Una librería en la playa - Brenda Novak - E-Book
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Una librería en la playa E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

¿Cómo se empieza un nuevo capítulo en la vida cuando aún no se ha terminado el libro de la vida anterior? Hacía dieciocho meses que el marido de Autumn Divac había desaparecido, y ella no se imaginaba cómo iba a vivir sin él. Sin embargo, por el bien de sus dos hijos, tenía que intentarlo. Autumn se llevó a sus hijos a pasar el verano a su pueblo natal, la preciosa localidad costera donde se había criado. Quería encontrar consuelo junto a su madre y su tía en la librería que regentaban. Aunque al poco tiempo supo que su hija se enfrentaba a un profundo cambio vital y que su madre había estado ocultando un secreto horrible. Y, cuando se encontró con el chico que le había robado el corazón durante el instituto, comenzó a sentir algo por él otra vez. Pero… ¿era realmente libre para poder enamorarse de nuevo, o debía continuar esperando el regreso de su esposo? Lo único que podía hacer era seguir los dictados de su corazón… y confiar en que no la llevara por el camino equivocado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Brenda Novak, Inc.

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una librería en la playa, n.º 256 - mayo 2022

Título original: The Bookstore on the Beach

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Candadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-481-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Para Emily. Eres una mujer bella por dentro y por fuera. Para una autora, es difícil cambiar de editor después de sesenta libros, pero tú me lo has puesto muy fácil. Te agradezco tu bondad, tu prudencia a la hora de aproximarte a la vida, el grado de empatía que tienes con los demás y tu enorme capacidad de trabajo, en esta novela en concreto. Nadie es capaz de recortar lo superfluo como tú. Gracias.

 

 

 

 

 

Porque a cambio de aquello que perdemos (como un tú o un yo), es siempre a nosotros mismos a quienes encontramos en el mar.

e.e. Cummings.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Martes, 8 de junio

 

Aquel día, su hija volvía para el verano. Mary Langford observó ansiosamente la calle frente a su pequeña librería, a la espera de ver llegar el coche de Autumn. No vio nada, salvo a una familia numerosa entrando en la heladería del final de la manzana. Miró el reloj: las tres y media. Autumn la había llamado a la hora de comer para decirle que los niños y ella iban a muy buen ritmo y que, seguramente, no tardarían mucho más.

–Hoy has estado muy callada –dijo Laurie, desde detrás del mostrador, donde estaba ordenando bolígrafos, rollos de celo, grapadoras y marcadores de páginas.

Mary, que estaba junto al escaparate que había decorado recientemente con las novedades y con carteles, se giró hacia ella.

–Me preocupo cuando pasa tanto tiempo en la carretera.

–Va a llegar pronto, y va a ser genial volver a verla a ella y a los niños. No venían desde Navidades, ¿no?

–Sí, desde Navidades.

Tomó el plumero y empezó a limpiar estanterías, una tarea interminable en Beach Front Books, la librería de la que era propietaria al cincuenta por ciento con su socia Laurie. Autumn vivía en Tampa, en Florida. Debido a la distancia, no era fácil reunirse durante el curso escolar de Caden y Taylor.

–Y dudo que vuelvan para las fiestas este año.

Por suerte, siempre iban a visitarla en verano, salvo el verano anterior, por supuesto, lo cual era comprensible. Mary esperaba que esa costumbre persistiera, pero los niños se estaban haciendo mayores, así que no había nada seguro. A Taylor ya solo le quedaba un año de instituto y, después, iría a la escuela preuniversitaria. A Caden, solo dos. Mary temía que aquella fuese la última ocasión, durante una buena temporada, que estuvieran juntos en Sable Beach.

–Podrías ir a verlos tú –dijo Laurie.

Autumn la había invitado muchas veces. Al recordar las discusiones que habían originado sus negativas, a Mary se le encogió el estómago. Ella quería ir a Tampa, quería hacerlo para que su hija no tuviera que pasar tantas horas al volante. Autumn había sufrido mucho últimamente. Sin embargo, con solo pensar en que tenía que aventurarse por un terreno desconocido, sentía terror. Aparte de ir a Richmond de vez en cuando, no había salido de aquella playa de Virginia desde hacía treinta y cinco años.

–Sí, pero ya me conoces. Este es el único sitio en el que me siento segura.

Laurie, que estaba sentada en un taburete alto, se echó un poco hacia atrás.

–Bueno, si todavía no has conseguido superar el miedo, me imagino que no lo vas a superar nunca.

–No. Ya no hablo de eso, pero para mí, el pasado es ahora tan real como lo fue siempre.

Un poco antes había bastante gente en la tienda, pero, en aquel momento, estaba vacía. En esos momentos, hablaban más que trabajaban. Beach Front Books no era la única fuente de ingresos de Laurie. Su marido, Christopher Conklin, era un artista con mucho talento. Pintaba marinas y, aunque no estaba presente en ninguna galería prestigiosa, vendía los cuadros en una sección que tenían reservada para él en la librería y, también, por internet.

Sin embargo, Mary nunca había estado casada, y no tenía otros ingresos. Aunque no ganara mucho en la librería, adoraba la vía de escape que le proporcionaban los libros, y la tienda le daba para vivir. Eso era lo más importante para ella.

–Autumn se enfada mucho porque no quiero salir a ver el mundo. No quiero ir de visita, ni viajar, ese tipo de cosas –murmuró.

Ojalá no tuviera las cicatrices y las limitaciones que padecía y que, a veces, causaban tensión en las relaciones con su hija.

–No deja de decirme que soy demasiado joven para vivir como una anciana.

–Y tiene razón.

Mary suspiró.

–Ya no soy tan joven.

–Pero ¿qué dices? Tienes nueve años menos que yo. Cincuenta y cuatro años no es ser vieja.

Cierto, pero había tenido que crecer mucho antes que la mayoría de la gente.

–Me siento como una anciana.

–Si te lo piden, el año que viene deberías ir a Tampa.

Ella cabeceó.

–No puedo.

–Tal vez demuestres que sí puedes.

Mary se irritó sin poder evitarlo. No le gustaba que Laurie la presionara.

–No.

–Autumn no lo entiende, Mary. Eso es lo que provoca todas las peleas que tienes con ella.

–Ya lo sé, y me siento mal por eso, pero no puedo hacer nada.

Laurie bajó la voz.

–Podrías decirle la verdad…

–Por supuesto que no –le espetó Mary–. ¿Cómo voy a hacer algo así?

–Hay motivos, y lo sabes. Ya hemos hablado de ello –le dijo Laurie, manteniendo la calma, como siempre.

Aquella era una de las muchas cosas que le gustaban de su amiga: era firme y paciente, y esa firmeza la ayudaba a ella a sobrellevar los momentos en que los viejos recuerdos y sentimientos salían a la superficie. En aquella ocasión, era posible que Laurie también estuviese en lo cierto. Ella sentía que el pasado estaba despertando de su letargo y, tal vez, había llegado el momento de contárselo todo a Autumn. Sin embargo, había tantas razones para no hacerlo… La idea de revelar el pasado y verlo todo a través de los ojos de su hija la puso enferma.

–No puedo abordar ese asunto en este momento, después de lo que le ha pasado este último año y medio. Además, hace tanto, que es como si le hubiera ocurrido a otra persona –dijo, apartándose aquel asunto de la mente–. Quiero estar tan lejos de todo eso como sea posible.

Laurie no le hizo ningún comentario sobre lo contradictorio de su respuesta. Y Mary se alegró. No era capaz de explicar que podía ser real y terrorífico, y estar siempre presente y, al mismo tiempo, ella podía sentirse lejana a lo que había ocurrido. Era muy extraño.

–Pero no le pasó a ninguna otra persona. Te ocurrió a ti –dijo Laurie, con tristeza.

 

 

Fue el olor del mar, más que ninguna otra cosa, lo que le dijo a Autumn que ya estaba en casa. Bajó la ventanilla en cuanto entró en el pueblo y respiró profundamente, llenándose los pulmones de aire salado.

–¿Qué haces? –le preguntó Taylor, mientras le sujetaba la larga melena castaña a su madre, para evitar que le golpeara la cara.

Autumn sonrió. Sabía que sus hijos no la habían visto hacerlo mucho últimamente.

–Solo quiero tomar un poco de aire fresco.

–Pero si tú odias que bajemos la ventanilla –refunfuñó Caden, desde el asiento de atrás.

–Espero no volver a estar tan irritable –respondió ella.

Durante los pasados dieciocho meses, había estado sumida en una pesadilla. Casi no había ido a Sable Beach por esa razón. Sin embargo, cuando sus hijos le preguntaron, por separado, si no podían volver a pasar el verano con Mimi, como de costumbre, se dio cuenta de que necesitaban algo de normalidad en su vida. Necesitaban tener, al menos, a uno de sus padres. Seguramente, el dolor y la preocupación que le había causado la desaparición de su marido había hecho que los niños se sintieran como si ella también se hubiera desvanecido. O, por lo menos, que se había desvanecido la madre que conocían.

Esperaba que al regresar a aquel lugar del que todos tenían recuerdos maravillosos podrían curarse y volver a conectar.

Además, ya no podía hacer nada más por Nick. Esa era la horrible realidad. Había seguido todas las pistas posibles y no tenía ni idea de dónde podía estar. Si había muerto, tendría que encontrar la forma de seguir adelante sin él por el bien de Caden y Taylor.

En cuanto vio la librería, sintió tanta nostalgia que casi se echó a llorar. Tuvo muchos recuerdos de una época más sencilla, más fácil. Cuando era pequeña, había pasado muchas horas siguiendo a su madre por los pasillos del pintoresco local, que parecía sacado de una calle estrecha del Londres victoriano, o quitando el polvo de las estanterías, o leyendo en un rincón que su madre había preparado para ella.

Y, de adolescente, también había pasado mucho tiempo en Beach Front Books, pero reponiendo los libros de las estanterías, ordenando el inventario, atendiendo la caja registradora y, de nuevo, leyendo, aunque sentada detrás del mostrador mientras esperaba a que llegara el próximo cliente.

Dios, qué bien se sentía por estar allí de nuevo. Aunque fuera muy dura con su madre por sus miedos y su forma de ser, tan poco racional, estaba deseando verla. La había echado muchísimo de menos. No importaba que se negara de manera tajante a alejarse de su casita a orillas del mar. Su madre siempre estaba allí, esperándola para darle la bienvenida con un abrazo. Aunque no hubiera tenido padre, ni los hermanos que siempre había deseado en secreto, era muy afortunada, porque había tenido una madre buena y cariñosa.

–Ya hemos llegado –dijo, señalando la librería mientras frenaba y buscaba un sitio para aparcar.

–¿No vamos a la casa? –preguntó Caden, apartando la vista de su teléfono móvil.

–Primero vamos a ver a Mimi y a la tía Laurie. Después, llevamos las cosas a casa.

–Espero que no sea demasiado tarde para ir a la playa.

–Estoy segura de que podremos llegar antes de que anochezca –dijo ella, mientras metía su todoterreno Volvo de color blanco entre un descapotable rojo y un sedán gris.

Tomó su bolso para salir, pero Taylor le dijo algo que hizo que se detuviera antes de abrir la puerta.

–Ya pareces diferente.

–¿En qué sentido? –preguntó ella.

–Menos tensa. Y menos triste.

–Venir aquí me hace feliz.

–Entonces, ¿por qué íbamos a dejar de hacerlo, una vez más? –preguntó Caden.

Autumn se giró para mirar a su hijo.

–Ya sabes por qué.

En el semblante de su hija apareció una expresión de dolor.

–¿Significa que lo estás olvidando?

–¿A papá? Por supuesto –dijo Caden, en un tono de voz duro que sugería que aquella pregunta era una estupidez–. Papá ha muerto.

–¡No digas eso! –exclamó Taylor–. No lo sabemos. Puede que vuelva.

–Hace dieciocho meses, Tay –respondió Caden–. Si hubiera podido, ya habría vuelto.

–Ya está bien –les dijo Autumn.

No quería que tuvieran una discusión justo antes de ver a su madre. Últimamente discutían mucho, y ella tenía que hacer de árbitro. Sin embargo, no podía culparles. Habían perdido a su padre, y no sabían cómo ni por qué.

–La vida ya ha sido lo bastante dura para nosotros estos últimos meses. No lo hagamos más difícil.

–Pues díselo –insistió Caden–. Papá está muerto, y tenemos que seguir adelante. ¿No es eso? Vamos, adelante, di la verdad. Te has rendido.

¿Era cierto? ¿Era eso lo que significaba aquel viaje? Si no, ¿cuánto tiempo más debía aguantar? Y ¿sería bueno para ellos que aguantara? No podía imaginarse que sus hijos quisieran pasar otros dieciocho meses sumidos en la tristeza y angustiados buscando respuestas que, tal vez, nunca encontraran. Taylor tenía diecisiete años y estaba empezando a reunir información sobre escuelas preuniversitarias. Caden tenía dieciséis. Seguramente, preferían mirar hacia delante, no hacia atrás.

Por otro lado, ella no estaba segura de si podía seguir con la búsqueda, porque estaba agotada mental y físicamente después de haber dado todo lo que tenía durante aquellos meses. No había conseguido nada, y esa era la parte más desalentadora.

–Yo no pierdo la esperanza –les dijo, a pesar de que todas las personas con las que había hablado, incluido el FBI, habían insistido en que su marido estaba muerto.

Era difícil ver que la crianza compartida de sus hijos, tan idílica como había sido, se hubiera desmoronado tan rápida y fácilmente. Y era muy difícil soportar la caída en espiral que había supuesto para ella aquella búsqueda infructuosa, que solo le había infligido soledad, dolor y frustración. Sabía que para sus hijos, aquello había sido igual de doloroso. Ese era el motivo por el que, tal vez, debiera rendirse y aceptar las cosas tal y como eran: para darles la mejor calidad de vida posible.

–¿Qué significa eso? ¿Vas a seguir buscándolo? –le preguntó Caden–. ¿Es así como vas a pasar el verano?

Caden se daba cuenta de que se había producido un cambio, y quería llegar al fondo de la cuestión. Sin embargo, ella no quería admitir que había fracasado, después de haberles prometido tantas veces, para consolarlos, que iba a conseguir respuestas.

Abrió la boca para intentar explicar lo que estaba pensando, con la mayor delicadeza posible, pero vio a su madre. Mary había salido de la librería y los estaba saludando.

–Ahí está vuestra abuela –dijo.

Por suerte, sus hijos permitieron que la conversación se interrumpiera y salieron del coche.

–¡Hola, abuela! –exclamó Caden y, a largas zancadas, se acercó a ella. Aunque todavía no había alcanzado la estatura definitiva, su hijo ya medía un metro ochenta y tres centímetros. Y Taylor medía un metro setenta y cinco. Los dos eran muy altos, como su padre.

Mary abrazó a los niños y les dijo que habían crecido mucho, y que estaba muy contenta de verlos. Después, se volvió hacia ella.

–Has adelgazado –le dijo, con suavidad, y con una sonrisa de preocupación, antes de abrazarla.

–No te preocupes, mamá, estoy bien –respondió ella.

Percibió el olor de la librería en la ropa de su madre, y se dio cuenta de que aquel era otro detalle que no iba a olvidar nunca. Representaba su infancia. Representaba todas las grandes historias que había leído mientras crecía. Una vez, había querido leer todos los libros que había en la librería. No lo había conseguido del todo, puesto que siempre se estaban publicando novedades, pero había leído más que la mayoría de la gente. Y los libros todavía eran una gran parte de su vida.

–Cuánto me alegro de estar en casa.

–Laurie está deseando verte. Vamos a entrar a saludar –dijo Mary, y abrió la puerta.

En cuanto sonó la campana, Laurie salió de detrás de la caja registradora.

–¡Aquí estáis! Me alegro mucho de que hayáis llegado. Tu madre estaba impaciente. Bueno, las dos lo estábamos.

Taylor permitió que su tía le diera un buen abrazo.

–Me alegro de haber podido venir este año –dijo–. ¿Dónde está el tío Chris?

–Seguramente, en la playa, pintando. Ya sabes cómo se vuelve en cuanto empieza a hacer bueno. Es como un niño, solo quiere estar al aire libre.

Fueron unos minutos a ver la pequeña parte de la tienda que estaba reservada al trabajo de Christopher para admirar sus últimos cuadros. Autumn estaba enamorada de uno que había pintado de la librería, en el que aparecía una niña delante del local, tomado de la mano de su madre y con el otro brazo lleno de libros. Aquella niña podría haber sido ella. Casi se preguntó si Chris se había inspirado en su recuerdo, y decidió que, si no se había vendido aquel cuadro antes de que ella se marchara, iba a comprarlo y a llevárselo a Tampa.

Por suerte, tenía el dinero. Nick era abogado de empresa y siempre le había ido bien económicamente. Después de los primeros años de matrimonio, que él pasó terminando la carrera, casi nunca habían tenido que escatimar. Sin embargo, fue lo que su padre le dejó al morir lo que realmente les había proporcionado una buena situación económica. Después de la muerte de Sergey, ella había dejado su puesto en el banco en el que trabajaba y había podido centrarse en su familia, su hogar, la jardinería, la cocina.

Su situación financiera era otro de los motivos por los que no creía que Nick se hubiera marchado con otra mujer, algo que le habían sugerido en muchas ocasiones. ¿Por qué iba a dejar también a sus hijos y a marcharse sin un céntimo? Ciertamente, habían tenido sus diferencias, sobre todo, en aquellos últimos años, cuando parecía que el trabajo acaparaba cada vez más la atención de Nick, pero ninguno de los dos había mencionado la posibilidad de separarse.

–Es increíble –dijo, mientras observaba de cerca a la niña del cuadro–. Me encanta la obra de Chris.

–El último original que donó a una organización sin ánimo de lucro se vendió por seis mil dólares –dijo Laurie, con orgullo.

–¿Quién lo compró? –preguntó Autumn.

–Mike Vanderbilt, del The Daily Catch. Estaba borracho cuando se metió en la puja por el cuadro, y ahora lo tiene colgado en su restaurante. Creo que se alegra de tenerlo, pero me imagino que también lo considera un recordatorio de que no debe hacer pujas cuando ha bebido.

Todos se echaron a reír al pensar en el fornido y afable Mike, dejando que el alcohol exacerbara su competitividad.

–Entonces, su mujer debe de estar bien –dijo Autumn–. ¿Sigue curada del cáncer?

Laurie miró a Mary con sorpresa, y fue Mary quien respondió:

–Me temo que no. Lo estaba cuando compraron el cuadro, pero, después de dos meses, les dieron la noticia de que Beth había sufrido una recaída.

–Oh, no… –dijo Autumn. Todo el mundo conocía a los dueños de The Daily Catch. Hacían muchas cosas por la comunidad. Y tenían el restaurante favorito de Autumn. Cuando estaba en casa, iba a comer allí constantemente–. ¿Cuál es el diagnóstico?

–No es bueno. Por eso, Quinn se ha venido a vivir aquí desde Nueva York. Está ayudando a su padre con el restaurante. Seguro que también ha venido para estar con su madre antes de que… Bueno, antes de tener que despedirse de ella para siempre.

–¿Quinn ha vuelto a casa? –preguntó Autumn.

No se lo esperaba, y al oír su nombre, se quedó asombrada. Cuando él estaba en último curso del instituto y ella, en el tercero, Quinn era el primer chico con quien se había acostado en su vida, aunque él no estaba tan interesado en ella como ella en él. Y, después, él le había roto el corazón, porque había vuelto con su novia, la mujer con la que se había casado cinco años después.

–Entonces, ¿su mujer y sus hijos también están aquí?

–No, no tiene hijos –dijo Laurie–. Y Sarah y él… ¿cómo se apellidaba ella de soltera?

–Vizii –dijo Autumn.

–Sí, Vizii. Se divorciaron hace dos años. ¿No lo sabías?

–No, ¿cómo iba a saberlo?

No había visto nada en las redes sociales, pero Quinn nunca había estado en las redes, y ella tampoco había podido encontrar a Sarah. Bueno, en realidad, no la había buscado últimamente.

–No he vuelto a verlo desde que trabajó de socorrista en la playa, después de su primer año de escuela preuniversitaria, cuando me salvó de que me ahogara.

Autumn no añadió que lo había fingido todo solo para llamar la atención de Quinn. En aquel momento, se sintió mortificada por lo evidente que debió de resultar para él.

–Me extraña que no te llegara el cotilleo –dijo Laurie–. Hubo una temporada que aquí no se hablaba de otra cosa.

Pero ¿quién iba a decírselo a ella? Su madre no era aficionada a los chismorreos, lo cual era irónico, teniendo en cuenta que había vivido tanto tiempo en Sable Beach, donde hablar de sus amigos y vecinos era el deporte local.

–¿Y por qué fue tan sonado su divorcio? –preguntó.

Además de ser uno de los chicos más célebres del instituto, Quinn era guapo, atlético y estudioso, el primero de su clase y, sin duda, uno de los mejores de Sable Beach. Sin embargo, el divorcio era algo común, y ya no llamaba tanto la atención. Y Quinn tenía treinta y nueve años. Llevaba viviendo lejos de allí veintiún años. ¿Por qué era tan interesante lo que había ocurrido en su vida?

Laurie señaló disimuladamente, con un gesto de la cabeza, a Taylor y a Caden. Autumn entendió que no quería hablar de aquel tema delante de los niños.

–Hubo algunas cosas… Que tu madre te lo cuente después.

–Yo quiero enterarme –protestó Caden.

–¿Por qué? Ni siquiera sabemos quién es –dijo Taylor, antes de que Autumn pudiera responder, y los hermanos se pusieron a discutir otra vez.

–No hagáis que Mimi se arrepienta de invitarnos –dijo Autumn, poniendo los ojos en blanco, para demostrar que estaba harta de aquel comportamiento.

–¿Por qué no vamos a casa para que os instaléis? –sugirió Mary–. Laurie se ha ofrecido a cerrar la tienda esta noche, así que yo puedo empezar a preparar la cena mientras deshacéis las maletas.

–Claro –dijo Autumn.

Cuando Caden y Taylor fueran a la playa, tal vez se relajaran y recuperaran la buena relación que tenían siempre en Sable Beach.

La casa de su madre estaba igual, salvo porque el panelado exterior era blanco, en lugar de verde. Le habían dado una mano de pintura y la casa tenía un aspecto limpio, estaba como nueva. Sin embargo, por mucho que le gustara aquella renovación, se sintió aliviada al ver que lo demás no había cambiado. Ir a ver a su madre era como volver atrás en el tiempo, y no mucha gente podía sentir eso después de veinte años.

Como era una casa pequeña, Caden tenía que dormir en el sofá, y Taylor ocupó la antigua habitación de su madre, que estaba al lado de la de Mary. Los tres iban a compartir el mismo baño al final del pasillo.

Autumn dormiría en un estudio separado que estaba encima del garaje, que tenía una habitación y un baño, gracias a Nick. Como él casi siempre tenía que trabajar cuando ella llevaba a los niños, solo podía quedarse unos días en Sable Beach. Por ese motivo habían tenido algunas discusiones, así que ella había accedido a que tuvieran un espacio propio cuando él fuera a casa de su madre. Había pensado que, de ese modo, Nick accedería a acompañarlos más a menudo, o que se quedaría más tiempo. Al final, no había habido ninguna diferencia, pero él había sido quien había contratado a un arquitecto para que terminara la parte superior del garaje. Ella se había encargado de elegir los acabados y los colores.

Después de dejar a los niños con su madre en la casa, subió las escaleras del apartamento y sintió una gran melancolía. Era extraño saber que Nick no iba a ir de visita durante aquellos meses. Algunas veces, se sentía perdida sin él.

–¿Dónde estás? –susurró, mientras recorría la habitación, tocando las cosas que él había tocado.

Había ido a pasar allí las Navidades, sin él, pero Taylor y ella habían compartido la habitación de la casa. Eso podían hacerlo durante una semana, pero no durante tres meses. Se detuvo delante de la cómoda, donde su madre había puesto una foto de su familia.

Ella sabía que su marido estaba involucrándose en algo secreto, que un amigo suyo que trabajaba en el FBI lo había reclutado por sus conocimientos sobre Ucrania. Nick era hijo de inmigrantes ucranianos y hablaba el idioma, conocía las costumbres y aún tenía algunos familiares en aquel país. Por eso, era una persona muy útil en una región del mundo cada vez más convulsa.

Aunque él no había podido decirle exactamente qué estaba haciendo para el gobierno, ella supuso que estaba trabajando en la lucha contra el terrorismo, seguramente, intentando infiltrarse en grupos radicales. Ella había leído que, algunas veces, el FBI contrataba a civiles que tenían una especial habilidad con los ordenadores o algún conocimiento específico. Tal vez Nick se hubiera convertido en espía en toda regla y quien estuviese al otro lado hubiera descubierto su misión.

El FBI aseguraba que no lo habían enviado a Ucrania, pero ella había descubierto que Nick se había ido a Kiev justo antes de desaparecer, y no sabía por qué habría ido hasta allí de no ser por petición de la agencia. Si solo hubiera querido ir a ver a sus tíos y primos, se lo habría contado a ella. Además, su familia ucraniana decía que no había tenido ninguna noticia suya. Ella había atravesado el mundo para entrevistarse con ellos cara a cara, aunque no había conseguido nada con aquel viaje.

Puso la maleta sobre la cama. Estaba sacando la ropa cuando llegó su madre.

–A los niños les gustaría ir a la playa antes de cenar, pero les he dicho que preferiría que no fueran solos.

–Mamá, tienen dieciséis y diecisiete años. Los niños van solos a la playa todo el tiempo.

–De todos modos, a mí no me importa ir con ellos.

Aquella era la forma de su madre de decirle que tenía miedo, que no iban a estar seguros y que sentía la necesidad de vigilarlos. Su madre siempre había sido excesivamente protectora.

Sin embargo, ella no le dijo nada. ¿Qué daño podía hacer que Mimi acompañara a los niños a la playa?

–De acuerdo –dijo.

–¿Quieres que te esperemos para ir?

–No, os alcanzo dentro de unos minutos.

Su madre asintió y se dio la vuelta para irse, pero se detuvo antes de comenzar a bajar los escalones.

–No puede ser fácil para ti quedarte aquí, sabiendo que Nick no va a venir. ¿No preferirías quedarte con nosotros en casa, como hicimos en Navidad?

A no ser que Nick apareciera, tendría que enfrentarse a ello en algún momento, ¿no? Así que podía ser ahora.

–No. Taylor y yo necesitamos nuestro espacio.

–Si estás segura…

–¿Mamá?

–¿Sí?

–Antes de irte, cuéntame a qué se refería Laurie en la librería.

–¿Sobre qué?

–Sobre Quinn y Sarah.

–Ah. Bueno, nadie sabe qué ocurrió exactamente –dijo su madre.

–Debe de haber habido una historia circulando –respondió Autumn.

Y ella estaba deseando concentrarse en otra cosa, aparte de pensar en sus problemas, para variar. Estaba viendo las botas de agua de Nick en un rincón del dormitorio, y sabía que llegaría un momento, en un futuro no muy lejano, en que tendría que tomar la difícil decisión de qué hacer con ellas. Ni siquiera podía imaginárselo. Además, tenía toda una casa de Tampa llena de pertenencias de Nick y, si él no volvía, también tendría que decidir qué hacer con todo aquello. ¿Debería meterlo en cajas y guardarlo, o seguir esperando obstinadamente? Y, de ser así, ¿cuánto tiempo?

Parecía que su madre era tan reacia como siempre a repetir chismes, pero debió de entender que lo que le había pasado a Quinn podía ser una buena distracción, porque, finalmente, cedió.

–Sarah decía que él tenía una aventura, y eso le provocó un ataque de celos. Lo apuñaló.

Eso no era lo que se esperaba Autumn.

–¿Has dicho que lo apuñaló?

–Sí, eso me temo.

–Pero… no murió, ¿no? Laurie ha dicho que está aquí, ayudando a su padre en el restaurante.

–No le dañó ningún órgano vital, gracias a Dios. Pero me enteré de que se había pasado bastantes días en el hospital, porque las heridas tampoco eran superficiales.

Autumn dio un pequeño silbido al imaginarse en lo terrible que debía de haber sido su matrimonio para que sucediera algo así.

–Yo pensaba que eran felices. Salieron juntos durante mucho tiempo antes de casarse, así que debían de conocerse bien –dijo, y se sentó en la cama, al lado de su maleta–. ¿Reconoció Quinn que había sido infiel?

–No, que yo sepa.

–¿Y tú crees que lo fue?

–No me sorprendería. Si ella reaccionó tan violentamente, debía de tener un motivo.

Mary nunca le concedía el beneficio de la duda a ningún hombre. Autumn ya se había dado cuenta de eso, y suponía que la culpa era de su padre. Aunque Mary se negaba a hablar del pasado y se ponía rígida en cuanto ella mencionaba a su padre, había ocasiones, cada vez con más frecuencia, en las que se preguntaba quién era y cómo era. Antes de que Nick despareciera, le había dicho a su madre que tenía la tentación de buscarlo, pero Mary se había quedado tan horrorizada, que había descartado la idea.

Sin embargo, volvía a pensarlo. Hoy día, con solo hacerse un análisis de ADN podía conseguir mucha información. Y tenía la sensación de que debería llenar esos espacios en blanco.

Pero no le gustaba nada proceder a espaldas de su madre. Le debía a Mary un grado de lealtad por haber sido la madre que siempre había estado a su lado.

Cuando terminó de deshacer la maleta, la guardó en el armario, tratando de no fijarse en el equipo de buceo de Nick, que también estaba allí. Se puso un bañador, un vestido y unas sandalias, tomó la bolsa de la playa y comenzó a bajar las escaleras. Entonces, tuvo una llamada de teléfono. Miró la pantalla del móvil y comprobó, con sorpresa, que se trataba de Lyaksandro Olynyk, el detective privado ucraniano a quien había contratado para que buscara a Nick.

En aquella otra parte del mundo había siete horas menos. ¿Por qué iba a llamarla en mitad de la noche?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Taylor se tumbó sobre la toalla. Era tarde, así que en la playa no hacía tanto calor como le hubiera gustado, pero estaba feliz de haber salido de Florida, de tener un respiro de su vida normal. Estaba cansada de ser la chica cuyo padre había desaparecido. De cómo se comportaba todo el mundo por ello. De ver a su madre aparecer en uno de los partidos de voleibol del instituto con unas ojeras profundas y con la mente a miles de kilómetros de allí. Cansada de las discusiones constantes con su hermano, porque, de repente, ya no se llevaban bien. Cansada de todo. Haber perdido a su padre ya era lo suficientemente malo.

Lo único que quería era escapar, ser otra persona durante un tiempo. Gracias a Dios, su madre había accedido a ir pasar el verano a Sable Beach, a casa de Mimi. Sable Beach era mejor que Tampa. Para empezar, allí podía respirar. El pueblo no era tan pequeño como para ser totalmente invisible, pero la mayor parte de la gente la conocía solo como la hija de Autumn o la nieta de Mary, así que podía ocultarse tras ellas casi todo el tiempo. Y, si ellas no estaban presentes, podía soportar un poco de interacción social de vez en cuando. Le costaba mucho sonreír, levantarse e ir al colegio todos los días. Fingir que le interesaban las conversaciones y lo que ocurría en el instituto.

Ahora, podía ahorrar todas sus energías para fingir delante de la familia.

Antes de marcharse, sus amigos le habían dicho que seguramente iba a aburrirse y a pedir que la dejaran volver a casa. Lo decían en broma, pero ella esperaba que tuvieran razón. A lo mejor si se aburría de verdad, sería capaz de volver a Florida a finales de verano. De lo contrario, iba a decirle a su madre que quería quedarse a terminar el instituto en Sable Beach, con Mimi. No quería hacerle daño a su madre, pero parecía que ya no podía relacionarse con nadie. Tenía que escapar de aquellos últimos dieciocho meses.

Sonó su teléfono, pero no contestó a la llamada. No quería saber nada de sus amigas, que se preocupaban de cosas que a ella le parecían tonterías. Había desaparecido un hombre, marido, padre y buen abogado. ¿Era posible que la vida continuara como si no hubiera pasado nada? ¿Acaso no veían que su padre se había llevado una parte enorme de ella consigo?

Caden se inclinó hacia ella desde el otro lado de Mimi, que estaba sentada entre los dos.

–¿No lo oyes? –le preguntó, con una evidente irritación.

En vez de reconocer que había oído la llamada de teléfono, porque, en ese caso, le preguntarían por qué no había respondido, se limitó a tomar el móvil y a mirar la pantalla.

Era de Danielle Kent, su mejor amiga. La llamada fue seguida de un mensaje de texto.

¡Responde al teléfono! No te vas a creer a quién acabo de ver en el centro comercial. A Oliver Hancock.

No quería hablar sobre Oliver. Danielle, y sus otras amigas, también, suponían que a ella le gustaba. Y, seguramente, Oliver también lo pensaba, porque se había acostado con él en una fiesta, hacía dos semanas. Sin embargo, para ella no tenía ningún significado. Solo lo había hecho para tratar de sentir algo.

Pero aquella noche no había servido de nada. No había sentido nada ni siquiera cuando estaba con él. Se había quedado entumecida, mirando al techo, deseando que él se diera prisa y terminara. Aunque se había dado cuenta, vagamente, de que no usaban preservativo, tampoco había hecho nada al respecto, porque no conseguía que le importara. Ahora, sin embargo, se preocupaba por las posibles consecuencias.

Ahora no puedo hablar. ¿Qué te ha dicho?, respondió, tan solo porque sabía que Danielle esperaba que lo hiciera.

¡Quería que le diera tu número!

Taylor se encogió.

¿Y se lo has dado?

Sí.

–Mierda –murmuró.

–¿Ocurre algo, cariño?

Mimi llevaba un vestido de playa largo, de color turquesa, y unas sandalias. A Taylor, su abuela siempre le había parecido bella, etérea, casi intocable. Tenía el pelo plateado, los ojos azul claro y ligeramente inclinados hacia arriba, los pómulos altos… podría haber sido modelo. Era la más guapa de las abuelas de todos sus amigos, aunque también era la más joven. Había tenido a su madre con solo dieciséis años.

Taylor no quería pensar que pudiera seguir los pasos de su abuela y tener un bebé tan joven. Debería haber tenido más cuidado.

–No, nada.

¿Para qué iba a decir que sí? ¿Por dónde podía empezar a explicarse?

Ahí era donde tenía que empezar a fingir.

Caden se puso en pie, la miró y señaló al agua con la cabeza.

–¿Vienes a bañarte?

Ella sabía que, en parte, el motivo de que su hermano y ella estuvieran discutiendo tan a menudo era que ella se había alejado de él. Pero no podía evitarlo. Estaba sufriendo demasiado como para esforzarse más.

–No.

Se dio cuenta de que se quedaba decepcionado. Incluso Mimi la miró como si quisiera que cambiase de opinión. Así que cedió.

–Está bien. Ve tú, ahora mismo te sigo.

Mientras Caden iba corriendo hacia la orilla y se tiraba al agua, Mimi y ella lo observaron.

–¿Estás emocionada por tu último año de instituto? –le preguntó su abuela.

Taylor apagó el teléfono y lo metió en su bolsa. No quería que lo tocaran su madre ni su abuela y, menos, Caden, si por algún motivo salía antes que ella del agua. Si se enterara de lo que había hecho con Oliver, que había sido su mejor amigo, se disgustaría. Ella estaba disgustada consigo misma, puesto que no sentía atracción por él.

–Sí –le respondió a su abuela, aunque era mentira–. Estoy deseando empezar.

–¿A qué universidad te gustaría ir?

Sus notas habían bajado tanto que no estaba segura de si iba a conseguir plaza en alguna escuela preuniversitaria, aunque había sacado muy buenas notas en el examen de selectividad, y eso podía salvarla. Siempre y cuando, claro, que no surgiera otro obstáculo como, por ejemplo, un embarazo. Ojalá supiera cuándo debía tener la menstruación, pero no había prestado mucha atención a las fechas. Desde que había roto con su novio, justo antes de Navidad, y había dejado de tomar la píldora, no había tenido motivos para hacerlo.

–Mamá me ha dicho que Old Dominion está solo a dos horas y media de aquí. Si voy a estudiar allí, podré venir en coche a verte cuando tenga tiempo.

–Me encantaría –dijo Mimi–. Sería genial que Caden también eligiera Old Dominion.

Taylor se puso en pie y se sacudió la arena de las piernas.

–Él espera conseguir una beca de waterpolo, así que no creo que vayamos a la misma universidad.

Ese era otro motivo por el que se estaba distanciando de su hermano.

Iban a separarse pronto, y no podía enfrentarse a otra pérdida, necesitaba estar más preparada para la siguiente.

–Ah –dijo Mimi, y las pulseras que llevaba tintinearon cuando alzó la mano para protegerse los ojos del sol–. ¿Cómo está tu madre?

Por el tono de voz de su abuela, se dio cuenta de que no era una pregunta despreocupada.

–No sé qué decirte. No nos dice cómo se siente.

–Porque no quiere haceros sufrir más –dijo Mimi, que siempre defendía a su hija.

Caden salió a la superficie, se echó el pelo hacia atrás y volvió a sumergirse.

–Creo que mamá ha decidido que papá no va a volver –reconoció.

Mary pestañeó varias veces antes de responder.

–¿Y tú? ¿Crees que podría volver?

De repente, ella sintió una opresión muy fuerte en el pecho.

–No –respondió, y salió corriendo hacia el agua.

 

 

El señor Olynyk tenía un acento muy fuerte, y a Autumn le costaba entenderlo. Había hablado muchas veces con él desde que lo había contratado, hacía un año, antes de ir a Ucrania, pero hacía muchos meses que él no le daba ninguna información significativa. Aunque él decía que trabajaba con varios contactos dentro del Servicio de Seguridad de Ucrania, ella sospechaba que ya había hecho todo lo que podía hacer. Mucha gente, tanto de agencias gubernamentales como de foros de internet que había visitado para buscar ayuda, le había advertido que era muy vulnerable en aquellos momentos, y que para una persona sin escrúpulos sería muy fácil aprovecharse de ella. Ahora que ya no estaba en aquel país, se sentía muy desconectada, muy indefensa. Pero no era capaz de volver. Había sido muy difícil separarse de los niños, que habían tenido que quedarse cada uno en casa de un amigo para poder seguir con el colegio. Habían sido tres semanas interminables y no había conseguido nada. Solo había conseguido conocer al señor Olynyk y pasar algo de tiempo con él. Sin embargo, eso no la había librado del insomnio. Pasaba las noches en vela, imaginándose que el detective había descubierto que Nick había muerto hacía meses, pero había decidido no decirle nada.

Mientras, no podía decirles a sus hijos lo que le había ocurrido a su padre, ni podía repatriar el cuerpo de Nick para enterrarlo y saber que había hecho todo lo posible. Aunque esperaba que siguiera vivo y volviera a su lado, si lo hallaban muerto, al menos podría liberarse de todas aquellas preguntas que la estaban volviendo loca. El hecho de no saber cuándo podía dejarlo, cuando había cumplido con su deber, era una de las peores cosas por las que estaba pasando.

–¿Podría repetírmelo, por favor? –le pidió a Olynyk, cuando él mencionó algo sobre la región de Donetsk, que estaba dominada por los separatistas.

–Un amigo del hombre de quien le hablé la última vez, Ananiy Jushnir, reconoció la fotografía de su esposo. Cree que lo vio.

–¿Cuándo?

–Hace muchos meses. Nick estaba en compañía de los rebeldes.

–Cree usted que fue a su país para infiltrarse entre los separatistas.

Era una teoría que habían mencionado más veces, pero nunca habían encontrado ninguna prueba.

–Posiblemente.

¿Y la había llamado a medianoche solo para decirle eso?

–¿Quiere que continúe?

Lo que le estaba preguntando era si iba a seguir pagándole. ¿Debería continuar?, se preguntó ella. ¿Estaría tras una pista verdadera, o le estaba hablando de un amigo ficticio?

–¿Qué puede haberle ocurrido? –preguntó, por enésima vez.

–Puede que esté trabajando en algún sitio. Estoy buscando, pero es muy peligroso. El gobierno ruso envía muchos grupos de sabotaje. Lo entiende, ¿verdad? ¿Se dice «sabotaje»?

–Sí, sí. Entiendo lo que dice.

–Estos grupos trabajan de forma… independiente. Son muy peligrosos. Tal vez… a ellos no les gustara su marido.

–¿Me está sugiriendo que tal vez Nick se convirtiese en objetivo de alguno de esos grupos rusos?

–Podría ser. Si lo catalogaron como enemigo, pudieron hacer cualquier cosa.

–¿Puedo preguntarle una cosa? –dijo ella, agarrando con fuerza el teléfono.

–Por supuesto.

–En su opinión… ¿cree que Nick está muerto?

Él vaciló, pero dijo:

–Creo que… sí. De lo contrario, lo habría encontrado hacía mucho tiempo.

Una cosa era que ella dijera que, seguramente, Nick estaba muerto. Otra cosa muy distinta era escucharlo de una persona que conocía mucho mejor que ella la zona y la situación. Aquella respuesta le pareció completamente sincera, tanto, que se sintió culpable por haber desconfiado de Olynyk. Tal vez, ella no le había hecho las preguntas adecuadas.

–¿Dónde puede estar su cadáver?

–En cualquier parte. Pero ¿quiere que siga buscando?

Ella cerró los ojos con fuerza y echó la cabeza hacia atrás. ¿Ahora iban a buscar un cuerpo?

Dios… ¿qué debía hacer?

Mientras trataba de decidirlo, se le caían las lágrimas por las mejillas hasta el pelo. Había llegado al final del camino. Era el momento de abandonar, por muy difícil que le resultara renunciar a la búsqueda de Nick.

Pensó en las botas de lluvia que había en el armario. Al pensar que él no iba a volver a ponérselas, le resultó muy difícil hablar.

–Voy a enviarle dos mil dólares más. Con eso, debería usted poder seguir investigando hasta junio. Pero si entonces no puede darme pistas más concretas, algo que me demuestre que está en el buen camino, habremos terminado. ¿Lo entiende?

–Tak.

Después de dieciocho meses, había aprendido algo de ucraniano, lo suficiente como para saber que significaba «sí». También sabía dar las gracias:

–Dyakuyu tobi.

–Nemae problem.

Después de colgar, Autumn cabeceó, pero alguien llamó de nuevo, antes de que pudiera bajar las escaleras. Era su madre.

–¿Vas a venir? –le preguntó Mary.

–Sí. Ahora mismo voy.

 

 

Después de hablar con su hija, Mary se inclinó hacia atrás y sintió que la arena cedía suavemente bajo las palmas de sus manos mientras observaba a sus nietos, que estaban bañándose entre las olas. Adoraba aquella pequeña parte del mundo. Sable Beach le había proporcionado paz y seguridad. Casi todas las noches daba un paseo para ver el mar y se sentía reconfortada con su belleza y su constancia. Era como una madre para ella, más de lo que nunca hubiera sido su verdadera madre.

Le encantaba ver a las gaviotas, que descendían en picado y aterrizaban en la playa, y la observaban con tanta curiosidad como la que ella sentía. Había una gaviota a la que le faltaba un ojo, que visitaba con frecuencia la playa, ladeaba la cabeza y la miraba fijamente, pero nunca se acercaba tanto como las demás. Se sentía extrañamente unida a ella. Aunque sus cicatrices eran menos visibles, también las tenía. Ambas se aferraban al refugio que les ofrecía Sable Beach, y ninguna de las dos estaba dispuesta a confiar demasiado.

¿Duraría la paz que había encontrado allí, o estaba a punto de cambiar todo?

Se había sentido segura con su secreto durante mucho tiempo. Sin embargo, Autumn había demostrado interés por encontrar a su padre, justo antes de que Nick desapareciera y, con los avances tecnológicos, las pruebas de ADN eran muy fáciles de realizar. Eso la ponía nerviosa. Sentía la misma angustia que al principio, cuando siempre se preguntaba qué podría alcanzarla sigilosamente por la espalda.

Hacía dos semanas, Taylor había mencionado algo que le daba a entender que Autumn había hablado otra vez de su padre. Ella recordaba perfectamente las palabras y el tono de voz de su nieta:

–Creo que a mamá le molesta no saber más sobre la familia de su padre.

Ella había respondido que tampoco sabía nada, pero sentía que aquello era un mal presagio. El tema volvería a surgir, seguramente, aquel mismo verano. Quería seguir con su historia, pero sabía que no iba a conseguirlo si Autumn pedía una prueba de ADN, seguía el rastro de su padre y demostraba que ella era una mentirosa.

¿Y si le decía la verdad? ¿Qué haría Autumn con aquella información? Ella temía que su hija llegara a personas con las que no quería que tuviera ningún contacto y que, además, no quería que volvieran a formar parte de su vida bajo ningún concepto. Con solo pensarlo, estuvo a punto de alzar el puño hacia el cielo y gritar: «¡Sobre mi cadáver!». Lo que le había permitido superar aquellos horribles años había sido su carácter luchador.

Sin embargo, a pesar de todo lo que había hecho para proteger a Autumn y crear una vida nueva para ellas dos, y a pesar de todo lo que pudiera hacer para evitar que el pasado las alcanzara, al final, tal vez no estuviera en su mano evitarlo. Los secretos siempre salían a la luz.

–¡Aquí estás!

Mary se volvió y vio a su hija acercándose.

–Taylor y Caden se lo están pasando bien –le dijo, cuando Autumn dejó la bolsa en la arena.

Algunas veces, se maravillaba de las cosas sin importancia que salían de su boca, con todo lo que en realidad tenía en la cabeza.

Autumn se ajustó las gafas de sol en la nariz y se giró para mirar a sus hijos.

–Vaya, por una vez no están discutiendo –dijo.

Colocó la toalla en la arena y se sentó.

–Siento haber tardado tanto en venir. Me ha llamado el detective privado de Ucrania.

–¿Tenía alguna novedad?

–En realidad, no. Más de lo mismo. Ha dado con alguien que tal vez vio a Nick hace unos meses. Quiere más fotos para enseñárselas a un contacto u otro. A un amigo del gobierno, que tal vez pueda ayudar. Ha conseguido ponerse en contacto con una persona de la que me habló la última vez, así que, por lo menos, podemos tachar otra pista de la lista. Es lo de siempre.

Mary se dio cuenta de que estaba muy desanimada.

–Bueno, supongo que tiene que ser muy metódico.

–Sí, es cierto, pero ha pasado mucho tiempo. No sé si este detective está consiguiendo algo, en realidad.

–¿Y quién puede saberlo? –preguntó ella.

Le resultaba muy difícil ver sufrir a su hija. Autumn llevaba tanto tiempo intentando encontrar a Nick, que a ella le resultaba difícil alcanzarla. Siempre estaba despierta, noche y día, navegando por internet o hablando por teléfono, intentando conseguir más información y presionando al gobierno para que la ayudara, hablando con gente que tuviera poder, haciendo circular la fotografía de Nick en diferentes grupos de Ucrania, tratando de encontrar a alguien en aquel país que fuera capaz de investigar su desaparición y estuviera dispuesto a hacerlo. A ella le aterrorizaba que aquellos esfuerzos de Autumn llamaran la atención de personas peligrosas. ¿Y si Nick se había infiltrado en un grupo terrorista y ellos decidían acabar con Autumn para que no siguiera buscándolo y les creara problemas?

Cuando Mary le habló a Laurie de aquello, Laurie le dijo que no debía dar rienda suelta a su imaginación. La posibilidad de que ocurriera algo tan terrible era una entre un millón.

Pero a Mary no le importaba que las posibilidades fueran remotas. También era muy improbable que sucediera lo que le había ocurrido a ella, y le había ocurrido.

–¿Confías en él? –le preguntó a su hija.

–Al principio, sí. Él fue quien me dio aquella fotografía borrosa que había hecho una cámara de seguridad del aeropuerto de Kiev, ¿te acuerdas? Por eso sé que Nick tomó un avión y aterrizó en Ucrania.

Sí, se acordaba. Autumn le había dado mucha importancia a aquella imagen, había exigido explicaciones al FBI en las redes sociales, había declarado que estaban intentando ocultar la desaparición de su marido. Al final, el contacto de su marido en el buró había reconocido que Nick estaba haciendo trabajos de poca importancia para ellos, pero solo online. Querían que aceptara que se había ido a Ucrania motu proprio y que se callara, pero ella seguía diciendo que no podía creer que su marido hubiera salido del país sin decírselo.

–¿No se puede hacer nada más para seguir el rastro del teléfono de Autumn? –le preguntó a su hija–. Sé que ya te lo he preguntado, pero ahora pueden hacer muchas más cosas que hace un año. Lo veo todo el tiempo en los programas de investigación de la televisión.

–Deberían haber obtenido más información de su móvil. Si hubiera sido un modelo más antiguo, habrían podido sacar los mensajes de texto, porque habría tenido un chip que se habría activado cada diez minutos para recuperar la información de texto, aunque no las llamadas. Y yo habría tenido alguna oportunidad.

–Pero él no tenía un modelo más antiguo.

–No. Siempre tenía el último modelo, el mejor. Le encanta… Le encantaba la tecnología.

–Pero la mayoría de la gente tiene nueva tecnología en estos tiempos. Y he leído que la Agencia de Seguridad Nacional puede seguir el rastro de un móvil incluso cuando está apagado.

–Los teléfonos nuevos tienen una carcasa de cuerpo hermético de los que no se puede sacar la batería. Y, si tiene batería, se puede seguir el rastro de un móvil incluso si está apagado –dijo Autumn–. Pero solo si está infectado con troyanos. Según toda la información que he encontrado, así es como lo hace la Agencia de Seguridad Nacional. De todos modos, yo lo he intentado. No puedo hacer nada más con respecto a su móvil. Y Olynyk me dio la última información relevante hace un año. De todos modos, sigo pagándole.

–Porque tienes la esperanza de que encuentre un hilo que te permita desentrañar todo el misterio.

Autumn se mordió un labio.

Sí. Pero… ¿no debería dedicar a los niños toda mi atención? ¿Y no estaré gastando el dinero en un sueño que nunca se hará realidad? Necesito saber si debo seguir buscando.

Mary percibió su tono de angustia.

–Ojalá pudiera responderte a eso, pero solo lo puedes decidir tú.

Autumn se ajustó las gafas. Aunque el sol ya no brillaba tanto a aquellas horas de la tarde, su hija debía de sentirse más segura detrás de las lentes.

–Le he dicho a Olynyk que siguiera investigando durante este mes. Después, lo dejo. No puedo permitir que la desaparición de Nick siga destruyendo a mi familia.

–Has hecho todo lo que podías. Has trabajado noche y día, has seguido todas las pistas y te has gastado una fortuna.

–Sí, pero ¿ha sido suficiente? Siempre hay algo más que podría hacer, pero no creo que merezca la pena la inversión de tiempo, ira y dinero. Y mis hijos se merecen tener, por lo menos, la presencia de uno de sus padres. En este punto, me parece que continuar con la búsqueda es casi algo… egoísta. Es como si solo estuviera intentando consolarme y paliar mi necesidad de obtener respuestas, por encima de la obligación de hacer lo mejor para ellos.

Mary observó a su hija. Tenía los ojos castaños, dorados, y el pelo largo y oscuro, herencia de su padre. La forma ovalada de su rostro y sus pómulos altos eran herencia de ella, como su complexión delgada. Era más delicada que sus hijos; Taylor y Caden tenían el mismo color de ojos y de pelo que su madre, pero, también la misma expresión seria y la complexión fuerte de su padre.

–¿Qué crees que querría Nick que hicieras tú?

Autumn flexionó las rodillas y se las abrazó, y apoyó la barbilla en ellas. Se quedó mirando a sus hijos, que seguían en el agua.

–Querría que cuidara de los niños. En eso era muy generoso.

–¿Pero?

–Pero… ¿y si sigue vivo? ¿Y si me estoy rindiendo solo unas semanas antes de lo que debiera? ¿Y si sigo buscando y lo encuentro? Esas posibilidades me vuelven loca.

Mary se alisó el vestido para ganar un momento y poder pensar cuál era la mejor forma de decir lo que quería decir.

–No puedo decirte qué sentiría Nick –reconoció–, pero puedo decirte lo que sentiría yo si fuera él.

–¿Cómo?

–No querría que estuvieras triste, que te sintieras sola ni arrepentida. Querría que te levantaras y recuperaras tu vida, que disfrutaras cada momento. Y quería que estuvieras siempre disponible para Taylor y Caden.

A Autumn se le cayó una lágrima que se deslizó por debajo de sus gafas. Se la enjugó con impaciencia y dijo:

–Gracias, mamá. Me alegro de haber venido.

Mary sonrió a la persona que había sido, una vez, su único motivo para seguir viviendo.

–Y yo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

¿Va todo bien?

¿Nick? ¿Estás ahí? ¿Puedes contestarme?

Por favor, cariño. Me voy a volver loca. Contéstame.

¿En serio? ¿Ni siquiera puedes decirme que estás bien?

¿Qué ocurre?

¿Qué les digo a los niños? Me están preguntando por ti, ellos tampoco dan contigo.

¡Esto no puede ser verdad! ¿Dónde estás?

Autumn no podía dormir. Se había sentado en el alféizar de la ventana del estudio y estaba revisando los mensajes que le había enviado a Nick hacía seis meses. Habían empezado amistosamente, se habían convertido en algo frenético, después, lleno de enfado y, al final, desesperado. El último mensaje había sido:

¡Por favor, cariño! No puedo vivir sin ti.

Pero sí que estaba viviendo sin él. No le quedaba más remedio.

Suspiró. No importaba qué mensajes enviara. Ninguno había obtenido respuesta, y habían sido cientos de ellos.

«Cabrón», le escribió al contacto del FBI. Esperaba que Richard Jenkins se despertara en medio de la noche al ver encenderse el teléfono. Se lo merecía. Sabía más de lo que le había dicho a ella, estaba segura. El FBI le había pedido a su marido que hiciera algo y la misión había fracasado terriblemente, y aquellos que habían enviado a Nick a Ucrania temían las responsabilidades. No creía que supieran exactamente dónde estaba él, pero creía que podrían haberle dado información, al menos, al principio, que la habría ayudado en la búsqueda, y el resultado podía haber sido muy distinto.

Como no vio ninguna señal de que hubieran recibido su mensaje, pensó que Richard estaba dormido, tan despreocupado como siempre.

–Psicópata –murmuró, y tiró el teléfono al cojín que tenía al lado.

Ni siquiera por la mañana iba a recibir una contestación suya. Había cortado la comunicación con ella hacía varios meses.

Para dejar de pensar en Nick, tomó su ordenador portátil. Tenía curiosidad por Quinn y Sarah Vanderbilt, y quería investigar. Le había sorprendido mucho que él hubiera tenido aquel tipo de problema y, aunque fuera algo mezquino, al pensar en los problemas de otros se sentía menos sola con su sufrimiento.

Quinn y Sarah vivían en el estado de Nueva York, y él era ingeniero de caminos. Como algunas zonas de la parte norte del estado de Nueva York eran rurales, tal vez el apuñalamiento había sido un suceso digno de ser publicado en la prensa local.

A los pocos minutos de empezar a buscar, encontró un artículo corto en The Villager, el periódico oficial de Ellicottville, con fecha de dos años antes.

 

Apuñala a su marido por una supuesta infidelidad.

Anoche, la policía acudió al domicilio de Quinn y Sarah Vanderbilt, en Longwood Drive, donde encontraron a Quinn Vanderbilt, un varón de treinta años, con múltiples heridas de arma blanca. Fue trasladado en ambulancia al Hospital General de Olean, donde fue atendido de urgencia.

La portavoz del hospital informó de que se encuentra estable y se espera su recuperación. La señora Vanderbilt no estaba ya en la escena cuando llegó la policía, pero uno de los agentes la encontró en casa de unos vecinos. Al preguntarle por qué había apuñalado a su marido, ella respondió que él mantenía una aventura con otra mujer.

La señora Vanderbilt deberá comparecer el viernes ante el juez. Su abogado no estaba disponible para hacer declaraciones a este periódico a la hora del cierre.

 

Autumn consultó algunos resultados más y encontró otro artículo, más corto y de tres días después, en el mismo periódico.

 

La mujer que apuñaló a su esposo comparece ante el juez.

Sarah Vanderbilt va a ser acusada de intento de asesinato por el apuñalamiento de su marido, Quinn Vanderbilt, que fue ingresado en el Hospital General Olean hace tres días. El señor Vanderbilt fue dado de alta, pero aún no ha realizado ninguna declaración.

Katherine Wilson, una vecina, ha declarado que la señora Vanderbilt apareció en su casa con un cuchillo de cocina lleno de sangre, gritando que su marido ya no la quería. «Dijo que prefería verlo muerto a perderlo por otra mujer», ha declarado la señora Wilson.

Se espera que la señora Vanderbilt se declare no culpable. Si el veredicto es de culpabilidad, puede ser condenada a veinte años de cárcel.

 

–¿Veinte años? Vaya –murmuró Autumn, y suspiró. Siguió buscando y encontró otro artículo, escrito un año más tarde.

 

Vanderbilt, condenada a diez años de cárcel.

Sarah Vanderbilt ha recibido hoy una condena de diez años de cárcel por el intento de asesinato de su marido, Quinn Vanderbilt. La defensa pidió que fuera declarada no culpable debido a una situación de locura transitoria, pero la fiscalía contaba con varios testigos que declararon que era perfectamente consciente de sus actos.

El jurado tardó solo tres horas en declararla culpable.

Quinn Vanderbilt asistió al juicio, pero se negó a testificar contra su exesposa. Le pidió al juez que fuera benevolente con su mujer a la hora de dictar sentencia, puesto que Sarah necesitaba ayuda psicológica.

Sarah Vanderbilt lloró mientras su exesposo leía la declaración que llevaba preparada. Dijo, en voz alta: «Siempre te querré», mientras él abandonaba la sala.

El juez la condenó a diez años de cárcel.