Una aventura en Italia - Liz Fielding - E-Book
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Una aventura en Italia E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

"El equipaje, hecho; el vuelo, reservado. Pronto estaré en Roma y viviré en un país con otro idioma. Veremos lo que pasa" Sarah Gratton acababa de romper con su novio y estaba decidida a disfrutar de sus vacaciones. Y una aventura amorosa con Matteo di Serrone podía ser la solución. El conde italiano era ideal para coquetear… si Sarah se atrevía a hacerlo. Por suerte, Matteo tenía atrevimiento de sobra. Y decidió que se mantendría cerca de aquella mujer misteriosa. No sería difícil, teniendo en cuenta lo mucho que se deseaban. Era como un cuento de hadas… hasta que Sarah se dio cuenta de que había cometido el peor de los errores: enamorarse de su amante.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Liz Fielding. Todos los derechos reservados.

UNA AVENTURA EN ITALIA, N.º 2451 - marzo 2012

Título original: Flirting with Italian

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-557-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

Italiano para principiantes.

Tengo las maletas hechas y el billete de avión, reservado. Cuando mis alumnos sufran pánico de última hora con los deberes que deberán entregar a su profesor nuevo en la primera semana del trimestre, yo estaré de los nervios en Roma por mi primer día de trabajo y de vida en un país con otro idioma.

Si piensan que me llevo la mejor parte porque estaré al sol y rodeada de arte, cultura y moda, tal vez tengan razón. Pero de momento, sólo me preocupa dónde voy a vivir, si el colegio será muy distinto al de Maybridge y si les caeré bien a mis nuevos alumnos.

Veremos lo que sucede.

–TENGO un trabajo nuevo, Lex. En Roma.

–¿Vas a dejar el instituto Maybridge? ¿El empleo más perfecto del mundo?

Sarah Gratton había conseguido convencer a sus colegas de que ardía en deseos de subirse a ese avión. Y en parte, era cierto. Pero su marcha era más una huida que una aventura, y debería haber imaginado que no lograría engañar a su bisabuelo.

Aunque estaba a punto de cumplir los noventa, salía todas las mañanas a comprar el periódico y su cerebro seguía estando tan despierto que terminaba el crucigrama del diario The Times en diez minutos.

–Tom era tan popular… los niños lo adoraban –dijo ella, llevándose un dedo al lugar donde había estado su anillo de compromiso–. Me siento como si todo el mundo me culpara de su marcha.

–Tom te engañó, Sarah. Y si renuncias al trabajo que te gusta, perderías dos veces –alegó su bisabuelo.

–Tom no me engañó.

Sarah fue sincera. Tom no engañaba. Tom no mentía. Tom no fingía. Tom era incapaz de hacer ese tipo de cosas. Simplemente, le había dicho que la seguía queriendo, pero que se había enamorado de otra mujer.

Se lo había dicho al principio de las vacaciones de Semana Santa, así que Sarah tuvo una semana entera para asumirlo antes de volver a las clases y de volver a ver a todo el mundo. Pero no le dijo que había presentado la dimisión y que había aceptado un empleo en el centro deportivo de Melchester.

Y hasta ese momento, a Sarah no le pareció real.

Oyó las palabras, pero no las procesó. Incluso se convenció a sí misma de que al lunes siguiente, cuando volviera al instituto, todo volvería a la normalidad. A ser como siempre.

Pero Tom no estaba allí. Había llegado a la conclusión de que no podía seguir trabajando en el mismo lugar que ella. Había renunciado a un trabajo que adoraba porque creía que era lo mejor para Sarah.

Y porque estaba enamorado de otra persona.

Sarah intentó que el sacrificio de Tom hubiera merecido la pena. Se concentró en sus alumnos, aunque no deseaba otra cosa que acurrucarse en una esquina y cerrar los ojos. Borró todos los recuerdos de él que había en el piso, guardó los álbumes de fotografías y dejó de ir a los lugares a los que solían ir con los amigos comunes.

Sin embargo, no pudo borrar su memoria del instituto.

Tom seguía siendo una presencia invisible en las fotografías de los equipos a los que había entrenado y llevado al triunfo. Tom estaba en las pisadas de los chicos que jugaban al cricket y en los silbatos que sonaban en el campo.

–No, no me engañó –continuó–. Además, no voy a perder nada. Bien al contrario, estoy ganando una nueva vida. ¿No fuiste tú quién me animó a tomarme un año de vacaciones y a viajar un poco antes de sentar la cabeza?

–Sí, fui yo, pero cuando tenías dieciocho años –puntualizó él–. Y tú no te vas ni de vacaciones ni a viajar.

–Porque ya no tengo edad para ir por ahí con una mochila –bromeó–. Pero así tendré lo mejor de los dos mundos… Un gran trabajo y en un lugar magnífico. Sólo espero estar a la altura de las referencias que me ha dado el director del Maybridge.

Su bisabuelo hizo un gesto de desdén.

–Por supuesto que lo estarás. Pero, ¿no crees que el idioma será un problema?

–Es un colegio internacional –le recordó–. Los alumnos son hijos de diplomáticos, funcionarios de Naciones Unidas y extranjeros que viven en Roma.

Roma. Sarah lo pensó de nuevo. Iba a estar a mil trescientos kilómetros de su hogar. O más bien, de un lugar donde su vida era inseparable de la de Tom.

Siempre había sido así. Tom y Sarah. Desde que ella empezó a trabajar en el instituto Maybridge; desde que le tiró un café al gigante rubio que dirigía el departamento de deportes y que, en lugar de reaccionar de mala manera, le dedicó una sonrisa y un destello de sus ojos azules.

Ella se ofreció a lavarle la camisa. Tom dijo que se contentaba con una invitación a tomar una cerveza. Y el mundo de Sarah siguió perfectamente encarrilado hasta una mañana de enero, cuando llegó una profesora nueva, Louise.

Fue como ser testigo de un accidente de tráfico sin poder hacer nada para impedirlo. Aún recordaba el silencio que se hizo de repente en la sala de profesores. Tom, que siempre era muy amable con los empleados nuevos, se levantó para estrecharle la mano. El contacto sólo duró un par de segundos, pero Sarah notó que en sus ojos y en los de Louise ardía una chispa de deseo. Y su mundo se hundió.

–Haré amigos enseguida –continuó–. Dar clases no es como trabajar encerrado en un despacho… Y estaré en Roma. Una de las ciudades más interesantes del mundo.

De repente, Sarah había dejado de ser la pobrecita por la que todos sus colegas sentían lástima y se había convertido en la profesora más envidiada. Incluso el director le propuso que escribiera un blog con sus experiencias en Italia.

–Sé que han sido unos meses duros para ti –le había dicho el director–, pero te sentirás mejor tras el cambio de aires. Espero que vuelvas con nosotros el año que viene.

–No me necesitas a mí. Necesitas a Tom. Deberías llamarlo.

–Sabes que no puedo hacer eso. Si lo llamara, todo el mundo llegaría a la conclusión de que te he echado para que él pudiera volver. ¿Y en qué lugar quedaría yo?

Sarah pensó que quedaría en mal lugar. Por eso le había ofrecido que escribiera un blog. Para dar la impresión de que seguía trabajando para el instituto.

Y ella había aceptado. Aunque no sabía por qué. Tenía la seguridad de que no les interesaría ni a los profesores ni a los alumnos.

Pero eso era lo de menos en ese momento. Ahora estaba con Lex, su bisabuelo.

–Roma no está tan lejos. Vendré a verte con tanta frecuencia que te hartarás de mí. Vendré cada vez que me den vacaciones.

–¿Para qué? ¿Para ver a un viejo? No malgastes tu tiempo y tu dinero. Disfruta de Italia mientras tengas la oportunidad.

–Oh, vamos, tendré tiempo de sobra para verlo todo…

–Nunca hay tiempo de sobra –le advirtió–. La vida se pasa muy deprisa, Sarah. Hazme caso… aprovecha hasta el último segundo.

–Lo haré.

–Estoy hablando en serio.

Lex le lanzó la mirada que dedicaba a sus pacientes cuando aún ejercía de médico. Una mirada profunda y perceptiva.

–Disfruta de verdad, Sarah –continuó–. Si estuviera en mi mano, te prescribiría una aventura romántica… no me refiero a algo serio, a un amor de verdad. Me refiero a una simple aventura con un italiano de ojos oscuros. Una experiencia cuyo recuerdo te haga sonreír. Una que caliente tus noches cuando seas vieja.

–¡Lex! No digas esas cosas –protestó.

Él sonrió.

–Confía en mí. Soy médico.

Sarah rió y dijo:

–Un médico tan atrevido como maravilloso. Un médico al que quiero con toda mi alma.

Sarah no estaba exagerando. Sus padres y sus abuelos eran personas maravillosas que la adoraban; pero Lex, además, siempre había sido un confidente y un amigo para ella. Se conocían tan bien que, cuando él se echó hacia atrás en el sillón, supo exactamente lo que iba a decir.

–¿Te he hablado alguna vez del tiempo que estuve en Italia, durante la guerra?

–Sí, un par de veces.

Ella lo dijo con ironía. Lex no dejaba de repetir esa historia. De hecho, había sido su favorita cuando era niña. El motor del avión que Lex pilotaba se estropeó en pleno vuelo y él tuvo que lanzarse en paracaídas. A partir de ahí, la historia se había ido embelleciendo a lo largo de los años. Sarah no había llegado a conocer a su bisabuela, pero su abuela siempre decía que Lex jamás estropeaba una buena historia con la verdad.

–Pero cuéntamela otra vez –añadió–. Cuéntame cómo te salvó aquella italiana preciosa que te encontró medio muerto en la nieve. Cómo te cuidó y te escondió durante meses de los alemanes hasta que llegaron los aliados.

–¿Para qué? La conoces de sobra…

–La abuela siempre decía que te inventabas casi todo lo que contabas. Que en realidad, la encantadora y preciosa Lucía era una vieja que te escondió una semana en el cobertizo donde metía a las vacas.

–Tu abuela no sabe nada de nada –afirmó Lex con humor–. No me escondió en un cobertizo, sino en un lugar que había sido una mansión antes de que los fascistas lo destrozaran. Y en cuanto a Lucía… Pásame esa caja y te la enseñaré.

Sarah lo miró con desconcierto.

–¿Me la enseñarás?

La historia de Lex siempre incluía algún detalle nuevo; algún peligro añadido o algún placer que no había mencionado antes. Pero aquello era completamente inesperado.

–Pásame esa caja –repitió.

Sarah había visto muchas veces el contenido de la vieja caja de galletas. Sabía que en su interior no había ninguna fotografía de Lucía, pero se la dio de todas formas. Suponía que sería algún tipo de broma.

Sin embargo, la expresión de Lex se volvió absolutamente seria cuando abrió la caja y derramó todas las medallas, fotografías y recuerdos de su larga vida sobre la mesa que se encontraba junto a él.

Como la mesa era muy pequeña, algunos de los objetos se cayeron al suelo. Sarah se levantó y se arrodilló para recogerlos, pero Lex dijo:

–Olvida esas cosas. Tus uñas son más largas que las mías… mira si puedes sacar lo que está en el fondo.

Sarah alcanzó la caja y echó un vistazo a la cartulina negra que forraba el fondo del recipiente.

–¿Quieres que lo saque?

–Sí, eso he dicho.

Sarah sacó la cartulina y se llevó una sorpresa al ver que, debajo, había una fotografía.

–Compréndelo –dijo Lex–. La escondí ahí porque no quería que tu bisabuela la encontrara y se llevara un disgusto.

Ella miró la imagen con detenimiento. Era una vieja foto en blanco y negro de una joven de cabello oscuro, cejas oscuras, ojos oscuros y almendrados y una boca grande y sensual que sonreía.

La foto estaba rota en varios pedazos, pero alguien la había pegado con celo. Sarah supuso que su bisabuela la habría roto y que Lex la habría pegado y escondido después.

–Era realmente preciosa –dijo Sarah con un nudo en la garganta–. Debió de ser una situación muy difícil…

Lex asintió.

–Difícil, sí. Pero también maravillosa.

La joven de la imagen estaba sentada en un muro de piedra. Su cabello brillaba bajo el sol. A su espalda se veían los restos de una casa que, por su tamaño y estructura, parecía haber sido una mansión muy elegante.

En ese momento, Sarah supo que su bisabuelo no había exagerado nunca. Su relación con Lucía había sido tan romántica como real y desesperada. Aquella mujer había arriesgado la vida por salvar a un desconocido.

–Debí volver cuando la guerra terminó –le confesó Lex–. Pero yo tenía esposa y un hijo…

La voz de Lex se apagó en un silencio triste.

Sarah tomó a su bisabuelo de la mano y dijo:

–No te castigues por eso. El mundo estaba en guerra.

–Sí, claro, la guerra… Lucía se jugó la vida por salvarme, Sarah; pero cuando los aliados llegaron a Roma, ni siquiera tuve ocasión de despedirme. Volví a casa. Volví con una mujer que ya me daba por muerto.

–¿No recuperaste el contacto? –preguntó–. Después de la guerra, quiero decir.

–Le escribí varias veces y le envié dinero… le dije que, si necesitaba algo, lo que fuera, me lo hiciera saber. Pero no me respondió nunca. Al final, dejé de enviarlas porque pensé que el dinero y las cartas de un piloto inglés le podían complicar la vida.

Lex sacudió la cabeza y siguió hablando.

–Por entonces, tu bisabuela se había quedado embarazada de tu abuela y yo casi no tenía tiempo para pensar. Como sabes, estudiaba y trabajaba a la vez.

Sarah se preguntó si Lex se arrepentía de haber llevado la vida que había llevado. Y Lex debió de adivinar sus pensamientos, porque dijo:

–Fue una buena vida.

–Lo sé.

Entonces, ella dio la vuelta a la fotografía y leyó lo que ponía en la parte de atrás.

–«19 de junio de 1944. Isola del Serrone».

–Si Lucía sigue viva, tendrá ochenta y tantos años.

–Sería prácticamente una niña en comparación contigo –bromeó Sarah–. Deberías buscarla y recuperar el contacto.

–No.

–Oh, vamos, seguro que no es tan difícil de localizar. Echaré un vistazo en Internet.

Sarah alcanzó su ordenador portátil y buscó el nombre del pueblo, Isola del Serrone.

–Veamos lo que encuentro –continuó–. ¿Era un pueblo muy pequeño?

–Déjalo estar, Sarah.

–¿Por qué?

–Porque hay cosas que deben permanecer en el pasado.

–¿Tú crees?

–Por supuesto que lo creo. Si Lucía sigue con vida, es de suponer que tendrá una familia. Nadie quiere que los esqueletos que todos guardamos en los armarios se empiecen a mover de repente –observó Lex.

–Tú no eres un esqueleto.

Él la miró con seriedad y ella suspiró.

–Lo siento, Lex. Ya sabes que tiendo a meterme donde no me llaman –se disculpó.

Su bisabuelo alcanzó la caja con intención de devolver la fotografía al lugar de donde la había sacado.

–No la escondas –dijo ella.

–Es lo mejor que puedo hacer. Está en muy mal estado.

–Conozco a alguien que la podría escanear y limpiar de tal modo que parecería nueva. Todos necesitamos recuerdos que nos calienten durante las noches frías. Tú mismo lo has dicho –le recordó.

Lex asintió.

–Sí, es verdad que he dicho algo parecido. Hagamos una cosa… dejaré que te la lleves y la escanees si tú me prometes que te tomarás la medicina que te he recetado.

–¿Un amante italiano?

–En efecto. Un amante italiano –respondió con una sonrisa–. Día y noche, hasta que los síntomas de tu tristeza hayan desaparecido.

Sarah se preguntó por dónde empezar con el blog. Ni siquiera sabía si debía escribirlo para sus alumnos, para sus colegas de profesión, para sus padres o para ella misma. Pero en cualquier caso, se puso manos a la obra.

Italiano para principiantes.

Os puedo ver a todos, sentados antes de clase y gruñendo por tener que leer el blog de la señorita Gratton con todas las cosas que tenéis que hacer.

¿Tenéis que hacer cosas? Hacedlo en primer lugar y será historia, pasada. A no ser que se viva en Roma, donde la historia está por todas partes.

¡Alto! ¡No dejéis de leer todavía! Sé que pensáis que este blog va a tratar de monumentos y ruinas antiguas y que va a ser un blog aburrido. Pero concededme una oportunidad. Quizás os apetezca saber dónde vivo.

Mi domicilio se encuentra en una calle muy estrecha, una calle adoquinada y tan empinada que tiene un escalón cada dos o tres metros. Está cerrada al tráfico, pero los jóvenes que van en moto la usan de vez en cuando como atajo y con cierto riesgo para sus vidas.

Vivo en el último piso de un edificio amarillo que está a la izquierda. Y dudo que necesite un gimnasio para hacer ejercicio. La calle y las escaleras me mantendrán en forma.

Sarah prefirió no añadir que estaba lloviendo cuando llegó y que se empapó porque pensaba que Roma era la ciudad del sol eterno y no se le había ocurrido llevar ni una gabardina ni un paraguas. Y en cuanto al ejercicio, su forma física era tan lamentable que tenía miedo de que las escaleras la mataran.

Mi casa tiene un balcón pequeño. Los geranios que veis en la fotografía son un regalo de mis alumnos nuevos, que son encantadores y extraordinariamente amables y siempre presentan sus deberes a tiempo.

En la fotografía que subió al blog se veía algo más que los geranios del balcón. Era una vista preciosa de la ciudad, con sus cúpulas, sus tejados rojos y el Memorial de Victor Manuel, que parecía una tarta gigantesca, en mitad de la imagen. Una vista perfecta para disfrutar de ella mientras se tomaba una taza de café a primera hora del día o una copa de vino por la noche, con la ciudad iluminada.

A Sarah le habría gustado compartir esos momentos con Tom, aunque su ex odiaba viajar. Sólo había hecho un viaje con él; un viaje de fin de semana a Francia. Y aunque sólo tenían que subirse a un transbordador para cruzar el Canal de la Mancha, tuvo que echar mano de todas sus mañas para convencerlo.

Lamentablemente, Sarah no había avanzado mucho con la promesa que le había hecho a Lex. Seguía sola, sin amante italiano. Y de momento, tendría que disfrutar de las vistas sin más acompañante que la taza de chocolate que se había servido.

Es verdad. Hay montones de iglesias. Por cierto, la cúpula que se ve en la distancia, a la izquierda, es la cúpula de San Pedro. Y eso es el mercado de Esquilino, el mercado donde hago la compra.

Tiene muchos productos que no encontraríais en el mercado de Maybridge. Por ejemplo, las flores de zucchini, que allí llamamos courgettes; compré algunas y las puse en un bol porque el color amarillo es muy alegre, pero los romanos se las comen rellenas de queso y fritas en abundante aceite de oliva.

Ahora, una nota para las chicas; sobre todo para las de la sala de profesores: el de la siguiente fotografía es Pietro, vendedor de la mortadela y el dolcelatte más sublimes que os podáis imaginar.

La comida de Roma es fabulosa. Voy a tener que subir muchas veces las escaleras de mi calle si quiero que mi ropa nueva me siga quedando bien.

Ah, sí. La ropa.

Sarah se estaba empezando a divertir en Roma.

Pippa, la secretaria inglesa del colegio donde iba a trabajar, había ido a recogerla al aeropuerto. Fue ella la que le consiguió el piso de alquiler donde vivía; por lo visto, pertenecía a un familiar de su novio. Cuando Sarah vio el destartalado edificio, se deprimió; pero tras llevar dos semanas en Roma, se dio cuenta de que era afortunada. Estaba en el centro, era de techos muy altos y tenía unas vistas maravillosas.

Pippa le enseñó todo lo necesario sobre los transportes públicos, le dio una vuelta por la ciudad y, tras echar un vistazo a su vestuario, le advirtió muy seriamente que la ropa barata que utilizaba como uniforme de profesora en el instituto de Maybridge no sería adecuada en Roma. Allí era más importante la calidad que la cantidad.

Trabajo nuevo, vida nueva. A Sarah le pareció que comprar ropa nueva era una consecuencia casi inevitable de lo anterior, de modo que dejó que Pippa la llevara a sus outlets preferidos, donde se compró ropa de Armani, Versace y Valentino que le quedaba especialmente bien porque había perdido algo de peso durante los meses anteriores. Y por supuesto, también se compró un par de gafas de diseñadores famosos.

Definitivamente, la ropa de batalla que compraba en el mercado de Maybridge habría estado fuera de lugar en Roma. Sobre todo, cuando hasta sus propios alumnos parecían salidos de una pasarela de modas.

Los italianos son increíblemente elegantes. Lo son hasta en clase. Mi primera tarea como profesora consistió en comprarme un vestuario nuevo. Fue difícil, pero sé que apreciaréis mi sacrificio.

Se había gastado tanto dinero en ropa que casi no lo podía creer; pero intentó animarse pensando que, por lo menos, ya no tendría que gastarse una fortuna en un vestido de novia. Tom no iba a volver con ella. Ni ella tenía la menor intención de regresar al instituto Maybridge. Había tomado una decisión y era tarde para arrepentirse.

Por otra parte, hay una norma no escrita que dicta que nadie debe ir a Italia sin llevar al menos un par de zapatos. Yo me he comprado tres pares, los que veis a continuación.

Sarah estiró una pierna, admiró los zapatos que se había puesto aquel día y les sacó una foto con el teléfono móvil para subirla al blog. Después siguió escribiendo:

Como veis, Roma es mucho más que un montón de ruinas antiguas. Pero como sé que ardéis en deseos de ver iglesias y no os quiero decepcionar, aquí tenéis una imagen de Santa María del Popolo. Seguro que la reconocéis enseguida. Salía en una de las escenas de la película «Ángeles y demonios».

¿Aún os parece que Roma es aburrida? No, seguro que no.

Mientras escribía, Sarah pensó que su blog no era lo que el director de su antiguo instituto tenía en mente cuando le propuso la idea. Pero sonrió para sus adentros y pensó que, con un poco de suerte, se espantaría y lo retiraría del servidor de Internet del Maybridge.

Después, miró las fotografías y se preguntó si Tom se molestaría en leerlo. E incluso si la propia Louise se podría resistir a la tentación de echarle un vistazo.

Algunas de sus excompañeras de trabajo la habían escrito para comentarle que Lousie se había quedado embarazada, pero para Sarah no fue una sorpresa. El propio Tom se lo había confesado días antes. No quería que se enterara por terceros, de modo que se lo había dicho él mismo. Como si así le fuera a doler menos.

Por fin, dejó de escribir y comprobó el correo electrónico.

Tenía un mensaje de su madre, con una fotografía adjunta en la que aparecía su padre recibiendo un premio por sus veinticinco años de servicio en el trabajo. También tenía uno de Lex, quien quería saber si había avanzado algo con la búsqueda de un amante italiano.

Sarah respondió de forma escueta a sus padres y a su bisabuelo. No tenía tiempo para extenderse. Y a decir verdad, tampoco tenía tiempo para buscarse amantes. Pippa se había ofrecido a presentarle a algunos de sus amigos, pero Sarah no se imaginaba con otro hombre. Todavía no había superado lo de Tom.