Un hombre para recordar - Jill Shalvis - E-Book

Un hombre para recordar E-Book

Jill Shalvis

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Era la mujer con peor carácter que había conocido. Realmente había gente poco agradecida. Después de salvar a Kyle Moore de aquel tipo, la princesa Andrea Brunner esperaba al menos un poco de gratitud, pero aquel arrogante se empeñaba en afirmar que había sido él el que la había salvado a ella. ¡Eso era imposible! Andrea siempre era la que rescataba a los demás, así que lo mejor era olvidarse de aquel policía engreído. La lástima era que él parecía no querer darse por enterado, de hecho, daba la impresión de que había decidido hacer todo lo posible para resultar inolvidable.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 117

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Jill Shalvis

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre para recordar, n.º 1384- marzo 2020

Título original: Her Knight to Remember

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-166-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

MIRA, te debo una, ¿de acuerdo?

—Sí, que no se te olvide —dijo Kyle Moore mirándose al espejo.

Se estaba probando un esmoquin bastante feo en un probador minúsculo con su hermano pequeño abriendo la cortina constantemente.

—Así estaré yo mañana —comentó Kevin.

—Todavía estás a tiempo de huir —sugirió Kyle—. Si quieres, te llevo a la frontera con México y, si te he visto, no me acuerdo —añadió encantado ante la idea de no ser padrino y no tener que ponerse aquel terrible atuendo.

Kevin sonrió y negó con la cabeza.

—No, me gusta Taos y la vida que llevo aquí —contestó haciéndole el nudo de la pajarita a su hermano mayor—. Además, a mí me queda el esmoquin mejor que a ti.

—Eso, seguro —apuntó Kyle.

¿Cómo había sucedido todo aquello? Su hermano se había enamorado, suspiraba sin motivo, se quedaba mirando a la nada y estaba encantado de probarse un esmoquin.

Estaba loco.

Kyle se estremeció y rezó para que no fuera contagioso. No era que huyera de los compromisos, claro que no. De hecho, llevaba toda su vida comprometido. Primero, con su madre para ayudarla a criar a Kev y, desde hacía diez años, con el cuerpo de policía.

La verdad era que estaba cansado, muy cansado. Necesitaba unas buenas vacaciones para… lo que fuera. Para atravesar Europa en bicicleta, para hacer un crucero por las Islas Griegas, para dorarse en las playas de las Bahamas. Lo que fuera, pero lejos de allí.

—Me tengo que ir a trabajar —comentó harto del esmoquin.

—Pero si acabas de cerrar un caso —protestó Kevin—. Después de tantas semanas trabajando a destajo, tienes derecho a un poco de tiempo para ti.

—Tengo que mirar unos papeles.

—Trabajas demasiado, Kyle.

Sí, era cierto, pero qué remedio. Muy bien, así que tenía el día libre, ¿eh? Pues, entonces, quería salir de aquella tienda cuanto antes.

—Espera un poco —le pidió su hermano.

—Me está dando claustrofobia.

—No sabía que los polis duros tuvieran claustrofobia.

—Yo, sí —contestó Kyle sintiéndose ridículo con aquel esmoquin con fajín rosa.

¡Fajín rosa!

—¿Quién ha elegido el color?

—Lissa —admitió Kevin—. Le encanta el rosa. Si entornas un poco los ojos, no está tan mal.

—Claro y, si los cierro, está fenomenal —protestó Kyle.

Kevin le volvió a hacer el nudo de la pajarita.

—Uno solo se casa una vez.

—Si hay suerte, no… —bromeó Kyle—. ¡Eh, que me ahogas! —añadió sin poder respirar.

—Así está bien.

Kyle se deshizo la pajarita medio asfixiado. Definitivamente, necesitaba unas vacaciones. Podría irse a contar granos de arena a México o a ver castillos a Escocia. ¿Y si no volviera nunca más?

No podía ser porque su hermano lo necesitaba. Siempre había sido así.

—Kev… ¿estás seguro?

—¿De qué?

—De esto.

—Sí, yo creo que me va a quedar bien.

—No me refiero al esmoquin, Kev, sino a la boda.

—¿Lo dices en serio? —sonrió Kevin—. Sexo todas las noches, despertarme con la mujer de mi vida, cocinar con ella los fines de semana…

—Si tú lo dices…

—Va a ser fantástico porque Lissa y yo nos queremos mucho.

Kyle suspiró.

—Te ha dado fuerte, ¿eh?

—Sí —admitió su hermano consultando el busca—. Uy, me tengo que ir. El jefe de Lissa se va a una reunión.

—¿Y?

—Y Lissa quiere comer. ¿A que tengo cara de primer plato?

—No me des detalles, por favor —contestó Kyle haciendo una mueca.

—¿Cómo que no? Es lo menos que puedo hacer cuando te toca salir ahí fuera para que te tomen medidas de mi esmoquin.

—¿Cómo? No, no pienso hacerlo —contestó Kyle.

—Venga, Kyle, me tengo que ir y todavía me tienen que meter el dobladillo del pantalón.

—No me puedo creer que tenga que llevar esmoquin, de verdad…

—Te lo suplico —imploró Kevin—. Si me quedo, adiós sexo salvaje.

—Soy más alto que tú, por si no te has dado cuenta —insistió Kevin.

Maldición. Su hermano estaba poniendo cara de pena. En toda su vida, ni una sola vez, había sido capaz de negarle algo cuando ponía aquella cara.

Menudo poli duro estaba hecho.

—Por favor —rogó Kevin.

—Hay mucha gente, ¿no?

—Unas cuantas mujeres solo. Por favor, Kyle, hazlo por mí.

—¿Quieres dejarme aquí con el esmoquin puesto otra media hora para poderte ir a…?

—Sí —confesó Kevin—. Sabes que yo lo haría por ti sin pensármelo.

—No vas a tener oportunidad —contestó Kyle malhumorado.

—Bueno, pues otra cosa. Lo que quieras.

—¿De verdad? Prométeme que solo te vas a casar una vez.

Kevin se rio y le dio una palmada en el hombro.

—Trato hecho. Ahora, sal ahí fuera y compórtate como un hombre. Yo me voy a ir por la puerta trasera y también me voy a comportar como un hombre.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOS VESTIDOS y todo lo rosa debería estar prohibido —murmuró la mujer poniéndose las medias.

Odiaba las medias, pero, por lo menos, se había comprado las altas.

Un pequeño desafío personal.

La princesa Andrea Katrine Brunner de Grunberg estaba especializada en desafíos. A sus veintiséis años, se consideraba toda una adulta, pero seguía teniendo pinta de chicazo.

Ponerse un vestido era como… ponerse un corsé. No podía correr, ni montar en bici, no podía bajar a la playa para observar el mar, no podía subirse a la torre más alta de su castillo y cotillear lo que hacían en la vecina Suiza. No se podía hacer nada llevando un estúpido vestido.

Pero aquel día, no había más remedio.

Una dama de honor tenía que llevar vestido.

Frunció el ceño, tomó aire y se miró en el espejo del minúsculo probador como una prisionera miraría a su verdugo.

—Ay, Dios mío —dijo tapándose los ojos.

No debería haberse mirado.

El ignorante vive feliz.

Aquello era terrible, pero debía ser valiente, así que se quitó las manos de la cara y abrió los ojos. Estaba cubierta por completo de raso rosa. Rosa, rosa y más rosa.

Un infierno.

Sintió que le temblaban las piernas y se sentó en el suelo. Maldijo como nunca debería hacer una princesa. Por fin, se puso en pie. Había dejado de maldecir, pero estaba furiosa.

—Tendré que beberme unas cuantas copas de champán para soportarlo.

Llevaba el vestido de dama de honor más feo del mundo. Así de sencillo.

No había tiempo para arrepentimientos. Había ido a Taos, Nuevo México, Estados Unidos para la boda de Lissa, la hija de la mejor amiga de su madre, y eso era exactamente lo que iba a hacer.

Aunque habría preferido que le arrancaran las uñas de una en una.

¡Mira que ponerle semejante vestido! ¿No podría haber sido otro? Uno un poco más normal…

El invierno pasado, había cedido y había acudido a la fiesta de cumpleaños del tío Seany con un kilt. Había sido un gran paso y su tío lo había apreciado.

No así la prensa, que la había tildado de hortera.

¿Y qué sabía la prensa de ella? Nada, absolutamente nada, como sus amigos e incluso… su familia. Cuando las demás princesas se ponían vestidos encantadas y se comportaban bien, ella se subía a los árboles y se rompía la ropa que llevaba. Había sido una niña difícil, sobre todo para su niñera británica, Amelia Grundy.

Habían pasado muchos años, pero seguía pareciendo un chico. Era una mujer cabezota, con carácter y tenaz, segura de sus pensamientos y sin miedo a explicarlos en voz alta. Una mujer que no se moría por pillar un marido.

¿Y qué?

No le importa.

Bueno, un poco. Sabía que ahuyentaba a los hombres porque era demasiado franca, porque tenía un carácter muy fuerte o porque era princesa. Ella era como era y no pensaba cambiar.

Pero tenía que ponerse aquel vestido. No había marcha atrás. Aunque se iban a reír de lo lindo, deseó que Natalia y Lili, sus hermanas, estuvieran allí.

—Tienes que sobreponerte —le dijo Annie a su reflejo.

Sabía que Lissa le iba a preguntar qué le parecía el vestido, así que intentó sonreír. Se agarró la falda, que era larguísima, y dio un paso al frente para salir del probador.

Lo único que consiguió fue caer de bruces al suelo.

Maldijo y volvió a la carga. Aquella vez, consiguió salir airosa.

La sala principal de la tienda estaba completamente cubierta de espejos y llena de flores. Tenían montones de vestidos que a Annie le parecían horrorosos.

Cuando se casara… eh, un momento, que ella no pensaba casarse. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que no había ningún hombre perfecto para ella.

Pero, si algún día se casara, cuando los burros volaran por ejemplo, no habría absolutamente nada rosa. Eso lo tenía claro.

Había intentado zafarse de la invitación, pero había sido imposible. Amelia, la antigua niñera y actual amiga, se había ofrecido a hacerse cargo de su trabajo en la revista sobre niños que dirigía.

—Intenta no meterte en líos, ¿eh? —le había dicho mientras terminaban de hacer las maletas.

—Amelia, ya soy mayorcita. Los líos ya no me persiguen como antes —había protestado Annie.

—No, ahora van por delante de ti —había dicho Amelia muy seria haciéndola reír.

La cosa era que su antigua niñera siempre había tenido como un sexto sentido…

Annie dejó de pensar en ella y miró a su alrededor. Reinaba el más absoluto de los silencios. Qué raro. Le había parecido ver a más compradores antes de meterse en el probador.

Deseó de nuevo que Natalia y Lili estuvieran allí. Sus hermanas no tenían obligación de asistir a la boda, así que no llegarían hasta el sábado.

Aquello no era justo.

Cuando se imaginó la cara de Nat si la viera así vestida, de princesita de cuento de hadas, decidió que era mejor que no estuvieran allí.

—Salga de ahí.

Annie, sorprendida por el tono, se giró. A su derecha, vio a un hombre subido en una plataforma.

No era un hombre cualquiera, no. Era enorme y parecía un dios griego… alto, moreno y guapísimo.

Probablemente, a pesar de que iba de esmoquin, era el hombre más guapo y sensual que había visto en su vida.

Claro que ella no se dejaba sorprender por un hombre que solo tuviera un cuerpo escultural. Además, para que le interesara tendría que tener cerebro, sentido del humor y carácter. Sí, sobre todo, mucho carácter. Siempre le habían gustado los tipos duros.

El único problema era que, en su calidad de princesa, no solía tener oportunidad de conocer a ese tipo de hombres. Tampoco era que lo buscara, por supuesto. Había hecho unos cuantos intentos, pero había tirado la toalla.

Pero podía soñar, ¿verdad? Bien, pues, en sus sueños, su hombre ideal era… le daba vergüenza incluso reconocérselo a sí misma.

Era un hombre que la adorara.

—Salga de ahí inmediatamente —repitió el dios griego con las mandíbulas apretadas.

Era imposible que le estuviera hablando a ella. Nadie se atrevía a hablarle así.

—Señorita, largo.

¡Menudo maleducado! ¿Intentaba intimidarla? Annie leyó el nombre que había escrito en el papel del esmoquin.

Moore.

Se quedó helada. ¿Kevin Moore el prometido de Lissa? Estupendo. Por su culpa, estaba rodeada por toneladas de raso rosa. Eso le hizo más fácil echar los hombros hacia atrás y mirarlo a los ojos.

—¿Está usted sorda?

—Por supuesto que no —contestó con los puños apretados—. Lo que pasa es que no suelo escuchar a los maleducados…

—Un momento —la interrumpió él.

¿Creía que la iba a atemorizar? No sabía con quién había dado. A ella no le asustaba absolutamente nada.

Dio un paso al frente y le pareció oír un ruido parecido al que hacían los ladrones en las películas al desenfundar las armas.

Miró a su derecha y vio a un hombre agachado. No le había prestado atención antes porque creía que era el sastre, pero no llevaba alfileres en la boca…

Uy, uy, se suponía que todos los sastres del mundo debían llevarlos, ¿verdad?

Definitivamente, aquel hombre no era un sastre sino un ladrón y la estaba apuntando con una pistola.

Sí, había una cosa que la asustaba: que la apuntaran con un arma.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

E