabajo en empresa. Hago cosas aburridas, banca de inversión.

De repente Ruby vio cómo su primera fantasía se hacía añicos de golpe. No era modelo, pero lo que más le interesaba era la forma en que él había descrito su trabajo. Alex Misterio no relevaba mucha información personal.

–Bueno, ¿entonces por qué lo haces si es tan aburrido?

–Porque tengo que hacerlo. Es mi trabajo.

Otra respuesta enigmática… Cuanto menos le decía, más curiosidad sentía Ruby.

De pronto sonó su teléfono móvil. Él sacó el aparato del bolsillo y frunció el ceño.

–¿Son tus amigos? ¿Te están buscando? –Ruby miró entre la multitud. Esperaba encontrar un grupo de rubias amazonas, a la carga para recuperar su preciado premio.

Él sacudió la cabeza.

–No. Nada de eso –volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.

Ruby se inclinó y miró hacia la multitud que se agolpaba a sus pies.

–Se me cayó el teléfono. Seguramente ya debe de estar hecho papilla.

–¿Papilla? ¿Qué es eso?

–Ya sabes… Hecho añicos, roto sin remedio.

Él asintió.

–Ah. ¿No se puede arreglar?

Ella sonrió.

–Lo has entendido muy bien.

Ruby sintió que intensificaba la presión de la mano sobre su cintura, atrayéndola hacia sí.

–Entonces, tus amigos… los amigos con los que viniste… ¿Te estarán buscando?

Alex miró hacia la multitud de gente.

–Seguro que sí –se encogió de hombros–. Pero no siempre me gusta que me encuentren.

Más misterio…

Se volvió hacia ella y tiró de su cuerpo hasta tenerla cara a cara.

–¿No te sientes rara sin tus amigos, Ruby Wetherspoon? ¿Te parece bien ver los fuegos artificiales con un extraño que te sacó de la masa de gente?

Fue la forma en que lo dijo todo… la forma en que la miraba… Durante una fracción de segundo Ruby sintió que no quería respirar.

Una ráfaga de viento les golpeó en ese momento, alborotándole el cabello. Los mechones de su cabello le rozaron el rostro. Él se rio y capturó uno de los mechones. Lo alisó un poco y se lo sujetó detrás de la oreja. Ella levantó la mano y la puso sobre su pecho. Podía sentir su piel caliente a través del tejido de la camiseta que llevaba.

–No eres un extraño. Eres Alex.

La cuenta atrás comenzó alrededor de ese momento.

Dix… neuf… huit… sept…

–Sí –murmuró él–. Esta noche soy Alex sin más.

El mundo explotó de repente. Luces multicolor que brotaban de la Torre Eiffel recorrieron toda la estructura arriba y abajo, inundando de luz el firmamento. Alex se inclinó hacia ella y la besó.

Los fuegos artificiales no fueron nada en comparación con lo que Ruby sintió en su cabeza. Ella no hacía esas cosas, pero ese día todo parecía estar bien.

Era de la clase de cosas que podría contarles a sus nietos cuando fuera una viejecita.

«Una vez le di un beso a un francés maravilloso durante una Nochevieja en París…».

Todo aquello era un cuento de hadas. No tenía nada que ver con la vida real. Pero el beso de Alex Misterio era algo más que eso, parecía sacado de una película oscarizada.

Un cosquilleo exquisito la recorría de arriba abajo, llegando a sitios que creía dormidos. Sentía una de sus manos en la zona más baja de su espalda y con la otra le sujetaba la cabeza por detrás. En realidad no la sujetaba, sin embargo. La estaba acariciando. Enredó los dedos en su cabello y comenzó a deslizar las manos hacia los lados de su rostro.

Si hubiera podido capturar el momento para meterlo en un tarro de cristal, lo hubiera guardado para siempre. Él se apartó por fin y Ruby abrió los ojos. Él la miraba fijamente, sujetándola por la espalda todavía. Ruby pensó que el momento había llegado a su fin, pero no era así.

La magia aún seguía a su alrededor, iluminando el cielo con miles de luces de colores. Él le dedicó una sonrisa. La gente gritaba, saltaba y levantaba los móviles en el aire para capturar los últimos segundos del espectáculo de fuegos artificiales.

–Feliz Año Nuevo.

–Feliz Año Nuevo –murmuró Ruby.

No era capaz de dejar de sonreír. Sentía que esa sonrisa podía durarle toda la vida.

Permanecieron quietos durante unos segundos, contemplando la traca final de la exhibición de fuegos y entonces, de repente, las luces dejaron de brillar.

Alex la agarró de la mano.

–¿Qué te parece si nos vamos? ¿Quieres ir a comer algo? ¿Algo de beber?

Con disimulo, Ruby miró hacia el lugar donde iba a encontrarse con sus amigos. La gente seguía abarrotando el lugar. No tenía forma de llegar hasta ellos para después regresar junto a Alex. La elección, por tanto, era muy sencilla.

–Comer algo suena bien.

La multitud que se agolpaba a sus pies se había dispersado un poco. Él bajó de un salto y extendió los brazos hacia arriba para sujetarla de la cintura y ayudarla a bajar.

Abrirse camino entre la gente resultó ser mucho más fácil con la ayuda de Alex. Nadie parecía tener ganas de interponerse en el camino de un hombre de más de metro ochenta y unas espaldas imponentes. Él la condujo entre la gente con facilidad, tirando de ella hasta que por fin dejaron atrás el enjambre.