Vuelve a mi cama - Una aventura complicada - Peligroso y sexy - Fiona Brand - E-Book
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Vuelve a mi cama - Una aventura complicada - Peligroso y sexy E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Vuelve a mi cama A Constantine Atraeus no le bastaba con tener el control de Perlas Ambrosi si no conseguía que Sienna Ambrosi volviera a ocupar su cama. Sin embargo, Sienna no estaba dispuesta a ceder a las simples promesas ni a los planes de seducción de Constantine; por eso, él tuvo que redactar un contrato legalmente vinculante: le propuso matrimonio. Si Sienna accedía a casarse, podría salvar la empresa familiar. Una aventura complicada Lucas Atraeus y Carla Ambrosi habían tenido una tórrida aventura secreta, hasta que sus familias se habían visto unidas por un matrimonio y por los negocios. De repente, la situación se había complicado. Consumido por el pasado, Lucas no había permitido nunca que su corazón dominase a su cabeza; esa aventura debía terminar. Peligroso y sexy Lilah Cole había elaborado un plan para encontrar al marido perfecto basándose en una lista de cualidades; su jefe las cumplía todas, pero, desafortunadamente, era su hermano Zane Atraeus quien poblaba sus fantasías. ¿Cómo conseguiría Lilah resistirse a una tentación que representaba todo lo contrario de lo que se había propuesto en la vida?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 46 - agosto 2019

 

© 2012 Fiona Gillibrand

Vuelve a mi cama

Título original: A Breathless Bride

 

© 2012 Fiona Gillibrand

Una aventura complicada

Título original: A Tangled Affair

 

© 2012 Fiona Gillibrand

Peligroso y sexy

Título original: A Perfect Husband

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-383-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Vuelve a mi cama

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Una aventura complicada

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Peligroso y sexy

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Con una fría mirada, Constantine Atraeus observaba a las personas que asistían al entierro de Roberto Ambrosi. Buscaba algo incansablemente… hasta que por fin lo encontró.

Con su largo cabello rubio, ojos oscuros y elegantemente vestida, Sienna, la hija de Roberto, destacaba entre el resto de los asistentes al entierro como un ave exótica.

Él apretó la mandíbula al ver las lágrimas en el rostro de Sienna y descartó la compasión que, a su pesar, se había apoderado de él. También apartó los recuerdos. Por muy inocente que fuera el aspecto de Sienna, no se podía permitir olvidar que su antigua prometida era la nueva directora gerente del decadente imperio de las perlas de su familia. Era, principal y primordialmente, una Ambrosi. Descendientes de la que había sido una familia muy acaudalada, los Ambrosi eran famosos por dos cosas: su radiante belleza y su capacidad para concentrarse en lo que importaba de cada asunto.

En aquel caso, lo que importaba era el asunto que había llevado a Constantine hasta allí.

–Dime que no te vas a encarar con ella ahora mismo.

Lucas, el hermano de Constantine, que aún sufría los efectos del largo vuelo que lo había llevado desde Roma hasta Sídney, salió del Audi que Constantine había utilizado para ir a recoger a sus dos hermanos al aeropuerto.

Lucas ya llevaba dos días en Sídney por motivos de trabajo e iba elegantemente vestido, aunque hacía ya mucho tiempo que había desechado la americana y la corbata. Zane, que ya había salido del coche y estaba observando a los asistentes al entierro, iba ataviado con unos vaqueros negros y una camisa del mismo color. Las gafas oscuras que llevaba puestas le daban un aspecto aún más distante.

Lucas era muy guapo, tanto que la prensa lo acosaba sin piedad. Zane era en realidad hermanastro de los otros dos Atraeus. Se había pasado un tiempo en las calles de Los Ángeles durante su adolescencia hasta que su padre lo encontró y, en aquel momento, tenía un aspecto sencillamente arrebatador. Aparte de su aspecto físico, Constantine confiaba en que sus dos hermanos se comportaran como esperaba de ellos a la hora de proteger los intereses de la familia.

Con cierta tristeza, pensó que la atracción física que lo había apartado de las oficinas principales del Grupo Atraeus le estaba nublando su buen juicio.

Hacía dos años que Constantine había aprendido por fin a separar el deseo sexual de los negocios. En aquella ocasión, si se daba el caso de que Sienna Ambrosi terminara en su cama, sería bajo sus condiciones y no bajo las de ella.

–No he venido aquí para poner unas flores en la tumba de Roberto.

–Ni permitirle a ella que llore a su padre. ¿Has pensado en dejarlo para mañana? –le preguntó Lucas mientras se ponía la americana y cerraba de un portazo el Audi.

Constantine hizo un gesto de dolor al ver cómo trataba Lucas el vehículo. Su hermano era más pequeño que él y no recordaba los días de necesidad, cuando la familia Atraeus era tan pobre que ni siquiera se podían permitir un coche. El hecho de que su padre descubriera una rica mina de oro en la isla de Medinos, en el Mediterráneo, no había alterado ninguno de sus recuerdos de la infancia. Jamás se olvidaría de lo que se sentía cuando no se tenía nada.

–En lo que se refiere a la familia Ambrosi, mañana es demasiado tarde –replicó él. Entonces, miró con resignación a los reporteros, que se arremolinaban en torno a los invitados como si fueran buitres a punto de darse un festín–. Además, parece que la noticia ya se ha filtrado. A pesar de que no sea el momento adecuado, necesito respuestas.

Y recuperar el dinero que Roberto Ambrosi le había arrebatado mediante engaños a su padre moribundo mientras que Constantine estaba fuera.

Dejaría al descubierto el engaño que había descubierto hacía poco más de una semana. Después de que no contestaran sus llamadas telefónicas durante muchos días y de pasar horas frente a la residencia de la familia Ambrosi, que parecía haber estado vacía, había perdido por completo la paciencia y el deseo de dar por terminado aquel asunto discretamente.

Lucas comenzó a caminar junto a su hermano. Constantine se dio cuenta de que la atención de Lucas se centraba en Carla, la más pequeña de las hijas de Ambrosi.

–¿Estás seguro de que Sienna estaba implicada?

Constantine no se molestó en ocultar su incredulidad. ¿Qué posibilidades había de que la mujer que había accedido a casarse con él hacía dos años sabiendo que su padre estaba rematando los flecos de un acuerdo secreto con el de él no hubiera conocido el último engaño de Roberto?

–Claro que lo está.

–Ya sabes cómo era Roberto…

–Más que dispuesto a aprovecharse de un hombre moribundo.

Constantine estableció un breve contacto visual con los dos guardaespaldas que los habían acompañado en otro vehículo. No deseaba tener escoltas, pero ser director gerente de una empresa multimillonaria suponía que tenía que enfrentarse con más amenazas de las que le gustaría.

Mientras se acercaban, se dio cuenta de la ausencia de los miembros masculinos de la familia y de los guardaespaldas. La rica y poderosa familia Ambrosi, para la que su abuelo había trabajado de jardinero, estaba formada ahora tan solo de Margaret, la viuda de Roberto; Sienna y Carla, las dos hijas; y una serie de ancianas tías y de primas lejanas.

Cuando se detuvo junto a la tumba, las nubes que habían estado tapando el sol se apartaron. La oscura mirada de Sienna se cruzó con la de él. En aquel instante, algo parecido a la alegría pareció surgir, como si ella se hubiera olvidado de que dos años atrás, cuando había tenido que elegir entre él o el dinero, se había inclinado por el vil metal.

Durante un largo instante, Constantine tuvo la extraña sensación de haber vivido ya aquel momento, una poderosa unión que estaba seguro de que jamás volvería a sentir.

Experimentó una sensación en el pecho, un pulso errante de emoción y, en vez de apartar la mirada, se permitió verse atrapado, enredado…

Un segundo más tarde, el viento alborotó las hojas que habían caído al suelo. En el poco tiempo que Sienna tardó en colocarse el cabello detrás de una oreja, la ensoñación que se había apoderado de él y lo había engañado tan completamente dos años atrás desapareció por completo y se vio reemplazada por una total incredulidad.

Evidentemente, a pesar de todo lo ocurrido había estado a punto de perderse de nuevo. La ira se vio reemplazada muy pronto por el alivio. Había estado a punto de caer de nuevo entre sus redes.

Apartó la mirada de ella y centró su atención en la tumba, que en aquellos momentos se encontraba cubierta por hermosas coronas de flores. Aquello reafirmó sus propósitos y le recordó lo que había ido a hacer allí.

Roberto Ambrosi había sido un mentiroso, un ladrón y un estafador, pero Constantine le daría su merecido. Él había sabido muy bien cuándo era el momento de escapar.

Sienna, por el contrario, no tenía posibilidad ninguna de hacerlo.

 

 

El corazón de Sienna comenzó a latir con fuerza cuando Constantine cerró la distancia que los separaba. Durante unos instantes, exhausta por la tristeza y agotada por la lucha que le había supuesto sentirse aliviada por no tener que enfrentarse ya a la adicción al juego de su padre, se había olvidado de que estaba en el cementerio.

Se había preparado para pensar siempre en positivo pero aquella ensoñación había sido demasiado. Una reinvención del pasado, donde el amor era lo primero en vez de ser uno más en la larga y compleja lista de bienes y agendas. Entonces, se había dado la vuelta y, durante un instante, el pasado, que aún le había parecido que le pertenecía y que tanto había deseado que siguiera acompañándola, había vuelto a cobrar vida: Constantine.

La realidad de sus poderosos y masculinos rasgos, del cabello negro, los anchos hombros y del aroma que siempre le aceleraba los latidos del corazón la había devuelto al presente de un plumazo.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó ella secamente. Desde lo ocurrido hacía dos años, los Ambrosi y los Atraeus habían mantenido una gélida distancia. Constantine era la última persona que esperaba ver en el entierro de su padre y, además, la menos bienvenida.

Constantine le agarró la mano. Aquel cálido contacto le provocó un vibrante hormigueo por todo el cuerpo. Respiró profundamente y notó el aroma de la colonia que, segundos atrás, la había transportado hasta el pasado. En aquella ocasión, le provocó un nudo en el estómago.

Sin duda alguna, Constantine seguía siendo un hombre guapo e impresionante. La había fascinado hasta el punto de que ella había sido capaz de romper la norma que regía su vida. Había dejado de pensar para sentir. Grave error.

Constantine había estado muy por encima de ella. No había más que decir. Era demasiado rico, demasiado poderoso, y estaba demasiado centrado en proteger el imperio empresarial de su familia.

Con amargura, se dio cuenta de que la prensa sensacionalista había estado en lo cierto. Cruel en los negocios, lo mismo en la cama. El director gerente del Grupo Atraeus era un buen partido, pero no se podía esperar llegar al altar con él.

Constantine se inclinó hacia delante, lo suficiente para que el rostro perfectamente afeitado estuviera a punto de rozar la mejilla de Sienna. Durante un instante, ella pensó que Constantine iba a besarla pero cuando vio la expresión distante de su rostro borró por completo aquel pensamiento.

–Tenemos que hablar –le dijo él con voz profunda y seca–. Te espero dentro de cinco minutos en el aparcamiento.

Sienna le soltó la mano y dio un paso atrás. ¿Reunirse con el hombre que le había pedido en matrimonio para, a la semana siguiente, descartarla porque creía que ella tan solo era una cazafortunas? Eso sería cuando se helaran las llamas del infierno.

–No tenemos nada de lo que hablar.

–Cinco minutos. Asegúrate de estar allí.

Con un nudo en el estómago, Sienna observó cómo se alejaba entre las tumbas. Se percató también de la presencia de Lucas y Zane, los hermanos de Constantine. Los dos guardaespaldas mantenía a los periodistas y a los curiosos a raya.

Notó que alguien le tocaba en el brazo. Era su hermana Carla. Con gran fuerza de voluntad, Sienna se sacudió la sorpresa que le había producido la presencia de Constantine y su propia reacción. La repentina muerte de su padre y la delicada situación financiera subsiguiente había consumido cada instante de su vida desde hacía unos días. A pesar de eso, tan solo le había hecho falta una mirada de Constantine para olvidarse de dónde estaba y por qué.

Carla frunció el ceño.

–Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?

–Sí.

Desesperada por recuperar el equilibrio, Sienna metió la mano en el bolso y sacó la polvera para mirarse en el espejo. Después de las lágrimas y del húmedo calor, el ligero maquillaje que se había aplicado aquella mañana había desaparecido. Tenía el cabello revuelto y los ojos enrojecidos, exactamente lo contrario de su habitual fachada fría y sofisticada.

Carla, que tenía un aspecto más mediterráneo que ella con su brillante cabello negro y unos maravillosos ojos azules, observaba a los hermanos Atraeus con una extraña expresión en el rostro.

–¿Qué están haciendo aquí? Por favor, no me irás a decir que has vuelto a salir con Constantine.

Sienna cerró la polvera y volvió a meterla en el bolso.

–No te preocupes. No estoy loca.

–Entonces, ¿qué quería?

Por el bien de su familia y de su empresa, tenía que mantenerse controlada, fría, a pesar de lo preocupada que se sentía.

–Nada.

Recordó lo que le había dicho Constantine y su cerebro se puso en funcionamiento. Tenía que pensar y hacerlo rápidamente.

Durante los últimos tres días, se había pasado largas horas revisando los papeles y la contabilidad de su padre. Había descubierto varios depósitos muy grandes que no podía relacionar con la empresa. El dinero llevaba entrando un periodo de dos meses. Cantidades muy grandes. El dinero se había utilizado para engordar las flacas finanzas de Perlas Ambrosi y cubrir las recurrentes deudas de juego de su padre, pero desconocía la fuente de aquellos ingresos. Al principio, pensó que tenían que ser ganancias, pero la similitud de las cantidades la había confundido. Roberto Ambrosi había ganado grandes sumas de dinero en el pasado, pero las cantidades habían diferido mucho.

Y Constantine quería una conversación.

Desesperada por negar la conclusión a la que estaba llegando y para distraer a Carla, que aún seguía mirando a los hermanos Atraeus, miró a su alrededor para buscar a su madre.

–Mamá necesita ayuda.

Carla también había visto al periodista que estaba charlando con Margaret Ambrosi. La viuda estaba agotada y aún algo aturdida por los sedantes que el médico le había prescrito para poder dormir.

–Voy a por ella. Además, ya va siendo hora de que nos marchemos. Se suponía que teníamos que estar en la casa de la tía Via para comer hace diez minutos.

Sienna había decidido que un almuerzo privado para la familia en el apartamento de su tía Octavia, la hermana de su padre, era mejor que una recepción más formal, algo que ella consideraba un lujo innecesario.

Los cuatro días que habían pasado desde que su padre murió de un ataque al corazón habían sido una montaña rusa, pero eso no cambiaba la realidad. Los días de gloria de Perlas Ambrosi, cuando su abuelo trasladó la empresa de la zona catastrófica en la que Medinos se había convertido durante la Segunda Guerra Mundial a Sídney, habían pasado a la historia hacía mucho tiempo. Sienna tenía que apoyar el negocio dando la impresión de riqueza y estabilidad a pesar de que estaban operando con un presupuesto muy apretado. Por suerte, su padre había tenido una pequeña póliza de seguros que había resultado suficiente para cubrir los gastos básicos del entierro, y ella tenía la excusa de la mala salud de su madre para evitar tener que socializar con los asistentes al entierro.

–Dile a Via que no voy a poder llegar a almorzar. Te veré en casa más tarde.

 

 

Constantine miró pensativo el cielo mientras abría el Audi y se acomodaba en él para esperar a Sienna. Desde el asiento trasero, Zane miraba con desaprobación a los periodistas, que estaban tratando de esquivar a los guardaespaldas de Constantine para poder hablar con él.

–Veo que le sigues gustando.

Constantine ahogó su irritación. Zane, que tenía veinticuatro años, era más joven que él. Algunas veces, parecían llevarse mucho más de seis años.

–Son negocios.

Lucas tomó asiento junto a él.

–¿Tuviste oportunidad de hablar del préstamo con Roberto?

Constantine se aflojó la corbata.

–¿Por qué crees que le dio un ataque al corazón?

Aparentemente, Roberto había tenido problemas de corazón. En vez de presentarse en la casa de Constantine, como habían quedado para la reunión que él mismo había pedido, se había sentado en una mesa de blackjack. Al ver que Roberto no se presentaba, Constantine había realizado algunas llamadas y había descubierto que Roberto se había ido directamente al casino, aparentemente con un deseo febril por ganar el dinero que necesitaba.

Constantine había enviado a Tomas, su asistente personal, para recoger a Ambrosi. Al llegar, Tomas había descubierto que, segundos después de ganar una suma considerable, Roberto se había empezado a sentir indispuesto. Tomas llamó a una ambulancia, pero, instantes después, Roberto se agarró el pecho y cayó fulminado.

El propio Constantine estuvo a punto de tener un ataque al corazón cuando se enteró. Al contrario de los rumores que lo tachaban de cruel e insensible, él se había mostrado dispuesto a hablar con Roberto, aunque aquello no solo tenía que ver con él. Tenía que considerar su negocio y su familia y Roberto Ambrosi había engañado a su padre.

–¿Sabe Sienna que tú te ibas a reunir con su padre? –le preguntó Lucas.

–Todavía no.

–Pero lo sabrá.

–Sí.

Constantine se quitó la corbata porque, de repente, le parecía la soga de un ahorcado, y se desabrochó dos botones de la camisa. Quería atraer la atención de Sienna. Por eso se ocupaba él del problema personalmente. Después de ser prácticamente el responsable de la muerte de su padre, estaba completamente seguro de que ya la tenía.

 

 

Los truenos rugían en el cielo mientras Sienna se dirigía hacia su coche con la intención de tomar el paraguas que tenía en el asiento trasero. Mientras atravesaba el aparcamiento, se abrió la puerta corredera de una furgoneta y salió un periodista justo delante de ella con una cámara entre las manos. Automáticamente, ella levantó un brazo para ocultarse del flash.

Un segundo periodista se unió al primero. Sienna se dio la vuelta y cambió de dirección. Justo en ese instante, se dio cuenta de que otra furgoneta acababa de entrar en el aparcamiento. Aquellos no formaban parte del grupo de periodistas respetuosos que habían estado presentes en el entierro. Aquellos habían acudido con toda seguridad atraídos por la presencia de Constantine y con la esperanza de reinventar un viejo escándalo.

¿Cómo se había atrevido Constantine a presentarse en el entierro? ¿Acaso había planeado exponerlos a todos a un nuevo circo mediático?

Un nuevo trueno restalló en el cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Agarró bien el bolso y apretó el paso y, al rodear un seto, echó a correr. Un segundo más tarde, se chocó contra la sólida barrera de un torso masculino: Constantine.

Él le indicó con la cabeza un roble.

–Por aquí. Hay más periodistas al otro lado del aparcamiento.

Le colocó la mano en la espalda. Sienna reprimió un temblor al sentir el calor que emanaba de la palma de la mano. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Sabía que Constantine la había seguido con la intención de protegerla.

–Gracias.

Constantine la animó a refugiarse bajo el árbol. Las espesas ramas les protegían de la lluvia, pero no podían evitar que algunas gotas cayeran, mojándole aún más el cabello y los hombros del vestido.

Sacó un pañuelo del bolso y se secó un poco el rostro. Afortunadamente, al cabo de pocos minutos la lluvia comenzó a escampar y el sol volvió a salir, iluminando el aparcamiento y el cementerio a través de los árboles. De repente, los ojos volvieron a llenársele de lágrimas y estas volvieron a caerle por el rostro. Trató de enjugárselas con el pañuelo.

Constantine le ofreció un enorme pañuelo blanco. Ella se secó las lágrimas y ahogó con él sus sollozos. Un instante más tarde, se encontró rodeada por los brazos de Constantine y apretada contra su pecho. Tras un instante de tensión, ella se relajó y aceptó el consuelo. No obstante, parecía que, después de empezar a llorar, le resultaba imposible parar. Poco a poco, empezó a llorar más tranquilamente. Dejó que él le masajeara la espalda. El dolor la había dejado tan agotada, que, simplemente, se dejó consolar y tranquilizar.

–Tenemos que marcharnos –le dijo Constantine–. Aquí no podemos hablar.

Ella se movió ligeramente y se dio cuenta de que Constantine tenía una erección. Los recuerdos se apoderaron de ella, unos muy sensuales y otros dolorosos y humillantes.

Se apartó de él con tanto ímpetu que el bolso se le cayó al suelo. Se inclinó para recogerlo.

Si Constantine quería hablar con ella, tendría que ser otro día. No iba a quedarse allí para sufrir la misma humillación en los medios que había padecido dos años atrás.

–Maldita sea, Sienna.

¿Le pareció notar amabilidad en su voz?

Había vuelto a empezar a llover. Ya no le importó, porque estaba completamente mojada. El cabello húmedo se le pegaba al rostro y parecía que el vestido se le había pegado al cuerpo.

El aspecto de Constantine no era mucho mejor. Tenía la ropa pegada al cuerpo y, a través de la camisa blanca, se adivinaba el color bronce de su piel.

Sienna apartó la mirada de una visión tan turbadora.

–Lo siento…

–Ya hablaremos en otro momento. Como ves, estoy empapada.

Con eso, se dio la vuelta y buscó una salida que no tuviera periodistas con micrófonos o con cámaras. Sin embargo, Constante le rodeó la cintura con un brazo y la estrechó de nuevo contra su cuerpo.

–Llevo llamándote cuatro días sin que te hayas dignado a contestarme –le gruñó al oído, provocándole a Sienna un escalofrío por la espalda–. Si crees que voy a seguir esperando, estás muy equivocada.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Enfurecida por la intimidad de aquel abrazo y las sensaciones no deseadas que estaba experimentando, Sienna agarró los dedos de Constantine para tratar de soltarse.

–Déjame ir.

–No.

De soslayo, captó movimiento a su alrededor y oyó que se cerraba la puerta de un coche.

Constantine murmuró algo en voz baja. Después de que lo peor de la tormenta hubiera pasado, los periodistas parecían estar saliendo de nuevo de sus coches. La hizo girar entre sus brazos.

–¿Qué es lo que hice yo para hacerte daño, Constantine? –replicó ella. Le colocó las manos en el pecho y empujó.

Él murmuró una frase en medinio.

–Estate quieta…

El idioma de Medinos, un dialecto italiano con influencias griegas y árabes, tuvo un devastador efecto sobre ella. Maldita sea… ¿Por qué tenía que gustarle tanto? Sin que pudiera evitarlo, una parte de su ser se sentía excitada por aquella situación. Trató por todos los medios de mantener la distancia que había entre ellos, pero que, de todos modos, no parecía bastar dada la explosiva reacción que había sentido.

Tal vez, la prensa consideraría aquello una muestra de consuelo por parte de Constantine en vez de un encuentro amoroso muy poco digno.

–¿Quién ha llamado a la prensa? –le espetó ella–. ¿Tú?

Él lanzó una carcajada.

–Cara, yo pago a la gente para que los aleje de mí.

–No me llames….

–¿Qué? ¿Cariño? ¿Nena? ¿Cielo?

Constantine le agarró la mandíbula con los largos dedos. Se inclinó lo suficientemente cerca como para que cualquiera que los estuviera observando pensara que el abrazo era íntimo, que él estaba a punto de besarla.

Una sensación agridulce se apoderó de ella. Recordó la primera vez que se vieron, hacía ya dos años.

Al igual que en esta ocasión, se trataba de un día oscuro y lluvioso. Sienna salió de un taxi para dirigirse hacia la entrada de un restaurante con la visión restringida por el paraguas cuando los dos se chocaron. Ella había terminado sobre la acera mojada. Como llevaba también un vestido negro, aunque más estrecho y más corto, la pequeña abertura lateral se había desgarrado un poco más. Además, había perdido el paraguas y un zapato.

Constantine se había disculpado y le había preguntado si se encontraba bien. Su voz era profunda y sensual. Además, se había arrodillado junto a ella para volver a ponerle el zapato, por lo que Sienna tuvo, por un instante, la sensación de que se encontraba en su cuento de hadas favorito. De hecho, cuando él se marchó, a ella le pareció que el corazón se le había roto.

La presión de las manos de Constantine en los brazos la devolvió al presente. Al ver el gesto que él tenía en el rostro, se dio cuenta de que estaba tan turbado como ella.

–Ya basta… –gruñó él.

Constantine se apartó de ella para borrar el deseo que, a pesar de todos sus esfuerzos, jamás había sido capaz de erradicar.

–Llevas puesto el mismo vestido…

–No.

–Pues el tacto es idéntico.

–Quítame las manos de encima y así no tendrás que sentir nada.

La voz de Sienna sonaba fría y cortante, pero el hecho de que ella fuera incapaz de mirarlo a los ojos le contaba una historia muy diferente. Debería dejarla marchar. Evidentemente, estaba muy afectada.

Hacía dos años, Sienna lo había engañado amargamente. En aquellos momentos, tocarla debería ser algo repugnante para él. Sin embargo, se veía atrapado por el desafío de aquellos ojos oscuros.

–No hasta que tenga lo que he venido a buscar.

Sienna pareció tan preocupada que Constantine no dudó ni por un instante que ella pudiera haber tenido algo que ver con el comportamiento de su padre. Estaba metida en el asunto hasta su elegante cuello. La confirmación le resultó inesperadamente deprimente.

Ella se sonrojó.

–Si lo que quieres es discutir, tendrás que esperar. Por si no te has dado cuenta, los dos estamos empapados y acabo de enterrar a mi padre.

Constantine le agarró los brazos con un poco más de fuerza.

Sienna miró por encima del hombro.

–Tranquilízate –dijo él mientras observaba a los periodistas que se estaban acercando a ellos–. A menos que quieras salir en las noticias, quédate conmigo y guarda silencio. Hablaré yo.

De repente, los dos guardaespaldas de Constantine se materializaron a su lado y se dirigieron hacia los periodistas.

En ese momento, comenzaron las preguntas.

–Señorita Ambrosi, ¿es cierto que Perlas Ambrosi está a punto de declararse en quiebra?

–¿Tiene que decir algo sobre el hecho de que, presuntamente, su padre robó dinero mediante engaños a Lorenzo Atraeus?

Se dispararon varios flashes y cegaron a Sienna momentáneamente. Una atractiva pelirroja se coló por debajo de uno de los brazos de los guardaespaldas y le colocó un micrófono en el rostro. Sienna reconoció a la reportera.

–Señorita Ambrosi, ¿nos puede decir si se han presentado cargos?

–¿Cargos? –repitió Sienna sin comprender.

–A menos que quieran una demanda por difamación –intervino Constantine–, les sugiero que retiren esas preguntas. Para que conste, Perlas Ambrosi y el Grupo Atraeus están negociando un acuerdo comercial. La muerte de Roberto Ambrosi ha complicado las negociaciones. Eso es lo único que estoy dispuesto a decir.

–Constantine, ¿tiene esto que ver con los negocios? –le preguntó la pelirroja–. ¿Podría ser que, si se estuviera preparando una fusión, fuera esta por medio de una boda?

Constantine empujó a Sienna hacia un elegante Audi negro que se había detenido a pocos metros de ellos.

–No vamos a hacer más comentarios.

Lucas salió por la puerta del conductor y le arrojó las llaves. Constantine las recogió y abrió la puerta del copiloto. Cuando Sienna se dio cuenta de que Constantine quería que se metiera en el coche con él, se tensó.

–Puedes venir conmigo o quedarte –le susurró él–. Tú eliges.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

–Iré contigo.

 

 

Se vio en el interior del lujoso Audi. Los cristales tintados bloqueaban lo que ocurría en el exterior. Constantine arrancó rápidamente.

–Ahora que estamos solos, ¿me podrías decir a qué ha venido todo eso? ¿Cargos? ¿Engaños? ¿Y eso de que estamos negociando un acuerdo?

Sienna era la consejera legal de Perlas Ambrosi. Su padre no le había vuelto a hablar sobre el Grupo Atraeus desde hacía más de dos años. Después de que fracasara el préstamo que Roberto quería conseguir y el compromiso de Siena, el tema había sido tabú para ellos.

–Hay un problema, pero no estoy dispuesto a hablar del tema mientras voy conduciendo.

–Si no quieres hablar de ello, al menos dime por qué, si Perlas Ambrosi ha hecho algo supuestamente tan malo, estás dispuesto a ayudarme en vez de arrojarme a las garras de las hienas de la prensa.

–¿Del mismo modo que te traté hace dos años?

–Sí.

–Porque acabas de perder a tu padre.

–No te creo. Hay algo más…

Durante la breve conversación en la que Constantine rompió su compromiso, Sienna había tratado de hacerle comprender las complicaciones de las crecientes deudas de juego de su padre y de la lucha que ella tenía para mantener a su padre y a la empresa familiar a flote. Que, en los estresantes días antes de que Constantine descubriera el trato, la lógica de que su padre le pidiera ayuda a Lorenzo Atraeus le había parecido perfectamente viable.

No le había servido de nada.

–Como has oído de boca de los periodistas, ciertamente hay algo más. Si recuerdas bien, esa fue la razón de que terminara nuestro compromiso.

–Mi padre le propuso al tuyo un acuerdo que él también quería.

–Reestablecer una fábrica de perlas en Medinos era una proposición basada en el oportunismo y en la nostalgia, no en los beneficios. Ni tenía sentido entonces ni lo tiene ahora. El Grupo Atraeus tiene negocios más lucrativos que restaurar la industria de las perlas cultivadas en Medinos.

–Negocios que no requieren ni historia ni sentimiento, como extraer oro y construir hoteles de lujo.

–No recuerdo que te molestara nunca el concepto de ganar dinero –replicó él mirándola fijamente–. Hace dos años, el dinero era antes que el sentimiento.

Sienna se sonrojó.

–Me niego a disculparme por un acuerdo comercial que yo no instigué. Mi único pecado fue no tener el valor de contarte lo de ese trato.

Se puso a mirar por la ventana mientras Constantine entraba en el aparcamiento de un centro comercial. Era demasiado tarde para admitir que se había temido que la adicción de su padre al juego y los problemas económicos de su familia le harían daño a su compromiso. El tiempo demostró que tenía razón. Constantine se mostró convencido de que ella lo había traicionado y de que su único interés por él había sido siempre monetario.

–Me disculpé contigo por no habértelo contado, pero, francamente, di por sentado que eso era algo de lo que se ocuparía tu padre.

Constantine aparcó el Audi y se quitó el cinturón de seguridad. Se giró en su asiento y apoyó un brazo en el respaldo del de ella

–¿Incluso sabiendo que la falta de transparencia de mi padre indicaba que me lo estaba ocultando?

Justo en aquel momento, el coche de Sienna apareció en el espacio de al lado, conducido por el guardaespaldas. Sienna se quitó también el cinturón y agarró su bolso.

–No sabía que tú estabas tan en contra de la idea de restablecer una fábrica de perlas en Medinos.

–Igual que yo no pude comprender por qué tú no comentaste nada del acuerdo, que se redactó justamente el día después del anuncio de nuestro compromiso.

Sienna lo miró.

–¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Yo no tuve nada que ver con el préstamo. Piénsalo, Constantine. Si yo era tan egoísta y maquiavélica, debería haber esperado hasta que nos hubiéramos casado.

Un intenso silencio paralizó el interior del coche. Sienna no podía respirar. Como pudo, abrió la puerta del coche para salir, pero Constantine se inclinó sobre ella y la cerró antes de que ella pudiera hacerlo. De inmediato, se vio atrapado entre el deseo de protegerla y el deseo de poseerla para hacerle el amor hasta que se rindiera por completo a él.

–Eso sí que es interesante. Di por sentado de que la razón por la que guardaste silencio sobre el préstamo era porque tu padre necesitaba el dinero desesperadamente y no podía esperar.

Ella palideció inmediatamente. Constantine supo en aquel instante que había ido demasiado lejos. Entonces, el color volvió a teñirle las mejillas a Sienna y el aura de fragilidad se evaporó inmediatamente.

–Tal vez simplemente estaba obedeciendo órdenes.

Constantine la miró fijamente.

–No –afirmó él.

Sienna había sido la mano derecha de Roberto durante los últimos cuatro años. Había dirigido el negocio familiar con consumada habilidad y ambición mientras su padre se jugaba los beneficios en el casino. La última vez que ella había aceptado una orden de Roberto, había sido en la cuna. La única debilidad que ella tenía era que necesitaba dinero.

El dinero de Constantine.

Y seguía necesitándolo.

Respiró profundamente. Constantine sintió que los pechos de ella le rozaban el brazo y que el aliento le acariciaba suavemente la mandíbula. El aroma ligero y evocador que se desprendía de su piel lo torturaba mientras los recuerdos lo atenazaban.

Alguien llamó a la ventana del copiloto; la tensión se rompió. Era uno de los guardaespaldas.

Constantine vio cómo Sienna salía del coche. Él mismo descendió del Audi y le dio instrucciones al guardaespaldas. Llevaba cuatro días con escolta permanente, pero, durante la próxima hora, requería absoluta intimidad.

Se quitó la chaqueta mojada y la arrojó al asiento trasero. Entonces, frunció el ceño al ver que Lucas estaba hablando con Sienna. Por la brevedad del intercambio, él supo que su hermano simplemente le había dado el pésame. Sin embargo, la sonrisa de Sienna evocó en él una turbadora respuesta. Sabía muy bien el éxito que su hermano tenía entre las mujeres y eso le molestaba.

Se acercó a Sienna justo cuando ella sacaba el móvil del bolso para contestar una llamada. Lucas le saludó con un breve movimiento de cabeza.

–¿Estás seguro de que sabes lo que estás haciendo? –le preguntó.

–Por supuesto –respondió Constantine.

–En el cementerio, no parecía que estuvierais hablando de negocios.

–Mientras tú te acuerdes de que Sienna Ambrosi es asunto mío…

Lucas frunció el ceño.

–Mensaje recibido.

Constantine observó cómo su hermano se metía en el asiento del copiloto del coche y levantó una mano para despedirse. Tal vez no habría sido necesario advertir a Lucas, pero el impulso para hacerlo había sido completamente primitivo. En ese momento, había reconocido un hecho evidente: durante el futuro más cercano, hasta que hubiese conseguido olvidarse de ella, Sienna Ambrosi era suya.

Mientras esperaba que Sienna terminara su llamada, repasó todo lo ocurrido en la última hora. La tensión se había apoderado de él desde el momento en el que había visto a Sienna en el entierro.

Se puso unas gafas oscuras y se cruzó de brazos mientras observaba el perfil de Sienna. La combinación de cremosa y delicada piel, ojos oscuros y sugerente boca era irresistible.

Un detective privado, a quien él había encargado que investigara Perlas Ambrosi, le había entregado un informe: había descubierto que Sienna se había visto en al menos tres ocasiones con Alex Panopoulos, un rico comerciante.

Aún recordaba el momento de desorientación, de furia, que había experimentado al pensar que Panopoulos podía ser el amante de Sienna.

Muy pronto había descartado esa posibilidad.

Según el detective privado, Panopoulos trataba de seducirla activamente, pero también lo intentaba con Carla. Aún no había conseguido cazar a ninguna de las hermanas Ambrosi.

Sienna terminó su conversación con Carla y vio la impaciencia que Constantine mostraba.

–¿Dónde hablamos? –le preguntó él sin preámbulos–. ¿En tu casa o en la mía?

Sienna se metió el teléfono en el bolso sin poder ocultar las pocas ganas que tenía de ir al apartamento de Constantine. De igual modo, pensar que él podría estar en el santuario de su pequeño apartamento le resultaba igualmente inaceptable.

–Ahora vivo en una casa en la costa.

Constantine abrió la puerta del pequeño descapotable de Sienna. Ella se sentía muy nerviosa, pero tomó asiento tras el volante sin mirarlo a los ojos.

–Carla se ha llevado a mi madre a almorzar a casa de mi tía Via, por lo que estarán ocupadas durante las próximas dos horas. Puedo reunirme contigo en la casa de la playa de mis padres en Pier Point. Me he estado alojando allí desde que mi padre murió.

Constantine le cerró la puerta y se apoyó sobre el coche mirándola a los ojos.

–Eso explica por qué no has estado en tu apartamento, aunque no por qué no me has devuelto las llamadas en tu despacho.

–Si tantas ganas tenías de hablar conmigo, deberías haber llamado a mi madre.

–Lo hice en dos ocasiones –replicó–. En ambas hablé con Carla.

Sienna se sonrojó. Después de que rompiera con Constantine, su hermana se había mostrado muy protectora con ella. Carla jamás hubiera permitido que hablara con ella.

–Lo siento –repuso ella–. La casa de la playa está lo suficientemente lejos como para que no nos acose la prensa. Si esta conversación va a tomar la dirección que creo, es mejor que nos reunamos allí.

–¿Qué dirección exactamente crees que va a tomar esta conversación? –le preguntó él secamente.

–¿Una conversación con Constantine Atraeus? –preguntó ella con una tensa sonrisa en los labios–. Veamos… Tengo dos opciones, sexo o dinero. Dado que no puede ser el sexo, voto por el dinero.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Mientras conducía hacia Pier Point seguida de Constantine, era muy consciente de su fuerza sexual. Sabía que él la deseaba y no había mostrado reparo alguno a la hora de hacérselo saber.

El hecho de que Constantine la deseara no significaba nada más que era un hombre sano y sexualmente activo. En los últimos dos años, se le había relacionado con varias mujeres hermosas y acaudaladas, todas con grandes posibilidades de convertirse en su esposa.

Tras comprobar que él la seguía, tomó el mando para abrir la verja de entrada a la casa y, tras aparcar, agarró el bolso y salió del coche. Entonces, atravesó el patio delantero de la casa. Constantine también descendió de su vehículo. Sienna se dio cuenta de que se había remangado y que mostraba unos antebrazos fuertes y bronceados. Abrió la puerta de la casa y dejó que él la alcanzara. Con perfectos modales de caballero, Constantine le cedió el paso.

–¿Qué ha pasado con los muebles? –preguntó él al entrar.

Sienna examinó las paredes, de las que había colgado en el pasado una valiosa colección de pinturas.

–Todo vendido, junto con las pinturas que mi abuelo coleccionó. Fueron subastadas –admitió–, junto con todas las joyas que mi madre, Carla y yo teníamos. Incluso las perlas. ¿No te parece un chiste malo? Tenemos un negocio de perlas, pero no nos podemos permitir nuestros propios productos.

Abrió unas imponentes puertas, que daban al despacho de su padre, y se hizo a un lado para que Constantine entrara también. Allí solo había un escritorio y un par de sillas.

Él observó las estanterías vacías y las marcas sobre la pared que indicaban que había habido colgados allí unos cuadros. Tampoco se le pasó por alto el gancho del que había colgado una maravillosa araña de cristal.

–¿Qué fue lo que tu padre no tuvo que vender para pagar sus deudas de juego?

–Bueno, aún tenemos la casa y el negocio. No es mucho, pero se trata de un comienzo. Ambrosi tiene más de cien empleados, algunos llevan décadas trabajando para nosotros. Espera aquí –dijo–. Voy a por unas toallas.

Sienna agradeció poder tener un respiro y subió las escaleras para dirigirse a su habitación. Se quitó los empapados zapatos, se puso unos secos y luego se miró en el espejo. Se quedó atónita al ver que el brillo que tenía en los ojos y el suave rubor de las mejillas. Esa imagen, junto con la del vestido arrugado y el cabello revuelto le daban un aspecto turbador y sensual.

Después, se dirigió al cuarto de baño y se secó el cabello con una toalla, se lo peinó y decidió no molestarse en cambiarse de vestido dado que, de todos modos, estaba casi seco. No debería importarle si Constantine pensaba que era atractiva o no y, si así fuera, debería olvidarse del tema. Cuanto antes terminara con aquella conversación y él se marchara de su casa, mejor.

Sacó una toalla limpia y regresó al despacho.

Constantine se dio la vuelta. Estaba junto a la ventana, contemplando una maravillosa vista del océano Pacífico. Cuando la miró, lo hizo directamente a los ojos. Sienna sintió que se le detenía el corazón y le entregó la toalla, con cuidado de no dejar que se rozaran sus dedos. Entonces, le indicó la vista.

–Una de las pocas cosas que aún no hemos tenido que vender, pero tan solo porque mi madre vendió la casa de la ciudad esta misma semana. Desgraciadamente, esta casa está hipotecada.

Constantine se secó el cabello con la toalla antes de dejarla sobre el respaldo de una silla.

–No sabía que las cosas estaban tan mal.

–¿Y por qué ibas a saberlo? Perlas Ambrosi no tiene nada que ver con Medinos o con el Grupo Atraeus –dijo mientras le indicaba a Constantine que tomara asiento y rodeaba el escritorio de su padre para sentarse al otro lado, tomando así el papel de directora gerente de Perlas Ambrosi–. No hay muchas personas que conozcan el estado financiero en el que se encuentra esta empresa y te agradecería mucho que no se lo dijeras a nadie. Con los periódicos especulando ya sobre pérdidas, me está costando mucho convencer a algunos de nuestros clientes de que Ambrosi es una empresa sólida.

Constantine hizo caso omiso a la silla y se colocó directamente frente a ella, con los brazos cruzados sobre el torso, neutralizando así toda intención de Sienna por dominar la situación. Ella apartó la mirada de la húmeda tela y del poder tan masculino que lo envolvía.

–Debe de haber sido muy difícil tratar de dirigir un negocio con un jugador empedernido al mando.

–Creo que no podrías entenderlo. ¿Le gustaba apostar a tu padre?

–Solo del mejor modo posible.

–Por supuesto –dijo ella. Lorenzo había sido un excelente hombre de negocios–. Al contrario que mi padre, que siempre encontraba el modo de perder dinero, tanto en los negocios como en la mesa de blackjack.

–Mi familia tiene algo de experiencia en eso.

La expresión del rostro de Constantine era remota, triste, lo que le recordó a Sienna que la familia Atraeus había vivido en la pobreza en Medinos durante años, dedicados a la cría de cabras. El abuelo de Constantine incluso había trabajado para el de ella. Todo aquello había ocurrido hacía muchos años.

Él colocó las palmas de la mano sobre la mesa y, de repente, los dos estuvieron casi nariz con nariz.

–Si tan malo era, ¿por qué no lo dejaste todo?

–¿Y abandonar a mi familia y a todos los que dependen de nuestra empresa para vivir? –replicó ella–. Eso jamás fue una opción y espero no tener nunca que llegar a ese punto. Eso me lleva a la conversación que tan desesperadamente deseabas tener. ¿Cuánto debemos?

–¿Sabías que, hace dos meses, tu padre fue de visita a Medinos?

–No –respondió ella muy sorprendida.

–¿Sabías que tenía planes para instalar una fábrica de perlas allí?

–Eso es imposible. Casi no tenemos suficiente capital para operar aquí, en Sídney. Constantine indicó un documento que había dejado sobre la mesa mientras ella estaba fuera del despacho. Sienna estudió el papel y sintió que se le doblaban las rodillas. Un segundo más tarde, tuvo que sentarse en el sillón de su padre sin poderse creer lo que estaba leyendo.

No solo un préstamo, sino varios. El primero coincidía con la primera suma que había descubierto en las cuentas personales de su padre hacía semanas.

–¿Por qué le prestó Lorenzo dinero a mi padre? Sabía que él tenía un problema con el juego.

–Mi padre era un enfermo terminal y, evidentemente, no estaba en sus cabales. Cuando falleció hace un mes, sabíamos que había un déficit. Desgraciadamente, los documentos que confirmaban los préstamos a tu padre no fueron descubiertos hasta hace cinco días.

–¿Por qué no se lo impediste?

–Créeme si te digo que lo habría hecho si hubiera estado allí, pero, por aquel entonces, yo estaba fuera del país. Para redactar los documentos, ignoró las vías habituales e hizo que un viejo amigo se ocupara de redactar los contratos. Veo que estás empezando a comprender la situación. Tu padre ha estado financiando Perlas Ambrosi y su adicción al juego con el dinero del Grupo Atraeus. Una cantidad que él tomó prestada de un moribundo sobre la premisa de un negocio que no tenía intención alguna de crear.

En aquel momento, Sienna comprendió las preguntas que la reportera le había hecho.

–¿Es eso lo que le dijiste a la prensa?

–Creo que me conoces bien como para pensar eso.

Ella se sintió aliviada. No debería importarle que Constantine no hubiera sido quien había filtrado la noticia, pero así era. Alguien, seguramente un empleado, había vendido la información.

Contempló la cifra en cuestión y sintió que su optimismo y que los planes de futuro para Perlas Ambrosi se disolvían. Tenía que haber algún modo de salir de aquella situación. Ya había sacado a la empresa de situaciones muy delicadas con anterioridad. Solo tenía que pensar.

–Y pensaste que yo formaba parte de todo esto –dijo, tras repasar la actitud que Constantine había tenido cuando se lo encontró en el entierro de su padre.

La expresión de él no varió.

Sienna se puso de pie y dejó caer el documento al suelo. Cuando murió Lorenzo Atraeus, había dejado una enorme fortuna basada en una rica mina de oro, varios negocios y una cadena hotelera a sus tres hijos. Entonces, de repente, se dio cuenta de que Perlas Ambrosi estaba en deuda con el Grupo Atraeus. Y eso significaba que estaba en deuda con Constantine.

–Por fin lo has comprendido –dijo él, con una mirada vacía y extraña–. A menos que puedas encontrar el dinero, en estos momentos yo soy el dueño absoluto de Perlas Ambrosi.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

La vibración de un teléfono móvil rompió el silencio. Constantine respondió la llamada, agradecido de tener una excusa para apartarse de una situación que se había escapado a su control.

Prácticamente, acababa de amenazar a Sienna, una táctica a la que él raramente había recurrido.

Colgó y contempló cómo Sienna recogía las páginas que había tirado al suelo y las dejaba ordenadamente sobre la mesa. Incluso con el vestido arrugado y sin maquillar, tenía un aspecto elegante, con clase. El de una verdadera dama.

De repente, se escuchó cómo un vehículo se detenía en la distancia. El taconeo de unos zapatos de mujer se acercaba a la casa, seguido del ruido de la puerta principal al abrirse.

Constantine fue testigo de la mirada de desesperación que se produjo en el rostro de Sienna. Aquel gesto de pánico le hizo mucho daño. Estaba allí para enmendar el mal que se le hizo a su padre, pero Sienna también estaba tratando de proteger a su familia, más concretamente a su madre, de él.

–No te preocupes –le dijo–. No le diré nada.

Sienna tuvo tiempo de lanzar un suspiro de alivio y de mirar a Constantine con gratitud antes de que Margaret Ambrosi entrara en el despacho, seguida de Carla.

–¿Qué es lo que está pasando aquí? –preguntó con firmeza–. Y no tratéis de engañarme porque sé que ocurre algo malo.

–Señora Ambrosi –dijo Constantine muy amablemente–, mi más sentido pésame. Sienna y yo estábamos hablando de los detalles de un acuerdo comercial que su esposo inició hace unos cuantos meses.

–No creo que mi padre hubiera hecho nada sin… –comenzó Carla. Su madre le impidió seguir.

–Por eso Roberto hizo ese viaje a Europa –comentó–. Me lo tendría que haber imaginado.

Carla frunció el ceño.

–Fue a París y a Frankfurt. No fue cerca del Mediterráneo.

–Roberto se marchó un día antes porque quería pasarse primero por Medinos. Dijo que quería visitar el lugar de la fábrica de perlas original y también la tumba de sus abuelos. Me tendría que haber dado cuenta de que estaba tramando algo porque Roberto no tenía ni un gramo de sentimentalismo en su cuerpo. Fue a Medinos en viaje de negocios.

–Efectivamente –afirmó Constantine.

–Si me perdonan, tengo otra cita. Una vez más, mis disculpas por haberme entrometido en este día tan doloroso para usted.

Entonces, miró a Sienna con unos fríos ojos grises. El mensaje resultaba evidente. Aún no habían terminado aquella conversación.

–Te acompaño a la salida –dijo ella mientras metía los documentos del préstamo en un cajón.

Entonces, salió con Constantine al vacío vestíbulo.

–Ten cuidado.

La mano de Constantine le agarró el codo. El gesto no fue más que una cortesía, pero fue suficiente para reavivar la tensión.

Apretó el paso para alejarse de él al tiempo que le decía:

–Gracias por no decirle nada a mi madre sobre la deuda.

–Si hubiera pensado que tu madre tenía algo que ver, se lo habría mencionado.

–Eso significa que estás convencido de que yo sí que estoy implicada.

Constantine la siguió hasta el exterior de la casa. Una vez en el patio, apretó la llave automática del Audi para que se abrieran las puertas.

–Tú llevas dieciocho meses ocupándote en solitario de la empresa. Y pagando las deudas de Roberto.

Sienna sacó un mando a distancia de su coche y abrió la verja de entrada. Por lo que a ella se refería, cuanto antes se marchara Constantine, mejor.

–Vendiendo posesiones familiares, no para tratar de conseguir más préstamos de los que ya teníamos.

El teléfono de Constantine volvió a sonar. Él tomó la llamada y habló brevemente en medinio. Sienna oyó el nombre de Lucas y cómo se mencionaba el abogado de la empresa, Ben Vitalis. Negocios. Eso explicaba que los tres hermanos estuvieran en Sídney al mismo tiempo, aunque fuera por un breve periodo de tiempo. También enfatizaba el hecho de que, aunque podría ser que Constantine estuviera allí solo para ocuparse del lío en el que los había metido a ambos su padre, ella era tan solo un punto más en el radar del Grupo Atraeus.

La tensión se apoderó un poco más de ella.

–Tenemos muchas cosas de las que hablar –dijo él cuando terminó la llamada–, pero esa conversación tendrá que esperar hasta esta noche. Enviaré un coche para que venga a recogerte a las ocho. Hablaremos durante la cena.

–Por si no te has dado cuenta, acabo de enterrar a mi padre. Tenemos que hablar, pero yo necesito un par de días.

Así, tendría oportunidad de hablar con su contable y pensar en las opciones que tenía. No tenía muchas posibilidades de conseguir el dinero, pero debía que intentarlo. También tendría tiempo de alejarse de las reacciones que él le provocaba. Ya no lo amaba ni él le gustaba. Era imposible que lo deseara.

Constantine abrió la puerta de su coche.

–Hace unos pocos días, lo podría haber organizado así, pero decidiste ignorarme. Me marcho mañana a medianoche. Si no puedes encontrar tiempo antes de entonces, mañana hay un cóctel en mi casa en honor de los socios del Grupo Atraeus.

–No –replicó ella. No quería asistir a un cóctel en casa de Constantine–. Tendrá que ser en otra ocasión. En cualquier caso, yo preferiría que fuera durante el horario de trabajo.

–Te repito que tenemos que hablar –insistió él. No estaba dispuesto a que Sienna tomara el mando–. ¿Cuándo va a realizarse la lectura del testamento?

–Esta tarde a las cuatro.

Constantine vio cómo Sienna comprendía la realidad de su situación. Si no accedía a reunirse con él, Constantine enviaría a un representante a la lectura del testamento con los documentos del préstamo. No era algo que Sienna estuviera dispuesta a consentir, sobre todo por el daño que le haría a su madre.

–No te quedan opciones, Sienna –dijo Constantine mientras se acomodaba tras el volante del coche y arrancaba el motor–. Prepárate para mañana a las ocho.

 

 

A la mañana siguiente, Constantine entró en las oficinas que el Grupo Atraeus tenía en Sídney. Llegaba diez minutos tarde. No era la primera vez, pero casi. Solo había llegado tarde en una ocasión, dos años atrás para ser exacto.

Lucas y Zane ya estaban allí. Constantine, por su parte, la noche anterior prácticamente no había podido conciliar el sueño.

Se dirigió directamente al café que lo esperaba sobre su escritorio y frunció el ceño al ver que sus dos hermanos lo miraban con un interés que despertó su curiosidad.

–¿Qué?

Zane bajó la cabeza y se concentró en la revista de economía que estaba leyendo, lo que ya resultaba raro por sí mismo. Sus lecturas habituales tenían más que ver con los barcos y los coches. Lucas, por su parte, canturreaba en voz baja una canción.

Constantine tomó un sorbo del café y miró a Lucas.

–Ahora que ya tienes un poco de cafeína en el cuerpo –le dijo este mientras le dejaba un periódico sobre el escritorio–, es mejor que eches un vistazo a esto.

Aunque se lo había imaginado, le sorprendió ver la fotografía tomada el día anterior en el entierro de Roberto Ambrosi. Sienna y él se estaban mirando a los ojos y parecía que Constantine estaba a punto de besarla. Si no recordaba mal, efectivamente aquello era lo que había estado a punto de hacer.

Leyó por encima el artículo. Se quedó inmóvil al leer la afirmación de que él había llegado a Sídney el día anterior del fallecimiento de Roberto Ambrosi con el propósito de tener una reunión con él.

Por suerte, el artículo no llegaba a decir que él hubiera causado el mortal ataque al corazón, pero sí afirmaba que se esperaba un anuncio de boda. La canción que Lucas había estado canturreando resultó de repente fácilmente reconocible. Se trataba de la Marcha nupcial.

–Cuando me entere de quién ha filtrado esta historia a la prensa…

–¿Qué vas a hacer? ¿Darles un aumento de sueldo? –comentó Lucas mientras arrojaba su taza a la basura.

Constantine dejó el periódico sobre la mesa.

–¿Tan evidente resulta?

–Estás aquí.

Zane se puso de pie.

–Si quieres apartarte de las negociaciones, Lucas y yo podemos retrasar el viaje a Nueva Zelanda. Mejor aún, deja que se ocupe Vitalis.

–No –replicó Constantine.

Zane se encogió de hombros.

–Tú verás, pero si te quedas en Sídney, la prensa va a frotarse las manos.

Constantine estudio de nuevo la fotografía.

–Puedo ocuparme de ello. En cualquier caso, yo me marcho mañana por la noche.

Un teléfono móvil comenzó a sonar. La expresión de Lucas era sombría mientras se sacaba el celular del bolsillo.

–Cuanto antes mejor. No necesitas esto.

Constantine se acercó a la ventana con el café en la mano y una expresión tensa en el rostro para contemplar las vistas mientras Lucas contestaba su llamada. Desde allí, podía contemplar el edificio Ambrosi que, a pesar de verse empequeñecido entre los rascacielos del distrito empresarial de la ciudad, suponía una de las fincas más valiosas de la ciudad. No podía dejar de pensar en el modo en el que Sienna había tratado de proteger a su madre el día anterior. Si había leído el artículo del periódico, en aquellos momentos tendría una opinión peor sobre él, a pesar del hecho de que, a su manera, había tratado de ayudar a su familia manteniendo oculto el lugar en el que Roberto Ambrosi había sufrido el ataque al corazón. El hecho de que se supiera que Roberto había fallecido en un casino no ayudaría a la familia Ambrosi ni a su negocio.

Desgraciadamente, no podía esperar que Sienna le atribuyera motivaciones nobles a sus actos.

Lucas terminó de hablar.

–Era uno de los de seguridad. Aparentemente, un equipo de televisión ha descubierto la localización de la casa de Pier Point. En estos momentos, Sienna está en la playa tomando el sol.

–Debieron de seguirme ayer –susurró Constantine mientras arrojaba la taza vacía a la basura.

El artículo de aquella mañana había aparecido en las páginas de sociedad del periódico. Si no se daba prisa, Sienna podría ser noticia de portada en algún periódico al día siguiente y estaba seguro de que, en opinión de ella, aquello también sería culpa suya.

Lucas parecía preocupado.

–¿Quieres que te acompañe?

Constantine casi ni miró a sus hermanos.

–Tomad vuestros vuelos. Como he dicho, yo puedo ocuparme de esto.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Cerró los ojos y ahogó un bostezo. Decidió permitir que sus ojos descansaran durante unos segundos. Cuando los abrió, se dio cuenta de que habían pasado mucho más de unos segundos. Con cuidado, miró hacia la playa y vio que estaba vacía. De repente, comprendió qué era lo que le había sacado de su sopor. No era el rítmico golpeteo de las olas si no que se trataba de un nadador, alto, fuerte y muy masculino que atravesaba rápidamente las aguas para dirigirse hacia ella.

Constantine.

No quería que él la viera vestida con un minúsculo biquini rosa. Si tenía que hablar con un Constantine medio desnudo y mojado, prefería hacerlo completamente vestida.

Comprobó que él se dirigía directamente hacia ella.

Cuando por fin llegó a la arena, se puso de pie y comenzó a andar hacia ella. Constantine se tumbó a su lado en la arena.

–Cielo, te aseguro que yo no estaba presente cuando tu padre tuvo el ataque al corazón. Estaba en un casino en vez de asistir a una reunión que tenía conmigo cuando tuvo el ataque. Uno de mis hombres, Tomas, lo sacó de allí antes de que se enteraran los de la prensa. Desgraciadamente, alguien filtró los detalles, seguramente el mismo que les contó lo del préstamo.

Había tratado de protegerlos. Durante un instante, Sienna no supo qué decir. Se sentía tan sorprendida por lo que él había hecho que casi no se dio cuenta de que él le había llamado «cielo».

Respiró profundamente, pero no parecía llegar el oxígeno.El corazón le latía apresuradamente y las rodillas se le doblaban. Cuando todo lo que veía comenzó a convertirse en una imagen borrosa, comprendió que iba a desmayarse por primera vez en su vida.

–Esto no puede estar ocurriendo –dijo extendiendo automáticamente la mano para buscar apoyo.