Un romance de película - Amanda Berry - E-Book
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Un romance de película E-Book

Amanda Berry

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Beschreibung

Natalie Collins trabajaba de contable y estaba absolutamente centrada en su trabajo. Prefería una vida lejos de los focos y de la fama, pero, desgraciadamente, el hombre que la volvía loca era una estrella de cine. La bella y inteligente Natalie era la única persona en quien Chase Booker podía confiar. Él distinguía a la mujer fuerte y apasionada que se escondía tras su fachada de timidez, y su pasión era tan intensa y cegadora que estaba dispuesto a olvidar que pertenecían a mundos distintos...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Amanda Berry. Todos los derechos reservados. UN ROMANCE DE PELÍCULA, N.º 1878 - diciembre 2010 Título original: L.A. Cinderella Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9339-8 Editor responsable: Luis Pugni

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Un romance de película

AMANDA BERRY

Capítulo 1

Mientras cruzaba el salón, Natalie Collins se preguntó cómo se las había arreglado para conseguir un empleo en Pandora Productions. Las personas que la rodeaban eran tan altas, elegantes y atractivas que parecían salidas de una pasarela de modelos. Incluso su traje negro palidecía y resultaba conservador en comparación con aquel despliegue de colores.

Se resistió a la tentación de mirarlos con cara de boba y alzó una mano para echarse un mechón de cabello por detrás de la oreja. Fue un error, porque las carpetas que llevaba pesaban demasiado y estuvieron a punto de caerse; sin embargo, reaccionó a tiempo y no sufrió más percance que el de las gafas, que se le bajaron hasta la punta de la nariz. Incluso en eso tenía mala suerte; normalmente usaba lentillas, pero había perdido una.

Cambió las carpetas de posición para evitarse más problemas y chocó con lo que parecía ser una pared. Esta vez, las gafas se le cayeron al suelo. Y cuando se giró para mirar la supuesta pared, descubrió que era un hombre.

—¿Se encuentra bien? Permítame que la ayude —dijo una voz ronca. El desconocido le quitó las carpetas y ella entrecerró los ojos, intentando distinguir su cara.

—Sí, estoy bien —respondió—. Pero las gafas se me han caído...

—Son cosas que pasan.

El hombre rió, se inclinó para recoger las gafas y se las dio. Natalie sintió una punzada en el estómago; su voz le resultaba extraordinariamente familiar.

Cuando por fin pudo verlo, se quedó asombrada.

Era Chase Booker, en carne y hueso. Con su cabello rubio, sus ojos de color verde esmeralda y una cara que habría despertado la envidia de un ángel.

Por suerte, ella no era una adolescente impresionable, capaz de empezar a chillar al verse ante un actor famoso. Era una mujer adulta; pero desgraciadamente, también era una mujer apasionada que se estremeció al sentir el roce de su mano en la mejilla, mientras él le ajustaba las gafas.

—Gracias, señor Booker —acertó a decir—. Lamento haber tropezado con usted. Espero no haberle hecho daño...

—No se preocupe. Pero deje que le lleve las carpetas.

—No, no es necesario.

—Insisto.

Natalie pensó que con esa cara y ese cuerpo podía insistir siempre que quisiera y salirse con la suya en todos los casos.

—¿Dónde quiere que las deje? —preguntó él.

Sus miradas se cruzaron y ella estuvo a punto de suspirar.

—En el departamento de contabilidad, si no es mucha molestia. Mi mesa está junto a la del señor Morrison.

—Veo que es nueva en Pandora Productions.

Chase lo dijo con tono de afirmación, de modo que Natalie no se sintió obligada a responder nada. Lo siguió por el pasillo e intentó apartar la vista de sus espaldas anchas y de su legendario trasero, que había tenido ocasión de admirar en su última película.

Después, carraspeó y dijo:

—Soy contable. Soy la nueva contable.

El actor dejó las carpetas en la mesa, se giró hacia ella y le ofreció una mano, que Natalie estrechó.

—Bienvenida a bordo.

—Gracias, señor Booker.

—Tutéame, por favor. Y llámame Chase.

Él le soltó la mano, pero ella se quedó con la sensación de que había mantenido el contacto más tiempo de la cuenta. Sin embargo, pensó que se lo habría imaginado e hizo un esfuerzo por recobrar su aplomo. A fin de cuentas, sólo era un actor. En cuanto lo viera unos cuantos días seguidos, lo encontraría perfectamente normal.

—Gracias... Chase.

Chase sonrió.

Natalie notó un brillo de interés en sus ojos, pero también creyó haberlo imaginado.

—Ardo en deseos de trabajar contigo... pero ¿cómo te llamas?

—Natalie Collins.

—Natalie —dijo él, pronunciando el nombre como si lo saboreara.

Ella sintió una debilidad tan repentina que se maldijo para sus adentros. Babear delante de un actor no habría sido tan malo si aquel actor no hubiera sido también su jefe; pero lo era, y no podía empezar su relación profesional con tan mal pie.

Si no se libraba pronto de él, tendría un problema.

Chase Booker echó un trago de café y contempló el montón de papeles que se acumulaban encima de la mesa. Dos meses seguidos de rodaje habían bastado para convertir su despacho en un caos.

Miró el reloj y pensó que cinco minutos después tenía que reunirse con Martin Morrison, su director financiero, y Robert Addler, su socio. Por suerte, la cafeína le empezó a hacer efecto y se sintió algo mejor; su vuelo de Londres había llegado con retraso y estaba agotado y con las horas cambiadas.

Su última película había salido bien. Se sentía satisfecho con ella a pesar de que su productora, Pandora Productions, no tenía nada que ver con el asunto. Incluso estaba contento con la protagonista femenina, que había resultado ser una profesional y no se había lanzado a su cuello como tantas actrices en busca de fama. Estaba cansado de ambiciosas y necesitaba cambiar. Sobre todo, después de su ruptura con Alexis Brandt.

Se frotó la nariz y pensó que tal vez había llegado el momento de hacer algo diferente.

Justo entonces, se acordó de los grandes ojos marrones de Natalie Collins, la nueva empleada del departamento de contabilidad, la mujer de cabello castaño recogido en una coleta que apenas sobrepasaba el metro cincuenta de altura.

Chase sonrió. En las películas, la bibliotecaria fea se quitaba las gafas, se soltaba el pelo y se convertía en la mujer más bella del mundo. Además, Natalie Collins tenía algo; no sabía qué, pero lo tenía.

Sin embargo, pensó que el cansancio le estaba jugando una mala pasada. Los ojos de Natalie eran los de una mujer inocente, completamente ajena a la malicia de Hollywood. Y Chase sabía cómo terminaban esas cosas.

Si se dejaba llevar por la tentación y probaba aquellos labios, se arrepentiría. Ni ella era adecuada para él ni él, para ella.

Entonces llamaron a la puerta.

—Adelante...

Robert entró en primer lugar, con su sonrisa de siempre, y estrechó la mano de Chase.

—Me alegra que hayas vuelto —dijo su socio.

—Y yo me alegro de estar de vuelta. Echaba de menos el sol.

Robert se apartó y Chase saludó a Martin, que se había quedado en la entrada.

—Hola, Martin...

—Hola, señor Booker. ¿Ha tenido un buen vuelo?

Martin se sentó y echó un vistazo a los papeles de la mesa. Nunca lo miraba a los ojos. Robert aseguraba que sólo se comportaba así con él, que con el resto de la gente no actuaba como un ratón delante de un gato.

—El vuelo ha sido insoportablemente largo, pero bueno, ya estoy aquí —respondió. Chase se sentó en su sillón y Robert se acomodó junto a Martin.

—¿Qué tal el rodaje? —preguntó Robert, estirando las piernas—. ¿Crees que te llevarás otro Oscar al mejor actor?

—Dudo que Assasin’s Target llegue a ser nominada, pero me he divertido mucho. Echaba de menos esa sensación... Y me han pagado muy bien, a diferencia de lo que pasó con Night Blooming —ironizó.

Chase se refería a una de las películas de Pandora Productions, que todavía estaba en números rojos.

Martin carraspeó y su jefe dijo:

—¿Tienes los cálculos?

Martin rebuscó entre los papeles con manos temblorosas y sacó una copia para Robert y otra para Chase.

—Sólo es un cálculo preliminar —explicó—. Faltan por contabilizar varias facturas sin cobrar y unos cuantos gastos.

Chase observó el documento. La cifra que estaba a pie de página era concluyente; en lugar de ganar dinero, habían acumulado una deuda de cien mil dólares.

Enfadado, pegó un puñetazo en la mesa.

—¿Cómo es posible? Night Blooming estuvo en el primer puesto durante varias semanas. La nominaron a los premios Globe, es posible que la elijan para los Oscar y, además, acabamos de sacar el DVD de la película. Debería dar beneficios.

Martin se movió en la silla, incómodo.

—Se han presentado gastos que no habíamos previsto.

Chase se recostó en el sillón.

—¿Gastos? ¿Qué gastos? No entiendo nada... Robert, ésta no es nuestra primera película. Me presentaste un presupuesto y se suponía que te atendrías a él.

—No sé lo que ha pasado, Chase —dijo Robert—. Yo me atuve estrictamente al presupuesto. Tal vez deberíamos revisar las cuentas.

Chase se giró hacia Martin.

El director financiero carraspeó otra vez.

—Bueno... precisamente acabo de contratar a una contable nueva —declaró—. Le pediré que revise esas cuentas con detenimiento. Lo haría yo mismo, pero me temo que tengo que empezar con el informe de este mes.

El pulso de Chase se aceleró al instante. La contable nueva era Natalie.

—Está bien, Martin. Pero recuerda que este asunto es prioritario. Quiero saber por qué estamos perdiendo dinero.

—¡Natalie!

Natalie se estremeció al ver a Martin, que caminaba hacia su mesa. El director financiero tenía la mala costumbre de gritar cuando quería pedirle algo. No gritaba por humillarla ni por molestarla en modo alguno, pero gritaba.

Dejó lo que estaba haciendo y lo miró.

—¿Sí, señor Morrison?

—Venga a mi despacho.

Natalie se levantó, alcanzó un bolígrafo y una libreta y lo siguió a su despacho.

—Cierre la puerta, por favor. Ella cerró la puerta y se sentó. La mesa de Martin tenía montones de papeles tan altos que parecía un milagro que se sostuvieran. Pero a pesar de ello, permanecieron en su sitio cuando el director financiero les pegó un manotazo.

—¿Recuerda lo que le dije cuando la entrevisté para el trabajo?

—¿Se refiere a lo de la auditoría?

—En efecto. Hay que investigar a fondo los gastos de la productora.

—Sí, señor.

Martin empezó a sacar carpetas y las fue dejando en el regazo de Natalie, hasta que le llegaron a la barbilla.

—Imprima los gastos del rodaje de Night Blooming —le ordenó—; creo que todos los documentos están ahí, pero si falta alguno, búsquelo en los archivos. Después, compruebe cada anotación y asegúrese de que tenemos la factura correspondiente y de que efectivamente fue un gasto de la película. Todas las facturas tienen un número de serie y están firmadas por Robert o por mí. ¿Alguna pregunta?

Natalie lo miró. Aquel trabajo le gustaba. Quería llegar lejos, tan lejos como fuera posible. Quería tener la oportunidad de ser algo más que una contable de oficina.

—No, señor Morrison.

—La autorizo a dedicar todo el tiempo que necesite a este encargo. Si tiene que hacer horas extras, hágalas.

—Por supuesto.

Natalie pensó que no habría mucha diferencia. Era martes y el día anterior se había marchado antes de tiempo, así que tenía que recuperar las horas perdidas a lo largo de la semana. Además, no le importaba salir tarde del trabajo. No tenía nada parecido a un hogar. Y en cuanto a su compañera de piso, Rachel, se pasaba la vida de viaje o volvía a casa a altas horas de la madrugada.

—Deje todo lo demás y concéntrese en este asunto. El señor Booker quiere que terminemos cuanto antes.

Al oír el apellido de su jefe, Natalie se estremeció.

Martin le hizo un gesto para que se marchara y ella se levantó con las carpetas entre los brazos, manteniendo precariamente el equilibrio.

Abrió la puerta y logró llegar a su mesa sin tirar nada. A continuación, se sentó, acercó el teclado del ordenador y empezó a escribir.

Un segundo después, se abrió la puerta.

Era Chase.

Por lo visto, la semana iba a resultar más complicada de lo que había imaginado.

Capítulo 2

Natalie tuvo que marcharse a casa. El montón de facturas seguía siendo tan alto como al empezar con él, pero tenía la vista cansada y estaba hambrienta. El reloj del ordenador marcaba las ocho en punto de la tarde.

Antes de salir, reordenó el montón para continuar por el mismo punto al día siguiente y no confundirse. Ya había terminado cuando oyó una puerta que se abría y se asustó; todo el mundo se había marchado de la oficina, incluido el señor Morrison.

Se giró hacia el pasillo y su pulso se aceleró al distinguir los hombros anchos de Chase. Rápidamente, abrió un cajón y sacó su bolso con la intención de marcharse. No quería hablar con él. Estaba tan cansada que tenía miedo de hacer el ridículo.

Cerró el cajón de golpe y se intentó levantar, pero descubrió que el pantalón se le había quedado enganchado. Maldijo para sus adentros y abrió el cajón otra vez. Por desgracia para ella, ya era demasiado tarde.

—Creía que no quedaba nadie más en el edificio —dijo él.

La voz de Chase sonó ronca, como una caricia.

—Estaba a punto de marcharme —explicó ella.

Él sonrió.

—Entonces, saltamos juntos.

—De acuerdo —acertó a decir.

Natalie llevó una mano a la lamparita de la mesa, para apagarla. Pero estaba tan nerviosa que la golpeó y se habría caído si él no hubiera reaccionado a tiempo.

—Ya la tengo —dijo Chase.

Ella respiró hondo y se intentó tranquilizar; a fin de cuentas, no sería la primera vez que salía del trabajo con uno de sus compañeros. Pero Chase no era uno de sus compañeros. Y además, se sentía terriblemente incómoda con él.

Tomó el bolso, se lo apretó contra el pecho como si fuera un escudo y se levantó.

Apenas le llegaba a la barbilla. En comparación con ella, Chase parecía un gigante.

—¿Cuánto tiempo lleva en la empresa? —preguntó él.

—Casi un mes.

Chase apagó la luz del pasillo que acababan de dejar atrás. Natalie notó el aroma de su colonia, fuerte y especiada, y sintió el deseo de acariciarlo.

—¿Le gusta trabajar con nosotros?

—Sí, por supuesto. Es una gran oportunidad.

Al llegar a la salida, ella se detuvo un momento y apagó la luz. Chase llevó una mano al pomo de la puerta, pero se detuvo. Ahora estaban solos en la penumbra. Y Natalie se quedó sin aire.

Pero Chase abrió al fin y rompió el hechizo.

—Discúlpeme —dijo él—. Tengo el tiempo cambiado y estoy más lento que de costumbre... He venido al despacho porque no me quedaba otro remedio. Si estuviera en casa, me acostaría de inmediato.

Natalie se lo imaginó entre unas sábanas de satén y se estremeció.

—No se preocupe; no lo entretendré más. Mi coche está aquí mismo. Buenas noches, señor Booker. Natalie ya se alejaba hacia su coche cuando oyó que él decía:

—Tutéame, por favor. Y llámame Chase... Buenas noches, Natalie. Ella siguió andando. Cuando llegó a su vehículo, abrió la portezuela con manos temblorosas y entró.

Sólo entonces, se giró hacia él.

Chase parecía asombrado con algo, pero se despidió de ella con la mano y sonrió.

Natalie le devolvió el saludo, arrancó y salió del aparcamiento.

Chase vio al paparazzi que estaba dentro de un vehículo, con una cámara colgando del cuello. Sin embargo, le pareció perfectamente normal; la zona estaba llena de gente famosa y siempre había periodistas en los alrededores.

Detuvo el coche frente a la puerta del garaje, pulsó el mando a distancia y aparcó junto a su Aston Martin. Después, entró en la casa y se dirigió a la cocina; como era enorme y estaba a oscuras, le pareció más fría e inhóspita que de costumbre.

Necesitaba dormir. Era la mejor forma de quitarse a la contable de la cabeza, dejar de pensar en sus grandes ojos marrones y levantarse como nuevo al día siguiente. Además, no le quedaba otro remedio; acababa de rodar una película y tendría que salir el fin de semana para dejarse ver y hacerle publicidad.

Durante un momento, consideró la posibilidad de pedirle a Natalie que lo acompañara. Pero sabía que era una idea absurda. La mayoría de las actrices habrían dado cualquier cosa por salir con él, porque era bueno para sus carreras profesionales; pero para una mujer normal y corriente podía ser un infierno.

Chase lo sabía por experiencia. Becca, su novia del instituto, había sido como Natalie. No buscaba la gloria ni sus quince minutos de fama, y no había soportado la presión de los medios. Él lo llevaba con naturalidad; a fin de cuentas, sus padres eran actores famosos y se había acostumbrado desde niño. Pero Becca no se encontraba en ese caso.

Salió de la cocina y comprobó el contestador automático.

Alexis le había dejado un mensaje. Sabía que había vuelto de Londres y se ofrecía a acompañarlo el domingo a la entrega de los Golden Globe.

Chase sonrió. Alexis era actriz y siempre estaba encantada de ir a cualquier lugar donde tuviera la atención de las cámaras. Además, le gustaba y se había divertido mucho con ella; pero no era el tipo de mujer con el que deseaba volver a casa, de modo que su relación resultó bastante breve.

Cuando se separaron, Chase se dio cuenta de que necesitaba algo más. Necesitaba a una mujer que lo quisiera por él mismo, no por su poder ni por su fama. Por una vez en su vida, quería algo sencillo; quería a una persona que le hiciera sentirse vivo, que le permitiera ser, simplemente, Chase Booker.

Y ahora, de repente, se sentía atraído por Natalie Collins.

Por una contable que lo tentaba y fingía no estar interesada por él. Por una simple contable que había despertado su curiosidad y su deseo.

Pero no tenía derecho a meterla en su vida. No podía someterla a la tortura de convertirla en objetivo de los focos.

Cuando llegó el viernes, Natalie estaba tan cansada de trabajar que necesitaba despejarse de inmediato. Si cerraba los ojos, veía números. Y como todavía no había recibido las lentillas nuevas, sintió la tentación de pegarse las gafas con cinta aislante para evitar que se le cayeran todo el tiempo.

Su mesa estaba tan desordenada que, si el Gobierno la hubiera visto, la habría declarado zona catastrófica. Como encima no cabían más papeles, también los había desparramado por el suelo; pero a pesar de haber comprobado una y otra vez cada cifra, no encontraba nada extraño en ningún sitio.

Martin salió entonces de su despacho y cerró la puerta. Natalie estaba saliendo tarde todas las noches, pero él se marchaba a las cinco en punto de todas formas.

—¿Cómo van las cosas? —le preguntó.

—Aún tengo que ver las cuentas de varios clientes, las facturas que acaban de llegar y los gastos de los actores —respondió.

—Muy bien. Aquí tiene una lista de los actores que trabajaron en Night Blooming, incluidos algunos de los extras.

Martin le dio tres hojas; las tres, con una lista a columna doble.

Natalie estuvo a punto de suspirar al pensar que tendría que hacer un seguimiento de los gastos de seis meses de rodaje.

—Que tenga un buen fin de semana, Natalie —dijo Martin antes de marcharse.

—Sí, menudo fin de semana que me espera —dijo ella en voz baja.

Siguió trabajando sin parar hasta poco antes de las ocho. Chase se había empeñado en acompañarla al coche todos los días, así que Natalie ya había probado a quedarse hasta las tantas con la esperanza de que su jefe se aburriera y se marchara antes, pero no había servido de nada.

Sabía que, si no se andaba con cuidado, una tarde entraría en el despacho y la descubriría mirándolo con cara de embobada.

Pero no lo podía evitar. Aquel día ya lo había visto varias veces, y en todas las ocasiones había sido incapaz de apartar la mirada de su cuerpo; sobre todo de su trasero, porque Chase se había puesto unos vaqueros que le quedaban maravillosamente bien.

Incluso tenía la impresión de que su jefe se paseaba por delante de su despacho a propósito. Ciertamente, el departamento de contabilidad estaba en mitad del corredor que comunicaba toda la oficina, de modo que no se podía ir a ninguna parte sin pasar por delante; pero aun así, lo encontraba bastante sospechoso.

Al final de la jornada, Chase pasaba a buscarla y la acompañaba al aparcamiento. Siempre le preguntaba por su día y siempre se mostraba muy amable. Parecía sinceramente interesado en su trabajo y no tenía el menor fondo de pedantería o arrogancia, como tantas estrellas de cine.

Natalie no salía de su asombro. Había imaginado que un hombre que tenía una estrella propia en el Paseo de la Fama de Hollywood y que probablemente acumulaba estatuillas de los Oscar en su casa, sería inalcanzable. Pero era encantador.

Miró otra vez la hora. Si se marchaba antes de tiempo, podría evitarlo y no volver a verlo hasta el lunes.

Apagó el ordenador, se levantó de la silla, alcanzó el bolso y echó un vistazo rápido hacia el pasillo que llevaba al despacho de Chase.

No estaba por ninguna parte.

Se colgó el bolso al hombro, apagó la luz y avanzó por el corredor, mirando de cuando en cuando hacia atrás para asegurarse de que no la seguía.

Cuando llegó a la puerta, suspiró y la abrió.

—Oh, discúlpeme —dijo una voz femenina.

Natalie se sobresaltó tanto que soltó un gritito y estuvo a punto de dejar caer las llaves de su coche.

Alexis Brandt estaba delante de ella, en la puerta.

Era una mujer perfecta en todos los sentidos, desde su cabello rubio hasta sus uñas. Y por si fuera poco, también era la última novia de Chase; o al menos, si los periódicos estaban en lo cierto, su última ex novia. Natalie lo sabía porque Rachel, su compañera de piso, la mantenía informada de todos los cotilleos de Hollywood.

—¿Chase sigue en su despacho? —preguntó la recién llegada.

—No lo sé...

—Estoy aquí, Alexis.

La voz de Chase sonó directamente detrás de Natalie.

Alexis pasó por delante de Natalie y abrazó a Chase.

—Hola, cariño —dijo la actriz, que le dio dos besos—. Me he llevado una alegría al ver que me habías llamado.

Natalie intentó aprovechar la oportunidad para marcharse, pero fracasó.

—¿Natalie?

—¿Sí?

—¿Puedes esperar un minuto, por favor?

Natalie suspiró y miró su coche, que estaba aparcado a pocos metros, con nostalgia.

—¿Natalie? —insistió él.

—Sí, sí, esperaré...

Natalie cerró la puerta y se apoyó en la pared mientras el actor llevaba a su ex novia a su despacho.

Sabía que no debía comportarse de ese modo. Chase era su jefe. Pero cada vez que se encontraba junto a él, cada vez que la rozaba de forma inadvertida o se apartaba para dejarla pasar, se ponía tan nerviosa que quería salir corriendo.

Tenía la extraña sensación de que estaba interesado en ella. Y le parecía tan imposible que la dejaba confundida.

Miró la hora, pensó que sólo le había pedido que esperara un minuto y decidió esperar exactamente eso.

Cuando ya habían pasado treinta segundos, se dijo que aquello no tenía ningún sentido. No podía tener una relación con Chase. Era una esperanza estúpida, una tontería que sabría quitarse de la cabeza durante el fin de semana.