Un matrimonio precipitado - Heather Allison - E-Book

Un matrimonio precipitado E-Book

Heather Allison

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Beschreibung

A Parker Laird le encantaban el dinero, los negocios y el poder, en ese orden. A su hermano Jay le encantaban las mujeres, rubias, morenas, pelirrojas... ¡y no necesariamente en ese orden ni en ningún otro! Cada semana parecía profesar su eterna devoción a una chica distinta. Pero, en esa ocasión, Jay se había enamorado de la secretaria de Parker, Abby. Abby era simpática y eficiente, ¡y tenía unas piernas estupendas! Parker estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que Jay se concentrara en los negocios y que su secretaria se quedara en la oficina... ¡incluso a casarse con ella!

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Seitenzahl: 218

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Heather W. Macallister

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un matrimonio precipitado, n.º 1373 - mayo 2022

Título original: Marry in Haste

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-716-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ABIGAIL? ¿Podría venir a mi despacho?

Poniéndose disimuladamente las sandalias, Abby Monroe se levantó y se alisó la falda. Se detuvo para recoger el cuaderno de notas y el bolígrafo que siempre tenía preparados, atravesó la mullida alfombra de color terracota y jade y entró en el despacho de la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird, de Perforaciones y Prospecciones Laird.

A Abby le encantaba su trabajo en el piso veintiséis del Edificio Laird. Al ir ascendiendo en los últimos cuatro años, había descubierto que, cuanto más importante era la persona para la que trabajaba, más alto el piso en el que se hallaba su despacho y más gruesa la alfombra.

Estaba en la última planta y las alfombras eran tan gruesas que casi rozaban con las puertas.

Incluso la atmósfera era distinta. Abby se encontraba en el centro neurálgico de la compañía y el poder vibraba en el aire, generado por el propio Parker Laird.

Valerie Chippin, la Ayudante Ejecutiva y jefa de Abby desde hacía cinco semanas, cerró la puerta y le indicó que se dirigiera a los sofás que había junto a los ventanales del rincón.

Era inusual. Nunca antes la habían invitado a sentarse en los sillones de cuero verde. Mientras la seguía, admiró la vista desde el espacioso rincón.

Algún día ella tendría un despacho como ése, con todo Houston, Texas, o cualquier otro sitio, a sus pies.

Se sentó en el sillón opuesto al de Valerie y cruzó las piernas a la altura de los tobillos.

—He estado muy satisfecha con su trabajo estas últimas semanas —comenzó. Abby ocultó su sorpresa con una sonrisa. No era estilo de Valerie felicitar al personal, pero ella había seguido trabajando duro, como siempre—. Y también el señor Laird —añadió con diplomacia.

Abby mantuvo la sonrisa, aunque estaba segura de que Parker Laird no tenía ni idea de su existencia. Oh, hacía un gesto con la cabeza si por casualidad te veía al salir del ascensor, pero casi siempre iba leyendo el Wall Street Journal y no dejaba de hacerlo al entrar en su despacho, que abarcaba la mitad de la planta veintiséis.

La mesa de Abby se hallaba situada frente al ascensor, y era la primera persona que veía la gente. Su trabajo, aparte de sus otros deberes, era actuar como recepcionista. A pesar de que eso era un paso atrás respecto del puesto de secretaria que había tenido, no le importaba, ya que reconocía que era la que menos experiencia tenía entre los miembros del personal de Valerie.

Pero no siempre sería así.

—Como ya sabe, me voy de vacaciones la semana próxima —prosiguió Valerie. —Abby abrió el cuaderno de notas, esperando que le encomendara varias asignaciones, pero su jefa sacudió la cabeza—. Todavía no —respiró hondo—. No es un buen momento para que me vaya, lo sé, ya que Laird está iniciando operaciones de perforación en los pozos petrolíferos de El Bahar, pero mi marido reservó este crucero hace un año —sonrió y se palmeó su cabello perfectamente peinado. Abby comparó ese elegante estilo con su propio pelo rojizo de rizos naturales e interiormente suspiró, añorando el profesionalismo de un pelo dócil—. Es nuestro veinticinco aniversario —confió Valerie.

—Felicidades —repuso de forma automática, asombrada de que tratara ese tema con ella.

Rara vez tocaba su vida personal. Según los rumores, no la tenía, y a Abby no le costaba creerlo. Sin importar lo temprano que Abby llegara ni lo tarde que se fuera, Valerie siempre estaba allí.

Y también Parker Laird. De hecho, junto a su despacho tenía un dormitorio, cuarto de baño y cocina, aunque Abby no imaginaba por qué querría pasar la noche en el Edificio Laird cuando era dueño de una fabulosa casa en la zona de River Oaks de Houston.

—Amablemente, el señor Laird ha insistido en que mi marido y yo disfrutemos del crucero —parecía creer que era importante que Abby no creyera que rehuía sus deberes hacia Parker Laird—. Estaré ausente un mes.

—¿Un mes? —soltó sin pensárselo.

—Sí —repuso Valerie con labios apretados.

—Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudar… —¿ayudar a quién? ¿Quién iba a ocupar el puesto de Valerie?— Para proporcionar la máxima ayuda —corrigió—. Eso es de lo que quería hablar con usted, Abigail… —titubeó de forma visible—. Le he recomendado al señor Laird que usted sea su ayudante durante mi ausencia.

—¿Me ha recomendado a mí? —la voz se le quebró con la última palabra. Supo que debía haberse mostrado confiada y profesional, tranquilizándola y haciéndole ver que había tomado la decisión adecuada. Pero ser nombrada Ayudante Ejecutiva en Funciones de Parker Laird…

—Está sorprendida —sonrió.

Atontada era una mejor descripción, pero intentó no demostrarlo.

—Me encanta la oportunidad…

—Y se pregunta a qué se debe ese golpe de suerte —indicó Valerie con sequedad, entrelazando los dedos sobre las rodillas. Abby guardó silencio. No la engañaría con negativas y no debería avergonzarse con mentiras—. Barbara y Nancy llevan conmigo mucho más tiempo, pero Barbara tiene dos hijos pequeños y Nancy un novio que no es tan comprensivo como mi marido Gordon con el exceso de trabajo. Me parece que usted no tiene novio, ¿verdad? —Abby negó con la cabeza—. ¿Obligaciones familiares? —repitió el gesto—. Es lo mejor. El señor Laird necesita a alguien que esté disponible prácticamente las veinticuatro horas del día —Valerie suspiró—. A veces creo que Perforaciones Laird mantiene una operación en todas las zonas horarias del mundo. La persona que me sustituya deberá ser flexible…

—¡Y yo lo soy! —Abby haría cualquier cosa para aprovechar una oportunidad como ésa.

—…y una trabajadora entregada. También deberá tener decisión y, si puede leer las mentes, eso la ayudará —Abby festejó el comentario con una risita apropiada, pero tuvo la sensación de que la otra hablaba medio en serio—. Disponemos de una semana hasta que me marche. Le mostraré mis archivos para que se familiarice con el modo de trabajo que le gusta al señor Laird —se levantó y Abby la imitó—. Nos reuniremos con él a su regreso del almuerzo en la Cámara de Comercio —atravesó el despacho seguida de una aturdida Abby—. Hasta entonces, éste es el directorio ejecutivo de la empresa Laird. Debería familiarizarse con los nombres y las fotos para saber con quién trata el señor Laird con más frecuencia —le entregó un grueso libro de bolsillo.

Abby aceptó el directorio, aunque ya había dedicado varias horas del almuerzo a su estudio en un esfuerzo por ser más eficiente. Parecía que la iniciativa había dado sus frutos, y con más celeridad que la que nunca imaginó.

—Gracias, señora Chippin. Agradezco la confianza que ha depositado en mí, no la defraudaré.

—Cuento con ello, Abigail. La veré a las trece treinta —mientras hablaba, alguien cruzó por delante de la puerta—. Aguarde. Creo que va a recibir ahora mismo su primera lección de flexibilidad —murmuró.

A los pocos segundos sonó el intercomunicador de la mesa de Valerie.

—¿Valerie? Puedo recibirla ahora.

—En seguida, señor Laird —enarcó las cejas—. ¿Lo ve? Ha regresado cuarenta y cinco minutos antes y espera que ya esté lista y disponible para la reunión que solicité.

Con manos temblorosas, Abby asintió y garabateó una nota ilegible en su cuaderno. No debía revelar lo nerviosa que estaba o Parker Laird seguro que la rechazaría como ayudante.

Valerie la llamó con una seña, abrió la puerta que conectaba su despacho con la sala de reuniones y la condujo por ella. En el otro extremo una puerta daba al despacho de Parker.

—Cuando traiga gente para una reunión, hará que pase por la otra puerta, desde luego.

—Por supuesto —murmuró Abby, capaz de deducirlo por su propia cuenta. No obstante, tomó nota, principalmente para ver si los dedos ya le funcionaban bien.

Entonces, Valerie abrió la puerta que daba al despacho de Parker Laird. Abby contuvo el aliento cuando la parte inferior rozó la alfombra.

Parker Laird se hallaba de pie de cara a los ventanales detrás de su mesa, dictando algo en una pequeña grabadora personal. Giró y las miró, pero no dejó de hablar, aunque observó a Abby.

Ésta no supo qué hacer, de modo que se enfrentó a esa inquietante mirada gris. Que pudiera estudiarla de forma tan exhaustiva y al mismo tiempo centrarse en lo que dictaba, demostraba lo capaz que era de llevar él solo una compañía del tamaño de Perforaciones Laird.

Era joven para ese puesto, pero todo el mundo lo sabía. Y con su ondulado pelo oscuro y cejas negras, resultaba increíblemente atractivo… aunque Abby lo sabía. Según los rumores, ese atractivo se desperdiciaba, ya que estaba casado… con la empresa. Incluso comentaban que si se cortaba, le salía petróleo de las venas.

Hasta ese momento sólo lo había visto al salir o al entrar. Caminaba muy deprisa y sus largas zancadas dificultaban que la gente mantuviera su paso. Le divertía verlo emerger del ascensor, dirigirse por el pasillo hacia su despacho, seguido de hombres que resoplaban y todavía intentaban hablar con él. Con Valerie no andaba tan deprisa, pero aún así Abby la había visto tener que correr uno o dos pasos de vez en cuando.

Valerie se dirigió a dos sillones sin apoyabrazos situados en un extremo de la mesa de Parker; le indicó que ocupara uno. Alargó una mano hacia el borde del sólido escritorio y extrajo una extensión que se fijó en su sitio. En ella apoyó una agenda enorme abierta en un calendario, junto con una pequeña grabadora como la que empleaba él. Luego esperó.

Abby respiró hondo, agradecida por esos minutos para recuperarse, aunque con Parker Laird a menos de dos metros de distancia, ¿cómo iba a conseguirlo?

Se hallaba en su santuario, respirando su mismo aire. Volvió a inhalar. Había algo diferente, algo que explicaba la electricidad de la atmósfera.

Él miraba de nuevo hacia la ventana, así que lo estudió, recorriendo su perfil perfectamente modelado, su traje impecable y sus zapatos impolutos. Era evidente que a Parker Laird sólo le iba la perfección.

Esperó, lista para intentar la perfección.

Pasaron los minutos. A él no le gustaba perder el tiempo, pero mientras Abby aguardaba que acabara lo que estuviera haciendo, empezó a sentirse impaciente. Se hallaba inmersa en varios proyectos que debía terminar antes de ocupar el puesto de Valerie.

Y ya era la hora del almuerzo.

Él dictó otra serie de comentarios; Abby miró al techo e hizo una mueca. ¿No podría haber esperado a terminar para llamarlas?

En ese momento, sus ojos se encontraron en el reflejo de la ventana.

La había estaba observando sin que ella lo supiera. Abby tragó saliva, con la boca súbitamente reseca.

Entonces Parker se dio la vuelta y depositó la grabadora en la mesa.

—Lamento haberlas hecho esperar, señoras.

Había visto su expresión. Mientras se ruborizaba, oyó que Valerie la presentaba.

—Como ya hemos hablado, señor Laird, Abigail Monroe ocupará mi puesto durante mi ausencia.

Ya se habían conocido antes, por supuesto, pero Abby sabía que sólo había sido una de cientos de empleados sin rostro.

—Gracias por ayudarnos aquí, Abigail —alargó el brazo para estrecharle la mano.

—Por favor, llámeme Abby —dijo en un impulso cuando comprendió que no iba a recriminarle su impaciencia. Cerró la mano en torno a la suya, con gesto firme pero no abrumador. Acompañó el apretón seguro con una sonrisa fugaz.

No lo había visto sonreír mucho y quedó sorprendida por su calidez.

—¿Y cómo va la universidad, Abby? —preguntó, sentándose y girando el sillón para observarla.

Captó un movimiento a su izquierda cuando Valerie alzó la cabeza de repente y se la quedó mirando fijamente. Era evidente que no sabía que iba a la universidad, lo cual hacía que resultara más asombroso que Parker lo supiera.

—Bien —cuando Valerie le preguntó por las obligaciones que tenía, no le mencionó las clases nocturnas—. Tengo el examen final de este curso esta semana —entendía que nada podía interferir con sus obligaciones hacia Parker Laird.

A él no se le pasó por alto la mirada de sorpresa de Valerie.

—Creo que Abby está aprovechando nuestro programa de incentivos para formación académica.

—Lo había olvidado —murmuró Valerie.

—¿Qué estudia? —preguntó él. Mientras hablaba, quitó la cinta de la grabadora y se la pasó a Valerie, que la etiquetó.

—Administración de Empresas —respondió, consciente de que Valerie estaba irritada.

Parker asintió, luego giró de nuevo en el sillón, poniendo fin a la conversación social.

—¿Cuál es la agenda para esta tarde?

Valerie activó su grabadora y, al instante, se puso a leer los compromisos que Parker confirmó o corrigió.

Hablaban en una especie de taquigrafía verbal que Abby apenas fue capaz de seguir. El día de Parker estaba programado en bloques de quince minutos hasta las diez de la noche y, a veces, realizaba más de una actividad en un bloque.

Respondía a llamadas telefónicas mientras se ejercitaba en la cinta de andar. Se reunía con gente durante los almuerzos. Dictaba durante el trayecto que lo llevaba a casa.

Al parecer, jamás descansaba. A Abby no le sorpredería que mientras dormía escuchara cintas de autoayuda.

Ella, que trabajaba a jornada completa y por la noche asistía a la universidad, en comparación se sintió una holgazana.

—Abby, ¿cuándo tiene clase? —inquirio.

—Este semestre sólo me matriculé en un curso —la sorprendió con la pregunta—. Las clases son los martes y los jueves de siete a diez de la noche.

Increíblemente, Valerie lo apuntó en la agenda.

—¿Y su examen final?

—Este jueves.

—Tache también el miércoles por la noche, Valerie —ordenó Parker—. Tendrá que estudiar.

Abby estaba perpleja y conmovida ante el hecho de que un hombre que por lo general funcionaba a escala mundial, incluso pensara en unos detalles tan insignificantes.

Quizá ése era su secreto: Piensa a lo grande, pero no olvides lo pequeño. Iba a aprender mucho en el mes que le esperaba.

Durante los siguientes diez minutos, Abby escuchó el intercambio incesante y se preguntó cómo demonios mantendría esa velocidad.

—De momento es suficiente —Parker alzó el puño de la camisa y miró la hora—. Que Abby actualice la agenda y que trabaje con usted por la tarde.

Parker y Valerie intercambiaron una mirada.

—Vaya a empezar con la agenda —dijo Valerie; cerró el calendario y se lo pasó junto con la cinta—. El nombre del fichero en el ordenador aparece en el margen inferior.

Recogió la agenda, puso el directorio encima y se levantó. Sabía que iban a hablar de ella.

—¿Transcribo también la cinta?

Valerie asintió, y Abby se marchó con paso decidido.

 

 

—Es muy joven —comentó Parker mientras observaba cómo se iba; luego miró a la mujer que había sido la ayudante ejecutiva de su padre y luego la suya en cuanto se convirtió en Presidente de Perforaciones Drilling a la muerte de aquel—. Elección interesante.

—Abigail Monroe es brillante y una buena trabajadora.

—He leído sus informes —apoyó la mano en una carpeta—. Pero, ¿cuánto tiempo lleva con nosotros, seis semanas?

Valerie se movió en el sillón.

—Es verdad; sin embargo, creo que tendrá más flexibilidad que Barbara o Nancy.

—La flexibilidad es importante —Parker sonrió interiormente. Valerie había sido capaz de mirarlo a los ojos mientras hablaba, había que reconocérselo.

Él sabía muy bien lo que hacía al dejar a una sustituta sin experiencia mientras se iba de vacaciones y, en otras circunstancias, no lo habría permitido.

Pero no eran circunstancias normales. La mejor cualidad que tenía la pequeña Abby Monroe era ese rostro pecoso y esa falta de sofisticación de chica de campo que no atraerían a su hermano Jay.

Valerie debía estar pensando en lo mismo.

—¿La pongo al corriente de todos… los aspectos del proyecto de El Bahar?

—Puede recalcarle lo importante que es que Jay no se distraiga bajo ningún concepto de sus preparativos para dirigir esa operación —Parker sonrió sombríamente—. Y yo me ocuparé de que no falten actividades que lo mantengan ocupado hasta el momento en que despegue su avión.

—¡Oh, señor Laird! —Valerie juntó las manos—. ¡No debería abandonarlo en estos momentos!

—No tiene elección —extrajo un sobre que contenía dos billetes de avión en primera clase, y también el cambio de un camarote a una suite—. En todos los años que ha trabajado para mí, Gordon jamás se ha quejado por tener que cenar solo y por las vacaciones perdidas. Si cancela este crucero, nunca nos lo perdonará a ninguno de los dos —deslizó el sobre hacia ella—. Feliz aniversario.

—¡Señor Laird! —Valerie tragó saliva, preparándose para un efusivo agradecimiento.

—Que se divierta —la frenó con una mano alzada.

 

 

Abby se concentró en evitar que las rodillas le temblaran al atravesar la mullida alfombra de regreso a su mesa.

¡Iba a ser la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird!

Repitió ese hecho asombroso hasta que se tranquilizó y pudo volver a pensar. Al llegar a su escritorio soltó todo sobre él y dejó que se le aflojaran las piernas al sentarse.

«Hola, soy Abigail Monroe, Ayudante Ejecutiva en Funciones de Parker Laird mientras la señora Chippin está ausente. El señor Laird dará una fiesta para cinco el jueves a las veinte treinta horas».

«Aquí Abby Monroe, Ayudante Ejecutiva de Parker Laird. Por favor, reserve la suite Presidencial para el señor Laird».

«Aquí Abby Monroe… sí, correcto, la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird…»

¿Cuántas veces había imaginado decir esas palabras o unas parecidas? Convertirse en Ayudante Ejecutiva había sido su meta desde que entró a trabajar en Perforaciones y Prospecciones Laird.

No había imaginado que existiera ese puesto, hasta que prestó atención a las conversaciones de la oficina, y entonces le pareció el trabajo perfecto. Estímulo, viajes, responsabilidad, conocer a gente famosa… ésa es la vida que había llevado Valerie Chippin.

Disponía de una limusina con chofer, iba a almuerzos en restaurantes de lujo donde servían platos exquisitos, llevaba ropa de marca y viajaba a destinos exóticos. Vivía del modo en que Abby había soñado al crecer en la pequeña ciudad de Haste, Texas.

Cuando unas semanas atrás la ascendieron al personal de Valerie, quedó encantada, pensando que al fin el duro trabajo daba sus frutos.

Y ahora ésto.

Desvió la mirada a los despachos de Nancy y Barbara; se habían ido a comer. Se preguntó si Valerie ya se lo habría contado. Probablemente, no. De lo contrario, dudaba de que exhibieran tanta tranquilidad. De hecho, no quería hallarse presente cuando lo hiciera.

No es que no se llevara bien con ellas, pero las dos trabajaban juntas desde hacía varios años y Abby era la recién llegada. A ella le daban el trabajo rutinario y menos interesante. La hora del almuerzo se planificaba para que siempre hubiera alguien disponible para contestar los teléfonos, pero Nancy y Barbara siempre iban a comer juntas y Abby después, sola.

No le importaba. Aceptaba el hecho de ser la de menor rango. Hasta hace unos minutos.

Miró la hora. Hoy no tenía tiempo para comer, aunque estaba tan entusiasmada que de todos modos no hubiera podido hacerlo.

Se puso a trabajar de inmediato en la actualización de la agenda y se hallaba transcribiendo la cinta cuando a la una menos diez regresaron Nancy y Barbara. Llegaban tarde, y notó que se habían marchado cinco minutos antes de su hora.

Seguro que pensaban que nadie se daba cuenta, pero entonces supo que Valerie debió percatarse de ello. Abby jamás salía antes y nunca llegaba tarde. De hecho, rara vez se tomaba la hora que le correspondía.

Pudo oírlas hablar en la oficina que compartían. A través del cristal ahumado vio que Valerie había vuelto. Tendría que informarles pronto del nuevo puesto que ocuparía Abby.

Al rato oyó la voz de Valerie en el intercomunicador.

Sintiéndose cobarde, recogió el bolso y se escabulló de su mesa. Bajó por las escaleras a la planta de abajo y se dirigió a las máquinas expendedoras.

Debería tomar algo para aguantar la tarde en forma, pero su estómago se rebeló ante la idea de comer. Se decidió por un zumo de naranja que tuvo que obligarse a beber.

No había nadie en el diminuto comedor, así que cerró los ojos y respiró hondo varias veces, tratando de no pensar en que pronto embarcaría en la mayor oportunidad de su carrera.

Aunque sólo fuera por un mes, siempre podría poner en su currículum que había trabajado como Ayudante Ejecutiva en Funciones de Parker Laird, Presidente de Perforaciones y Prospecciones Laird.

Tiró la botella vacía de zumo, luego se detuvo en los aseos de señoras para retocarse el maquillaje y peinarse.

Oyó las voces incluso antes de empujar la puerta al tocador.

—¡Caro que he oido lo que ha dicho, pero sigo sin entenderlo! —resonó la voz enfadada de Nancy por todo los aseos—. Una de nosotras tendría que estar al mando durante su ausencia, no Abby.

Abby se paralizó.

—Oh, tiene perfecta lógica —la voz de Barbara sonó moderada.

—Sí, claro. Tú llevas aquí seis años, yo tres, y Abby menos de dos meses. Una lógica perfecta.

—No vale la pena enfadarse por ello.

—Quizá a ti no te importe pasar el resto de tu carrera como secretaria de una recién llegada, pero yo quiero saber que algún día podré aspirar a ocupar su puesto.

—Entonces, presta atención —Barbara rió—. ¿Cuántas veces se ha ido Valerie de vacaciones?

—Nunca.

—Correcto. Y ahora va a marcharse durante un mes entero, y en ese mes Parker Laird descubrirá cuánto depende de ella, porque las cosas no funcionarán como la seda con Abby a cargo de la situación.

—Razón por la que una de nosotras tendría que estar en su lugar.

—Razón por la que ninguna de nosotras está en su lugar.

Reinó el silencio.

Abby trató de entender qué queria decir Barbara, pero no pudo.

Al parecer, Nancy tampoco.

—No lo capto.

—Valerie quiere tener su bien pagado e influyente trabajo al volver. Le ha hecho creer a Parker que es indispensable. Si cualquiera de nosotras ocupara su sitio, él descubriria que podemos realizar el trabajo tan bien como ella, pero Abby lo fastidiará tanto, que se mostrará encantado con el regreso de ella.

—¡Qué lista es! —comentó Nancy con admiración—. Esto pienso recordarlo.

Y también ella, juró Abby, saliendo de los aseos.

Así que se esperaba que fracasara.

Bueno, pues no les daría el gusto. Subió por las escaleras de vuelta a la planta veintiséis. Les demostraría a todos que se equivocaban. Sabía que podía hacer el trabajo.

Lo único que le quedaba era demostrárselo a Parker Laird.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL LUNES siguiente, Abby llegó a la planta veintiséis a las siete en punto de la mañana. Iba pertrechada con trozos de papel en los que había apuntado las instrucciones de último minuto que Valerie le había dado por teléfono desde el aeropuerto de Houston y, sorprendentemente, desde Atenas.

No se relajó hasta que llamó a la línea marítima para cerciorarse de que el barco había zarpado. Aun así, no le asombraría que consiguiera llamar desde el barco.

Automáticamente se sentó a su mesa, y sonrió al recordar que tenía derecho a usar el despacho de Valerie durante un mes. Nancy y Barbara compartirían los deberes de recepción. Mientras trasladaba la placa con su nombre, el calendario y el pisapapeles de cristal a su nueva mesa, tomó nota mental para informar al señor Laird de su agenda.

Con los brazos llenos, abrió la puerta del despacho. Aunque la planta veintiséis siempre estaba en silencio, al saber que estaba sola le parecía fantasmal.

Después de dejar las cosas sobre la mesa sustituyó la placa con el nombre de Valerie por la suya. Abby había invertido en el pesado cristal grabado porque el diseño parecía sustancial, pero femenino, y más importante que las placas de plástico marrón que proporcionaba Laird a sus empleados. Junto a ella colocó el calendario a juego.

El pisapapeles, aunque también de cristal pesado, no formaba parte del juego. Flotando en su superficie oval había sellos extranjeros timbrados, que le recordaban los lugares a los que podría viajar si seguía trabajando por alcanzar su meta. Lo dejó al lado del monitor del ordenador.

Antes de ponerse a trabajar, levantó las persianas y contempló la ciudad de Houston. Un sol anaranjado atravesaba la atmósfera sucia por los tubos de escape de los coches que a la hora punta atestaban las autopistas.

Nadie en su familia podía entender el atractivo que para ella tenían las grandes ciudades. «Llenas de gente, ruido, tráfico y polución», afirmaban.

Pero Abby sentía el estímulo y la energía… y cedía ante la polución.