Un futuro brillante - Amor italiano - Claire Baxter - E-Book

Un futuro brillante - Amor italiano E-Book

CLAIRE BAXTER

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Beschreibung

Un futuro brillante Claire Baxter Chase Mattner había llegado a Leo Bay con la intención de criar a su hija en un lugar tranquilo. Regan Jantz tampoco buscaba distracciones. Ya tenía suficiente con un negocio que dirigir y dos hijos pequeños que criar sola. Pero, siendo ambos padres solteros, pronto surgió un vínculo entre ellos y empezaron a sentirse como una familia cada vez que hacían actividades con los niños. Sus vidas llevaban mucho tiempo siendo un rompecabezas al que le faltaban piezas… hasta ahora. Amor italiano Jennie Adams Bella Gable no quería volver a ver al rico y guapo Luchino Montichelli nunca más. Habían tenido un breve romance en Italia cuando ella era una joven ingenua, y Bella había descubierto poco después que Luc la había traicionado. Ahora, años después, Luc estaba en Australia con su hija. Aquel hombre que miraba a su pequeña con tanto cariño parecía el mismo del que Bella se había enamorado locamente. Pero ¿podría confiar tanto en él como para darle una segunda oportunidad?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 78 - septiembre 2021

 

© 2008 Claire Baxter

Un futuro brillante

Título original: The Single Dad’s Patchwork Family

 

© 2007 Jennie Adams

Amor italiano

Título original: The Italian Single Dad

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008 y 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-980-7

Índice

 

Portada

Créditos

Un futuro brillante

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Amor italiano

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

REGAN Jantz tomó una copa de champán de la bandeja de uno de los camareros que circulaban por el salón y luego buscó un rincón desde el que observar la mezcla de hombres de negocios japoneses y representantes de las industrias locales reunidos allí.

–No parece que tengas muchas ganas de estar aquí.

Sorprendida, Regan se volvió hacia la profunda voz masculina que acababa de sonar a sus espaldas. Su dueño sonrió.

Ella le devolvió la sonrisa automáticamente a la vez que se fijaba en el caro traje que vestía, en la actitud de seguridad en sí mismo que denotaba su postura y en los firmes rasgos de su rostro.

–¿Disculpa?

El hombre se inclinó hacia ella y habló con suavidad.

–He dicho que no parece que estés disfrutando.

–Oh –Regan dio un paso atrás. Era posible que aquel hombre fuera alto, atractivo y tuviera una voz seductora, pero no sabía quién era.

Al ver la expresión comprensiva del desconocido, lamentó su gesto de desconfianza. Sólo trataba de mostrarse amistoso.

–Se me ha hecho tarde y acabo de llegar –dijo, en respuesta a su comentario–. Espero que no dure demasiado, pero estoy segura de que voy a pasarlo bien –añadió con una sonrisa.

El atractivo desconocido tomó un sorbo de su copa y miró a su alrededor.

–¿Te parece buena idea lo de la ruta turística?

–Oh, sí –contestó Regan con sincero entusiasmo.

El propósito de la fiesta era lanzar una nueva iniciativa del departamento de turismo gubernamental que pretendía despertar el interés entre el turismo japonés por la península australiana de Eyre.

–Creo que es un gran idea –añadió, y no sólo porque el desconocido pudiera estar implicado en el desarrollo de aquel plan. Estuvo a punto de no decir nada más, pero el interés que vio en su rostro le hizo continuar–. Sin embargo, no estoy totalmente convencida de que sea buena idea implicarme en el proyecto.

–¿Por qué no? ¿A qué te dedicas?

–Dirijo una piscifactoría atunera –Regan tomó un sorbo de champán y observó los ojos de su interlocutor. Eran de color marrón oscuro, pero no tan oscuros como los de su ex marido italiano, que sus dos hijos habían heredado, sino más cálidos–. Sería lógico que los turistas quisieran visitar la piscifactoría de caballitos de mar. A fin de cuentas, es una auténtica novedad. Y en la de ostras cuentan con el aliciente de probar el producto. Pero cuando vengan a visitarnos a nosotros, sólo irán al pontón en barco a ver los peces en cautividad y nos escucharán hablar del proceso de producción. No puede compararse, ¿no te parece?

–Seguro que lograrás que resulte interesante.

Regan se encogió de hombros. No estaba muy segura, pero estaba dispuesta a hacer lo posible por conseguirlo, desde luego.

–¿Y tú? ¿Por qué estás aquí?

–He venido en representación de unos amigos. Organizan excursiones para turistas en Leo Bay. Los llevan a nadar con los leones marinos.

Regan sonrió y asintió.

–En ese caso, la ruta turística es una oportunidad perfecta para ellos. ¿No han podido venir?

–Les debo un favor y no les gustan este tipo de funciones.

–¿Y a ti sí?

El desconocido se encogió de hombros.

–No. Por eso esperaba encontrar un alma gemela cuando te he visto aquí apartada.

–Admito que no es la parte que más me gusta del trabajo, pero tiene que hacerse.

–Me falta práctica.

–¿En qué?

–En mantener conversaciones triviales. Con adultos.

Las arrugas de la edad que había en torno a sus ojos y a su boca le daban un toque atractivo, pensó Regan mientras lo observaba. Los hombres contaban con una ventaja injusta en aquel terreno.

Dos líneas verticales sobre el puente de su nariz revelaban que había pasado mucho tiempo frunciendo el ceño… o pensando. Podía identificarse con aquello.

Su pelo era de un bonito tono castaño. En conjunto, era el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo. De pronto se dio cuenta de que él había dejado de hablar mientras ella seguía mirándolo.

Apartó la mirada, avergonzada.

–El principal motivo por el que he venido esta noche ha sido para practicar mi japonés –dijo rápidamente–. Así que será mejor que vaya a mezclarme con la gente.

–Me alegra haberte conocido. Me llamo Chase –dijo él a la vez que le ofrecía su mano–. Chase Mattner.

Regan estrechaba manos de hombres constantemente. Era algo que formaba parte de su trabajo. Pero estrechar la mano de Chase Mattner fue… diferente.

Por un instante disfrutó de la cálida fuerza de su mano, de la extraña mezcla de comodidad y excitación que la invadió.

Pero fue una reacción absurda. No tenía tiempo para dedicarse a disfrutar de aquellas pequeñeces y, además, lo más probable era que alguien tan atractivo ya estuviera comprometido.

Aunque tampoco sentía especial interés por saberlo.

–Regan Jantz –dijo.

–Puede que volvamos a vernos más tarde.

El brillo de la mirada de Chase reveló a Regan que esperaba que así fuera.

Asintió y se alejó de él. Sólo entonces registró su mente lo que había dicho sobre la falta de práctica de conversación con adultos. De manera que tenía hijos. Sabía que alguien tan atractivo no podía estar solo. Aunque le daba igual. Reconoció al dueño de un hotel local y se encaminó hacia él para charlar.

 

 

Chase observó el grácil caminar de Regan mientras se alejaba y luego miró a su alrededor en busca de un camarero. Hubo una época en que se habría perdido por una morena de ojos azules como aquélla, especialmente por una tan alta y atractiva como Regan Jantz. Pero ya había pasado mucho tiempo desde entonces. Había dejado de fijarse en cualquier otra mujer desde que se casó con Larissa, y desde que había perdido a ésta y había aprendido a base de esfuerzo y errores a criar a su hija, no había vuelto a fijarse en ninguna.

Pero no había duda de que Regan era encantadora. La observó mientras hablaba con uno de los asistentes a la presentación. Poseía una belleza innata, de las que no se perdían con el paso de los años.

Recordó sus brillantes e inteligentes ojos azules. Tan brillantes y azules que al principio había pensado que tal vez llevara lentillas coloreadas. Pero nada más empezar a hablar con ella había decidido que no había nada falso en Regan Jantz; ni en el tono rojizo de su pelo castaño oscuro, ni en la longitud de sus pestañas, ni en el delicado rosa de sus labios. Era totalmente natural y, por un momento, se había sentido…

No. Atraído, no. Sólo había sido apreciación, nada más. Se había dado cuenta de que era la clase de mujer por la que habría podido sentirse atraído si las cosas hubieran sido distintas. Muy distintas. En otra vida.

Era muy pronto para asegurar que le gustaba Regan, pero el instinto le decía que podría haberle gustado. Le recordaba en cierto modo a Jan, y valoraba la amistad de Jan. Jan y su marido Mike eran el motivo por el que estaba allí aquella noche. Con un traje.

Se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo de la chaqueta. No sólo le faltaba práctica en lo referente a mantener conversaciones. También había perdido la práctica de utilizar trajes, y ni siquiera sabía por qué los conservaba. Ya se habrían pasado de moda para cuando volviera a necesitarlos para trabajar. Pero ya que Phoebe aún tenía tres años y seguía necesitándolo, no creía que ese día estuviera cerca.

Apartó la mirada de Regan y miró por los ventanales del salón, desde los que se divisaban las luces de la bahía de Port Lincoln. Aquella ciudad tenía más millonarios por habitante que cualquier otra de Australia. Muchos de los empresarios con piscifactorías de atún se habían hecho de oro vendiendo sashimi a los japoneses. Se preguntó si Regan sería uno de ellos.

No tenía aspecto de millonaria, pero él sabía mejor que nadie que las apariencias podían ser muy engañosas. Sus padres eran ricos pero pasaban la mayoría del tiempo vestidos como unos mochileros y evitando los lujos.

Habían dejado bien claro que podía contar con su dinero, pero también que no podía esperar nada más de ellos. Ni siquiera su tiempo. Él no necesitaba su dinero. Ya tenía suficiente. Pero no le habría venido mal que le hubieran echado una mano con Phoebe tras la muerte de Larissa. Por aquella época andaban en algún lugar de África y no los había visto desde entonces.

Reprimió un suspiro y decidió no seguir pensando en aquello. Debía seguir el ejemplo de Regan y mezclarse con los demás. Debía asegurarse de representar adecuadamente a Jan y a Mike.

 

 

Una hora más tarde Regan se encontró en el mismo grupo que Chase, aunque implicados en conversaciones diferentes. Se preguntó si habría buscado a propósito la coincidencia. Cuando comenzaron los discursos y todos se volvieron hacia el estrado, Chase se acercó a ella. Regan trató de no sentirse complacida, pero se sintió muy consciente de su presencia.

–Creo que he hablado con casi todo el mundo –murmuró Chase–. ¿Y tú? ¿Has practicado lo suficiente?

Regan se volvió a mirarlo y sintió una punzada de hambre. Al menos, esperaba que fuera hambre. De lo contrario, habría sido una reacción completamente inadecuada.

–¿Practicado? –repitió, desconcertada.

Había pretendido susurrar, no sonar sin aliento. Respiró profundamente, algo que no ayudó, pues sólo sirvió para que su nariz se llenara del limpio y masculino aroma de Chase Mattner.

Había algo en aquel hombre que la desconcertaba, y no le gustaba. Bueno, tal vez le gustara, pero no debería ser así.

El aliento de Chase acarició su oído cuando se inclinó y susurró:

–Japonés.

–Oh, sí.

Chase asintió y miró hacia el estrado mientras Regan observaba su perfil, su piel morena, la firme línea de su mandíbula. Tenía los labios ligeramente entreabiertos mientras escuchaba al orador. Y entonces rió.

Vagamente consciente del sonido de risas a su alrededor, Regan aún lo estaba mirando cuando Chase se volvió para compartir la broma con ella.

Frunció el ceño.

–¿Te encuentras bien?

Regan trató de asentir, pero, en lugar de su cabeza, lo que se movió fue la habitación. Se balanceó hacia un lado y luego hacia el otro.

–Me siento… un poco… mareada.

 

 

Unos minutos después estaba sentada a una mesa, en el bar, con un vaso de agua con hielo en las manos. Había sido muy consciente del brazo de Chase sosteniéndola mientras caminaban hasta allí, pero se había sentido demasiado aturdida como para protestar. Aunque tampoco habría querido hacerlo…

–¿Te sientes mejor?

–Sí, gracias. No sé qué ha pasado.

–Entonces, ¿no eres de las que se desmayan?

–¡Cielos, no! Nunca me había pasado.

–Hacía bastante calor en el salón. Muchos cuerpos juntos.

–Sí –dijo Regan. Pero ella sólo había sido consciente de uno.

Tomó otro trago de agua. Se sentía acalorada, pero no tanto como para explicar lo que le había pasado.

–No estarás…

Regan miró a Chase al ver que se interrumpía.

–¿Qué?

–Embarazada.

–¡No!

Chase asintió.

–Sólo se me había ocurrido la posibilidad –su expresión se ensombreció–. Recuerdo que mi esposa solía desmayarse durante las primeras semanas de su embarazo.

Regan inspiró y soltó el aire lentamente. Ya había supuesto que no estaba soltero, de manera que no entendía por qué la mención de su esposa la había afectado tanto.

–No estoy embarazada.

–¿Y la comida? ¿Has tomado algún aperitivo?

–No. Nunca como en este tipo de situaciones. Me preocupa demasiado que se me quede algo entre los dientes.

Tras un brote de risa, Chase se puso serio y la miró.

–Hablas en serio, ¿no?

Regan asintió. No podía creer que hubiera dicho aquello en alto. ¿Qué tenía aquel hombre que le hacía olvidar quién era? Se había desmayado y le estaba manifestando sus pensamientos privados. Normalmente no se comportaba así.

–¿Cuándo has comido por última vez?

Regan pensó un momento.

–En el desayuno.

–¿No has tomado nada desde entonces?

–Creo que no.

–¿No lo recuerdas?

–He tenido un día muy atareado. Pero suelo comer.

–Come conmigo.

Aquello no sonó como una pregunta.

–No puedo. Tengo que volver a casa. ¡Vaya! –exclamó Regan al mirar su reloj. Era más tarde de lo que había pensado. En las raras ocasiones en que no podía estar en casa a tiempo para arropar a sus hijos siempre los llamaba para darles las buenas noches. Pero aquella noche lo había olvidado.

–¿Algún problema?

–Sí. Mis hijos ya estarán dormidos.

Regan creía fervientemente que todos los niños necesitaban saber que eran amados, pero dado que los suyos ya habían sido rechazados por una de las personas que se suponía que los quería incondicionalmente, aún era más importante esforzarse por hacerles saber que estaba pensando en ellos. Pero lo cierto era que no había estado pensando en ellos.

Culpabilizada, se mordió el labio inferior. Normalmente era muy cuidadosa respecto a cosas como aquellas. Sabía por experiencia lo que se sentía al ser dejado de lado por un padre.

–¿Tu marido está con ellos?

Regan alzó la cabeza.

–No. Mi madre.

Chase alzó las cejas con expresión interrogante.

–Estoy divorciada. Mi madre vive con nosotros.

–En ese caso, tenemos algo en común –dijo Chase con una sonrisa–. Ambos somos padres sin pareja.

El estómago de Regan se encogió. Chase no tenía pareja.

Pero eso le daba igual. No necesitaba ni quería a un hombre. Suspiró y miró los comprensivos ojos de Chase.

–Es demasiado tarde como para llamar a mis hijos para darles las buenas noches. Es la primera vez que lo he olvidado.

–Estoy seguro de que lo entenderán. Los niños perdonan fácilmente. ¿Cuántos años tienen?

–Will tiene siete y, Cory, cinco.

–Yo tengo una niña que va a cumplir cuatro. Se llama Phoebe –dijo Chase antes de ponerse en pie–. Será mejor que vaya a reservar una mesa al restaurante antes de que se llene.

Regan abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. En aquel momento no se le ocurrió ningún motivo que alegar para no cenar con él.

Asintió y lo observó mientras se alejaba. Por una vez había permitido que alguien tomara una decisión por ella, que alguien tomara el control. Era una sensación extraña, pero estaba cansada de ser la persona a la que todos acudían en busca de una respuesta.

Entre sus empleados, sus hijos y su amplia familia, a veces era demasiado…

Un toque en su hombro le hizo sobresaltarse.

–¿Regan? –Chase se agachó a su lado–. Siento haberte asustado, pero no lograba captar tu atención. ¿Estás segura de que te sientes bien?

–Sí. Sólo estaba pensando.

Chase sonrió.

–Es una mala costumbre. Siempre suelen decirme que pienso demasiado –hizo un gesto con la cabeza en dirección al restaurante–. He reservado una mesa –dijo a la vez que se erguía y ofrecía una mano a Regan.

Ella la miró. Si la tomaba, ¿pensaría que estaba románticamente interesada en él? Porque no lo estaba.

Chase dejó caer la mano y se apartó para dejarle espacio. Una parte de Regan se alegró. Pero, cuando se agachó a tomar su bolso del suelo, otra parte lamentó no haber aceptado la mano. Ahora Chase pensaría que era una mujer tensa que no sabía cómo comportarse con un hombre.

No era cierto pero, después de la experiencia que había tenido con su ex marido, lo último que necesitaba era sentirse atraída por aquel hombre. Por cualquier hombre.

Una vez a la mesa, Regan aceptó con una sonrisa el menú que le dio el camarero. Eligió una especialidad popular y Chase pidió lo mismo.

–Toma algo de pan –dijo a la vez que empujaba la cesta con pan que había en la mesa hacia Regan–. Conviene que comas algo antes de que vuelvas a desmayarte.

Regan tomó un trozo.

–Me salto el almuerzo a menudo, pero nunca me había mareado. No creo que el motivo sea ése.

–¿Se te ocurre algún otro?

Regan negó con la cabeza.

–Tal vez deberías consultar con un médico.

–No. Eso sería exagerar. Probablemente no volverá a suceder nunca –la expresión de Regan se animó de pronto–. Ya sé lo que ha sido… He tomado una copa de champán con el estómago vacío y no suelo beber.

–Puede que haya sido eso –Chase asintió y también tomó un trozo de pan–. ¿Hace cuánto te dedicas a la cría de atunes?

–Mi familia lleva tiempo en esa industria. Mi padre entró en el negocio cuando se restringieron los cupos a finales de los ochenta. Su padre tenía un barco atunero que mi padre heredó tras su muerte, pero no tardó en comprender que, más que en la pesca, el negocio estaría en las piscifactorías.

–Un hombre con visión.

Regan asintió. Estaba orgullosa de su padre, que jugó un papel importante para crear una nueva mentalidad empresarial para Port Lincoln. El negocio de la familia no era ni mucho menos el más lucrativo de la ciudad, pero su nombre era respetado y, tras haber recuperado su nombre de soltera tras el divorcio, tenía intención de conservarlo.

–Mi padre no tuvo hijos varones y esperaba pasar el negocio a sus nietos, pero murió poco después de que naciera mi segundo hijo.

–¿Inesperadamente?

–Sí. De un ataque al corazón –dijo Regan, haciendo un esfuerzo por contener los recuerdos.

–Lo siento.

–Fue terrible en su momento, pero ya lo he superado.

–¿Y entonces te hiciste cargo del negocio?

–No. No inmediatamente. Primero se hizo cargo mi marido –Regan bajó la mirada–. Yo ya estaba bastante ocupada criando a mis hijos y no quise interesarme por el negocio. Dejé que se ocupara mi marido, lo que fue un gran error –añadió con un suspiro.

Giacomo, o Jack, como él prefería que lo llamaran, la dejó por completo en la estacada. Fue una época dura, y apenas podía creer que estuviera hablando de aquello con un desconocido.

¿Sería porque sabía que no iba a volver a verlo, como si simplemente estuvieran compartiendo un viaje en avión o en tren? ¿O sería porque, por algún extraño motivo, sentía una extraña conexión con él? Como si fuera alguien en quien podía confiar. Como si fuera un amigo.

En cualquier caso, probablemente ya había dicho demasiado.

–¿Qué pasó?

La amable mirada de Chase hizo que todas las resistencias de Regan se desmoronaran y empezó a hablar antes de poder contenerse.

–No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Hablaba como si lo supiera todo sobre el negocio, pero en realidad no tenía el más mínimo sentido comercial. Estuvimos a punto de perderlo todo.

–Pero tú te diste cuenta a tiempo.

–Me di cuenta cuando me dejó. A mí, a nuestros hijos, y el negocio –Regan extendió expresivamente las manos palmas arriba–. Todo el lote a la vez.

Captó un destello de enfado en los ojos de Chase que fue rápidamente seguido por una expresión de preocupación mientras esperaba a que siguiera hablando.

–Entonces fue cuando me hice cargo del negocio. No me quedó otra opción. Todo el mundo dependía de mí. Los empleados. Mi familia. Tenía que mantener a mis hijos. Y lo único que sabía del negocio era lo que me había contado papá –Regan hizo un gesto de frustración–. O más bien, lo que le oí contar. Nunca trató de enseñarme nada porque no creía que hubiera necesidad de hacerlo –su padre nunca había pensado en ella como una posible sucesora. Lo cierto era que había estado tan ocupado poniendo en marcha su negocio que apenas había pensado en ella mientras crecía. Ser consciente de aquello aún era un peso terrible para ella.

Le había dicho a Chase que no había tenido opción, pero lo cierto era que sí la había tenido. Nadie la obligó a hacerse cargo del negocio. Podría haberse buscado un trabajo de nueve a cinco.

Pero no habría podido soportar la vergüenza de permitir que el negocio familiar se hundiera, de que los empleados de la empresa se quedaran sin trabajo por los errores de su marido.

Ni hablar.

Además, de pronto sintió la irracional necesidad de demostrar a su padre que podía hacerlo. Era posible que estuviera muerto, pero ella aún seguía buscando su esquiva aprobación.

Y, al mismo tiempo, pensó que aquélla sería la mejor manera de mantener a sus hijos. Antes de que su marido se hiciera cargo, el negocio había sido lucrativo, y podía volver a serlo. Y cuando sus hijos crecieran, se lo cedería para que lo dirigieran. Sería su herencia.

Por supuesto, subestimó lo difícil que sería compatibilizar las exigencia del trabajo y su deseo de estar con sus hijos.

Pero había logrado salir adelante.

–¿Cuánto tiempo llevas al frente del negocio? –preguntó Chase, haciendo salir a Regan de su ensimismamiento.

–Cinco años. Y me ha llevado casi todo ese tiempo volver a enderezarlo.

–¿Y ahora qué tal va?

–Bastante bien, pero toquemos madera –Regan apoyó un dedo sobre la mesa–. Estoy a punto de cerrar un contrato con una cadena de restaurantes japoneses que hará que las cosas funcionen durante varios años. Por fin nos veremos libres de la presión.

El camarero acudió con sus platos y Regan decidió que, por muy alentador y atento que fuera Chase, debía dejar de hablar ya del tema.

–Estoy muy impresionado –dijo él cuando el camarero se fue. Regan hizo un gesto para quitarle importancia y él añadió–: Lo digo en serio. Lo que has hecho es asombroso.

Regan habría podido jurar que todo su cuerpo se ruborizó. Bajó la mirada hacia su plato y tomó su tenedor.

–Ya hemos hablado suficiente sobre mí. ¿Qué me dices de ti?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ASÍ que no haces nada?

Chase creyó captar un destello de desaprobación en la mirada de Regan.

Tomó un sorbo de agua. Técnicamente, podía decirse que no hacía nada, pero él no habría descrito así su estilo de vida en Leo Bay.

La idea de que Regan pensara mal de él no le agradó en absoluto y decidió explicarse.

–He dejado de momento mi profesión a un lado para poder criar a mi hija.

La expresión de Regan cambió de inmediato.

–¿Tienes tú la custodia? ¿Cuándo te divorciaste?

–No estoy divorciado. Mi esposa murió hace tres años.

–Lo siento –dijo Regan con suavidad tras un momento de intenso silencio.

Chase asintió rígidamente. No había llegado a acostumbrarse a aceptar la compasión.

–¿Cómo…? –Regan se interrumpió–. No, supongo que no querrás hablar de ello. Disculpa.

–No importa –Chase hizo una pausa mientras rellenaba sus vasos de agua.

Ya podía hablar de Larissa. Al principio, cuando se trasladó a la ciudad, no era capaz de hacerlo. Pero aquello había cambiado desde que vivía en Leo Bay.

Aún la echaba de menos, por supuesto. Habían planeado pasar la vida juntos y tenían un matrimonio feliz. Él había querido el lote completo: esposa, hijos y una profesión.

Sin embargo, había hombres como el marido de Regan que lo tenían todo y lo arrojaban por la borda. Sintió una repentina rabia. No podía entender a un hombre como aquél. No podía entender que un padre abandonara a sus hijos.

La vida no había sido fácil tras la muerte de Larissa, pero en ningún momento se le había ocurrido dejar a Phoebe al cuidado de otra persona.

Fue una gran idea decidir tomarse un respiro del trabajo y trasladarse a la casa en la playa que los padres de Larissa dejaron a ésta en la Península de Eyre, junto con una considerable herencia que él no tenía intención de tocar. Sería para Phoebe cuando fuera mayor de edad.

De niña, Larissa había pasado sus vacaciones en aquella casa y, aunque nunca habían hablado de ello, Chase había sabido instintivamente que fue feliz allí.

La vida en aquella casa era mucho más sencilla, alejada de las exigencias de las grandes ciudades y del mundo en general. Vivir allí le había ayudado a reponerse, a mantener la cordura.

Y además estaba Phoebe. Ver cómo su hija crecía y aprendía había supuesto un gran bálsamo para su dolido corazón.

Al ver juguetear a Regan con su servilleta, Chase volvió al presente.

–Murió de cáncer de mama. El problema fue que lo averiguó la misma semana que supimos que estaba embarazada. Se negó a someterse al tratamiento y ocultó la mala noticia Cuando me di cuenta de que algo iba mal ya era demasiado tarde. Fue un cáncer muy agresivo.

–Puedo entender por qué lo hizo –dijo Regan con suavidad.

Chase la miró un momento sin decir nada.

–¿En serio? –movió la cabeza–. Debe de ser algo femenino. Larissa dijo que fue su instinto maternal lo que la impulso a actuar así. Pero creo que muy pocos maridos habrían estado de acuerdo con algo así.

–No, supongo que no. El instinto de protección de la madre comienza pronto, antes de que el niño nazca. Sin embargo, el del padre surge sólo cuando el niño ya ha nacido, si es que…

–Si es que llega a surgir –concluyó Chase, y sonrió al ver su expresión horrorizada.

–Lo siento. No me estaba refiriendo a tu situación. No pretendía implicar que te parezcas a mi ex.

–Lo sé –Chase tomó otro sorbo de agua–. Pero Larissa debería habérmelo dicho. No me interpretes mal. Adoro a Phoebe y no querría estar sin ella. Pero ver morir a tu esposa y saber que habría tenido una oportunidad de sobrevivir… –se encogió de hombros–. Eligió morir en lugar de vivir –su voz se quebró y movió la cabeza–. Creía que ya podía hablar con calma de aquella época de mi vida. Al parecer estaba equivocado. Lo siento.

–No, no te disculpes. Ha sido culpa mía. No debería haber sacado el tema. Siento mucho por lo que tuviste que pasar.

Chase captó la sinceridad de las palabras de Regan en el brillo de sus ojos azules. No era tan sólo la dinámica mujer de negocios que pretendía ser. También poseía un alma sensible.

Le habló de su hija mientras comían y ella le habló de sus hijos.

–Will, el mayor, está obsesionado con los romanos –dijo, sonriente–. Su padre era de Roma y creo que tiene una idea completamente equivocada de la ciudad. Cree que sigue siendo como la antigua roma, llena de gladiadores y gente vestida con togas. Le he dicho que ya no es así, pero…

–¿Vive ahí ahora?

–¿Jack? No tengo ni idea de dónde está. Creo que en algún lugar de Italia.

–¿No mantienes contacto con él?

Regan negó con la cabeza mientras dejaba su tenedor.

–Cuando se fue, desapareció. Traté de localizarlo en algunos sitios, pero sin ningún éxito… –se encogió de hombros–. Era evidente que no quería que lo encontraran. Y desde entonces no ha vuelto a ponerse en contacto conmigo… algo de lo que me alegro. De hecho, me considero afortunada por no haber tenido que pasar por la batalla por la custodia de mis hijos, como le sucedió a mi mejor amiga, Anna. Al menos me libré de eso, pero por el bien de los niños… –hizo una mueca–. No puedo decir que echen de menos a su padre, porque eran muy pequeños cuando se fue, pero hablan con otros niños e, incluso en esta época de familias tan poco convencionales, saben que algo falta en su vida.

Tras un momento de silencio, Regan miró su reloj y se mostró sorprendida.

–Es tarde. Ya es hora de que me vaya a casa.

–No has terminado de comer.

–Ya he comido suficiente. Aún tengo trabajo pendiente. Debo concluir el contrato que te mencioné antes.

Chase asintió.

–Llamaré a un taxi y te acompaño a casa.

–No es necesario. Quédate y termina de comer. He venido en mi coche. Lo tengo aparcado cerca y… y…

Chase miró a Regan con expresión divertida.

–¿Y no quieres que sepa dónde vives?

Regan bajó la mirada.

–No es por ti… es por mí –hizo una mueca al escucharse decir aquel tópico–. Normalmente no hago esto…

–¿Comer?

Regan señaló la mesa a la que estaban sentados.

–Esto. Cuando no estoy trabajando, paso el tiempo con mis hijos. No tengo tiempo para nada más.

–¿No te relacionas con amigos?

–Bueno, sí. Pero nosotros no somos amigos. Nos hemos conocido esta tarde y lo más probable es que no volvamos a vernos.

Chase apartó la mirada. No entendía por qué le decepcionaban tanto las palabras de Regan. En el poco rato que había pasado con ella había llegado a sentir verdadero deseo por conocerla más a fondo.

Era preciosa, pero no era eso. O, al menos, no era sólo eso. Se sentía cómodo con ella. Le había hablado de Larissa y eso la situaba en un grupo muy selecto de personas.

Pero ella no estaba interesada en ser su amiga. Ni siquiera quería volver a verlo.

Reprimió un suspiro y vio que Regan sacaba una tarjeta de crédito de su bolso.

–No –dijo rápidamente–. Me alojo en este hotel y ya he cargado la comida a mi habitación.

Regan guardó la tarjeta.

–De acuerdo. Gracias.

–Deja que te dé mi número de teléfono –dijo Chase mientras sacaba su cartera.

–No –Regan negó con la cabeza–. En realidad, no tendría sentido. No tengo tiempo para salir. Esto ha sido algo excepcional.

Chase sacó una tarjeta de su cartera y se la ofreció de todos modos.

–Yo tampoco salgo, pero me gustaría que tuvieras mi número de teléfono, por si acaso.

–¿Por si acaso, qué?

–Por si acaso quieres hablar con alguien. Por si necesitas un amigo –Chase pensó que aquello sonaba demasiado a tópico, pero no sabía qué otra cosa decir. No quería que Regan se esfumara así como así.

Tras un momento de duda, ella tomó la tarjeta. Frunció el ceño tras echarle un vistazo.

–¿Eres abogado? No me lo habías dicho.

–No ejerzo. Ignora todos los detalles de la tarjeta, excepto el número del móvil. Sigue siendo el mismo.

Regan asintió y se guardó la tarjeta.

–Gracias.

Chase sabía que no tenía intención de llamar. Ni siquiera lo miró a los ojos.

Se levantó para acompañarla a la puerta, pero ella hizo un gesto para que siguiera sentado.

–No te molestes. Espero que disfrutes del resto de la comida. Y… ha sido agradable conocerte.

Su voz bajó de volumen hasta convertirse en un murmullo en las últimas palabras, pero Chase la oyó lo suficiente como para creer que había sido sincera. Sintió que sus esperanzas renacían.

–Para mí también ha sido un placer conocerte –dijo a la vez que le ofrecía su mano. Regan la estrechó tras un momento de duda–. No dejes de llamarme si necesitas algo –añadió mientras sostenía su mano un segundo más de lo necesario.

Ella lo miró con ojos brillantes. Pero no dijo nada ni asintió. Se limitó a retirar la mano y se alejó.

 

 

Había pasado una semana desde la presentación del proyecto turístico. Regan se pasó la mano por la frente y apartó la mirada del ordenador. Contempló a sus hijos, que estaban pintando tranquilamente, aunque les había prometido que no tendrían que estarse quietos mucho rato. Eran niños y tenían que quemar energías.

Trabajaba en casa todo el tiempo posible para estar con Will y Cory. Tenían un acuerdo según el cual, si ellos permanecían sentados y tranquilos y le dejaban concentrarse un rato en su trabajo, ella les correspondía jugando a un juego ruidoso cuando terminaban.

Normalmente contaba con el apoyo de su madre para ir a la oficina cuando lo necesitaba, pero la salud de su abuelo había empeorado y su madre había decidido ir a pasar una temporada con él para cuidarlo. Hasta hacía poco, el abuelo había sido relativamente autosuficiente, al menos desde el punto de vista físico. Financieramente, era otra de las personas que dependía de Regan. A ella no le importaba eso, por supuesto, pero sí le habría gustado que se trasladara a vivir más cerca. Así su madre no tendría que viajar tan a menudo para verlo. Y a Regan le preocupaba que tantos viajes fueran demasiado para ella.

Con su madre a punto de irse a casa del abuelo y Anna, su mejor amiga, en Inglaterra, tenía un auténtico problema con el cuidado de los niños. Sus hijos echaban de menos a los de Anna, y ésta siempre solía echarle una mano con los niños cuando era necesario.

Suspiró.

–¿Has terminado, mamá?

–No, Will. Aún falta un poco.

Los niños intercambiaron una mirada y Regan sintió que se le encogía el corazón. Llevaban un buen rato sentados, portándose bien, y ella apenas estaba avanzando con el trabajo; estaba demasiado distraída. Cerró los ojos y se preguntó si alguno de sus otros amigos podría ocuparse un rato de los niños. Pero no era probable. Todos estaban ocupados con sus propias vidas y, además, hacía tiempo que no estaba en contacto con ellos.

«En caso de que necesites un amigo…».

El recuerdo de las palabras de Chase Mattner la dejó momentáneamente sin respiración. Miró la tarjeta que le había dado. Había pensado tirarla a la papelera en cuanto había regresado a casa aquella noche, pero por algún motivo no lo había hecho. Se la había llevado al trabajo en el bolso y luego la había dejado en una esquina de su escritorio, donde había permanecido toda la semana.

¿Podía llamarlo? Sólo para hablar.

Le había sorprendido lo fácil que le había resultado hablar con él, abrirse a él. Durante la cena casi había olvidado que acababan de conocerse.

Tomó la tarjeta. En ella aparecía el nombre de un conocido bufete de abogados de la ciudad y, por primera vez, leyó los detalles sobre Chase.

¿Socio?

¿Había sido socio del bufete? ¿Cómo había podido pasar de un prestigioso trabajo como aquél a convertirse en padre a jornada completa? Y además en un lugar como Leo Bay, donde apenas había poco más que unas casas de veraneo.

Probablemente no necesitaba trabajar, aunque, ¿querría hacerlo?

Volvió a dejar la tarjeta donde estaba. ¿Pero en qué estaba pensando?

Se mordió el labio inferior. Lo cierto era que estaba pensando en que le agradaría volver a verlo. Sería bueno tener a Chase Mattner como amigo.

Pero cuando se despidió de él le dijo que no iba a llamarlo. ¿Qué pensaría si comprobaba que había cambiado de opinión?

Una vocecita interior le dijo que no pensaría nada malo.

Volvió a tomar la tarjeta. Podía llamarlo para agradecerle la invitación a cenar. Ya le había dado las gracias brevemente, pero sería educado hacerlo de nuevo de forma más adecuada.

Iba a llamarlo.

Su estómago se contrajo en cuanto tomó la decisión. Tomó el teléfono inalámbrico y miró a los niños. No podía hablar con Chase delante de ellos, aunque no tuvieran idea de con quién estaba hablando ni de qué.

–Chicos, voy un momento a la otra habitación. No toquéis nada, ¿de acuerdo?

Esperó a que los niños asintieran, salió al comedor y marcó el número del móvil que aparecía en la tarjeta.

–Chase Mattner.

Regan cerró los ojos, conmocionada al escuchar su voz. En su mente apareció la imagen de la comprensiva mirada de Chase.

–¿Hola? –dijo él con curiosidad al no obtener respuesta.

–Soy Regan Jantz –contestó ella rápidamente.

–¿Regan?

Chase no esperaba su llamada. Regan captó la sorpresa de su voz. No debería haber…

–Cuánto me alegro de que hayas llamado.

Regan sintió una oleada de calidez.

–¿En serio?

–Por supuesto. Pero no esperaba que lo hicieras.

–Yo tampoco –Regan carraspeó para aclararse la garganta–. He decidido llamarte para darte las gracias.

–¿Por qué?

–Por la cena.

–De nada. Fue un placer.

–Y por tu ayuda. Por sacarme del salón sin que nadie se fijara. No quiero pensar en lo que habría pasado si no hubieras estado conmigo.

–No pienses en ello. No sucedió; tu dignidad sigue intacta. Ninguno de tus potenciales clientes se enteró de lo que pasó.

–Gracias.

–De nada. Me alegra haber podido ayudarte.

–Te estoy agradecida por ello… Si hay algo que pueda hacer a cambio…

Se produjo un breve silencio.

–Lo cierto es que… ¿sabes cocinar en el horno?

–¿Cocinar en el horno? –repitió Regan, perpleja.

–Sí. Para hacer tartas.

–Solía utilizarlo, pero hace siglos que no hago tartas. ¿Por qué?

–Hoy es el cumpleaños de Phoebe y me ha pedido que le haga una tarta rosa. No sé por qué. Nunca ha tomado una, así que no sé de dónde ha sacado la idea. Pero eso es lo que quiere y he pensado que sería fácil hacerla.

–¿Ya lo has intentado?

–Sí. Espero que puedas decirme en qué me he equivocado, porque se me está acabando el tiempo.

En la mente de Regan surgió una imagen. Chase en la cocina. En mandil. Rodeado de proyectos frustrados de tartas rosas… No pudo contener una carcajada.

–Ignoraré el hecho de que te has reído de mí –dijo Chase, y Regan captó la risa reprimida de su voz–. Estoy desesperado y te aseguro que la tarta que me ha salido no tiene ninguna gracia.

–Es cierto. Lo siento –Regan borró la imagen de su mente y carraspeó–. ¿Qué le pasa a la tarta?

–Es fina y crujiente. Parece la base para una pizza.

–¿Has seguido la receta?

–Sí. He tomado un libro prestado de mi amiga Jan, que se ha llevado a Phoebe para que yo pudiera ocuparme de preparar la tarta. Debería haberle pedido a ella que la hiciera.

–Pero Phoebe te pidió a ti que la hicieras.

Regan no recordaba la última vez que había hecho un pastel de cumpleaños para Will o Cory. No, aquello no era cierto; sí lo recordaba. Fue en el primer cumpleaños de Will. El único cumpleaños en que Jack estuvo allí. Antes de que su vida se volviera patas arriba. Desde entonces había recurrido a comprar tartas de pastelería.

–Ése es el problema –dijo Chase.

–¿Has utilizado los ingredientes como vienen en la lista?

–Sí, pero es un libro de cocina muy antiguo. He tenido que transformar las onzas en gramos.

Regan asintió. Ahí podía haberse producido un error.

–¿Has abierto el horno mientras se hacía la tarta?

–Sí. ¿No hay que hacerlo?

–No es bueno, pero hay muchos factores que pueden haber ido mal.

–Supongo que… no podrías venir a echarme una mano, ¿no?

Regan sintió una mezcla de compasión y temor. Llamar a Chase era una cosa. Ir a su casa era otra. Pero entonces pensó en Phoebe y en lo ilusionada que volvería a su casa esperando ver su tarta rosa. Y recordó todas las tartas de las que ella misma careció durante su infancia.

Estaba a punto de aceptar, pero ¿sería capaz de preparar un pastel después de tanto tiempo? ¿Y si no le salía?

–No sé…

–Tranquila, Regan. Lo entiendo. Es pedirte demasiado –Chase suspiró–. ¿Qué crees que debería hacer?

Regan permaneció un momento en silencio. Luego se escuchó sugerir una solución y apenas pudo creer que hubiera surgido de su boca.

–Puedo comprar un bizcocho sencillo y llevarlo a tu casa para que lo decoremos. No creo que a Phoebe le importe.

–Es una idea brillante. No le importará. ¿Pero estás segura de que no te importa a ti?

Un sonido de risas llegó hasta Regan por la puerta entreabierta del comedor.

–Oh, hay un problema, Chase. Voy a tener que llevar a mis hijos.

–¿A eso le llamas un problema? Deberías ver mi tarta. Me encantará que vengan tus hijos.

Regan respiró profundamente. De verdad iba a hacer aquello. Iba a decorar la tarta de cumpleaños de una niña a la que no conocía con un hombre al que apenas conocía.

–¿Tienes velas?

–Yo… humm… Phoebe no las ha pedido, así que supongo que no serán necesarias.

Regan sonrió.

–Tienes que sacarle una foto soplando las velas. Le encantará. Te lo aseguro. Yo me ocuparé de llevarlas. Estaremos allí lo antes posible.

–Conduce con cuidado.

Regan colgó después de que Chase le diera las señas. Luego abrió la puerta de par en par.

–Nos vamos, chicos –dijo mientras entraba en el estudio.

Sus palabras fueron recibidas con un gruñido sincronizado.

–Será divertido –Regan apoyó una mano suavemente en el hombro de Will a la vez que revolvía con la otra el pelo de Cory–. Vamos a un sitio llamado Leo Bay. Os gustará.

–¿Qué hay allí? –preguntó Will

–Pocas cosas.

–Entonces, ¿por qué nos gustará?

–Porque lo vamos a pasar bien. Cuando termine lo que tengo que hacer iremos a la playa.

–¿Podemos llevar nuestras tablas?

–Claro.

–Bien –Will bajó de la silla en la que estaba sentado–. Vamos a por nuestras tablas, Cory.

Mientras decía a los niños qué ropa tenían que ponerse, Regan vio a su madre haciendo la maleta.

–¿Ya estás lista para irte?

Su madre suspiró.

–Sí. Esta vez estaré más tiempo fuera. Voy a tratar de convencer a tu abuelo para que vaya al médico.

Regan asintió.

–El pobre piensa que ir al médico es el principio del fin.

–Lo sé, pero tenemos que averiguar qué está pasando. Puede que haya un tratamiento para que la cosa no vaya a más.

Regan se pasó una mano por la frente mientras su madre cerraba la maleta. No debía olvidar tomar una pastilla para el dolor de cabeza antes de irse.

–Dale un beso al abuelo de mi parte, mamá. Y tú cuídate.

Su madre asintió.

Regan fue a preparar una bolsa para su salida. Guardó toallas, protector solar, y una muda de ropa para Will y Cory. Echaría de menos a su madre mientras estuvieran fuera, pero era consciente de que su relación no era cercana y de que nunca lo había sido. Sabía que su madre la quería, y que adoraba a los niños, pero Regan siempre fue consciente mientras crecía de que sus padres estaban muy ocupados haciendo que su negocio saliera adelante. Ahora apreciaba su esfuerzo, pero no podía evitar sentirse un poco triste a veces, como si aún echara de menos algo especial.

A pesar de todo, estaba muy agradecida por lo que tenían, y sabía que mucha gente tenía mucho menos. Pensó en Phoebe, cuya madre murió para que ella viviera…

Se cambió de vestido y, tras meter a los niños en el coche junto con todo lo que querían llevarse, condujo hasta su oficina.

 

 

Sue, la secretaria de Regan, sonrió a Cory y a Will mientras tomaba el montón de papeles que le entregó Regan.

–La próxima semana vendré a la oficina, Sue, y te llamaré antes para asegurarme de que no hay ningún problema.

–Claro, Regan. ¿Adónde vais? –preguntó Sue a los niños–. Por vuestro aspecto parece que vais a la playa.

Cory asintió y miró a su madre.

–¿Cómo se llamaba el sitio, mamá?

–Vamos a Leo Bay –murmuró Regan–. Que pases un buen fin de semana, Sue.

–Lo mismo digo.

Regan estimaba a Sue, que había permanecido a su lado durante los tiempos difíciles en el negocio, pero no quería hablarle de Chase. Se había ganado el derecho a ser un poco entrometida, y era más una amiga que una empleada, pero Regan sabía que, si Sue intuía que había un nuevo hombre en su vida, la noticia se extendería a toda velocidad.

Tras salir de la oficina fueron a comprar el bizcocho, las velas y los demás ingredientes para adornar la tarta. Luego se dirigieron en coche hacia Leo Bay.