Un trato en navidad - Corazón de hielo - Jessica Hart - E-Book
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Un trato en navidad - Corazón de hielo E-Book

JESSICA HART

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Beschreibung

Un trato en Navidad En el instituto, Jake Trevelyan era el chico de ensueño de Cassie Grey. Practicaba surf, montaba en moto y diez años después… ¡se acababa de convertir en su nuevo jefe! El trabajo de Cassie como organizadora de eventos consistiría en transformar la mansión de Jake en un complejo para la celebración de banquetes de bodas, no en revivir su vieja fantasía en la que eran ellos dos los que se casaban. Durante la sesión de fotos, posando como una pareja feliz para promocionar la mansión, Cassie se tuvo que pellizcar cuando Jake se inclinó para besarla apasionadamente. Solo había sido un beso de cara a la galería… ¿verdad? Corazón de hielo Lex Gibson estaba nervioso. La idea de pasar un fin de semana trabajando con Romy, la única mujer que había roto su helado corazón, tenía al implacable hombre de negocios… inquieto. La tensión entre Romy, un espíritu libre, y el inflexible Lex estaba a punto de estallar. Para complicar las cosas un poco más, Romy tenía una niña pequeña que lo desconcertaba y distraía continuamente. No se debían mezclar los negocios con el placer, pero Romy y su adorable hija podrían cambiar la vida de Lex para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 470 - junio 2019

 

© 2009 Jessica Hart

Un trato en Navidad

Título original: Under the Boss’s Mistletoe

 

© 2010 Jessica Hart

Corazón de hielo

Título original: Juggling Briefcase & Baby

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-354-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Un trato en Navidad

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Corazón de hielo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

–¡QUIERO hablar contigo!

En su alocada carrera para atrapar a Jake antes de que se largara como el cobarde que era, Cassie estuvo a punto de rodar por las escaleras. El tropezón no contribuyó a mejorar su humor mientras corría hacia la moto.

Al oírla, él se paró con el casco en la mano. Vestido de cuero, tenía un aspecto tan duro como la máquina que montaba. Jake Trevelyan tenía un aura de peligrosidad que solía acobardarla, pero en ese momento estaba demasiado enfadada.

–¡Le has roto la nariz a Rupert! –gritó furiosa.

Jake la observó con los ojos entornados. La desgarbada hija del agente de la propiedad lucía una salvaje melena rizada, un curioso rostro redondeado y unos labios que prometían. Sin embargo, por el momento tenía diecisiete años y le recordaba más a un eufórico cachorro a punto de tropezar con sus propias patas.

Un cachorro que no se mostraba muy amistoso. Los usualmente soñadores ojos castaños refulgían de ira. Seguramente había visto a su precioso Rupert.

–Ya no es tan guapito, ¿verdad? –rió él.

–Te rompería la nariz yo misma –agitó los puños mientras él seguía riéndose.

–Vamos, te llevo –se ofreció Jake.

–¿Y ofrecerte la oportunidad de darme una paliza a mí también? Me parece que no.

–Yo no le he dado una paliza a Rupert –contestó él con desinterés–. ¿Eso te ha dicho?

–No ha hecho falta. Acabo de verlo y tiene un aspecto horrible –Cassie no pudo evitar que se le quebrara la voz y apretó los labios antes de humillarse más echándose a llorar.

Se había sentido tan feliz que había tenido que pellizcarse una y otra vez. Desde su más tierna infancia había soñado con Rupert, y por fin era suyo… o lo había sido. Sólo habían pasado tres días desde el baile y estaba de un pésimo humor, pagándolo con ella.

Y todo era culpa de Jake Trevelyan.

–Te va a denunciar por agresión –informó a Jake con la esperanza vana de asustarlo.

–Eso acaba de comunicarme sir Ian.

Cassie jamás había entendido por qué sir Ian desperdiciaba su tiempo con un tarugo como Jake, sobre todo cuando acababa de darle una paliza a su propio sobrino.

Los Trevelyan eran famosos en Portrevick por sus oscuros negocios y el único miembro de la familia que parecía haber tenido un trabajo normal era la madre de Jake que había ejercido de limpiadora en casa de sir Ian hasta su prematura muerte dos años atrás. El propio Jake se había labrado una reputación de pendenciero. Tenía cuatro años más que Cassie, que no recordaba ni una sola vez en que su oscura y arisca presencia no hubiera provocado que la gente cruzara de acera al verlo llegar.

Era una pena que no lo hubiera recordado en el baile de Allantide.

–Aunque supongo que la perspectiva de la cárcel no te asusta –Cassie lo miró furiosa, sorprendida por su propia osadía–. Es algo así como una tradición familiar, ¿verdad?

Un desagradable destello brilló en los ojos de Jake y ella dio un paso atrás preguntándose, demasiado tarde, si no se habría pasado de la raya. En torno a él se respiraba una ira contenida que le advertía de que no debería provocarle. Sin embargo, se limitó a mirarla con desdén.

–¿Exactamente qué quieres, doña Perfecta?

–Quiero saber por qué golpeaste a Rupert –Cassie respiró hondo.

–¿Por qué debería importarte?

–Rupert dice que fue por mí –ella se mordió el labio–, pero no quiere darme más detalles.

–No, apuesto a que no –Jake rió secamente.

–¿Fue… fue por lo que sucedió durante el baile de Allantide?

–¿Cuando te ofreciste a mí en bandeja de plata? –insinuó él.

–Sólo estaba charlando –ella se sonrojó, consciente de haber hecho más que eso.

–Una chica no se pone un vestido como ése, sólo para conversar…

Las mejillas de Cassie estaban tan rojas como el vestido que había comprado como parte de una estrategia desesperada para convencer a Rupert de que se había hecho mayor.

Sus padres se habían escandalizado al verlo y la propia Cassie se había sentido medio horrorizada, medio encantada, al vérselo puesto. El color era precioso, de un rojo profundo, aunque fabricado de lycra de mala calidad que se había pegado vergonzosamente a cada curva. Atrevidamente corto, tenía un escote tan profundo que le había obligado a tirar de él continuamente hacia arriba. Sólo de pensar en lo gorda y vulgar que debía haber parecido al lado de todas esas rubias delgadísimas y vestidas de negro, se estremecía.

Sin embargo, había funcionado.

Rupert se había fijado en ella, infundiéndole la suficiente confianza para pasar al plan B.

–Tienes que ponerle celoso –le había aconsejado su mejor amiga, Tina–. Haz que se dé cuenta de que no podrá tenerte sin más… aunque sí pueda.

Envalentonada por la reacción de Rupert, le había dedicado una gélida sonrisa antes de encaminarse hacia Jake. Jamás sabría de dónde había sacado el valor para hacer tal cosa.

El baile de Allantide era una tradición local impulsada por sir Ian, obsesionado con el folclore de Cornualles. Era un gran acontecimiento celebrado en su mansión el treinta y uno de octubre mientras el resto del país festejaba Halloween. En Portrevick nadie faltaba a la única ocasión en que se dejaban de lado las distinciones sociales.

Al menos en teoría.

La expresión de Jake no había sido alentadora, pero ella había flirteado con él de todos modos. O al menos eso había pretendido. Al recordarlo pensó que los patéticos intentos de pestañear con fuerza y parecer sensual debieron haber provocado risa, pero en aquellos momentos se había sentido bastante encantada consigo misma.

–De acuerdo, puede que estuviera coqueteando –admitió–, pero no era motivo para…

–¿Besarte? –intervino Jake–. ¿Y cómo pretendías poner celoso a Rupert? Porque se trataba de eso, ¿no?

Satisfecho con la expresión de Cassie, se acomodó en el sillín y la miró con expresión burlona.

–No estuvo mal como estrategia –le felicitó–. Rupert Branscombe Fox es la clase de imbécil al que sólo le interesa lo que tienen otros. Apuesto a que de niño sólo le gustaba jugar con los juguetes de los demás. Fuiste muy astuta al darte cuenta.

–No lo hice.

Sólo había pretendido que Rupert se fijara en ella. ¿Qué tenía de malo? Además, lo había conseguido. Había funcionado a la perfección.

Simplemente no había contado con que Jake se lo tomara tan en serio. La había agarrado de la mano y arrastrado al exterior. De reojo había visto, encantada, a Rupert observándola. Y había esperado recibir un beso, aunque no semejante beso.

Había empezado con una fría seguridad, lo cual no habría estado mal, pero de repente algo había cambiado. La frialdad se había convertido en calor y luego en fuego, pero lo peor de todo había sido la terrorífica dulzura que contenía. Se había sentido como si estuviera en un río y la arena corriera bajo sus pies desnudos, empujándola hacia abajo de manera salvaje e incontrolable. Se había sentido al mismo tiempo aterrorizada y encantada y cuando Jake al fin la había soltado, temblaba.

Ni siquiera le gustaba Jake. Era totalmente distinto de Rupert. En secreto, solía pensar en ellos como en la bella y la bestia. No es que Jake fuera feo, pero poseía unos rasgos oscuros, una nariz aguileña, una boca que destilaba amargura y unos ojos que reflejaban ira, mientras que Rupert era todo encanto, como el príncipe de un cuento de hadas.

–Pues deberías –decía Jake mientras interpretaba su expresión sin dificultad alguna–. Estás perdiendo el tiempo. Rupert jamás se molestará por una chica como tú.

–Pues ahí te equivocas –protestó Cassie–. Pretendía que se fijara en mí, y funcionó, ¿no?

–¿No intentarás convencerme de que eres la última novia de Rupert?

–Puedes creer lo que quieras –ella alzó la barbilla–. Pero da la casualidad de que es cierto.

–Acostarte con Rupert no te convierte en su novia –Jake soltó una carcajada mientras volvía a colocarse el casco–. Pronto lo descubrirás. Tienes que madurar, Cassie. Desde niña has vivido en las nubes, y parece que sigues en tu mundo de fantasía. Es hora de que despiertes a la realidad.

–¡Estás celoso de Rupert! –lo acusó ella con voz temblorosa por la ira.

–¿Por ti? –él enarcó las oscuras cejas–. ¡No creo!

–Porque es atractivo, encantador y rico, y el sobrino de sir Ian. Mientras que tú, tú… –estaba demasiado furiosa y humillada para medir sus palabras– no eres más que un animal.

Fue la gota que colmó el vaso y consiguió que Jake perdiera el control que había pendido de un hilo durante todo el día. Agarró a Cassie y la atrajo hacia sí con tanta fuerza que chocaron. Por suerte la moto no se tambaleó, lo que evitó que cayeran al suelo.

–¿De modo que crees que estoy celoso de Rupert? –rugió mientras hundía las manos en la maraña de rizos–. Pues puede que tengas razón.

Agachó la cabeza y la besó con una dureza que hizo que Cassie se retorciera y protestara mientras apoyaba las manos contra el pecho envuelto en cuero.

De repente la presión se suavizó, aunque él no se separó sino que se giró para poder acomodarla sobre la moto. El beso se volvió seductoramente insistente.

El corazón de Cassie martilleaba con una mezcla de temor y excitación. En su interior se desataba una oleada de sentimientos nuevos que la asustaban. Instintivamente, los dedos se engancharon en la cazadora de cuero y, en un gesto del que se avergonzaría durante años, se encontró devolviéndole el beso.

En ese preciso instante, Jake la soltó con tanta fuerza que le hizo tambalearse.

–¿Cómo te atreves? –consiguió decir mientras intentaba bajarse de la moto para descubrir que el jersey se le había enganchado en el manillar–. ¡No quiero volver a verte jamás!

–No te preocupes, no tendrás que hacerlo –desesperadamente indiferente, Jake la ayudó a soltar la manga–. Me marcho. Tú sigue fiel a tu mundo de fantasía, Cassie. Yo me largo.

Se ajustó el casco y salió disparado calle abajo mientras Cassie lo miraba con el corazón lleno de espanto y humillación, y presa de una excitación intensa, oscura y peligrosa.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Diez años después

 

–¿JAKE Trevelyan? –repitió Cassie estupefacta–. ¿Estás segura?

–Sí –Joss rebuscó en el caótico escritorio hasta encontrar un trozo de papel–. Aquí está. Jake Trevelyan –leyó–. Alguien de Portrevick nos recomendó. ¿No creciste tú allí?

Perpleja, Cassie se dejó caer en una silla. El nombre sonaba extraño después de tantos años. Aún lo recordaba sentado sobre la moto, un chico furioso de manos duras y sonrisa amarga. El recuerdo del beso aún hacía que se le encogieran los dedos de los pies.

–¿Va a casarse?

–¿Y para qué sino iba a ponerse en contacto con una planificadora de bodas?

–No me lo puedo creer –el Jake Trevelyan que ella conocía no sentaría la cabeza jamás.

–Pues por suerte para nosotros, parece ser que él sí –Joss se volvió hacia su ordenador–. En cualquier caso parecía interesado y le dije que te pasarías esta misma tarde.

–¿Yo? –Cassie miró perpleja a su jefa–. Siempre te reúnes tú primero con los clientes.

–Hoy no puedo. Tengo una reunión con el contable. Además, te conoce.

–Sí, pero ¡me odia! –exclamó antes de relatarle el último encuentro en Portrevick–. ¿Qué pensará su prometida? A mí no me gustaría que mi boda fuera planificada por alguien que ha besado a mi prometido.

–Los besos de adolescentes no cuentan –Joss agitó una mano en el aire–. Aquello fue hace diez años. Seguramente ni se acordará.

Cassie no estaba segura de si eso le hacía sentir mejor o peor. Esperaba que Jake no recordara a la torpe adolescente que se había arrojado en sus brazos durante el baile de Allantide, pero ¿a qué chica le gustaba saber que era fácilmente olvidable?

–Además, si te odiara, ¿por qué llamar preguntando por ti? –añadió juiciosamente Joss–. No podemos permitirnos el lujo de dejar escapar a ningún cliente potencial, Cassie. Ya sabes cómo están las cosas. Es la mejor oportunidad que hemos tenido en semanas y si eso te supone pasar vergüenza, me temo que tendrás que pasarla –le advirtió–, de lo contrario no sé hasta cuándo podré conservarte como empleada.

Y así fue como Cassie se encontró aquella misma tarde ante la entrada de un imponente edificio de oficinas cuyas ventanas reflejaban el luminoso cielo de septiembre. No cabía duda de que Jake Trevelyan había prosperado en la vida.

Al parecer, le había ido mejor que a ella si lo comparaba con el caótico despacho de Avalon, encima del restaurante de comida china para llevar. No es que le importara. Hacía sólo unos meses que trabajaba para Joss, y le encantaba. Organizar bodas era con mucho el mejor trabajo que había tenido y estaba dispuesta a hacer lo que fuera para conservarlo. Se moriría antes de admitir ante su familia que se había quedado sin trabajo.

Una vez más.

–¡Cariño! –suspiraría su madre, mientras su padre frunciría el ceño y le recordaría que debería haber ido a la universidad como sus hermanos, todos profesionales de éxito.

Si para conservar ese empleo tenía que enfrentarse a Jake Trevelyan de nuevo, lo haría.

Tras cuadrarse de hombros y ajustarse la chaqueta, subió por las escaleras de mármol.

Sentía un cosquilleo en la boca del estómago, pero se esforzó por ignorarlo. Era estúpido sentirse nerviosa por volver a ver a Jake. Ya no era la adolescente soñadora de diecisiete años. A lo mejor a la gente no le parecía gran cosa ser planificadora de bodas, pero requería tacto, diplomacia y unas extraordinarias capacidades organizativas. Si era capaz de planificar una boda, bueno, ayudar a Joss a organizarla, podría con Jake Trevelyan.

El reflejo que le devolvió la ventana de espejo le infundió seguridad. Por suerte se había vestido con elegancia para visitar un hotel de lujo aquella mañana. La chaqueta verde azulada y la falda ceñida le conferían una imagen profesional y brillante. Si a ello sumaba el maletín, decidió que el conjunto era espectacular.

Espectacular, pero engañoso. Apenas se reconocía a sí misma y, con suerte, Jake Trevelyan tampoco lo haría.

El único problema eran los zapatos. De ante color verde azulado con una franja negra eran el complemento perfecto para el traje, pero no estaba acostumbrada a caminar sobre tamaños tacones y el suelo del vestíbulo parecía alarmantemente resbaladizo. Con un suspiro de alivio alcanzó al fin el mostrador de recepción sin sufrir ningún percance.

–Busco las oficinas de Primordia –anunció–. ¿Podría decirme en qué planta están?

–Está usted en Primordia –contestó la recepcionista enarcando unas impecables cejas.

–¿El edificio entero? –Cassie se quedó boquiabierta.

–Al parecer dirige un grupo llamado Primordia –había dicho Joss al darle la dirección.

A Cassie aquello no le parecía un «grupo», sino más bien una sólida y cotizada empresa que emanaba riqueza y prestigio. De repente, el traje verde no le pareció tan espectacular.

–Esto… busco a un tal Jake Trevelyan –continuó–. No estoy segura de en qué departamento trabaja.

–¿Se refiere a Jake Trevelyan? –las cejas de la recepcionista se alzaron un poco más–. ¿Nuestro director ejecutivo? ¿Tiene cita?

–Creo que sí –Cassie tragó con dificultad. «¿Director ejecutivo?».

La recepcionista se volvió para hablar por teléfono mientras ella jugueteaba con los botones de la chaqueta. El chico malo de Portrevick, ¿director ejecutivo de todo aquello?

Un lujoso ascensor la llevó hasta la oficina del director ejecutivo. Parecía otro mundo. Nuevo y de diseño vanguardista, emanaba una calma que sólo el dinero podía comprar.

Portrevick quedaba muy lejos.

Aún convencida de que debía tratarse de algún error, fue recibida por una elegante secretaria que la acompañó hasta un impresionante despacho.

–El señor Trevelyan la recibirá enseguida –le anunció.

¡El señor Trevelyan! Cassie pensó en el arisco pendenciero que había conocido y rezó para que Jake, mejor dicho el señor Trevelyan, no recordara sus patéticos coqueteos, ni su afirmación de que jamás quería volver a verlo. No era el mejor comienzo con un cliente.

Por otro lado, había sido él quien había solicitado verla. ¿Lo habría hecho de recordar aquellos desastrosos besos? Seguramente la había olvidado por completo. Y aunque no fuera así, no lo mencionaría delante de su prometida. Seguro que estaría tan ansioso como ella por fingir que no había sucedido.

Más tranquila y con una resplandeciente sonrisa en la cara, siguió a la ayudante personal a través de una puerta que conducía a un despacho aún más elegante que el primero.

–Cassandra Grey –anunció la otra mujer.

El despacho era descomunal. Dos de las paredes eran acristaladas, ofreciendo una espectacular vista sobre el Támesis hasta el parlamento y el Ojo de Londres.

Sin embargo, sólo tenía ojos para Jake que se puso en pie y se acercó para saludarla.

La primera impresión fue la de estar ante un hombre muy atractivo.

Diez años atrás había sido un chico delgaducho con la mirada atormentada y cierto aire de peligrosidad. Seguía siendo un personaje oscuro y su rostro aún reflejaba algunos trazos del niño difícil que había sido. Sin embargo, los rasgos angulosos se habían rellenado y el gesto hosco transformado en una energía sobrecogedora.

Incluso parecía más alto. Más alto, más robusto, más duro. Y la boca que una vez se había torcido en un gesto de burla se mostraba fría y contenida.

Cassie se obligó a revisar su primera impresión. No resultaba atractivo. Era espectacular.

Su prometida era una mujer con suerte.

Sin dejar de sonreír, dio un paso hacia él.

–Ho… –empezó, pero no pudo continuar. El tobillo se torció sobre los tacones y en un segundo sus pies parecieron enredarse mientras el maletín caía al suelo.

Habría aterrizado de bruces en el suelo si un par de fuertes manos no la hubieran sujetado de los brazos. Acabó estampada contra él mientras se agarraba por instinto a su chaqueta.

Exactamente igual que se había agarrado a la cazadora de cuero diez años atrás.

–Hola, Cassie –dijo él.

Mortificada, Cassie intentó recuperar el equilibrio. ¿Por qué era tan torpe?

Con el rostro aplastado contra la chaqueta, en una parte extraña y lejana de su cerebro asimiló el maravilloso aroma que desprendía aquel hombre a camisas caras, jabón, piel masculina y un ligero toque de loción de afeitar.

–Cuánto lo siento –consiguió balbucear tras apartarse del ancho torso.

–¿Estás bien? –Jake no la soltó hasta asegurarse de que no perdería el equilibrio otra vez.

Cassie no pudo evitar mirarlo fijamente. El resentimiento reflejado antaño en los ojos azules había dado paso a un brillo de diversión, aunque era imposible saber si recordaba aquel beso o si simplemente le divertida su poco convencional entrada.

–Estoy bien –contestó ella con las mejillas al rojo vivo.

–¿Nos sentamos? –Jake se agachó para recoger el maletín del suelo y entregárselo antes de señalar hacia el lujoso sofá de cuero–. Con esos zapatos, puede que sea lo mejor.

–No suelo arrojarme en brazos de mis clientes en la primera reunión –Cassie se sentó en el sofá y tragó con dificultad mientras sonreía con nerviosismo.

–Una entrada espectacular es siempre garantía de éxito –él le dedicó una atractiva sonrisa–. Claro que tú siempre tuviste estilo –añadió.

El último comentario había sido, sin duda, sarcástico ya que ella siempre había hecho gala de una desesperante torpeza.

–Pues tenía la esperanza de que no me reconocieras –confesó ella al fin.

Jake la contempló desde el otro lado de la mesita. Estaba sentada en el borde del sofá con aspecto acalorado y desconcertado. El bonito y redondo rostro seguía ruborizado y los ojos marrones brillaban de mortificación.

Los salvajes rizos habían sido recortados y había adelgazado notablemente. Al verla en la puerta le había parecido una extraña que le había provocado una inquietante sensación.

Pero tras tropezar y caer en sus brazos, aún no estaba seguro de si le había hecho sentir desilusión o alivio al comprobar que no había cambiado tanto.

La sensación al tocarla le había resultado extrañamente familiar, curioso dado que sólo la había tocado en dos ocasiones anteriormente. Había sido como regresar al baile de Allantide. Casi podía verla con aquel ajustado vestido rojo, tambaleándose sobre unos tacones casi tan ridículos como los que llevaba en esos momentos. Aquélla había sido la primera ocasión en que se había fijado en la seductora boca y se había preguntado por la mujer en que se convertiría.

Esa boca seguía igual, pensó mientras recordaba su calidez e inocencia y cómo le había sorprendido la dulzura que les había envuelto durante un instante.

Y ahí estaba de nuevo, sentada con expresión de cautela. ¿Cómo no iba a reconocerla?

–No tuviste la menor oportunidad –Jake sonrió.

Aquello no era ni de lejos lo que ella hubiera deseado oír. Casi a regañadientes lo miró a los azules ojos y sintió un cosquilleo en la piel ante la expresión divertida que leyó en ellos. Estaba claro que no había olvidado a la torpe adolescente que había sido.

–Ha pasado mucho tiempo –ella alzó la barbilla–. No pensé que aún me recordaras.

–Te sorprenderían las cosas que soy capaz de recordar –el recuerdo del baile de Allantide flotaba entre ellos.

–Y bien –dijo Cassie, tras arrancar la mirada de los azules ojos, con un hilo de voz aguda que se apresuró a rectificar–. Y bien –¡demasiado grave!–. ¿Qué te llevó de vuelta a Portrevick? –al fin consiguió producir un tono aceptable. Por lo que sabía, Jake había abandonado el pueblo aquel horrible día en que la había besado y jamás había vuelto.

–La muerte de sir Ian –contestó él con expresión sombría.

–Ah, claro. Lo sentí mucho –Cassie decidió aferrarse a lo que parecía un tema de conversación seguro–. Era tan encantador –recordó con tristeza–. Mamá y papá fueron al funeral, pero uno de nuestros clientes se casaba ese mismo día y yo tuve que trabajar.

La puerta se abrió y la ayudante personal de Jake apareció con una bandeja de café que dispuso sobre la mesita. Tras servir dos tazas, se marchó discretamente. ¿Por qué no conseguía ella ser tan silenciosa y eficaz?, pensó Cassie con admiración.

–El viernes fui a ver a la abogada de sir Ian –le explicó Jake mientras le ofrecía una taza de porcelana fina y acercaba la jarrita de la leche–. Pasé por el pub de Portrevick y tu nombre surgió relacionado con las bodas. Fue una de tus viejas amiga, ¿Tina se llamaba?

–¿Eso hizo? –tenía que llamar a Tina para saber por qué no le había informado de inmediato del regreso de Jake Trevelyan al pueblo. Tina lo sabía todo sobre el beso en el baile de Allantide, aunque no le había mencionado nada sobre el segundo.

La brusquedad en el tono de voz hizo que Jake alzara las cejas.

–Quiero decir que sí –ella intentó arreglarlo al tiempo que se servía un poco de leche, que acabó derramada sobre el platillo. Iba a empezar a gotear por todas partes. Con un suspiro buscó en el bolso un pañuelo de papel–. Estoy en el negocio.

Había sonado un poco soso. «Se supone que deberías venderte», se recordó, pero la obsesión por deshacerse del chorreante pañuelo le impedía centrarse en otra cosa. Desesperada, buscó a su alrededor una papelera, pero claro, en el despacho de Jake no podía haber algo tan prosaico.

La oficina estaba inmaculada. Y el escritorio estaba vacío salvo por el teléfono y un pequeño ordenador de aspecto carísimo. Diez años atrás, Jake sólo habría entrado en un sitio así para piratear el equipo informático. ¿Cómo demonios había logrado el chico inconformista abrirse paso hasta ese espacio exclusivo y controlado?

Percibió que Jake miraba el pañuelo de reojo. Era evidente que cualquier desorden le resultaba ofensivo. Lo cual era una lástima porque iba a hipotecar todo su futuro en su capacidad para trabajar junto a él y su prometida durante los siguientes meses. Ella pertenecía a la escuela de la organización creativa, aquélla en la que el orden surgía milagrosamente del caos en el último instante.

Decidió guardar el pañuelo en el bolso donde, sin duda, haría amistad con las migas, envoltorios de chocolatinas, capuchones de bolígrafos y limas de uñas.

La expresión de Jake era de ligera repulsión, pero no obstante le ofreció una galleta. Ella la miró con adoración. Estaba famélica, pero resolvió no aceptarla. De lo contrario, todo acabaría cubierto de migas. Su imagen profesional ya había sufrido bastante por una tarde.

–No, gracias –rechazó amablemente el plato, decidiendo prescindir también del café. Al ritmo que iba, se lo echaría encima o peor aún, encima del inmaculado sofá de cuero.

Jake se inclinó hacia delante y añadió leche a su propio café sin siquiera derramar una gota. Lo removió y, tras darle unos golpecitos al borde de la taza con la cucharilla, la dejó en el plato y levantó la vista.

–¿Hablamos de negocios? –sugirió él.

–Buena idea –encantada de poder dejar atrás el pasado y sus vergonzosas asociaciones, Cassie se puso en marcha.

La suerte estaba echada. Toda su carrera estaba en juego, o al menos su trabajo. Más que carrera tenía una caótica serie de empleos. Todo dependía de cómo supiera venderse.

–Esto te dará una idea de lo que hacemos –abrió el maletín y sacó un folleto que le entregó a Jake. Le resultaba extraño que la prometida no estuviese presente. Joss siempre se centraba en la novia–. Lo que en realidad nos interesa es saber qué deseáis vosotros. ¿Tu prometida no va a venir? –añadió con delicadeza tras una pausa.

–¿Prometida? –Jake levantó la vista del folleto.

–La novia suele tener bastante claro qué clase de boda desea –explicó Cassie–. Los novios suelen preocuparse menos por los detalles.

–Creo que aquí ha habido algún malentendido –él frunció el ceño–. No voy a casarme.

–¿No…? –Cassie lo miró boquiabierta–. ¿No vas a casarte? –tenía la esperanza de haberle entendido mal.

–No.

–Entonces no necesitas a nadie que te organice una boda.

–No –insistió Jake tras dejar el folleto sobre la mesita con un golpe seco.

–Pero… –Cassie intentaba comprender cómo había podido torcerse todo tanto antes siquiera de comenzar–. ¿Para qué nos llamaste?

–Cuando Tina me contó que trabajabas en el negocio de las bodas, tuve la impresión de que dirigíais un salón para banquetes de boda, no que organizarais la boda propiamente.

–Bueno, también nos ocupamos de los salones, por supuesto –exclamó Cassie a la desesperada–. Ayudamos a las parejas con todos los aspectos de la boda y la luna de miel –se lanzó a su discurso, pero Jake la interrumpió antes de poder continuar.

–Lo que estoy buscando en realidad es alguien que pueda aconsejarme para convertir una casa en un salón de banquetes para bodas. Lo siento –añadió mientras se ponía en pie–. Me temo que te he hecho perder el tiempo.

–También hacemos eso –Cassie no estaba dispuesta a rendirse.

–¿Perder el tiempo?

–Dirigir salones de banquetes –aclaró ella sin morder el anzuelo y mirándolo a los ojos con tanta inocencia que daba la clara impresión de mentir–. Entre tú y yo, Joss y yo tenemos mucha experiencia y sabemos exactamente qué hace falta. ¿Dónde está la casa? –se apresuró antes de que él pudiera dar por finalizada la conversación.

–Estaba pensando en la mansión –cedió él al fin.

–¿La mansión? –repitió Cassie estupefacta–. ¿La de Portrevick?

–Eso es.

–Pero… ¿no pertenece ahora a Rupert?

–No –contestó Jake–. Sir Ian dejó sus bienes en fideicomiso, y yo soy el fiduciario.

–¿Tú? –ella lo miró fijamente, olvidando por un instante que su carrera estaba en crisis.

–Sí, yo –él sonrió con amargura ante la expresión de la joven.

–¿Y qué pasa con Rupert? –preguntó, demasiado sorprendida para proceder con tacto.

–Rupert obtuvo el dinero de sir Ian en fideicomiso. Como quizá sepas, no ha demostrado poseer un carácter demasiado equilibrado.

Cassie estaba al corriente. La foto de Rupert aparecía regularmente en las columnas de sociedad. No dejaba de ser irónico que Jake fuera el triunfador adinerado mientras que Rupert ostentara la reputación de pendenciero, eso sí, encantador. En realidad parecía vivir de ese encanto y de su extraordinario atractivo.

–A sir Ian –Jake seguía hablando– le preocupaba que fuera a despilfarrar el dinero, del mismo modo que ha despilfarrado la herencia de sus padres.

–Pero no es justo –dijo ella con cautela–. A fin de cuentas, Rupert es el sobrino de sir Ian. Estoy segura de que esperaba heredar la mansión de Portrevick.

–Yo también lo creo –concedió Jake secamente–. Rupert se ha endeudado peligrosamente en los últimos años. Sir Ian tenía miedo de que vendiera la propiedad al mejor postor.

–¿Y por qué elegirte a ti como fiduciario? –exclamó Cassie sin pensar.

–Yo no me ofrecí, te lo aseguro –afirmó Jake con aspereza–. Le debo mucho a sir Ian y no pude negarme cuando me lo propuso. Supuse que tendría muchos años para cambiar de idea, y él seguramente lo pensó también. De haber vivido unos años más…

Jake apartó a un lado la taza de café y se puso en pie.

–El caso es que ahora soy responsable de la casa. Le prometí a sir Ian que permanecería intacta. Él no soportaba la idea de verla dividida en apartamentos, o derruida para construir residencias de verano. Pero necesita uso y mantenimiento y, de algún modo, he de conseguir que cubra sus propios gastos.

Jake se paró ante la ventana y frunció el ceño.

–La abogada sugirió que sería un lugar estupendo para celebrar bodas. Y al mencionarlo en el pub aquella noche, surgió tu nombre. Pero, a juzgar por el folleto, tu empresa se centra más en la boda que en el escenario de la misma.

–Normalmente sí –contestó Cassie–. Pero la gestión del salón de banquetes está muy relacionada y, de hecho, nuestra intención es expandirnos en este área –añadió mientras anotaba mentalmente que debería indicarle a Joss que iban a diversificar sus actividades–. Tenemos una amplia experiencia en la gestión de los locales.

–Umm –Jake no parecía convencido y se volvió para estudiar el rostro de Cassie que permanecía alerta y ansiosa–. De acuerdo. Conoces la mansión. Dada tu… notable experiencia, ¿crees que tiene posibilidades como escenario de celebración de bodas?

–Sería perfecto –afirmó Cassie ignorando su sarcasmo–. Se trata de una casa antigua y preciosa, espléndidamente situada en la costa. Cuesta imaginarse un lugar más romántico. Creo que las parejas harán cola para casarse allí.

–Me anima que pienses así –Jake se sentó nuevamente al otro lado de la mesita.

–Estoy segura de que sir Ian lo aprobaría –continuó ella–. Apuesto a que le hubiera gustado ver la mansión utilizada para bodas. Son ocasiones muy felices.

–Si tú lo dices –contestó Jake, claramente escéptico.

Miró a Cassie con el ceño fruncido mientras se preguntaba si no se habría vuelto loco. Siempre había sido una soñadora. La melena rizada y los hoyuelos le daban un aspecto dulce y cálido que contrastaba con el traje y los elegantes, aunque poco prácticos, zapatos.

Tenía algo de caótico. Incluso cuando estaba quieta daba la impresión de estar a punto de tirar o romper algo. ¡Ni siquiera era capaz de caminar sin tropezarse consigo misma!

Además, tenía la seria impresión de que su experiencia en salones para banquetes no era superior a la suya propia. Se notaba que estaba desesperada por el trabajo.

Si tuviera el menor sentido común, daría la reunión por finalizada de inmediato.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

AUNQUE por otro lado…

Por otro lado, se recordó Jake, sir Ian había sentido mucho cariño por ella, y el hecho de que conociera la mansión era una indiscutible ventaja.

–¿Qué haría falta para transformar la mansión en una sala de fiestas? –preguntó bruscamente–. Supongo que necesitaremos una especie de licencia.

–Desde luego –asintió Cassie con más confianza de la que sentía–. También hará falta una pequeña renovación. A cambio del elevado precio que cobrarás, las parejas exigirán que todo sea perfecto.

Se lo iba inventando sobre la marcha, pero no iba a permitir que un pequeño detalle como su desconocimiento en la materia la frenara, no cuando la alternativa era perder el empleo.

–Tendrás que tenerlo todo dispuesto –a ese paso acabaría convenciéndose a sí misma–. El catering, las flores, la música… Pagarán mucho dinero y tendrá que resultar muy especial.

Una vez lanzada, continuó:

–A algunas personas les gusta organizarlo personalmente –le explicó a Jake que la miraba con fascinación–. Pero si pretendes tener éxito, deberás convencerles de que te cedan la organización a ti. Puede que quieran la mansión sólo para el banquete, o puede que para la boda también, y eso incluirá distintos ritos y bodas civiles.

Cassie empezaba a encontrarse en su salsa.

–Después tendrás que pensar en los demás servicios –añadió impresionada por su propia fluidez–. Los novios necesitarán un lugar para cambiarse, o incluso puede que deseen alquilar la casa entera. Tendrás que ampliar la cocina, los baños y, por supuesto, contratar personal y contactar con cocineros, floristas, fotógrafos locales y demás. También hay que considerar el marketing y la publicidad.

–¿Quieres decir que no bastará con vaciar el salón para que bailen y colocar unas cuantas mesas? –Jake parecía desolado.

–Me temo que no.

Hubo una larga pausa durante la cual el rostro de Jake reflejó sus cavilaciones.

¿Y si le había desanimado? Cassie se mordió el labio. Le estaría bien por presumir.

«Siempre te pasas». ¿Cuántas veces se lo había repetido su madre?

–Hablamos de una importante inversión –dijo él al fin, provocando el suspiro de la joven.

–Sí, pero merecerá la pena –objetó ella–. La casa cubrirá más que sus propios gastos.

–Tengo que considerar muchas cosas –Jake aún no parecía convencido del todo.

–No si nos lo dejas a nosotras –rebatió Cassie–. Lo gestionaríamos todo.

La idea era brillante. No entendía cómo a Joss no se le había ocurrido antes.

Jake la observaba con una expresión indescriptible y ella casi esperaba que la acusara de fanfarronear, pero al final se limitó a preguntarle cuánto cobrarían por sus servicios.

–Tendré que hablarlo con Joss cuando tengamos una idea más precisa –contestó con evasivas. Joss era la que trataba los aspectos financieros.

–De acuerdo –Jake se decidió–. Preséntame una proposición detallada y lo consideraré.

–Estupendo –el alivio de Cassie fue sustituido rápidamente por el pánico. ¿En qué demonios se había metido?

–¿Y ahora qué?

–Creo que tendré que echarle otro vistazo a la mansión –en efecto, «¿y ahora qué?»–. Después elaboraré una lista detallada de las necesidades –improvisó.

Por suerte pareció ser la respuesta adecuada porque Jake asintió.

–¿Te parece bien ir a Cornualles el jueves? Tengo que volver y podríamos viajar juntos.

No le parecía nada bien, pero no sería Cassie quien lo confesara. Habiendo llegado tan lejos, no podía echarse atrás. Un trayecto en coche de siete horas con Jake Trevelyan no era su idea de un día divertido, pero si conseguía el contrato merecería la pena.

–Por supuesto –decidida, al fin, levantó la taza de café y… se salpicó la falda.

 

 

Jake observó a Cassie prácticamente caerse por la puerta, luchando con una maleta con ruedas, una colección de tarteras de plástico y un bolso que no dejaba de descolgarse del hombro. Con un suspiro bajó del coche para ayudarla.

A lo largo de los últimos diez años apenas había cometido errores en su vida, sin embargo tenía la desagradable sensación de que elegir a Cassie para gestionar la transformación de la mansión de Portrevick podría ser uno de ellos. Le había impresionado la fluidez con que hablaba de bodas y parecía saber exactamente qué hacía falta, pero al mismo tiempo su falta de experiencia era patente. Aun así, al mirarlo con esos enormes ojos castaños y distraerle con esa boca, sin darse cuenta, había accedido a darle el trabajo.

Debía haberse vuelto loco, decidió mientras tomaba la maleta de sus manos. Cassie era probablemente la organizadora menos organizada que había conocido.

Era un desastre. Iba vestida de manera informal con una mezcla de prendas de colores totalmente dispares que parecían haber sido lanzadas contra su cuerpo sin ningún orden ni elegancia. Cierto que se había convertido en una chica muy guapa, pero no le vendría mal un poco del estilo y la sofisticación de Natasha.

–¿Para qué demonios necesitas todas estas cosas? –exclamó Jake mientras apilaba las tarteras en el maletero–. Sólo estaremos fuera un par de noches.

–Casi todo lo que llevo es de Tina. Me ha invitado a quedarme en su casa –añadió Cassie.

Jake se iba a alojar en la mansión y le había sugerido hacer lo mismo, pero a ella le parecía demasiado íntimo. La mansión tenía habitaciones de sobra, pero dormirían bajo el mismo techo y se tropezarían camino del cuarto de baño o de la cocina. No, no estaba preparada para encontrarse con ese hombre sin haberse maquillado antes.

–He pensado en quedarme el fin de semana –continuó mientras se dirigía al coche–. Hace siglos que no veo a Tina. Y el lunes podría hablar con algunos contratistas.

La perspectiva de recorrer el largo trayecto en compañía de Jake le ponía ridículamente nerviosa.

Volver a ver a Jake había sido desconcertante y no podía dejar de sentir que, aunque le resultaba totalmente familiar, se comportaba como un extraño. En cierto modo le facilitaba diferenciarlo del Jake que había conocido en el pasado. El nuevo parecía menos peligroso que el antiguo. La amargura y el resentimiento habían sido sustituidos por un férreo control que no dejaba de resultarle igualmente intimidatorio.

Pero al menos tenía la posibilidad de lograr un trabajo, recordó mientras se sentaba en el coche.

–Listos –anunció él mientras arrancaba el motor–. Vámonos.

El lujoso coche era amplio y con asientos de cuero, pero Cassie se sentía inquieta. Jake llenaba todo el espacio con su oscura y poderosa presencia, absorbiendo todo el oxígeno y obligándola a bajar la ventanilla para poder respirar.

–El coche tiene aire acondicionado –anunció Jake mientras cerraba las ventanillas.

Aire acondicionado. Claro. ¿Y por qué le costaba tanto respirar?

–Casi había esperado verte aparecer con la moto –bromeó ella para ocultar su nerviosismo.

–Pues menos mal que no lo hice con todo ese equipaje que traes contigo.

–Siempre me hizo ilusión viajar de paquete –añadió Cassie.

–No creo que te hiciera ilusión ir hasta Cornualles –rebatió Jake–. Irás mucho más cómoda en el coche.

En circunstancias normales, quizás, pero Cassie no podía imaginarse nada menos cómodo que pasarse siete horas encerrada con él. Apenas habían dejado Fulham atrás, pero el coche ya le parecía que hubiera encogido, desesperadamente consciente de la presencia de Jake a su lado. No quitaba ojo de sus manos, fuertes y competentes sobre el volante, y no podía olvidar cómo esas manos la habían agarrado para atraerla hacia él.

Desvió la mirada y decidió contemplar el paisaje por la ventanilla, pero acabó con dolor de cuello. Sin darse cuenta, sus ojos volvieron al rostro de Jake.

Veía claramente cómo latía el pulso en el robusto cuello y, durante un instante, se permitió fantasear con inclinarse hacia él para besarlo. Pero enseguida se lo imaginó dando horrorizado un volantazo y perdiendo el control del coche que se estrellaría. Y llegaría la policía y ella tendría que declarar:

–Lo siento, señor agente, es que sentí el irrefrenable deseo de besar a Jake Trevelyan.

La noticia sería portada en los periódicos y en poco tiempo llegaría a Portrevick donde todos se partirían de risa. Los pueblos tenían muy buena memoria y seguro que nadie había olvidado el ridículo que había hecho con Rupert.

El corazón de Cassie empezó a latir con fuerza y resolvió girarse de nuevo hacia la ventanilla, ignorando las protestas de su cuello.

¿Cómoda? ¡Y un cuerno!

–Además –continuó Jake–, ya no tengo moto. Mis años de motero quedaron atrás.

–Has cambiado –años atrás, habría sido inimaginable ver a Jake sin su moto.

–Sinceramente, eso espero –contestó él.

¿Por qué no podía haber cambiado ella también? De haberlo hecho sería una persona esbelta y sofisticada, y con una carrera de éxito.

–¿Qué has estado haciendo durante los últimos diez años? –preguntó ella con curiosidad.

–He vivido en Estados Unidos. Me licencié y luego obtuve un MBA en Harvard.

–¿En serio? –Cassie estaba impresionada. Durante todos esos años, lo último que se hubiera imaginado era que estuviera en la universidad. Practicando surf, quizás, o regentando un bar en alguna playa, o haciendo turbios negocios a lomos de su moto, pero, ¿Harvard?–. No tenía ni idea.

–Tuve suerte –Jake se encogió de hombros–. Empecé a trabajar en una pequeña empresa de Seattle. Fue una época emocionante, y conseguí mucha experiencia. La empresa estaba a la vanguardia en tecnología digital y Primordia está en el mismo campo, lo que me dio ventaja a la hora de optar al puesto de director ejecutivo, aunque les costó un poco traerme de vuelta a Londres.

–¿No te apetecía volver?

–No demasiado. Pero me hicieron una oferta que ni siquiera yo pude rechazar.

–¿Te buscaron? –Cassie intentaba imaginarse a un cazatalentos buscándola a ella. «Cassandra Grey es la persona que queremos para este trabajo», diría.

No. No se lo imaginaba.

–Así funciona –Jake no parecía darle importancia–. ¿Y tú qué? ¿Cuánto llevas en Avalon?

–Desde principios de año. Antes trabajé de recepcionista –contestó ella–. También hice algo en ventas, alguna suplencia, de camarera… –suspiró–. Nada impresionante, tal y como me recuerda siempre mi padre. Para ellos soy una enorme decepción. Todos mis hermanos fueron a Cambridge. Liz es médico, Tom arquitecto y Jack abogado. Yo soy el único problema de la familia.

Intentó darle un tono humorístico a sus palabras, pero falló.

–Se pasan el día hablando entre ellos sobre qué hacer con Cassie.

Sin embargo, aquello iba a cambiar. Iba a comenzar una nueva carrera. Iba a convertir la mansión de Portrevick en un negocio puntero. Los famosos harían cola para casarse allí. Después de un par de años ni siquiera les haría falta anunciarse. Sólo con mencionar que la boda se celebraría en la mansión de Portrevick sería garantía de estilo y elegancia.

«¿Cassandra Grey?», dirían. «¿No es la que convirtió la mansión de Portrevick en paradigma de elegancia y buen gusto?». Estaría harta de recibir llamadas de cazatalentos. «Otro no», suspiraría. «¿Cuándo vais a entender que no quiero atarme a un trabajo?».

Se recostó en el asiento, disfrutando de su fantasía. Los exclusivos hoteles de Londres la llamarían sin parar, y no sólo en Londres. Tendría fama internacional.

Liz, Tom y Jack seguirían hablando de ella, pero para quejarse de lo monótonas que parecían sus carreras en comparación con la glamurosa vida de su hermana.

–¿Y qué piensa hacer Cassie consigo misma? –Jake irrumpió en su sueño.

–Voy a hacer lo que estoy haciendo –contestó ella con convicción–. Me encanta trabajar en Avalon para Joss. Es el mejor trabajo que he tenido y haré lo que sea para conservarlo.

«Incluso fingir que sé algo sobre gestión de proyectos», añadió para sus adentros.

–¿Y qué hace una planificadora de bodas en una jornada normal de trabajo?