Un, dos, tres, arriba. - Cindy Castro - E-Book

Un, dos, tres, arriba. E-Book

Cindy Castro

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Esperanza, es la más inquieta y divertida de su familia. Dueña de un carisma único, el mismo que la llevará a vivir diferentes aventuras. Fuerte y valiente en todo momento, nos traslada a situaciones inesperadas, las mismas que deberá afrontar de la mano de su familia y amigos. Esperanza, es la más inquieta y divertida de su familia. Dueña de un carisma único, el mismo que la llevará a vivir diferentes aventuras. Fuerte y valiente en todo momento, nos traslada a situaciones inesperadas, las mismas que deberá afrontar de la mano de su familia y amigos.

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Cindy Castro

Un,dos, tres, arriba

Un, dos, tres, arriba

Primera edición: octubre 2023

©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

© Del texto 2023, Cindy Castro

©Edición: Antonio Jara

©Diseño interior. Gabriel Solorzano

©Maquetación: Gabriel Solorzano

©Diseño de portada: Sandy Sanchez

Todos los derechos reservados.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra,

el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos,

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del autor o del sello editorial Luna Nueva S.L

El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad

en el ámbito de las ideas y el conocimiento,

promueve la libre expresión y favorece una cultura libre.

[email protected]

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-9974-5847-9-2

ISBN Digital: 978-9974-2301-8-7

A mis padres, quienes dejan un legado de amor y constancia en mí. Es un viaje creativo y emocional que me recordó lo importante que es valorar el presente y disfrutar cada momento.

Dedicado a quienes luchan batallas silenciosas, a aquellos que se levantan cada mañana con la fuerza para seguir de pie como robles.

Prologo

¿Qué es la vida? ¿Para qué vinimos al mundo? ¿Será que nuestro destino ya está definido desde antes de nacer o lo vamos haciendo a medida que pasamos experiencias buenas y malas en este camino?

Todos los seres humanos vivimos distintas realidades, nos suceden diferentes situaciones y enfrentamos retos únicos a lo largo de nuestra existencia. ¿Será que podemos ver un poco desde la perspectiva de otro, adentrándonos a historias que nos permitan transportarnos por un momento a esa realidad?

Nace una esperanza

¿Qué es la vida? ¿Un camino? ¿Una prueba? ¿Una misión terrenal?

El día amaneció más gris que de costumbre, los pájaros no cantaron por la mañana y el sol se demoró en aparecer. Las hojas de los árboles se veían marchitas y un silencio aterrador se sentía en el ambiente.

Un aire tétrico se respiraba y los escalofríos se apoderaban de cada fibra de los cuerpos. Parecía una escena de una película de terror, esas donde el suspenso consume poco a poco logrando poner nervioso hasta al más valiente.

En la casa la luz parecía haberse ocultado y aunque el día estaba soleado, se veía como si una nube gris hubiera dejado su oscuridad. Todo se mantenía igual, el reloj había detenido su marcha y las cosas estaban congeladas sin avanzar.

Esperanza no parecía empeorar ni mejorar, solo dormía y lo hacía cada vez más. Su cuerpo poco a poco se había vuelto más frágil, como si fuera de cristal. Sus huesos a simple vista comenzaban a hacerse más evidentes y su sonrisa se había apagado con el pasar de los días.

En la casa el silencio aturdía, entristecía y erizaba la piel; hacían falta sus ocurrencias, sus risas y locuras. El ambiente de alegría de a poco se había ido desvaneciendo hasta tornarse en uno muy tenso y triste.

Sus hijos y familiares lloraban en silencio, y pedían en susurros únicamente un milagro al cielo. La esperanza estaba presente en ellos, pero también el temor los invadía por momentos.

Era difícil luchar contra los pensamientos que hacen volver de un solo golpe a la realidad y a la vez tratar de no perder la fe de que todo en cualquier instante podría cambiar.

Las cosas habían sucedido muy rápido, ya que hace tan solo unos meses era una mujer fuerte, alegre y trabajadora, que disfrutaba al máximo la vida. Sonreía siempre y tenía una particular personalidad que encantaba a todos.

Nadie comprendía como la situación había cambiado tanto en un abrir y cerrar de ojos, como esa persona tan luchadora de repente se transformó en un ser tan vulnerable que no se podía valer por sí misma, perdiendo incluso la conciencia del tiempo, el espacio y la realidad.

Las cosas no siempre fueron así. Mucho tiempo antes todo era tan diferente, ni la mente más creativa hubiera imaginado que la situación cambiaría tanto así.

Esperanza era la segunda de tres hermanos, nacida en una familia de clase media y de padres separados. Su estatura era pequeña, su cabello era negro y ondulado, y su piel era trigueña, como si el sol la hubiera tocado sutilmente dejando un color bronceado.

Sus manos eran grandes y se notaba que hacían muchas cosas a diario, ya que las pequeñas heridas y callos se podían ver fácilmente. Sobre todo, destacaba su personalidad, era fuerte, decidida y valiente, pero noble y solidaria al mismo tiempo.

Dueña de una sonrisa que contagiaba a toda persona que la conocía. Llena siempre de mucho optimismo, tanto que parecía apoderarse instantáneamente de todo aquel a quien le brindaba un consejo en momentos difíciles.

Su voz era peculiar, alta y se hacía notar a la distancia. Su corazón, el más bueno y amable de todos, era como una caricia cálida que abrazaba a quien se le acercaba.

Esperanza nació cuando sus padres eran muy jóvenes, lo cual fue uno de los detonantes que influyó para que pocos años después ese matrimonio fracasa y terminara en divorcio.

A pesar de que Clorinda, su madre, se vio muy afectada por la separación, decidió dedicarse completamente a sacar a sus hijos adelante. Era una mujer muy trabajadora, todos los días se despertaba antes de que salga el sol para iniciar sus labores y regresaba a la casa cuando ya había anochecido.

Todos sus esfuerzos estaban enfocados en intentar brindarles lo mejor a sus hijos. Ella anhelaba que tengan una buena educación, alimentos suficientes y que sean felices a pesar de la ausencia de su padre, quien se mudó a otra ciudad luego del divorcio.

Para los niños nunca es fácil superar que sus papás ya no vivan juntos, tener que estar a tiempo completo con uno de ellos y con el otro únicamente pasar los fines de semana no es una idea agradable para los hijos de padres separados.

Al principio para Esperanza y sus hermanos fue complicado adaptarse a esta nueva realidad, pero con el pasar de los días y con las ocupaciones diarias fueron sobrellevando la situación. Sus papás no vivían juntos, pero ambos siempre estaban pendientes de ellos de diferentes formas.

Clorinda se convirtió en una mujer muy estricta y dura con el paso de los años, tal vez era el resultado de todo lo que había tenido que superar a lo largo de su vida. Hacerse responsable de sus tres hijos sin una figura masculina al lado, hizo que poco a poco su carácter se vuelva fuerte y logre llegar a ser el soporte y fortaleza que su familia necesitaba.

Sus días empezaban temprano, pero todo el sacrificio y esfuerzo que hacía era por y para sus niños, quienes eran el centro y motor de su existencia. Eran su razón de vivir y de luchar.

De los hermanos Esperanza era la más alegre. Se levantaba cada mañana con una sonrisa en la cara sin que existiera un motivo específico para tenerla. Ella simplemente siempre veía el lado bueno de las cosas y se disponía a empezar cada día sonriendo, pese a todos los problemas que su familia pudiera estar enfrentando.

A pesar de ser apenas una niña tenía predilección por el té, todas las mañanas lo tomaba muy caliente cuando su mamá ya se había ido a trabajar, de esta manera no la vería tomarlo y se ahorraría una reprimenda con un castigo ejemplar.

Luego de desayunar se ponía su uniforme, su falda azul y su blusa blanca meticulosamente planchadas. Normalmente se acostumbra que las niñas lleven zapatos escolares, los pequeños y delicados con correa que resaltan su femineidad, pero Esperanza prefería llevar sus botas de caucho para la lluvia, las toscas y algo masculinas, ya que con ellas podía meterse en los charcos de agua y correr todo lo que quisiera sin problema.

Jugar, esconderse y tumbar almendras de los árboles eran las actividades preferidas de esta traviesa, que a su corta edad, mostraba tener el carácter de un león, pero con el corazón más tierno y noble que pudiera existir.

Esperanza era una niña muy sociable, tenía montones de amigos y le encantaba compartir momentos con ellos, ya sea en la escuela o fuera de ella. Pasaban juntos largos ratos jugando a las escondidas, las cogidas, saltando la cuerda o cualquier otro juego que se les pudiera ocurrir en ese instante.

Si bien dice un dicho popular que las amistades que duran para siempre son las que se hacen en la infancia, ella estaba sembrando amigos que le durarían para toda la vida, aun sin saberlo en ese momento.

La niñez es, sin duda, una de las etapas más lindas, donde lo único importante es decidir cuál será el juego del día, donde los enojos duran solo unos minutos y no existen rencores que atormenten el corazón.

Esperanza tenía muchas amigas, pero no con todas tenía la complicidad que había creado con Helena y Romina. Ellas eran definitivamente sus mejores cómplices de aventuras.

Helena era una niña pequeña, de cabello lacio y contextura delgada. Su familia era dueña de varios negocios y tenía mucho dinero, por lo que ella poseía todo, una casa grande, un perro, juguetes y ropa de marca por montón.

A pesar de tener una vida sin carencias, sus padres le enseñaron desde muy pequeña a valorar y entender que no todos los niños corrían con la misma suerte que tenía ella. Esto hizo que tenga un corazón generoso y considere a todas las personas iguales, dejando de lado estereotipos de dinero o de clases sociales.

Helena era amiga de Esperanza desde los 4 años, momento en que juntas asistieron al jardín de infantes. Desde ese instante se volvieron inseparables y crearon un vínculo muy especial entre ellas, pese a las diferencias económicas.

Por otro lado, Romina, su otra mejor amiga, tenía una vida completamente diferente. Era una niña de raza negra y de escasos recursos. Ella vivía solo con su madre, quien lavaba ropa de otras personas para poder mantener su hogar y darle a su hija lo que necesitara. No tenía un padre con el cual contar, ya que él las abandonó, cuando ella era tan solo una bebé, para irse con una muchacha más joven que él.

Romina era muy inteligente y aplicada, siempre sacaba las mejores calificaciones en la escuela y tenía excelente conducta. Todos los años lograba estar en el cuadro de honor de su salón, por lo que su madre se sentía muy orgullosa de ella, pues veía que todo el esfuerzo que hacía por sacarla adelante valía cada gota de sudor en el trabajo.

Las tres pequeñas habían conformado un grupo inseparable. Esperanza era la inquieta y arriesgada, Romina la aplicada y tranquila, y Helena era la ingeniosa.

Todos los días en la mañana se iban caminando juntas o, algunas veces, en bicicleta a la escuela. En la tarde se reunían en casa de alguna de ellas para hacer las tareas y estudiar las lecciones, hasta que llegaba la noche y cada una se iba para su casa a dormir.

Al día siguiente la historia se repetía para estas buenas amigas que disfrutaban mucho pasar el tiempo juntas. El lazo que las unía cada vez se hacía más fuerte.

En la escuela, Esperanza nunca fue una excelente alumna, pero sacaba las calificaciones suficientes para no reprobar el año escolar. Se esforzaba al hacer las tareas de la mejor manera, pero no era muy dedicada al momento de sentarse a estudiar con un cuaderno en mano, ya que siempre se distraía con facilidad, inclusive con el simple vuelo de una mosca.

La parte más divertida de la escuela para ella eran los recreos, porque ese era el momento perfecto para ponerse a jugar con sus amigas y correr de un lado a otro por todo el patio.

Jugaba tanto que, al regresar a las últimas horas de clases, era la más despeinada y sudada del salón. En varias ocasiones esto causó que le dieran más de una retada por su cabello alborotado y su uniforme sucio.

Todo parecía marchar de maravilla en su vida, al parecer nada podía salir mal; hasta que de repente un día le dijeron una noticia que lo cambiaría todo para ella.

Lourdes, la tía de Esperanza, era una mujer estricta y de costumbres antiguas. Era de las que consideraban que la vestimenta, las tradiciones y la manera de hablar debían mantenerse como lo habían vivido sus abuelos hace muchos años.

Ella aseguraba que la forma en como hablaban los niños y adolescentes modernos no era la adecuada y que los modales poco a poco se estaban perdiendo. Se agarraba con las manos la cabeza cada vez que oía aún término que consideraba poco educado. Su vocabulario era rebuscado, y por qué no decir, un poco anticuado.

En cuanto a la vestimenta, prefería los largos y calurosos vestidos, las sombrillas y los guantes de randa. Si por ella fuera toda su familia se vestiría así, aunque hayan pasado décadas desde que se dejaron de usar esas prendas.

Pese a que hiciera un calor insoportable en la ciudad, siempre la podían ver vestida de una manera muy tradicional. Su peinado era alto, lleno de laca para el cabello, lo que hacía que ni el viento pudiera mover alguno de sus cabellos.

Nada de eso le había afectado a Esperanza hasta el momento, ella amaba a su tía pese a su rara manera de ser. Pero todo cambió el día en que Lourdes tomó una decisión que implicaba directamente a Esperanza.

Su tía la inscribió en una escuela nueva, una de las consideradas la más estricta de todo el país. Ella pensaba que era la adecuada para la formación de su sobrina.

Si bien se trataba de un instituto muy reconocido por la calidad de educación, también lo conocían por lo extremadamente implacable en cuestión de sanciones y castigos. Ningún niño o niña quería ingresar a esa escuela, oían comentarios y les parecía aterradora la idea de estudiar ahí.

Las instalaciones eran tétricas, grandes salones de clase con techos muy altos, patio de recreo en donde las risas no se escuchaban, todos comían en silencio y en las esquinas solo se lograba ver estudiantes con libros en mano y leyendo.