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Lo que Jack Lester deseaba en una esposa era lo que encontraba en su hermana Lenore, una mujer atractiva, inteligente y con la que se podía conversar... Algo completamente imposible a juzgar por las jóvenes que habían aparecido en sociedad en los últimos tiempos. Sin embargo, debía elegir a alguien antes de que las cazafortunas se enteraran de que su familia ya no era pobre... y él se convirtiera en una presa codiciada.
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Seitenzahl: 331
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
1995 Stephanie Laurens. Todos los derechos reservados.
UN FUTURO DE ESPERANZA, Nº 13 - octubre 2012
Título original: A lady of Expectations
Publicada originalmente por Mills & Boon , Ltd., Londres.
Publicado en español en 2005.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
Harlequin logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven están registradas en la Oficina Española de Patentes Marcas en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1111-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
—«Lady Asfordby, de Asfordby Grange, tiene el placer de invitar al señor Jack Lester, de la casa Rawling, y a sus convidados al baile».
Cómodamente arrellanado en un sillón junto a la chimenea, con una copa de brandy en una mano y la tarjeta blanca en la que figuraba la invitación de lady Asfordby en la otra, Jack Lester comentó con mal disimulado pesar:
—Es la gran dama de esta zona, ¿verdad?
Lord Percy Almsworthy era el segundo de los tres caballeros que estaban descansando en el salón de caza de Jack Lester. En el exterior, el viento aullaba sobre el alero del tejado y sacudía las contraventanas. Los tres habían estado cazando a caballo aquel día, pero mientras que Jack y su hermano Harry eran consumados jinetes, Percy rara vez se alejaba más allá de los campos más cercanos. Lo cual explicaba por qué se veía obligado a caminar por la habitación mientras los dos hermanos permanecían repantigados en los sillones. Percy se detuvo frente a la chimenea y bajó la mirada hacia su anfitrión.
—Eso le dará un toque de color a tu estancia aquí. Además —añadió, recuperando de nuevo la calma—, nunca se sabe... podrías encontrar alguna joven dama que te llamara la atención.
—¿En este páramo? —se mofó Jack—. Si no encontré nada durante la última temporada, no creo que aquí vaya a tener muchas oportunidades.
—Oh, eso nunca se sabe.
Ajeno a su propia elegancia, Harry Lester se estiró en el diván, apoyando sus anchos hombros contra el respaldo. Su espeso pelo dorado aparecía desenfadadamente alborotado. Interrogó a su hermano con sus inteligentes y maliciosos ojos verdes.
—Pareces sorprendentemente decidido a seguir adelante. Puesto que encontrar esposa se ha convertido en algo tan importante para ti, creo que deberías mirar detrás de cada piedra. ¿Quién sabe cuál de ellas puede esconder una gema?
Jack cruzó sus ojos azules con los verdes de su hermano. Resopló y bajó la mirada. Estudió la invitación con aire ausente. La luz del fuego resplandecía sobre las suaves ondulaciones de su pelo oscuro y ensombrecía sus mejillas. Frunció el ceño.
Tenía que casarse. Había reconocido para su fuero interno aquel hecho veinte meses atrás, incluso antes de que su hermana Lenore se hubiera casado con el duque de Eversleigh, dejando caer toda la carga familiar sobre sus hombros.
—Perseverancia... eso es lo que necesitas —Percy asintió sin mirar a nadie en particular—. No podemos permitir que se agote otra temporada sin que hayas elegido una mujer. Vas a terminar malgastando tu vida si te muestras demasiado melindroso.
—Odio tener que decirlo —comentó Harry—, pero Percy tiene razón. No puedes continuar explorando el terreno durante años y años y rechazando todo lo que te ofrecen —bebió un sorbo de brandy y suavizó la voz—. Y, por lo menos, podrías permitir que alguien diera a conocer tu gran fortuna.
—¡Dios no lo quiera! —Jack se volvió hacia Harry con los ojos entrecerrados—. Y quizá debería recordarte que es nuestra gran fortuna, la tuya y la mía. Y quizá también la de Gerald —con las facciones más relajadas, Jack se reclinó en el sillón. Una sonrisa asomó a sus labios—. Además, verte jugando a «que me atrape la que pueda» con todas esas damiselas enamoradizas es profundamente tentador, hermano mío
Harry sonrió y alzó su copa.
—Esa idea ya se me había ocurrido. Pero si se descubre nuestro secreto, no va a ser por mí. Y lo que es más, me ocuparé de dejar caer alguna palabra al respecto a mi hermano pequeño. Ni tú ni yo necesitamos que termine serrándonos el suelo bajo nuestros propios pies.
—Eso es completamente cierto —Jack fingió estremecerse—, no soporto ni pensar en esa posibilidad.
Percy frunció el ceño.
—No lo entiendo. ¿Por qué ocultar que sois ricos? El cielo sabe que los Lester habéis sido considerados como una familia con escaso dinero durante generaciones. Ahora que eso ha cambiado, ¿por qué no aprovechar los posibles beneficios? Tendrían que ser las debutantes las que se os ofrecieran, y vosotros los que eligierais.
Los dos hermanos Lester miraron con simpatía a su desventurado amigo.
Percy pestañeó desconcertado y esperó pacientemente una respuesta.
Incapaz de competir en atributos con los que durante tanto tiempo llevaban siendo sus amigos, hacía años que había conseguido reconciliarse con su menos agraciado físico, sus hombros caídos y sus delgadas piernas. Naturalmente, con sus modales amables y su actitud retraída, difícilmente era la clase de caballero que habitaba los sueños de las debutantes. Por su parte, todos los hermanos Lester, Jack con sus treinta y seis años, su pelo oscuro y su complexión de atleta, Harry, dos años menor que él y con un cuerpo siempre grácil e inefablemente elegante, e incluso Gerald, de veinticuatro años y con un encanto casi infantil, estaban hechos, definitivamente, del material con el que se tejían los sueños femeninos.
—Realmente, Percy —dijo Harry—, sospecho que Jack cree que está en condiciones de elegir en cualquier caso.
Jack le dirigió una mirada altanera a su hermano.
—La verdad es que no he pensado nunca en ello.
Harry sonrió e inclinó la cabeza.
—Tengo la infinita confianza, oh, hermano mío, de que en cuanto encuentres a tu particular amada, no necesitarás la ayuda de nuestra repugnante riqueza para persuadirla a favor de tu causa.
—Sí, pero aun así, ¿por qué mantenerlo en secreto? —quiso saber Percy.
—Porque —le explicó Jack—, mientras las matronas del lugar consideren, como tan sucintamente has señalado, que apenas poseo fortuna, continuarán dejándome revolotear entre sus flores sin ninguna clase de injerencia.
Al tratarse de tres hijos despilfarradores en una familia de ingresos moderados, todo el mundo era consciente de que los descendientes de la casa Lester necesitarían esposas adineradas. Sin embargo, teniendo en cuenta las relaciones de la familia y el hecho de que Jack, como hermano mayor, fuera el futuro heredero de la casa y las principales propiedades de la familia, a nadie le había sorprendido que, en cuanto había dejado correr la noticia de que estaba contemplando seriamente la posibilidad de un matrimonio, hubieran comenzado a llegarle invitaciones.
—Naturalmente —añadió Harry—, con todos los años de... experiencia mundana de Jack, nadie espera que caiga víctima de un simple engaño y, teniendo en cuenta la aparente falta de una fortuna considerable, no hay incentivo suficiente para que esas dragonas se esfuercen en poner en práctica sus intrincadas estrategias.
—De esa forma puedo ver libremente todo el campo —Jack retomó las riendas de la conversación—. Sin embargo, en cuanto comenzara a circular por la ciudad el cambio que se ha producido en nuestra situación económica, esa vida libre de cualquier tipo de restricciones terminaría para siempre. Todas esas arpías intentarían vengarse de mí.
—No hay nada que les guste más que ver caer a un vividor —le confió Harry a Percy—. Desarrollan su más endiablada inventiva cuando un vividor con fortuna se declara interesado en el matrimonio. Les entusiasma la perspectiva de ver al cazador cazado.
Jack lo acalló con la mirada.
—Basta con decir que mi vida ya no sería tan cómoda como hasta ahora. No podría poner un sólo pie fuera de casa sin tener que protegerme de cualquier peligro imaginable. Me encontraría con debutantes a cada paso, colgadas del brazo de sus amigas y batiendo constantemente sus estúpidas pestañas. En esa situación, lo más fácil es aplazar la elección de una esposa durante toda una vida.
Harry cerró los ojos y se estremeció.
La luz del entendimiento descendió sobre el angelical rostro de Percy.
—Oh —dijo—, en ese caso, deberías aceptar la invitación de lady Asfordby.
Jack sacudió lánguidamente la mano.
—Todavía tengo toda la temporada por delante. No necesito precipitarme.
—Sí, claro, ¿de verdad tienes toda la temporada por delante? —como Jack y Harry lo miraron sin comprender, Percy explicó—: Toda esa fortuna que habéis ganado, ha sido hecha gracias al comercio, ¿verdad?
Jack asintió.
—Lenore siguió el consejo de uno de los conocidos de mi padre e invirtió en una flota de buques mercantes que se desplazan hasta la India.
—¡Precisamente! —Percy se detuvo frente a la chimenea—. De modo que cualquier hombre interesado en el mundo del comercio sabe que esa flota tuvo un gran éxito. Y muchos de esos hombres deben de saber a estas alturas que los Lester fueron unos de sus mayores patrocinadores. Esas cosas es imposible mantenerlas en secreto. Mi padre, por ejemplo, debe estar al corriente de lo ocurrido.
Jack y Harry intercambiaron miradas de consternación.
—Es imposible silenciar a todos los que lo saben —continuó Percy—. De modo que sólo cuentas con el tiempo que tarde alguno de esos hombres en mencionar a su esposa que la fortuna de los Lester ha cambiado para que todo el mundo lo sepa.
Harry dejó escapar un gemido.
—No... espera —Jack se enderezó—. No es tan fácil, gracias a Dios. Lenore lo organizó todo, pero, naturalmente, no pudo actuar ella sola en todo este asunto. Se sirvió de nuestro agente, el viejo Charters. Él jamás habría aprobado que una mujer se involucrara en un negocio. Hace años, al viejo Charters hubo que presionarlo para que aceptara instrucciones de Lenore. Y sólo aceptó con la condición de que quedara completamente en secreto. No quería que nadie supiera que recibía órdenes de una mujer. Lo que probablemente significa que no admitirá que estaba trabajando para nosotros, puesto que es bien sabido que es Lenore la que está a cargo de nuestras finanzas. Si Charters no habla, no hay ningún motivo para imaginar que de un día para otro puedan llegar a ser conocidas nuestras ganancias.
Percy frunció el ceño y apretó los labios.
—No de un día para otro, quizá. Pero creo que no tardará mucho en saberse. Este tipo de cosas se filtran a través de las rendijas, como suele decir mi padre.
Se hizo un grave silencio en la habitación mientras sus ocupantes analizaban la situación.
—Percy tiene razón —dijo Harry con expresión lúgubre.
Resignado, Jack alzó la invitación de lady Asfordby.
—Y en más de un sentido. Mandaré a decir a lady Asfordby que nos espere.
—A mí no —Harry sacudió la cabeza con decisión.
Jack arqueó una ceja.
—Tú también estás atrapado en medio de la tormenta.
Harry volvió a sacudir la cabeza con gesto obstinado. Vació su copa y la dejó en una mesa cercana.
—Yo no he hecho saber a nadie que estoy buscando esposa por la sencilla razón de que no la busco —se levantó, estirando su largo y esbelto cuerpo y sonrió—. Además, me gusta vivir peligrosamente.
Jack le devolvió la sonrisa.
—En cualquier caso, he prometido estar en Belvoir mañana. Gerald está allí. Lo pondré al corriente de nuestros deseos de mantener en silencio el tema de nuestra fortuna. De modo que podrás ofrecerle mis disculpas a la dama en cuestión con la conciencia tranquila —Harry ensanchó su sonrisa—. Y no te olvides de hacerlo. Lady Asfordby es una vieja amiga de nuestra lamentablemente fallecida tía y puede llegar a ser un auténtico dragón. Sin duda alguna, estará en la ciudad en cuanto empiece la temporada y no me gustaría tener que enfrentarme a su fuego.
Y tras despedirse de Percy con un movimiento de cabeza, Harry se dirigió hacia la puerta.
—Voy a revisar el tobillo de Prince para ver si esa cataplasma le ha ido bien. Mañana me iré a primera hora, así que os deseo una buena caza —y, con una sonrisa de conmiseración, salió.
Cuando la puerta se cerró detrás de su hermano, Jack fijó de nuevo la mirada en la invitación de lady Asfordby. Con un suspiro, se la metió en el bolsillo y bebió un largo trago de brandy.
—¿Entonces vamos a ir? —preguntó Percy en medio de un bostezo.
Jack asintió apesadumbrado.
—Sí, vamos a ir.
Horas después, mientras Percy se preparaba para ir a la cama y la casa parecía sumirse en el sueño, Jack permanecía frente a la chimenea con los ojos fijos en las llamas. Y todavía estaba allí cuando, una hora después, Harry volvió a entrar en la habitación.
—¿Todavía estás aquí?
Jack se llevó el brandy a los labios.
—Sí, como tú mismo puedes ver.
Harry vaciló un instante, pero inmediatamente después cruzó hacia el aparador.
—¿Reflexionando sobre las delicias del matrimonio?
Jack echó la cabeza hacia atrás y siguió con la mirada los movimientos de su hermano.
—En la inevitabilidad del matrimonio.
Harry se hundió en un sofá y arqueó una ceja.
—No tienes por qué ser tú.
Jack abrió los ojos como platos.
—¿Eso es una oferta...? ¿El sacrificio final?
Harry sonrió de oreja a oreja.
—Estaba pensando en Gerald.
—Ah —Jack dejó caer la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo—. Tengo que admitir que yo también he pensado en él. Pero no servirá.
—¿Por qué no?
—Gerald no se casará a tiempo.
Harry esbozó una mueca, pero no contestó. Al igual que Jack, era consciente del deseo de su padre de asegurar la continuación de un linaje que había ido prolongándose durante generaciones. Ésa era una de las únicas preocupaciones que aguijoneaban la mente de un hombre que, por otra parte, ya se había preparado para morir.
—Pero no es sólo eso —admitió Jack con mirada distante—. Si quiero dirigir la casa como es debido, necesitaré una mujer que realice la misma labor que estaba haciendo Lenore, no en lo que concierne a los negocios, sino en todo lo demás, en todas las obligaciones de una distinguida esposa —sonrió con ironía—. Desde que Lenore se fue, he aprendido a apreciar sus talentos como no lo había hecho hasta ahora. Pero en este momento las riendas están en mis manos y maldito seré si no consigo que mi casa funcione como le corresponde.
Harry sonrió.
—Tu fervor siempre ha sido sorprendente. No creo que nadie espere una transformación tan espectacular. Un vividor convertido en un responsable propietario en sólo unos meses.
Jack gruñó:
—Tú también cambiarías si recayera tanta responsabilidad sobre ti. Pero ahora no es ésa la cuestión. Necesito una esposa. Una esposa como Lenore.
—No hay muchas mujeres como Lenore.
—Lo sé —Jack mostró su disgusto—. Estoy empezando a preguntarme seriamente si existe lo que estoy buscando: una mujer agradable, con gracia, encanto, eficiente y con suficiente firmeza como para llevar las riendas de una casa.
—¿Y también rubia, bien dotada y con una alegre disposición?
—Desde luego, nada de eso le vendría nada mal, teniendo en cuenta cuáles van a ser el resto de sus obligaciones.
Harry se echó a reír.
—¿Y no hay ninguna posibilidad a la vista?
—¡Ni una! Después de un año de búsqueda, puedo informarte de que ni una sola candidata me ha hecho mirarla dos veces. Son todas tan... jóvenes, dulces e inocentes... y completamente indefensas. Lo que yo necesito es una mujer con fibra, y lo único que encuentro son auténticas lapas.
Se hizo un intenso silencio en la habitación mientras ambos consideraban sus palabras.
—¿Estás seguro de que Lenore no puede ayudarte? —preguntó Harry al cabo de un rato.
Jack negó con la cabeza.
—Eversleigh lo dejó muy claro. Su duquesa no participará en los bailes de esta temporada. En cambio —continuó Jack con los ojos ligeramente centelleantes—, permanecerá en casa, atendiendo a su primogénito y al padre del mismo. Y, mientras tanto, utilizando las propias palabras de Jason, la ciudad puede esperar.
Harry se echó a reír.
—¿Así que está realmente indispuesta? Yo pensaba que todo ese asunto de las náuseas mañaneras era una excusa que había urdido Jason para mantenerla alejada de la vida social.
Jack sacudió la cabeza sonriente.
—Me temo que su malestar es real. Lo cual significa que tendré que pasar toda la temporada sin su ayuda, con una tormenta cerniéndose sobre el horizonte y ningún puerto a la vista.
—Una lúgubre perspectiva —reconoció Harry.
Jack gimió, pensando una vez más en el matrimonio. Durante años, la mera mención del mismo le había hecho estremecerse. En ese momento, tras haber pasado horas y horas contemplando la situación, ya no lo miraba con tanto desprecio y desinterés. Y había sido el propio matrimonio de su hermana el que le había hecho cambiar de punto de vista. Aunque Jason se había casado con Lenore por motivos eminentemente convencionales, la profundidad de su amor era evidente. La luz que iluminaba los ojos de Jason cada vez que miraba a su esposa le había asegurado a Jack que a su hermana le iban las cosas perfectamente.
Al ver que el fuego agonizaba, Jack alargó la mano hacia el atizador. No estaba seguro de querer sentirse tan subyugado por el amor como Jason, pero estaba completamente convencido de que quería lo que su cuñado había encontrado: una mujer que lo quisiera. Y una mujer a la que él pudiera amar a cambio.
Harry suspiró, se levantó y se estiró.
—Es hora de acostarse. Y será mejor que tú también te acuestes. Tienes que tener buen aspecto para enfrentarte a las jóvenes damas del baile de lady Asfordby.
Con una mirada de dolorosa resignación, Jack se levantó. Mientras se acercaban al aparador para dejar sus copas, sacudió la cabeza.
—Tengo la tentación de dejar todo en manos de la suerte. Ha sido ella la que nos ha proporcionado esta fortuna, de modo que sería justo que ofreciera la solución al problema que ella misma ha creado.
—Ah, pero la suerte es una dama muy voluble —Harry se volvió hacía la puerta—. ¿Estás seguro de que quieres dejar el resto de tu vida en sus manos?
Jack lo miró con expresión sombría.
—Ya estoy arriesgando el resto de mi vida. Todo este maldito asunto no dista mucho de una partida de cartas.
—Excepto que, en este caso, si no te gustan tus cartas, puedes declinar la apuesta.
—Eso es cierto, pero el problema continúa residiendo en encontrar la carta adecuada.
Mientras salían a la oscuridad del pasillo, Jack continuó:
—Y lo menos que la suerte podría hacer por mí, es localizarla y ponerla en mi camino.
Harry lo miró divertido.
—¿Estás tentando al destino, hermano?
—Estoy desafiándolo —replicó Jack.
Con un satisfactorio movimiento de las faldas de seda de su vestido, Sophie Winterton completó el último giro con Roger de Coverley y se inclinó con una sonrisa. A su alrededor, el salón de baile de lady Asfordby Grange estaba repleto hasta los topes. La luz de las velas parpadeaba haciendo brillar los rizos y las joyas de las numerosas damas de la alta sociedad que permanecían sentadas alrededor del salón.
—Ha sido un auténtico placer, mi querida señorita Winterton —el señor Bantcombe se inclinó sobre su mano—. Ha sido un baile de lo más estimulante.
—Desde luego, señor.
Sophie miró rápidamente a su alrededor y localizó a su prima Clarissa, que estaba dándole ingenuamente las gracias a un joven mozo a sólo unos metros de ella. Con sus dulces ojos azules, su piel de alabastro y los rizos que enmarcaban su rostro, Clarissa presentaba una imagen adorable.
Con una sonrisa, Sophie le prestó su mano y su atención al señor Bantcombe.
—Los bailes de lady Asfordby quizá no sean tan concurridos como las reuniones de Melton, pero, en mi opinión, son infinitamente superiores.
—Naturalmente, naturalmente —al señor Bantcombe todavía le faltaba la respiración—. Lady Asfordby es la dama más importante de los alrededores y siempre se toma muchas molestias para excluir a la plebe. Esta noche no encontrará por aquí a ningún advenedizo.
Sophie descartó inmediatamente la díscola idea de afirmar que en realidad no le habría importado que hubiera al menos un par de advenedizos, aunque sólo fuera para añadir algún color a los numerosos caballeros que había llegado a conocer durante los últimos seis meses. Colocó una brillante sonrisa en sus labios.
—¿Podríamos volver con mi tía, señor?
Sophie se había reunido con su tía y su tío en la casa de Leicestershire en el mes de septiembre, después de haberle brindado a su padre, sir Humphrey Winterton, un eminente paleontólogo, una cariñosa despedida. Debiendo partir en una expedición de duración indefinida a Siria, su padre había confiado el cuidado de su hija a la única hermana de su fallecida esposa, Lucilla Webb, un acuerdo que contaba con la aprobación de Sophie. La vida que disfrutaba en la alegre casa de Webb Park, una enorme mansión situada a pocos kilómetros de la casa solariega de lady Asfordby, no se parecía en nada a la silenciosa y estudiosa existencia que había llevado al lado de su triste y taciturno padre desde que su madre había muerto, cuatro años atrás.
Su tía, una etérea y esbelta figura envuelta en seda azul, se encontraba en animada conversación con la señora Haverbuck, otra de las importantes damas de la zona.
—Ah, estás aquí, Sophie —Lucilla Webb se volvió con una sonrisa e inclinó la cabeza hacia Sophie. La señora Haverbuck se marchó—. Estoy absolutamente asombrada por tu energía, querida —sus claros ojos azules repararon en el sonrojado rostro del señor Bantcombe— Querido señor Bantcombe, ¿le importaría ir a buscarme una bebida fría?
El señor Bantcombe se mostró inmediatamente de acuerdo. Inclinó la cabeza hacia Sophie y se marchó.
—Pobre hombre —dijo Lucilla mientras el señor Bantcombe desaparecía entre la multitud—. Evidentemente, no parece haber nadie que esté a tu altura, Sophie.
Sophie sonrió.
—Al menos todavía —musitó Lucilla con su delicada voz—. Me alegro sinceramente de ver que estás disfrutando, querida. Y estás muy guapa, aunque sea yo la que te lo diga. Todo el mundo se va a fijar en ti, sin duda alguna.
—Desde luego que sí, sobre todo si tu tía y todas las amigas de tu madre tienen algo que decir al respecto.
Sophie y Lucilla se volvieron hacia lady Entwhistle, que ocupó inmediatamente el lugar que la señora Haverbuck había dejado vacío.
—Sólo he venido para decirte, Lucilla, que Henry está de acuerdo en que vayamos mañana a la ciudad.
Levantó el par de impertinentes que colgaban de su cuello y se embarcó en un detallado escrutinio de Sophie con todo el aplomo de una vieja amiga de la familia. Sophie sabía que no habría una sola faceta de su aspecto que escapara a su inspección.
—Mmm —la dama concluyó su examen—. Tal como imaginaba. Harás que todos los solteros de la ciudad se vuelvan a mirarte —añadió, volviéndose hacia Lucilla con un brillo conspirador en la mirada—, y eso es precisamente lo que quiero. El lunes doy un baile para presentar al hijo de Henry a nuestros conocidos. ¿Puedo esperar que estés allí?
Lucilla apretó los labios y la miró con los ojos entrecerrados.
—Vamos a salir a finales de esta semana, así que supongo que podríamos estar en Londres el lunes. Y no encuentro ninguna razón para no aceptar tu invitación, Mary.
—¡Estupendo! —lady Entwhistle se levantó con su habitual energía haciendo rebotar sus rizos dorados. Al ver a Clarissa entre la multitud, añadió—: Será algo completamente informal y como estamos todavía al principio de la temporada, no creo que nos haga ningún daño que Clarissa se una a nosotros.
Lucilla sonrió.
—Sé que le encantará.
Lady Entwhistle rió.
—Todo es tan terriblemente emocionante, ¿verdad? Ah, me acuerdo de cuando nosotras éramos jóvenes, Lucy, tú, María y yo... Pero ahora tengo que irme. Nos veremos en Londres.
Sophie intercambió una silenciosa sonrisa con su tía, y después, sin poder dejar de sonreír, miró hacia el atiborrado salón. Si se lo hubieran preguntado, habría tenido que admitir que no sólo era Clarissa, de apenas diecisiete años y pendiente de celebrar aquel año su baile de presentación en sociedad, la que estaba siendo presa de la emoción. Bajo la compostura propia de una experimentada dama de veintidós años, Sophie era consciente de cómo se elevaba su corazón. Estaba expectante ante su primera temporada de baile.
Debería encontrar marido, por supuesto. Las amigas de su madre, por no hablar de su tía, no se conformarían con menos. Y, curiosamente, aquella posibilidad no la alarmaba como años atrás. Estaba más que dispuesta a husmear por todas aquellas fiestas, a mirar con mucho cuidado y a elegir sabiamente.
—¿Me engañan mis ojos o Ned por fin se ha decidido a dar un paso adelante?
La pregunta de Lucilla instó a Sophie a seguir la mirada de su tía hacia Edward Ascombe, conocido por todo el mundo como Ned. Era el hijo de uno de sus vecinos y en aquel momento se estaba inclinando mecánicamente sobre la mano de su prima. Sophie vio que Clarissa se tensaba.
Ligeramente más alto que ella, Ned era un joven relativamente serio. A los veintiún años, se había convertido en el orgullo de su padre y estaba completamente entregado al cuidado de aquellas tierras que algún día serían suyas. También estaba completamente decidido a conseguir a Clarissa Webb como esposa. Desgraciadamente, en aquel momento, Clarissa estaba demasiado emocionada ante la posibilidad de coincidir con alguno de aquellos caballeros desconocidos que habían llegado a la zona en busca de caza. Aquello perjudicaba gravemente a Ned, que se encontraba con la doble desventaja de ser un inocente y digno pretendiente y de conocer desde siempre a Clarissa. Peor aún, ya había dejado completamente claro que su corazón estaba a los pies de Clarissa.
Sophie, de la que Ned se había ganado toda su compasión, lo observó enderezarse y dirigirse hacia Clarissa.
—Si todavía te queda algún baile, podrías ofrecérmelo a mí Clary —Ned sonrió confiadamente, incapaz de prevenir el resbaladizo terreno en el que se estaba adentrando al mostrar tan abiertamente sus sentimientos.
—¡No me llames así! —siseó Clarissa con ojos llameantes.
La sonrisa de Ned se desvaneció.
—¿Y cómo demonios tengo que llamarte? ¿Señorita Webb?
—¡Exactamente!
Clarissa elevó un poco más su ya alarmantemente elevada barbilla. Otro joven caballero apareció en su horizonte y rápidamente, liberó su mano y le sonrió al recién llegado.
Ned frunció el ceño mirando en su dirección. Y antes de que el joven pudiera dar muestra de su ingenio, Ned preguntó con voz burlona:
—¿Me concede este baile, señorita Webb?
—Me temo que no estoy disponible, señor Ascombe —a través de la multitud, Clarissa distinguió los ojos de su madre—. ¿Quizá en el próximo baile que se celebre?
Por un instante, Sophie, que continuaba observando, se preguntó si Lucilla o ella tendrían que intervenir. Pero entonces Ned se enderezó, hizo una fugaz reverencia y giró bruscamente sobre los talones.
Clarissa permaneció erguida, con su adorable rostro completamente pálido, observando la espalda de Ned hasta que desapareció entre la multitud. Por un instante, su boca pareció relajarse. Pero, inmediatamente, apretó la barbilla, se enderezó y le dirigió una sonrisa resplandeciente al joven caballero que todavía estaba esperando a ser atendido.
—Ah —dijo Lucilla, con una mirada conocedora—. La vida siempre continúa. Al final se casará con Ned, por supuesto. Estoy segura de que esta temporada será más que suficiente para demostrar la sabiduría de su corazón.
Sophie también lo esperaba, por el bien de Clarissa y por el de Ned.
—¿Señorita Winterton?
Sophie se volvió y descubrió al señor Marston inclinándose ante ella. Aquel reservado caballero se había convertido en el objetivo de más de una de las madres casamenteras del lugar. Mientras se agachaba ligeramente para devolverle el saludo, Sophie se maldijo en silencio por su delator sonrojo. El señor Marston estaba enamorado de ella, pero ella no sentía nada en respuesta.
Interpretando aquel sonrojo como una señal a su favor, el señor Marston sonrió.
—Nuestro baile, querida —inclinó la cabeza hacia Lucilla y aceptó la mano que Sophie le tendía para acompañarla hasta la pista de baile.
Con una sonrisa encantadora y expresión serena, Sophie iba meciéndose a través de las complejas figuras del baile. Se negaba a dejarse confundir por las atenciones del señor Marston y no tenía la menor intención de alentarlo.
—Desde luego, señor —contestó a uno de sus cumplidos—. Estoy disfrutando inmensamente del baile. Sin embargo, no tendría ningún reparo en conocer a alguno de esos caballeros que han venido de Londres. Al fin y al cabo, mi prima y yo pronto frecuentaremos los salones de baile de Londres. Y conocer a algunos de sus miembros esta noche podría hacer la experiencia más cómoda.
Por la expresión desaprobadora de su pareja, Sophie dedujo que la idea de que pudiera tener ganas de conocer a cualquier otro caballero, fuera de donde fuera, no le resultaba en absoluto agradable. Suspiró para sí. Desalentar delicadamente a sus pretendientes era un arte en el que todavía tenía mucho que aprender.
A su alrededor, los invitados al baile de lady Asfordby continuaban girando convertidos en una colorida multitud, compuesta principalmente por las familias de la localidad. Entre ellas se distinguía de vez en cuando a alguno de los elegantes dandis londinenses cuya presencia aprobaba su anfitriona. Una distinción que no se extendía a la mayoría de aquel pequeño ejército de cazadores que, durante la temporada de caza, se acercaban hasta Melton Mowbray, atraídos por las partidas de caza de Quorn, Cotessmore y Belvoir.
Jack fue consciente de ello cuando, con Percy agazapado tras su sombra, se detuvo en el marco de la puerta del salón. Mientras esperaba a la anfitriona, a la que pudo ver avanzando entre la multitud para acercarse a recibirlo, fue consciente del revuelo que su aparición había provocado. Un revuelo que se extendió como una ola por la oscura fila de matronas que permanecían sentadas alrededor de la habitación y fue propagándose por los círculos de las jóvenes que tenían a su cargo.
Con una cínica sonrisa, Jack se inclinó sobre la mano de la dama.
—De modo que al final se ha decidido a venir, Lester.
Tras presentar a Percy, a quien lady Asfordby recibió con gratificado aplomo, Jack escrutó con la mirada a los danzantes.
Y la vio.
De pronto la descubrió delante de él, muy cerca de la puerta. Su mirada se había sentido arrastrada hacia ella, hacia esos rizos dorados que brillaban como un faro. Sus ojos se encontraron. Los de ella eran azules, más claros que los de Jack, del azul de un cielo de verano sin nubes. Cuando la miró, ella pareció agrandar sus ojos y entreabrió los labios.
A su lado, Percy continuaba entreteniendo a lady Asfordby, poniéndola al tanto de la última enfermedad de su padre. Jack inhaló profundamente, con los ojos fijos en la esbelta figura que continuaba bailando ante él.
Su pelo era como el oro, rico y abundante, y lo llevaba pulcramente recogido en lo alto de la cabeza, dejando que algunos rizos errantes descendieran sobre sus orejas y su nuca. Era una mujer delgada, pero, aun así, a Jack le complació advertir que bien redondeaba. Sus deliciosas curvas estaban elegantemente envueltas en una delicada seda de color magenta, que quizá resultara demasiado oscura para una debutante. Los brazos, graciosamente arqueados por los movimientos del baile, exponían una atractiva redondez que no parecía propia de una mujer tan joven.
¿Estaría casada?
Jack se volvió hacia lady Asfordby.
—Sucede que todavía no conozco a muchos de mis vecinos. ¿Podría pedirle que me presentara?
No había nada, por supuesto, que lady Asfordby deseara más. Sus ojos resplandecieron con un fervor casi fanático.
—Qué triste fue la pérdida de su querida tía. ¿Cómo se encuentra su padre?
Mientras contestaba a esa y a otro tipo de preguntas similares sobre Lenore y sus hermanos, a los que lady Asfordby conocía desde antiguo, Jack no perdía en ningún momento a su cabeza rubia de vista. Disimulaba felizmente sus intenciones deteniéndose a charlar con quienquiera que la dama decidiera presentarle y avanzaba junto a su anfitriona inexorablemente hacia el diván que, tras el baile, se había convertido en su meta.
Un pequeño grupo de caballeros, ninguno de ellos muy joven, se había reunido alrededor de aquella joven para entretenerse entre baile y baile. Otras dos jóvenes formaban también parte de aquel círculo. Ella los atendía elegantemente y su confianza se reflejaba en la sonrisa de sus labios.
En dos ocasiones la descubrió mirándolo. Y, en ambas ocasiones, ella desvió rápidamente la mirada. Jack disimuló una sonrisa y soportó pacientemente otra ronda de presentaciones.
Y por fin, lady Asfordby se volvió hacia el círculo que Jack esperaba.
—Y, por supuesto, tiene que conocer a la señora Webb. Me atrevería a decir que ya conoce a su marido, Horatio Webb, de Webb Park, un importante financiero.
Aquel apellido le resultaba familiar a Jack; sabía que estaba relacionado con el mundo de los caballos y la caza. Rápidamente se aproximaron a un diván en el que estaba sentada una elegante matrona junto a una joven que, indudablemente, era su hija. La señora Webb se volvió mientras ellos se acercaban. Lady Asfordby hizo las presentaciones. Y Jack se descubrió a sí mismo inclinándose sobre una delicada mano, con los ojos atrapados en una escrutadora mirada.
—Buenas noches, señor Lester. ¿Ha venido a la temporada de caza?
—La verdad es que sí, señora —Jack pestañeó y sonrió, intentando no exagerar el gesto.
La señora Webb le resultó inmediatamente reconocible: su hija estaba protegida por un astuto dragón.
Con un sólo gesto de un dedo, la señora Webb hizo adelantarse a su hija.
—Permítame presentarle a mi hija Clarissa.
Lucilla bajó la mirada mientras Clarissa, furiosamente sonrojada, se agachaba ligeramente con su acostumbrada gracia. Sin embargo, la capacidad del habla parecía haberla abandonado. Arqueando una ceja con gesto escéptico, Lucilla miró a Jack y después le dirigió una rápida mirada a Sophie. Su sobrina estaba aplicadamente concentrada en sus amigos.
Sin embargo, con sólo un gesto, Lucilla consiguió llamar su atención y hacer que se adelantara.
—Y, por supuesto —continuó Lucilla, rescatando a Jack de la enmudecida mirada de Clarissa—, debe permitir que le presente a mi sobrina, Sophie Winterton —Lucilla se interrumpió y arqueó sus finas cejas—. Aunque quizá ya se hayan conocido en Londres. Sophie fue presentada en sociedad hace unos años, pero tuvo que interrumpir la temporada de baile a causa de la inesperada muerte de su madre —miró hacia su sobrina y continuó—: Te presento al señor Jack Lester, querida.
Consciente de la perspicaz mirada de su tía, Sophie mantuvo una expresión serena. Se agachó educadamente y tendió fríamente la mano, evitando la mirada del señor Lester.
Lo había visto mientras estaba en la puerta, sombría y descarnadamente atractivo con una levita del color azul de la noche que enmarcaba su cuerpo como si hubiera sido moldeada sobre él. Su pelo oscuro le caía rebelde sobre la frente y escrutaba la sala de baile con el aspecto de un depredador, de un lobo quizá, seleccionando a su presa. Sophie había perdido el paso al sentir su mirada sobre ella. Rápidamente, había desviado la vista y había descubierto sorprendida que su corazón se había acelerado y la respiración parecía enredarse en su garganta.
En aquel momento, con aquella mirada intensa sobre ella, elevó la barbilla y respondió serena:
—El señor Lester y yo nunca nos hemos conocido, tía.
Jack atrapó su mirada mientras le tomaba la mano y curvó los labios en una sonrisa.
—Un accidente del destino que seguramente debo lamentar.
Sophie dominó con firmeza un instintivo temblor. La voz de aquel hombre era imposiblemente profunda. Mientras aquella voz parecía derramarse sobre ella, Sophie lo observó erguirse tras haberle ofrecido una elegante reverencia.
Jack la miró, y sonrió.
Sophie se tensó. Inclinó la barbilla y lo miró a los ojos.
—¿Anda de caza por los alrededores, señor?
La sonrisa de Jack iluminó sus ojos.
—Desde luego, señorita Winterton.
Bajó la mirada hacia ella. Y Sophie se quedó helada.
—Ayer mismo estuve cabalgando con los Quorn.
Sophie, casi sin respiración, intentó ignorar el brillo de su mirada.
—Mi tío, el señor Webb, también es muy aficionado a ese deporte —una fugaz ojeada le mostró a su tía enfrascada en una conversación con lady Asfordby. Los anchos hombros del señor Lester la ocultaban del resto de su círculo.
—¿De verdad? —Jack arqueó educadamente una ceja, bajó la mirada hacia las manos que Sophie había unido ante ella y volvió a alzarla hacia sus ojos—. Por cierto, su tía ha comentado que antes estaba en Londres.
Sophie resistió la urgencia de mirarlo con los ojos entrecerrados.
—Fui presentada en sociedad hace cuatro años, pero mi madre enfermó poco tiempo después.
—¿Y nunca volvió a los salones de baile? Dios mío, qué crueldad....
Las últimas palabras las pronunció muy suavemente. Todas las dudas que Sophie pudiera haber albergado sobre el hecho de que el señor Lester podía no ser lo que parecía se desvanecieron. Le dirigió una mirada muy directa.
—Mi padre quedó muy afectado por la muerte de mi madre. Me quedé con él, en Northamptonshire, ayudándole a llevar la casa y la propiedad.
Aquella respuesta no era lo que Jack esperaba. Un brillo que sólo podía deberse a la intriga llameó en sus ojos oscuros.
—Lu lealtad hacia su padre la honra, señorita Winterton —Jack hizo aquella declaración con absoluta sinceridad.
Su interlocutora inclinó ligeramente la cabeza y desvió la mirada. El óvalo de su rostro enmarcaba unas facciones perfectas: enormes ojos azules rodeados de largas y espesas pestañas, una frente dorada, las cejas arqueadas, una nariz recta y pequeña y unos labios llenos del color de las fresas. Su cutis era como la nata espesa, delicioso y sin mácula. Jack se aclaró la garganta.
—¿Pero no añoraba volver a los salones de baile?
Aquella pregunta tomó a Sophie por sorpresa. La consideró y contestó:
—No, de hecho, nunca se me ocurrió pensar en ello. Tenía más que suficiente con ocuparme de mí misma. Y visitaba con frecuencia a las hermanas de mi padre que viven en Bath y en Tonbrigde Wells —alzó al mirada y se echó a reír al ver la cómica mueca de Jack.
—¿En Tonbridge Wells? —repitió con dramático desconcierto—. Mi querida señorita Winterton, es un desperdicio que la hayan mantenido en ese lugar, asfixiada por el peso de unas convenciones de otro siglo.
Sophie reprimió una risa.
—La verdad es que no era un lugar muy animado —admitió—. Afortunadamente, mi madre tenía muchas amigas que me invitaban a sus fiestas. Sin embargo, debo admitir que en casa a veces echaba de menos la compañía de personas de mi edad. Mi padre vivía muy aislado en aquel momento.
—¿Y ahora?
—Mi tía convenció a mi padre para que participara en una expedición. Es paleontólogo.
Alzó la mirada hacia Jack, esperando.
Jack la miró con expresión inescrutable. A pesar de todos sus esfuerzos, Sophie no pudo evitar una sonrisa. Con aire de resignación y gesto interrogante, Jack arqueó una ceja.
En aquel momento, Sophie cedió a la risa.
—Estudia huesos antiguos —le informó en voz baja.
A pesar de que Lester acababa de eludir una trampa garantizada para desalentar las pretensiones de cualquier vividor, Sophie no pudo evitar una sonrisa. Cuando lo miró a sus ojos, le surgió la sospecha de que el señor Lester podría ser un hombre digno de confianza en vez del cínico que aparentaba. Y volvió a tener problemas para respirar.
Jack aguzó la mirada. Y antes de que Sophie pudiera reaccionar y apartarse, alzo la cabeza y la miró con las cejas ligeramente enarcadas.
—A menos que me esté fallando el oído, eso que está empezando a sonar es un vals. ¿Me concede el honor, señorita Winterton?
La invitación fue extendida con una serena sonrisa, mientras con la mirada le decía muy claramente que no iba a conformarse con una excusa poco convincente.
A pesar de tener los nervios a flor de piel, Sophie se rindió a lo inevitable con una grácil inclinación de cabeza.
Pero su serenidad estuvo a punto de quebrarse en el momento en el que Jack la condujo a la pista de baile. Sentía su brazo como si fuera de hierro, había tanta fuerza en aquel hombre que podría haberla asustado si no hubiera advertido su deliberada contención. Jack la hacía girar sobre la pista y ella se sentía más ligera que el aire, anclada únicamente a la realidad por su sólido brazo y el calor de su mano.
Sophie jamás había bailado un vals como aquél, marcando los pasos sin pensarlos de manera consciente, dejando que sus pies se dejaran llevar por Jack y sin posarlos apenas en el suelo. Cuando sus sentidos, alterados por el contacto de aquel hombre, comenzaron a serenarse, alzó la mirada.
—Baila usted muy bien, señor Lester.
—Llevo muchos años de práctica, querida.
La intención de sus palabras era más que evidente. Sophie debería haberse sonrojado. Pero, en cambio, encontró el coraje suficiente para sonreír con calma antes de desviar lentamente la mirada. Consciente de las peligrosas corrientes que comenzaban a fluir por su interior, no volvió a darle conversación.