Una boda en invierno - Brenda Novak - E-Book
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Una boda en invierno E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Kyle Houseman creía que nunca conocería a nadie a quien pudiera amar tanto como a Olivia Arnold, la mujer que se había casado con su hermanastro. No solo la había perdido a ella, sino que había tenido que sufrir todo un proceso de divorcio. Lo último que quería era volver a pasar por otro, razón por la que estaba decidido a tener mucho cuidado cuando volviera a involucrarse con una mujer. Y por eso se resistía a la atracción que sentía hacia la bella desconocida que le había alquilado su casa rural para pasar las fiestas de Navidad. Lourdes Bennett era una cantante country. Pensaba quedarse en Whiskey Creek solo durante el tiempo que necesitara para escribir las canciones de su próximo álbum, el álbum que iba a llevarla de nuevo a la cima. Sus sueños no incluían instalarse en un pueblo más pequeño incluso que aquel del que había escapado. Pero, al conocer a Kyle, comenzó a preguntarse si no sería un terrible error dejarlo atrás.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Brenda Novak, Inc.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una boda en invierno, n.º 138 - octubre 2017

Título original: A Winter Wedding

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-543-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para las Notable’s Novack, ese grupo de mujeres tan especial que tanto hace por apoyarme en la red.

Reparto de personajes de Whiskey Creek

 

Phoenix Fuller: recientemente liberada de prisión. Madre de Jacob Stinson, que ha sido criado por Riley, su padre.

Riley Stinson: contratista, padre de Jacob.

Gail DeMarco: relaciones públicas de una agencia de Los Ángeles. Está casada con la estrella de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor de superventas de suspense. Está casado con Sophia DeBussi.

Eve Harmon: Dirige el hostal Little Mary’s, propiedad de su familia. Está casada con Lincoln McCormick, un recién llegado al pueblo.

Kyle Houseman: propietario de una empresa de paneles solares. Estuvo casado con Noelle Arnold. Es el mejor amigo de Riley Stinson.

Baxter North: trabaja como bróker en San Francisco y está a punto de regresar a Whiskey Creek.

Noah Rackham: ciclista profesional. Propietario de la tienda de bicicletas It Up. Casado con Adelaide Davies, chef y directora del restaurante Just Like Mom’s, propiedad de su abuela.

Callie Vanetta: fotógrafa. Casada con Levi McCloud/Pendleton, veterano de Afganistán.

Olivia Arnold: fue el primer y único amor de Kyle Houseman, pero está casada con Brandon Lucero, hermanastro de Kyle.

Dylan Amos: propietario de un taller de chapa y pintura junto a sus hermanos. Está casado con Cheyenne Christensen, con la que tiene un hijo.

Capítulo 1

 

–Tu exesposa otra vez al teléfono.

Kyle Houseman apretó los ojos y se frotó la frente. Había pocas personas en el mundo que le resultaran tan difíciles como Noelle.

En realidad, no se le ocurría ninguna.

–¿Me has oído?

Morgan Thorpe, su asistente, permanecía en la puerta de su oficina con el ceño fruncido por la impaciencia. Noelle (que seguía utilizando el apellido de casada, algo que le irritaba, puesto que solo habían estado juntos un año), no había conseguido localizarle en el móvil. Le había llamado tres veces durante los últimos quince minutos, pero él había dejado que se activara el buzón de voz. Así que Noelle había terminado llamando al teléfono de su empresa, aunque él le había pedido muchas veces que no lo hiciera. No le gustaba que aireara las quejas que tenía contra él, o cualquier otra cosa, a quienquiera que quisiera escucharla.

A sus empleados tampoco les gustaba Noelle.

–Ya lo he oído –contestó.

–¿Vas a atender la llamada? Porque si tengo que volver a hablar con ella voy a decirle lo que pienso.

Kyle le dirigió a Morgan una mirada con la que pretendía asegurarse de que comprendiera que sería un error. Con cuarenta y cinco años, Morgan no tenía edad para ser su madre, pero a menudo adoptaba una actitud maternal hacia él, probablemente porque había estado trabajando a su lado desde el principio de First Step Solar. Kyle la había contratado la misma semana que Morgan había salido del armario y se había ido a vivir con su pareja, una mujer tan delicada como audaz y decidida era Morgan.

–No, no le vas a decir nada.

–¿Por qué? –gritó–. ¡Noelle es una persona horrible! ¡Se merece todo lo que le pasa!

–Estuve casado con ella y vivimos los dos en un pueblo pequeño. Tengo que encontrar la manera de que nos llevemos bien.

Morgan elevó los ojos al cielo.

–Si tan fácil es, ¿por qué la evitas?

Tenía razón. En cualquier caso, evitar las llamadas de Noelle no iba a servirle de nada. Si se veía obligada, sería capaz de ir a buscarle a su casa, o incluso a un restaurante. Lo hacía a todas horas: para suplicarle que le adelantara la pensión, para pedirle un «pequeño préstamo» que impidiera que le cortaran el agua o la luz o para conseguir dinero con el que pagar la reparación del coche. En una ocasión le había pedido quinientos dólares para corregir un implante de senos (al parecer, su cuerpo rechazaba los implantes, pero, en vez de quitárselos, estaba intentando conservarlos). No parecía importarle que ninguna de aquellas cuestiones fuera responsabilidad suya.

–Páseme la llamada –cedió con un suspiro.

–Esa mujer es insufrible. No sé cómo la aguantas –gruñó Morgan mientras se marchaba.

Tampoco él lo sabía.

Miró la luz que parpadeaba en el teléfono del escritorio. Ojalá Noelle volviera a casarse. Y que lo hiciera pronto. Su boda le ahorraría dos mil quinientos dólares al mes, por no hablar del alivio de saber que ya no tendría que volver a enfrentarse a ella. Pero llevaba cinco años deseándolo, casi desde el día de su divorcio. Estaba comenzando a sospechar que mientras continuara pagándole aquella generosa cantidad al mes, era poco probable que se casara con nadie. Ella no era de las que se marchaban con las manos vacías. Además, consideraba el apoyo económico que le prestaba como un castigo por no haber sido capaz de enamorarse de ella y, la verdad fuera dicha, también él lo veía así. Aquella era la razón por la que había aceptado pasarle aquella cantidad al mes y por la que la ayudaba siempre que podía. Se sentía obligado por un sentimiento de culpa.

–Algún día… –musitó mientras descolgaba.

–¿«Algún día» qué? –preguntó Noelle.

Algún día se desharía de ella. Pero no podía decírselo.

–Nada. ¿Qué pasa? ¿Por qué no paras de llamarme?

–¿Y por qué ignoras mis llamadas? –replicó ella.

–Porque no entiendo para qué quieres hablar conmigo. Estamos divorciados, ¿recuerdas? Y con todo el dinero que te he pasado durante estos últimos años, o solo en estos últimos meses, ya llevo adelantados seis meses de pensión. De modo que no creo que tengas ninguna excusa.

–Es el calentador –dijo ella.

–¿El qué?

–El calentador.

¿Ya había encontrado otra cosa de la que quejarse?

–¿Qué le pasa?

–Se ha estropeado. No puedo ducharme ni lavar los platos. No tengo agua caliente.

Kyle se reclinó en la silla.

–¿Entonces no deberías estar buscando un fontanero en vez de molestando a tu exmarido?

–¿Por qué tienes que ser tan desagradable? Te he llamado a ti porque eres propietario de una empresa de paneles solares. ¿No puedes ofrecerme un panel para que pueda reducir las facturas del agua caliente?

–Fabrico paneles fotovoltaicos, Noelle. Sirven para el aire acondicionado y otros aparatos eléctricos. Un aparato que funciona con gas necesita algo muy distinto.

Habían estado casados, por el amor de Dios, ¿todavía no sabía cómo se ganaba la vida?

–También puedes conseguir calentadores. Le instalaste uno a la vecina de Brandon y Olivia.

¿Por qué se lo habría contado?

–La señora Stein tiene casi ochenta años y perdió a su marido hace un año. Lo único que hice fue asegurarme de que le hicieran un buen precio.

–Compraste un calentador al por mayor y se lo vendiste a precio de coste. Y se lo colocó uno de tus instaladores fotovoltaicos.

–Porque sabía que le vendría bien. Brandon me pidió que la ayudara. De vez en cuando le hago favores a mi hermano.

–Vamos, Kyle, seguro que no lo hiciste por Brandon.

La irritación comenzó a asomar sus garras y Kyle apretó los ojos con fuerza.

–Claro que sí. Nos llevamos muy bien –contestó.

Y era cierto. Brandon y él habían sido rivales en otro momento de sus vidas. Se habían conocido cuando ambos estaban en el instituto. La madre de Brandon se había casado con el padre de Kyle y, al ser dos adolescentes seguros de sí mismos, orgullosos y casi de la misma edad, era lógico que les hubiera costado adaptarse. Pero aquella dinámica había cambiado. A pesar de todo lo que había ocurrido después con Noelle y Olivia, Kyle apreciaba a Brandon. Y tenía la impresión de que Brandon también le quería. Por lo menos, solía tener noticias suyas de vez en cuando. Y también veía a Brandon y a Olivia los viernes en el Black Gold Coffee. Se habían sumado al grupo de amigos con los que Kyle había crecido y a los que seguía estando muy unido.

–Deja de engañarte a ti mismo –le espetó Noelle–. Harías cualquier cosa por Olivia. Por tu forma de mirarla cuando la ves marcharse de una habitación, o por cómo evitas mirarla cuando estáis en la misma, es más que evidente. Y ellos también se darían cuenta si no hubieran decidido ignorarlo.

Kyle notó cómo le subía la tensión.

–Muy bien –le dijo–. ¿Quieres un calentador solar? Puedo ofrecerte lo mismo que a la vecina de Olivia y de Brandon.

Noelle pareció sobresaltarse ante aquella repentina capitulación. Pero era imposible que rechazara aquel ofrecimiento. Ella nunca podría pagar un calentador de su bolsillo. Además, él no quería hablar de Olivia. Lo que había dicho Noelle era cierto. Olivia era la hermana de Noelle y, en gran parte, la razón por la que años atrás se había propuesto conquistarle. Pero, además, Olivia había sido, y continuaba siendo, el gran amor de su vida. Había estado con él antes de enamorarse de Brandon.

–Eso está mejor –dijo Noelle–. Entonces, ¿cuánto cuesta? Tengo cerca de doscientos cincuenta dólares en mi cuenta.

Lo dijo con orgullo. No se le daba bien lo de ahorrar, de modo que para ella aquello era toda una proeza. Pero, como siempre, estaba en la inopia. O, mejor dicho, en una calculada inopia.

–Ya me lo imaginaba.

–¿El qué?

–Que ni siquiera tienes bastante dinero como para comprar un calentador normal.

–¿No? –pareció desconcertada–. ¿Cuánto cuestan?

–Uno decente, cerca de ochocientos dólares o más.

–¿Y uno solar?

–Casi tres de los grandes.

–¡Estás de broma! –gritó–. ¿Cómo esperas que pague esa cantidad?

–No espero que la pagues. Lo que tienes que hacer es ir a la ferretería y ver si tienen algo que se ajuste a tu presupuesto.

–En otras palabras, te importa un comino que tenga un problema.

A Kyle comenzaba a palpitarle la cabeza.

–Siento que se te haya roto el calentador, pero no es mi problema.

–¿No puedes ayudarme?

Morgan tamborileó con los dedos el cristal que separaba su espacio de trabajo del despacho de Kyle y esbozó una mueca.

Kyle le hizo un gesto para que se apartara.

–¿Qué esperas que haga?

–Un calentador solar no puede costar tanto.

–Claro que puede. Comprueba el precio de venta en el mercado y verás que anda por unos seis mil dólares. Al por mayor te saldría por la mitad.

–Entonces, a lo mejor puedes conseguirme uno y dejar que lo pague a plazos.

–¡Estamos divorciados! Además, vives en un piso alquilado. Llama al propietario.

–Harry no hará nada. Me cobra mucho menos de lo que le cobraría a cualquier otro. ¿Por qué crees que me hace tan buen precio?

–¿Porque es tu primo?

–Porque a cambio de ese alquiler tan bajo, tengo que hacerme cargo del mantenimiento y las reparaciones de la casa.

–En ese caso, es cosa tuya.

–Si no puedes conseguirme un calentador solar, ¿puedes ayudarme por lo menos a comprar uno normal? Por lo que me has dicho, solo necesito otros quinientos cincuenta dólares. Eso para ti no es nada. ¡Tú ganas mucho más que yo!

–Eso no significa que esté obligado a pagártelo. Ya me pediste dinero el mes pasado. Y el anterior.

–Porque necesitaba una dilatación y un legrado, Kyle. No paro de tener problemas desde que perdí el bebé, ¿recuerdas?

Como siempre, había optado por sacar a colación un tema sobre el que Kyle procuraba no preguntar. Era increíble. ¿De verdad había necesitado aquella operación? ¿O habría falsificado los documentos que le había enseñado? A lo mejor había vuelto a operarse los senos. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera perdido el bebé que, supuestamente, habían concebido y de que por ello hubiera necesitado una operación. ¿De verdad había perdido el bebé cinco años atrás? A lo mejor había abortado de forma voluntaria. Él siempre había sospechado que le estaba mintiendo y que, después de casarse con él, había decidido poner fin a su embarazo. Tras haberle atrapado, no debía de haber visto ningún motivo para arriesgar su figura, algo que protegía por encima de todo lo demás.

–Sí, claro que me acuerdo –contestó apretando los dientes.

Tampoco quería hablar sobre aquello. Era más fácil enterrar las dudas y las sospechas e intentar olvidar el pasado.

–No te importa.

Le importaría si creyera que era cierto. Pero, tratándose de Noelle, era imposible decirlo. Cada vez que necesitaba dinero, inventaba una excusa que le resultara imposible descartar: un tratamiento médico, la posibilidad de un desahucio o el no poder pagar la luz o la comida.

–Mira, ya te pagué la operación. Eso es lo único que importa. Espero que te encuentres mejor. Ahora, tengo que colgar. Tengo mucho trabajo.

–¡Espera! ¿Y mi calentador?

–¿Qué pasa con tu calentador? –preguntó exasperado.

–¿De verdad no vas a prestarme nada? ¿Dejarás entonces que me quede en la antigua alquería hasta que pueda arreglarlo?

De ningún modo iba a vivir cerca de su propiedad. Jamás.

–Por supuesto que no. Tengo esa casa limpia y preparada para alquilarla.

–Pero ya lleva dos meses limpia y preparada y ha estado vacía durante todo ese tiempo. ¿Por qué no me dejas quedarme hasta que remonte un poco? No creo que vayas a poder alquilarla ahora.

¿De qué estaba hablando?

–¿Por qué no?

–Por las fiestas. La gente está demasiado ocupada comprando, envolviendo regalos y decorando sus casas.

–No todo el mundo. De hecho, esta noche viene alguien a verla. Está seguro en un noventa por ciento de que quiere quedarse, pero quiere ver la casa antes de confirmarlo. Después firmará el contrato.

–¿Quién es? –le preguntó ella.

Kyle leyó el nombre que había escrito en el calendario que tenía sobre la mesa.

–Un tal Derrick Meade.

–No he oído hablar de él…

–Es de Nashville. Solo va a quedarse unos meses, pero me ha pedido la casa amueblada, así que…

–¿Y con qué piensas amueblarla? –le interrumpió–. No puede decirse que tengas todo un almacén de muebles.

–Hay empresas que los alquilan. Llamé a una empresa de Sacramento, elegí unos muebles de la web y me los trajeron. Ya está todo preparado. Ha quedado muy bien.

–Te estás tomando muchas molestias por alguien que solo quiere alquilar la casa durante unos meses. Yo creía que querías alquilarla por lo menos durante un año. Por lo menos, eso fue lo que me dijiste cuando te pregunté por ella.

–Va a pagar un dinero extra por los muebles, por las molestias que me he tomado para conseguirlos y porque es un alquiler de pocos meses. Si decide que no le gusta la casa y tengo que devolver los muebles, se hará cargo de los gastos. En cualquier caso, a ti no te influye en nada porque jamás te dejaría vivir allí.

Durante los meses anteriores, Noelle había estado intentando por todos los medios volver con él. Lo último que necesitaba era dejar que viviera cerca de él, por no hablar de que no vería un solo centavo del alquiler.

–¿Aunque estuviera dispuesta a firmar un contrato de un año?

–Aunque estuvieras dispuesta a firmar uno de diez.

–No puedes ser tan malo.

¿Malo? Él pensaba que estaba siendo demasiado bueno, teniendo en cuenta que por el mero hecho de mantener una conversación con ella le entraban ganas de darse de cabezazos.

–Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones. Si puedo, le alquilaré la casa a Meade. Si no, intentaré encontrar otro inquilino el verano que viene, cuando termine el curso escolar.

–Supongo que a ti eso te parece genial, pero, ¿y yo? ¿No puedo quedarme allí hasta que él se mude?

El tono quejoso e infantil de su voz hizo empeorar el dolor de cabeza de Kyle. «Paciencia», se recordó a sí mismo, «respira hondo y procura hablar con amabilidad».

–No especificó cuándo pensaba instalarse. Pero, puesto que va a venir desde Tennessee para ver la casa, supongo que a lo mejor lo hace esta misma noche.

–¿En medio de la tormenta que se avecina?

–¿Por qué no? Solo tiene que traer su equipaje. ¿Qué más le da que haya tormenta o no?

–¿Entonces vas a dejar en la estacada a la mujer que podría haber sido la madre de tu hijo si ese niño hubiera sobrevivido?

Antes de que pudiera responder, Morgan golpeó enérgica el cristal y abrió la puerta.

–No me digas que sigues hablando con ella.

Kyle la miró con un ceño fruncido con el que le estaba diciendo que se ocupara de sus propios asuntos, pero ella no se fue.

–He recibido una llamada de Los Ángeles –le informó–. Unos tipos piden precio para un pedido de diez megavatios.

Un pedido importante. Nadie en la empresa podía proponer un presupuesto, salvo él. Se cambió el teléfono de oreja.

–Noelle, tengo que colgar.

–¡No me puedo creer que me estés haciendo esto!

–¿Qué otra cosa se supone que tengo que hacer?

–Tú tienes contactos. Si no fueras tan tacaño, lo comprarías tú y me dejarías pagártelo a plazos.

–¿Kyle? –le urgió Morgan, recordándole, como si necesitara que alguien lo hiciera, que tenía una llamada más importante en la otra línea.

Estuvo a punto de decirle a Noelle que se pasara por la ferretería y le pidiera al dependiente que le llamara para darle los datos de su tarjeta de crédito. Quería deshacerse de ella y ya había hecho una compra a distancia en otra ocasión, cuando alguien le había tirado una piedra a la ventana (probablemente la novia de algún hombre con el que había estado coqueteando en el Sexy Sadie’s), pero cuanto más le daba, más recurría a él. Tenía que romper aquel círculo vicioso.

Por suerte, se le ocurrió una solución que debería haber sido evidente desde el primer momento.

–Aquí tengo un calentador –le dijo–. Es el que quitamos de la casa de la vecina de Brandon. Si consigues que alguien venga a buscarlo y te lo instale, puedes quedártelo.

–¿Estás seguro de que funciona?

Morgan puso los brazos en jarras y le miró con el ceño fruncido, negándose a marcharse hasta que no hubiera atendido la llamada.

–Cuando lo quitaron mis empleados funcionaba. No hay ningún motivo para que eso haya cambiado. La vecina de Brandon quería utilizar energía solar para proteger el medio ambiente.

Él había estado pensando en donar el calentador a cualquier familia sin recursos a la que pudiera irle bien. Pero Noelle encajaba en aquel perfil. No tenía mucho dinero, a pesar de que tenía dos trabajos. Trabajando en una tienda a tiempo parcial y de camarera por las noches y los fines de semana no sacaba mucho dinero. Y lo que ganaba lo gastaba en ropa y productos de belleza.

–De acuerdo, gracias –Noelle bajó la voz–. Y, si quisieras algo a cambio, estaría más que encantada de ofrecértelo.

–No necesito nada –respondió.

–¿Estás seguro?

¿Adónde quería ir a parar?

–¿Perdón?

–Me acuerdo de las cosas que te gustaban…

Aquella voz insinuante le hizo sentirse incómodo.

–Espero que no te estés refiriendo a…

–Al fin y al cabo, no estás saliendo con nadie –se interrumpió–. Podríamos vernos de vez en cuando en secreto. Sería una solución temporal, para que no tengas que privarte de nada. Lo que quiero decir es que… ¿qué importancia tendría? No puede decirse que no nos hayamos acostado antes.

–Voy a fingir que no he oído nada de esto –respondió Kyle, y colgó el teléfono.

Morgan, que había vuelto a cambiar de postura y estaba con los brazos cruzados, tamborileando con los dedos sobre el bíceps, arqueó las cejas.

–¿Ahora qué quiere?

–Nada.

–Parecías muy disgustado –dijo.

Soltó una carcajada cuando Kyle le dijo entre gruñidos que saliera y cerrara la puerta.

Kyle estaba enfrascado en la conversación con el cliente de Los Ángeles cuando Morgan volvió a entrar. En aquella ocasión, se sentó enfrente de él mientras esperaba a que terminara de hablar.

–No me digas que Noelle ya está aquí –aventuró Kyle después de colgar.

–No. Espero haberme ido para entonces. Esta es una buena noticia.

Kyle se irguió en la silla. Después de haber oído a su exesposa, precisamente a ella, comentando su deprimente vida amorosa, no le sentaría mal una buena noticia.

–¿Qué pasa?

–He recibido una llamada de ese tipo que quería alquilarte la casa.

–Espero que no sea para cancelar la cita –dijo Kyle–. Noelle sigue preguntando si puede mudarse a esa casa. Será un alivio que esté ocupada y no pueda seguir incordiándome.

–¿Y no podría irse del pueblo? –preguntó Morgan–. Nadie la echaría de menos.

Pero había otro motivo por el que Kyle se sentía obligado a comportarse de forma decente con ella. A pesar de las cosas tan terribles que había hecho, sobre todo a él, la compadecía. Noelle no podía evitar estar destrozando su propia vida.

–Está intentando forjarse una carrera como modelo. A lo mejor la descubre alguien y la mandan a Nueva York o a Los Ángeles.

–Si cree que alguien va a pagarla como modelo, se va a llevar una gran decepción. Noelle…

–¿Cuál era la noticia? –la interrumpió Kyle.

Morgan frunció el ceño con aparente frustración. Estaba lanzada y él acababa de moverle el blanco.

–Muy bien –respondió, cambiando de marcha–. Derrick Meade no viene, pero… –alzó la mano para que no se precipitara–, de todas formas, no quería la casa para él.

–¿Para quién la quería?

–Para una de sus clientes –sonrió de oreja a oreja–. ¿Estás preparado?

–Tienes toda mi atención –contestó Kyle secamente.

Su asistente le caía muy bien, pero, a veces, le sacaba de quicio. Después de haber hablado con Noelle, le apetecía estar solo para poder seguir trabajando. No quería quedarse hasta muy tarde aquella noche. No vivía lejos de allí, pero preferiría que no le pillara la tormenta. Se suponía que iba a ser la peor tormenta que había habido desde hacía veinte años.

–Lourdes Bennett –anunció Morgan.

Lo dijo en un tono que sonó como algo parecido a un «¡Tachán!».

–¿Bennett? ¿Tiene alguna relación con el jefe de policía?

–¡No! No tienen ninguna relación. ¿No sabes quién es Lourdes Bennett?

–¿Debería saberlo?

–Es una cantante de country-western.

–¿Y se supone que tengo que conocer a todas las cantantes del género?

–No necesariamente, pero Lourdes Bennett ha cosechado grandes éxitos y nació y creció a menos de una hora de aquí.

Después de que Morgan le refrescara la memoria, recordó que sí había oído hablar de Lourdes Bennett. Pero no esperaba que la persona que podía llegar a alquilar su casa fuera a ser alguien tan famoso.

–En Angel’s Camp, ¿verdad? ¿Es la Lourdes Bennett que canta Stone Cold Lover?

–La misma.

–¿Y qué interés puede tener en venir aquí? –preguntó.

–No tengo ni idea –contestó Morgan–. Pero estás a punto de averiguarlo. Ha aterrizado en el aeropuerto de Sacramento esta mañana y ha alquilado un coche. Viene de camino. Llegará de un momento a otro.

–¿Viene sola?

–Eso parece.

Kyle se rascó la cabeza.

–Me resulta raro.

–¿Qué es lo que te parece raro?

–Todo. Si es de Angel’s Camp, ¿por qué viene aquí? ¿Por qué va a pasar las fiestas en Whiskey Creek?

–Tendrás que preguntárselo a ella –dijo Morgan–. A no ser que quieras que sea yo la que le enseñe la casa. Estaría encantada de sustituirte.

Kyle miró el reloj de la pared.

–Lo siento, pero todavía te quedan dos horas para salir del trabajo y vas a pasarlas aquí. Yo me encargaré de Lourdes Bennett.

Morgan resopló.

–Genial. Así que será a mí a la que torture tu exesposa.

–Lo único que tienes que hacer es enseñarle la esquina del almacén en la que dejé el calentador.

–Me gustaría enseñarle muchas cosas, y no me refiero al almacén.

Kyle rio para sí.

–Procura no enfrentarte a ella. Puede llegar a ser muy vengativa.

–Eres demasiado bueno con Noelle. No se merece a un tipo como tú, ni siquiera a un ex como tú –fingió cerrarse los labios con una cremallera–. Pero ya está. No voy a decir nada más.

–Gracias.

Morgan se alisó el cuello del jersey.

–Espero que a Lourdes Bennett le guste la casa. ¿No crees que sería muy emocionante que estuviera en el pueblo? ¿Qué se alojara en tu casa?

Él no estaba tan seguro. Con Noelle ya había completado su cupo de mujeres difíciles.

–Espero que no sea una diva. Aunque, si lo es, no puedo imaginarme qué motivos puede tener para alquilarme la casa. Una diva buscaría algo más elegante en Bel Air o en Bay Area.

–Es posible que Whiskey Creek no sea tan famoso como San Francisco o Los Ángeles, pero esta zona tan montañosa es preciosa. Y le encantará la casa. Con las reformas que has hecho, ¿a quién no le gustaría?

Construida en los años treinta, había sido una alquería en otro tiempo. Cuando había comprado aquel terreno para ampliar la planta de paneles solares, Kyle había decidido arreglar la vivienda y ponerla en alquiler. Ya tenía otro par de casas en alquiler, así que le había parecido algo normal.

–La casa solo tiene noventa metros cuadrados.

Había abierto la zona de la cocina y el comedor y había ampliado el estudio, pero solo tenía dos dormitorios y dos cuartos de baño. No había espacio suficiente como para alojar a un grupo muy grande así que si Lourdes Bennett estaba pensando en invitar a todo su séquito a celebrar con ella la Navidad o algo parecido, la casa no le iba a servir.

–Una sola persona no necesita más espacio –apuntó Morgan.

–En el caso de que venga sola.

Kyle estuvo tentado de buscar información sobre Lourdes en internet. A veces escuchaba música country, al menos con la suficiente frecuencia como para conocer la canción Stone Cold Lover y también otra de la que no recordaba el título. Pero no sabía nada sobre el pasado de la cantante, sobre su familia, su edad o su estado civil y en aquel momento le picó la curiosidad. Por las fotografías que había visto, no podía tener más de veinticinco o veintiséis años, pero no sabía de qué época eran aquellas fotografías. Era posible que se hubiera pasado años tocando en bares y todo tipo de garitos antes de conquistar la atención del público.

Se habría tomado unos minutos para informarse sobre ella si no hubiera tenido miedo de que Noelle llegara antes de que se hubiera ido él. Aquello le hizo decidirse a utilizar el móvil en vez del ordenador, puesto que le permitiría realizar la búsqueda sin necesidad de quedarse en la oficina.

Agarró el abrigo, le dijo a Morgan que la vería a la mañana siguiente y se dirigió hacia la casa que pretendía alquilar.

Capítulo 2

 

¿A aquello se reducía todo lo que había conseguido con su fama y su fortuna?

Lourdes Bennett frunció el ceño mientras aparcaba al lado de la camioneta que había en la dirección que le habían dado. Se quitó las gafas de sol para poder ver la casa mejor. El paisaje que había atravesado para llegar hasta allí le había resultado familiar, lógicamente, puesto que había crecido en un pueblo que no estaba muy lejos de Whiskey Creek. Y la casa, un edificio de madera antiguo con un pronunciado tejado a dos aguas, tenía un gran encanto. En el porche de la fachada principal había un columpio que realzaba su confortable atractivo. Pero Lourdes no estaría en Whiskey Creek si las cosas le hubieran ido bien. Hasta el momento, aquel era un exilio autoimpuesto, pero, si no podía volver a la cumbre de su carrera, no tendría sentido regresar a Nashville por motivos profesionales.

Apareció un hombre en el marco de la puerta. Tenía que ser el propietario. Debía de haber oído su coche.

Volvió a ponerse las gafas de sol a toda velocidad, más que por ninguna otra cosa para evitar que pudiera reconocerla y la situación resultara un poco embarazosa, abrió la puerta del coche y salió. Estaba comenzando a oscurecer, pero todavía se veía bien.

–No le ha costado encontrarla, ¿verdad? –dijo el hombre mientras caminaba hacia ella.

Lourdes se sujetó el pelo con la mano para evitar que se lo revolviera el viento.

–Solo he tenido que seguir las indicaciones del GPS.

–Me alegro de que no se haya perdido. Hay zonas en las que los GPS tienen muchos fallos.

Con todas las montañas que hay en el País del Oro, no siempre se recibe bien la señal –cuando estuvo frente a ella, le tendió la mano–. Kyle Houseman.

Era un hombre bastante alto, debía de medir alrededor de un metro ochenta y cinco y guardaba un gran parecido con Dierks Bentley, aunque con el pelo más oscuro. Lourdes había actuado con Dierks en varias ocasiones, así que podía compararlos. No solo se parecían en sus rasgos faciales, sino que ambos estaban en buena forma física, debían de rondar los treinta y tantos y tenían una sonrisa irresistible.

–Soy Lourdes.

No dijo su apellido. Prefería no llamar la atención. Por eso le había pedido a Derrick que se encargara de negociar el alquiler y había decidido ir a Whiskey Creek en vez de a Angel’s Camp. Whiskey Creek estaba cerca de su casa y, al mismo tiempo, le permitía mantener un perfil bajo.

–Conozco algunas de sus canciones –dijo Kyle–. Felicidades por su éxito.

Su primer álbum había sonado bastante en la radio, que ya era más de lo que la mayoría de los cantantes conseguían. El éxito había sido divertido mientras había durado, pero después de la década que había tardado en aterrizar en un sello discográfico importante, tenía la sensación de que no había durado lo suficiente.

–Espero que no le importe, pero no estoy buscando ese tipo de atención. De hecho, no estoy buscando ninguna atención en absoluto. Solo necesito un lugar tranquilo al que retirarme durante unos meses –para reparar lo que había destrozado al intentar acceder a un mercado más amplio adentrándose en el mundo de la música pop–. Preferiría que nadie se fijara en mí.

–No habrá ningún problema. Al menos, por mi parte. Pero… –la estudió durante varios segundos– usted se ha criado en un pueblo.

–Sí.

–Entonces ya sabe cómo funcionan las cosas. La gente habla.

–Por supuesto. Pero no pienso dejarme ver mucho por aquí. Y esta casa parece estar apartada de las zonas más transitadas. No creo que nadie se acerque a mi… a su casa.

No podía decir lo mismo de Angel’s Camp. Después de que su padre hubiera muerto de un cáncer de vejiga, su madre la había seguido a Nashville. Renate siempre había querido vivir allí, puesto que en otra época de su vida también había soñado con poder hacer carrera como cantante. Así que, poco después de que las dos hermanas pequeñas de Lourdes, Mindy y Lindy, dos gemelas idénticas, se hubieran graduado en el instituto, Renate había comprado un bonito piso con tres dormitorios y dos cuartos de baño cerca de la casa de Lourdes. Y cuando Mindy y Lindy habían terminado los estudios universitarios, también se habían instalado en Tennessee. En aquel momento compartían un apartamento. Aunque su familia nunca había esperado ayuda económica por su parte, siempre había querido formar parte de todas aquellas cosas tan emocionantes que le estaban ocurriendo y experimentar algo nuevo. A Lourdes le habría gustado volver a Angel’s Camp. Echaba de menos su pueblo. Pero sus antiguos amigos, y los amigos de su familia, la conocían demasiado bien como para intentar siquiera respetar su intimidad.

–No, supongo que no –se mostró de acuerdo.

Lourdes miró hacia el porche por encima de Kyle.

–De momento, me gusta la casa.

–Es pequeña –respondió Kyle, como si eso pudiera disuadirla.

–No necesito mucho espacio. Solo quiero escribir algunas canciones.

«Solo». Aquel era el eufemismo del año. Tenía que componer el álbum de su vida.

–¿Está pensando en publicar un nuevo álbum?

–Sí.

¿Sabría lo mal que había funcionado Hot City Lights? Eso dependería de hasta qué punto conociera el mundo de la música. Aunque a los críticos les había gustado el disco, no se había vendido bien. Todos los que tenían algo que decir en el mundo de la música sabían que estaba perdiendo todo lo que había conquistado. Necesitaba recuperar a sus fans y demostrarle a Derrick que no se había equivocado al apostar por ella. Y cuanto más tiempo pasara entre disco y disco, más difícil sería volver. El tiempo era un factor incluso más crítico en lo que se refería a su relación con Derrick. Hacía poco que había contratado a una nueva cantante, una artista emergente llamada Crystal Holtree a la que los medios de comunicación se referían como Crystal Hottie, haciendo alusión a su aspecto sexy. Lourdes había visto cómo miraba Derrick a Crystal y no podía evitar recordar la época en la que ella era la destinataria de aquellas miradas.

–¿Ocurre algo? –le preguntó Kyle.

Lourdes se colocó el bolso al hombro y volvió a fijar la atención en su futuro casero.

–No. Lo siento. Estaba soñando despierta. ¿Puedo echar un vistazo al interior?

La casa era tan maravillosa como parecía en las fotografías que había visto por internet. Antigua en aquellos aspectos en los que era preferible que lo fuera: techos altos, suelos de madera, ventanas con marcos sólidos y molduras, además de las puertas originales acabadas con unos elegantes herrajes. Y era nueva allí donde también era preferible que lo fuera, como en la espaciosa cocina, los dos dormitorios, cada uno de ellos con su respectivo vestidor, y los cuartos de baño. Lo mejor de todo eran unas preciosas puertas francesas que daban a un despacho que ella utilizaría como estudio.

Aunque era posible que le hubieran ayudado, su casero había hecho un trabajo medio decente a la hora de amueblar la casa. No había cortinas en las ventanas, pero la casa estaba en un lugar tan aislado que no eran necesarias.

Derrick tenía razón: era perfecto.

Pero entonces, ¿por qué habría decidido no ir con ella en el último minuto?

Porque prefería estar con Crystal. Por mucho que lo negara, lo sentía en el fondo de su alma.

Estaba sola por primera vez desde hacía años, sin el hombre al que amaba, que también era el mánager que había prometido llevarla de nuevo a la cumbre, y sin grandes esperanzas de ser capaz de recuperar lo perdido tanto en su vida profesional como en la sentimental.

Aun así, tenía su guitarra. Que era lo único que tenía cuando se había ido a Nashville a los dieciocho años, ¿no? Si conseguía dar con un puñado de canciones especiales –no, especiales no, rompedoras– quizá no fuera demasiado tarde para cambiar su suerte. En aquel lugar aislado, pero, al mismo tiempo, lo suficientemente familiar como para que se sintiera cómoda, podría encontrar el refugio que necesitaba.

–Estoy dispuesta a firmar el contrato –le dijo.

 

 

Lourdes Bennett había llegado a la antigua alquería pocos minutos después de que lo hiciera Kyle, de modo que este no había tenido tiempo de leer nada sobre ella. Apenas había empezado a echar un vistazo a lo que decía la Wikipedia cuando había oído el motor de su coche y se había guardado el teléfono en el bolsillo. Pero en aquel momento estaba en casa y podía navegar por internet a placer, así que había pasado una hora visitando su web y explorando otros vínculos que contenían información menos oficial.

Hacía mucho tiempo que no se ponía nervioso al acercarse a una mujer, pero cuando Lourdes Bennett había bajado del coche, de pronto, y contra todo pronóstico, había notado que le flaqueaban las rodillas. No le importaba su fama. Una de sus mejores amigas estaba casada con una importante estrella de cine, así que conocía a una persona mucho más famosa que Lourdes. Era el hecho de que fuera tan atractiva. Normalmente, la gente estaba mucho más atractiva en las fotografías que en la realidad. Pero aquel no era el caso de Lourdes Bennett. La melena rubia le caía por los hombros en una tupida y ondulada mata. Tenía la piel pálida y el cutis más cremoso que había visto en su vida. ¡Y qué ojos! Recordaban al azul celeste del Caribe.

–Claro que tiene novio –musitó cuando encontró una fotografía de la cantante en una entrega de premios de la Country Music Association.

Estaba posando con un hombre que el pie de foto identificaba como Derrick Meade, su mánager. Al parecer, su relación con él iba más allá del negocio. En el mismo artículo contaban que después de que Derrick hubiera ayudado a descubrirla, los dos habían comenzado a salir. En aquella fecha llevaban saliendo ya seis meses, aunque aquel hombre debía de tener doce o quince años más que ella.

La fotografía la habían tomado dos años atrás, antes de que saliera su último disco. Kyle no encontró muchas más apariciones públicas después de la salida de Hot City Lights, y ninguna en la que saliera con Derrick, pero imaginaba que seguían juntos. Al fin y al cabo, había sido Derrick el que había llamado para alquilar la casa, ¿no? Eso significaba que se veían de vez en cuando, quizá los fines de semana, y, desde luego, también lo harían por Navidad.

Desilusionado, a pesar de que no tenía motivos para haber alimentado ninguna esperanza, se dirigió a la cocina para abrir una cerveza. Y entonces dio un salto. Había alguien en la ventana, mirándole.

Un segundo después se dio cuenta de quién era: Noelle.

Soltó una maldición y dejó la cerveza.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó mientras abría la puerta.

Noelle se había abierto camino a través de los arbustos para llegar al porche.

–¡Vaya! No estás de muy buen humor.

–¿Qué esperabas? ¡Estabas espiándome!

–¡Oh, no te des tanta importancia! He visto tu camioneta en el camino, así que estaba intentando ver dónde estabas. He llamado, pero no has abierto.

–Porque no he oído nada –debía de estar concentrado buscando información sobre Lourdes Bennett–. ¿Qué quieres?

–No he podido conseguir a nadie que me ayudara a ir a por el calentador hasta después de que cerraran la oficina. A.J. y yo hemos intentado entrar, pero…

–¿A.J.? –no conocía a nadie de Whiskey Creek que se llamar así.

–Sí. Trabaja conmigo en el Sexy Sadie’s. Sustituyó a Fisk cuando se mudó a Las Vegas y quedó un puesto en el bar.

Hubo otra época de su vida en la que Kyle conocía a todos los camareros del pub del pueblo. Había salido mucho durante algunos años. No había muchos sitios a los que ir a divertirse en un pueblo de dos mil habitantes. Pero, desde que casi todos sus amigos estaban casados, pasaba la mayor parte de los fines de semana trabajando.

–He pensado que podías dejarme la llave –dijo Noelle–. Te la devolveremos en cuanto tengamos el calentador.

Bajo ningún concepto iba a permitir él que entrara sola en la oficina.

–Te llevaré y te abriré –le dijo–. ¿Pero por qué no me has llamado? Podríamos habernos encontrado allí.

–Mira el teléfono. No has contestado.

El teléfono no había sonado. Ni siquiera había vibrado. Pero cuando lo sacó del bolsillo de la camisa pudo comprender por qué. Sin darse cuenta, lo había dejado en silencio.

O, a lo mejor, había sido un acto inconsciente. La verdad era que no quería que nadie le molestara aquella noche, y menos ella.

–Espera un momento. Ahora mismo salgo.

Fue a su dormitorio a por el abrigo antes de agarrar las llaves que había dejado en el mostrador.

Llevó más tiempo del que había previsto cargar el calentador en la camioneta de A.J. Además, tuvo que enseñarle a A.J. cómo se instalada, y repetidas veces. Tantas, de hecho, que estuvo a punto de ofrecerse a hacerlo él. Era evidente que A. J. no tenía grandes dotes para la mecánica y no iba a servirle de gran ayuda a Noelle. Pero entonces recibió un mensaje de un número desconocido que decía:

Soy Lourdes. No consigo encender la caldera y la casa está helada.

–¿Quién es? –preguntó Noelle.

Kyle bajó el teléfono para que no pudiera leer el mensaje.

–Ha surgido un problema en la casa que he alquilado. Tengo que irme.

–¿Entones Meade se ha quedado con la casa? ¿Al final la has alquilado?

Kyle vaciló ante aquella deducción. Su inquilino no era el hombre que había mencionado. Pero Lourdes no quería que la molestaran mientras estuviera en Whiskey Creek. Y si le contaba a Noelle que tenían a una famosa cantante de country entre ellos, haría correr la noticia por todo el pueblo. Era capaz incluso de presentarse en la casa y decir que, como ex, tenía algún derecho sobre la propiedad.

Y no podía permitir que eso ocurriera.

–Sí. Ya hemos cerrado el contrato.

–¡Qué rápido!

–Es una persona seria. Y me había hecho amueblar la casa, ¿recuerdas?

A Noelle no pareció importarle que A.J. estuviera intentando bajar el calentador sin su ayuda.

–Sí, me acuerdo –contestó–. ¿Pero por qué va a querer alguien de Nashville alquilar una casa en un pueblo perdido como este? No puede decirse que esto sea Tahoe. Si lo fuera, a lo mejor yo tendría alguna posibilidad de que me descubrieran –añadió.

Ojalá se fuera al lago Tahoe, o a Los Ángeles, o a Nueva York. Cuanto más lejos mejor. Pero su falta de recursos descartaba aquella posibilidad.

–Está buscando un poco de soledad. Quiere escapar del estrés de su vida normal.

–¿Cuánto tiempo piensa quedarse por aquí?

–Varios meses, ya te lo dije.

–Qué horror. Deberías haberme alquilado la casa.

Kyle sintió que regresaba el dolor de cabeza.

–El dúplex en el que estás viviendo está muy bien. ¿Qué tiene de malo?

–Comparado con esta casa es un vertedero.

–A lo mejor encuentras algo mejor después de Navidad –la animó.

Pero, por una vez en su vida, parecía que no iba a ser necesario aplacarla. Por su expresión, Kyle supo que ya había olvidado aquel tema.

–¿Cuántos años tiene? –le preguntó.

–Más o menos la nuestra.

–¿Es atractivo?

Por lo visto, A.J. y ella no tenían una relación sentimental, en caso contrario, no estaría haciendo aquellas preguntas tan obvias estando él tan cerca.

–No sé qué decir –respondió Kyle–. No estoy acostumbrado a juzgar a otros hombres en ese sentido. Pero da igual, porque no está solo.

–¿Está casado? –preguntó ella.

–No es una relación tan oficial, pero lleva varios años con la misma mujer. Así que ya basta de hacer preguntas indiscretas. Mi inquilino no es una opción para ti.

–Te has vuelto un antipático –se quejó Noelle.

–¿Pero qué dices? Acabo de solucionarte el problema del calentador.

Y ahí estaba, en la calle, helándose por su culpa cuando estaba a punto de ponerse a nevar.

–¿Vienes? –la llamó A.J. mientras bajaba de la camioneta y la rodeaba para dirigirse a la puerta del conductor.

–Sí, ya voy –contestó Noelle. Y sorprendió a Kyle dándole un abrazo–. Estás muy guapo, ¿sabes? Realmente guapo. ¡Dios mío, cuánto te echo de menos!

Antes de que Kyle pudiera reaccionar, Noelle le soltó y se volvió. Pero mientras caminaba hacia A.J., gritó por encima del hombro.

–Piensa en lo que te he dicho antes. Ahora hasta Riley está casado, ¿con quién vas a salir cuando está tan colado por su pareja como sus otros amigos?

–Baxter va a volver al pueblo –contestó.

Llevaba semanas consolándose con aquella noticia.

–Baxter es gay, Kyle.

–¿Y crees que no lo sé?

–No estás siendo realista. No creo que tenga mucho interés en ir a lugares en los que puedas conocer chicas.

Kyle frunció el ceño mientras miraba hacia las ramas de los árboles batidas por el viento.

–No te preocupes por eso.

–Lo único que estoy diciendo es que estaría encantada de salir contigo si quisieras –le guiñó el ojo y cerró la puerta.

Jamás llegaría a estar tan desesperado. Si no hubiera sido tan estúpido como para salir con ella, estaría casado con Olivia. Pero Olivia había terminado casándose con Brandon.

Esperó a que Noelle y su compañero de trabajo se fueran antes de sacar el teléfono para contestar a Lourdes: Voy hacia allí.

 

 

Lourdes iba vestida con una camiseta de Budweiser llena de agujeros que había heredado de un miembro de su equipo, unos pantalones de chándal de Victoria’s Secret y una chaqueta de cuello ancho con un cinturón que su madre le había regalado el año anterior por Navidad. Ninguna de las prendas conjuntaba, ni siquiera aquellos calcetines que había comprado solo por su suavidad.

Era una pena que no fueran tan cálidos como parecían. Se había dejado las zapatillas de piel de borrego en Tennessee, un grave error. El tiempo que hacía en la calle era el mejor recordatorio de que podía hacer frío incluso en algunas zonas de California.

Había estado considerando la posibilidad de cambiarse desde que estaba esperando a su casero. No solo iba vestida con prendas anticuadas y amorfas sino que, además, se había quitado el maquillaje y se había recogido el pelo en lo alto de la cabeza. Pero estaba demasiado deprimida como para que le importara. ¿Qué más daba que Kyle Houseman fuera un hombre atractivo? Seguro que estaba casado. Y, aunque no lo estuviera, ella tenía una relación.

Una llamada a la puerta anunció la llegada de Kyle. Lourdes fue a abrir, pero se detuvo antes para mirar por la mirilla. ¿De verdad iba a dejar que la viera de esa guisa? El problema no era solo que se tratara de un hombre atractivo, sino que ella estaba acostumbrada a mantener una imagen. Ser famosa implicaba que la gente tuviera ciertas expectativas sobre ella, expectativas que no siempre eran realistas.

Pero aquella era la clase de presión que quería evitar en Whiskey Creek. Por su propia salud mental, tenía que superar la necesidad de competir, tanto en el mundo de la música como en su vida personal, con la incomparable y, mucho más joven que ella, Crystal. Necesitaba ser una persona normal durante algún tiempo. Necesitaba dar un paso atrás y extirpar el pánico y la neurosis que la tenían secuestrada y la habían convertido en una persona a la que ya no reconocía.

Se ató el cinturón de la chaqueta y abrió la puerta.

–Lo siento, no pretendía molestar –le dijo a Kyle, apartándose para dejarle pasar.

–Ha hecho muy bien en llamarme. Siento que no haya conseguido encender la caldera. Es nueva, así que no creo que sea nada grave. Intentaré averiguar lo que pasa.

Llevaba en la mano una caja de herramientas que dejó en el suelo mientras jugueteaba con el termostato.

Lourdes se cruzó de brazos con un gesto reflejo. Llevaba tantas capas de ropa que Kyle jamás podría imaginar que no se había puesto sujetador. Pero aquel hombre tenía algo que la hacía ser más consciente de su presencia de lo que debería.

–¿Se ocupa usted mismo de las reparaciones?

–Solo de las más fáciles.

Lourdes no estaba segura de por qué se sentía tan cohibida, cuando él apenas la había mirado.

–Para serle sincero, no soy muy mañoso –añadió Kyle–. Pero ya son más de las cinco, así que hoy solo podemos contar conmigo.

Tenía un bonito color de piel. También le gustaban la sombra de barba que contrastaba con su mirada amable y las arrugas de expresión dejadas por la risa alrededor de sus ojos. Le daban un punto salvaje.

–¿A qué se dedica? Además de a alquilar casas.

–Me dedico a fabricar paneles solares. Desde aquí no puede ver la planta por culpa de los árboles y las colinas, pero si conduce unos setecientos metros hacia el este, podrá ver la fábrica.

–No me extraña que haya llegado tan rápido.

–Cuando me ha enviado el mensaje, estaba en la planta, ocupándome de un asunto que ha surgido a última hora, pero mi casa está todavía más cerca.

Frunció el ceño mientras ajustaba el termostato. Era digital, con un gran número de programas y ciclos. Lourdes no comprendía por qué un aparato que podía ser tan simple, y que solía serlo, se había convertido en algo tan complejo. A lo mejor la caldera no funcionaba porque había roto algo al manipular los botones.

Se sentó en el brazo del sofá de cuero del salón.

–Debe de ser un negocio boyante ahora que todo el mundo habla de la huella ecológica del carbón.

–A medida que va pasando el tiempo y va bajando el precio de las unidades, hay más gente dispuesta a hacer el cambio.

–Eso quiere decir que está en condiciones de seguir creciendo.

–Gracias a varios incentivos del gobierno está siendo un campo muy próspero y con perspectivas de mejorar.

Si al final no era capaz de lanzar el disco que necesitaba, pensó Lourdes, a lo mejor podía montar una planta solar. Pero se hundiría. Ella siempre había querido cantar.

Agarró la guitarra y tocó unos acordes. Llevaba tanto tiempo con ella y la había utilizado tantas veces que casi la sentía como una parte de sí misma. La reconfortaba tenerla entre las manos.

–¿Esta casa funciona con energía solar? ¿Por eso no funciona la caldera? ¿Porque está nublado?

Kyle se echó a reír.

–¿Qué pasa?

–Nada. He tenido que explicarle a otra persona que… No importa. En cualquier caso, sí, la casa funciona con energía solar, pero también tiene una caldera de gas. Los paneles solares suministran la energía eléctrica. Así que el aire acondicionado, la mayoría de los electrodomésticos, las luces y el sistema de riego funcionan con energía solar. También podría haber instalado la calefacción, pero no saldría rentable.

–Normalmente son los inquilinos los que se hacen cargo de esos servicios.

–Sí, es una práctica habitual para muchos caseros –frunció el ceño y se volvió hacia ella–. El termostato no tiene ningún problema, al menos que yo sepa. Voy a revisar la unidad.

Tras recuperar la caja de herramientas, salió a la parte de atrás de la casa. Lourdes dejó la guitarra y se acercó a la ventana de la cocina, desde donde vio oscilar el haz de la linterna al ritmo de sus pasos. Le quedaban muy bien los vaqueros, pensó, pero se detuvo al instante. No tenía ningún derecho a admirar su trasero.

Kyle volvió quince minutos después, pero dijo que tampoco había encontrado el fallo. Sugirió que quizá el problema fuera que no le llegaba la electricidad y salió a probar el interruptor principal del cuadro eléctrico.

Al ver que tampoco así solucionaba nada, entró de nuevo en la casa, susurró algo que ella no pudo oír y probó de nuevo el termostato. Solo entonces admitió a regañadientes que no era capaz de arreglar la caldera.

–Lo siento –se disculpó–. No soy experto en calderas, pero puedo conseguir que venga uno a primera hora de la mañana. La mala noticia es que no va a poder calentar la casa esta noche, así que le pagaré una habitación en alguno de los dos hostales del pueblo. Los dos son muy confortables y podrán servirle el desayuno en la cama, que es mucho más de lo que le puedo ofrecer aquí.

Estaba haciéndolo sonar lo más atractivo posible. Lourdes estuvo a punto de aceptar, sobre todo cuando él le dirigió una sonrisa ladeada que revelaba lo incómodo que se sentía al tener que hacerle aquella propuesta. Pero ella no quería moverse de allí.

–No quiero ir al pueblo –le dijo–. Prefiero que no me vean, no quiero tener que enfrentarme… a todo lo que conlleva la fama. Ya le he dicho antes que he venido a descansar.

Kyle abrió ligeramente los ojos.

–Me gustaría tener una solución mejor, pero no la tengo. No puede quedarse aquí. Hace demasiado frío y todavía va a hacer más. No sé si lo sabe, pero se está acercando una tormenta. Ya ha empezado a nevar.

Lourdes volvió a apretarse el cinturón.

–Sí, ya me he dado cuenta.

–Entonces, ¿me dejará llevarla a alguna otra parte? ¿A alguno de los hostales del pueblo? El Little’s Mary es de una de mis mejores amigas. La llamaré. Si no se ha ido ya, podemos hablar directamente con ella.

Lourdes no tenía ganas de tratar con extraños. Estaba cansada y dolida por todos los contratiempos que había sufrido durante los meses anteriores. Lo único que quería era esconderse. Para empezar, aquella era la razón por la que había ido a Whiskey Creek. Si no hubiera sido por eso, habría buscado un hostal o un hotel en cualquier otra parte.

–Preferiría no tener que ir a un hotel.

Kyle estaba completamente perdido.

–Entonces… ¿qué quiere hacer?

–Estaré bien aquí. Me pondré el abrigo y un montón de mantas y conseguiré pasar la noche.

–¿Lo dice en serio?

–Sí, lo digo en serio. Sobreviviré.

Kyle frunció el ceño.

–Es posible que no lo consiga. En cualquier caso, no puedo arriesgarme. Me pasaría la noche preocupado. Además, piense en toda la gente que sufriría si le ocurriera algo.

Lourdes se preguntó si aquello incluiría a Derrick o si, en cierto modo, se sentiría aliviado al saber que podía ir a por Crystal sin tener que preocuparse por ella.

Entonces se sintió culpable por pensar siquiera que Derrick podía engañarla. Él decía que la quería. Habían estado hablando de casarse.

Pero eso había sido antes de que Crystal apareciera en su vida seis meses atrás. Desde entonces, había comenzado a decir cosas tales como «no hace falta precipitarse». ¿Sería una mera coincidencia?

–¿Preferiría quedarse en su pueblo? –preguntó Kyle–. Puedo intentar buscarle alojamiento en Angel’s Camp.

Desde luego, aquella no era una opción. Aunque añoraba el pueblo en el que había crecido, en aquel momento necesitaba preservar el anonimato.

–En absoluto.

–Pero tendrá que ir a alguna parte.

Ella negó con la cabeza.

–No, no pienso moverme de aquí.

Kyle profundizó su ceño.

–Pues no le va a quedar otro remedio.

Se quedaron mirando el uno al otro en una silenciosa batalla de voluntades, hasta que él suspiró y se pasó la mano por el pelo.

–Vamos, señora Bennett. Solo pretendo que esté cómoda y en un lugar caliente.

–Muy bien, señor Houseman –le resultaba raro dirigirse a él de una manera tan formal, pero había sido Kyle el que había empezado tratándola de usted–. Si es eso lo que quiere, iré a su casa.

Kyle se quedó boquiabierto.

–¿Qué quiere decir?

–Me ha dicho que vive cerca de aquí. Podría quedarme en su casa hasta mañana por la mañana. Siempre y cuando a su esposa no le importe que duerma en el sofá.

–No estoy casado.

–Entonces es todavía más fácil.

–Pero… usted no me conoce.

–No creo que el hecho de que nos quedemos solos en su casa le proporcione nuevas oportunidades.

–¿Eso qué significa?

–Ya estamos solos ahora, ¿no? Además, estoy segura de que tiene otra llave de esta casa, así que podría venir en cualquier momento.

–Sí, tengo una llave de esta casa –admitió–. Pero solo por si se pierde la que le he dado, se queda encerrada o algo parecido. No pienso hacerle ningún daño.

La perplejidad que mostraba su rostro daba una total credibilidad a sus palabras.

–Eso es lo que quería decir. Voy a buscar el bolso.

Pero Kyle contestó antes de que pudiera abandonar la habitación.

–¿Quedarse en mi casa? ¿Esa es la solución?

–Si eso significa que no tengo que ver ni hablar con nadie más, sí.

–Vivo solo. Ni siquiera tengo perro, porque trabajo mucho.

–¿Lo ve? Es la solución perfecta. Bueno, todo lo perfecta que puede ser en estas circunstancias. No tenemos que ir muy lejos y es probable que tenga la nevera llena.

–¿Tiene hambre?

–Sí. Y, por lo que a mí concierne, me debe una cena. Así que su casa me parece la mejor solución.

–De acuerdo entonces –cedió.

Pero parecía tan asombrado que Lourdes estuvo a punto de soltar una carcajada mientras corría hacia el dormitorio.

–Siento los inconvenientes que le he causado –se disculpó Kyle tras ella–. En realidad, en esta casa todo es nuevo. La arreglé cuando hacía buen tiempo, así que ni siquiera se me ocurrió probar la caldera. Y ahora estoy convencido de que la persona que la instaló tampoco la revisó a conciencia.

–Sé que no ha sido intencionado.

Agarró la maleta y la sacó de la habitación, agradeciendo no haberla deshecho del todo.

Encontró a Kyle apoyado contra la pared, con la caja de herramientas a los pies y las manos hundidas en los bolsillos del abrigo.

–Si se siente más cómoda, puedo pedirle a alguna amiga mía que la aloje esta noche –le dijo–. No se lo he ofrecido porque… Bueno, no se me ocurrió pensar que podría preferir quedarse en mi casa a alojarse en un hostal. Pero Callie está casada y embarazada, y vive fuera del pueblo. Seguro que le encantaría su granja.

–No tengo ganas de ver a nadie más, así que su casa es el lugar perfecto –agarró la guitarra. No pensaba marcharse sin ella–. Vamos. Cada vez hace más frío y supongo que le llevará algún tiempo preparar la cena.

Capítulo 3

 

Los armarios de Kyle no contenían los ingredientes necesarios para preparar una cena digna de Lourdes Bennett, ni de ninguna otra mujer a la que quisiera impresionar. No había ido al supermercado en toda la semana, lo que significaba que sus recursos se reducían a varios condimentos, algo de carne congelada, unos cuantos huevos y media hogaza de pan.

Mientras clavaba la mirada en el interior del refrigerador, intentando averiguar qué podía hacer, su improvisada huésped paseaba por el cuarto de estar. Por lo menos la estudiante que le limpiaba la casa y la oficina había ido el día anterior. Kyle nunca se había alegrado más de haber dejado que Molly Tringette le convenciera de que la contratara a tiempo parcial porque necesitaba ahorrar para ir a la universidad.

–Parece que le gustan las casas antiguas –señaló Lourdes.

Kyle renunció a seguir buscando en la nevera y se acercó a la despensa.

–Sí, me gustan. Pero no tuve que hacer nada especial para comprar esta. Esta casa estaba en el terreno en el que levanté la planta. Pensé que era lógico vivir aquí.

–Parece que la han arreglado hace poco.