Un hombre a su medida - La perfecta compañera - Liz Fielding - E-Book

Un hombre a su medida - La perfecta compañera E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

Un hombre a su medida Dodie iba a ser la dama de honor de su famosísima hermana, la misma hermana que siempre la había hecho sentirse fea y gorda, así que solo podía hacer una cosa: ponerse a dieta. Y para eso necesitaba la ayuda de un entrenador personal. Brad Morgan, además de ser muy guapo, se había propuesto demostrarle a Dodie que la verdadera recompensa sería encontrar a alguien que la quisiera tal y como era... Y ese era él. La perfecta compañera /A Laura no se le escapaba que el príncipe Alexander de Montorino necesitaba un descanso... de sus obligaciones como príncipe. Durante unos días, sería una persona corriente, como ella. Laura sería su guía en el mundo normal... Para Alexander, Laura era como una ráfaga de aire fresco, una mujer que no se preocupaba por el protocolo y le decía qué debía hacer. Sería la compañera perfecta para el resto de su vida... hasta que descubrió su secreto...

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Seitenzahl: 345

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 239 - noviembre 2021

© 2002 Liz Fielding

Un hombre a su medida

Título original: The Bridesmaid’s Reward

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2003 Liz Fielding

La perfecta compañera

Título original: The Ordinary Princess

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1375-971-5

Índice

 

Créditos

Índice

Un hombre a su medida

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

La perfecta compañera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

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Capítulo 1

DODIE? ¿Qué te pasa? ¡Tranquila! Respira…

Dodie Layton, que acababa de telefonear a su mejor amiga para pedirle ayuda, obedeció, pero le siguieron temblando las piernas.

–¿Estás mejor?

Dodie asintió, pero, por supuesto, Gina no la vio, porque no la tenía ante sí.

–Bien –apuntó su amiga–. Ahora, cuéntamelo de nuevo todo, pero más despacio.

–Tengo un mes y medio para adelgazar dos tallas y dejar de ser Doña Fofa para convertirme en la Madrina del Año.

–Tú no estás fofa. Estás…

–¿Rellenita? –sugirió Dodie mientras Gina buscaba un eufemismo amable para describir sus generosas curvas, su gran trasero y sus muslos celulíticos–. Pues menudo consuelo. Mi hermana, sí, la alta, delgada y guapa…

–Solo tienes una.

–… la que ha sido nominada a todos los premios cinematográficos de este año, la estrella, la famosa, la que todo el mundo adora…

–Sé perfectamente cómo es tu hermana. Te recuerdo que la conocí con aparatos en los dientes…

–… se casa y quiere que sea su madrina –concluyó Dodie.

–¡Guau! –exclamó Gina.

–¡Horror! –exclamó Dodie agarrando la tostada sobre la que estaba untando mantequilla cuando su madre había llamado para darle la noticia e instrucciones para que perdiera peso cuanto antes.

Dodie le puso mucha mermelada y se la comió. Ya tendría tiempo de ingerir menos calorías. De momento, necesitaba azúcar para sobreponerse.

–Me imagino con quién se casa… –aventuró Gina ávida de cotilleo–. Los periódicos llevan semanas diciendo que estaba con su compañero de la serie. ¿Cuándo es la boda?

–No sé la fecha exacta porque, por lo visto, es un secreto, pero parece ser que en mayo. Dentro de un mes y medio, Gina. Tengo que correr, voy a necesitar unas pesas y una clase de aeróbic, tengo que hacer un montón de cosas y…

–Lo que tienes que hacer es dejar de hablar con la boca llena y calmarte.

–Sí, tienes razón –dijo porque Gina era la única persona en el mundo capaz de ayudarla–. Puedo hacerlo. De hecho, yo creo que ya estoy adelgazando porque tengo el corazón acelerado y debo de estar quemando muchas calorías.

–Siento desilusionarte, pero aunque tengas el ritmo cardíaco acelerado, si no es como resultado de haber hecho ejercicio, no adelgaza.

–¿De verdad?

–De verdad.

–Te creo. Al fin y al cabo, tú sabes más que yo. Por cierto, ¿cuándo vuelves?

–Ah, ya sé para qué me has llamado.

–¿Quieres ir a la boda, sí o no? –chantajeó Dodie–. Van a ir todos los actores y actrices famosos, cantantes, modelos increíbles…

–¿Por qué me iba a invitar a mí tu hermana?

–Te invito yo, como mi acompañante.

–Se supone que deberías ir con un hombre.

–Ese comentario no me ha gustado, Gina. Sabes que no tengo pareja ni falta que me hace. Además, si fuera con un hombre, rompería esa tradición que dice que el padrino se enamora de la madrina, ¿no?

–Sí, he oído hablar de eso, pero nunca he visto a ninguno que mereciera la pena enamorándose de la madrina –apuntó Gina–. Ya entiendo. ¿Quién es el padrino, Dodie, que estás tan interesada en estar guapa para él?

–¿El padrino? –repitió Dodie disimulando, como si no fuera aquella la razón por la que el corazón amenazaba con salírsele del pecho–. Charles Gray –anunció agarrándose al respaldo de la silla.

Aquellas emociones a la hora del desayuno no podían ser sanas.

–¿Charles Gray? –dijo Gina anonadada–. ¿El dios del sexo? ¿El hombre que toda mujer que se precie sueña encontrar bajo el árbol de Navidad con una sonrisa y un preservativo?

–Sí, ese –suspiró Dodie–. Será perfecto. Un día de encantamiento sin ningún tipo de realidad posterior que estropee el efecto.

–¿Te vas a convertir en la Cenicienta a las doce en punto o qué?

–Exactamente, pero a mí no se me va a caer ningún zapato por el camino. ¿Te crees que se puede ser feliz con un hombre obsesionado por tus pies? ¡Por favor!

–No lo había pensado –admitió Gina–. Y supongo que tanto interés en que agite mi varita mágica y te convierta en una princesa para ese día no será para que Martin te vea en Celebrity y se muera de la envidia por no estar a tu lado codeándose con los ricos y famosos, ¿verdad?

Recordarle a Martin no tuvo en Dodie el efecto que su amiga buscaba. En lugar de reírse, Dodie recordó lo indeseable que era. Se miró, vestida con sus mallas y una camiseta ancha, y gruñó.

–Soy tonta, ¿verdad? Es imposible conseguirlo. Voy a ser la más fea del lugar. Es imposible competir con todas esas super mujeres con cuerpos esculturales.

–No digas tonterías –dijo Gina, que era directora del club de salud de un balneario–. No te rindas tan pronto. Eres tan guapa como tu hermana. Para que lo sepas, aun a riesgo de sonar envidiosa, te diré que ella está un poco demasiado… delgada.

–A la cámara le gusta la delgadez.

–Ya, pero tú no eres actriz y, además, tienes una sonrisa radiante que ilumina la habitación en la que estás –la animó.

Dodie sabía que Gina estaba intentando ser amable, pero aquella era precisamente la reacción que había temido. Las comparaciones con su increíblemente guapa, famosa y delgada hermana eran constantes. Todos acababan diciéndole, para consolarla, que ella tenía una sonrisa preciosa.

Aquella vez no era suficiente.

–Sí, tengo una sonrisa muy bonita, pero la de Gray es mucho mejor, así que no creo que nadie se fije en mí. Voy a ser la gordita sonriente –se quejó abriendo la nevera.

–De eso nada, Dodie.

–Sí, sí lo voy a ser… si mi mejor amiga no me ayuda a librarme de mí misma. Te necesito porque me conoces de toda la vida y sabes mis puntos débiles. ¿Quién si no tú sabe dónde guardo el chocolate o esas galletas para los momentos bajos o mi adicción al queso camembert derretido sobre…

–¡Para ahora mismo!

–No tengo remedio. Tú, cuando te encuentras mal, sales a correr, pero yo me tiro a la comida. Cuando mi madre menciona «dieta milagrosa, que es a menudo, me ponga a temblar. Te suplico que te vengas a vivir a mi casa estas semanas, por favor.

–Sabes que haría cualquier cosa por ti, Dodie, pero…

–No, no me digas pero, Gina, no puedo soportarlo… –la interrumpió Dodie presa del pánico.

–Pero –insistió Gina– nuestra amistad siempre se ha basado en el principio de vive y deja vivir. He tolerado la relación de amor-odio que tienes con los regímenes y tú has sabido tolerar la adicción que tengo al ejercicio. Nuestra amistad funciona porque no nos metemos en las adicciones de la otra y creo que debería seguir siendo así. Además, aunque quisiera, no podría ir. Te iba a llamar para preguntarte si querías algo de Los Ángeles.

–¿Los Ángeles?

–Sí, me voy hoy mismo a Estados Unidos. La empresa quiere que haga un estudio de mercado sobre las últimas tendencias.

–¿De verdad? –dijo Dodie olvidando sus problemas por un momento y alegrándose sinceramente por su amiga–. Es genial.

–Sí, la verdad es que yo también me siento como la heroína de un cuento de hadas, ¿sabes? Primero me dieron carta blanca en el balneario para que contratara al equipo que quisiera para el club de salud, y ahora esto. Por fin mi licenciatura en dirección de empresas y lo que más me gusta en el mundo, el deporte, se unen.

–Los Ángeles, ¿eh? Cuánto me alegro por ti, Gina, pero, ¿no podrías retrasarlo un par de meses?

–No, cariño, ni siquiera por ti, pero te voy a dar un buen consejo. Ni caso a tu madre y a sus dietas instantáneas porque eso no existe.

–Pero…

–Te lo digo en serio. Lo único que puedes hacer es dejar de comer eso que tú y yo sabemos y hacer deporte –dijo Gina–. En cuanto a mí, lo único que puedo hacer es recomendarte un buen entrenador personal para que te ponga un programa de ejercicio y se asegure de que lo cumples.

¿Alguien que no conociera todas sus pequeñas debilidades?

–Pero, Gina, necesito atención constante. Si no, me salgo del buen camino. Ahora mismo, por ejemplo, estoy sacando una tableta de chocolate de la nevera –la amenazó– y me la voy a tomar con una tostada bien grande –concluyó mordiendo el pan–. De pan blanco, por supuesto.

–Buen intento –rio Gina–, pero no es suficiente para que no me suba en ese avión. ¿Por qué no te olvidas del régimen y te lo pasas bien en la boda? Ponte un vestido bonito y ya está. Seguro que Charles Gray está harto de mujeres en los huesos, de verdad.

–¿Cómo me dices eso cuando trabajas en un sitio cuyo único objetivo es que las mujeres se queden en los huesos?

–No, mi trabajo es ponerlas en forma, que es muy diferente. Seguro que le encanta bailar con una mujer que tiene donde agarrar.

–No me tomes el pelo, Gina.

Gina suspiró.

–Martin Jackson no te engañó porque te sobren unos kilos, Dodie, sino porque es el mayor…

Dodie mordió un trozo más de tostada para no oír la última palabra. Sabía perfectamente lo que era Martin, pero eso no la ayudaba a asimilar lo que había hecho con una chica tan delgada como un palo.

–Me sobran muchos kilos y lo sabes.

–¿Qué quieres, Dodie?

–Quiero estar delgada y guapa, quiero que la gente me mire por la calle –contestó Dodie pensando en su hermana.

–Muy bien –dijo Gina al cabo de unos instantes en silencio–. Lo primero es centrarse en el peso. Si consigues adelgazar, lo demás llegará rodado.

–Ya sé por qué eres mi mejor amiga.

–Yo también te quiero, pero te advierto que esto no va a ser fácil. Lo primero que tienes que hacer es volver a meter el chocolate en la caja en la que guardas todas las demás chucherías a las que eres adicta.

–Si fuera tan fácil, no tendrías negocio –le advirtió Dodie.

–Ya, ya. No te pongas nerviosa. La Cenicienta va a ir al baile. Te voy a buscar a alguien que te ayude. Angie será perfecta para ti. Te controlará y podrás hablar con ella por teléfono siempre que quieras; como por ejemplo si tienes la tentación de tomarte una hamburguesa triple con patatas.

–Por teléfono no me va a servir de nada. Tendría que estar a mi lado para quitármela de las manos.

–Angie tiene marido e hijos. No puede irse a vivir contigo.

–No, claro que no. Perdón, me estoy comportando de manera completamente irracional.

–No pasa nada, estás preocupada y te entiendo. Te aseguro que con Angie te irá tan bien como conmigo…

–Eres un ángel, Gina.

–Vas a sudar y a llorar, pero, si quieres que te miren por la calle, vas a tener que hacer deporte. No va a ser suficiente con dejar de comer mal.

–Muy bien.

–Muy bien –concluyó Gina–. Vente al club mañana a las ocho de la mañana. Angie te hará una fotografía del «antes» para que la pongas en la puerta de la nevera. Para conseguir la del «después» vas a tener que hacer todo lo que te diga. Sin discutir.

–Me parece todo muy bien, pero, ¿cómo te voy a pagar?

–¿Qué te parecen tres meses utilizando todas las instalaciones…

–Eres la mejor.

–… a cambio de uno de tus murales? Tenemos una enorme pared en el balneario que está pidiendo a gritos un Dodie Layton.

–Uy.

–Sí, ya sé que es mucho pedir, pero tengo que justificar tu presencia. El balneario no puede perder dinero. Por cierto, eso es si adelgazas y te quedas como te digamos. De lo contrario, tendrás que pagar lo que paga todo el mundo y te aseguro que es muchísimo dinero.

Dodie decidió que tener un mural en un lugar donde iba gente que se podía permitir pagar muchísimo dinero era una publicidad estupenda. Así que la respuesta estaba clara. Sonrió.

–De acuerdo. Allí estaré mañana con la cámara digital para ir trabajando mientras tú estés fuera.

–Genial –dijo Gina–. Una última cosa. Quiero la invitación para la boda de tu hermana en mi buzón para cuando vuelva. Si Charles Gray no cae rendido a tus pies por tu sonrisa, a ver si yo tengo más suerte.

–¿Un problema?

Brad Morgan llevaba veinte minutos mirando por la ventana de su despacho.

–¿Qué te hace pensar que tengo algún problema? –dijo sin mirar a su secretaria.

–Estás aquí en cuerpo, pero me da la impresión de que tu mente está en otro lugar. ¿Quieres que hablemos?

–No, gracias.

–¿Es una mujer? –insistió la secretaria.

–Las mujeres no son un problema si no dejas que lo sean.

–Sí, con las que sales no te duran lo suficiente como para darte problemas, es cierto. Cambias de novia como de camisa.

–Al menos soy coherente.

–Sí, son todas altas y delgadas y solo quieren que las admiren –apuntó la secretaria con desprecio–. Y tú eres alto, rico y bueno. De momento. ¿Por eso te vas a Lake Spa unas semanas?

–No, el balneario va de maravilla, pero Gina va a estar fuera un tiempo y alguien tiene que hacerse cargo.

–¿Tú? –preguntó la secretaria desconcertada.

–Sí, desde luego no hay quién te oculte nada –admitió–. Quiero ver el personal que ha elegido para ver si hay alguien que me guste tanto como ella para ponerla en su puesto.

–¿Y Gina?

–La voy a ascender –contestó Brad–. ¿Por qué no te vienes un par de días y disfrutas de la sauna, de las piscinas y de los tratamientos de aromaterapia?

–No, gracias –contestó su secretaria–. No me quito jamás la ropa en horas de servicio. Es un lema que me ha ido muy bien durante los últimos treinta años. ¿Por qué no te llevas a una de esas mujeres que tanto te gustan? Seguro que se pegan por acompañarte.

–Al igual que tú, Penny, no mezclo los negocios y el placer.

Y la salud y el ocio eran grandes negocios a los que él había sabido sacar provecho gracias a su determinación, como en el campo de rugby.

–Muy bien, ni trabajo ni mujeres. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones?

–Odio las vacaciones. No me pasa nada, ¿de acuerdo? Es solo que, con el balneario terminado, no sé muy bien ahora qué hacer. Siempre que finalizo un proyecto ambicioso en el que he invertido mucho tiempo me quedo así unos días, con un gran vacío.

–Entonces, lo que necesitas es un proyecto nuevo, otro reto –le aconsejó Penny.

–¿Tú crees?

Lake Spa había sido el proyecto más ambicioso que había realizado en su vida. Un lugar que aunaba hotel, club de salud y centro de conferencias. ¿Qué más se podía inventar? Siempre le había gustado innovar. Desde que había tenido que dejar el rugby por una lesión, no había parado. Odiaba la idea de repetir las cosas, de caer en la rutina.

Y le estaba sucediendo. El negocio iba estupendamente, pero lo único que le quedaba por hacer era poner otro hotel aquí u otro club de salud allá.

–Tienes que irte de vacaciones –sentenció Penny–. Tienes que encontrar algo que te recargue las pilas, que te inspire.

Lo que Brad necesitaba era un reto que nunca se terminara, que no lo dejara vacío, que necesitara de su atención permanente.

–La inspiración no llega estando tirado en una playa, pero sí que me voy a ir a Lake Spa –concluyó.

Sí, un par de semanas en el lugar más recóndito de su imperio le sentarían de maravilla.

Dodie resistió la tentación de meter el dedo en el bote de crema de chocolate.

–Voy a ser buena –dijo en voz alta a su reflejo–. Sincera.

Se fue a su estudio y encendió el ordenador. Trabajar en casa tenía muchas ventajas. Para empezar, que no tenía que arreglarse e ir todo el día maquillada. No tener que ir constantemente a la peluquería tampoco estaba mal y, además, no había hombres inútiles alrededor distrayéndola.

Pero, y siempre había un pero, no le iba nada bien para adelgazar.

Dejar a Martin y su puesto de tutora en el Departamento de Arte de la Universidad de Manchester no le había ayudado tampoco.

Su trabajo como autónoma había aumentado ahora que tenía todo el tiempo del mundo y ningún alumno para distraerla, pero también había aumentado su ansia por la comida basura.

Al no tener que salir de casa para casi nada, su trasero estaba peor que nunca.

La boda de Natasha podía ser la excusa perfecta para empezar una nueva vida con un nuevo cuerpo.

Tenía un buen aliciente: Charles Gray.

Y, por supuesto, demostrarle a Martin el error tan grande que había cometido.

Lake Spa era un lugar perfecto con varios edificios bajos en el que todos los huéspedes tenían un embarcadero privado en el lago.

Era un emplazamiento tranquilo y sereno con patos y cisnes.

Dodie aparcó su destartalado coche, completamente fuera de lugar allí, junto a los lujosos modelos que había en el aparcamiento.

Se acercó a un pequeño embarcadero y oteó el horizonte en busca de inspiración para su parte del trato. Estuvo un buen rato tomando fotografías del hotel, del salón de conferencias y del club de salud. Lo que quería era retrasar todo lo posible el temido momento de tener que entrar y ver a todos aquellos seres perfectos y felices rodeados de amables y bronceados empleados.

Se paró en mitad de la recepción. No podía hacerlo. Aquello había sido un gran error. Ella no pertenecía a aquel lugar. Decidió irse antes de que apareciera Angie y la encadenara a alguna horrible máquina.

Su madre había encontrado tiempo en su apretada agenda para llevarle personalmente la dieta milagrosa junto con cinco litros de sopa de col para que fuera empezando y se había encargado de repetirle mil veces lo importante que aquello era para Natasha y lo buena que había sido eligiéndola a ella cuando podría haber escogido a cualquiera como madrina.

Y por cualquiera, Dodie entendía que su madre se refería a otra mujer igual de alta, delgada y guapa que ella.

No tenía más remedio que hacer el régimen. Debía empezar por tirar la enorme bolsa de caramelos que tenía en el cajón de la mesa de trabajo. Podría hacerlo. Tenía fuerza de voluntad. Sí, claro que la tenía, pero no la encontraba…

Mientras se le enredaban los pies con las tiras de una bolsa de deporte de alguien que se había parado a atarse las zapatillas, pensó que le daba igual adelgazar, impresionar a Charles Gray o dar envidia a Martin.

Sí, le daba igual porque tenía un problema más inmediato.

No caerse.

Sacudió los brazos de forma desesperada, pero era imposible. Cuando ya iba de bruces al suelo, sintió unas enormes manos que la sujetaron.

El propietario de la bolsa de diseño la recogió, la limpió, miró a Dodie y se alejó sin mediar palabra.

–Perdone –le dijo–. Espero que no haberle estropeado la bolsa–. Imbécil –añadió cuando la puerta se cerró tras él.

–Desde luego –dijo el que la había salvado de una caída segura dejándola en el suelo como sino pesara nada–. Pero, de todas formas, usted debería mirar por dónde va…

Estupendo, lo que le faltaba. Una conferencia sobre los derechos y deberes del peatón.

–Tiene razón –dijo con ironía–. Menos mal que no voy a pedir la admisión como miembro del club. Me la denegarían por ser un peligro para las bolsas de diseño –dijo girándose hacia él, recordando sus buenos modales–. Gracias.

–De nada –contestó él sonriendo levemente.

Aquel hombre no solo la había salvado de unos buenos moratones sino que era realmente guapo. Alto, fuerte e interesante. Debía de andar por los treinta y tantos y todo en él estaba imbuido de una serena madurez. Además, llevaba una camiseta normal y corriente, no un traje de Armani como todos los cretinos que había por allí. Los ojos azules tampoco estaban nada mal.

–¿Es la primera vez que viene? –le preguntó él interrumpiendo sus pensamientos–. No deje que esta mala experiencia la confunda. No todos somos así. ¿Necesita ayuda? ¿Quiere que alguien le enseñe las instalaciones?

–Eh, no –contestó Dodie–. Bueno…

–¿Sí?

–No, nada, olvídelo. Es que estoy nerviosa. No estoy acostumbrada a hacer este tipo de cosas –confesó mirando a dos preciosidades rubias que iban hacia la piscina.

Craso error.

Ella llevaba el pelo sujeto con una horquilla de un tigre que le había parecido una monada en el supermercado, pero que en aquellos momentos se le antojaba de lo más infantil.

No se había puesto en la cara más que crema hidratante. ¿Maquillarse para hacer deporte? De locos, ¿no?

Sin embargo, al ver cómo miraba aquel hombre a aquellas chicas, comprendió que su dejadez estaba fuera de lugar en aquel sitio. Las estaba mirando como a ella le gustaría que la mirara Charles Gray. Con interés.

Aquello le hizo decidir que había ido al lugar indicado. Si quería ser como las rubias, estaba en el sitio perfecto.

–Le voy a decir a la recepcionista que he llegado.

–Muy bien, la dejo entonces –contestó él–. Relájese. Está aquí para pasárselo bien.

–¿De verdad?

–De verdad –asintió él, volviéndose para irse.

Al verlo por detrás, Dodie vio que se alejaba cojeando.

–¡Oh!

–¿Sí? –dijo girándose hacia ella.

–¿Le he hecho daño al caer sobre usted? Perdóneme…

–No, es una lesión de hace tiempo –contestó el hombre apretando los dientes–. Nada que ver con usted.

–¡Menos mal! –exclamó Dodie.

Para cuando se dio cuenta de lo inoportuno de su comentario, él ya había desaparecido en dirección a las oficinas.

Capítulo 2

PORRAS –susurró Dodie cuando la puerta se cerró.

Estaba claro que a aquel hombre no le gustaba hablar de su cojera y que ella tenía la boca tan grande como el cuerpo.

Se sintió la mar de culpable por haberlo herido, tomó aire y fue hacia el área de admisión.

–Hola, soy Dodie Layton. Gina me dijo que viniera hoy para que me dierais un cuerpo nuevo. Le pedí uno dos tallas más pequeño y un par de centímetros más alto. Tal vez me lo haya dejado en su despacho.

–¿Perdón?

Vaya, se iba a tener que poner seria.

–Nada, lo siento. Empezaré otra vez. Hola, soy Dodie Layton. Gina me ha organizado un programa de régimen y deporte con una entrenadora personal que se llama Angie.

–¿Es usted la hermana de Natasha Layton? –preguntó la chica sorprendida.

Dodie no estaba nada sorprendida, sin embargo, ante su desconcierto. Llevaba viendo esa mirada de incredulidad desde que su hermana pequeña terminara sus estudios de danza, voz y teatro y se hiciera famosa.

–Sí, soy su hermana –contestó Dodie.

Más bajita, más gordita y más vieja. Lo único que tenían igual era el pelo y Natasha se había hecho un tratamiento, carísimo claro, para que le brillara como el sol.

Nadie parecía reparar en que ella era una premiada diseñadora de telas, pintora, profesora y ser humano.

No envidiaba a su hermana. De hecho, odiaría llevar su vida. Todo el día actuando, sin poder ir a la tienda a por un paquete de galletas sin maquillarse por miedo a que en las portadas del día siguiente se la acusara de dejadez. ¿Y qué tal que la pillaran en topless en una playa desierta con un super objetivo?

Sin embargo, le gustaría que en alguna ocasión alguien le dijera a Natasha: «Vaya, ¿es usted la hermana de Dodie Layton?»

Imposible. Tal vez en otra vida.

–Si es usted tan amable de rellenar el formulario, por favor –dijo la recepcionista preguntándose cómo dos hermanas podían ser tan diferentes–. Voy a buscar a Angie.

Brad colgó el teléfono, anotó algo y se sentó para masajearse la rodilla, que se había golpeado al agarrar a aquella loca.

Loca, pero guapa al estilo Rubens. Frunció el ceño. Le sonaba de algo, pero no recordaba conocerla.

Sonrió. No era una mujer fácil de olvidar.

–Ah, Brad. Creí que estabas en el gimnasio.

–Iba para allá, pero estaba sonando el teléfono y lo he contestado –explicó mirando a la recepcionista que parecía nerviosa–. ¿Te puedo ayudar en algo, Lucy?

–No, estaba buscando a Angie. ¿La has visto? Gina quería que se ocupase de una clienta especial…

–Precisamente la persona que ha llamado era su marido. Angie está en el hospital con apendicitis. Mándale unas flores, ¿de acuerdo?

–Muy bien –contestó Lucy–. ¿Y qué hago con sus clases? ¿Y con la señorita Layton?

–Tú ocúpate de las clases y yo me ocuparé de la señorita Layton, ¿de acuerdo?

Dodie miró a la recepcionista, que le indicó que pasara a un despacho donde la estaba esperando un tal Brad.

–¿Brad? ¿Quién es Brad? ¿Y Angie?

–Está enferma.

–¿En un club de salud? ¿Está permitido?

–Por aquí –dijo la recepcionista.

Dodie la siguió masajeándose la muñeca. Aquello de ponerse en forma no iba a resultarle nada divertido, así que decidió no malgastar su sentido del humor para ver si le aguantaba todo el período.

–Brad, esta es la señorita Layton, la amiga de Gina.

La recepcionista le cedió el paso y cerró la puerta al salir. Y la dejó con el increíble hombre cuyas enormes manos le parecía tener aún marcadas en la piel.

Menudo día.

–Hola otra vez.

Él levantó la vista de unos papeles que tenía en la mesa y se quedó mirándola durante los cinco segundos más largos de la vida de Dodie.

–Pase, señorita Layton –la invitó señalándole una silla.

–Dodie –contestó ella sin moverse.

La gente solo la llamaba señorita Layton cuando le iba a decir algo desagradable.

–Dodie. ¿Eres amiga de Gina?

–Nos gustaba el mismo esmalte de uñas en la guardería. Yo seguí con la pintura y ella descubrió los gimnasios. El resto, como se suele decir, es historia. ¿Y tú quién eres?

–Brad Morgan. ¿No quieres sentarte mientras leo las notas que Gina le había dejado a Angie?

–¿No se pierden más calorías estando de pie? No tengo mucho tiempo para adelgazar.

–No creo que la diferencia vaya a ser espectacular. ¿Quieres un café?

–¿Café? –dijo encantada yendo hacia la silla–. ¿Se puede tomar café?

–No está muy recomendado, pero…

–No crees que la diferencia vaya a ser espectacular –apuntó Dodie haciéndolo sonreír levemente–. No, gracias –añadió. Ya se había tomado una buena dosis de cafeína antes de salir de casa–. No sabía que trabajaras aquí –concluyó con la sonrisa más grande del mundo para enseñarle cómo se sonreía de verdad.

A Dodie le pareció que Brad iba a decir algo, pero que se lo había pensado mejor y no lo había dicho.

–¿Lo dices por la cojera? Te aseguro que, si me lo propongo, te voy a hacer sudar.

De eso estaba segura. No hacía falta que la pusiera a hacer deporte. Ya estaba sudando de solo tenerlo delante. Le estaba subiendo la temperatura corporal solo porque la estaba mirando.

De todas formas, no lo había dicho por la cojera. Aquel hombre parecía un tanto obsesionado con el asunto y aquello la incomodaba.

Por un momento deseó que no la hubiera salvado de la caída, pero no lo dijo.

–Lo decía porque no encajas con la imagen corporativa –dijo nerviosa–. ¿Tienes el uniforme nuevo en la lavadora?

Brad sintió tremendos deseos de reír, pero se controló. Dodie Layton estaba gorda, en baja forma, sin maquillar, con el pelo recogido únicamente para que no se le metiera en los ojos y con las uñas sin pintar. Obviamente no se cuidaba mucho ni le interesaba cazar a un hombre.

Su carácter, sin embargo, era refrescante. Incluso estimulante. Tendría que haberla echado de su centro de vanguardia por estropear la imagen.

Por otra parte, hacía mucho tiempo que nadie le hablaba así, sin importarle la impresión que pudiera darle. Estaba claro que a Dodie le importaba muy poco lo que pensaran de ella. Por lo menos, él.

Además, ¿no era el objetivo de su negocio que las personas como ella consiguieran mejorar su imagen?

–¿Me das el formulario, por favor?

¿Por qué habría matriculado Gina a aquella mujer sin pagar? No lo sabía, pero decidió seguirle la corriente.

–Gina ha dejado escrito que esperas adelgazar dos tallas –apuntó.

–No es que lo espere, es que es absolutamente vital que entre en una talla… –se interrumpió como si le diera vergüenza confesar qué talla tenía–… más pequeña.

–¿En mes y medio?

Dodie no contestó.

–¿No es eso? –insistió Brad mirándola.

–No. Sí…

–¿Quieres tiempo para considerar la pregunta? –dijo él echándose hacia atrás en la silla.

–No. Le había dicho a Gina mes y medio, pero mi madre me ha llamado esta mañana y, por lo visto, la última prueba del vestido va a ser mucho antes.

–¿Te casas? –preguntó Brad con el ceño fruncido.

–¿Tan raro te parece? –preguntó sonrojada.

–Claro que no –contestó Brad arrepintiéndose de habérselo preguntado en aquel tono.

Seguro que aquella mujer era encantadora y simpática, pero aquel no debía de ser su día.

Las bodas no eran su tema preferido y estaba empezando a tener la sensación de que Dodie Layton era una pesadilla directamente enviada a atormentarlo.

Lo estaba mirando con sus grandes y oscuros ojos fijos en él. Parecía enfadada y dolida. Brad se sorprendió deseando levantarse y darle un abrazo, pero no era el momento.

¿Le parecía raro que aquella mujer se fuera a casar? No, la verdad era que no.

–Pero no llevas anillo –apuntó amablemente– y has dejado lo de adelgazar para el día de la boda para un poco tarde, ¿no?

¿No sería que había sido una boda programada de repente? Brad miró el apartado de comentarios médicos del formulario. Nada.

–Si estás embarazada, debes advertirlo.

–Muchas gracias –le espetó Dodie mirándolo iracunda.

Obviamente no le había hecho ninguna gracia que la llamara gorda.

–Para que lo sepas, es mi hermana a la que han engañado con eso del «y vivieron felices y comieron perdices». Yo soy mayor que ella y no tan fácil de engañar. Solo tendré que encargarme de que los pajes no metan a las damitas ratones por el cuello. Soy la madrina –le aclaró.

–Qué bien, ¿no?

–A mí no me lo parece. Para colmo, me van a poner un vestido cursi, seguro, que se podría romper si tuviera que salir corriendo detrás de algún niño gamberro –contestó Dodie sonriendo de nuevo. Cuando lo hacía, era como si saliera el sol–. Sin embargo, me alegro de no ser la novia. Así me evito los nervios. Además, suelen decir que la madrina y el padrino… –se interrumpió sonrojada.

¿Se estaba sonrojando? Qué delicia. Qué inesperado. ¿Cuántos años tenía? Brad miró el formulario. Había puesto veintiséis, pero le había dicho que había ido al colegio con Gina, así que debía de ser uno o dos años mayor. Eso quería decir que las demás cifras también podían estar alteradas.

–Ya lo entiendo –apuntó–. Esperas que el padrino se fije en tus amplios encantos si…

Aquella vez fue Brad quien se interrumpió. No estaba siendo muy afortunado con sus comentarios, la verdad.

–¿Amplios? –dijo ella enarcando una ceja.

Sin esperar a que Brad contestara, se inclinó hacia delante para sacar de su bolso una agenda. Al hacerlo, Brad tuvo un primer plano de su escote y se le secó la boca.

–El día D es el treinta de abril. Ese día tengo la última prueba de vestido. ¿Se puede hacer?

Llevaba los labios sin pintar, pero su boca era grande y atractiva, como el resto de ella.

–Tres semanas… –apuntó Brad intentando concentrarse–. En ese tiempo se pueden perder alrededor de tres kilos.

–Yo tengo que perder diez.

–No nos gustan los regímenes ultra rápidos porque son malos para la salud y, además, el peso perdido se recupera. No te preocupes, entre la dieta equilibrada y el deporte, lo conseguirás. Si te lo tomas en serio, claro, y lo haces bien. ¿Estás convencida?

–¿Estoy convencida?

–Entiendo que quieras perder peso para la boda de tu hermana, pero te recomendaría que te lo tomaras con calma. Adelgazar mucho lleva su tiempo.

–Mira, ya he hablado de todo esto con Gina, tu jefa, ¿de acuerdo?

–Mi jefa… –dijo Brad disimulando una sonrisa–. Muy bien, pero que conste que lo que te he dicho ha sido porque me parece una salvajada realizar un esfuerzo sobrehumano solo para un día.

–¿Solo? –repitió ella echándose hacia delante, dejando el escote a la vista de nuevo–. Para que lo sepas, no es solo para un día. No soy la novia, pero el padrino va a ser Charles Gray, ¿sabes? Por eso es tan importante para mí adelgazar.

–¿Charles Gray? –dijo Brad como si aquel nombre no le dijera nada.

–¿No sabes quién es?

–No, lo siento.

–Un actor super famoso de ojos oscuros, pelo rubio y trasero estupendo… aunque dicen que utiliza dobles para las escenas de…

–Muy bien, muy bien –la interrumpió Brad–. Ya sé quién es –añadió preguntándose qué tendría que ver Dodie Layton con aquel guaperas por el que todas las mujeres perdían la cabeza–. Supongo que es una buena recompensa por tener que vérselas con los ratones de los pajes.

–Desde luego –contestó Dodie–. Aunque me gustaría ser yo la recompensa por que él no perdiera las alianzas.

De repente, Brad entendió quién era Dodie Layton.

–¿Eres hermana de Natasha Layton? –le preguntó recordando las portadas de aquella mañana que anunciaba su boda a bombo y platillo–. Perdona, no me había dado cuenta.

–No pasa nada. Todo el mundo se queda boquiabierto. Incluso a mi madre le cuesta entender que seamos hermanas y llevemos los mismos genes.

–A mí sí me parece que os parecéis –dijo Brad sinceramente.

Tenían los mismos ojos y, tal vez, tuvieran el mismo cuerpo, pero Dodie lo había recubierto de una capa de grasa que su hermana había preferido evitar.

Parecía que ahora Dodie estaba dispuesta a poner remedio a aquel error. Y deprisita. Por Charles Gray.

Ahora entendía las razones de Gina para dejar que su amiga utilizara Lake Spa gratis. Se preguntó si estaría equivocado, pero comprendió que no porque Gina había dejado instrucciones a Angie de que tomara fotos de Dodie antes, durante y después de su estancia.

Era obvio que, aunque eran amigas, Gina había visto el negocio. Claro. La prensa rosa pagaría una fortuna para, además de cubrir la boda de la hermana famosa, tener el reportaje humano de la hermana gordita.

Ya se imaginaba las fotografías. Dodie en mallas y con el pelo recogido de cualquier manera con una horquilla de un animalito. Obviamente se había vestido con lo primero que había encontrado a mano para que el resultado de la transformación fuera más espectacular.

Dodie sudando en nombre de la belleza, todo con el logo de Lake Spa en primer plano, claro. Y, por último, convertida en un cisne bailando con el galán de moda.

Solo había un problema. Angie estaba en el hospital. ¿Quién iba a hacer de hada madrina para obrar el milagro? Cuando se disponía a llamar a recepción para preguntar quién se podría hacer cargo de ella, dudó.

Era un asunto delicado. La boda de Natasha Layton era la noticia del año y era obvio que Gina, que conocía a su equipo, había elegido a una persona discreta para hacerse cargo de la hermana de la novia.

Él no conocía al equipo y, además, si Dodie quería conseguirlo iba a necesitar a alguien con dedicación absoluta para ella. No había ningún entrenador personal que pudiera hacerlo.

Solo él. Era el único que tenía tiempo y el único del que se podía fiar en cuanto a la discreción. Así estaría ocupado.

–Muy bien, será mejor que nos pongamos manos a la obra cuanto antes porque tenemos mucho que hacer si queremos que la recompensa del señor Gray esté a la altura de las circunstancias –anunció.

Dodie dejó de sonreír y lo miró enfadada. Mejor. La adrenalina era buena.

–Vamos a medirte y a pesarte y a hacer unas fotos.

Dodie puso cara de terror.

–No te va a doler, te lo prometo.

–Qué sabrás tú.

Brad recordó las imágenes que la prensa había publicado años atrás de él abandonando el terreno de juego en una camilla. Cómo odiaba verse así, con la pierna destrozada.

–Lo sé –le aseguró pensando en lo mucho que aquella fotografía le había servido para recuperarse después de las operaciones–. Es para que la pongas en la puerta de la nevera. Así recordarás todo esto cuando Charles Gray no sea más que un recuerdo para contar a tus nietos.

–Gracias, pero prefiero poner una de él, que es más guapo.

–Como quieras –contestó Brad negándose a piropearla. Iba a tener que trabajar duro si quería oír palabras de elogio–. Por aquí… –añadió levantándose y yendo hacia la puerta.

–Un momento… ¿Me estás diciendo que…? ¿Vas a ser tú mi entrenador personal?

–¿No quieres? Me temo que, al no estar Angie…

–¡Liposucción! –exclamó Dodie de repente.

Brad no dijo nada.

–¿No te parece buena idea?

–Me temo que no. Succionar la grasa solo sirve si está concentrada en un solo lugar. Tú solo tienes que tonificar, pero el cuerpo entero.

–¿Solo? ¿Te haces una idea de cuánta carne tengo?

–Ahora lo voy a averiguar. Si haces todo lo que te diga y no comes chocolate, hamburguesas con queso y donuts… –dijo Brad mirando los comentarios de Gina.

–¡Dame eso! –exclamó Dodie abalanzándose sobre él–. ¡No sé qué habrá escrito Gina, pero es todo mentira!

Brad apartó el formulario y la sujetó de la cintura. Al hacerlo, le llegó el aroma de su gel y su champú. Era la segunda vez que la tenía tan cerca. Y le gustaba. Tenía algo que lo atraía, algo femenino que no tenían las escuálidas modelos a las que estaba acostumbrado.

–Dieta equilibrada y un poco de deporte –le dijo–. Así, el señor Gray quedará prendado de ti.

No era cierto que fuera a ser solo un poco de deporte, pero no quería asustarla. Lo que no quería era que se apartara porque la tenía tan cerca que sentía sus pechos en el torso.

La soltó a regañadientes decidiendo que ella estaba pensando en Charles Gray y no en un ex jugador de rugby lesionado.

–¿De verdad quieres aparecer en portada sobre un titular que diga: Charles Gray cae rendido a los pies de la hermana de la novia?

–¿No te parece bien?

No le parecía mal que quisiera adelgazar, pero el motivo, sí. Sin embargo, Dodie Layton era una adulta. Si quería hacer el tonto, no era asunto suyo. Él estaba allí para sacarle provecho a la situación.

–¿Por qué no me va a parecer bien? Quieres ponerte en forma, ¿no?

–Pero no te parece bien que lo haga por el padrino, ¿verdad? Es curioso cómo cuando es un hombre el que quiere ligar, todo está permitido, mientras que cuando es una mujer…

–Mira…

–No, mira tú, señor Morgan…

–Brad –la corrigió.

–Muy bien, Brad. Quiero que hagamos un pequeño ejercicio de imaginación, ¿de acuerdo? Quiero que te imagines el mismo escenario, la super boda, pero esta vez vas a ser tú el padrino.

–No entiendo…

–¿Me sigues?

Brad se encogió de hombros.

Dodie lo tomó como un sí.

–Bien. Tú eres el padrino y te acabas de enterar de que mi hermana, la encantadora y deseable Natasha Layton, es la madrina –le explicó enarcando una ceja–. Piénsalo.

Brad lo pensó.

Según los medios de comunicación, Natasha Layton se había convertido en el sueño de muchos hombres desde la primera película que había interpretado. No solo era guapa sino que, además, tenía talento.

Lo que Dodie le estaba intentando hacer comprender era que, si él fuera el padrino y Natasha la madrina, nadie pensaría mal de él por querer ligársela. De hecho, todos querrían estar en su pellejo aunque solo fuera para besarle la mano.

Entonces comprendió lo duro que debía de resultar ser la hermana mayor y gorda de Natasha Layton y tener que oír una y otra vez el tono incrédulo de la gente al enterarse del parentesco.

Era normal que Dodie quisiera un cuarto de hora de fama. ¿Quién podía criticarla por ello? Además, Lake Spa se iba a beneficiar de ello.

–¿Me estás diciendo que hombres y mujeres son iguales incluso a la hora de soñar?

La vio sonreír ampliamente.