Un regalo sorpresa - Jessica Hart - E-Book
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JESSICA HART

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Beschreibung

Quizá Gabriel Stearne fuera un brillante ejecutivo, pero en su currículum vitae no figuraba ningún hijo. Por eso la llegada de aquel bebé sorpresa no le dejó más que una opción: pedirle ayuda a Tess Gordon, su secretaria... Gabriel y Tess habían estado ocultando la atracción que sentían el uno por el otro tras un comportamiento estrictamente profesional; pero cuando Tess tuvo que quedarse en el apartamento de Gabriel para cuidar al pequeño Harry, los dos se dieron cuenta de que entre biberón y biberón podía pasar cualquier cosa...

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jessica Hart

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un regalo sorpresa, n.º 1694 - julio 2019

Título original: Assignment: Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-437-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TRAS su reciente éxito en la ceremonia de entrega de premios el pasado viernes, la pelirroja presentadora de televisión, Fionnula Jenkins, ha sido vista en el restaurante londinense Cupiditas en compañía de Gabriel Stearne, fundador de la gigantesca empresa constructora Contraxa. La pareja se conoció en Nueva York, en una fiesta de caridad patrocinada por Contraxa a la que Fionnula atendió. Las actividades empresariales de Gabriel, normalmente, aparecen en las secciones financieras de los periódicos; sin embargo, desde su llegada a Londres, se le ha visto en compañía de Fionnula en varias ocasiones, pero la presentadora se niega a confirmar los rumores que la señalan como la causa de que el empresario se haya mudado a Inglaterra. «Lo pasamos bien juntos», es todo lo que Fionnula ha dicho.

 

 

Tess apenas había acabado de leer el artículo cuando la puerta del despacho interior se abrió; inmediatamente, se apresuró a ocultar el periódico en la papelera.

Cuando Gabriel, poniéndose el abrigo, apareció, ella estaba inocentemente absorta en su trabajo, mecanografiando las cartas que él le había dictado aquella mañana.

–Voy a la reunión con los aseguradores –dijo él en tono brusco mientras se abrochaba los botones del abrigo–. Ten listas las cartas para cuando vuelva. Y también quiero una copia del informe del diseño y los archivos de los arquitectos. Todos. Y ordenados por fechas.

–Sí, señor Stearne –respondió Tess.

La voz de ella era fría, con un ligero acento escocés. Gabriel la miró burlonamente. Ella lo observaba por encima de las gafas que llevaba cuando trabajaba y que, junto con el bolígrafo y el cuaderno de notas en la mano, le conferían el aspecto de la perfecta secretaria personal.

En las cuatro semanas que llevaba trabajando para él, solo sabía tres cosas respecto a Tess Gordon: era excepcionalmente eficiente, iba siempre impecable…

Y no lo soportaba.

Una pena, pensó Gabriel con indiferencia. Pero su trabajo no era gustar al personal. Estaba allí para hacer de esa empresa una empresa del siglo veinte, lo que le permitiría introducirse en el mercado europeo, y no lo preocupaba lo que la fría señorita Gordon pudiera pensar de él.

–Cuando hayas acabado eso, envía un mensaje electrónico interno a todo el personal recordándoles que el teléfono no es para uso privado –continuó Gabriel con dura voz–. E incluye también el correo electrónico. Dentro de poco se va a instalar un sistema de control, así que será mejor que todos los empleados empiecen a acostumbrarse desde ya.

Una orden así iba a causar un gran revuelo, pero Tess no reaccionó, se limitó a tomar nota y se guardó sus opiniones para sí misma.

–¿Algún mensaje? –preguntó Gabriel secamente.

–Ha llamado su hermano. Quiere que lo llame cuando pueda.

Gabriel lanzó un quedo gruñido.

Greg, que era como el hermano de Gabriel Stearne se había presentado, a juzgar por la conversación que había mantenido con él, un hombre que coqueteaba con todas las mujeres. Y ella, aunque pensaba que cualquier persona asociada con su jefe debía ser insoportable, lo había encontrado encantador. Era simpático, divertido, agradable… ¡todo lo contrario a su hermano!

Gabriel estaba revisando su portafolios con el fin de cerciorarse de que llevaba consigo todos los papeles necesarios para la reunión.

–¿Alguien más?

–No –contestó Tess, pero se quedó vacilante y Gabriel alzó la cabeza y la miró.

Gabriel Stearne tenía unos ojos grises que contrastaban con sus cejas negras, y Tess todavía no se había acostumbrado al modo como parecían penetrarla.

–¿Qué? –dijo él.

–Me estaba preguntado a qué hora va a regresar.

–A eso de las seis y media. ¿Por qué?

–Me gustaría hablar con usted –la tranquila expresión de Tess no traicionó la vacilación que sentía.

Gabriel frunció el ceño.

–¿Sobre qué?

–Nadie podía acusarlo de andarse con rodeos, pensó Tess. Tenía que pedirle un aumento de sueldo, pero no era la clase de conversación que se tenía sin más y a toda prisa.

–Preferiría hablar de ello cuando disponga de algo de tiempo –respondió Tess.

–¿No podría esperar hasta mañana?

–Mañana vamos a estar muy ocupados con el asunto Emery –observó Tess.

Y después era el fin de semana, lo que significaba dos días más preocupándose por Andrew. No le gustaba rogar, pero no tenía alternativa.

–Si pudiera dedicarme cinco minutos cuando vuelva, se lo agradecería enormemente.

Gabriel la miró. Su secretaria tenía uno de esos rostros de rasgos ilegibles. Era imposible adivinar lo que pensaba. No se trataba de que no fuera atractiva. Tenía un rostro agradable, bonita piel, bonitos ojos y el cabellos siempre recogido en la nuca, un cabello castaño dorado. Podía incluso resultar bonita, pensó él desapasionadamente, sin que su expresión se tornara menos seria.

De repente, al ocurrírsele la idea de que lo que ella podía querer era presentar su dimisión, frunció el ceño. No tenía tiempo para buscar otra secretaria personal en esos momentos. Había heredado a Tess al adquirir SpaceWorks, y el conocimiento que ella tenía del funcionamiento de la empresa era de un gran valor. No podía permitirse el lujo de perderla en esos momentos. Tenía que seguir soportando aquella gélida atmósfera hasta conseguir familiarizarse con la empresa.

–Muy bien –dijo él, irritado por la idea de perder un tiempo precioso en intentar convencerla para que se quedara–. Si espera a que vuelva, hablaremos.

–Gracias.

Típico de Tess; simplemente «gracias», sin más. En cierto sentido, era la perfecta secretaria. Jamás perdía la compostura. Cuando él gritaba, ella ni se inmutaba. Era inteligente y discreta. Y él sabía que era la persona ideal para ocupar el puesto de secretaria particular.

El problema era que le habría gustado que, de vez en cuando, Tess cometiera algún error.

O sonriese.

Enfadado consigo mismo por permitirse pensar en esas tonterías, Gabriel cerró el portafolios y se encaminó hacia la puerta.

–Ah, y resérvame una mesa en Cupiditas para esta noche a las nueve.

¿Por qué nunca decía «por favor» ese hombre?, se preguntó Tess.

–¿Una mesa para dos?

–Sí, para dos –respondió él irritado.

La mayoría de la gente temblaba en su presencia, pero Tess no.

––Muy bien, señor Stearne.

–Hasta luego –dijo él antes de salir.

En el momento en que hubo desaparecido, Tess sacó el periódico de la papelera Y volvió a leer el artículo sacudiendo la cabeza con incredulidad. ¡Gabriel Stearne y Fionnula Jenkins! ¿Quién lo habría podido imaginar?

Algunas chicas de la oficina lo encontraban muy atractivo y, de vez en cuando, se pasaban a verla a ella con la esperanza de que, en ese momento, Gabriel saliese y verlo. Ella no lo comprendía; en su opinión, Gabriel no era guapo, solo antipático.

¿Qué podía ver en él una mujer como Fionnula?, se preguntó Tess al tiempo que tiraba el periódico a la papelera antes de marcar el teléfono del restaurante. Fionnula era guapa y famosa, podía tener al hombre que quisiera; en ese caso, ¿por qué Gabriel? No podía ser por dinero porque Fionnula tenía en abundancia y, desde luego, no podía ser por el encanto personal de él.

Quizá le gustara el desafío, pensó Tess. Gabriel tenía fama de ser un hombre falto de escrúpulos y nada sentimental. Si Fionnula creía que ese hombre tenía corazón, se iba a llevar una desilusión, pensó Tess cínicamente. Que le aprovechara.

 

 

A las seis, Tess tenía hecho todo lo que Gabriel le había pedido. La mesa en el restaurante estaba reservada y los informes y las cartas en la mesa de su jefe. Sabía que Gabriel estaba esperando a que cometiera un error; pero hasta el momento, ni siquiera había cometido una sola falta de ortografía. Casi le divertía demostrarle que podía seguir el ritmo infernal de trabajo al que él la estaba sometiendo.

Tess se felicitó a sí misma. Gabriel tendría que intensificar el ritmo de trabajo si quería verla derrumbarse.

Envió un mensaje electrónico a Andrew para decirle que no tardaría en recibir un cheque y que esperaba poder enviarle otro a la semana siguiente. Después, mientras pensaba en cómo sacar el tema de la subida de sueldo, el teléfono sonó.

–Hay una mujer que quiere ver al señor Stearne –dijo la recepcionista–. No ha querido darme su nombre, me ha dicho que se trata de un asunto personal.

Tess se miró el reloj. Gabriel no le había dicho que esperaba una visita.

–Dile que suba –contestó Tess conteniendo un suspiro.

Unos minutos más tarde, Gabriel se quedó atónita al ver a una mujer de unos sesenta años empujando un cochecito de niños entrar en el despacho.

Con un esfuerzo por ocultar su sorpresa, Tess se quitó las gafas y se levantó de su asiento con una educada sonrisa.

–¿En qué puedo ayudarla?

La mujer miró a su alrededor.

–Quiero ver a Gabriel Stearne –le dijo la mujer a Tess en tono agresivo.

–Lo siento, pero no está en la oficina. Yo soy su secretaria personal, quizá pueda ayudarla.

–No sé si podrá.

La mujer revolvió en el cochecito y sacó un periódico. Estaba doblado por la página en la que aparecía la foto de Gabriel y Fionnula.

–¿Es este Gabriel Stearne? –preguntó la mujer con cierta vacilación.

–Sí, ese es el señor Stearne.

–No lo había imaginado así –confesó la mujer frunciendo el ceño–. Leanne me dijo que era el hombre más guapo que había visto en su vida. Yo no diría que este hombre es guapo, ¿y usted?

–No, yo tampoco –contestó Tess.

–El amor es ciego.

–¿El amor? –repitió Tess cautelosamente.

–Eso es lo que Leanne dijo. Leanne es mi hija –explicó la mujer, al ver que Tess no parecía salir de su asombro–. Conoció a Gabriel el año pasado en un crucero. Ella es crupier. Él iba en primera clase y mi hija me dijo que era muy divertido.

Tess no llegaba a comprender lo que aquella mujer le estaba diciendo.

–La verdad es que no me lo imaginaba en un lugar así. Leanne me dijo que era un hombre muy despreocupado.

Tess continuó tratando de imaginar a Gabriel en el casino de un crucero y… ¡un hombre despreocupado!

–Bueno, lo siento, pero no va a volver hasta más tarde –dijo Tess–. ¿Quiere que le dé algún mensaje?

–Puede hacer algo mejor que eso –respondió la mujer bruscamente–. Puede darle a su hijo.

Tess perdió la compostura.

–¿Su hijo? –repitió con perplejidad.

–Exacto –la mujer indicó el cochecito–. Se llama Harry.

Tess se quedó mirando el cochecito. ¿Gabriel era padre? Imposible de creer.

–¿Sabe… lo de Harry? –preguntó Tess con toda la delicadeza de la que fue capaz dadas las circunstancias.

–No –respondió la mujer secamente–. Leanne piensa que no es la clase de hombre al que le gustan las ataduras. Cuando Harry nació, tuvo idea de decírselo, pero al final, decidió no hacerlo. Está decidida a criarlo sola. De acuerdo, es cosa suya; pero como yo le dije: ¿qué pasa con el aspecto económico? Leanne iba a buscar trabajo aquí, pero le ofrecieron un contrato en un crucero por seis meses, un contrato de mucho dinero, y no pudo rechazarlo.

Tess estaba cada vez más confusa. No comprendía lo que aquella mujer estaba tratando de decir; pero de una cosa estaba segura: lo último que Gabriel querría en el mundo era llegar a la oficina y encontrarse con un bebé.

–Creo que es cosa de su hija discutir con él el asunto de la paternidad –dijo Tess con firmeza–. El señor Stearne no mezcla su vida privada con el trabajo.

–Leanne no está aquí, por lo que no puede discutir nada con él –observó la mujer–, y esa es precisamente la cuestión. Yo le dije que cuidaría de Harry mientras ella estuviera trabajando en el crucero; sin embargo, hace unos días me enteré de que he ganado un viaje a California en un concurso. ¡Yo! ¡Es la primera vez que gano algo!

La mujer sonrió y continuó:

–Siempre he tenido ganas de ir a Estados Unidos, así que… En fin, el premio del viaje es para ya, no se puede retrasar; ha sido una casualidad que leyera el artículo ese en el periódico. En resumen, no veo por qué voy a tener que perderme unas vacaciones pagadas por cuidar de Harry cuando su padre puede hacerlo perfectamente.

–Bueno, yo no puedo decirle nada sobre eso –dijo Tess alarmada–. El señor Stearne está muy ocupado…

–No tanto como para no poder salir con esa Fionnula Jenkins, ¿no? –observó la abuela de Harry sacudiendo el periódico como prueba–. Si tiene tiempo para eso, también tiene tiempo para cuidar de su hijo. Y, en mi opinión, ya es hora de que acepte sus responsabilidades como padre. ¿Por qué tiene Leanne que criarlo sola? No se quedó embarazada sola, ¿verdad?

–Bueno, no, evidentemente…

–Además, no es que vaya a dejarlo aquí para siempre. El viaje es solo por dos semanas y Harry es un niño muy bueno, no dará problemas.

Tess rodeó el escritorio apresuradamente al darse cuenta de lo que aquella mujer estaba diciendo.

–No estará pensando en dejarlo aquí, ¿verdad?

–¿Por qué no? Por lo que Leanne me dijo, su precioso Gabriel tiene recursos. Estoy segura de que se las arreglará.

–¡No puede abandonarlo!

La mujer alzó la barbilla obstinadamente.

–No lo estoy abandonando, lo estoy dejando con su padre –la abuela se inclinó sobre la cuna para darle un beso a su nieto–. Adiós, cariño, hasta dentro de dos semanas.

La mujer se enderezó y, mirando a Tess, señaló la malla debajo del cochecito.

–Ahí tiene todo lo que necesita para dos días, pero luego tendrá que comprar más leche para el biberón y más pañales.

–¿Pañales? No puede marcharse así –gritó Tess, pero la abuela del niño ya había emprendido el camino hacia los ascensores–. ¡Eh, espere! ¡Espere!

Los gritos despertaron al niño, que empezó a llorar inmediatamente. Distraída con el llanto del bebé, Tess vaciló en el umbral de la puerta. No podía creer que su abuela, al oírlo llorar, no volviera. Sin embargo, cuando salió al pasillo, vio cerrarse la puerta de un ascensor; la mujer había desaparecido.

Tess miró a su alrededor en busca de ayuda, pero el piso entero parecía vacío. Era evidente que los empleados se habían marchado a las cinco y media, lo mismo que debería haber hecho ella.

A sus espaldas, el llanto de Harry se hizo más agudo.

¿Qué iba a hacer?

Volvió al despacho y se alarmó al ver el enrojecido y contorsionado rostro del pequeño. ¿Estaba a punto de sufrir un ataque? Movió el cochecito y, cuando comprobó que eso no estaba dando efecto, lo tomó en sus brazos y lo acunó de la forma que había visto a Bella, su amiga, acunar a su hijo.

–Chist, calla, cielo, tranquilo –le dijo al niño.

Tess miró al reloj que colgaba de la pared, deseando que Gabriel volviera cuanto antes.

Gabriel regresó viente minutos después y fue recibido con un suspiro de alivio.

–¡Gracias a Dios que ha vuelto! –exclamó Tess.

Gabriel se quedó inmóvil al verla. Al salir, había dejado una fría y eficiente secretaria particular; ahora, esa misma persona tenía en sus brazos a un bebé, su blusa estaba llena de lágrimas y varias hebras de cabello se le habían salido del moño.

Gabriel arrugó el ceño.

–¿Qué significa esto? ¿De quién es este niño?

Tess estaba tan descompuesta que no fue capaz de pensar en una forma diplomática de darle la noticia.

–Suyo.

–¿Qué? –gritó Gabriel, y Harry empezó a llorar otra vez.

–¡No grite! ¡Mire lo que ha hecho! –dijo Tess en tono acusatorio–. Acababa de dejar de llorar.

Tess volvió a acunar al niño hasta que los sollozos acabaron.

–Bien, así está mejor –murmuró ella–. Ese hombre ya no va a volver a gritar más, no te asustes.

Gabriel hizo un esfuerzo por controlar su impaciencia.

–¿Tess, te importaría explicarme qué estás haciendo con ese niño? –al momento, Gabriel dejó el portafolios encima del escritorio de ella.

Tess le contó lo que recordaba de la conversación.

–Todo ha sido tan rápido –concluyó ella.

–A ver si he entendido –dijo Gabriel apretando la mandíbula–. De repente, aparece una mujer, te dice que se va de vacaciones y te deja a un niño… ¿y tú le has permitido que se marcharse sin más, sin preguntarle siquiera el nombre?

Dicho así, parecía como si ella no hubiera manejado bien la situación, admitió Tess para sí misma.

–Me ha dicho que usted es el padre de Harry –contestó Tess confusa.

–¿Y tú la has creído?

–Yo no sabía qué creer –respondió ella en tono defensivo–. Por lo que yo sé, puede tener una docena de hijos.

Gabriel le lanzó una mirada furiosa.

–Te aseguro que, no solo no tengo hijos, sino que tampoco he estado en un crucero y, por supuesto, no he seducido a ninguna crupier.

Mordiéndose los labios, Tess miró con gesto preocupado al bebé que tenía en los brazos.

–¿Qué vamos a hacer? –preguntó ella.

–¿«Vamos», los dos? –Gabriel arqueó las cejas de una manera que hizo desear a Tess darle un puñetazo.

–Desde luego, no es mi hijo –respondió ella.

–Tampoco es mío –contestó él con expresión tormentosa–. Eres tú quien se ha responsabilizado del niño, así que arréglatelas tú como puedas.

Tess no tomó bien aquellas palabras. Al principio, se quedó sin saber qué responder. Después…

–¡Espere un momento! –exclamó ella furiosa.

Pero antes de decirle a Gabriel lo que pensaba sobre él, el teléfono empezó a sonar. Involuntariamente, ambos se volvieron para clavar los ojos en el teléfono.

Gabriel lanzó una maldición por la interrupción.

–Será mejor que contestes; podría ser alguien que se va de vacaciones y quiere dejarnos otro niño o un perro. ¡Vamos, contesta, diles que estaremos encantados y, también, si quieren, podemos ir a regarles las plantas!

A Tess le ofendió el sarcasmo.

–¿Cómo me sugiere que conteste? Por si no lo ha notado, en estos momentos tengo ambas manos ocupadas. ¿O quiere que descuelgue el auricular con los dientes?

El teléfono continuó sonando; era imposible ignorarlo.

–Está bien, yo contestaré –dijo Gabriel de mal humor.

Se acercó al escritorio y descolgó el auricular.

–¿Sí? –gruñó Gabriel–. Ah, Greg… sí, sí, me han dado tu mensaje… No, no puedo hacer nada… –súbitamente, a Gabriel le cruzó una idea por la mente–. A propósito, ¿conoces tú a una crupier que se llama Leanne?

Tess no pudo oír la contestación de Greg, pero resultó evidente que no era la contestación que Gabriel había esperado, a juzgar por los cambios en su expresión.

–Espera, voy a colgar. Te llamaré dentro de cinco minutos.

Gabriel colgó y se volvió a Tess.

–Era mi hermano –explicó Gabriel innecesariamente. Durante unos momentos, pareció perdido.

–¿Su hermano? ¿Y qué tiene que ver su hermano con la madre de Harry? –preguntó Tess, que no comprendía el rumbo que estaban tomando los acontecimientos.

–Eso es lo que voy a averiguar –dijo Gabriel con voz tensa.

Gabriel se quitó el abrigo y se dirigió a su despacho.

–¿Y qué se supone que voy a hacer yo entre tanto? –preguntó ella.

–Pues… impedir que el niño llore.

–¡Estupendo, muchas gracias! –murmuró ella mientras Gabriel cerraba la puerta de su despacho.

Tess volvió a mirar al reloj y la sorprendió ver que solo había transcurrido una hora desde que la abuela del niño entrara en la oficina.

Sin saber qué hacer con él, Tess se paseó por la estancia dándole palmaditas a Harry en la espalda, igual que hacía su amiga con su hijo.

Al oír la puerta, Tess se dio media vuelta y vio a Gabriel salir de su despacho con las mangas de la camisa subidas y expresión de consternación.

–¿Y bien? –preguntó ella.

Gabriel se aflojó la corbata.

–Greg estuvo en un crucero por el Caribe el año pasado. Me ha dicho que conoció a una crupier llamada Leanne y que tuvieron una aventura amorosa durante el crucero; pero, típico de mi hermano, no se acuerda de su apellido, por lo que va a ser muy difícil encontrar a la madre de la tal Leanne. Por supuesto, eso no significa que Greg sea el padre de Harry; sin embargo, al menos ahora sabemos por qué esa mujer nos ha dejado a su nieto.

–Pues ella mencionó a Gabriel Stearne –objetó Tess–. No es fácil confundir Gabriel con Greg.

–Greg, de vez en cuando, utiliza mi nombre en vez del suyo. Dice que así consigue mejores mesas en los restaurantes y, en el caso concreto de este crucero, una cabina mejor. Como había empezado a utilizar mi nombre en el viaje, continuó haciéndolo, incluso con Leanne. De todos modos, Greg dice que no tiene importancia ya que no cree que vaya a realizar otra vez un crucero y que es poco probable que Leanne lea las páginas de la sección financiera de los periódicos o que vea mi foto.

–Puede que no sea solo Leanne quien crea que ha tenido una aventura amorosa con usted. Quizá haya chicas por todo el mundo que crean que usted es un hombre increíblemente guapo, un amante extraordinario y una persona divertida.

Gabriel lanzó a Tess una mirada sospechosa. No había confundido el tono burlón de su voz. ¿Por qué no le decía abiertamente que la idea de que alguien lo encontrara divertido o un amante extraordinario le parecía absolutamente ridícula?

–En estos momentos, solo nos debe preocupar Leanne –respondió él secamente.

–¿Y Leanne cree que Greg es el padre de Harry?

–Sí.

–Eso convierte a Harry en su sobrino –declaró Tess deliberadamente.

–Es una posibilidad –admitió Gabriel; evidentemente, no muy feliz.

–¿Cree Greg que es posible que sea él el padre del niño?

Gabriel se sentó en el borde del escritorio de Tess y se frotó la nuca.

–No le he dicho lo de Harry.

Tess lo miró sorprendida.

–¿Que no se lo ha dicho a su hermano? ¿Por qué no?

–Porque, por una vez en su vida, Greg está donde debe estar –respondió Gabriel–. Está en Florida, con mi madre. Su padre, que es mi padrastro, está ingresado en el hospital, van a operarlo a corazón abierto, y mi madre no puede pasar por todo eso sola. No es una mujer muy fuerte, y yo prefiero que mi hermano esté con ella allí a que venga a Londres. Además, él no sabe nada de cómo cuidar a un bebé.

–Al contrario que nosotros –dijo Tess; esta vez, sin molestarse en disimular el tono burlón.