Una conquista más - Emma Darcy - E-Book

Una conquista más E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Durante dos años, Amy Taylor había logrado mantener a su atractivo jefe a distancia. Pero una mañana todo cambió irremisiblemente. Ver a Jake Carter, un soltero empedernido, con el bebé de su hermana en brazos había hecho que la armadura de Amy se viniese abajo. ¿Qué importaba que hubieran perdido el control por una vez? La vida volvería a su cauce y seguirían trabajando juntos como si nada. Pero no fue así. Amy se quedó embarazada… de su jefe.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Emma Darcy

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una conquista más, n.º 1073 - julio 2020

Título original: The Marriage Decider

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-677-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

¿Está a punto de dejarte tu novio? Cómo detectarlo.

 

EL TÍTULO del artículo en la tapa de la revista hizo que a Amy la invadiera una oleada de náuseas. Los consejos le llegaban demasiado tarde. Era una pena que no hubiesen escrito el artículo hacía unos meses. Así, ella quizás se habría dado cuenta de lo que sucedía con Steve y habría visto venir la bomba que le había explotado en la cara ese fin de semana.

Pero lo dudaba. No se le habría ocurrido relacionar al artículo con Steve. Aunque a ninguno de los dos les corría ninguna prisa por casarse, «no hay que encadenar los espíritus libres», había insistido él, se daba por sentado que, después de cinco años de convivencia, seguirían juntos. Amy había estado totalmente ciega a lo que pasaba a su alrededor.

¡Espíritus libres! Amy apretó las mandíbulas al recordar la frase. ¿Era ser un espíritu libre lanzarse al matrimonio con alguien más? La rubia con quien la había engañado lo había encadenado con una tranquilidad pasmosa, y era Amy quien se había quedado libre, aunque no por ello era un espíritu libre.

Así que allí estaba, la habían plantado, con veintiocho años. Estaba sola otra vez y sufría el peor caso de depresión que recordase haber tenido un lunes por la mañana. Era masoquista por su parte agarrar la revista sabiendo que traía ese artículo, pero quizás necesitase leerlo para no tropezar en la misma piedra la próxima vez. En caso de que hubiese una próxima vez.

A su edad el mercado de hombres casaderos estaba un poco desprovisto de mercancía, en particular mercancía de buena calidad. Amy pensó en ello mientras pagaba la revista e iba por la calle Alfred hasta su trabajo, situado en el último bloque de oficinas frente al puerto en Milsons Point, una zona realmente privilegiada.

Frente a ella el sol veraniego rielaba en las azules aguas del puerto de Sydney, donde transbordadores y barcas iban y venían, dejando tras de sí blancas estelas de espuma. A su izquierda, el parque de Bradfield lucía el relajante verde de su hierba recortada y recibía la incitadora sombra del puente colgante, que dominaba el panorama. Por él, el intenso tráfico indicaba que muchos otros también se dirigían al trabajo.

La había plantado por una rubia, una rubia muy lista y embarazada. Nadie se queda embarazado por accidente hoy en día. Y menos con treinta y dos años. Amy estaba segura de que se lo había jugado todo a una carta: el anzuelo para pescar a Steve y engancharlo hasta que la muerte los separase. Y le había funcionado. Ya habían fijado la fecha de la boda. Dentro de un mes. Nochevieja. «Feliz año nuevo», pensó Amy con amargura, viendo cómo la soledad se extendía ante sus ojos.

Quizás a los treinta se sentiría tan desesperada como para birlarle el novio a alguien. Después de todo, si él estaba igual de dispuesto que Steve, pero… ¿Cómo se podía confiar plenamente en un hombre que había dejado a la chica con quien vivía? Amy frunció la nariz. Mejor sola que mal acompañada.

Pero no se sentía mejor. Se sentía enferma, vacía, perdida en un mundo que le resultaba súbitamente hostil, sin lazos que la sujetaran a él. Se le llenaron los ojos de lágrimas al entrar en el edificio, sintiendo que necesitaba la seguridad de su trabajo para luchar con la tristeza que la inundaba y que apenas si podía contener.

–¡Hola! ¿Ya ha llegado el jefe? –se dirigió a Kate Bradley. La vergüenza de las lágrimas la hizo evitar la mirada de la recepcionista. Además, mirar a Kate, una rubia guapísima, la típica elección de Jake Carter para un puesto de atención al público, le traería recuerdos demasiado dolorosos en ese momento.

–Todavía no –fue la respuesta–, algo lo habrá retrasado.

Jake era madrugador y siempre llegaba al trabajo antes que ella. Le causó alivio oír que se le había hecho tarde esa mañana. Tendría tiempo para recuperase antes de que sus perceptivos ojos se diesen cuenta de que algo le sucedía.

Lo último que necesitaba era la humillación de tener que explicar por qué se le había corrido el rímel. Apretó el botón del ascensor deseando que las puertas se abriesen enseguida.

–¿Has tenido un buen fin de semana? –preguntó Kate, dirigiéndose a la espalda de Amy, sin sospechar nada.

Amy se giró apenas para no resultar del todo grosera.

–No, un desastre –farfulló, dejando escapar un poco de la emoción que tenía acumulada en el pecho.

–¡Oh! Peor no se pondrán las cosas, entonces –comentó Kate.

–¡Ojalá que no! –musitó Amy.

Las puertas del ascensor se abrieron y en cuanto acabó el trayecto hasta el despacho que compartía con Jake, se dirigió al cuarto de baño a componer su maquillaje. Una vez a salvo en la habitación, agarró varios pañuelos de papel de la caja que había sobre la coqueta y comenzó a limpiarse los ojos.

No podía permitirse que se le notase que estaba destrozada. Como la secretaria ejecutiva de Jake, estaba pendiente de todo, y además daba la imagen de la empresa. Wide Blue Yonder Pty Ltd. ofrecía sus servicios a millonarios que no toleraban el desaliño. Esperaban la perfección, y perfección era lo que había que darles. Jake había insistido en ello desde el primer día.

Amy llevaba dos años trabajando con él y lo conocía a fondo. Había necesitado una coraza para mantener una relación meramente profesional con Jake. Era un vendedor genial, un fantástico empresario al que no se le escapaba detalle, y, además, un redomado mujeriego.

Era soltero y sin compromiso, pero las posibilidades de algo más que una breve relación carnal eran nulas. No podía evitar sentirse atraída por él de vez en cuando, quién no lo haría, pero tenía demasiado autoestima como para permitir que la utilizase para divertirse. Las relaciones así no la atraían.

Lo que Jake tenía eran aventuras, y cuanto más emocionantes y variadas, mejor. Las mujeres llegaban y se iban con tanta regularidad que Amy había perdido la cuenta de sus nombres.

Aunque algo que tenían en común. Todas eran increíblemente guapas y no hacían nada por esconder que estaban dispuestas a lo que Jake Carter quisiese. Ni tenía que perseguirlas, con elegir bastaba.

«Jake, el libertino» era el apodo que Amy le había puesto en secreto. Por lo que ella podía ver, apenas rascaba la superficie de quienes pasaban por su vida. Enseguida, Amy se había dado cuenta de que uno de los principales requisitos para conservar su trabajo era que su propia superficie tenía que ser impermeable a Jake Carter. Que las otras cayeran víctimas de su magnetismo animal. Ella tenía a Steve.

Pero el tema era que ya no lo tenía.

Los ojos se le llenaron de lágrimas nuevamente.

Se miró en el espejo otra vez mientras luchaba contra la sensación de derrota. Quizás se tendría que teñir el pelo de rubio platino. La idea casi la hizo reír. Sus arqueadas cejas y sus pestañas eran decididamente negras y sus ojos eran de un azul tan oscuro que parecían violetas. Lo suyo era ser morena.

Además, le gustaba su pelo. Era espeso y brillante y le enmarcaba el rostro con suaves mechones que hacían que la corta melena suavizara sus facciones angulosas, que tampoco estaban mal del todo. Los altos pómulos iban bien con el corte de su cara y, aunque la boca era un poco ancha, no quedaba desproporcionada con el ancho de la nariz. Y la plenitud de sus labios era ciertamente muy femenina. Tenía la nariz recta y un largo cuello donde las joyas lucían con elegancia. Su figura, delgada pero con bonitas curvas, le permitía ponerse modelos de su gusto.

Su aspecto no tenía nada que criticar, se dijo Amy. Jake Carter no la habría contratado si le hubiese parecido lo contrario. Sus clientes buscaban elegancia. Al fin y al cabo, compraban y alquilaban jets y yates de lujo. Wide Blue Yonder estaba allí para satisfacer cualquier capricho que se les ocurriese y luego cobrarles cantidades astronómicas por ello. Jake insistía en que el personal fuese tan atractivo como el resto de los productos de su empresa. «La imagen», siempre repetía, «es igual de importante que dar un buen servicio al cliente». Sin embargo, Amy sospechaba que Jake lo hacía por su propio placer también.

Respiró profundamente para calmarse, abrió el bolso y sacó de él su maquillaje de emergencia. Se entretuvo en crear una fachada irreprochable que presentar a su jefe. Tenía que olvidarse de Steve y de su futura esposa embarazada y concentrarse en hacer con su habitual eficacia las tareas que Jake le presentase. Ese sería el único modo de evitar llamar la atención.

Acabó de retocarse y se quedó satisfecha con el resultado. Mejor no podía estar, dadas las circunstancias. Guardó el maquillaje y, después de lavarse y secarse las manos, se alisó el sencillo vestido de hilo rojo sobre las caderas. Aunque era una lata que el lino se arrugase tanto, el brillante color le levantaría el ánimo. Eso es al menos lo que había pensado al elegirlo esa mañana.

Se lo había puesto por no desperdiciar la cara compra que había hecho para la fiesta de Navidad de la oficina de Steve. Ahora se arrepintió un poco de haberlo hecho, pero ya no se podía volver atrás, y quizás el vestido sirviese para que Jake no se diese cuenta de lo que le sucedía.

Los nervios de tener que enfrentarse a su jefe cedieron un poco al ver que no había trazas de que hubiese llegado. Aunque un tanto perpleja ante su retraso, agradeció contar con tiempo para adoptar un aire de eficiencia.

Metió la revista que había comprado en el último cajón, para no pensar en el artículo hasta que lo pudiese leer con tranquilidad. Ahora su prioridad era concentrarse en el trabajo. Encendió el ordenador, se conectó a Internet y comenzó a imprimir los mensajes del correo electrónico.

Se hallaba ocupada en ello cuando oyó abrirse la puerta del ascensor, en el pasillo que daba a su despacho. Los nervios la asaltaron nuevamente mientras pensaba en frases con qué defenderse.

Probablemente, Jake pasaría por su despacho para explicarle el motivo de su retraso y luego se iría al suyo. Se saludarían brevemente y despacharían el correo. Había una serie de pedidos que responder. Cuanto antes se pusieran a trabajar, mejor.

Los lunes Jake tenía la costumbre de preguntarle sobre su fin de semana y Amy quería evitar que esto sucediera hoy. Lo mejor era olvidar el fin de semana pasado. No le apetecía comentarlo con nadie, y menos con Jake Carter, cuya curiosidad era más difícil de esquivar aún que su atractivo. Un comentario bastaba para que comenzase a indagar intentando averiguar más. Era sumamente curioso.

La puerta de su despacho se abrió de golpe y a Amy el corazón le dio un vuelco en el pecho. Mantuvo los ojos bajos, simulando estar concentrada en la impresora e hizo un esfuerzo por no mostrar cuánto la afectaba el atractivo de su jefe.

Enumeró mentalmente sus puntos fuertes sin necesidad de mirarlo: la alta y musculosa figura que exudaba fuerza varonil, la piel bronceada, los rasgos atractivos de su rostro, la leve sonrisa que acentuaba la sensualidad de una boca que combinaba fuerza y humor, el brillo de sus fascinantes ojos color ámbar, con su chispa de inteligencia. Y por último, el abundante pelo oscuro y ondeado en el que brillaban unas canas, dándole un cierto aire de madurez, aunque tenía treinta y cuatro años.

Dentro de veinte años seguiría teniendo la misma apariencia y seguiría rompiendo corazones, pensó. ¡Su conducta le parecía tan reprobable! Se aferró a ese pensamiento mientras levantaba los ojos de las páginas impresas para saludarlo.

La mirada se le quedó prendida en el capacho que él llevaba. La sorpresa la hizo olvidarse de sus propias preocupaciones.

¿Jake, el libertino, con un bebé? ¿Un bebé de verdad?

Recordó los razonamientos de Steve para justificarse: responsabilidad, compromiso, los derechos del niño, el peso de la paternidad…

¿«Jake, el libertino» en ese papel?

Amy era una barca a la deriva.

–¿Te parece que me sienta bien la paternidad?

El tono divertido de su voz la sacó de su ensueño. Él rió por lo bajo ante su confusión y se acercó a su mesa para poner en ella el capacho.

–¿No es un niño encantador?

Amy retiró la silla y se puso de pie para mirar. Un bebé dormía plácidamente asomando apenas la cabeza y el apretado puño por la manta que lo cubría. Amy no supo calcular su edad, pero no parecía ser un recién nacido.

–¿Es… es… tuyo? –la voz le salió como un graznido incrédulo.

Él sonrió abiertamente, disfrutando de su desconcierto.

–Más o menos –respondió, los ojos chispeantes y traviesos.

Tarde se dio cuenta ella de que él bromeaba. El resentimiento la hizo perder el control, atizado por el dolor de que Steve fuera padre, pero con otra mujer.

–¡Enhorabuena! Supongo que la madre estará de acuerdo con ese «más o menos».

–¡Ajá! –dijo y juguetón, sacudió el dedo índice frente a sus ojos, haciendo que se pusiera aun más nerviosa–. Se nota que tienes una mala opinión de mí, Amy. Y no me la merezco en absoluto.

¿Que no se la merecía? Rápidamente, le dirigió una mirada fría como el hielo.

–Perdón. Tus asuntos personales no me conciernen, por supuesto.

–La madre de Joshua tiene total confianza en mí –afirmó él.

–¡Pues, qué bien!

–Sabe que puede contar conmigo en una emergencia.

–Sí. Siempre te pones a la altura de las circunstancias.

Él se rió de la fría inflexión de su voz.

–Veo que te has recuperado. Pero hace un momento te habías quedado muda –dijo triunfante.

–¿Te gustaría dejarme muda más a menudo?

–¿Qué gracia tendría, entonces? –sus ojos relucían de malicia.

Amy se quedó callada a propósito.

–Estás decidida a frustrarme –replicó Jake, sacudiendo la cabeza–. Ya sabes que para mí los retos son la sal de la vida, Amy.

Ésta ignoró el comentario, no dándole pie para que siguiera la broma.

–Vale –concedió él–. La madre de Joshua es mi hermana. Mi cuñado se dislocó el hombro jugando al squash. Tuvo que llevarlo a urgencias y me eligió como niñera de emergencia, así es que me toca cuidar a mi sobrino hasta que resuelvan el tema. Ruth vendrá a recogerlo cuando pueda.

Amy comprendió al fin.

–Tú eres su tío.

–Y su padrino –la maliciosa sonrisa volvió–. He aquí un sólido hombre de familia.

«Porque no eres el padre», pensó Amy cínicamente.

–Lo dejaré por aquí –dijo. Levantó el capacho y lo depositó en el suelo al lado del archivo–. Es un dormilón. Desde que lo metí en el coche no se ha movido.

¡Le estaba dejando el bebé a ella!

Amy se quedó mirando el bulto del capacho, el resultado de la intimidad entre un hombre y una mujer. Una atadura familiar que continuaría toda la vida sin importar lo que los padres hicieran, una atadura que no se rompería nunca. El cuerpo se le puso rígido de la angustia que la invadió. Por algo así, Steve la había dejado. Por aquello, Steve se casaba con otra mujer. Sus años juntos no significaban nada ante esto. Y aunque le había sido infiel, de no ser por ese bebé que había acabado con una relación de cinco años, ella ni se habría enterado. El bebé que esa rubia atrapahombres iba a tener… por el que Steve se sentía responsable.

Y Amy no lo podía culpar por ello, aunque mucho le pesase. Un bebé se merecía tener a su padre.

Pero la traición a todo lo que habían compartido le dolía tanto…

–¿Es el correo de hoy?

Ni se había dado cuenta de que Jake se había acercado a su mesa y tenía las cartas en la mano.

–Sí –respondió

–Me lo llevo a mi despacho –se dirigió a la puerta y al pasar hizo un gesto señalando el capacho–. Hay una botella de leche y un par de pañales en la bolsa. Muy fácil.

¡Qué caradura, desligarse de su responsabilidad y pasársela a ella!

Sintió que el resentimiento la carcomía nuevamente.

–Por cierto, Amy, el rojo te sienta de maravilla. Deberías llevarlo más seguido –dijo, guiñándole un ojo con picardía antes de desaparecer por la puerta y cerrarla suavemente.

Amy sintió que veía todo rojo, que hervía de rabia. El corazón le latía atropelladamente de furia.

¿Conque Jake se divertía bromeando a su costa? Pues ahora se divertiría ella.

No pensaba cuidar el bebé de otra mujer, un bebé que no tenía ninguna relación con ella. No era parte de su trabajo. Y precisamente ese día no necesitaba que le recordasen lo que había perdido y por qué. Que Jake Carter cuidase su propio… ¡el sólido hombre de familia! ¡El padrino!

Volvió a mirar al bebé, aún dormido plácidamente, totalmente ajeno a las emociones que despertaba en ella. Miró la bolsa de plástico, decorada con personajes de Disney. Jake Carter se divertiría con su sobrino. Ya estaba bien de bromas y le daba igual que la despidiese o no. En realidad, si intentaba presionarla para que cuidara al niño, sería ella la que tomase la decisión de irse.

Probablemente a él le resultaría una experiencia nueva que una mujer lo dejara. Y seguro que ni se lo esperaba. No había habido ningún modo de detectarlo.

Una maligna sonrisa se le dibujó en el rostro.