Una Enfermedad Regia - José Francisco Horni - E-Book

Una Enfermedad Regia E-Book

José Francisco Horni

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Beschreibung

La aparición de una enfermedad desconocida con alta capacidad de difusión, tal como para tornarse en una pandemia global en corto plazo, de rápido desenlace en el padeciente, de muy alta tasa de letalidad, produce un impacto social negativo que actúa en detrimento de la unidad de acción y del logro de objetivos sanitarios con capacidad de atacarla como para vencerla superando las individualidades al actuar mancomunadamente. La tragedia aumenta con la demora en la dilucidación de su etiología lo que representa en sí una catástrofe planetaria, pero más aún cuando se descubre que esa causa se encuentra entrelazada al mundo cotidiano y también a aquellos sectores ostentosos que se mantienen impávidos ante semejante situación. Finalmente se puede arribar a la conclusión que ninguna amenaza es tan peligrosa para el ser humano como su capacidad autofágica, por la cual puede retroceder aun con cada paso con el que supone que avanza.

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JOSÉ FRANCISCO HORNI

Una Enfermedad Regia

Bajada

Horni, José FranciscoUna enfermedad regia / José Francisco Horni. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3716-4

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Dedicado a mis compañeros de Lucha

y su consecuencia,

una buena parte de lo mejor

que ha producido el Pueblo Argentino.

Las miserias inhumanas enferman

solapadamente...

las evidencias muchas veces son ocultadas

por intereses tan mezquinos como sus autores

pero de tal impacto como sus consecuencias.

Capítulo 1

Era un día apacible más en la playa de Unawatuna, así como en todo el sur de la isla Sri Lanka. Ya había quedado atrás la angustia que ocasionó la destrucción del tsunami de diciembre de 2004, había pasado casi al olvido para lugareños y turistas, siendo ahora sólo reconocido como un pedazo de historia amarga, trágica y deseosamente irrepetible. La tragedia natural produjo un trabajo a destajo para lograr reconstruir gran parte, sino aun más, de la capacidad instalada para el turismo y lo que no se pudo concretar se hubo reciclado. Por ese espíritu de reconstrucción propio de quienes pierden aquello material que les brinda sustento es que aún se ampliaron cabañas como también se crearon nuevos hoteles y apartamentos.

En Unawatuna, una pequeña playa que era la predilecta del turismo de familias con niños y adolescentes, nada hacía suponer que sería el lugar en el cual daría comienzo una nueva y también perdurable tragedia. En ese lugar recientemente restaurado, paradisíacamente apto para la recreación, habían proliferado los chiringuitos que eran hoy la principal atracción de jóvenes y adolescentes que hacían de ellos el lugar de reunión e intercambio comunicacional y cultural.

A la belleza natural permanente se sumaba una suave e inalterable brisa, la temperatura agradable y el sol tan resplandeciente como para mostrarse sin tapujos, que hacían de ese día uno especial para todo tipo de actividad turística recreativa. Era una perfecta jornada de playa, pero también, si algunos turistas lo preferían, podían realizar sus caminatas por los bosques de palmeras y cocoteros, y otros tantos dar su habitual paseo por la pagoda budista de la paz, o para quien deseara indagar acerca de la fauna autóctona podía recorrer el criadero de tortugas.

Todo estaba tan calmo, que el tiempo parecía transcurrir a un ritmo menor al habitual, y cuando ya había pasado el momento de mayor calor, que la tarde estaba declinando ante el inminente atardecer, fue cuando repentinamente la playa pareció despertar en una pesadilla. Gritos y movimientos bruscos sacudieron el apacible entorno playero dedicado al descanso, porque intempestivamente la familia O’Neill comienza a moverse de manera inquietante, sacada del contexto de ese tiempo y espacio. Y es que su hija mayor Alice, de 13 años, comienza con una tan inesperada como alarmante dolencia, presenta un cuadro de intenso dolor de cabeza, acompañado de escalofríos con sudoración intensa, producto de un cuadro febril, además con sensación de vómitos que con el avance del cuadro se efectivizaron en vómitos en chorro.

Los padres desesperados, tanto por el cuadro como por el desconocimiento del hábitat que los circundaba en ese momento, deciden trasladarse rápidamente hacia el único lugar en el que sentían la protección de un hogar que era el hotel que los hospedaba ubicado estratégicamente sobre la misma playa. Llegados a la habitación la madre le coloca una toalla con hielo en la frente y luego de hurgar en su tan arrumbado como desordenado botiquín, consigue un jarabe antitérmico el cual le es administrado compulsivamente pero que a los escasos segundos es vomitado por la niña. El cuarto de hotel se había transformado en un lugar copado por el ajetreo, la angustia, los nervios y las corridas, en el que sólo contrastaba el más pequeño componente de la familia, el pequeño Jack, el cual se mantenía al lado de su hermana y tiernamente sólo tomaba su mano, mientras que los padres recorrían el recinto incansablemente de uno a otro rincón. Todo era desenfrenado y por ende inoperante hasta que fue el papá, carcomido por la ansiedad e incertidumbre quien decide dirigirse hacia la conserjería para solicitar ayuda e indicaciones para conseguir asistencia médica para su hija.

Desde la administración, tras pedir al papá toda la información posible y brindar contención, llamaron inmediatamente por teléfono solicitando al hospital Hemas Southern de Galle una ambulancia. Pero aun carcomido por la ansiedad el padre repetía un interrogante: si no existía un médico en el hotel para que la evalúe rápidamente. El administrador continuaba fijamente en su tarea tranquilizadora, y fue transmitiéndole con mucha cautela que la ambulancia con médico no tardaría más de 15 minutos.

Así fue que a pocos minutos de haber tomado contacto el administrador con el padre de Alice, arribó la ambulancia de la que descendieron médico y paramédico. Ambos se dirigieron a la administración del Hotel pero el padre de la niña detuvo su marcha y les indicó donde se encontraba su hija, a la sazón la paciente. Rápidamente se dirigieron los tres a la habitación y vieron en la cama una niña rubicunda, soporosa, con sudoración profusa, con temblores generalizados que hacían suponer escalofríos, entonces abrieron la caja de plástico que contenía medicamentos y otros suministros médicos, y de la misma extrajeron elementos para colocar una vía endovenosa y un suero, práctica que se realizó en segundos. Realizado el procedimiento comenzaron a instilar soluciones hidratantes y administrar medicamentos antitérmicos. Luego de hablar con la mamá de Alice el médico le susurró algo al paramédico que se dirigió corriendo a la ambulancia y volvió con la camilla. Solicitaron ayuda al padre y pasaron a Alice a la ambulancia. Salieron con la camilla hacia el móvil. Preguntaron quien la acompañaría y sin dudarlo se adelantó la mamá. Con personal, paciente y acompañante salió raudamente la ambulancia hacia el hospital Hemas Southern de Galle. El padre y el pequeño Jack se subieron al auto que tenían alquilado y salieron detrás de la ambulancia.

Llegaron en 12 minutos, Alice en mal estado general, con muy alta temperatura corporal, en estado comatoso, con un gemido constante y rigidez muscular generalizada. En la guardia los médicos aparecían desde distintas puertas para observar y asistir a la pequeña paciente. Todos con opiniones diversas, muchas de las cuales eran encontradas entre sí. Alice no mejoraba, sus signos vitales no eran alentadores. No lograban bajar la temperatura que superaba constantemente los 40ºC.

El cuadro en sí era un síndrome febril con clara irritación meníngea, en el examen clínico somero no se evidenciaban otros signos, aunque un médico residente de pediatría observó y le prestó atención a unas manchas amarillentas o marrones claras, cilíndricas con matiz de exaltación centrífuga, de unos tres a cinco centímetros y todas uniformes, distribuidas en manos y antebrazos. El médico concentrado solamente en las máculas, a las que enfocaba con detenimiento, hasta contarlas una a una, pudiendo corroborar que no sumaban más de diez en total. Por otro lado, ninguno de sus colegas prestó atención a ese signo dérmico, ante la magnitud de la gravedad del cuadro. Alice fue internada en una sala aislada, presumiendo una enfermedad infecciosa y presuntamente contagiosa.

Los médicos con mayor experiencia en la guardia, ante las evidencias clínicas, comenzaron a comunicarle a los padres la presunción que tenían: en verdad intentaban transmitirle desde lo complejo del cuadro hasta la posibilidad de un desenlace aciago del mismo. Después de hablar durante tan largos como angustiantes minutos, todos en bloque se retiraron del pasillo del hospital.

A las 23.30 horas reaparecieron los mismos tres médicos con semblante fatídico en todos ellos, lo que denotaba que lo que fuera que hubiera sucedido no era nada bueno. Entonces los tres con la cabeza baja dieron a coro la funesta noticia: la pequeña Alice había fallecido.

Sin ni siquiera poder rehacerse de la infausta, devastadora noticia que los angustiaba sobremanera, aun los padres debieron atender la petición formal de parte de las autoridades del hospital de practicar la necropsia al cuerpo de su pequeña. Como no entendiendo lo que se les reclamaba, solicitaron una explicación exhaustiva del pedido, entonces los llevaron a una sala donde se encontraba el director del hospital en representación de las autoridades de la gobernación, el médico jefe de la guardia, uno de sus asistentes y un par de psicólogos para intentar no aumentar el daño que ya había ocasionado la pérdida de la pequeña Alice y se abordó el tema de la necesidad de práctica de necropsia.

El problema que explicaban profesionales y autoridades era que la magnitud y la vertiginosidad de la enfermedad impidieron llegar en vida de la niña a un diagnóstico etiológico, de la causa, del deceso. En consecuencia para los médicos se trataba de una meningoencefalitis aguda, pero a la que solamente reconocían por los síntomas, sin ningún resultado de laboratorio que certifique la certeza del cuadro. Entonces les plantearon que al tratarse de un cuadro infeccioso, que podía ser altamente contagioso debían ir en búsqueda de la certeza de la causa de la misma. Ante la evidente importancia que transmitieron las autoridades sanitarias de los resultados del examen necrópsico a practicar, los padres se dirigieron al Director y le pidieron como condición que la práctica fuera lo menos cruenta posible, y para poder cumplir con los servicios funerarios de Alice, que posteriormente al mismo se les permitiera salir con su cuerpo rumbo a Chicago (Estados Unidos), su país y ciudad de origen.

Por supuesto que ambos reclamos fueron comprendidos y aceptados por las autoridades las cuales representaban en el hospital al gobierno de la provincia del Sur, haciéndole saber a los padres de Alice que así lo entendía el mismísimo gobernador de Galle.

En el periódico local tuvo alguna repercusión el caso por la rareza del mismo, pero la misma fue escasa y no trascendió ni siquiera a alguna otra ciudad de la región que no fuera la capital del distrito, la ciudad de Galle.

Capítulo 2

A los siete días del episodio de Unawatuna y en un lugar tan distante a la isla Sri Lanka como ajeno a su natural parsimonia, tres jóvenes amigos turistas practicaban deportes y juegos acuáticos en las playas de la Isla Providenciales, precisamente en la playa Grace Bay, mientras transcurría una media tarde caracterizada por la diversión, la juventud y la despreocupación. Si bien no muy cálida debido al impedimento que nubes claras hacían de la explosión del sol, aun así la suave brisa permitía que se pudieran practicar deportes en el mar, y por eso el trío estaba absolutamente inmerso tanto en el esquí acuático como en el buceo con snorkel.

Pero en medio de la práctica y la diversión uno de los tres amigos se siente súbitamente cansado, y con un estado de agitación, de falta de aire, acompañado de escalofríos. Martin Sinclair de 37 años, uno de los tres amigos originarios de Medford, estado de Oregón, estuvo obligado ante semejante malestar físico a salir del mar y desplomarse en la arena de la playa. Se mantuvo sobre su toallón, prácticamente inmutable algunos minutos hasta que se vio obligado por el sostenimiento en el tiempo del cuadro, a avisar mediante señas con los brazos a sus amigos de su retiro. Aquellos al verlo y escuchar sus gritos a modo de llamado decidieron abandonar rápidamente el mar y acudir a su encuentro. Fue ahí que Martin les manifestó que no se sentía bien y que prefería ir a descansar al Hotel, hasta reponerse del cuadro que lo aquejaba desde hacía sólo minutos y por lo tanto le parecía banal, irrelevante, transitorio. Tanto Henri como Michael se vieron extrañados por el estado de abatimiento de Martin que lo llevaba a esa decisión de abandono y desplome, porque era él habitualmente el gran entusiasta, de espíritu alegre que solía contagiar, generar energía para el movimiento y la diversión, entonces le preguntaron si prefería que lo acompañasen pero respondió decididamente que no, que en minutos seguro retornaría. Ambos amigos se miraron desorientados, confundidos pero ante aquella firmeza decidieron respetar la determinación de su amigo y continuar con su rutina en los juegos de agua.