Una cita a ciegas - Emma Darcy - E-Book

Una cita a ciegas E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Aquello fue pasión a primera vista Catherine sabía que las intenciones de su hermana eran buenas, pero organizarle Una cita a ciegas con un famoso y guapo magnate no era precisamente lo que necesitaba. Zack Freeman se puso igual de furioso cuando su mejor amigo lo desafió a dejar de trabajar por un momento y divertirse un poco. Nada más verse, Catherine reconoció el deseo en los ojos de Zack y él la encontró irresistible. A los dos les sorprendió que la cita a ciegas terminara siendo una noche inolvidable... con unas consecuencias que les cambiarían la vida a ambos...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Emma Darcy

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una cita a ciegas, n.º 1435 - octubre 2017

Título original: The Blind-Date Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-465-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

UNA cita a ciegas…

Zack Freeman puso los ojos en blanco ante la idea de conocer a una mujer que nunca había visto, de la que nada sabía, y que nunca volvería a ver a causa de su apretada agenda.

–Es estupenda –aseguró Pete Raynor, su amigo de siempre.

–Las mujeres estupendas suelen ser implacablemente ambiciosas.

–Puede que así sea en Los Ángeles, pero recuerda que estás en Australia, tu país. La hermana de Livvy es diferente.

–¿Diferente?

Con un movimiento de la cabeza Pete reprobó su tono burlón.

–Estás hastiado, camarada. Por eso viniste a pasar una semana conmigo. Te sentará bien una noche con una mujer australiana, hermosa y realista. Créeme.

Con expresión abatida, Zack volvió la mirada al plácido paisaje del mar cuyas olas bañaban la playa de Forresters. Estaban sentados en la terraza de la casa que Peter había adquirido hacía poco para evadirse de la presión de su trabajo como representante de un banco internacional. El lugar quedaba a una hora y media de Sidney. Un sitio perfecto para relajarse, le había dicho Pete en tono persuasivo cuando lo invitó a pasar una semana en recuerdo de los viejos tiempos.

Eran amigos desde la infancia y siempre se habían mantenido en contacto, aunque la vida los hubiera separado. Pete había optado por una carrera competitiva y arriesgada; en cambio Zack había elegido el campo de la creación a través de la tecnología informatizada. Había organizado una empresa que se dedicaba a la producción de efectos especiales para el cine, con mucha demanda en la actualidad.

Pero en ese momento no quería pensar en el trabajo. Al día siguiente un vuelo de la Qantas lo llevaría a Los Ángeles donde tenía que asistir a unas cuantas reuniones ya programadas. Así que aún podía disfrutar con su amigo, como en los días de la despreocupada juventud, cuando comían hamburguesas con patatas fritas después de una mañana de surf y de largos descansos en la playa tendidos al sol.

Había sido una buena semana, sin tener que impresionar ni convencer a nadie. Con Pete habían repetido todas las cosas que solían hacer en el pasado como jugar al ajedrez, escuchar música, beber cerveza, contar chistes, en fin, simplemente disfrutar de la vida.

Se sentía maravillosamente perezoso y no quería dejar ese estado hasta que estuviera obligado a hacerlo. Era un sábado, una tarde de verano y la vida era fácil. No necesitaba una cita a ciegas; ni ninguna cita, pensó con un suspiro. Se sentía muy bien así como estaba.

–Pete, ve y disfruta con tu chica. De veras que no me importa. No tienes que cuidar de mí. Me siento perfectamente a gusto en mi propia compañía.

–Es nuestra última noche juntos –replicó Pete. Su tono afligido remeció la conciencia de Zack–. No puedo librarme del compromiso porque es el cumpleaños de Livvy.

¿Es que pensaba ser un aguafiestas y escabullirse de la última noche con su amigo?

Según Pete, Livvy Trent era una mujer muy especial. La había conocido cuando paseaba a su perro en esa misma playa. Con gran talento para las finanzas, ocupaba un puesto de responsabilidad en el Ministerio de Hacienda. Vivía en la costa central porque trabajaba dos días en Sydney y tres en Newcastle. Tal vez esa relación iba camino de convertirse en algo serio. Eso le haría muy bien a Pete, que a esas alturas de la vida deseaba algo más que dedicarse enteramente a los mercados bursátiles del mundo.

La carrera de Zack estaba en su apogeo. Las grandes empresas cinematográficas demandaban constantemente los efectos especiales creados por su compañía. Y de ninguna manera pensaba desaprovechar esa racha de éxito. No tenía tiempo ni deseos de relacionarse con una mujer que exigiera algún tipo de compromiso. Demasiadas demandas, demasiadas distracciones. Por lo demás, solo tenía treinta y tres años. Quería disfrutar de sus logros. Así que la búsqueda de una mujer especial bien podía esperar.

–Te aseguro, Zack, que si no hubiera conocido a Livvy primero, le habría echado el ojo a la hermana –dijo Pete en tono persuasivo–. Catherine es impresionante.

–¿Y cómo es que está disponible un sábado por la noche?

–Por la misma razón que tú. Ha venido a pasar el fin de semana con su hermana.

–Y adivino que Livvy no desea dejarla sola.

–Es cierto –dijo en tono compungido–. Pero, ¿quieres ayudarme, Zack, por favor?

Estaba claro que a su amigo realmente le interesaba esa mujer. Zack deseó que sus sentimientos fueran correspondidos y que ella no pensara en Pete como una buena caza en términos financieros. Sí, Pete tenía una excelente situación económica. Y no estaba mal físicamente.

Era más bajo que Zack, de pelo oscuro y muy corto que empezaba a escasear en las sienes. No como Zack, que lucía unos salvajes cabellos oscuros y ensortijados que, según él, le conferían una imagen artística, probablemente muy útil en su trabajo.

Pete siempre había tenido una cara muy expresiva, con una sonrisa contagiosa y unos ojos verdes que irradiaban picardía. Zack, en cambio, sabía que su humor era variable. Pete afirmaba que poseía un alma misteriosa y compleja, muy a propósito para crear los efectos especiales de las películas. Incluso solía bromear diciendo que en vidas pasadas tenía que haber sido un vampiro con esa tez aceitunada, eso ojos oscuros, y esos blancos dientes.

Como fuera, las mujeres se sentían más atraídas hacia Zack que hacia Pete. Era un hecho que él no podía controlar.

–De acuerdo. Siempre y cuando no te ofendas si me aburro con esa Catherine, me excuso y me vuelvo a casa.

–¡Hecho! –convino Pete, con una abierta sonrisa.

 

 

Una cita a ciegas…

Catherine Trent miró a su hermana con una expresión de total desacuerdo.

El fin de semana con Livvy en gran medida se debía a la necesidad de estar lejos de los hombres, de uno en particular. En esos momentos la cortesía sería un esfuerzo que no estaba dispuesta a hacer.

Pero la mirada reprobadora no funcionó, más bien alentó a Livvy a insistir.

–¿Sabes cuál es tu problema, Catherine? Tienes una fijación con Stuart Carstairs que ya dura mucho tiempo y eres incapaz de pensar que otros hombres pueden ser más atractivos. Y también más convenientes para ti.

«A ver si me encuentras uno», se burló Catherine mentalmente.

Perdonaba todos los deslices de Stuart porque sencillamente no quería estar con nadie más que con él.

Comparados con Stuart, los otros hombres le parecían aburridos. Sin embargo, su última infidelidad había sido imperdonable. Había tenido una aventura sexual con una colega de diseño gráfico de su propia oficina. Un duro golpe para su orgullo.

Catherine tenía que terminar definitivamente esa relación. A pesar de todo el carisma sexual de Stuart, ya no podía continuar justificando las continuas ofensas, especialmente la última, la peor de todas, cometida bajo sus narices.

–No me siento de humor para una cita a ciegas, Livvy –declaró terminantemente.

–Bueno, no te voy a dejar aquí para que te deprimas en soledad.

–No me voy a deprimir. Veré un vídeo.

–Sí, para evadirte. Seguro que en estos momentos Stuart Carstairs está bajándose la cremallera de los pantalones para…

–¡Cállate!

–Está bien; pero quiero que sepas que también lo intentó conmigo. Con tu propia hermana.

Molesta por la crítica de Livvy, Catherine le dirigió una dura mirada dudando si decía la verdad.

–Nunca me lo habías contado.

–Ahora te lo cuento. Apártate de él, Catherine –dijo con furiosa convicción–. Es posible que sus palabras sean seductoras y funcione muy bien en la cama, pero solo piensa en sí mismo. Cada vez que lo perdonas y vuelves con él, lo único que haces es alimentar su ego. Creo que estás enferma de adicción a ese hombre.

Catherine frunció el ceño. ¿Era una enfermedad desear a un hombre en cuya fidelidad no se podía confiar? Stuart juraba que ella era la única que contaba en su vida pero, ¿eso era suficiente para aferrarse a él? Estaba claro que ella no era tan importante para un hombre que siempre iba detrás de otras mujeres, incluso de su propia hermana.

–Esta vez se ha acabado –murmuró.

–Entonces demuéstrame que eres capaz de hacer un cambio positivo.

–Esta noche no estoy de humor.

–Nunca lo estás. Excepto para Stuart Carstairs. Ya has desperdiciado cuatro años de tu vida. Y siempre será igual porque ese individuo no va a cambiar.

–Te digo que todo ha terminado.

–Hasta que vuelva a seducirte con sus zalamerías.

–No, hablo en serio.

–¡De acuerdo! El mejor modo de celebrar tu libertad es permitirte la oportunidad de conocer a otro hombre.

Catherine miró al pequeño foxterrier echado a los pies de Livvy.

Era cierto que necesitaba liberarse de Stuart, pero la decisión tenía que nacer en su cabeza y en su corazón. Una cita solo serviría para hacer comparaciones. Y eso mantendría a Stuart Carstairs penosamente vivo en su pensamiento.

De hecho, Livvy había estropeado su intento de olvidarlo por un momento. Allí estaba, sentada en la terraza del piso de su hermana con vistas a Brisbane Water, en Gosford, contemplando tranquilamente las embarcaciones que salían del club náutico, después de un estupendo almuerzo en el Iguana Joe´s, en el que su hermana se había dedicado a hablar de su maravilloso novio, Peter Raynor.

–Ese hombre ha sido amigo de Pete desde los tiempos del colegio. Se ve que valora la amistad. Es un tipo correcto.

–La amistad entre los hombres no tiene nada que ver con el modo en que perciben o tratan a las mujeres –declaró Catherine con firmeza.

–A ti te gusta Pete. Su amigo puede ser una persona interesante. La comida en el Galley siempre es buena. Además es mi cumpleaños, y el mejor regalo que podrías hacerme es verte disfrutar sin la compañía de Stuart Carstairs.

–Y lo he hecho. Contigo. Antes de que empezaras a darme la lata con la cita a ciegas –disparó Catherine, exasperada–. Y en cuanto al regalo de cumpleaños, pensé que te había gustado la pulsera que te compré.

–Por supuesto que sí.

–Y la invitación a un restaurante de tu elección. ¿Esa celebración no fue suficiente para ti?

–Claro que sí, pero odio salir y dejarte sola. Especialmente cuando te encuentras desanimada como ahora. No podré disfrutar la velada con Pete si no vienes conmigo.

Chantaje emocional.

Sí, aunque motivado por el cariño y la preocupación, concedió Catherine de mala gana. Además, no quería estropear el resto del día de su hermana.

Livvy siempre había sido la favorita de todos. Debido a su naturaleza tan alegre daba gusto estar con ella. Los padres se encontraban en una gira por Canadá, así que a Catherine le correspondía hacer feliz a su hermana menor, en parte para mitigar la ausencia de unos padres que la habrían llenado de amor.

Catherine pensó que lo había hecho muy bien pero, ¿era demasiado esfuerzo mostrarse amable con un desconocido esa noche?

–No he traído un vestido apropiado –recordó de pronto. Y decía la verdad.

–Puedes probarte uno de los míos. Tengo uno negro que te sentaría muy bien. Es de jersey, así que no importa que tengas más curvas que yo. De todos modos se ajustaría a tu talla porque el tejido es elástico.

Con más curvas y más alta. Y con gustos diferentes en cuanto al modo de vestir.

Su hermanita cumplía veintinueve años. Con una vida mucho más ordenada que la de Catherine, a los treinta y uno.

La carrera de Livvy en el servicio público no era demasiado estresante, en cambio el mundo de la publicidad era muy duro y Catherine siempre vivía al límite de sus fuerzas.

En todo eran diferentes, incluso en el aspecto físico.

Livvy siempre había sido rubia y llevaba el pelo corto. Había heredado del padre los ojos azules nórdicos y su piel era suavemente dorada, como la miel. Era una mujer saludable, llena de vida.

Misteriosa e intensa. Eran las palabras con las que solían definir a Catherine. Sus cabellos, castaños y ondulados, caían más abajo de los hombros en una hermosa melena. Afortunadamente no requerían demasiados cuidados, solo le bastaba con lavarlos.

Sus ojos eran más ambarinos que castaños, como los de su madre, pero las cejas y pestañas eran casi negras, lo que oscurecía su mirada. Lo único que había heredado del padre era la estatura. Era mucho más alta que Livvy, que era más menuda, como la madre.

Pese a las diferencias, constituían una familia muy unida. Catherine amaba a su hermana y quería verla feliz.

–De acuerdo, te acompañaré. Pero iremos en mi coche. Si el amigo de Pete es un desastre total, podré volverme a casa cuando quiera.

Sí, bien valía la pena hace el esfuerzo, pensó Catherine con resignación mientras se hacía la idea de una noche junto a un hombre aburrido hasta la muerte.

Una cita a ciegas.

Catherine miró al perro con manchas blancas y negras que dormía plácidamente a los pies de Livvy. Le habían puesto Luther, por Martin Luther King, que había dado su vida por integrar a los blancos y negros de los Estados Unidos.

Reunir a las personas. Catherine sonrió al animal al tiempo que pensaba que él había reunido a su hermana con Pete.

Si, un perro era una fiel compañía.

De acuerdo, olvidaría a Stuart y se compraría un perro.

Una solución mucho mejor para sus problemas que una cita a ciegas.

Capítulo 2

 

PETE insistió en salir a las ocho menos cuarto, aunque no se tardaba más de diez minutos en llegar al pueblo costero de Terrigal donde iban a cenar. Livvy y Catherine llegarían al restaurante a las ocho. Zack tenía poca fe en la puntualidad femenina, especialmente cuando se trataba de reuniones sociales. Por otra parte, sería mucho mejor porque pasaría menos tiempo en esa cita a ciegas.

Terrigal, con su hilera de pinos que bordeaban la costa, era más bonito que Forresters aunque más civilizado, con un gran hotel, muchas boutiques de moda y restaurantes caros. Carecía de la belleza agreste de Forresters. Era un lugar para exhibirse y no para descansar.

Iban a cenar al restaurante The Galley, sobre el club náutico, al otro lado del pueblo, frente a Haven, una pequeña bahía protegida del viento donde anclaban los yates.

Cuando llegaron al estacionamiento eran las ocho. Mientras Pete recogía del asiento trasero de su querido BMW una botella de Dom Perignon, Zack observó que un convertible rojo entraba en el recinto. Tenía que ser un Mazda MX-5, y lo sorprendió ver a dos mujeres en él. Ese deportivo más bien era un coche para hombres. Las mujeres siempre se quejaban de que les arruinaba el peinado.

–Te dije que llegarían a tiempo –exclamó Pete–. La que conduce es Catherine.

Una morena de melena larga. La rubia en el asiento del acompañante tenía que ser Livvy.

–¿El coche es de ella?

–Sí, Livvy dice que es la rebelión de Catherine.

–¿En contra de qué?

Pete se encogió de hombros.

–De ser mujer, tal vez.

–Entiendo, tendré que enfrentarme a una dura feminista.

–Más bien a una femme fatale –sonrió Pete.

La mujer estacionó el convertible al final de una hilera de coches, lejos de la entrada del restaurante, para asegurarse de que no quedaría encerrado. «En caso de que quiera escaparse», decidió Zack.

«Bueno, ya somos dos, querida».

Zack y Pete esperaron junto al BMW mientras la conductora subía la capota del convertible.

Cuando Catherine salió del coche, Zack se fijó en la larga y brillante melena castaña, suavemente ondulada. Unos cabellos que pedían ser acariciados. «Un tipo de melena que queda muy bien en una almohada», pensó mientras sentía el hormigueo de la tentación en la yema de los dedos. Entonces apretó lo puños para librarse de esa sensación que rechazaba. Con todas seguridad bajo ese pelo no habría nada interesante.

Ella se volvió para cerrar el coche con llave.

Pete no había mentido. Catherine Trent era una mujer estupenda. El recuerdo de Helena de Troya cruzó velozmente por la mente de Zack.

Esa mujer parecía exudar una promesa sexual. La erótica posición de una flor rosada en el pelo, sobre la oreja derecha, acentuaba aún más su erotismo.

Cuando las mujeres se acercaron a ellos la visión de Livvy quedó casi borrada, apagada por la de Catherine, que llevaba un vestido con una falda que apenas cubría la mitad de los muslos de unas largas y esbeltas piernas torneadas. Era muy alta, lo suficiente como para llevar zapatos planos con tiras alrededor de los tobillos.

Cuando se acercó, Zack pudo observar su rostro fascinante. Un hoyuelo en la barbilla, seductores labios llenos, nariz recta, pómulos altos que resaltaban la forma de unos ojos castaños irisados de ámbar, más triangulares que almendrados, entre las espesas pestañas oscuras. «Más que los ojos de un gato domesticado, me recuerdan los de una peligrosa pantera», pensó Zack al tiempo que en su interior se agitaba una fuerza primitiva, como si quisiera responder salvajemente al desafío que, de modo tan natural, emanaba de ese cuerpo perfecto.

 

 

«Un tipo de clase A», pensó Catherine al ver por primera vez al amigo de Pete. Alto, moreno y apuesto con un cuerpo rebosante de poderosa virilidad, enfundado en unos ceñidos vaqueros negros, camisa blanca de manga corta y cuello abierto. Un físico impresionantemente sexy y, sin lugar a dudas, el dueño con un ego muy desarrollado.

–¡Vaya! –murmuró Livvy en abierta aprobación.

Catherine decidió no dejarse impresionar aunque, a medida que se acercaban, no pudo evitar sentir un nudo en el estómago por el modo en que la miraba, como si apreciara sus dotes femeninas que desgraciadamente quedaban demasiado expuestas con el vestido de Livvy.

No se había preocupado antes, ni siquiera cuando permitió que le pusiera esa estúpida flor en el pelo. Hacía juego con las flores rosas estampadas en la tela del vestido y dispuestas en diagonal desde el hombro derecho hasta el borde de la falda. Las flores no eran el accesorio favorito de Catherine.

Tampoco estaba acostumbrada a acompañar a un hombre poderosamente bien estructurado. Stuart, no más alto que ella, era más bien delgado. Su atractivo radicaba más en su encanto personal que en un físico impactante.

De pronto se encontró pensando cómo sería tener una relación sexual con él.

«Diferente, no del todo civilizada, misteriosa e intensa»

Como esos ojos que en ese instante miraban directamente a los suyos.

Una mirada de fuego que borró de inmediato la figura de Stuart Carstairs de su mente. Catherine apenas empezaba a recobrarse del impacto cuando oyó que Pete Raynor hacía las presentaciones.

–Livvy, Catherine, este es mi amigo, Zack Freeman.