1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €
¿Por qué le había ofrecido Nikolas Petronides un trabajo a Paige en su isla griega para el verano? ¿Habría encontrado en su precaria situación económica un medio de vengarse? Nikolas, evidentemente, no le había perdonado que se alejara de él hacía cuatro años. ¿Pero cómo podía ella haberse quedado después de que la hubiera acusado de haber utilizado su belleza y juventud para sacarle dinero? En su momento, Paige había sido una huésped bienvenida en su casa, ahora sería una empleada. ¿Qué esperaría Nikolas de ella?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 166
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Anne Mather
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un novio millonario, n.º 1138 - julio 2020
Título original: The Millionaire’s Virgin
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-728-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
EL hombre que estaba sentado en la mesa no era Martin Price.
El estómago le dio un salto a Paige mientras seguía al camarero que la conducía por el restaurante. Debía tratarse de un error. Los hombros de Martin no eran tan anchos, su piel no era tan oscura y él era rubio, no tan moreno como el desconocido.
Estaba a punto de decir algo cuando el hombre se puso en pie y se volvió hacia ella.
—Ah, Paige —dijo y a ella le temblaron las piernas—. Me alegro de que hayas venido.
Paige no supo qué hacer ni qué decir. En aquel momento supo que era un error y lo había cometido ella. Había pensado que iba allí a encontrarse con su ex novio, pero era evidente que solo había sido un truco de alguien para atraerla allí. Se volvió al camarero, pero él ya se estaba marchando y, aunque quiso seguirlo, la gente los estaba observando y ella era demasiado cobarde como para hacer una escena.
—¿Quieres sentarte? —dijo el hombre sonriendo e indicándole la silla delante de ella—. Me alegro de volverte a ver.
Paige dudó.
—No entiendo.
—Lo entenderás. Si me das unos minutos de tu tiempo.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Oh, creo que me debes mucho más que eso. Por favor. Siéntate.
Paige obedeció por fin y se sentó agarrándose al bolso como a un clavo ardiendo.
—Muy bien —dijo él sentándose a su vez—. ¿Qué quieres beber?
Él estaba tomando vino tinto y se sintió tentada a lo mismo, pero no tenía ninguna intención de darle ninguna ventaja.
—Agua mineral, por favor —murmuró al camarero que se había acercado.
—¿Agua mineral?
El tono del hombre era de broma, pero ella se negó a dejarse intimidar.
—¿Qué quieres, Nikolas? —preguntó evitando su mirada.
No quería volverlo a mirar a los ojos de nuevo. No quería sentir la repentina oleada de deseo que había sentido cuando vio quien era.
—¿Dónde está Martin? —añadió.
—No va a venir. Ah, aquí está tu agua.
Paige lo miró, ignorando por completo al camarero.
—¿Qué quieres decir con que no va a venir? Creo que será mejor que me digas lo que está pasando.
—¿Sí? Parece que él no te explicó la situación cuando habló contigo.
—No.
Paige no quiso decirle que fue la secretaria de Martin la que se había puesto en contacto con ella y había organizado la cita. Se había sentido tan aliviada de saber de él de nuevo que no había preguntado por qué había decidido invitarla tan inesperadamente a almorzar después de haber roto su compromiso, y lo había hecho en uno de los más exclusivos restaurantes de Londres. El hecho de que fuera uno de sus favoritos la había convencido de que Martin se lo había pensado mejor y quería seguir con ella.
Había sido una auténtica tonta.
—¿No sabes por qué te he invitado?
—¿No te lo acabo de decir?
—Dime, ¿cuánto tiempo habéis estado juntos Price y tú?
—¿Y eso qué te importa?
—Dímelo.
—¿Por qué?
—Bueno, si vamos a tener una relación de trabajo…
—¿Qué?
—Tranquilízate. Tú estás buscando trabajo, ¿no? Y puede que yo tenga uno para ofrecerte.
—No, gracias.
Paige apartó la mirada y se preguntó por qué le habría hecho eso Martin a ella. Había creído que la amaba. Pero también se había equivocado en eso. Se había equivocado en todo.
—No seas tonta —dijo Nikolas—. Bebe, te sentará bien.
—No quiero nada.
Paige se dio cuenta de que se estaba portando como una niña mimada, pero las cosas estaban yendo demasiado deprisa para que ella pudiera mantener algo de control sobre sus emociones—. Me gustaría saber cómo Martin supo que tú… que tú y yo habíamos…
—¿Sido amantes?
Paige se ruborizó.
—Que nos conocíamos. Nunca fuimos amantes.
—No —admitió él—. Si no, no habrías hecho lo que hiciste, ¿ohi?
—Yo no hice nada. Nada malo, quiero decir. ¿Cómo supo Martin que nos conocíamos?
—No lo supo. Por lo que a tu novio se refiere, nos acabamos de conocer ahora mismo.
—No es mi novio. ¿Te pareció divertido traicionarlo de esa manera?
—Yo no he traicionado a nadie —dijo él con cara de disgusto—. Tu Martin no es el tipo más perceptivo que conozco.
—No es mi Martin.
—No. Él me dijo lo mismo.
—¿Te dijo…? ¿Ha hablado contigo de nuestra relación?
—Digamos que, cuando tu nombre apareció en la conversación, yo lo convencí para que confiara en mí. Puedo ser muy persuasivo, como estoy seguro de que puedes recordar.
Paige agitó la cabeza sin querer pensar en eso.
—¿Qué te dijo? ¿Cómo es que lo conoces?
—Ah. Sucede que estaba buscando un nuevo asesor financiero y su empresa, Seton Ross, tiene muy buena reputación.
—¿Así que lo conociste por casualidad?
—¿De qué otra forma si no?
Ella agitó de nuevo la cabeza.
—No te creo.
—¿Por qué no?
—Porque si Nikolas Petronides se acerca a una empresa como Seton Ross, no lo dejan en manos de uno de sus socios menos importantes. Te habría atendido cualquiera de los jefes.
—Cierto —dijo Nikolas sonriendo—. Me agrada ver que crees que me merezco una evaluación más experta que la que me podría ofrecer tu… amigo. Eso demuestra que no te dejaste engañar por completo por sus muy evidentes encantos. Da gracias a que él rompiera el compromiso, agaphita. Tú te mereces mucho más, seguro.
—Sigo queriendo saber cómo es que terminasteis hablando de… mi situación.
—Sí, bueno. Déjame ver, ¿cómo fue la conversación? Creo que estábamos hablando de la reciente caída de la bolsa y de cómo las firmas de corredores de bolsa no son inmunes al colapso. Naturalmente, se habló de los Tennant.
—¡Naturalmente!
—Fue después de una de las caídas más desastrosas de la década, ¿no? Y la muerte reciente de tu padre fue una verdadera tragedia. Por favor, no sabes lo mucho que lo siento. Lo que lo sentí por ti y por tu hermana.
—No necesitamos tu compasión —respondió secamente Paige.
Pero a pesar de que su padre había muerto hacía ya meses de un ataque al corazón, seguía sintiendo su pérdida.
—Etsi ki alios, es sincera. Aunque a mí no me cayera nada bien, no le desearía lo que le sucedió ni a mi peor enemigo.
—Así que decidiste ofrecerme a mí un trabajo —dijo ella amargamente—. ¡Qué amable!
—No te pongas así, Paige. No te pega. Solo porque tu novio te haya dejado, no…
—¿Cómo te atreves?
Paige trató de levantarse, pero el camarero pensó que pretendía acercarse más a la mesa y le empujó la silla antes de ofrecerle la carta.
Paige se vio obligada a quedarse entonces.
—¿Cómo te atreves? —le preguntó de nuevo—. ¿Cómo te atreves a hablar de mi vida privada con…?
—¿Con el hombre con el que esperabas compartirla? Tal vez deberías preguntarle a él por qué anda por ahí contando que las hermanas Tennant se han quedado prácticamente en la ruina.
—Oh, pienso hacerlo.
—¿Qué? ¿Y darle la satisfacción de saber el mucho daño que te ha hecho? Piénsatelo, Paige. Como ya te he dicho antes, él no merece la pena.
—¿Y tú sí?
—Digamos que yo tengo razones para disfrutar de tu humillación y él no.
—¿Y es a eso a lo que viene todo esto? ¿A la humillación?
—No.
—Oh, por favor… Por lo menos ten la decencia de decirme la verdad.
—Y lo haré. Si me lo permites. Almuerza conmigo. Después de todo, es para lo que has venido.
—Para almorzar con Martin —lo corrigió ella—. ¿Por qué debería hacerlo?
—Porque estás aquí, porque eres curiosa… deja que te cuenta por qué dejé que Price organizara esta cita.
Paige respiró profundamente y entonces volvió el camarero.
Nikolas le preguntó si pedía por los dos y ella asintió.
Cuando hubo pedido, el camarero se alejó de nuevo para dar paso al somelier.
Nikolas pidió una botella de Chardonnay del noventa y siete.
Cuando también el somelier se hubo alejado, él le preguntó:
—¿Quieres saber lo del trabajo, ne?
—¿De verdad que se trata de un trabajo?
—¿Crees que si no yo estaría aquí?
—Tal vez.
—Primero, ¿estoy en lo cierto al pensar que estás buscando uno?
Paige se ruborizó.
—Si Martin lo ha dicho es que debe ser cierto —respondió ella por fin—. Supongo que también te ha contado que no estoy preparada para nada.
—¿Has hablado de tus problemas con él? —le preguntó Nikolas frunciendo el ceño.
—No. Lo hizo Sophie. Está desesperada por que yo encuentre un trabajo para que podamos encontrar algún otro sitio donde vivir.
—Ah, Sophie. Tu hermana. Desafortunadamente, nunca fuimos presentados.
Paige se encogió de hombros.
—Ella estaba en el colegio cuando… cuando…
—¿Cuando tu padre trató de cegarme con la belleza de su hija mayor? Sí, lo sé. ¿Qué edad tiene ella ahora?
—Dieciséis. Y papá solo nos presentó. No fue culpa suya que nosotros… que tú traicionaras su confianza.
NiKolas sonrió.
—Realmente tú no crees eso.
—¿Por qué no? Y el trato Murchison parecía ser una proposición atractiva. Él te estaba haciendo un favor al ofrecerte una oportunidad de invertir…
—En algo que se fue al traste solo unos meses después. Si lo hubiera hecho, yo habría perdido un buen montón de dinero.
Paige pensó que él se lo podía haber permitido, pero no dijo nada.
—Podía haber sido un éxito si tú lo hubieras apoyado.
—Sé sincera. La naviera ya estaba perdiendo dinero y lo único que quería tu padre era a alguien con quien compartir su error. ¿Por qué si no te crees que destruyó nuestra relación? Tan pronto como se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo conmigo, fue a por el siguiente… ¿Cuál fue la palabra que tú utilizaste? ¿Idiota? Sí, idiota.
—Eso no es cierto.
—Por supuesto que lo es.
—No.
—Sí.
Entonces les llegó el primer plato.
—Tal vez debiéramos hablar de por qué hice que Price te invitara a almorzar —dijo él después de que el camarero se alejara de nuevo—. Estoy seguro de que entiendes por qué hice que fuera él quien te invitara. Si lo hubiera hecho yo, la habrías rehusado.
—Tienes razón, no habría venido.
—Ya lo sabía. Es por eso por lo que le sugerí a Price que, como amigo tuyo, debería organizar esta reunión.
Paige vio que el camarero le servía vino también a ella y, cuando estuvieron solos de nuevo, dijo:
—¿Y Martin no tenía ni idea de que ya nos conocíamos?
—Me temo que no. Pobre Paige. Parece que los hombres de tu vida están deseando arrojarte a los lobos, ¿no?
—¿Es esto una advertencia, Nikolas?
—Puede.
No volvieron a hablar hasta que les sirvieron el primer plato y entonces fue Paige quien lo hizo.
—Yo hubiera pensado que sería Yanis quien se ocupara de contratar a la gente. ¿Sigue contigo?
—Sí, sigue siendo mi ayudante, ne. Pero este es un asunto más delicado.
—¿Por qué?
—Porque es algo personal —respondió él y le dio un trago a su vino—. El trabajo que tengo en mente concierne a mi protegida. Y en esas circunstancias, no me parece bien dejar la decisión en manos de Yanis.
—¿Tu protegida? —preguntó ella extrañada—. No sabía que tuvieras una.
—Porque no la tenía cuando nosotros… nos conocimos. El padre de Ariadne era un buen amigo mío y, cuando se mató con su esposa hace tres años, descubrí que me había nombrado tutor de su hija. Ella no tenía otros parientes, ¿entiendes? Oriste, tengo una protegida.
—Ya veo. Eso es toda una responsabilidad. ¿Qué edad tiene la niña?
—Diecisiete años. Como puedes ver, ya no es mucha responsabilidad.
—Oh. Entonces, ¿por qué…?
—Estoy buscando a una joven de buena familia que… ¿cómo podría decirlo? Que le haga compañía en verano. Y para que comparta con ella todas esas confidencias de mujer que ya no puede compartir con su madre.
—¿Y tú pensaste que yo…?
—En ausencia de otras ofertas, sí. ¿Por qué no?
Paige tragó saliva.
—Yo no podría trabajar para ti.
—No seas tonta, Agaphita —dijo él mirándola fijamente—. Tendrás todos los gastos pagados y un generoso sueldo, y no será nada duro.
—No estoy a la venta, Nikolas.
—No, pero andas mal de dinero, ¿no? Y tú misma has dicho que tu hermana está ansiosa por que encuentres un trabajo, ¿ne?
Paige dejó el tenedor sobre la mesa.
—Esta conversación no tiene sentido. Yo no hablo griego.
—Pero Ariadne habla inglés. Sigue en el colegio, por supuesto, pero ha recibido una educación muy esmerada.
—Entonces seguro que es muy capaz de cuidar de sí misma —dijo Paige pensando en su propia hermana.
Sophie se moriría si alguien le dijera que necesitaba un acompañante, así que añadió:
—Además, como ya sabes, yo tengo una hermana, a quien… a quien… no puedo dejar sola.
Lo cierto era que Sophie había sido de gran ayuda para ella desde que la tuvo que sacar del caro colegio al que había estado yendo.
Ni tampoco la podía dejar con su tía Ingrid. Desde la muerte de su padre se habían quedado en la casa de la hermana de su madre, en Islington. Su hermana y su tía se llevaban tan mal que ella tenía que estar interviniendo constantemente para que se pudieran seguir hablando.
—Entonces, llévala contigo —dijo Nikolas—. Ella estará también de vacaciones, ¿no? Y a mí me gustaría que Ariadne se quedara en mi casa en Skiapolis en el verano. Hay mucho sitio, como ya sabes y puede que tu hermana y Ariadne se hagan amigas. Son de una edad parecida.
Y lo eran, pero Paige se podía imaginar la reacción de Sophie cuando le contara aquello. A pesar de que su hermana estaba muy molesta por las circunstancias en las que se veían forzadas a vivir y culpaba a su padre por no haber previsto su mantenimiento, seguro que no le gustaría nada la idea de dejar Londres e irse a vivir a una isla muy poco sofisticada en el Egeo. Además, acababa de acomodarse en su nueva situación y, a pesar de que a Paige no le gustaban mucho sus nuevos amigos, no tenía muchas ganas de desarraigarla otra vez.
—No lo creo. Me temo que has perdido el tiempo.
—Por lo menos piénsatelo, Paige. Yo seguiré en Londres unos cuantos días más y me podrás localizar en este número de teléfono.
Sacó entonces una tarjeta de visita y escribió un número en el dorso antes de dársela.
—Toma.
Paige la tomó de mala gana y, cuando lo hizo, Nikolas le agarró la mano.
—Por favor, piénsatelo —repitió suplicante.
Ella luchó entonces contra el calor interno que le produjo ese contacto. Su cuerpo no había olvidado a ese hombre.
Por fin, él la soltó y ella se la colocó inmediatamente en el regazo y rogó que él no se diera cuenta de su reacción.
Aunque no quería, aceptó el postre y un café. Mientras tanto, pensó que tenía más de una razón para rechazar su oferta. Aunque fuera la única oferta de trabajo que recibiera, no podía trabajar para él. Aparte de todo lo demás, no quería resultar herida de nuevo, y Nikolas Petronides no tendría el menor reparo para recuperar lo que él creía que era propiedad suya…
PAIGE tomó el metro de vuelta hasta Islington. A esa hora de la tarde no iba muy lleno, así que logró sentarse y allí pensó en lo rápido que se había acostumbrado a ir en metro en vez de en taxi como antes.
Cuando salió del restaurante estaba lloviendo y no quiso aceptar la oferta de Nikolas de pagarle un taxi. Aunque estaban en junio, todavía hacía frío y el bonito vestido de Chanel que se había puesto para la ocasión estaba bastante mojado y esperaba que no se ensuciara. Sophie y ella se estaban viendo obligadas a conservar en buen estado toda la ropa que tenían y había sido todo un gasto para su menguada economía proporcionarle la ropa necesaria a su hermana para el nuevo colegio.
Suspiró. Si su padre siguiera vivo… Pero el caso era que él había muerto como había vivido, sin hacer ninguna previsión para el futuro y lo único que les había dejado a sus hijas era un montón de deudas y el desagradable deber de salvar lo que pudieran de lo que habían tenido. Que tampoco era mucho. La bonita casa de Surrey tenía dos hipotecas y habían tenido que vender hasta las joyas de su madre para pagar deudas.
Era una suerte que su madre no hubiera vivido para verlo. Annabel Tennant había muerto de cáncer cuando Paige tenía diecisiete años y Sophie solo diez. Fue desde entonces cuando su padre empezó a arriesgarse mucho con el dinero de sus clientes. Fue como si la muerte de su esposa lo hubiera convencido de que no tenía sentido pensar en el futuro. La muerte de su esposa lo había afectado mucho.
Fue por eso por lo que Paige dejó los estudios sin terminar, para ayudarlo en lo que podía y para animarlo a sobreponerse a esa muerte.
Ella lo había hecho con gusto y, hasta que le presentó a Nikolas Petronides, le había importado poco el hecho de que los hombres con los que salía habían tenido tratos con su padre.
Por supuesto, él también le había dado su aprobación a Nikolas, por lo menos al principio. Pero cuando descubrió que el griego no tenía la menor intención de invertir dinero en sus proyectos, se volvió en su contra. Y Paige no tuvo la menor duda de a quien debía su lealtad.
Y era por eso por lo que no podía aceptar la oferta de Nikolas. Aparte de por el hecho de que, en su momento, llegaron a conocerse demasiado bien, no quería tener nada que ver con él. A su manera, él era como Martin, estaba usando la situación para humillarla y, por muy atractiva que pudiera parecer la posibilidad de pasar un verano en Grecia, por no mencionar el generoso sueldo que le había mencionado, ella necesitaba un trabajo de verdad y con alguien que no estuviera dispuesto a vengarse.