Un completo desconocido - Brenda Novak - E-Book
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Brenda Novak

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Beschreibung

Aquel accidente había sido culpa de Hannah Price. Un momento de distracción que había cambiado la vida de Gabe Holbrook y había acabado con todo lo que siempre había querido ser.Él lo había tenido todo: inteligencia, atractivo y riquezas, y había sido uno de los mejores jugadores de la liga de fútbol estadounidense. Ahora había regresado a Dundee, la pequeña ciudad en la que había crecido, pero era Un completo desconocido para todos los que lo habían tratado en otro tiempo. Se había vuelto introvertido y amargado, aunque él estaba convencido de que sólo era porque estaba concentrado en recuperarse. Sin embargo, gracias a Hannah, había cosas que jamás podría recuperar.A diferencia de Gabe, Hannah sólo había resultado levemente herida, pero creía que jamás podría perdonarse a sí misma por haber cometido tan terrible equivocación. Sobre todo cuando se dio cuenta de que se estaba enamorando de Gabe…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Brenda Novak

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un completo desconocido, n.º 74 - julio 2018

Título original: Stranger in Town

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-745-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Prólogo

 

 

 

 

 

UNA CAPA de hielo negro cubría la carretera. Hannah Price se echó hacia delante e intentó ver la tira estrecha de autopista entre los limpiaparabrisas, pero la oscuridad del campo y la nieve que caía dificultaban la visión. Agarraba con tal fuerza el volante que el blanco de los nudillos brillaba a la luz de los instrumentos del salpicadero. Respiró hondo e intentó calmarse.

No podían estar lejos. Los encontraría.

La idea de que se llevaran a sus hijos sin su permiso le llenaba el cuerpo de adrenalina de tal modo que apenas parpadeó cuando los neumáticos resbalaron en la curva siguiente. La parte de atrás de su minifurgoneta osciló y estuvo a punto de chocar con el quitamiedos que separaba la carretera de una pendiente pronunciada. Pero la mujer recuperó rápidamente el control y aceleró pensando en Brent y en Kenny. Según su vecino, el señor McDermott, su ex marido le llevaba menos de cinco minutos de ventaja y, si se daba prisa, podría alcanzarlos.

En la radio sonaban villancicos pero ella no prestaba atención. Tenía que encontrar a Russ, quien, según su vecino, había cargado el Jeep de cerveza y era evidente que ya había bebido antes. El señor McDermott también le había dicho que lo seguían dos coches de compañeros de Russ. Sin duda se divertirían mucho en la cabaña, emborrachándose y disparando contra todo lo que se moviera. No era un lugar seguro para Brent y Kenny y, además, según los papeles de la custodia, sus hijos tenían que pasar las vacaciones con ella.

Se acercaba la parte más peligrosa del viaje entre Dundee, su pueblo, y Boise. Consiguió pasar la primera serie de curvas sin resbalar por toda la autopista, pero luego quedó detrás de una camioneta que apenas se movía.

Frenó con una maldición. A ese paso, Russ cruzaría a Oregón antes de que ella pudiera llegar a Boise. Si eso ocurría, sus hijos la perderían hasta que su ex se cansara de la responsabilidad de cuidar de ellos y se dignara devolvérselos. Siempre que sobrevivieran hasta entonces.

Tenía que recuperarlos ya, antes de que hubiera otro incidente como el del año anterior, en el que uno de los amigos de Russ le había puesto un cuchillo en el cuello a Kenny.

Miró con ansiedad las líneas dobles amarillas en medio de la carretera oscura y brillante. Pasó al otro carril con la esperanza de poder adelantar a la camioneta. Pero no era posible. Las curvas eran demasiado cerradas.

Hannah sintió pánico. Pasaba el tiempo y Russ se llevaba a los niños cada vez más lejos.

Su ex marido insistía en que el accidente de la navaja había sido una broma. Pero a Hannah no le parecía divertido y Kenny tampoco se había reído mucho. Para ella, la broma había sido haberse casado con Russ. Si su madre no hubiera muerto cuando acababa de terminar el instituto dejándola sola… Estaba tan sola y tan desesperada por echar raíces que sucumbió a la persecución de Russ y se quedó embarazada.

Pero ya no tenía sentido lamentarse por eso. Había cometido un error colosal, pero entonces era joven e ingenua. Y cuando se quedó embarazada, pensó que no tenía elección.

Ahora sólo importaban Brent y Kenny. No podía permitir que Russ le sacara mucha ventaja, pues no sabía dónde estaba la cabaña.

Se puso de nuevo a la izquierda, con los ojos fijos al frente para intentar ver algo a través de la nieve.

Era inútil. No podía adelantar.

Volvió a su carril y tocó el claxon con la esperanza de que la camioneta se hiciera a un lado o aumentara la velocidad.

Vio las luces de los frenos que indicaban que el conductor había frenado todavía más… Sólo había conseguido irritarlo.

Faltaban treinta kilómetros para salir de las montañas. Hannah quería golpearse la cabeza con el volante. Tenía que adelantar. Sólo sería un momento. Unos segundos y podría seguir su camino.

Miró de nuevo el tráfico contrario. Pasó un coche y después nada. Había otra curva no muy lejos, pero estaba segura de que podría adelantar antes si no vacilaba.

Pasó al otro carril y se puso en paralelo con la camioneta, pero de pronto surgieron unos faros de la nada enfrente de ella.

Hannah pisó los frenos con fuerza e intentó volver al carril derecho, pero sus neumáticos no se agarraron al hielo de la carretera. La minifurgoneta osciló de lado a lado y los faros siguieron acercándose con su brillo deslumbrador.

Un movimiento brusco lanzó su pecho contra el volante y Hannah soltó un grito. El ruido de metal contra metal sonó en sus oídos. Notó sabor a sangre y todo empezó a darle vueltas mientras la furgoneta caía por el borde y se precipitaba al fondo del barranco.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Agosto, casi tres años después

 

GABE Holbrook vio con el ceño fruncido que Mike Hill salía de su todoterreno y se dirigía a la cabaña. Sabía que Mike iría a verlo y llevaba más de una semana esperándolo, desde que se enteró de la mala noticia de la familia Hill y asistió al funeral, pero todavía no estaba preparado. ¿Qué podía decirle?

Mike llamó a la puerta y Lazarus, el alaskan malamute de Gabe, se acercó con expectación.

Gabe suspiró y cruzó la sala con su silla de ruedas. No podía fingir que no estaba en casa. Mike sabía que, desde el accidente de tres años atrás, salía muy poco.

Por lo menos no había llevado a su esposa consigo. Gabe todavía no estaba preparado para ver a Lucky.

Como siempre, la alfombra gruesa dificultaba su avance. Giró demasiado pronto y chocó accidentalmente con la esquina de la mesa de la cocina. Como la mesa era de metal y todavía no había terminado de redondear sus bordes, se cortó en el hombro. Lanzó una maldición y abrió la puerta.

La expresión sombría de Mike se convirtió en preocupación en cuanto vio su brazo.

—Estás sangrando.

—Sólo es un arañazo —Gabe retrocedió y silbó para que Lazarus hiciera lo mismo.

—¿Quieres pasar?

Mike, alto y delgado, de pelo castaño y ojos avellana, se quitó el sombrero de vaquero y entró.

—¿Cómo te has cortado?

Gabe se miró el bíceps. Cuando oyó el coche de Mike, estaba haciendo pesas y sólo llevaba una camiseta de tirantes.

—Por la maldita moqueta —dijo. Se encogió de hombros.

—¿Y por qué no la arrancas y pones suelo de tarima? Eso te facilitaría la vida.

Porque Gabe le permitía pocas concesiones a su condición. Las concesiones lo hacían sentirse débil… inútil. Además, no pensaba pasar mucho más tiempo en silla de ruedas. Volvería a andar.

Pero no lo dijo en voz alta porque sabía que Mike le sonreiría con condescendencia. Nadie lo creía.

Sonrió.

—¿Me tomas el pelo? La madera buena me costaría una fortuna.

Mike enarcó las cejas.

—Te lo puedes permitir.

Gabe no estaba deseoso de hablar del motivo de la visita de Mike, pero tampoco quería que su amigo empezara a darle la lata una vez más con que tenía que dejar de encerrarse en la cabaña y volver a la vida.

Él tampoco consideraba que aquello fuera vivir. Por lo menos, no era la vida que siempre había conocido. Evitaba a la gente, incluida su familia, y asistía a pocos eventos. Pero meditaba, entrenaba, cultivaba su comida y trabajaba. Mike no lo entendía porque él no se había quedado paralítico y no había visto cómo se derrumbaba el sueño de su vida. No se había visto obligado a ver desde fuera cómo su equipo de fútbol americano perdía la Supercopa porque su quaterback tenía una lesión grave en la espina dorsal, concretamente en la parte baja de la espalda, lo que implicaba que podía hacer más que muchos parapléjicos, pero seguía siendo algo que los médicos no podían arreglar. Le hablaban de la investigación celular como una posibilidad para el futuro, pero Gabe no podía consolarse con algo tan incierto y tan lejano. Tenía que ponerse manos a la obra y vencer los efectos del accidente con trabajo duro y pensamiento positivo. Como había lidiado siempre con todo lo demás.

—Estoy seguro de que no has venido hasta aquí para hablar de mi moqueta —dijo.

Mike hizo girar el sombrero en sus manos en un movimiento circular.

—No.

Sus ojos se encontraron y Gabe tuvo la incómoda sensación de que Mike iba a pedirle algo que él no podría darle. Pero hacía mucho tiempo que eran amigos y era imposible evitar escucharlo.

—Siéntate —le señaló el sofá, que era prácticamente el único mueble de la cabaña que no había hecho él. Trabajar con madera, y últimamente con otros materiales como el metal, le daban un objetivo más allá de su terapia.

—¿Qué le pasa a la mesa? —preguntó Mike, cuando Gabe se acercó a buscar una toalla de papel para limpiarse la sangre del brazo.

Gabe miró el mueble en el que trabajaba en ese momento. Medía dos metros cuarenta por uno ochenta y estaba hecha al estilo misionero, pero la capa de metal y las cabezas grandes de clavos le daban un aspecto urbano.

—Amplío mi trabajo.

—Es rara, pero… está bien. Muy creativa.

Su diplomacia hizo reír a Gabe. Echaba de menos los tiempos en los que habían sido buenos amigos. Antes del accidente. Antes de que Mike se casara con Lucky.

—Veremos cómo acaba —se acercó de nuevo al sofá y observó el rostro de su amigo. Las líneas de fatiga en torno a los ojos y boca indicaban que los últimos diez días habían sido duros. Pero eso era de esperar, después del infarto imprevisto del entrenador Hill.

—Siento lo de tu padre —dijo.

Y no mentía. El entrenador Hill había sido un segundo padre para él. Fue él el que reconoció su talento y lo admitió en el equipo de fútbol del instituto. Sin su influencia, Mike no habría llegado al equipo de la Universidad de California, que fue donde maduró y empezó a sobresalir.

—Gracias por venir al funeral —repuso Mike—. La mayoría de la gente hacía mucho que no te veían.

Gabe no respondió. Intentaba imaginar lo que sentiría él si hubiese muerto su padre. Apenas había hablado con él desde el año anterior, cuando el senador Garth Holbrook había arruinado sus posibilidades de salir elegido congresista al hacer público algo que había conseguido mantener oculto durante veinticuatro años.

—He estado ocupado —dijo—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Creo que sabes por qué he venido.

Gabe se pasó los dedos por el pelo, que le caía a capas casi hasta los hombros. Ya apenas se molestaba en cortárselo, porque eso implicaba ir al pueblo.

—Y creo que tú sabes lo que voy a contestar.

—Te vendría bien.

Gabe hizo una mueca. Todo el mundo creía saber lo que necesitaba.

—No me digas lo que me vendría bien.

—Pues hazlo por el pueblo. La temporada empieza dentro de dos semanas. Los de la Junta Escolar están frenéticos, no saben dónde contratar a un sustituto. Sé que te aceptarían sin dudar, si tú quieres el puesto.

—No lo quiero.

Si quisiera trabajar, tenía otras muchas oportunidades. Lo habían llamado de varias cadenas para comentar partidos y se había negado. No se conformaría con menos del anillo de bronce, el anillo de la Supercopa que le habían robado de las manos. No podía permitir que nada lo distrajera de su objetivo, y menos si eso era entrenar al equipo de fútbol de un instituto pequeño.

—¿Por qué no se encarga uno de los ayudantes de tu padre?

—¿Quién? ¿Owens?

—No. Su artritis va de mal en peor.

—¿Entonces propones a Melvin Blaine?

Gabe levantó la barbilla.

—Supongo que sí, si no hay nadie más.

—Seguramente será el que elija la Junta si no te ofreces tú. Pero tú jugaste en ese equipo, Gabe. Recuerdas el temperamento de Blaine. No quiero que tenga más poder sobre los chicos del que tiene ya. Mi padre tampoco lo habría querido.

—¡Pero yo no he entrenado nunca!

Mike dejó el sombrero a su lado y se inclinó hacia delante con los codos en las rodillas.

—Nadie sabe más de fútbol que tú.

—No se trata sólo de saber de fútbol. Entrenar es conseguir que un grupo de individuos juegue como un equipo. Es… inspiración.

—Tú puedes enseñarles eso. La mayoría de los chicos te adoran. Eres un héroe.

Gabe sentía el comienzo de una jaqueca y se frotó las sienes.

—Adoran lo que yo era antes.

—Todavía eres el mismo hombre.

No, ya no era el mismo. El accidente le había costado algo más que su capacidad para jugar al fútbol. Lo había privado de su identidad. Ya no sabía qué era lo importante para él. Antes creía que su familia… hasta que se enteró de la decepción de su padre. Tenía que encontrar el camino de vuelta al hombre que había sido antes. Y entrenar interferiría con eso.

—Sería demasiado para mí. Cada entrenador tiene un estilo diferente y cuando sólo faltan dos semanas para el primer partido…

—Tú podrías lograrlo.

Tal vez sí. Pero se negaba a dejarse distraer por nada. Tenía que aferrarse a lo que había sido, puesto que no sabía lo que era ahora. Y había otro problema.

—¿Kenny Price no juega este año en el equipo?

Al fin Mike pareció sentirse incómodo.

—No tiene por qué. Sólo está en el décimo curso.

—Pero es bueno.

Gabe lo sabía porque lo había visto jugar. Cuando empezaba la temporada del fútbol americano, bajaba al pueblo a ver partidos. El estadio y el supermercado eran de los pocos sitios a los que todavía se molestaba en ir.

—Es normal que te sientas raro con respecto a su madre. Si crees que no puedes tenerlo en tu equipo, no importa. Puede jugar un año más con los juveniles.

«Raro» no describía bien lo que sentía Gabe hacia Hannah Price. Pero a los dieciséis años, Kenny era mejor delantero que Jonathon Greer o Buck Weaver.

—Yo no haría jugar a un chico por su edad, sino por su talento. Y no sería justo ni para él ni para el equipo.

—Gabe, si tú no aceptas el trabajo, se lo darán a Melvin Blaine.

Gabe se dijo que, si podía rechazar un contrato de muchos millones de dólares con la cadena ESPN, podía rechazar también aquello.

—Podéis dar este año por perdido y sustituir a Blaine cuando termine la temporada y podáis encontrar a alguien mejor.

Mike lo miró como si estuviera loco.

—¿Dar el año por perdido? ¿Crees que eso es justo para los chicos? ¿A ti te habría gustado partirte el trasero por un equipo que no tuviera ninguna esperanza?

Gabe era demasiado competitivo para eso y Mike lo sabía.

—Además, no será tan fácil reemplazar a Blaine —continuó Mike—. Si entra, se quedará hasta que haga alguna estupidez. Como lo que te hizo a ti. ¿De verdad quieres darle esa oportunidad?

Gabe siguió frotándose las sienes, pero no dijo nada.

—Vamos. Sólo una temporada.

Gabe arrugó la toalla de papel con la que se había secado la sangre del brazo y la lanzó a la papeleara de la cocina.

—Yo quería a tu padre, Mike. Le debía mucho. Pero…

—En ese caso, hazlo por él.

Los recuerdos que Gabe intentaba combatir se colaron por fin en su mente y vio al entrenador Hill diciéndole que fuera a hablar con él al principio del tercer curso de instituto, después de que lo pillaran haciendo pellas. Como era mucho más joven que los demás, se sentía obligado a probar su valía, lo que a esa edad implicaba beber y despreciar las notas y en general todo tipo de reglas. No había imaginado nunca que el entrenador Hill se hubiera fijado en él. De hecho, ni siquiera había entrado de suplente hasta que Duane Steggo se lesionó la rodilla.

Pero el entrenador sí se había fijado y una tarde lo llamó y se sentó a hablar con él en los vestuarios vacíos. Le explicó que había dos tipos de hombres: hombres fuertes, que se mantenían fieles a sus ritmos internos independientemente de todo lo demás; y hombres débiles, que se dejaban influir fácilmente y acababan negándose a sí mismos todo lo que podían ser. Le dijo que él sólo quería hombres fuertes en su equipo y le preguntó qué clase de hombre quería ser él. Fue entonces cuando Gabe decidió dejar de preocuparse por encajar allí y dedicar su energía a ser el mejor en todo. Y acabó graduándose con honores y con una beca para la Universidad de Los Ángeles.

No sabía si aquello habría sido posible sin el entrenador Hill. Su padre había intentado motivarlo de distintas maneras, pero había sido el entrenador el que había conseguido llegar hasta él.

—¿Gabe? —insistió Mike.

Él se pasó una mano por la cara y frunció el ceño al ver que Lazarus ponía el morro en sus rodillas y lo miraba como si le suplicara en favor de Mike.

Él podía rechazar un programa a nivel nacional, pero no podía rechazar a Mike, teniendo en cuenta lo que éste significaba para él.

—Muy bien —dijo al fin—. Pero dile a la Junta Escolar que me busquen un sustituto lo antes posible porque no pienso dedicarles más de un año.

Mike tomó su sombrero, se levantó y le estrechó la mano.

—Muchas gracias. Sabía que podía contar contigo —se acercó a la puerta, pero vaciló un instante. —. Supongo que no te apetecerá venir a cenar con Lucky y conmigo algún día de las dos próximas semanas.

Gabe apretó la mandíbula. Mike le hacía esa invitación siempre que se veían. Pero Gabe no podía tenérselo en cuenta. Mike quería a Lucky y se esforzaba por darle todo lo que ella deseaba y, desde que el padre de Gabe se hiciera la prueba de paternidad, no era ningún secreto que ella quería hacerse amiga de la familia a la que acababa de descubrir.

—Quizá en otra ocasión —repuso.

Mike suspiró.

—De acuerdo. Por hoy me conformo con lo que ya he conseguido.

Gabe casi se arrepentía ya de su decisión. Pero sabía que le debía aquello al entrenador Hill. Y además, odiaba a Melvin Blaine.

 

 

—Mamá, ¿dónde estás? —el hijo mayor de Hannah Price cerró con un portazo y subió las escaleras de dos en dos—. ¿Mamá?

Hannah sintió un escalofrío de aprensión al oír la voz alterada de su hijo. Había sido una semana difícil. ¿Qué pasaba ahora?

—Estoy en mi despacho —gritó.

Dejó a un lado el marco que examinaba. Uno de los fabricantes con los que llevaba varios meses trabajando había empezado a enviarle material defectuoso y tenía que hacer algo al respecto. Pero eso podía esperar.

Kenny entró en la habitación como una tromba, con pantalón corto de gimnasia, una camiseta empapada en sudor y deportivas llenas de barro.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, preocupada.

Él se dejó caer en el taburete que usaba Hannah para colocar cosas en los estantes superiores del armario y ella se fijó por enésima vez ese verano en lo mucho que estaba creciendo. De pequeño había sido más regordete, como Brent, su hijo de siete años, que había llegado por sorpresa mucho después de que ella hubiera decidido no tener más hijos. Pero en los últimos años se había estilizado mucho al crecer. Con su pelo castaño abundante y sus ojos marrones, se parecía mucho a ella y a veces eso no le gustaba nada porque la gente le decía que era casi tan guapo como su madre.

—¿Por qué ha tenido que morirse el entrenador Hill? —preguntó con voz quejosa.

Ella le sonrió con tristeza.

—Lo echas de menos, ¿verdad?

A ella le ocurría lo mismo. Como madre soltera, agradecía especialmente al entrenador de fútbol que se hubiera interesado por Kenny y hubiera sido un modelo tan bueno para él. Sobre todo porque su trabajo, el estudio de fotografía que había instalado en el garaje y el cuarto de invitados, implicaba que no siempre podía estar disponible para su hijo.

—Los chicos dicen que no jugaré esta temporada —repuso él.

—Claro que jugarás. El año pasado jugaste en todos los partidos.

—Eso eran juveniles, mamá. El entrenador Blaine me pasó ayer con los mayores. Y ahora que el entrenador Hill ha muerto…

—El que ocupe su lugar sabrá reconocer tu talento.

—Ya tienen a alguien.

—¿Quién?

—Gabriel Holbrook.

Hannah se sobresaltó.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

Kenny parpadeó con rapidez, como si estuviera al borde de las lágrimas, y ella comprendía por qué. Oyó en su mente el golpe del accidente que atormentaba todavía sus sueños.

—Los chicos tienen razón, ¿verdad? Seguro que me odia.

—Claro que no te odia —repuso ella. Pero no estaba segura. ¿Qué sentiría Gabe por su hijo? ¿Querría que sobresaliera en un deporte que él ya no podía jugar por culpa de ella?

Kenny la miró implorante.

—A lo mejor tú no tuviste toda la culpa. A lo mejor él iba muy deprisa y…

—No, sí fui yo.

Por supuesto, de no ser por Russ y el pánico que sentía por sus hijos, no habría ido conduciendo como una loca, pero sí, ella había sido la que chocó de frente con Gabe, que iba a su casa a pasar las fiestas de Navidad.

Kenny se apartó el pelo de la cara.

—Mucha gente me ha hablado de ese accidente, pero tú nunca. ¿Qué pasó exactamente, mamá?

Hannah negó con la cabeza. No podía darle detalles. Las repercusiones de aquella noche dolían todavía demasiado. Ella había conocido a Gabe toda su vida. Había sido un chico con talento, carismático… el hombre que lo tenía todo.

Y ella lo había destrozado en un abrir y cerrar de ojos. El nuevo Gabe escondía mucho dolor detrás de sus ojos azules y casi nunca se dejaba ver en público. Pero seguía siendo muy atractivo. Moreno, ojos azules, rasgos fuertes y cuerpo duro como una roca.

—Conozco a ese hombre y no te castigará a ti por mí.

—¿Le pediste perdón?

—Por supuesto.

—¿Te perdonó?

—Creo que sí —pero eso tampoco lo sabía de cierto. Las pocas ocasiones en las que había podido decirle cuánto sentía aquello, él le había sonreído y le había contestado que la culpa era del destino.

Su generosa actitud sólo conseguía que ella se sintiera peor aún. Unos meses atrás, después de que se encontraran en el supermercado, incluso le había enviado una nota para decirle que dejara de disculparse y que no volviera a pensar en ello.

—Me parece que el entrenador Blaine se ha alegrado tan poco como yo de que venga Gabe —dijo Kenny.

—¿Por qué?

—Porque pensaba que él iba a ser el entrenador jefe.

—¿Ha dicho algo?

—A nosotros no. Pero cuando ha venido Mike Hill a decírnoslo, se ha puesto colorado. Y yo le he oído murmurarle al entrenador Owens que, si creen que un jugador tullido y acabado puede ser mejor entrenador que él, están muy equivocados.

Hannah se llevó una mano al pecho.

—¿Lo ha llamado jugador tullido y acabado?

—Sí.

La mujer sintió un nudo en el estómago. Ya había hecho bastante con arruinarle la vida a Gabe. No quería que su hijo se viera mezclado en el drama del instituto.

—¿Kenny?

El chico levantó la vista.

—Quiero que hagas todo lo que te diga el entrenador Holbrook, ¿me oyes? Que te esfuerces todo lo que puedas y no te quejes nunca.

—¿Y si me deja en el banquillo porque soy tu hijo?

—Lo haces igual.

—Pero mamá…

—Él es el entrenador, Kenny. Tiene que contar con tu lealtad, tu respeto y tu apoyo.

—¿Y el entrenador Blaine?

—¿Qué pasa con él? Nunca te ha caído muy bien.

—Con algunos jugadores está bien.

—Tiene sus favoritos y tiene sus chivos expiatorios. Que tú seas uno de sus favoritos no significa que me gusten sus métodos. Aléjate de él todo lo posible —repuso Hannah.

Pero no sabía si su hijo le haría caso. Sobre todo teniendo en cuenta que, cuando estaban en el instituto, Russ había perdido su puesto en el equipo a favor de Gabe y seguramente daría a Kenny otros consejos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

COMO Gabe se había convertido en un recluso, Hannah imaginaba que su cabaña sería una especie de cobertizo rodeado de maleza y con barriles llenos de agua de lluvia a un lado. Lo que vio cuando aparcó el coche fue una casa de madera de dos pisos con un jardín bien cuidado. La chimenea de piedra estaba cubierta de hiedra y una hamaca oscilaba suavemente en la brisa.

El aroma a tierra y pino llenó su olfato. Aunque más tarde haría calor, todavía hacía frío en las montañas, y veía salir humo de la chimenea de Gabe.

Se acercó a la puerta con nerviosismo. Dentro sonaba música de rock, por lo que llamó con fuerza. Lazarus, el perro, empezó a ladrar, pero Gabe no apareció.

¿Estaría trabajando en la parte de atrás? Hannah había oído que hacía muebles y, después de ver las sillas del porche, comprendió que no era ningún aficionado. Quizá quisiera venderle una. Podía hacer muy buenas fotos de niños sentados en una silla así, sosteniendo un perro o un conejo…

Volvió a llamar.

Sólo le contestaron los ladridos de Lazarus.

A un lado de la casa había una puerta en la valla de madera. Llamó para anunciar su presencia y entró en el jardín, donde encontró un porche aún más grande con más muebles de exterior. Siguió un camino de cemento que cruzaba un jardín espectacular en dirección a un taller grande, cuya puerta estaba abierta.

—¿Gabe?

Metió la cabeza y no pudo verlo, pero sí vio muchas otras cosas interesantes. Había un armario tallado de madera de caoba sin barnizar, un dinosaurio de metal que encajaba bien en un jardín tan elegante como aquél, un reloj de pared, varios relojes y partes de relojes más y tres mecedoras de distintos tamaños.

Hannah nunca había visto muebles tan hermosos. Las mecedoras, talladas a mano, eran fabulosas.

—¿Puedo hacer algo por ti, Hannah?

La joven se sobresaltó y se volvió.

—Siento interrumpirte —dijo—. He llamado en la casa, pero no has contestado.

Lazarus se acercó a darle la bienvenida con un olfateo y un lametón en la mano.

—Estaba en la ducha.

Hannah vaciló un momento.

—Supongo que te preguntas por qué he venido.

—Imagino que tiene algo que ver con Kenny —Lazarus volvió a chuparle la mano, pero Gabe silbó y chasqueó con los dedos y el perro volvió de inmediato a su lado—. Este año estará en mi equipo, ¿verdad?

—Sí.

—Por lo que he visto, es bastante bueno.

—El fútbol es muy importante para él.

Cruzó las manos con nerviosismo detrás de la espalda. El fútbol también había sido muy importante para Gabe.

De pronto le pareció estúpido haber ido allí. Ella no era la persona indicada para ayudarlo. Gabe estaba en silla de ruedas, pero era todavía una presencia poderosa. Blaine no presentaría ningún problema para él.

Pero ya estaba allí y era demasiado tarde para retroceder.

—No he venido a hablar de Kenny —dijo—. Quería advertirte que vas a encontrar cierta enemistad en el entrenador Blaine.

Él se frotó la barbilla con los nudillos.

—¿Por qué dices eso?

Gabe la había besado una vez, en una fiesta de graduación. Por algún motivo, Hannah no pudo evitar pensar en eso en aquel momento.

—¿Hannah?

Ella, que miraba la forma de sus labios, carraspeó, y sintió que se ruborizaba.

—Por algo que me comentó Kenny ayer cuando vino de entrenar —contestó.

—¿Y qué fue?

La joven no pensaba decirle lo que le había llamado Blaine.

—Básicamente, tiene envidia de que te hayan dado el trabajo a ti.