Vuelve a mi cama - Fiona Brand - E-Book
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Vuelve a mi cama E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Sin posibilidad de negociación A Constantine Atraeus no le bastaba con tener el control de Perlas Ambrosi si no conseguía que Sienna Ambrosi volviera a ocupar su cama. Sin embargo, Sienna no estaba dispuesta a ceder a las simples promesas ni a los planes de seducción de Constantine; por eso, él tuvo que redactar un contrato legalmente vinculante: le propuso matrimonio. Si Sienna accedía a casarse, podría salvar la empresa familiar que tanto significa para ella, pero le pertenecería para siempre. Se trataba de una unión que valía muchos millones y ese era un precio que Constantine estaba más que dispuesto a pagar. ¿Lo estaría también Sienna?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Fiona Gillibrand. Todos los derechos reservados.

VUELVE A MI CAMA, N.º 1900 - febrero 2013

Título original: A Breathless Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2642-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo uno

Con una fría mirada, Constantine Atraeus observaba a las personas que asistían al entierro de Roberto Ambrosi. Buscaba algo incansablemente... hasta que por fin lo encontró.

Con su largo cabello rubio, ojos oscuros y elegantemente vestida, Sienna, la hija de Roberto, destacaba entre el resto de los asistentes al entierro como un ave exótica.

Él apretó la mandíbula al ver las lágrimas en el rostro de Sienna y descartó la compasión que, a su pesar, se había apoderado de él. También apartó los recuerdos. Por muy inocente que fuera el aspecto de Sienna, no se podía permitir olvidar que su antigua prometida era la nueva directora gerente del decadente imperio de las perlas de su familia. Era, principal y primordialmente, una Ambrosi. Descendientes de la que había sido una familia muy acaudalada, los Ambrosi eran famosos por dos cosas: su radiante belleza y su capacidad para concentrarse en lo que importaba de cada asunto.

En aquel caso, lo que importaba era el asunto que había llevado a Constantine hasta allí.

–Dime que no te vas a encarar con ella ahora mismo.

Lucas, el hermano de Constantine, que aún sufría los efectos del largo vuelo que lo había llevado desde Roma hasta Sídney, salió del Audi que Constantine había utilizado para ir a recoger a sus dos hermanos al aeropuerto.

Lucas ya llevaba dos días en Sídney por motivos de trabajo e iba elegantemente vestido, aunque hacía ya mucho tiempo que había desechado la americana y la corbata. Zane, que ya había salido del coche y estaba observando a los asistentes al entierro, iba ataviado con unos vaqueros negros y una camisa del mismo color. Las gafas oscuras que llevaba puestas le daban un aspecto aún más distante.

Lucas era muy guapo, tanto que la prensa lo acosaba sin piedad. Zane era en realidad hermanastro de los otros dos Atraeus. Se había pasado un tiempo en las calles de Los Ángeles durante su adolescencia hasta que su padre lo encontró y, en aquel momento, tenía un aspecto sencillamente arrebatador. Aparte de su aspecto físico, Constantine confiaba en que sus dos hermanos se comportaran como esperaba de ellos a la hora de proteger los intereses de la familia.

Con cierta tristeza, pensó que la atracción física que lo había apartado de las oficinas principales del Grupo Atraeus le estaba nublando su buen juicio.

Hacía dos años que Constantine había aprendido por fin a separar el deseo sexual de los negocios. En aquella ocasión, si se daba el caso de que Sienna Ambrosi terminara en su cama, sería bajo sus condiciones y no bajo las de ella.

–No he venido aquí para poner unas flores en la tumba de Roberto.

–Ni permitirle a ella que llore a su padre. ¿Has pensado en dejarlo para mañana? –le preguntó Lucas mientras se ponía la americana y cerraba de un portazo el Audi.

Constantine hizo un gesto de dolor al ver cómo trataba Lucas el vehículo. Su hermano era más pequeño que él y no recordaba los días de necesidad, cuando la familia Atraeus era tan pobre que ni siquiera se podían permitir un coche. El hecho de que su padre descubriera una rica mina de oro en la isla de Medinos, en el Mediterráneo, no había alterado ninguno de sus recuerdos de la infancia. Jamás se olvidaría de lo que se sentía cuando no se tenía nada.

–En lo que se refiere a la familia Ambrosi, mañana es demasiado tarde –replicó él. Entonces, miró con resignación a los reporteros, que se arremolinaban en torno a los invitados como si fueran buitres a punto de darse un festín–. Además, parece que la noticia ya se ha filtrado. A pesar de que no sea el momento adecuado, necesito respuestas.

Y recuperar el dinero que Roberto Ambrosi le había arrebatado mediante engaños a su padre moribundo mientras que Constantine estaba fuera.

Dejaría al descubierto el engaño que había descubierto hacía poco más de una semana. Después de que no contestaran sus llamadas telefónicas durante muchos días y de pasar horas frente a la residencia de la familia Ambrosi, que parecía haber estado vacía, había perdido por completo la paciencia y el deseo de dar por terminado aquel asunto discretamente.

Lucas comenzó a caminar junto a su hermano. Constantine se dio cuenta de que la atención de Lucas se centraba en Carla, la más pequeña de las hijas de Ambrosi.

–¿Estás seguro de que Sienna estaba implicada?

Constantine no se molestó en ocultar su incredulidad. ¿Qué posibilidades había de que la mujer que había accedido a casarse con él hacía dos años sabiendo que su padre estaba rematando los flecos de un acuerdo secreto con el de él no hubiera conocido el último engaño de Roberto?

–Claro que lo está.

–Ya sabes cómo era Roberto...

–Más que dispuesto a aprovecharse de un hombre moribundo.

Constantine estableció un breve contacto visual con los dos guardaespaldas que los habían acompañado en otro vehículo. No deseaba tener escoltas, pero ser director gerente de una empresa multimillonaria suponía que tenía que enfrentarse con más amenazas de las que le gustaría.

Mientras se acercaban, se dio cuenta de la ausencia de los miembros masculinos de la familia y de los guardaespaldas. La rica y poderosa familia Ambrosi, para la que su abuelo había trabajado de jardinero, estaba formada ahora tan solo de Margaret, la viuda de Roberto; Sienna y Carla, las dos hijas; y una serie de ancianas tías y de primas lejanas.

Cuando se detuvo junto a la tumba, las nubes que habían estado tapando el sol se apartaron. La oscura mirada de Sienna se cruzó con la de él. En aquel instante, algo parecido a la alegría pareció surgir, como si ella se hubiera olvidado de que dos años atrás, cuando había tenido que elegir entre él o el dinero, se había inclinado por el vil metal.

Durante un largo instante, Constantine tuvo la extraña sensación de haber vivido ya aquel momento, una poderosa unión que estaba seguro de que jamás volvería a sentir.

Experimentó una sensación en el pecho, un pulso errante de emoción y, en vez de apartar la mirada, se permitió verse atrapado, enredado...

Un segundo más tarde, el viento alborotó las hojas que habían caído al suelo. En el poco tiempo que Sienna tardó en colocarse el cabello detrás de una oreja, la ensoñación que se había apoderado de él y lo había engañado tan completamente dos años atrás desapareció por completo y se vio reemplazada por una total incredulidad.

Evidentemente, a pesar de todo lo ocurrido había estado a punto de perderse de nuevo. La ira se vio reemplazada muy pronto por el alivio. Había estado a punto de caer de nuevo entre sus redes.

Apartó la mirada de ella y centró su atención en la tumba, que en aquellos momentos se encontraba cubierta por hermosas coronas de flores. Aquello reafirmó sus propósitos y le recordó lo que había ido a hacer allí.

Roberto Ambrosi había sido un mentiroso, un ladrón y un estafador, pero Constantine le daría su merecido. Él había sabido muy bien cuándo era el momento de escapar.

Sienna, por el contrario, no tenía posibilidad ninguna de hacerlo.

El corazón de Sienna comenzó a latir con fuerza cuando Constantine cerró la distancia que los separaba. Durante unos instantes, exhausta por la tristeza y agotada por la lucha que le había supuesto sentirse aliviada por no tener que enfrentarse ya a la adicción al juego de su padre, se había olvidado de que estaba en el cementerio.

Se había preparado para pensar siempre en positivo pero aquella ensoñación había sido demasiado. Una reinvención del pasado, donde el amor era lo primero en vez de ser uno más en la larga y compleja lista de bienes y agendas. Entonces, se había dado la vuelta y, durante un instante, el pasado, que aún le había parecido que le pertenecía y que tanto había deseado que siguiera acompañándola, había vuelto a cobrar vida: Constantine.

La realidad de sus poderosos y masculinos rasgos, del cabello negro, los anchos hombros y del aroma que siempre le aceleraba los latidos del corazón la había devuelto al presente de un plumazo.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó ella secamente. Desde lo ocurrido hacía dos años, los Ambrosi y los Atraeus habían mantenido una gélida distancia. Constantine era la última persona que esperaba ver en el entierro de su padre y, además, la menos bienvenida.

Constantine le agarró la mano. Aquel cálido contacto le provocó un vibrante hormigueo por todo el cuerpo. Respiró profundamente y notó el aroma de la colonia que, segundos atrás, la había transportado hasta el pasado. En aquella ocasión, le provocó un nudo en el estómago.

Sin duda alguna, Constantine seguía siendo un hombre guapo e impresionante. La había fascinado hasta el punto de que ella había sido capaz de romper la norma que regía su vida. Había dejado de pensar para sentir. Grave error.

Constantine había estado muy por encima de ella. No había más que decir. Era demasiado rico, demasiado poderoso, y estaba demasiado centrado en proteger el imperio empresarial de su familia.

Con amargura, se dio cuenta de que la prensa sensacionalista había estado en lo cierto. Cruel en los negocios, lo mismo en la cama. El director gerente del Grupo Atraeus era un buen partido, pero no se podía esperar llegar al altar con él.

Constantine se inclinó hacia delante, lo suficiente para que el rostro perfectamente afeitado estuviera a punto de rozar la mejilla de Sienna. Durante un instante, ella pensó que Constantine iba a besarla pero cuando vio la expresión distante de su rostro borró por completo aquel pensamiento.

–Tenemos que hablar –le dijo él con voz profunda y seca–. Te espero dentro de cinco minutos en el aparcamiento.

Sienna le soltó la mano y dio un paso atrás. ¿Reunirse con el hombre que le había pedido en matrimonio para, a la semana siguiente, descartarla porque creía que ella tan solo era una cazafortunas? Eso sería cuando se helaran las llamas del infierno.

–No tenemos nada de lo que hablar.

–Cinco minutos. Asegúrate de estar allí.

Con un nudo en el estómago, Sienna observó cómo se alejaba entre las tumbas. Se percató también de la presencia de Lucas y Zane, los hermanos de Constantine. Los dos guardaespaldas mantenía a los periodistas y a los curiosos a raya.

Notó que alguien le tocaba en el brazo. Era su hermana Carla. Con gran fuerza de voluntad, Sienna se sacudió la sorpresa que le había producido la presencia de Constantine y su propia reacción. La repentina muerte de su padre y la delicada situación financiera subsiguiente había consumido cada instante de su vida desde hacía unos días. A pesar de eso, tan solo le había hecho falta una mirada de Constantine para olvidarse de dónde estaba y por qué.

Carla frunció el ceño.

–Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?

–Sí.

Desesperada por recuperar el equilibrio, Sienna metió la mano en el bolso y sacó la polvera para mirarse en el espejo. Después de las lágrimas y del húmedo calor, el ligero maquillaje que se había aplicado aquella mañana había desaparecido. Tenía el cabello revuelto y los ojos enrojecidos, exactamente lo contrario de su habitual fachada fría y sofisticada.

Carla, que tenía un aspecto más mediterráneo que ella con su brillante cabello negro y unos maravillosos ojos azules, observaba a los hermanos Atraeus con una extraña expresión en el rostro.

–¿Qué están haciendo aquí? Por favor, no me irás a decir que has vuelto a salir con Constantine.

Sienna cerró la polvera y volvió a meterla en el bolso.

–No te preocupes. No estoy loca.

–Entonces, ¿qué quería?

Por el bien de su familia y de su empresa, tenía que mantenerse controlada, fría, a pesar de lo preocupada que se sentía.

–Nada.

Recordó lo que le había dicho Constantine y su cerebro se puso en funcionamiento. Tenía que pensar y hacerlo rápidamente.

Durante los últimos tres días, se había pasado largas horas revisando los papeles y la contabilidad de su padre. Había descubierto varios depósitos muy grandes que no podía relacionar con la empresa. El dinero llevaba entrando un periodo de dos meses. Cantidades muy grandes. El dinero se había utilizado para engordar las flacas finanzas de Perlas Ambrosi y cubrir las recurrentes deudas de juego de su padre, pero desconocía la fuente de aquellos ingresos. Al principio, pensó que tenían que ser ganancias, pero la similitud de las cantidades la había confundido. Roberto Ambrosi había ganado grandes sumas de dinero en el pasado, pero las cantidades habían diferido mucho.

Y Constantine quería una conversación.

Desesperada por negar la conclusión a la que estaba llegando y para distraer a Carla, que aún seguía mirando a los hermanos Atraeus, miró a su alrededor para buscar a su madre.

–Mamá necesita ayuda.

Carla también había visto al periodista que estaba charlando con Margaret Ambrosi. La viuda estaba agotada y aún algo aturdida por los sedantes que el médico le había prescrito para poder dormir.

–Voy a por ella. Además, ya va siendo hora de que nos marchemos. Se suponía que teníamos que estar en la casa de la tía Via para comer hace diez minutos.

Sienna había decidido que un almuerzo privado para la familia en el apartamento de su tía Octavia, la hermana de su padre, era mejor que una recepción más formal, algo que ella consideraba un lujo innecesario.

Los cuatro días que habían pasado desde que su padre murió de un ataque al corazón habían sido una montaña rusa, pero eso no cambiaba la realidad. Los días de gloria de Perlas Ambrosi, cuando su abuelo trasladó la empresa de la zona catastrófica en la que Medinos se había convertido durante la Segunda Guerra Mundial a Sídney, habían pasado a la historia hacía mucho tiempo. Sienna tenía que apoyar el negocio dando la impresión de riqueza y estabilidad a pesar de que estaban operando con un presupuesto muy apretado. Por suerte, su padre había tenido una pequeña póliza de seguros que había resultado suficiente para cubrir los gastos básicos del entierro, y ella tenía la excusa de la mala salud de su madre para evitar tener que socializar con los asistentes al entierro.

–Dile a Via que no voy a poder llegar a almorzar. Te veré en casa más tarde.

Constantine miró pensativo el cielo mientras abría el Audi y se acomodaba en él para esperar a Sienna. Desde el asiento trasero, Zane miraba con desaprobación a los periodistas, que estaban tratando de esquivar a los guardaespaldas de Constantine para poder hablar con él.

–Veo que le sigues gustando.

Constantine ahogó su irritación. Zane, que tenía veinticuatro años, era más joven que él. Algunas veces, parecían llevarse mucho más de seis años.

–Son negocios.

Lucas tomó asiento junto a él.

–¿Tuviste oportunidad de hablar del préstamo con Roberto?

Constantine se aflojó la corbata.

–¿Por qué crees que le dio un ataque al corazón?

Aparentemente, Roberto había tenido problemas de corazón. En vez de presentarse en la casa de Constantine, como habían quedado para la reunión que él mismo había pedido, se había sentado en una mesa de blackjack. Al ver que Roberto no se presentaba, Constantine había realizado algunas llamadas y había descubierto que Roberto se había ido directamente al casino, aparentemente con un deseo febril por ganar el dinero que necesitaba.

Constantine había enviado a Tomas, su asistente personal, para recoger a Ambrosi. Al llegar, Tomas había descubierto que, segundos después de ganar una suma considerable, Roberto se había empezado a sentir indispuesto. Tomas llamó a una ambulancia, pero, instantes después, Roberto se agarró el pecho y cayó fulminado.

El propio Constantine estuvo a punto de tener un ataque al corazón cuando se enteró. Al contrario de los rumores que lo tachaban de cruel e insensible, él se había mostrado dispuesto a hablar con Roberto, aunque aquello no solo tenía que ver con él. Tenía que considerar su negocio y su familia y Roberto Ambrosi había engañado a su padre.

–¿Sabe Sienna que tú te ibas a reunir con su padre? –le preguntó Lucas.

–Todavía no.

–Pero lo sabrá.

–Sí.

Constantine se quitó la corbata porque, de repente, le parecía la soga de un ahorcado, y se desabrochó dos botones de la camisa. Quería atraer la atención de Sienna. Por eso se ocupaba él del problema personalmente. Después de ser prácticamente el responsable de la muerte de su padre, estaba completamente seguro de que ya la tenía.

***

Los truenos rugían en el cielo mientras Sienna se dirigía hacia su coche con la intención de tomar el paraguas que tenía en el asiento trasero. Mientras atravesaba el aparcamiento, se abrió la puerta corredera de una furgoneta y salió un periodista justo delante de ella con una cámara entre las manos. Automáticamente, ella levantó un brazo para ocultarse del flash.

Un segundo periodista se unió al primero. Sienna se dio la vuelta y cambió de dirección. Justo en ese instante, se dio cuenta de que otra furgoneta acababa de entrar en el aparcamiento. Aquellos no formaban parte del grupo de periodistas respetuosos que habían estado presentes en el entierro. Aquellos habían acudido con toda seguridad atraídos por la presencia de Constantine y con la esperanza de reinventar un viejo escándalo.

¿Cómo se había atrevido Constantine a presentarse en el entierro? ¿Acaso había planeado exponerlos a todos a un nuevo circo mediático?

Un nuevo trueno restalló en el cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Agarró bien el bolso y apretó el paso y, al rodear un seto, echó a correr. Un segundo más tarde, se chocó contra la sólida barrera de un torso masculino: Constantine.

Él le indicó con la cabeza un roble.

–Por aquí. Hay más periodistas al otro lado del aparcamiento.

Le colocó la mano en la espalda. Sienna reprimió un temblor al sentir el calor que emanaba de la palma de la mano. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Sabía que Constantine la había seguido con la intención de protegerla.

–Gracias.

Constantine la animó a refugiarse bajo el árbol. Las espesas ramas les protegían de la lluvia, pero no podían evitar que algunas gotas cayeran, mojándole aún más el cabello y los hombros del vestido.

Sacó un pañuelo del bolso y se secó un poco el rostro. Afortunadamente, al cabo de pocos minutos la lluvia comenzó a escampar y el sol volvió a salir, iluminando el aparcamiento y el cementerio a través de los árboles. De repente, los ojos volvieron a llenársele de lágrimas y estas volvieron a caerle por el rostro. Trató de enjugárselas con el pañuelo.

Constantine le ofreció un enorme pañuelo blanco. Ella se secó las lágrimas y ahogó con él sus sollozos. Un instante más tarde, se encontró rodeada por los brazos de Constantine y apretada contra su pecho. Tras un instante de tensión, ella se relajó y aceptó el consuelo. No obstante, parecía que, después de empezar a llorar, le resultaba imposible parar. Poco a poco, empezó a llorar más tranquilamente. Dejó que él le masajeara la espalda. El dolor la había dejado tan agotada, que, simplemente, se dejó consolar y tranquilizar.

–Tenemos que marcharnos –le dijo Constantine–. Aquí no podemos hablar.

Ella se movió ligeramente y se dio cuenta de que Constantine tenía una erección. Los recuerdos se apoderaron de ella, unos muy sensuales y otros dolorosos y humillantes.

Se apartó de él con tanto ímpetu que el bolso se le cayó al suelo. Se inclinó para recogerlo.

Si Constantine quería hablar con ella, tendría que ser otro día. No iba a quedarse allí para sufrir la misma humillación en los medios que había padecido dos años atrás.

–Maldita sea, Sienna.

¿Le pareció notar amabilidad en su voz?

Había vuelto a empezar a llover. Ya no le importó, porque estaba completamente mojada. El cabello húmedo se le pegaba al rostro y parecía que el vestido se le había pegado al cuerpo.

El aspecto de Constantine no era mucho mejor. Tenía la ropa pegada al cuerpo y, a través de la camisa blanca, se adivinaba el color bronce de su piel.

Sienna apartó la mirada de una visión tan turbadora.

–Lo siento...

–Ya hablaremos en otro momento. Como ves, estoy empapada.