Un pacto de amor - Fiona Brand - E-Book

Un pacto de amor E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Deseo 2172 Un breve matrimonio solucionaría todos sus problemas, salvo que la pasión lo convirtiera en algo auténtico. Casado antes de la medianoche. Esa era la única manera de que el empresario y playboy Damon Wyatt pudiera salvar su imperio. Pero a falta de la novia adecuada, le propuso un matrimonio de conveniencia a la organizadora de bodas Jenna Beaumont, que además era una de sus ex. Si cumplían lo establecido, aquel acuerdo duraría poco. Sin embargo, la irresistible atracción y una fuerte conexión podían acabar con todas y cada una de las reglas de su pacto.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Fiona Gillibrand

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un pacto de amor, n.º 2172 - junio 2023

Título original: Playing by the Marriage Rules

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417839

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Damon Wyatt debía estar casado antes de la medianoche. Si cuando el reloj diera las doce seguía soltero, toda la fortuna de su tío Alan pasaría a un primo lejano, propietario de un concesionario de coches en Florida. Todos los años que Damon había dedicado a estudiar administración de empresas, trabajando como peón en la petrolera de su excéntrico tío y como mozo en el rancho de Alan Wyatt para aprender el oficio desde abajo, no habrían servido para nada.

Bajo una lluvia torrencial, Damon entró en el exclusivo hotel rural que Alan le había dejado temporalmente, junto con el resto del conglomerado petrolífero y ganadero Wyatt. Llevaba un año intentando anular las condiciones impuestas en el testamento. Sabía que lo único que había pretendido su tío abuelo era obligarle a casarse. Alan era el único Wyatt que había disfrutado de un matrimonio feliz en la historia reciente de la familia, a pesar de no haber tenido hijos.

Alan conocía muy bien la vida de Damon. Había tenido que intervenir cuando el chico contaba con dieciséis años para rescatarlo del conflictivo matrimonio de sus padres. Hacía tiempo que Damon había decidido que no estaba hecho para el matrimonio. Su tío había ganado aquella batalla y Damon se casaría, pero sería siguiendo sus propias reglas: un matrimonio ficticio por el período mínimo de dos meses y nada más.

Dejó su bolso de viaje en la recepción justo cuando su asesor jurídico Caleb Jones, recién aterrizado de Houston, salía de una habitación a la derecha.

–Por fin has llegado.

–El vuelo a San Antonio se retrasó. ¿A qué viene tanta urgencia?

Caleb señaló con la cabeza hacia la habitación de la que acababa de salir.

–Ahí está la urgencia.

Damon frunció el ceño y miró hacia la habitación, que parecía estar decorada con rosas blancas y hojas verdes. En ese momento, Mark Hennessey, un tipo calvo, alto y corpulento, con más aspecto de boxeador que de director de un lujoso hotel rural, se unió a ellos.

–Ya veo que has decidido celebrar la boda aquí –dijo Hennessey mientras consultaba un cuaderno que llevaba bajo el brazo–. Tu… novia, me refiero a la señorita North, ha contratado a una organizadora de bodas, una pariente suya.

Damon se puso tenso mientras Hennessey le tendía un panfleto. ¿Cuántas parientes organizadoras de bodas podía tener la novia con la que había acordado hacía tan solo unos días aquel matrimonio ficticio?

Solo una, la guapa y elegante Jenna Beaumont con la que llevaba dos meses antes de verse obligado a poner fin a aquella desenfrenada atracción para buscar una novia sumisa con la que casarse antes de la fecha límite.

Damon desplegó el panfleto y una embriagadora fragancia floral hizo que todo su cuerpo se tensara. El recuerdo de Jenna y de la apasionada relación que desde el principio había sabido que era un error, al igual que las veces anteriores, se lo llevó por delante con la fuerza de un tren de mercancías. Mirada azul magnética, pómulos exóticos y mandíbula firme, pelo rubio oscuro y liso, silueta curvilínea y un porte elegante que había atraído miradas, incluida la suya, durante más años de los que podía recordar…

Jenna era la bella hija de una de las familias más antiguas y prestigiosas de Texas que seguiría la tradición familiar de casarse con un hombre adinerado. El tipo de chica al que no debería haberse acercado cuando no era más que un pobre diablo con una furgoneta y una silla de montar, al que los ricos de la ciudad evitaban por su pasado conflictivo. Pero había cometido el error de acercarse a ella y no una, sino tres veces.

La última vez había sido hacía tres meses, cuando había coincidido con Jenna en un restaurante de lujo de Houston. Esos encuentros casuales habían estado ocurriendo con cierta frecuencia desde que se había mudado a vivir a Houston un año antes. Pero en esa ocasión, había tenido que intervenir después de ver cómo se defendía de un abogado empeñado en terminar la cena en su apartamento.

Después de librarla del abogado, en lugar de marcharse, había cometido el error de terminar su reunión y acompañar a Jenna a casa por si acaso a su cita le daba por seguirla. Ya en su puerta, el primer error le había llevado a cometer el segundo. Un beso y los recuerdos habían aflorado rápidamente. Un lento paseo en la penumbra hasta su cama y los seis años de abstinencia se terminaron.

Una vez más había acabado atrapado en las garras de una relación destructiva con una heredera mimada, copia del error que había cometido su padre y que había supuesto un infierno en su niñez. Era la clase de relación descontrolada que siempre había tratado de evitar para evitar sufrimientos. A pesar de eso, había tenido la tentación de proponerle a Jenna que se convirtiera en su esposa en aquel matrimonio ficticio hasta que se había dado cuenta de que ella estaba deseando casarse con él pero de verdad.

Volvió a doblar el panfleto y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Se las había arreglado para apartarse de ella, pero aquel error de implicarse de nuevo con Jenna se había vuelto en su contra cuando había descubierto que lo habían visto con otra mujer, la primera novia que había elegido para su farsa. De la noche a la mañana, los detalles de aquella discreta relación habían aparecido en las redes sociales de una conocida bloguera, y solo podían haber sido desvelados por Jenna. Un día después, aquella novia lo había dejado no sin antes decirle que había aceptado tomar parte de aquello por dinero, no por sexo.

A dos semanas de la fecha límite, se había visto obligado a iniciar la selección de una nueva candidata. Con su reputación en entredicho, le había resultado complicado.

Sin opciones viables, cuando Chloe, la ex de Caleb, se había ofrecido a ayudarlo, se había conformado. Por desgracia, había resultado ser la prima de Jenna.

Irritado y nervioso, Caleb volvió la cabeza hacia la habitación de la que acababa de salir.

–Antes de que hagas nada, tienes que ver una cosa en esa habitación.

A regañadientes, Damon siguió a Caleb y Hennessey a través de una puerta doble de cristal hasta una amplia estancia. Al llegar, se quedó de piedra.

En otra época, la habitación había estado llena de sofás de cuero y mesas de centro, con trofeos de caza en las paredes, y una barra en un extremo. Ya no quedaba ni rastro de los trofeos y el olor a rosas blancas era embriagador. Una guirnalda de tul blanco enmarcaba la puerta y había un montón de velas blancas repartidas por todas partes. A un lado había una mesa dispuesta para una romántica cena para dos, con un impecable mantel blanco, cubertería de plata, copas de champán y un centro de rosas y velas. Podía decirse que era lo último que Damon esperaba ver: una boda por todo lo alto.

–Por favor, dime que sigue siendo un matrimonio de conveniencia –dijo Caleb cruzándose de brazos.

–Ya sabes que sí –replicó Damon.

El contrato con Chloe lo había dejado muy claro. El matrimonio era un acuerdo empresarial, y estaba convencido de que ella pensaba lo mismo. Con el ánimo por los suelos, paseó la vista por la habitación. Era evidente que aquello había costado una fortuna.

¿Qué era aquello que estaba en un rincón, un arco nupcial para la ceremonia?

Damon dejó distraídamente su maletín cerca de un aparador en el que solían guardarse las botellas y que había pasado a ser una vitrina en la que se exponían tartas adornadas con las figuras de unos novios.

–Deberías haberme llamado –dijo volviéndose a Hennessey.

–Lo habría hecho si hubiera sabido lo que iba a pasar. Pero he estado dos días de viaje. Cuando he llegado esta mañana, me lo he encontrado todo hecho. Parecía obra de unos ninjas.

Hennessey sacó un folleto y se lo ofreció a Damon.

–Vas a necesitar esto. Es la copia del novio.

Damon ojeó el documento con los planes de boda redactados por Beaumonts, la empresa de organización de bodas de Jenna, y del que emanaba la misma fragancia floral que del panfleto. El programa incluía un aperitivo previo a la boda con bebidas y canapés, una sesión fotográfica y después el banquete de boda. Como si la boda fuera real. Aquello chocaba con los planes de Damon, que consistían básicamente en la lectura de los votos y firma del acuerdo en el despacho de Hennessey, todo ello en apenas veinte minutos.

Abrió el maletín, dejó el folleto encima del montón de documentos que se había llevado para leer esa noche, su noche de bodas, y volvió a cerrarlo.

Intrigado, se dio cuenta de que cuando se había decidido por Chloe como esposa, había confiado en que aquel acuerdo pusiera fin a su larga y persistente relación con Jenna. La mayoría de las mujeres no habrían querido saber nada, pero Jenna había hecho todo lo contrario: se había colado en su boda.

–¿Ha venido?

Hennessey frunció el ceño.

–¿Chloe?

Por un momento, Damon se había olvidado de su futura esposa.

–Me refiero a Jenna.

–Ah, Jenna. Sí, esta mañana estaba aquí con las floristas y los decoradores…

–Esos son los ninjas –murmuró Caleb.

Hennessey se quedó muy serio mirando a Caleb.

–Iban vestidos de negro y andaban de allá para acá con los trofeos de caza. Parecían estar cometiendo un delito.

Damon pensó que el verdadero delito se había cometido en aquella habitación, pero evitó decirlo en voz alta.

Hennessey volvió la atención a Damon.

–En cuanto acaben en la suite nupcial, se marcharán todos excepto la señorita Beaumont.

Lo que significaba que Jenna estaría allí para la boda. Y eso que había intentado excluirla de su vida.

–¿La suite nupcial? –preguntó extrañado.

Por la mirada que Hennessey le dirigió, él también estaba buscando el sentido a aquello.

–Le dije a la señorita Beaumont que ya habías reservado habitaciones separadas para Chloe, pero dijo que la novia había insistido en quedarse en la cabaña que mira hacia el valle porque es más… íntima, y tiene una cama grande y un jacuzzi.

–Lo sabía. Deberías haber buscado a alguien más de fiar. Chloe es muy inestable.

Damon apretó los dientes. Seguramente habrían influido en ella los comentarios en internet que lo habían hecho pasar de considerarlo un soltero huraño a todo un semental. Solo eso podía explicar que se estuviera tomando el matrimonio tan en serio.

Debía de haber previsto aquel contratiempo ya que, pocos días después de haber heredado los millones de Alan Wyatt un año antes, había pasado de ser el vaquero y peón que nadie quería ver con su hija a ser el soltero más codiciado de Texas.

–¿Y cuándo se supone que va a llegar la novia? –preguntó Caleb mientras pasaba pantallas, teléfono en mano.

Damon miró la hora. Eran casi las diez. Debido a las excusas y retrasos de Chloe, incluyendo unas vacaciones en Bahamas con sus amigas, la fecha de la boda se había pospuesto una semana. Tal y como estaban las cosas, la boda iba a celebrarse a las cuatro de esa tarde, apenas ocho horas antes de que se agotara el plazo.

–Ya debería estar aquí. Ramson no está tan lejos.

–Tal vez todavía esté volando desde Houston.

–¿Qué te hace pensar eso? –preguntó Damon, sorprendido por el extraño tono de Caleb.

Chloe vivía en Houston, en un apartamento a quince minutos en coche de su mansión de River Oaks, pero le había asegurado que pasaría la noche anterior en la casa de vacaciones que su familia tenía en Ransom.

Caleb encendió la pantalla de su teléfono y le mostró a Damon una foto de Chloe con sus amigas en lo que aparecía una discoteca. Damon reparó en las palabras al pie de la imagen: Noche de chicas.

Una despedida de soltera.

–Bueno, al menos eso contesta la pregunta.

El hecho de que Chloe estuviera en Houston la noche anterior cuando debería haber estado en Ramson pasó a un segundo plano cuando reparó en lo que llevaba puesto. Aquel vestido azul de seda, casi idéntico al que tenía Jenna, lo hizo retroceder tres meses hasta la noche en que la había rescatado de aquella cita incómoda y el deseo lo había asaltado.

Con cierta amargura se dio cuenta de que, además de no haber previsto que casándose con Chloe acabaría teniendo a Jenna como planificadora de boda, había cometido otro error táctico.

Físicamente, Jenna y Chloe eran como el día y la noche. Jenna era atlética, con el pelo largo y liso, y un estilo clásico. Por su parte, Chloe tenía un físico agradable, el pelo rubio muy corto y un gusto exagerado por los tatuajes y los piercings. Pero lo que las hacía parecerse eran sus rasgos de personalidad. Ambas habían nacido en un entorno acomodado y estaban acostumbradas a salirse con la suya.

Se había dado cuenta demasiado tarde de que, al tomar la decisión de casarse con Chloe, había abierto la caja de Pandora. Nada más descubrir que Jenna iba a participar en la organización de la boda, aquel deseo intenso y apasionado que con tanto empeño había intentado superar durante el último mes había vuelto a cobrar vida.

Y para complicar aún más las cosas, en lugar de sentirse molesto por el fracaso de su estrategia, una parte de él se alegraba.

Porque, a pesar de todo, seguía deseando a Jenna Beaumont en su cama.

 

 

Damon Wyatt iba a casarse.

La organizadora de bodas de alto standing Jenna Beaumont se quedó quieta y dejó de esparcir aquellos delicados pétalos de seda blanca por la habitación que tanto desentonaban con el ambiente rústico del hotel Pleasant River. Cada vez que pensaba en aquel ex tan peligroso y atractivo, su mente se quedaba en blanco.

A pesar de su doloroso y turbulento pasado, era aquella reciente conexión de hacía dos meses lo que la tenía alterada. Se negaba a llamarlo relación porque Damon había estado más ausente que presente. Un Damon al que todavía no reconocía porque, con sus trajes de marca, su perfume caro y su fría mirada oscura, estaba muy lejos de aquel chico indomable del que en otra época se había enamorado.

Respiró hondo y soltó el puñado de pétalos en la caja. Para superar lo que en el mejor de los casos había sido un lamentable tercer error, había cometido una equivocación. Había pensado que estaba tratando con el antiguo Damon, llamémosle Damon Jekyll, y que, finalmente, habían alcanzado un punto donde ambos estaban preparados para entablar una relación sincera.

En vez de eso, había cometido el terrible error de pasar algunas noches, cuando había podido hacerle un hueco en su apretada agenda, con el nuevo Damon. El Damon que llegaba después del anochecer y se iba antes del amanecer, como si no quisiera que lo vieran saliendo de su apartamento. Un Damon cuyo nombre clave era Hyde.

Tal vez debería recordar lo que le había dicho hacía un mes para cortar con ella. Cuatro semanas no eran mucho tiempo, pero teniendo en cuenta que a los cuatro días se había dejado ver con otra mujer, aquella circunstancia seguía molestándola, especialmente después de que sus encuentros hubieran sido clandestinos. Para colmo de males, dos semanas después de aquello se había comprometido con su prima Chloe.

En un mundo ordenado, ¿cómo era posible? No tenía ni idea, razón por la cual, cuando Chloe le había pedido que se encargara de organizarle la boda, después del arrebato inicial de furia, apenas había tardado cinco segundos en aceptar.

Llegados a ese punto, nada le habría impedido que asistiera a la boda porque, si de algo estaba segura, era de que Damon y Chloe no podían estar enamorados. Sencillamente, no encajaban.

Chloe era alegre, popular y rica. Hasta la fecha, había salido con los solteros más deseados de Houston, haciendo lo que las mujeres de su familia habían hecho durante generaciones: dedicarse a buscar al marido perfecto. No tenía sentido aquella precipitada boda secreta con Damon, que siempre había esquivado los compromisos.

Tenía sus sospechas, sobre todo después de descubrir que, dejando al margen las noches que se había acostado con ella, había estado saliendo con otras antes y después de comprometerse con Chloe, y tenía prueba de ello. Era una de las razones por las que estaba empeñada en descubrir si Damon era sincero, aparte de los elevados honorarios que Chloe había insistido que aceptara para organizar la boda y que, por otra parte, necesitaba con desesperación.

Si no estaba siendo sincero, se las vería con ella. En el sur, la familia era lo más importante y Chloe era como una hermana. Con sus padres viviendo en el extranjero, Jenna se veía en la obligación de darle a Chloe la boda de sus sueños, además de averiguar por qué un hombre que había jurado no casarse jamás, iba a hacerlo con su prima.

Aquello no encajaba. Su prima había estado saliendo con Damon dieciséis días como mucho, de los cuales había pasado una semana en las Bahamas de vacaciones. No era un comportamiento propio de una novia que estuviera a punto de casarse con el hombre de sus sueños.

Dieciséis días y se le había declarado.

Jenna había estado acostándose con él dos meses y no había conseguido nada.

Una imagen de Damon, de la mañana después de la última noche que habían pasado juntos, disparó la tensión. No había dejado de aumentar en las últimas veinticuatro horas mientras supervisaba los preparativos de la boda, despertando en ella un confuso e inquietante torrente de emociones.

Un mes antes, se había despertado de madrugada y se había encontrado a Damon, acostado de lado, observándola, bañado por la luz de la luna que se filtraba por las cortinas. Le había acariciado los labios y lo había atraído hacia ella. Pero en vez de aceptar el beso, se había apartado, había entrelazado sus dedos con los suyos y, por un instante, había tenido la impresión de que iba a preguntarle algo importante. Tal vez había querido decirle que estaban bien juntos y que quería una relación seria.

De repente, el corazón le había empezado a latir con fuerza y el estómago le había dado un vuelco como si acabara de asomarse a un precipicio que no sabía que existiera. Tenía veintiocho años y habían pasado seis desde la última vez que habían estado juntos de una manera tan íntima. Había echado de menos estar con Damon.

Entonces su teléfono había vibrado rompiendo la magia del momento. Se había levantado de la cama para atender aquella llamada seguramente desde algún lejano rincón del mundo. Mientras hablaba, había recogido su ropa y se había marchado desnudo a la ducha. Quince minutos más tarde, aquel hombre esbelto y musculoso, de metro noventa de altura, había regresado mojado y sin camisa.

Después de otra llamada, había mirado la hora en su reloj, había acabado de vestirse y se había inclinado para besarla en los labios antes de decirle que tenía que tomar un vuelo temprano.

Jenna cerró la tapa de la caja de madera que contenía los pétalos de rosa.

Aquel detalle romántico no pegaba nada con la pesada arquitectura de la cabaña, la colcha en tonos grises de la cama, el suelo de madera y la alfombra de piel de vaca. Tampoco con las cornamentas que colgaban en la pared opuesta.

Guardó la caja en su bolso y sacó una bolsa de chocolatinas con el elegante logotipo de los Beaumont impreso en el envoltorio.

Se le hizo difícil dejar las chocolatinas en las almohadas de la enorme cama. Sabía el lado de la cama que escogería Damon. Solo con mirar las sábanas blancas le asaltaron los recuerdos. Le había costado superar lo que podía considerarse una atracción fatal, si bien Damon no había tenido ningún reparo. Había sido él el que había puesto fin a sus tres relaciones. La primera, una aventura de una noche totalmente insatisfactoria; la segunda, un idilio de verano que había empezado a creer que llegaría a ser algo serio; y la tercera, otra aventura insatisfactoria, con una decisión que la había dejado atónita.

En definitiva, la había abandonado tres veces.

En la historia de los Montague, la rama familiar por parte de madre era algo inaudito que a uno lo dejaran, incluso que la relación terminara quedando como amigos. Su madre era una Montague de Nueva Orleans. Todos eran muy guapos, con ojos azules penetrantes, pómulos marcados, narices rectas y barbillas firmes. Eran tan perfectos que parecían de otro planeta.

Ella había nacido allí en Ransom y había heredado la belleza de su madre, lo que unido a un cuerpo bronceado y tonificado gracias a su pasado como animadora y a su adicción al gimnasio, hacía que llevara años teniendo que espantar a los hombres.

A todos, excepto a Damon.

Cuando había puesto su mirada azul en ella, sus hormonas se habían apoderado de su cerebro y había acabado metiéndose en la cama con él. Todo había pasado muy rápido.

Con un movimiento brusco, volvió a guardar las chocolatinas en la bolsa. Al recordar la forma en que Damon la había dejado un mes antes, con una simple llamada telefónica, era como recompensar su mal comportamiento con chocolate.

Recogió la vela aromática y los albornoces de lino, detalles por los que le gustaba distinguirse, y se los llevó al cuarto de baño. Dejó los albornoces perfectamente doblados a un lado de la encimera de granito y al otro dejó la vela con brusquedad.

Rápidamente se aseguró de que no se hubiera roto el candelabro de cristal. Era caro y no podía permitirse más gastos. Su negocio era un éxito, pero no nadaba en la abundancia. A pesar de su creciente popularidad como organizadora de bodas, últimamente estaba en números rojos debido al agujero financiero en el que se había convertido el bufete familiar tras la muerte de su padre. Eso, unido a las altas tasas académicas de Harvard, donde estudiaba su hermano pequeño Luke, la tenían al borde de la bancarrota. Si no encontraba una solución inmediata para sus problemas financieros, tanto el despacho Beaumont Law como su empresa de organización de bodas se irían a pique.

Volvió a la habitación y se quedó mirando las vistas hacia el río Pleasant. Apenas se veían las distantes colinas cubiertas de un oscuro manto de pinos debido a las nubes, la intensa lluvia y una niebla densa e inquietante.

No hacía un día para casarse. De hecho, la aplicación del tiempo de su teléfono anunciaba el paso de un huracán de categoría dos por el golfo de México. Pero nada de aquella boda secreta y apresurada daba la sensación de ser una celebración. Incluso Chloe, a pesar de su insistencia por tener todo tipo de muestras de lujo, no parecía interesarse por los detalles. Lo único que le había pedido a Jenna era que organizara la pequeña ceremonia íntima con la que soñaba, lo cual era una señal para preocuparse.