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¡Un afortunado soltero estaba a punto de heredar millones de dólares! El soltero que iba a recibir una herencia no era cualquier soltero, sino el mismísimo cowboy al que Leanna Jensen llevaba deseando desde que se enteró de sus aventuras de juventud a través de las cartas del padre ilegítimo de éste. Lo que no sabía era que Patrick Lander se había convertido en un hombre muy atractivo también. Como albacea del famoso actor de Hollywood Arch Golden, Leanna se vio obligada a cumplir la promesa que le había hecho al hombre en su lecho de muerte: darle a Patrick lo que le correspondía. Lo que la inocente Leanna no esperaba era derretirse bajo la ardiente mirada de Patrick. ¿Sobreviviría su amor a la increíble noticia que tenía que darle?
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Emilie Rose Cunningham
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un secreto millonario, n.º 1297 - junio 2016
Título original: Cowboy’s Million-Dollar Secret
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8245-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un vaquero, un último favor, quince millones de dólares. Leanna Jensen se alegró de poder matar tres pájaros de un tiro.
–No lamentará darme el empleo, señora Lander.
–Llámame Brooke. Si vienes conmigo a la cocina te presentaré a mi cuñado. Se me olvidó decirte por teléfono que Patrick será quien se encargue de todo lo relacionado con el turismo rural del rancho mientras mi marido y yo estemos fuera.
Leanna se detuvo en seco. No pensaba conocer tan pronto al ídolo de su adolescencia. ¿Estaría a la altura de sus expectativas, o la decepcionaría igual que el resto de los hombres?
–¿Patrick está aquí?, ¿ahora?
–En carne y hueso –respondió una voz profunda.
Patrick se levantó de la mesa. El brillo de sus ojos oscuros y su carismática sonrisa le robaron el aliento.
–Patrick, esta es Leanna Jensen. Me sustituirá en las tareas domésticas y de entretenimiento el mes próximo. Leanna, este es Patrick.
Leanna se llevó una mano al pecho. El corazón le retumbaba. Había esperado casi nueve años para conocer al hijo de Carolyn Lander, el niño al que ella había descrito en sus cartas a su amante, Arch Golden. El musculoso hombre que se puso en pie, de treinta y seis años, era mucho más fuerte que el adolescente de dieciséis que recordaba de la última foto.
–Encantada de conocerte –tartamudeó Leanna.
Jamás tartamudeaba, sólo que Patrick en carne y hueso era mucho más hombre de lo que había esperado. Más alto, más fuerte. Más sexy. Leanna estudió sus rasgos. Su tez era morena, al contrario que la de su padre biológico. Sus rasgos dulces y su boca sensual, sin embargo, eran idénticos a los de Arch: eran los rasgos que la estrella de cine había lucido en las pantallas. Y la fortuna que Arch Golden había hecho con ellos se la legaba a Patrick, al hijo que jamás había conocido y siempre había amado.
El dolor por la muerte de Arch invadió el corazón de Leanna, desluciendo el ansiado momento de conocer a su hijo. Quizá cuando se conocieran se sentaran alrededor del fuego para contarse historias. Patrick le contaría sus aventuras en el rancho, y ella le describiría al maravilloso hombre que había sido su padre. Ante todo tenía que quedar claro que su padre, su verdadero padre, lo había querido siempre. Aunque jamás se hubieran visto. Leanna no había tenido tanta suerte.
Había recorrido miles de kilómetros para conocer a Patrick. Leanna extendió la mano. Sus miradas se encontraron. Sabía tantas cosas de él por las cartas de su madre, que conocerlo era como reencontrarse con un viejo amigo. Patrick sonrió con malicia. Parecía darse cuenta del efecto que causaba en ella. Era guapísimo. Las rodillas le temblaban, tenía la boca seca.
–Hola, así que vas a jugar a las casitas, ¿eh? –preguntó él guiñando un ojo.
La reacción de él la paralizó, sembró la duda en ella. ¿Era Patrick un adulador, un mujeriego? Sin duda el hombre al que había ansiado tanto conocer tenía que ser distinto de ésos de los que se había pasado la vida huyendo.
–He venido a trabajar, no a jugar –respondió Leanna violenta, retirando la mano.
Debía mostrarse inteligente y divertida, se dijo. No seria, relamida y gruñona como una maestra de escuela.
–Sólo trabajo, nada de diversión… –comentó él encogiéndose de hombros.
–Es el mejor modo de salir adelante.
Eso había sonado aún peor, pero estaba tan nerviosa que no sabía lo que decía. La arrebatadora sonrisa de Patrick se desvaneció.
–Ya veo que vas a ser muy divertida –añadió él sarcástico, mirando a su cuñada–. Caleb y tú habéis hecho esto a propósito, ¿verdad?
–No sé a qué te refieres –contestó Brooke.
–Claro. Mi hermanito y tú habéis contratado a una niñera para mantenerme a raya mientras os vais de viaje –añadió Patrick de mal humor.
Leanna apretó los dientes. No le gustaba que la descalificara tan rápidamente. Ni tampoco el hecho de que Patrick no estuviera tan encantado de conocerla como lo estaba ella.
–Soy la encargada de la casa rural, no la niñera.
–Estupendo –dijo Patrick poniéndose el sombrero de vaquero.
Su aspecto era el de un verdadero vaquero. Patrick Lander no era una estrella de cine como su padre. Aún. ¿Pero lograría cambiarlo una herencia multimillonaria? Esperaba que no, estaba harta de imitaciones. Bastantes había conocido gracias a su madre. Lo que Leanna necesitaba era un hombre en el que poder confiar, un amigo que reemplazara al que acababa de perder. Y esperaba encontrarlo en el hijo de Arch. Patrick abrió la puerta, pero Leanna no estaba dispuesta a dejarlo marchar tan deprisa. Tenía miles de preguntas que hacerle, aunque no podía formular una sola sin despertar sospechas.
–¿Es que necesitas que alguien te vigile?
Patrick se detuvo y se volvió lentamente. Le lanzó una mirada grave y se echó a reír.
–Si lo necesitara, no sería una niña pequeña como tú quien lo hiciera. Podría darte mil vueltas. Sin cansarme ni sudar una gota.
Leanna tragó. Ganarse su amistad no sería tan fácil como esperaba.
–¿Cuántos años crees que tengo?
Patrick la escrutó detalladamente. Observó su cabello castaño recogido en una coleta, sus pantalones anchos, sus zapatos planos. En un instante de vanidad Leanna deseó llevar ropa más coqueta, pero era ridículo. Lo último que deseaba era atraer a un mujeriego. Patrick sonrió y esbozó una expresión de desagrado.
–No puedes tener más de dieciocho, pequeña. Acabaré sacándote de algún atolladero. Y entre los caballos y mi padre, que se empeña en trabajar sin descanso, no voy a tener tiempo. Necesitamos que nos echen una mano, no un peso muerto.
El apelativo de «pequeña» la molestó. Leanna siempre había cuidado de sí misma y de su madre. Se enderezó y echó atrás la cabeza desafiante, diciendo:
–Tengo veintiuno, y no necesito que nadie me cuide. Sé hacer mi trabajo. Y en cuanto a lo de que podrías darme mil vueltas… tendrás suerte si consigues seguir mi paso.
Leanna respiró hondo. Siempre se crecía cuando la acorralaban. Pero no era el momento. Discutir delante de su nueva jefa era el mejor modo de perder el empleo. Brooke observó el intercambio entre ambos con una expresión atenta y divertida, pero no dijo nada.
–He venido aquí a trabajar, señor Lander, no a divertirme.
–Puede que tú no, pero nuestros clientes sí vienen a divertirse. Nuestro trabajo consiste en entretener y divertir de la mañana a la noche. Y me llamo Patrick, no respondo a ningún otro nombre. Excepto en el dormitorio. Pero tú y yo, pequeña, jamás coincidiremos en ninguno.
–Cierto, a menos que tú estés pasando la aspiradora.
Patrick no sonrió. Sus labios esbozaron una mueca. Leanna creyó ver por fin una chispa de respeto en su expresión.
–¿Dónde te alojas? –preguntó Patrick.
–No estaba claro en el anuncio pero, ¿el empleo no incluía cama y comida?
–El único empleado que vive aquí es Toby, el encargado de los juegos –respondió Brooke sacudiendo la cabeza.
–Los pintores llegan mañana a primera hora, y Double C está reservado al completo. No puede quedarse aquí –negó Patrick.
Aquel era un giro inesperado de las cosas, pero dormiría en el coche si era necesario. No sería la primera vez.
–¿Los pintores? –repitió Leanna.
–Caleb y yo esperamos un hijo, así que decidimos volver a decorar la parte privada del rancho mientras estamos de viaje. No queríamos exponer al bebé al olor de la pintura ni al polvo. Maria, la sirvienta, se ofreció para vigilar las obras, pero ha tenido que marcharse inesperadamente –respondió Brooke sacando una guía de teléfonos–. Patrick tiene razón, no puedes alojarte en Double C, pero hay una hostal a unos diez kilómetros. Te daré la dirección y el teléfono si es que sigues interesada en el empleo.
–Sigo interesada –respondió Leanna.
No podía imaginar nada mejor que pasar un mes en el rancho de los Lander, conociéndolos. Carolyn Lander jamás había sido feliz en aquel rincón de Texas, pero a pesar de ello había vivido allí hasta su muerte hacía veinte años. En cambio para Leanna, cuyo trabajo con Arch consistía principalmente en deshacerse de los paparazzi, aquellos espacios abiertos eran como el paraíso.
Además, alguien tenía que ayudar a Patrick a enfrentarse a la noticia devastadora que estaba a punto de darle. Y quizá, sólo quizá, Patrick pudiera llenar el vacío que la muerte de Arch había dejado en su vida.
–En ese caso te he dejado una lista de las tareas que debes realizar junto con el teléfono de Maria –respondió Brooke señalando un papel clavado a un corcho sobre la encimera–. Si tienes alguna duda llámala. Creo que ya te lo he explicado todo pero, ¿por qué no lees la lista mientras te busco la dirección del hostal?
Patrick le bloqueó el paso. Se movía con tal agilidad que ella tuvo que alzar las manos para evitar chocar. Sus dedos se posaron sobre el firme pecho de él. Leanna sintió que su fragancia masculina la embargaba. Desconcertada, dio un paso atrás.
–Maria va a estar muy ocupada con sus nietos mientras su hija se recupera de la operación, así que no la molestes. Si necesitas algo, dame un silbido. ¿Entendido?
Patrick había hablado en voz baja, casi en susurros. Era como si no quisiera que lo oyera su cuñada. Y no había que ser muy inteligente para adivinar que no la creía capacitada para el empleo.
–Mi jefe anterior tenía una casa de cuarenta habitaciones y cuatro empleados fijos viviendo allí, aparte de los que venían de vez en cuando. Yo era la encargada de supervisarlos a todos, y siempre había invitados. Puedo manejar el rancho –comentó Leanna.
–Lamento mucho que la muerte de Arch Golden te haya obligado a buscar otro empleo, Leanna –comentó Brooke–. Su abogado, que casualmente era el mío también hasta que me mudé a Texas, me ha dado excelentes referencias de ti.
Sin duda. Phil conocía el papel que Leanna había jugado en vida de su cliente, y conocía también el que le había sido asignado tras su muerte. Leanna era la encargada de ejecutar la última voluntad de Arch. La tarea le había parecido relativamente fácil cuando el abogado se la explicó en su despacho. Lo único que tenía que hacer era ponerse en contacto con Patrick, decirle que era el hijo ilegítimo de Arch Golden, y comunicarle que era su único heredero antes de que la prensa se enterara y se cebara en él.
En realidad Arch le había pedido un último favor un poco más complicado antes de morir: le había pedido que le dijera a Patrick que, a pesar de no haberlo visto nunca, lo amaba. A cambio Arch le había dejado dinero para terminar los estudios y mantener a su madre en una clínica de rehabilitación. Leanna habría accedido a hacerlo sin mediar a cambio ningún dinero, porque las historias que Carolyn contaba en sus cartas a propósito de las escapadas de juventud de Patrick le habían abierto el apetito de aventuras.
Según Carolyn, Patrick Lander era un chico apegado a la tierra, un chico al que se le daban bien los animales y los niños. Tenía raíces, familia. Precisamente aquello de lo que Leanna carecía. Había vivido siempre en el mismo sitio, desde su nacimiento. Comparado con ella, su vida un cuento de hadas. Y comparado con los hombres con los que Leanna había salido, Patrick Lander era el rey Arturo. Las historias de su caballerosidad habían echado a perder todas las citas de Leanna.
–¿Trabajabas para una estrella de cine? –preguntó Patrick dando un paso atrás con repugnancia.
Leanna suspiró. Según parecía su amistad con la estrella de cine tampoco era un punto a su favor a ojos de Patrick.
–Sí, pero supervisar empleados o acomodar a las visitas viene a ser lo mismo en un sitio que en otro –respondió Leanna.
–Seguro.
Leanna jamás había oído ninguna respuesta más sarcástica. Patrick abrió la puerta y se detuvo en el umbral para añadir:
–Brooke, dile a Caleb que quiero hablar con él luego.
–Patrick –lo llamó Brooke corriendo a detenerlo–, sé que vas a tener mucho trabajo mientras estamos fuera, pero quiero que sepas que Caleb y yo apreciamos mucho la oportunidad que nos das de estar juntos antes de que nazca el niño.
–No llevas mucho tiempo casada con mi hermano –contestó Patrick violento e incómodo–, de otro modo sabrías que haría cualquier cosa por la familia.
La esperanza volvió a renacer en el corazón de Leanna al oír eso. Lealtad familiar, vendería su alma por ella. Anhelaba a toda costa formar parte de un enorme clan familiar como el de los Lander. Leanna cruzó los dedos y rogó en silencio por que la noticia que tenía que darle a Patrick no pusiera a prueba los lazos familiares. Brooke se puso de puntillas y besó a Patrick en la mejilla.
–Bueno, pero sin duda esto va más allá del deber. Gracias.
–De nada. Caleb haría lo mismo por mí –contestó Patrick ruborizado, marchándose.
¿Cómo se le ocurría a Caleb contratar a una niñera para él? Cierto, sus escapadas de juventud hacían pensar que necesitaba un perro policía, ¿pero una niña? Realmente, Leanna no era exactamente una cría, pero sin duda era demasiado joven para cargar con la responsabilidad de una casa rural llena de turistas en temporada alta.
Patrick giró la cabeza y la vio en la ventana de la cocina. Ojos castaños enormes, labios tentadores, curvas como para despistar… No necesitaba la distracción de una atracción sexual. Y encima con sentido del humor. Patrick se echó a reír recordando el comentario de la aspiradora. Se dirigió al establo buscando la sombra y vio un monovolumen aparcado junto a su camioneta. Probablemente fuera de Leanna, a juzgar por la matrícula de otro estado. Se acercó y asomó la cabeza por la ventanilla. Según parecía había metido allí todas sus pertenencias. Parecía como si la chica no tuviera un hogar. Patrick sacudió la cabeza. No era problema suyo. Leanna se ocuparía de las habitaciones de los turistas durante una temporada, y después se marcharía de vuelta a California. Y fin de la historia.
El establo estaba oscuro, pero a pesar de ello hacía allí más calor que en el infierno. Patrick se limpió el sudor de la frente, descolgó el teléfono y llamó a su casa. Su padre respondió.
–¿Qué haces, papá?
–Lo mismo que la última vez que llamaste.
–Bueno, pues tómate un descanso y apártate del sol. Hoy hace más calor aquí que en el infierno.
–Sí, tú sabes más del infierno que ninguno, pero ya te lo he dicho, no tengo tiempo que perder –respondió su padre.
–Pues yo no tengo tiempo de llevarte al hospital si te pones malo. Y te toca preparar la comida. ¿Por qué no entras en casa y preparas unos sándwiches y un refresco? Voy para allá.
Patrick colgó el teléfono y se dirigió a la camioneta. Era cabezota el viejo. Cada día estaba más viejo. Y había demasiado trabajo para los dos. Sin embargo su padre era más terco que una mula, y se negaba a contratar a nadie. Decía que no había dinero para pagar un salario, pero eso lo llevaría a la tumba. Quizá los llevara a los dos.
Patrick no podía negarse a sustituir a su hermano en la casa rural mientras él y su mujer se iban de viaje, pero tampoco sabía cómo compaginar el trabajo del enorme rancho familiar con el de la casa rural y al mismo tiempo cuidar de que su padre no se matara trabajando. Pero lo haría, se juró en silencio.
Tendría que abandonar el póquer, la cerveza y las mujeres durante una temporada. Sin duda podría hacerlo sin volverse loco. Llamaría a Caleb y le preguntaría por los jóvenes a los que no había querido contratar. Hacerlo él supondría discutir con su padre, pero ¿qué más daba otra discusión más? Últimamente Patrick y su padre se peleaban por todo.
Patrick se detuvo al ver el trasero de Leanna, que se inclinaba sobre el motor del monovolumen. Por ancha que llevara la ropa no disimulaba las curvas.
–¿Problemas?
–El motor olía a quemado, pero parece que todo está bien –contestó ella girándose y sonriendo tímidamente.
Patrick reprimió una sonrisa. Algo en la forma de mirarlo de aquella nueva empleada le hacía crecerse. Definitivamente ella era demasiado joven para él. ¿Pero por qué, entonces, una simple mirada tímida lo afectaba tanto? No debía ayudarla, no era problema suyo. Aunque su mayor debilidad fueran las damiselas en apuros. Sin embargo estaba a dieta a partir de ese día.
–El taller de Pete está de camino al Pink Palace. Si estás preocupada, dile que le eche un vistazo.
–¿El Pink Palace? –repitió ella.
A la luz del sol Patrick podía ver las pecas de la nariz y mejillas de Leanna y algunos mechones de cabello dorado entre los castaños. Sí, era mona, pero no era nada del otro mundo. Patrick prefería a las bellezas entradas en carnes y con experiencia. Pero Dios lo ayudara si a Leanna se le ocurría pintarse o ponerse unos vaqueros ajustados.
–El hostal de Penny, antes era un… prostíbulo.
Leanna se ruborizó. Sin duda con eso bastaba para declararla fuera de sus límites. Sólo las vírgenes se ruborizaban así, y Patrick tenía una estrategia estricta con respecto a las mujeres que excluía a las vírgenes. Las vírgenes esperaban fidelidad, y él era hijo de su madre. Su código genético no incluía la fidelidad.
–¿Voy a alojarme en un prostíbulo?
–Antes lo era, pero el sheriff lo cerró hace años. Ahora es un hostal como otro cualquiera.
Leanna cerró el capó y se miró las manos sucias. Patrick se quitó el pañuelo del cuello y se lo ofreció.
–No permitas que Penny te dé la habitación número diez –recomendó Patrick.
–¿Por qué?
–Está encantada.
–Estás de broma –respondió Leanna sonriendo muy interesada.
–No, señorita. Según cuenta la leyenda un cliente de la dama quería alejarla del negocio y le hizo proposiciones, pero ella lo rechazó. Él estaba enamorado, pero ella trabajaba demasiado y él no estaba dispuesto a compartirla.
Leanna abrió inmensamente los ojos, y Patrick dio un paso atrás. Aquella forma de sonreír casi lo cegaba. Leanna Jensen no era simplemente mona, era sorprendente. Estaba entusiasmada con la historia.
–¿Un fantasma?, ¿en serio?
–Se dice que si haces el amor en la habitación número diez, no estarás a solas con tu amante.
Patrick jamás había sentido el deseo de averiguar nada sobre aquella vieja leyenda. Ni siquiera durante las largas noches en que su madre lo sacaba de la cama, lo metía en el coche y daba vueltas y más vueltas al Pink Palace. Fuera lo que fuera lo que su madre buscara, siempre volvía a casa decepcionada.
–¡Un prostíbulo encantado! –exclamó Leanna riendo–. ¡Me encantan las historias de fantasmas! ¿Has probado alguna vez a ver si es cierto?
–No –negó Patrick abriendo la puerta de la camioneta.
Sí, definitivamente Leanna era demasiado mona. Demasiado joven. Y por desgracia estaba poniendo a prueba su decisión de mantenerse casto. Dos de sus hermanos se habían casado el año anterior, pero Patrick no estaba dispuesto a seguir sus pasos. Brand y Caleb eran felices, pero el matrimonio no era para él. Patrick no quería hacer promesas. Había decepcionado a demasiadas personas en su vida.
–Ya te lo contará Penny, hasta mañana –se despidió Patrick apresuradamente, antes de cometer un error como invitarla a cenar.
El coche de Leanna sonaba a deportivo, pero no se movía. Los indicadores no marcaban nada raro, pero algo andaba mal. Leanna lo apartó de la carretera y salió. En cuestión de minutos estaba sudando. Tenía que repararlo. Miró a lo lejos. El asfalto parecía arder. Cuando llegó, cansada y sudando, no estaba de humor para recibir malas noticias.
–La transmisión está rota –dijo Pete sin soltar el palillo que llevaba entre los dientes.
Leanna se secó el sudor de la frente con el pañuelo de Patrick y trató de ignorar la fragancia masculina que aún lo impregnaba.
–¿Cuánto me cobrará por el arreglo?
–Las piezas nuevas, mil quinientos dólares. La mano de obra, mil cien. Tardaré una semana.
El estómago se le cayó a los pies. La última borrachera de su madre había acabado con su cuenta bancaria. Estaba a cero tras pagar tres meses por adelantado en la clínica de desintoxicación donde la había ingresado. Había recibido sólo dos mil dólares en total para hacer el viaje a Texas, y había gastado parte.
–En metálico. Por adelantado –añadió el mecánico.
Leanna hizo una mueca. No cobraría el salario por su trabajo en la casa rural hasta finales de mes. Si pagaba al mecánico, no podría pagar el alojamiento. Apenas le quedaría dinero para comer. Leanna desvió la vista compungida hacia el Pink Palace, la enorme y elegante casa victoriana en la que residía el fantasma. Aquel lugar la atraía.
–¿Puedo pagarle la mitad ahora y la otra mitad a finales de mes?