Un cuento de brujas - Chris Colfer - E-Book

Un cuento de brujas E-Book

Chris Colfer

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Beschreibung

Con la ayuda de sus amigos, ha conseguido la aceptación mundial de la comunidad mágica. Sin embargo, cuando una nueva y misteriosa bruja empieza a reclutar aprendices para su escuela de brujas, queda claro que no tiene buenas intenciones; sobre todo cuando Lucy se ve envuelta en un siniestro complot contra la humanidad. Por todas partes la paz empieza a resquebrajarse, la ira recorre los reinos que se oponen a la legalización de la magia y una orden milenaria, la Hermandad de los Justos, se ha alzado de nuevo con una sola misión: exterminar la magia para siempre, empezando por Brystal.

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Título original: A Tale of Witchcraft

Traducción del inglés de Julián Alejo Sosa

Edición revisada y adaptada.

Ilustraciones de cubierta e interior: Brandon Dorman - © Hachette Book, Inc.

Primera edición: noviembre de 2021

© Christopher Colfer, 2020

© VR Europa, un sello de Editorial Entremares, s.l., 2021

Gran Vía de Les Corts Catalanes 283, 08014 Barcelona - www.vreuropa.es

Publicado en virtud de un acuerdo con Little, Brown and Company, Nueva York, Nueva York, USA. Todos los derechos reservados.

ISBN: 978-84-124770-4-7 - Depósito legal: B-14.899-2021

Diseño de cubierta: Sasha Illingsworth y Angelie Yap

Armado de ebook: Tomás Caramella

Impreso por Estugraf Impresores

Impreso en España / Printed in Spain

Este libro se ha impreso en papel procedente de bosques gestionados de forma sostenible y que ha seguido un proceso de fabricación totalmente libre de cloro.

Para todos los profesionales de la salud mental, defensores y pioneros. Gracias por esparcir la luz.

Y a todos los trabajadores esenciales que recientemente han redefinido la palabra heroísmo.

Prólogo

Un regreso justo

Empezó a media noche, mientras el mundo dormía. Cuando la luz de los faroles de la calle se desvaneció y su intensidad disminuyó en el Reino del Sur, cientos de hombres de todo el reino (trescientos treinta y tres para ser exactos), de pronto, salieron de sus casas al mismo tiempo.

No habían planeado ni ensayado esta actividad peculiar. Los hombres nunca habían hablado de esto y ni siquiera conocían la identidad de sus compañeros. Provenían de distintas aldeas, fami­lias y orígenes, pero, en secreto, los unía una causa maléfica. Y esa noche, después de un largo tiempo en silencio, esa causa finalmente cobraba vida.

Salieron a la noche con una túnica plateada inmaculada que prácticamente brillaba a la luz de la luna. Llevaban máscaras del mismo color plateado, con dos ranuras sobre los ojos, que los cubrían casi por completo, y un lobo blanco y feroz en el pecho. Los uniformes ominosos los hacían parecer más fantasmas que humanos, aunque, en muchos sentidos, sí eran fantasmas.

Después de todo, habían pasado siglos desde la última aparición de la Hermandad de los Justos.

Los hombres abandonaron sus hogares y se aventuraron hacia la oscuridad, todos en la misma dirección. Viajaban a pie y caminaban tan lentamente que sus pisadas no emitían ningún sonido. Cuando dejaron sus pueblos y aldeas atrás y se aseguraron de que nadie los hubiera seguido, encendieron las antorchas e iluminaron el camino que tenían por delante. Sin embargo, no avanzaron por los caminos de piedra durante mucho tiempo; su destino se encontraba más allá de cualquier ruta transitada y no figuraba en ningún mapa.

La Hermandad cruzó colinas verdes, atravesó pantanos densos y arroyos someros mientras caminaban por territorio inexplorado. Nunca antes habían ido a su destino ni lo habían visto con sus propios ojos, pero tenían tan presentes las direcciones que los árboles y las rocas parecían un recuerdo cercano.

Algunos hombres habían viajado desde mucho más lejos que otros. Algunos avanzaban rápido y otros mucho más lento, pero dos horas después de la medianoche, los primeros de los trescientos treinta y tres viajeros empezaron a llegar. Y el lugar era exactamente como esperaban.

En la parte más sur del reino, a los pies de la cadena montañosa del Mar del Sur, se encontraban las antiguas ruinas de una fortaleza caída en el olvido. Desde lejos, parecía el esqueleto de una criatu­ra enorme que el mar había arrastrado a la costa. Tenía paredes de piedra escarpadas, las cuales estaban horriblemente dañadas y destruidas. Había cinco torres a punto de derrumbarse, que se elevaban hacia el cielo como los dedos de una mano esquelética, y numerosas rocas afiladas, que colgaban sobre un puente levadizo como dientes de una boca gigante.

La fortaleza llevaba seiscientos años deshabitada; incluso las gaviotas la evitaban cuando volaban por la brisa nocturna. Pero más allá de su aspecto tenebroso, era sagrada para la Hermandad de los Justos, ya que era el lugar de nacimiento de su clan, un templo para sus creencias, y había servido de cuartel general durante los días en los que imponían su Doctrina Justa sobre el reino.

Pero con el tiempo la Hermandad impuso su doctrina con tanto éxito que ese centro de operaciones ya no fue necesario. De este modo, cerraron las puertas de su querida fortaleza, colgaron sus uniformes y se recluyeron. Con el paso del tiempo, su existencia se convirtió en un mero rumor que acabó transformándose en un mito, uno que casi cae en el olvido.

Durante siglos, generación tras generación, la Hermandad permaneció en silencio, marginada, admirando la forma en la que sus ancestros habían moldeado el Reino del Sur y, por consiguiente, el resto del mundo.

Pero el mundo estaba cambiando. Y el silencio de la Hermandad estaba llegando a su fin.

A primera hora, una serie de banderas con la imagen de un lobo blanco apareció a lo largo de los pueblos y aldeas del Reino del Sur. Las banderas eran pequeñas y la mayoría de los ciudadanos apenas las notaron, pero para estos trescientos treinta y tres hombres, las banderas acarreaban un mensaje inconfundible: era hora de que la Hermandad de los Justos regresara. Por esa razón, unas horas después, cuando sus esposas e hijos dormían, los hombres sacaron los uniformes de sus escondites, se vistieron con las túnicas, se pusieron las máscaras plateadas y abandonaron sus hogares para dirigirse a la fortaleza del sur.

Los primeros en llegar se situaron en el puente levadizo y vigilaron la entrada. A medida que el resto llegaba, formaron una fila y recitaron un antiguo pasaje antes de entrar.

«Todos deben temer a los trescientos treinta y tres».

Cuando se les permitió entrar, la Hermandad se reunió en un patio inmenso en el corazón de la fortaleza. Los hombres se quedaron de pie en completo silencio mientras esperaban al resto del clan. Se miraban entre sí con extrema curiosidad, ya que nunca se habían visto. Se preguntaban si reconocían alguno de los ojos que los miraban a través de las máscaras, pero no se atrevían a preguntar. La primera regla de la Hermandad de los Justos consistía en nunca revelar la identidad, en especial entre compañeros. Según ellos, la clave del éxito de una sociedad secreta era que todos se mantuvieran en secreto.

Cinco horas después de la medianoche, los trescientos treinta y tres miembros estaban presentes. Una bandera plateada con la imagen de un lobo blanco se mecía al viento sobre la torre más alta para marcar el regreso oficial de la Hermandad. Después de izar la bandera, el Alto Comandante del clan se presentó y se colocó una corona con espinas de metal sobre la cabeza. El resto hizo una reverencia ante su superior mientras este subía a la plataforma de piedra, donde el resto de los trescientos treinta y dos pares de ojos podían verlo.

—Bienvenidos, hermanos —dijo el Alto Comandante, extendiendo los brazos—. Es glorioso veros a todos reunidos. Hace más de seiscientos años que no llevamos a cabo una reunión de estas características y estoy seguro de que nuestros padres fundadores se sentirían orgullosos de saber que la Hermandad ha sobrevivido el paso del tiempo. Durante generaciones, los principios y responsabilidades de esta Hermandad han pasado de padre a hijo mayor en las trescientas treinta y tres familias más puras del Reino del Sur. Y en el lecho de muerte de nuestros padres, juramos dedicar nuestra completa existencia, en esta vida y la siguiente, a proteger y preservar nuestra Doctrina Justa.

El Alto Comandante hizo un gesto con una mano y empezaron a recitar apasionadamente la Doctrina Justa al unísono:

—La humanidad debe dominar y los hombres deben dominar a la humanidad.

—Así es —dijo el Alto Comandante—, nuestra doctrina no es solo una simple opinión, sino que es el orden natural. La humanidad es la especie más fuerte e inteligente de este planeta. Nos crearon para dominar y nuestro dominio es la clave de la supervivencia. Sin hombres como nosotros, la civilización colapsaría y el mundo caería en el caos de los tiempos primitivos.

»Durante miles de años, esta Hermandad ha luchado contra fuerzas oscuras y antinaturales que amenazan el orden natural, y nuestros ancestros trabajaron incansablemente para asegurar la supremacía legítima de la humanidad. Desestabilizaron comunidades de trolls, goblins, duendes, enanos y ogros para que las criaturas hablantes nunca pudieran organizarse y atacarnos. Privaron a las mujeres de educación y oportunidades para evitar que el sexo débil subiera al poder. Y lo más importante de todo, nuestros ancestros fueron los primeros en declararle la guerra a la blasfemia de la magia y hacer caer a todos sus practicantes enfermos en el olvido.

Los hombres del clan levantaron las antorchas sobre sus cabezas y celebraron los actos heroicos de sus ancestros.

—Hace seis siglos, la Hermandad logró su mayor proeza —continuó el Alto Comandante—. Nuestros ancestros idearon un plan para ubicar al Rey Campeón I en el trono del Reino del Sur. Después rodearon al joven rey con un consejo de Jueces Su­premos que trabajaban para la Hermandad. Pronto, la Doctrina Justa sentó las bases del reino más poderoso de la Tierra. Las criaturas hablantes fueron segregadas y perdieron sus derechos, a las mujeres se les prohibió leer libros y la magia se convirtió en una ofensa criminal castigable con la muerte. Durante seiscientos magníficos años, la humanidad gobernó sin oposición. Cuando la Doctrina Justa estuvo a salvo, nuestra Hermandad desapareció lentamente en las sombras y disfrutó de un descanso prolongado.

»Pero nada es para siempre. La Hermandad se ha reunido esta noche porque una nueva amenaza ha emergido. Una amenaza inimaginable hasta ahora. Y nosotros debemos eliminarla de inmediato.

El Alto Comandante chasqueó los dedos y dos miembros del clan salieron corriendo del patio. Volvieron a los pocos segundos con un cuadro grande y lo pusieron sobre la plataforma de piedra que había junto a su superior. Era un retrato de una joven de ojos azules y pelo castaño claro. Su ropa destellaba y algunas flores blancas adornaban su larga trenza. Si bien su sonrisa podía transmitir calidez incluso a los corazones más fríos, tenía algo que incomodaba a la Hermandad.

—Pero es solo una niña —dijo un hombre desde el fondo—. ¿Qué tiene de amenazante?

—Esa no es solo una niña —dijo un hombre desde el frente—. Es ella, ¿verdad? ¡La que la gente llama Hada Madrina!

—No os confundáis, hermanos, esta joven es peligrosa —les advirtió el Alto Comandante—. Debajo de esas flores y esa sonrisa encantadora se encuentra la mayor amenaza a la que la Hermandad de los Justos jamás se ha enfrentado. Mientras hablamos, este monstruo… esta niña… ¡está destruyendo todo lo que nuestros ancestros crearon!

Un murmullo nervioso se esparció por todo el lugar, lo que llevó a otro hombre a dar un paso hacia delante y dirigirse a todo el clan, inquieto.

—He investigado mucho a esta Hada Madrina —anunció—. Su nombre real es Brystal Evergreen y ¡es una criminal de Colinas Carruaje! El año pasado, la arrestaron por leer bajo la condición de ser mujer y ¡por perpetrar actos de magia! Deberían haberla ejecutado por sus crímenes, pero le perdonaron la vida, ya que su padre, el Juez Evergreen, utilizó sus contactos para atenuar la condena y, en lugar de la pena de muerte, la sentenciaron a trabajo forzoso en el Correccional Atabotas para Niñas Problemáticas. ¡Pero Brystal Evergreen solo estuvo allí un par de semanas antes de escapar! ¡Se marchó al sudeste del Entrebosque y se unió a un aquelarre maléfico de hadas! Vive allí desde entonces, desarrollando sus habilidades pecaminosas con otras paganas como ella.

—Me atrevería a decir que ya las ha desarrollado por completo —agregó el Alto Comandante con un tono juguetón—. ¡Recientemente, Brystal Evergreen intentó convencer al Rey Campeón XIV para que cambiara las leyes del Reino del Sur! ¡Dividieron el Entrebosque en distintos territorios para que las criaturas hablantesy las hadas pudieran tener sus propios hogares! ¡Incluso permitieron que las mujeres leyeran y se educaran! ¡Pero lo peor de todo es que Brystal Evergreen orquestó un plan mundial para legalizar la magia! ¡Prácticamente, de la noche a la mañana, todo rastro de la Doctrina Justa se eliminó de la constitución del Reino del Sur!

»Pero el reinado de terror de Brystal Evergreen no termina aquí, hermanos míos. Ha abierto una escuela de magia atroz en el Territorio de las Hadas e ha invitado a miembros de la comunidad mágica para que vivan allí y desarrollen sus habilidades antinaturales. Cuando no está dando clases, Brystal Evergreen viaja por los reinos con un grupo de degeneradas conocidas como el Consejo de las Hadas. Han conseguido la atención y el afecto del mundo, ya que pretenden «ayudar» y «curar» a aquellos que lo necesitan, pero nuestra Hermandad no se dejará engañar. El objetivo de la comunidad mágica es el mismo de hace seiscientos años: lavarle el cerebro al mundo con sus hechizos y esclavizar a la raza humana.

La Hermandad arengó con tanta fuerza que la antigua fortaleza tembló.

—Alto Comandante, me temo que llegamos demasiado tarde —dijo un hombre desde la multitud—. Desde la aparición del Consejo de las Hadas, la gente se ha encariñado con la magia. He oído a personas discutir sobre los beneficios sorprendentes que ha traído esta legalización. Aparentemente, hay menos enfermedades gracias a las nuevas pociones y elixires que se venden en las farmacias. También comentan que las cosechas están en su mejor mo­men­to gracias a hechizos que se encargan de protegerlas de heladas y plagas. Y el pueblo incluso le atribuye el crecimiento de nuestra economía a la popularidad que han ganado los productos encantados. Todos los hombres quieren un carruaje autónomo, todas las mujeres quieren una escoba autónoma y todos los niños quieren un columpio autónomo.

—La opinión pública también ha empezado a cambiar con respecto al resto de las enmiendas —dijo otro hombre entre la multitud—. De hecho, a la mayoría del Reino del Sur le gustan los cambios que el Rey Campeón ha hecho a la constitución. Dicen que permitirles a las mujeres leer y educarse ha elevado los debates en las escuelas y ha generado que las personas de to­dos los géneros sean más creativas y originales. Además, dicen que haber dividido el Entrebosque en distintos territorios ha logrado que las criaturas hablantes sean más civilizadas y que los viajes y el comercio entre los reinos sea mucho más seguro que antes. Después de todo, la gente cree que la legalización de la magia ha despertado una nueva era de prosperidad y se preguntan por qué no ocurrió antes.

—¡Esa prosperidad es solo una fachada! —gritó el Alto Comandante—. Una hortensia puede parecer preciosa y su aroma placentero, ¡pero no deja de ser venenosa si la consumes! ¡Si no restauramos la Doctrina Justa, nuestro mundo empezará a pudrirse desde dentro! Tanta diplomacia nos volverá débiles, tanta igualdad matará la iniciativa y tanta magia nos hará holgazanes e incom­petentes. ¡La comunidad mágica nos dominará, el orden natural se desmoronará y sucederá el pandemonio absoluto!

—Pero ¿cómo restauramos la Doctrina Justa? —preguntó un miembro del clan—. El Rey Campeón opera bajo la influencia de Brystal Evergreen; ¡y necesitamos al rey para cambiar las leyes!

—No necesariamente. —El Alto Comandante se rio levemente—. Necesitamos un rey, no al rey.

A juzgar por los pliegues de su máscara, la Hermandad podía ver que su superior estaba sonriendo.

—Y ahora pasemos a las buenas noticias —dijo el Alto Comandante—. El Rey Campeón XIV tiene ochenta y ocho años y no falta mucho tiempo para que un nuevo rey asuma el trono del Reino del Sur. Y resulta que el próximo apoya con mucha intensidad nuestra causa. Respeta el orden natural de las cosas, cree en la Doctrina Justa y, al igual que nosotros, no se ha dejado enga-ñar por las muestras de compasión del Consejo de las Hadas. Ha aceptado prohibir los cambios introducidos por el Rey Campeón con una condición: que lo nombremos el nuevo líder de nuestra Hermandad y le sirvamos como el Rey Justo.

Los miembros del clan no pudieron contener su entusiasmo. Nunca se habían imaginado un mundo en el que el soberano de la Hermandad de los Justos y el soberano del Reino del Sur fuera la misma persona. Si actuaban con inteligencia, ese desenlace podría solidificar la Doctrina Justa durante generaciones.

—¿Qué pasa con la comunidad mágica? —preguntó un miembro del clan—. Son más poderosos y populares que nunca. Es evidente que se revelarán en contra del nuevo rey o lo embrujarán, como hicieron con el viejo.

—Entonces debemos exterminarlos antes de que el próximo rey suba al trono —dijo el Alto Comandante.

—Pero ¿cómo? —preguntó el miembro del clan.

—Del mismo modo que nuestra Hermandad eliminó a la comunidad mágica hace seiscientos años. Y creedme, hermanos, nuestros ancestros iban armados con mucho más que solo una doctrina.

El Alto Comandante se bajó de la plataforma de piedra y la le­vantó como si fuera una escotilla gigante. Para sorpresa de la Hermandad, encontraron un arsenal masivo de cañones, espadas, ballestas, lanzas y cadenas. Había suficientes armas como para movilizar a un ejército entero de miles de hombres, pero estas armas no se parecían en nada a las que los miembros del clan habían usado alguna vez. En lugar de estar hechas con hierro o acero, todas las espadas, puntas de flechas, cadenas y balas de cañón estaban fabricadas con una roca roja que brillaba, como si tuviera fuego en el interior. La luz carmesí bañó por completo el patio gris y dejó perplejos a todos los presentes.

—¡Es hora de que la Hermandad de los Justos salga de las sombras! —anunció el Alto Comandante—. Debemos honrar la promesa que les hicimos a nuestros padres y atacar antes de que nuestros enemigos tengan tiempo de organizarse. ¡Unidos, con el apoyo del Rey Justo, preservaremos el orden natural, restauraremos la Doctrina Justa y exterminaremos a la comunidad mágica de una vez por todas!

El Alto Comandante cogió una ballesta cargada del arsenal y le disparó tres flechas al retrato de Brystal Evergreen: una en la cabeza y dos en el corazón.

—Y como en todo control de plagas, primero debemos matar a la reina.

1

El daño a la presa

Además de contar con una industria exitosa de madera (y algunos escándalos de la realeza), el Reino del Oeste era conocido por su icónica Presa del Oeste, situada en la capital, la Fortaleza de Longsworth.

La estructura tenía más de trescientos metros de altura y estaba hecha de cinco millones de bloques de roca, así que evitaba que la Fortaleza de Longsworth quedara bajo el agua del Gran Lago del Oeste.

La presa tenía dos siglos de antigüedad y tardaron muchos años en construirla, así que cuando la acabaron en el verano de 452, declararon que ese día histórico pasaba a ser fiesta nacional.

El Día de la Presa era una fecha muy esperada por los ciudadanos del Reino del Oeste y un momento muy importante del año. La gente tenía el día libre, los niños y las niñas no asistían a la escuela y todos se reunían a jugar, comer y brindar por la presa que protegía a la capital.

Desafortunadamente, todos esperaban que el Día de la Presa de ese año fuera una desilusión. Después de una serie de terremotos inesperados, los cimientos de la Presa del Oeste se ha­bían movido y habían creado una grieta inmensa en la estructura. El agua brotaba con fuerza por la abertura angosta y cubría la Fortaleza de Longsworth con una lluvia constante. El daño empeoraba con el tiempo, ya que la grieta se hacía cada vez más grande y la ciudad se inundaba.

Necesitaba mantenimiento de forma urgente, pero el soberano del reino, el Rey Belicton, no daba la orden. Más allá de tratarse de una hazaña cara y urgente, también era una tarea peligrosa, ya que debían evacuar toda la ciudad en el proceso. El rey pasó muchas noches en vela, rascándose su calva cabeza y retorciéndose el bigote mullido, mientras intentaba encontrar una solución alternativa.

Para su suerte (y la de sus ciudadanos muy, muy mojados), había nuevos recursos a su disposición y usarlos solo le costaría un poco de orgullo. Al principio, el rey rechazó la idea, pero mientras miraba la interminable neblina que convertía las calles de la Fortaleza de Longsworth en pequeños arroyos, comprendió que ya no tenía otra opción. Fue así como el Rey Belicton solicitó un pedazo de su papel más fino y su pluma más elegante, y escribió una carta para pedir lo que más odiaba: ayuda.

Querida Hada Madrina:

El último año se ha ganado la gratitud del mundo entero después de sus valientes hazañas en el Reino del Norte. Yo, junto a mis súbditos, nunca le agradecimos lo suficiente el habernos liberado de la Reina de las Nieves y haber salvado al planeta de la Gran Tormenta de 651. Desde ese entonces, ha fascinado e inspirado al mundo con actos de profunda generosidad. Ya sea construyendo orfanatos y refugios, o alimentando a los hambrientos y curando a los enfermos, usted y el Consejo de las Hadas nos han llegado al corazón con su compasión y caridad.

En este momento, le escribo con la esperanza de que considere compartir su compasión con el Reino del Oeste. Durante las últimas semanas, la Presa del Oeste, de la Fortaleza de Longsworth, sufrió daños que deben repararse de inmediato. Tardaríamos gran parte de la primera mitad de la década en llevar a cabo una reparación tradicional y obligaría a miles de ciudadanos a abandonar sus hogares. Sin embargo, si usted está dispuesta a darnos una solución mágica, mi pueblo no tendrá que atravesar esas injusticias. Si es posible realizar este gesto, las hadas se ganarán el respeto eterno del Reino del Oeste y nos darán una razón adicional para celebrar nuestro tan querido Día de la Presa.

No es un secreto que el Reino del Oeste, al igual que nuestras naciones vecinas, tiene una historia complicada con la comunidad mágica. No podemos borrar la discriminación y las injusticias del pasado, pero con su amabilidad, podríamos marcar el comienzo de una nueva etapa para las relaciones entre el Oeste y la magia.

Le ruego que nos perdone y nos ayude en estos momentos tan difíciles.

La saludo con humidad,

Su Majestad,

El Rey Belicton del Reino del Oeste

El rey quedó exhausto después de tanta humillación. Dobló la carta con cuidado y le estampó su sello oficial antes de entregársela a su mensajero más veloz.

A la mañana siguiente, el mensajero llegó a la frontera del Territorio de las Hadas, pero no pudo encontrar una forma de entrar. Un seto enorme protegía el perímetro del territorio como una pared inmensa de hojas. Los arbustos eran demasiado altos como para saltarlos y demasiado densos como para atravesarlos, así que el mensajero se vio obligado a rodear toda la frontera hasta que eventualmente encontró una entrada.

Se sorprendió cuando encontró un grupo bastante grande de otrosmensajeros y, a juzgar por la ropa elegante que llevaban, todos parecían llevar mensajes de familias importantes. Pero lo más sorprendente era que la entrada estaba vigilada por un caballero aterrador que montaba un caballo inmenso de tres cabezas. El caballero medía el doble que un hombre promedio y tenía dos astas sobre la celada. Si bien el caballero vigilaba a los mensajeros en completo silencio, no hacía falta que dijera nada para dejar algo perfectamente claro: nadie cruzaba sin su permiso.

En el suelo había dos cajas con correspondencia, una estaba destinada a los PEDIDOS y la otra a los ELOGIOS. Uno a uno, los men­sajeros temerosos se acercaban al caballero y colocaban sus misivas en la caja correspondiente. Después se marchaban tan rápido como podían. El mensajero del Rey Belicton esperó su turno y, con la mano temblorosa, dejó la carta del rey en la caja marcada para los PEDIDOS y regresó a toda prisa al Reino del Oeste.

Unas horas más tarde, después de entregar la carta, el Rey Belicton recibió una respuesta. Mientras estaba disfrutando de su cena en el Castillo del Oeste, de repente un unicornio apareció en su comedor con un sobre dorado en la boca. Detrás del corcel mágico aparecieron dos docenas de guardias que no habían podido impedirle la entrada al castillo. Los guardias persiguieron al unicornio en círculos por todo el comedor y, en su quinta vuelta alrededor de la mesa, el unicornio dejó caer el sobre dorado sobre el tazón de sopa del rey.

El animal se marchó tan rápido como había llegado. Mientras los guardias lo perseguían, el Rey Belicton secó el sobre con la servilleta, lo abrió con un cuchillo para la mantequilla y leyó el mensaje.

Querido Rey Belicton:

Le he hecho llegar su petición al Hada Madrina y ella le envía su más profunda empatía por sus problemas con la presa. Ella, junto a mí y el resto del Consejo de las Hadas, aceptamos ayudarlo. Llegaremos a la Fortaleza de Longsworth al mediodía del Día de la Presa para reparar el daño.

Por favor, avísenos ante cualquier cambio, conflicto o información adicional previo a nuestra visita. Se lo agradecemos de antemano y le deseamos que tenga un día mágico.

Sinceramente,

Emerelda Stone,

Directora de Correspondencia del Hada Madrina

P.D.: Le pedimos disculpas por reunirnos con usted durante un día de fiesta. El Consejo de las Hadas está muy ocupado con numerosos pedidos.

El Rey Belicton se llenó de alegría al oír las buenas noticias y lo vio como una victoria personal. Decidió hacer que la visita del Consejo de las Hadas fuera una ocasión especial y les ordenó a sus empleados que corrieran la voz. Colocaron pancartas y banderas mojadas sobre las calles de la capital. Instalaron algunas gradas a los pies de la Presa del Oeste y un escenario donde el rey podría entregarle al consejo una muestra de gratitud.

Este tipo de arreglos no se llevaba a cabo desde su coronación, pero el interés público en el Consejo de las Hadas estaba seriamente subestimado.

En la víspera del Día de la Presa, cientos de miles de ciudadanos de todas partes del reino llegaron a la Fortaleza de Longsworth. Al amanecer, las gradas estaban repletas y se habían concentrado varias multitudes en distintos puntos de la ciudad para observar la presa. Las familias utilizaban los techos de sus casas, los ven­dedores subían a los techos de sus tiendas y los monjes se sentaban sobre los chapiteles de sus iglesias, desde donde podían ver todas las festividades. La presa rota empapaba a todos los espectadores; la mayoría temblaba por el frío de la mañana, pero se les llenaba el corazón de calor por la promesa de la magia.

El Reino del Oeste nunca antes había llevado a cabo una celebración de esta magnitud y era común escuchar que la llamaran «el evento de la década», «la celebración del siglo» y «un Día de la Presa para la historia».

Pero incluso, con esas expectativas, nadie pudo predecir lo memorable que sería ese día…

Durante la mañana del Día de la Presa, la Fortaleza de Longsworth estaba tan llena de gente que el Rey Belicton tardó tres horas en recorrer la corta distancia que separaba el Castillo del Oeste y la Presa del Oeste. Su carruaje se abrió paso por las calles saturadas y llegó a la presa con solo unos pocos minutos de sobra. Cuando el rey se sentó en su palco privado, un presentador energético se subió al escenario y saludó a los cientos de miles de personas que rodeaban la estructura.

—¡Hoooolaaaaa, Reino del Oeste! —vociferó—. ¡Es un gran honor daros la bienvenida a lo que estoy seguro que recordaréis como el mejor Día de la Presa de la historia!

La voz bulliciosa del presentador resonó a lo largo de toda la ciudad congestionada y todos los habitantes festejaron cada una de sus palabras. Su grito de entusiasmo fue tan fuerte que casi hace caer al presentador.

—En solo unos minutos, el Consejo de las Hadas llegará a la Fortaleza de Longsworth para reparar los daños en la Presa del Oeste. Una hazaña de estas características normalmente nos llevaría años, pero con la ayuda de un poco de magia, ¡la presa será reparada de manera instantánea delante de nuestros ojos! Por supuesto, nada de esto habría sido posible de no ser por las negociaciones veloces llevadas a cabo por nuestro brillante y audaz Rey Belicton; adelante, Su Majestad, ¡salude a esta multitud!

El soberano se puso de pie y saludó a sus adorables ciudadanos. Sus clamores de respeto finalmente se apagaron, pero el Rey Belicton permaneció de pie, disfrutando de su propia gloria.

—Ahora, preparaos —continuó el presentador—. ¡En cualquier momento, presenciaréis un espectáculo que os garantizo que estimulará todos vuestros sentidos! Pero, quizá os preguntáis, ¿cómo lo hará el Consejo de las Hadas para reparar la Presa del Oeste? ¡Bueno, quizá lo hagan con el fuego de mil antorchas! ¡Quizá la sellen con una capa de diamantes brillantes! ¡O quizá lo hagan con cientos de tallos invisibles de hiedra! ¡No lo sabremos hasta que ocurra! Pero la puntualidad debe ser parte de su proceso porque, ¡aquí vienen!

A lo lejos, sobre la superficie del Gran Lago del Oeste, había seis jóvenes muy coloridas que se acercaban a la ciudad sobre un arcoíris.

El grupo estaba liderado por una niña de once años con una colmena naranja en vez de pelo y un vestido hecho con parches de un panal. La llevaba por el aire un enjambre de abejas vivas, que la bajó sobre la Presa del Oeste y se refugió dentro de su pelo. Detrás de ella, iba otra niña de once años, que avanzaba por la superficie del Gran Lago del Oeste en una ola solitaria. Llevaba un traje de baño color zafiro y de su cabeza fluía una cortina de agua que bañaba todo su cuerpo y se evaporaba al llegar a sus pies. Cuando la ola estaba cerca del borde de la presa, la niña saltó del lago y aterrizó junto a la niña con el vestido de panal.

—Una de ellas es la que mejor sabe llevar un aguijón y la otra es la única persona más mojada que toda la Fortaleza de Longsworth; ¡por favor, un gran aplauso para Tangerina Turkiny Cielene Lavenders! —exclamó el presentador.

Toda la Fortaleza de Longsworth estalló en aplausos para las primeras integrantes del Consejo de las Hadas.

Tangerina y Cielene no se podían creer lo que estaban viendo; nunca antes habían presenciado una reunión tan inmensa.

—¿Están de rebajas en todos los comercios? —le preguntó Cielene a su amiga.

—No, creo que han venido a vernos a nosotras —dijo Tangerina.

La multitud hizo aún más ruido cuando aparecieron otros dos miembros del Consejo de las Hadas. Una preciosa niña de trece años de piel morena y pelo negro ondulado apareció navegando por el Gran Lago del Oeste en un bote lleno de joyas. Llevaba una túnica con esmeraldas incrustadas, sandalias con adornos de diamantes y una tiara brillante. La niña llevó el bote hasta la orilla del lago y se unió a Tangerina y Cielene en la Presa del Oeste. Por detrás, la seguía un niño de doce años que avanzaba por el cielo como un cohete. Llevaba un traje dorado, tenía llamas sobre la cabeza y los hombros, y se desplazaba por el aire como si tuviera dos propulsores en los pies. Las llamas disminuyeron cuando llegó a la Presa del Oeste y se situó junto a la niña cubierta de esmeraldas.

—Ella es preciosa y fuerte como un diamante, y a él no le da miedo jugar con fuego; ¡ellos son Emerelda Stone y Amarello Hayfield! —anunció el presentador.

Al igual que Tangerina y Cielene, Emerelda y Amarello quedaron fascinados por el mar de gente que rodeaba la presa. Las llamas sobre la cabeza y hombros de Amarello se encendieron levemente por los nervios y se ocultó detrás de Emerelda.

—¡Mira a todos esos manifestantes! —gritó el niño—. ¿Deberíamos irnos?

—Parecen demasiado felices como para ser manifestantes —agregó Cielene.

—Eso es porque no lo son —les dijo Tangerina—. ¡Leed los carteles!

El Consejo de las Hadas estaba acostumbrado a ver a grupos que se manifestaban en su contra siempre que hacían apariciones públicas. Por lo general, esos manifestantes llevaban carteles con mensajes como DIOS ODIA A LAS HADAS, LA MAGIA ES LA PERDICIÓN y EL FIN ESTÁ CERCA.

Sin embargo, su visita a la Fortaleza de Longsworth no había reunido a la clase de manifestantes a los que estaban acostumbrados.

Al contrario, a medida que las hadas miraban a la multitud, se dieron cuenta de que solo había pancartas con mensajes positivos como GRACIAS A DIOS POR LAS HADAS, LA MAGIA ES PRECIOSA y NO SEÁIS TRÁGICOS, SOLO SON MÁGICOS.

—Ah —dijo Amarello, más tranquilo—. Lo siento, me había olvidado de que ahora la gente nos quiere. Las viejas costumbres nunca mueren.

Emerelda gruñó y se cruzó de brazos.

—El Rey Belicton debería haber mencionado que habría público —se quejó—. Debería haberlo sabido; los monarcas montan un espectáculo por todo.

De pronto, el ambiente quedó inundado por numerosos graz­nidos. Una bandada de gansos transportaba a la quinta integrante del Consejo de las Hadas hacia la Presa del Oeste. Era una niña de catorce años que llevaba un bombín, un traje negro, un par de botas que le quedaban grandes y un collar de chapas de metal. Los gansos la dejaron junto al resto de las hadas y cayó con un golpe seco.

—¡Auch! —les gritó a las aves—. ¿A eso lo llamáis aterrizar? ¡Los meteoritos caen más suaves!

—Será mejor que no le saquéis las plumas. ¡Dadle la bienvenida a Lucy Gansa! —anunció el presentador.

—¡Se pronuncia GAN-SAI! —le gritó, poniéndose de pie—. La próxima vez, investiga un poco antes de… —Se quedó en silencio y boquiabierta cuando vio la cantidad de gente que las había ido a ver—. ¡Pero Cielo Santo!¡Mirad a toda esa multitud! ¡Es más grande que la que nos observó construir el puente del Reino del Este!

—Me atrevería a decir que todo el Reino del Oeste está aquí —dijo Emerelda—. Quizá más.

Lucy esbozó una sonrisa de oreja a oreja mientras observaba a todos los presentes. Un grupo de niños le llamó la atención y se sintió muy entusiasmada cuando vio que cada uno tenía una muñeca que se asemejaba a un integrante del Consejo de las Hadas.

—¡Incluso tienen muñecas de nosotras! —declaró Lucy—. Dios mío, es una lástima tener que hacer estas cosas por la bondad de nuestros corazones. Nos forraríamos si cobráramos comisión.

Al cabo de un rato, el silencio se apoderó de la Fortaleza de Longsworth, ya que anticipaban a la sexta y última integrante del Consejo de las Hadas. Solo cuando los ciudadanos empezaban a preocuparse por si no venía, una preciosa niña de quince años con ojos azules destellantes y pelo castaño claro descendió de las nubes dentro de una burbuja. Llevaba un traje brillante y guantes que hacían juego con el resto de su atuendo, una cola que le caía desde la cintura, así como también algunas flores blancas sobre una trenza larga. La burbuja aterrizó con suavidad sobre la Presa del Oeste junto al resto de las hadas y la niña la hizo estallar con su varita de cristal.

—Cuidado, Reina de las Nieves, ¡no eres contrincante para nuestra próxima invitada! —anunció el presentador—. Ella es la compasión personificada y se la considera una diosa para los hombres… ¡Por favor, dadle una cálida bienvenida al mejor estilo del Reino del Oeste, a la única e inigualable Haaadaaaa Maaaadrinaaa!

Los ciudadanos aplaudieron tan fuerte que la Presa del Oeste vibró bajo los pies del Consejo de las Hadas. La gente que se encontraba más cerca empezó un cántico que se extendió hacia el resto de los presentes.

—¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina!

A Brystal Evergreen se le llenó el corazón de amor por esa bienvenida tan apasionada. Nunca antes había visto a tanta gente reunida en un solo lugar y cada uno de los presentes aplaudía y lloraba de alegría por ella. Llevaban pinturas en la cara y carteles con su nombre. Algunas niñas más pequeñas (y algunos hombres adultos) iban vestidas como ella y movían sus varitas caseras de un lado a otro.

La admiración del Reino del Oeste era un honor increíble, pero por razones que Brystal no podía explicar, ese entusiasmo la hacía sentir incómoda. Más allá de la felicidad de las personas que la alentaban, no pensaba que se mereciese ese reconocimiento y, a pesar de su bienvenida enérgica, no podía luchar contra la necesidad de irse. Después de todo, tenía trabajo que hacer. Así que se obligó a sonreír y saludó a la multitud con modestia.

El resto de las hadas parecían disfrutar mucho más que Brystal, en especial Lucy.

—Guau, a esta multitud le encanta el nombre de Hada Madrina —dijo Lucy—. ¿Estás contenta de tener ese título?

—Ya sabes que no quería uno —le contestó Brystal—. Me hace sentir como una cosa.

—Bueno, como mi madre solía decir, si te van a cosificar, mejor que sea tu familia —dijo Lucy y le dio una palmada en la espalda a Brystal—. Solo agradece que decidieron llamarte Hada Madrina, hay nombres mucho peores.

—Disculpa, ¿Brystal? —la interrumpió Emerelda—. Creo que será mejor que nos encarguemos rápido de esto. Tenemos que reparar un molino a las tres de la tarde y descongelar una granja a las cinco. Además, la gente está empezando a enloquecer.

—No podría estar más de acuerdo —dijo Brystal—. Hagamos lo que hemos venido a hacer y acabemos con esto de una vez por todas. No hace falta causar más escándalo del necesario.

Sin perder más tiempo, Brystal se paró al borde de la Presa del Oeste y movió la varita hacia el daño que tenía a los pies. La grieta gigante de pronto se llenó mágicamente con un sello dorado y, después de más de una semana de neblina constante, la lluvia finalmente se detuvo.

Para estar más segura, Brystal movió la varita una vez más, y esta vez una brisa poderosa sopló por toda la ciudad, secando las calles, tiendas y hogares. La corriente voló algunos sombreros y derribó a algunas personas, pero se levantaron completamente secos.

Todo ocurrió tan rápido que los ciudadanos tardaron unos segundos en comprender que habían resuelto sus problemas. Su grito de celebración fue tan poderoso que era un milagro que la Presa del Oeste no se agrietara otra vez.

—Bien, todos satisfechos —dijo Brystal—. Ahora vamos a…

—¡Magnífico! —vociferó el presentador—. ¡Con solo un movimiento de muñeca, el Hada Madrina ha reparado la Presa del Oeste y ha salvado a la Fortaleza de Longsworth de una década de lluvia! ¡Ahora el Consejo de las Hadas acompañará al Rey Belicton al escenario para recibir una muestra de agradecimiento de parte de nuestro reino!

—¿Qué? —dijo Emerelda.

Las hadas miraron hacia abajo y vieron al Rey Belicton en el escenario con un trofeo de oro inmenso. Tangerina y Cielene es­taban muy entusiasmadas.

—¡Quieren darnos un premio! —dijo Cielene—. ¡Me encantan los premios!

—¿Podemos quedarnos y aceptarlo? —le preguntó Tangerina al resto—. ¿Por favor?

—Por supuesto que no —dijo Emerelda—. Si el Rey Belicton quería darnos un premio, que me lo hubiera dicho primero. No podemos permitir que la gente se aproveche de nuestro tiempo.

—Ah, relájate, Em —le dijo Tangerina—. Trabajamos mucho para ganarnos la aprobación del mundo y ahora ¡por fin la tenemos! Si no le damos a la gente una oportunidad de admirarnos de vez en cuando, ¡quizá perdamos su admiración!

—Creo que Tangerina tiene razón —dijo Amarello—. El Rey Belicton puede haber roto las reglas, pero su gente no lo sabe. Si no tienen la ceremonia que esperaban, probablemente nos culpen a nosotros. Y no deberíamos darles otra razón para que nos empiecen a odiar de nuevo.

Emerelda gruñó y puso los ojos en blanco. Se levantó las mangas del vestido y revisó el reloj de sol que llevaba en la muñeca.

—Está bien —dijo Emerelda—. Les daremos otros veinte minutos; pero eso es todo.

El hada chasqueó los dedos y un tobogán mágico de esmeralda apareció frente a ellos. Se extendía desde la parte superior de la presa hasta el escenario. Emerelda, Amarello, Tangerina y Cielene se deslizaron y acompañaron al Rey Belicton en el escenario, pero Brystal se detuvo antes de seguirlos. Notó que Lucy no había dicho nada desde que habían reparado la presa y, en cambio, estaba parada muy quieta, observando a la multitud atentamente.

—Lucy, ¿vienes? —le preguntó.

—Sí, ya bajo —le contestó—. Solo estoy pensando.

—Oh, oh —dijo Brystal—. Debe ser algo serio si te estás perdiendo la oportunidad de estar en un escenario.

—¿Crees que esto es suficiente?

Brystal se sintió confundida por esa pregunta tan abrupta.

—¿Qué?

—Reparamos presas, construimos puentes, ayudamos a la gente… pero ¿es suficiente? —le aclaró Lucy—. Todas estas personas han viajado hasta aquí para ver algo espectacular y ¿qué les hemos dado? Un poco de sellador y viento.

—Sí —le contestó Brystal—. Les hemos dado exactamente lo que necesitaban.

—Sí, pero no es lo que querían —dijo Lucy—. Si tocar con la Tropa Gansa me enseñó algo es la psicología de una audiencia. Si estas personas vuelven a sus casas decepcionadas, aunque sea un poco, estarán enfadadas con nosotras. Y tal como ha dicho Amarello, no deberíamos darles ninguna razón para que nos odien. Si empiezan a estar molestos con el Consejo de las Hadas, pronto comenzarán a estarlo con todas las hadas y, ¡bum!, la comunidad mágica volverá donde empezó. Creo que sería inteligente quedarse un rato y darles un espectáculo.

Brystal miró a la ciudad mientras pensaba en lo que acababa de decir Lucy. Era obvio que la gente quería más magia, parecían estar obsesionados con el Consejo de las Hadas desde su llegada; pero Brystal no quería consentirlos demasiado. Ella y el resto se habían visto obligadas a trabajar mucho para llegar hasta este punto. La idea de trabajar aún más para mantener su posición era agotadora. Y Brystal no quería pensar en nada; solo quería marcharse y alejarse de la multitud.

—Somos filántropas, Lucy, no artistas —le dijo—. Si la gente espera un espectáculo por nuestra parte, siempre tendremos que darles un espectáculo ¿y a dónde nos llevará eso? Sería más fácil complacer a la gente y contener sus expectativas si lo mantenemos todo simple. Ahora aceptemos el premio del rey, estrechemos algunas manos y sigamos adelante.

Brystal se deslizó hacia el escenario antes de que Lucy tuviera la oportunidad de oponerse, pero ambas sabían que su conversación estaba lejos de terminar.

—En nombre del Reino del Oeste, me gustaría agradecerle al Hada Madrina sus enormes actos de generosidad —le dijo el Rey Belicton a sus ciudadanos—. Como muestra de nuestra eterna gratitud y aprecio, le entrego el más prestigioso premio de nuestro reino, la Copa de la Presa.

Antes de que el Rey Belicton pudiera entregarle el trofeo a Brystal, Cielene se lo quitó de las manos y lo sostuvo como un bebé. Tangerina empujó a Brystal hacia adelante, obligándola a improvisar un discurso de aceptación.

—Ehm… bueno, primero me gustaría decir gracias —dijo Brystal y se obligó a ser simple—. Siempre es un privilegio visitar el Reino del Oeste. El Consejo de las Hadas y yo nos sentimos muy honradas de que confiéis en nosotros para reparar una estructura tan importante para el pueblo. Espero que, de ahora en adelante, siempre que la gente mire la Presa del Oeste, recuerde el potencial que la magia tiene para ofrecer…

Mientras Brystal continuaba con su discurso, Lucy estudiaba a los ciudadanos de la multitud. Parecían atentos a cada palabra que Brystal decía, pero a Lucy le preocupaba que fuera solo cuestión de tiempo que perdieran el interés; ¡no querían escuchar hablar sobre magia, querían ver magia! Si Brystal no estaba dispuesta a darles el espectáculo que deseaban, entonces Lucy se haría cargo. Y confiaba en que su especialidad para buscar problemas la ayudara.

Cuando se aseguró de que todos los ojos estaban fijos en Brystal, bajó del escenario y se acercó de puntillas a la base de la Presa del Oeste. Se frotó las manos, las colocó sobre la estructura de piedra y conjuró un poco de magia.

—Esto hará que todo sea más interesante —se dijo a sí misma.

De pronto, la Presa del Oeste empezó a romperse como la cáscara de un huevo. Pedazo a pedazo, se desplomó y el agua del Gran Lago del Oeste atravesó toda la estructura. Lucy sabía que algo raro pasaría, como siempre que usaba magia, ¡pero nunca se imaginó que la presa se haría pedazos! Gritó y regresó corriendo tan rápido como pudo.

—… si os dejamos algo, que sea una nueva gratitud, no solo con el Consejo de las Hadas, sino con la magia en general —dijo Brystal al terminar su discurso—. Y en el futuro, espero que la humanidad y la comunidad mágica estén tan unidas que resulte difícil imaginar una época en la que hubo conflicto entre ellos. Porque al final del día, todos queremos lo mismo para…

—¡Brystal!—gritó Lucy.

—Ahora no, Lucy, estoy terminando mi discurso —le dijo Brystal sin mirarla.

—¡Presa!

—¡Lucy, no me interrumpas! Hay que dar ejemplo a esos niños y niñas…

—¡NO! ¡MIRA LA PRESA! ¡DETRÁS DE TI!

El Consejo de las Hadas se giró justo a tiempo para ver como la Presa del Oeste se derrumbaba. El Gran Lago del Oeste avanzaba hacia la Fortaleza de Longsworth como una ola inmensa de tres­cientos metros de altura.

—¡Lucy! —dijo Brystal, boquiabierta—. ¿Qué has hecho…?

—¡CORRED POR VUESTRAS VIDAS! —gritó el Rey Belicton.

El pánico inundó la Fortaleza de Longsworth. Los ciudadanos se empujaban y corrían de un lado para otro mientras intentaban abandonar la ciudad, pero estaba tan repleta de gente que no tenían dónde ir.

Con la ola inmensa a pocos metros de las víctimas, Brystal entró en acción. Una ráfaga de viento con la fuerza de cien huracanes brotó de la punta de su varita y bloqueó la ola como un escudo invisible. Brystal tuvo que usar toda su fuerza para mantener su varita firme y logró detener la mayor parte del agua, pero no podía hacerlo sola.

—¡Amarello! ¡Emerelda! —gritó Brystal hacia atrás—. ¡Detened el agua que se escapa por los bordes del escudo! ¡Cielene, asegúrate de que no sobresalga por arriba! ¡Tangerina, ayuda a las personas a ponerse a salvo!

—¿Y yo? —preguntó Lucy—. ¿Qué hago?

Brystal la miró, furiosa.

—Nada —le dijo—. ¡Tú ya has hecho bastante!

Lucy observó la escena, desconsolada, mientras el resto del Consejo de las Hadas seguía las órdenes de Brystal. Amarello corrió hacia la izquierda de Brystal y lanzó una pared de fuego hacia la pared de agua, que se evaporó y desapareció. Emerelda creó una pared de esmeralda para bloquearla en el lado derecho, pero la ola era tan poderosa que la derribó, obligándola a construirla una y otra vez. Cielene movió la mano en un círculo grande y toda el agua que había rebasado por el borde del escudo de Brystal regresó al Gran Lago del Oeste. Mientras sus amigas bloqueaban el agua, Tangerina envió a las abejas hacia la multitud frenética y el enjambre levantó a los niños y ancianos antes de que quedaran atrapados en una estampida.