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Enamorada del jefe. Cada vez que el nuevo jefe de Brooke Pennington la miraba, algo se estremecía dentro de ella. El guapo veterinario la había hecho concebir la esperanza de cumplir por fin su olvidado sueño de tener un hogar y una familia. Pero también sabía que la verdad era lo más importante para el doctor Nate Stanton, y Brooke tenía secretos que ponían en peligro su empleo y la vida que quería compartir con él... A pesar de que Nate trataba de mantener su relación con Brooke en el terreno profesional, no podía resistirse a su dulzura... ni a su maravilloso don...
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Seitenzahl: 215
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Karen Rose Smith
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un regalo del cielo, n.º 1386 - junio 2016
Título original: With One Touch
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7997-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Estaba volviendo a empezar
Brooke Pennington se colgó del hombro la bolsa vaquera, salió de la furgoneta. Había tenido que ir a un taller para que revisaran la avería. Perdía líquido y andaba a trompicones, pero la había llevado hasta Whisper Rock, Arizona, y se lo agradecía.
Al acercarse a la clínica veterinaria vio que era un edificio hecho de madera. En un lado pudo vislumbrar la escalera que llevaba al segundo piso, donde estaba el apartamento que le había ofrecido Nate Stanton.
Los copos de nieve de principios de enero se arremolinaron, y tuvo una visión borrosa de la preciosa casa de dos pisos, con un patio delantero rodeado por vallas, que había al otro lado del aparcamiento. Una ventana abuhardillada sobre el pequeño porche le daba un aire muy hogareño. La casa era el nuevo hogar del doctor Stanton.
Un hogar.
Cómo deseaba ella poder tener uno… pero los deseos eran menos consistentes que los rumores, y durante los cuatro años anteriores los rumores sobre sus métodos de practicar la veterinaria la habían obligado a hacer las maletas dos veces y a buscar una clínica donde trabajar.
Se llenó los pulmones con el aire helador, miró las nubes cargadas de nieve, sonrió y abrió decididamente la puerta de la clínica con la esperanza de encontrar allí al doctor Stanton, aunque era jueves y ese era su día libre. Hasta el lunes no tenía que empezar, pero había hecho un viaje rápido desde Syracuse.
Una campana sonó al abrir la puerta. Un hombre alto, curtido y atractivo salió con unas carpetas de uno de los despachos antes de que ella llegara al mostrador que separaba la sala de espera del resto de la clínica. Lo seguía un pastor alemán que se paró cuando lo hizo el hombre.
—Hola —dijo Brooke que se sentía bastante agitada por dentro—. Soy Brooke, Pennington. He venido a ver al doctor Stanton —el pastor alemán se acercó a ella, Brooke lo miró a los ojos, se agachó y lo acarició—. ¡Qué guapo! ¿Eres el comité de bienvenida?
—Se podría decir que sí —la voz era profunda y le retumbó a Brooke como lo había hecho por teléfono cuando hicieron la entrevista. El hombre señaló con la cabeza al perro—. Se llama Frisco. Yo soy Nate Stanton. No la esperaba hasta el fin de semana.
En las dos conversaciones que había tenido con él por teléfono, a Brooke le había gustado el sonido de aquella voz y la seguridad en sí mismo que transmitía. También le había gustado la comprensión que había mostrado cuando le dijo que no quería ser la socia que pedía su anuncio sino una empleada. Le había dicho que, como necesitaba a alguien inmediatamente, la aceptaba sin condiciones.
Dejó las carpetas sobre el mostrador y extendió la mano. Brooke, atraída por él aunque le fastidiara, se levantó lentamente y la estrechó. Tenía una mano grande y delgada, como el resto de su cuerpo: hombros anchos, cintura estrecha y piernas largas. Llevaba una camisa de franela verde oscuro, unas zapatillas de deporte gastadas y unos vaqueros muy descoloridos. Parecía fácil de trato y dominante a la vez, y rotundamente… sexy.
—Me alegro de conocerlo —consiguió decir Brooke con un hormigueo en el estómago.
—Lo mismo digo —los ojos verdes le recorrieron la ondulada melena marrón oscuro que le llegaba hasta los hombros, la chaqueta de lana roja y turquesa, los pantalones de pana negros y las botas de caña corta.
Frisco le dio un topetazo con la cabeza en la mano y Brooke se rio.
—Supongo que es la forma que tiene de presentarse.
Nate señaló con la cabeza hacia la cafetera que había al otro extremo del mostrador.
—¿Quiere una taza de café antes de instalarse?
—Creo que prefiero echar una ojeada e ir a recoger mis cosas. Llegué anoche y me quedé en un motel de las afueras del pueblo. Mis maletas siguen allí.
Volvió a mirarla de arriba abajo con una especie de evaluación masculina que, aunque fuera menos evidente que la otra vez, la ruborizó.
—Podemos dar una vuelta rápida por la clínica —propuso Nate—. ¿O prefiere ver si le gusta el apartamento? Quizá haya decidido quedarse en otro sitio.
—No. Parece perfecto y… bien situado.
Nate sonrió con franqueza, como si lo hiciera a menudo y se sintiera cómodo y confiado en su mundo.
—Muy bien, entonces no tendré que poner un anuncio para buscar un inquilino. Mientras damos la vuelta, tenga presente que la oferta de formar una sociedad sigue en pie —volvió a mirarla detenidamente—. Ya sé que acordamos un empleo asalariado, pero he estado pensándolo desde nuestra última conversación. ¿Está segura de que no quiere invertir en su futuro en vez de fichar todos los días?
—Los veterinarios no fichamos —afirmó Brooke despreocupadamente, aunque habría preferido que no hubiera sacado el tema.
Tenía los ojos verdes como la jungla y se quedó con la mirada clavada en ellos. La presencia de Nate Stanton la abrumaba como no lo había hecho ningún otro hombre. El tiempo parecía haberse detenido.
—Lo dice como una veterinaria vocacional —volvió a sonreír con franqueza—. ¿Teme que no le guste Whisper Rock?
Parecía como si buscara respuestas a preguntas que ella misma se había formulado desde que hablaron por última vez.
—Estoy segura de que me gustará Whisper Rock. Mi abuela vive en Phoenix y me encantará volver a estar cerca de ella.
Granna se hacía mayor y la artritis del hombro la molestaba cada vez más. Afortunadamente, Brooke se había colegiado en Arizona hacía unos años. Sabía que antes o después volvería a aquel estado para estar con su abuela, antes de que fuera demasiado tarde
Nate se apoyó en el mostrador y cruzó los brazos.
—¿Se aburre con facilidad?
Brooke no sabía qué había dicho para darle esa impresión.
—No, no me aburro fácilmente.
—Ha ejercido cerca de Chicago, en Syracuse y ahora aquí.
—Ya comentamos eso en la entrevista —el pulso se le había acelerado.
—Sí, es verdad —Nate asintió con la cabeza—. Dijo que le gustaba ver sitios distintos.
—Efectivamente —no quería seguir dando explicaciones—. ¿Se arrepiente de haberme contratado?
—No. Necesito ayuda, pero me gustaría saber si va a quedarse un día o un año. O… si está huyendo del FBI —lo dijo con un tono ligeramente irónico, pero Brooke se dio cuenta de que era un hombre que no se conformaba con explicaciones superficiales.
—Doctor Stanton…
—Llámame Nate.
Brooke dudó un instante.
—De acuerdo. Nate, no estoy segura de cuánto tiempo me quedaré. Ya te lo dije por teléfono. Más de un día, pero no sé si llegaré al año. Lo que sí puedo asegurarte categóricamente es que no huyo del FBI.
El guapo veterinario se pasó los dedos por el pelo y Brooke supo que iba a empezar con otra ronda de preguntas, cuando sonó el teléfono.
Le lanzó una mirada que significaba que seguirían con eso más tarde y descolgó el auricular.
Nate escuchó a Everett McCoy mientras observaba a la nueva veterinaria que se había agachado para acariciar a Frisco. Tenía algo que hacía que quisiera mirarla una y otra vez. También la rodeaba un aroma que le recordaba a encaje antiguo y a jardines de hierba fresca. Todo en ella era intrigante. Cuando Everett le contó el problema, captó inmediatamente toda la atención de Nate.
Al cabo de unos minutos, volvió a colgar el aparato.
—Era Everett McCoy. Tiene un rancho al sur del pueblo. Unas de sus vacas tiene dificultades con el parto, pero no deja que nadie se le acerque. Tengo que ayudarla para que no pierda el ternero. ¿Quieres acompañarme o prefieres descansar del viaje?
—Estoy perfectamente —le contestó con entusiasmo—. Me encantaría ir.
—Solo tengo que ir por la chaqueta y la bolsa —dijo Nate por encima del hombro mientras entraba en su despacho. Volvió a salir con ellas en la mano—. ¿Quieres ir conmigo o prefieres ir en tu coche? —preguntó camino de la puerta con Frisco pegado a los talones.
—Iré contigo. Mi furgoneta pierde no sé qué líquido y no quiero ir lejos con ella.
Salieron y Nate miró la furgoneta de Brooke. Le pareció que debía de tener unos ocho años; quizá pudiera echarle un vistazo al motor cuando volvieran. Se dirigió hacia el todoterreno negro aparcado en el patio vallado y Brooke corrió un poco para no quedarse rezagada. Nate abrió la puerta trasera y chasqueó los dedos para que Frisco subiera.
—¿Desde cuándo tienes a Frisco? —le preguntó Brooke cuando se pusieron en marcha.
—Desde hace siete años. Yo estaba trabajando en una clínica de la costa oeste cuando un transeúnte me lo trajo. Lo había atropellado un coche. Lo curé y como nadie lo reclamó, pasó a ser mi mejor compañero.
Brooke echó un vistazo por encima del hombro y vio a Frisco sentado plácidamente en el asiento trasero y mirando por la ventana.
—Está bien adiestrado.
—He trabajado bastante con él. Solo tiene una mala costumbre: persigue a todos los coches en movimiento. Siempre tengo que cerciorarme de que la correa que lo ata a la valla está bien anudada porque es lo bastante listo como para soltarse. La carretera que pasa por delante de la clínica no tiene mucho tráfico, pero sí el suficiente.
La nevada fue haciéndose más intensa a medida que se acercaban al rancho de McCoy. Brooke permanecía en silencio observando el vaivén de los limpiaparabrisas y el paisaje que discurría ante sus ojos. Él se preguntó qué estaría pensando.
Al cabo de unos minutos giraron para entrar en un camino empedrado. Nate señaló un corral que había detrás del establo, donde una vaca corría desenfrenadamente.
—Ahí está.
Aparcó junto al enorme establo rojo y apagó los limpiaparabrisas.
—He traído todo lo necesario, pero el problema será que no nos deje acercarnos para examinarla. Le preguntaré a Everett si puedo darle algún calmante.
Nate soltó a Frisco y dio por supuesto que Brooke lo seguiría mientras se dirigía hacia Everett, que acababa de salir del establo.
—¿Crees que podremos meterla dentro? —preguntó Nate al anciano.
Everett se rascó la incipiente barba gris y sacudió la cabeza.
—No creo. Desde que está preñada, Hildy se ha vuelto muy terca. Quizá tengamos que arrinconarla, pero no sé cómo reaccionará.
Nate volvió a mirar hacia el corral y el pulso casi se le paró.
—¡Brooke, no entres ahí! —gritó.
Ella le hizo un gesto con la mano para indicarle que lo había oído, pero entró, cerró la verja y se dirigió lentamente hacia la vaca, que se había quedado parada en el otro extremo del corral.
—¿Qué cree que va a hacer? —preguntó Everett—. Además, ¿quién es?
—Va a trabajar conmigo. Acabo de contratarla.
—¿Está loca?
Según su currículo, Nate había trabajado con ganado, pero ¿habría entrado antes a un corral con una vaca que iba a parir y que no quería la ayuda de un veterinario?
—¡Brooke!
Ella siguió acercándose al animal, bien fuera porque no lo había oído o porque no le hacía caso.
Nate corrió hacia el corral, realmente preocupado, con Everett pegado a sus talones. Abrió la verja, entró y se quedó clavado en el sitio. Brooke tenía la mano sobre el cuello de la vaca y le hablaba con un tono tranquilizador. Nate se fijó en que llevaba la bolsa colgada del hombro. ¿Le habría dado algo? Los dos, Everett y él, no salían de su asombro al ver que la vaca se dejaba caer al suelo y Brooke se agachaba junto a ella. Un instante después, la preciosa veterinaria se quitaba el abrigo y sacaba unos guantes de látex de la bolsa. No parecía darse cuenta de que la nieve se le amontonaba en el pelo.
—Brooke, esto es bastante imprudente —le avisó Nate en voz baja para no asustar a la vaca—. Puede darte una coz en cualquier momento.
Sin embargo, Brooke ya estaba examinándola con una mano dentro del animal y la otra sobre el vientre.
—Quédate junto a su cabeza, Nate. Háblale, tranquilízala. El ternero está atrapado. Casi lo tengo…
Nate se arrodilló y posó la mano sobre la cabeza de la vaca, maravillado de lo tranquila que estaba.
El animal empezó a mover las patas.
—Muy bien —la animó Brooke—. Un poco más… ¡Ahí está!
Durante los minutos siguientes, Nate se limitó a observar a Brooke que aliviaba y animaba a Hildy. Esperaron y por fin la vaca acabó dando a luz a su ternero.
Everett se acercó.
—Caray. Nunca pensé que vería tan tranquila a Hildy. ¿Cómo demonios lo has conseguido?
Hildy ya se había repuesto y se ocupaba de sus deberes de madre.
Brooke observaba a la vaca y al ternero con una expresión que Nate habría deseado retener para toda su vida. El milagro de la vida la había conmovido tanto como siempre lo conmovía a él. Por algún motivo disparatado quiso tomarla de la mano y decirle que entendía…
Ella se quitó los guantes y se encogió de hombros.
—Supongo que era el momento de que aceptara la ayuda de alguien —le respondió al viejo ranchero.
Nate y Everett se miraron y el ranchero también se encogió de hombros con una sonrisa.
—Me da igual cómo lo hayas hecho. Lo único que me importa es que tengo un ternero sano y Hildy está bien.
De repente, Nate no estuvo seguro de que eso fuera lo único importante. Él no era tan conformista como Everett y quería saber qué había hecho para tranquilizar al animal.
Media hora más tarde, la madre y el ternero estaban cómodamente instalados en un pesebre del establo. Hildy había permitido que Everett la llevara adentro y que Nate se ocupara de su hijo mientras Brooke se lavaba.
Después de que Brooke y Nate se despidieran del ranchero, él sólo podía pensar en una cosa: en adivinar qué había hecho Brooke a la vaca.
—¿Qué le has dado? —le preguntó cuando volvieron al coche.
Pasaron unos segundos antes de Brooke contestara.
—No le he dado nada.
La miró de soslayo y frunció el ceño.
—No vas a decirme que ella te dejó acercarte y se tumbó porque sí.
Brooke asintió con la cabeza.
—Lo hizo. Quizá necesitara una mano femenina.
Nate gruñó y volvió a mirarla de reojo.
—¿Esperas que me crea eso?
—Como te dije en las entrevistas, no uso fármacos si no los necesito. Prefiero soluciones más naturales.
«Natural». Esa era sin duda la palabra que se aplicaba a Brooke, pero seguía sin creerse del todo que hubiera tumbado a la vaca con unas delicadas palabras. Aquella mujer era un enigma y, a pesar suyo, quería descifrarlo.
Brooke hizo todo lo posible por permanecer tranquila y mantuvo la mirada fija en los remolinos que formaba la nieve al caer en el parabrisas. Podía notar que Nate la miraba de vez en cuando y cada vez que lo hacía sentía un hormigueo en su interior. Un hormigueo que había empezado cuando lo miró a sus profundos ojos verdes. Sin embargo, sabía que no debía sentir atracción por él. Era un hombre que quería saber el motivo de las cosas y que tenía más preguntas de las que estaba dispuesta a contestar.
Se preguntaba por qué le resultaba conocido. Había algo en la mandíbula firme, en el perfil enérgico y en el pelo negro y tupido. No sabía mucho de él; solo que había empezado a ejercer en Whisper Rock hacía tres años y que había vivido encima de la clínica hasta otoño, cuando ayudó al contratista a construir la casa.
Nate aparcó delante de la clínica. Brooke iba a bajarse del coche cuando él la agarró del brazo. Si bien la tela del abrigo se interponía entre la mano y su piel, le pareció que podía notar el contacto a través de la lana. Se le estremeció todo el cuerpo. Cuando lo miró a los ojos, supo que lo que había sentido por Tim tres años antes no había tenido ese elemento de excitación primitiva que sentía con Nate.
—No sé lo que has hecho con Hildy, pero gracias por salvar al ternero —dijo Nate con sinceridad.
—Si vas a contratarme, ese es uno de mis trabajos.
—Estás contratada —replicó él.
La nieve lo cubría todo, pero dentro del coche la temperatura parecía más alta cada vez. Nate se aclaró la garganta.
—¿Quieres ver el apartamento?
—Buena idea —murmuró Brooke casi sin poder respirar, y supo que esa sensación no era por la altitud.
Nate le soltó el brazo e hizo un gesto con la cabeza.
—Vamos a echar una ojeada.
A Brooke le gustó en cuanto entró. Tenía ventanas dobles en dos paredes y, aunque aquel día fuera nublado, supo que sería muy luminoso. Las paredes estaban pintadas de un agradable color verde menta y el espacio le pareció muy acogedor. Había unos fuegos, un microondas, una pequeña nevera, una mesa de cocina con tapa de Formica y cuatro sillas cromadas con asientos y respaldos de plástico rojo.
La cama de matrimonio tenía una estantería de pino oscuro como cabecero y una mesilla de noche. La zona de dormir estaba separada del resto por un sofá de cuero marrón.
—Puedes arreglarlo como quieras —le dijo Nate—. Yo nunca puse cortinas; me bastaba con las persianas. Pero te las pondré si quieres.
—No necesito cortinas. Me gusta la luz sin ellas. ¿No necesitas la cama?
—La cama es de matrimonio porque es la única que encontré aquí. Me compré una enorme para la casa. El lunes deberían de entregarme los muebles y electrodomésticos.
La cama no tenía sábanas y no había objetos personales por ningún lado.
—¿Ya te has mudado?
—Sí. Ya he terminado la obra y he estado durmiendo sobre una colchoneta inflable. Tengo un microondas y no necesito nada más hasta que llegue el resto de cosas.
Brooke no pudo evitar recorrer con la mirada el largo cuerpo de Nate. Por lo menos mediría un metro noventa. Era fácil imaginárselo en la cama enorme que había comprado.
—¿Tampoco necesitas el sofá?
—Está lleno de bultos. Lo compré en una tienda de segunda mano cuando vine aquí.
—Limitando los gastos, ¿eh? —preguntó Brooke con una sonrisa.
—No sabía cuánto tiempo tardaría en afianzar la clínica, pero sí sabía que algún día querría mi propia casa. Supongo que dirás que era ahorrador. Un socio en la clínica me proporcionaría capital necesario para ampliar o para pagar parte de la hipoteca —añadió despreocupadamente con la intención de volver a comentar el tema.
Antes de que pudiera entrar a fondo en el asunto de la sociedad, Brooke volvió al motivo que los había llevado allí.
—Me gustaría vivir aquí. Iré al motel, recogeré el equipaje y pagaré la factura.
Nate miró el reloj.
—Dentro de un rato he quedado en casa con el electricista. Si necesitas que te ayude cuando vuelvas, dame un grito.
Estaba acostumbrada a cuidar de sí misma, y desde luego no quería depender de Nate cuando le atraía tanto.
—Me apañaré. ¿A que hora empiezan las visitas por la mañana?
—A las nueve. Tengo pacientes citados cada quince minutos hasta mediodía y seguro que entrará alguien sin cita. Siempre pasa. Podré ponerte a trabajar inmediatamente. Incluso a lo mejor puedo tomarme una hora para comer, para variar.
A Brooke le pareció que el cálido humor que se reflejaba en los ojos de Nate era como un bálsamo, y su sonrisa irónica hizo que sintiera una punzada en el estómago. Si iba a trabajar con ese hombre, tendría que controlar la atracción que sentía por él. No podían tener un lío. No solo porque a lo mejor solo pasaba unos meses allí, sino porque ya recelaba. El rechazo de Tim la había herido profundamente. No se había limitado a rechazar su amor, sino que había rechazado su verdadera esencia. En realidad, Brooke solo confiaba en su abuela. Sería maravilloso volver a verla.
Se apartó unos pasos hacia la puerta.
—Gracias por ofrecerme el apartamento. Cuando me haya mudado, echaré una ojeada a los archivos para familiarizarme con la clínica.
Nate sacó un llavero del bolsillo y le dio dos llaves.
—La redonda es del apartamento y la cuadrada de la clínica.
Brooke tomó las llaves con cuidado de no tocarle la mano. Era mejor que mantuviera las distancias. Era mejor que fueran colegas que buenos amigos. Tenía que vivir así. No tenía elección.
Después de darle las gracias otra vez, Brooke salió del apartamento. Podía notar su mirada clavada en la espalda, pero no se dio la vuelta.
Nate había encerrado a Frisco en el patio antes de enseñarle a Brooke el apartamento, y el perro corrió hasta la valla y se puso a ladrar cuando vio que ella se alejaba en su furgoneta.
Camino del motel, Brooke seguía pensado en el mechón de pelo que le caía a Nate sobre la frente, y se preguntaba por qué le resultaba tan familiar.
La nieve caía con menos fuerza, pero mientras atendía a la carretera vio que empezaba a salir humo por debajo del capó. Al principio pensó que era el vapor que se producía al caer la nieve sobre el metal caliente, pero el motor falló varias veces. Cuando entró en el aparcamiento del motel, la furgoneta estaba envuelta en una nube oscura. Aunque se sentía consternada, también se sentía agradecida por haber llegado hasta Whisper Rock. Podía haberle ocurrido en medio del trayecto desde Syracuse.
Entró en el motel, fue a su habitación y llamó al servicio de urgencias de su club automovilístico. La remitieron al taller de Flagstaff, y tardó otros quince minutos antes de tener resuelto el envío de una grúa. Pensó en alquilar un coche, pero decidió esperar hasta que el mecánico le dijera cuál era el problema y cuánto tiempo tardaría en arreglar el coche.
Solo podía hacer una cosa: llamar a Nate.
Normalmente nunca llamaba a nadie para pedirle ayuda. Sus padres no se habían casado, y la habían dejado con su abuela paterna mientras ellos recorrían el mundo a su antojo con cuatro perras; por eso Brooke siempre tuvo la sensación de que no podía depender de nadie salvo de sí misma… y de Granna. Vivió con una independencia absoluta durante tanto tiempo que cuando apareció Tim Peabody, le dio miedo comprometerse. Le dio miedo llegar a creer que Tim pudiera aceptarla tal y como era. Había tenido razón al sentir miedo. Cuando se enteró de que sus métodos para curar a algunos de sus pacientes peludos eran poco ortodoxos…
Solo su abuela la aceptaba tal y como era, y sospechaba que siempre sería así. Por eso solo dependía de sí misma; por eso no solía pedir la ayuda de nadie. Sin embargo, esa vez no tenía otra alternativa.
Sacó la tarjeta de Nate y marcó el número de teléfono. Cuando le respondió un contestador automático, colgó y marcó el segundo número.
Nate contestó al instante.
—Clínica veterinaria.
Brooke sonrió por lo automático de la respuesta. Era evidente que su vida giraba alrededor de su profesión.
—Hola, Nate. Soy Brooke. Mi furgoneta se ha estropeado definitivamente y estoy en el motel esperando a que llegue una grúa. Iré para allá en cuanto le hayan echado una ojeada y haya alquilado un coche.
—¿Estás segura de que quieres hacer eso?
—Me parece que no tengo otra solución.
—Claro que la tienes. Yo echaré una ojeada a la furgoneta antes de que llegue la grúa y te daré una idea de lo que le pasa. Siempre podría llevarte a Flagstaff cuando lo necesitaras, y si trabajas encima de la clínica, no necesitas el coche para ir a trabajar —añadió con tono divertido.
Si posponía la visita a Granna hasta que tuviera reparado el coche, solo necesitaba comprar algunas cosas para instalarse.
—¿Seguro que no te importa? Eso va más allá de las obligaciones de un jefe.
Hubo una pausa.
—No me importa, Brooke. Enseguida te darás cuenta de que en Whisper Rock la gente es muy servicial y amable. Todo el mundo te sonríe y te saluda con la mano. También te recoge si te ve andando por la carretera. Por eso vivo aquí.
—Haces que suene maravilloso.
—Lo es… para mí. No te muevas; llegaré dentro de cinco minutos.
Colgó antes de que ella pudiera darle las gracias.
Cuando Nate llegó al aparcamiento del motel y vio a Brooke junto a su furgoneta, se sintió como un caballero andante. Hacía tiempo que no rescataba a una dama en peligro. Al mirar a Brooke y al sentir la punzada de deseo que le había provocado cuando llegó, se alegró de que fuera ella a quien tenía que rescatar.
—Gracias por hacerme este favor —le dijo Brooke mientras se acercaba a ella.
—Todavía no he hecho nada —abrió el capó y miró el motor. Tardó unos segundos en encontrar el problema—. Es la junta de la culata. La factura va a ser astronómica.
—Coches… —se lamentó Brooke con el ceño fruncido—. A veces pienso que un caballo sería más barato.
Nate cerró el capó y comprobó que ella sabía muy bien lo que costaba mantener un caballo.
—No lo sé —bromeó—. Te mojas cuando llueve.
Brooke se rio.
—Supongo, pero es muy divertido cabalgar bajo la lluvia.
A Nate le gustaba la flexibilidad de Brooke. Cualquier otra mujer se habría desquiciado por lo que le había pasado nada más llegar a un sitio desconocido, pero Brooke mantenía la calma. ¿Sería así por haber estado yendo de un lado a otro? Seguía queriendo saber por qué no parecía dispuesta a echar raíces. Para él las raíces se habían convertido en algo importante; las raíces y el anonimato. Antes de llegar a Whisper Rock desde Los Ángeles, ya había conocido lo que era estar en el candelero. Su famoso padre y el rumbo que había estado a punto de tomar su vida le habían hecho buscar la paz y la tranquilidad más que las emociones.