Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci - Sigmund Freud - E-Book

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Sigmund Freud

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Beschreibung

Esta biografía de Leonardo Da Vinci desarrollada por Sigmund Freud marcó un hito. Después de esta ninguna otra biografía se considera completa sin que se haya adentrado en los orígenes y en la niñez del personaje.

El conjunto de hipótesis por las cuales Freud cree haber resuelto la construcción de una figura soñada de Leonardo Da Vinci pueden llevar a Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci a caer en la clasificación de novela psicoanalítica, pero el retrato no es para nada el fruto de un sueño o un mito.

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Sigmund Freud

Sigmund Freud

UN RECUERDO INFANTIL DE LEONARDO DA VINCI

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 978-88-3295-996-3

Greenbooks editore

Edición digital

Noviembre 2020

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 978-88-3295-996-3
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Indice

UN RECUERDO INFANTIL DE LEONARDO DA VINCI

UN RECUERDO INFANTIL DE LEONARDO DA VINCI

I

CUANDO la investigación psicoanalítica, que en general se contenta con un material humano de nivel vulgar, pasa a recaer sobre una de las grandes figuras de la Humanidad, no persigue, ciertamente, los fines que con tanta frecuencia le son atribuidos por los profanos. No tiene tendencia «a oscurecer lo radiante y de- rribar lo elevado», ni encuentra satisfacción ninguna en aminorar la distancia en- tre la perfección del grande hombre y la insuficiencia de su objeto humano acos- tumbrado. Por el contrario, abriga un extraordinario interés por todo aquello que tales modelos puedan descubrirle, y opina que nadie es tan grande que pueda avergonzarse de hallarse sometido a aquellas leyes que rigen con idéntico rigor tanto la actividad normal como la patológica. Leonardo da Vinci (1452-1519) fue ya admirado por sus contemporáneos como uno de los más grandes hombres del Renacimiento italiano; pero también les pareció ya enigmático, como aún nos lo parece a nosotros. Fue un genio poliforme, «cuyos límites sólo podemos sospe- char, nunca fijar» y ejerció la más intensa influencia sobre la pintura de su épo- ca. En cambio, sólo en la época moderna se ha llegado a reconocer la grandeza del investigador físico que se enlazaba en él al artista. Aunque nos ha legado obras maestras de la pintura, mientras que sus descubrimientos científicos per- manecieron inéditos e inaprovechados, su desarrollo como investigador influyó constantemente sobre su desarrollo artístico, cortándolo con frecuencia grande- mente y acabando por ahogarlo. Vasari le atribuye en su última hora palabras en las que había expresado su remordimiento por haber ofendido a Dios y a los hombres, no cumpliendo su misión en el arte, y aunque este relato de Vasari ca- rece de verosimilitud, tanto exterior como interior, y pertenece a la leyenda que ya en tiempos del enigmático maestro comenzó a formarse en torno de su perso- na, constituye, sin embargo, un valioso testimonio del juicio que la misma mere- cía a los hombres de su época.

¿Qué fue lo que alejó la personalidad de Leonardo de la comprensión de sus contemporáneos? Desde luego, no podemos suponer que fuera la multiplici- dad de sus aptitudes y conocimientos lo que le permitió presentarse como citaris- ta y constructor de nuevos instrumentos de música en la corte de Ludovico Sfor- za, sobrenombrado el Moro, duque de Milán, o escribir aquella notable carta en la que se vanagloriaba de sus conocimientos como arquitecto e ingeniero militar, pues la coincidencia de tan múltiples aptitudes en una sola persona era cosa co- rriente en los tiempos del Renacimiento, aunque de todas maneras fuera Leonar- do uno de los más brillantes ejemplos de ella. No pertenecía tampoco a aquel tipo de hombres geniales que, habiendo sido poco favorecidos exteriormente por la Naturaleza, niegan, a su vez, todo valor a las formas exteriores de la vida, caen en un desconsolado pesimismo y rehúyen el trato social. Por el contrario, era es-

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belto y bien constituido, de rostro acabadamente bello y fuerza física nada co- mún; encantador en su trato, elocuente, alegre y afable. Gustaba de rodearse de cosas bellas, se adornaba con magníficos trajes y estimaba todo refinamiento de la vida. Estos caracteres de Leonardo quedan evidenciados en unos párrafos de su Tratado sobre la pintura, en los que compara este arte con los demás y des- cribe las molestias de la labor del escultor: «El escultor trabaja con el rostro en- vuelto en el polvillo del mármol, que le da todo el aspecto de un panadero. Sus vestidos se cubren de blancos trocitos de mármol, como si le hubiera nevado en- cima, y toda su casa está llena de polvo y de piedras. En cambio, el pintor se nos muestra bien vestido y cómodamente sentado ante su obra, manejando el ligero pincel con los más alegres colores. Puede adornarse a su gusto y su casa está llena de bellas pinturas resplandeciente de limpieza. Con frecuencia se acompa- ña de músicos o lectores que recrean su espíritu, y ni el golpear del martillo ni ningún otro ruido viene a estorbar sus placeres.».

Es muy posible que esta idea de un Leonardo radiante de alegría y entre- gado gozosamente al placer de vivir no responda exactamente sino al primer pe- ríodo de la vida del maestro. En épocas posteriores, cuando el ocaso de Ludovico Moro le obligó a salir de Milán, su campo de acción, y abandonar la segura posi- ción de que en dicha ciudad gozaba, para llevar una vida errante, escasa en éxi- tos exteriores, hasta refugiarse en Francia, su último asilo, debió de ensombre- cerse su ánimo y acentuarse algún rasgo extravagante de su ser. El olvido en que paulatinamente fue dejando su arte para interesarse tan sólo por las investiga- ciones científicas contribuyó no poco a hacer más profundo el abismo que de sus contemporáneos le separaba. Todos los experimentos con los que, a juicio de aquéllos, perdía lamentablemente el tiempo que hubiera empleado mejor pintan- do los cuadros que le eran encargados y enriqueciéndose así, como el Perugino, su antiguo condiscípulo, eran considerados como chifladuras, e incluso le hicie- ron sospechoso de dedicarse a la magia negra. Bajo este aspecto le comprende- mos nosotros mejor, y por sus notas sabemos cuáles eran las artes que ejercía. En una época en la que la autoridad de la Iglesia comenzaba a ser sustituida por la de la Antigüedad y en la que no se conocía aún la investigación exenta de pre- juicios, fue Leonardo el precursor de Bacon y de Copérnico, e incluso su digno igual, y tenía que hallarse, por tanto, aislado entre sus contemporáneos. Cuando disecaba cadáveres de hombres o de caballos, construía aparatos para volar o es- tudiaba la alimentación de las plantas y los efectos que en días producían los ve- nenos, se apartaba considerablemente de los comentadores de Aristóteles y se acercaba a los despreciados alquimistas, en cuyos laboratorios halló un refugio la investigación experimental durante estos tiempos adversos.

Consecuencia de todo esto fue que Leonardo llegó a no coger sino de mala gana los pinceles, dejando inacabadas en su mayor parte las pocas obras pictóri- cas que emprendía y sin que le preocuparan los destinos ulteriores de las mis-

mas. Esta conducta le fue ya reprochada por sus contemporáneos, para los cua- les constituyó siempre un enigma.

Varios de los admiradores posteriores de Leonardo han intentado defender- le de este reproche de inconstancia, alegando que se trata de una peculiaridad general de los grandes artistas. También Miguel Ángel, activo e infatigable crea- dor, dejó inacabadas muchas de sus obras, y sería, sin embargo, injusto tacharle de inconsciente. Por otra parte, muchos de los cuadros de Leonardo no se hallan tan inacabados como el mismo artista lo pretendía, pues lo que él consideraba aún como insatisfactoria encarnación de sus aplicaciones era ya para el profano una acabada obra de arte. El maestro concebía una suprema perfección que lue- go no le parecía hallar nunca en su obra. Por último, tampoco sería justo hacer responsable al artista del destino final de sus producciones.

Por muy fundamentales que aparezcan algunas de estas disculpas no lo- gran eximir a Leonardo de toda responsabilidad. La penosa lucha con la obra, su abandono y la indiferencia con respecto a su destino subsiguiente pueden ser ca- racteres comunes a muchos artistas, pero Leonardo nos los muestra en su más alto grado. Solmi cita las siguientes manifestaciones de uno de sus discípulos:

«Pareva, che ad ogni ora tremasse, quando si poneva a dipingere, e però non die- de mai fine ad alcuna cosa cominciata, considerando la grandezza dell' arte, tal che egli scorgevra errori in quelle cose, che ad altri parevano miracoli.» Sus últi- mos cuadros -la Leda, la Madona de San Onofre, el Baco y el San Juan Bautista joven- quedaron interminados, «come quasi intervenne di tutte le cose sue…» Lomazzo, que pintó una copia de la Cena, se refiere en un soneto a la conocida incapacidad de Leonardo para dar fin a una obra pictórica:

«Protogen che il penel di sue pitture Non levava, agguaglio il Vinci Divo, Di cui opra non è finita pure.»