Una maestra republicana: El viejo futuro de Julia Vigre - Sonsoles San Román - E-Book

Una maestra republicana: El viejo futuro de Julia Vigre E-Book

Sonsoles San Román

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Beschreibung

Julia Vigre es una involuntaria protagonista de la historia que ha vivido los cambios sociales más importantes del siglo xx en España, desde la Segunda República hasta su muerte en 2008. Este libro es más que una biografía, en él se narra con rigor y detalle cómo lo viejo, el pasado de Julia, los ideales por los que luchó, volvieron para hacerse futuro. Como muchas maestras de la República que quedaron en España, fue depurada de la Escuela pública en 1939. Sin embargo, desempeñó una labor muy importante de alfabetización. Julia nunca dejó de ejercer como maestra; maestra de adultas en las cárceles en los dos períodos en los que fue encarcelada de 1939 a 1943 y de 1945 a 1947; maestra en la escuela pública durante la Guerra y desde 1961 hasta su jubilación. Nacida en 1916, pertenece a la primera generación de mujeres que gozó de los derechos sociales políticos y civiles que concedió la II República; fue también la primera que perdió todo lo que vivió en su juventud. Su vida es una lucha encarnizada, con años de cárcel y de silencio. Asumió como natural la coeducación, el laicismo, la participación de la mujer en el campo profesional, o la igualdad de género, algo que hoy consideramos normal, pero a lo que maestras como Julia dedicaron su vida y por lo que fueron castigadas.

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PAPELES DEL TIEMPO

www.machadolibros.com

UNA MAESTRA REPUBLICANA: EL VIEJO FUTURO DEJULIAVIGRE(1916-2008)

Sonsoles San Román

Julia Vigre (1916-2008), una progagonista involuntaria de la historia.

PAPELES DEL TIEMPO

Número 31

Edición a cargo de Cintia Rodríguez

© Sonsoles San Román, 2015

© Machado Grupo de Distribución, S.L.

C/ Labradores, 5

Parque Empresarial Prado del Espino 

28660 Boadilla del Monte (MADRID)

[email protected]

www.machadolibros.com

ISBN: 978-84-9114-135-8

Al destino, y a quienes hicieron posible que las mujeres pudiéramos disfrutar del nuestro

A mi madre, Nelly Gago, que hizo prevalecer su criterio para que sus hijas tuvieran una profesión y una independencia económica

Julia con su madre y su tía en 1916, al poco tiempo de nacer.
Julia con sus padres y sus hermanas, Paca y Mari, en 1921.

Índice

Agradecimientos

Prólogode Elvira Ontañón

Prólogode Salvador Giner

Presentaciónde Alfonso Vigre

Pórtico

Introducción

Primer capítulo.Educación en la infancia y juventud

Origen social e infancia

En su tiempo histórico

Al colegio

Coeducación

Una gran familia unida en solidaridad

¿Cuáles son los valores en los que se forma Julia?

Actividades lúdicas durante el domingo en la Casa de Campo

Segundo capítulo.La llegada de la Segunda República. El bienio republicano-socialista (1931-1933)

Formación académica y activismo de Julia en el contexto de reformas sociales y educativas del bienio republicano-socialista (1931-1933)

Alumna del Plan de Estudios de 1914

Reformas sociales y políticas que favorecen la actividad de Julia Vigre

El Plan Profesional de 1931: una revolución en la enseñanza

Estudiante de la Normal unificada en los dos últimos cursos (1932-33 y 1933-34)

Protagonista de los cambios pedagógicos en el sistema educativo

Poniendo en práctica las nuevas metodologías

Julia ya es una maestra republicana

La emoción del primer destino como maestra

Sensibilidad hacia los excluidos desde el ala moderada que sigue a Besteiro

Breve semblanza a Julián Besteiro

Tercer capítulo.La derecha en el poder y la Guerra Civil. Dificultades y luchas en la actividad de Julia (1934-1939)

Los obuses y el perro de Julia

Efectos de los cambios sociales en el sesgo generacional

El giro al segundo bienio (1933-1935)

Ayudando con donativos a los niños huérfanos de Asturias

Actividad e implicación en movimientos feministas

El Frente Popular y la Guerra Civil (1936-1939)

Actividad de Julia durante la guerra

Liderazgo político

La campaña por la educación en la zona republicana

Julia organiza las Colonias de Tarragona

Final de la guerra

Cuarto capítulo.El primer franquismo. Tiempos de silencio y miedo (1940-1950)

Días de miseria y estraperlo

Represión de Julia: Juicios, depuraciones y condenas

La huida frustrada: el final de una esperanza

Más represión contra Julia

Julia juzgada, denunciada y detenida. Primera detención (1939-1943)

Julia en la cárcel de Ventas

El penal de Ávila

En libertad (1943-1945)

Segunda detención (1945-1947)

Quinto capítulo.Del franquismo intermedio de los años cincuenta al asentamiento de la democracia parlamentaria

Don Eligio, el director, y don Antonio, el inspector

Fuera de la cárcel: En libertad

¿Cuál es su estado de ánimo?

Situación política y educativa que encuentra Julia al salir

La vergüenza de las maestras: Analfabetismo

Rumbo al segundo franquismo: Consumo y turismo

Protagonista del giro hacia el segundo franquismo

La generación del 56

Y llegaron los sesenta. España avanza hacia el tercer franquismo

Nuevos cambios favorecen las demandas de calidad en educación

Conseguidos los derechos de depuración: Vuelta de Julia a la escuela pública

Primer destino: Duratón (1961-1964)

Su trabajo como maestra

Promoción de la mujer

La voz de Julia se escucha de nuevo en los medios de comunicación: la radio

Nuevo destino: Cifuentes (Guadalajara, 1964-1975)

Cartas y solicitudes coincidiendo con el giro hacia el tercer franquismo

Llegaron los setenta

La llegada de la democracia

Nuestra protagonista se jubila el 7 de febrero de 1983 y el libro se termina

Anexo 1.Reconocimientos

Anexo 2.Poemas no incluidos en el libro

Bibliografía

Agradecimientos

Detrás de este libro hay muchas personas a quien debo agradecer su apoyo. Entre ellas, especialmente a Alfonso Vigre y a la historiadora Carmen Agulló. Él me ha dedicado su tiempo en entrevistas que he realizado en mi domicilio para conocer la vida de su hermana, que hace dos años era una desconocida para mí. Ella, magnífica historiadora, ha confiado en mi estilo y ha revisado el libro hoja a hoja con un apoyo y un interés que no tengo palabras para agradecer. Su ayuda para comprender el proceso de depuración al que fue sometida Julia ha sido fundamental. También a José Vidal Calatayud, otro de mis grandes apoyos, investigador en temas de filosofía política. A Alfonso Ortí, que con su generosidad y altruismo me ha hecho llegar las huellas de la historia en su generación, la del 56. Al Instituto de la Mujer, que ha financiado la dirección de dos I+D+i decisivos para dotar de rigor el testimonio oral de las generaciones de maestras desde el período de la Segunda República a 2008. A mis doctorandos, muy en especial a Sergio Moreno Robles, que ha vivido con entusiasmo el libro. A Salvador Giner y Elvira Ontañón, que lo prologan con sus valiosas experiencias. A Rafael Morales, buen poeta y buen amigo, y al grupo de investigación INSOC-20, que ha esperado pacientemente a que cerrara esta fase.

La suerte me llevó, en Comisión de Servicio durante el tiempo que escribía este libro, a la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. En el despacho que compartí con el profesor Jesús Romero y la profesora Silvina Funes, tuve charlas y apoyos importantes. Jesús ha sido para mí un descubrimiento, persona altruista que me ha dado todo su apoyo, se ha interesado por mi trabajo y ha ido leyendo un libro que, me decía, «le había enganchado». Siempre mantuvo una elegancia en las formas para darme ánimos. También a mi tío, Bernardino Gago, catedrático de Lengua y Literatura, que con tanto detalle ha leído el libro en su última fase, y al profesor Julio Carabaña, que al leerlo me hizo llegar comentarios muy constructivos para mejorarlo. A mi familia, cómo no, la más perjudicada al sentir mi ausencia, especialmente a mi hija, que respeta mi trabajo con una generosidad que tengo que agradecer.

Son muchas las personas que están detrás, pero mi fuente de inspiración, como en los libros que he escrito hasta ahora, son siempre mis alumnas y alumnos, a quienes tanto debo y que me han llenado de intereses.

Cuando empecé a escribir, cayó en manos de Cintia Rodríguez. El libro que estaba empezando le gustó mucho. Su interés y persistencia han sido razones de peso para que el libro se publique en la Editorial Antonio Machado.

Prólogo de Elvira Ontañón

El tema de este libro es de gran interés en sí mismo y en la exposición de la autora. Se trata en el texto de recordar y valorar el esfuerzo de la República por mejorar la cultura en general y, especialmente, la educación en España. El esfuerzo educativo se apoyó en las y los maestros del «Plan Profesional» que suponía un nuevo enfoque de la educación para aproximarla a los métodos y principios de la Institución Libre de Enseñanza y de la Escuela nueva europea, a veces tan semejantes. Se buscaba lograr una escuela pública laica, de calidad, para niños y niñas en régimen de coeducación para conseguir una sociedad más avanzada y más justa.

Julia Vigre se presenta como una seguidora entusiasta de los proyectos educativos de la República y del cambio social que se buscaba. En ella –a quien va dedicado el libro– convergen una serie de aspectos que cambian durante la época que le correspondió vivir, como señala la autora: cambios políticos, sociales y culturales. Julia Vigre es una mujer que aunque empezó a hacerse maestra con el plan de 1914, aprobó los Cursillos de 1936: era una maestra-cursillista republicana. No pertenecía exactamente a la considerada clase trabajadora, ya que su padre era carnicero y de ideas abiertas, como se pone de manifiesto en el apoyo que prestó a la hija, tanto en su afán por los estudios como en su militancia socialista desde muy joven. En la familia Julia no sufrió discriminación por ser mujer, pero era consciente de la situación de las mujeres en la sociedad en que vivía y se hizo feminista. Desde estas posturas –feminismo y socialismo– defendió con energía la escuela pública diseñada por la República en régimen de coeducación, que aunque existía en España desde años atrás –sobre todo en la Institución Libre de Enseñanza–, para la escuela pública era una novedad.

La trayectoria de Julia, cuya personalidad aparece bien definida en el texto: desde los primeros años de forma más literaria basada en testimonios familiares, para convertirse a partir de la guerra civil y la posguerra en un trabajo de investigación bien documentado. La vida de Julia Vigre es la de tantas maestras de la República: entusiasmo con su trabajo y su formación; entrega a la labor educativa; confianza en su quehacer como pieza para lograr una España mejor. En el caso de la protagonista de esta obra, además, durante la guerra civil dirigió colonias infantiles con las cuales se trataba de paliar los terribles efectos de la guerra en los niños a una edad muy joven.

Al terminar la guerra, el resultado de la dedicación y los esfuerzos de Julia Vigre, como es el caso de tantas maestras de la República, fue la depuración, la cárcel y las humillaciones, por su doble condición de socialista y republicana.

Después vendría la lucha en defensa de sus derechos profesionales junto a los de sus compañeros que habían sido eliminados de un plumazo por los vencedores de la guerra por haber realizado los cursillos profesionales propuestos por la República.

Se transparenta la emoción de la autora sobre todo en la transcripción de diferentes entrevistas –algunas de ellas anónimas– sobre el mundo de la enseñanza en la época. También, como es natural, al citar palabras de Julia Vigre en sus últimos años y las conversaciones mantenidas con su hermano menor.

Considero este trabajo como un nuevo y merecido home-naje a un momento histórico y a unas mujeres que de modo especial entregaron la vida a su profesión y por ello solo obtuvieron represión y menosprecio. Es justo rescatar y admirar este esfuerzo generoso. Por fortuna se van sumando los homenajes gráficos y escritos a unas mujeres y a un período lleno de posibilidades y esperanzas, por desgracia frustradas en su mayor parte. El nombre de Julia Vigre con este estudio entra en la Historia.

Prólogo de Salvador Giner de San Julián

Maestras de una España decente

Perdóneseme la licencia de abrir estos renglones que van al principio de este necesario libro, compuesto por mi amiga Son-soles San Román, con una referencia a mí mismo. La autora de este relato y examen de la vida y obra de Julia Vigre me los ha pedido por mi condición de hijo de maestros nacionales, como no sé si todavía se dice, y no solo por compartir ella y yo una misma profesión universitaria. Por haber presenciado yo mismo, en casa, un destino afín al que le cupo vivir a doña Julia Vigre, a quien jamás conocí.

Mis padres habían estudiado en la madrileña Escuela Superior del Magisterio. Mi madre lo hizo bajo las eseñanzas de doña María de Maeztu, y mi padre ejerciendo –tendría unos 22 años– de secretario de don Manuel Bartolomé Cossío, en la Junta de Ampliación de Estudios y en la Institución Libre de Enseñanza. Ambos trabajaron, de novios, en el Museo Pedagógico, en la Castellana, que más tarde cobijaría asuntos militares, de índole más bien opuesta a los de la didáctica. Eligieron Barcelona, tras casarse, en 1932, con un destino profesional común, en el Grupo Escolar Pere Vila, y más tarde se integraron en elInstitut Escola, versión hermana de la escuela madrileña de igual nombre. Fueron estos unos de los proyectos educativos republicanos más exquisitos y democráticos que poseía entonces España y, en Barcelona, la Generalidad de Cataluña. En Barcelona naceríamos mi hermana Maribel, en la víspera misma de la rebelión militar de 1936, y dos años antes, yo mismo.

Mi padre, tras pasar por el campo de concentración de Orduña, perdió, como soldado republicano que había sido en la contienda, su título de maestro. A mi madre por fortuna la mandaron a una escuela primaria en nuestro barrio de Sarriá, la bautizada con el buen nombre de Dolores Monserdà. Más tarde la destinarían al Grupo Escolar República Argentina, también en Barcelona, muy bien controlado por las autoridades del «nacional catolicismo» reinante en aquella devastada España. Algunas maestras republicanas, como ella, tenían allí un rincón para cumplir y callar. De eso supo mucho doña Julia, como con elecuencia muestra la profesora San Román en el libro que vas a poder leer.

Durante toda mi niñez y adolescencia había de vivir rodeado del gremio doliente de los maestros, la mayoría «depurados» y castigados (¿) por el régimen oscurantista, rencoroso y retrógrado de la dictadura franquista. Habían sido privados de sus escuelas y de su oficio por el mero hecho de ser republicanos. Doy fe que la mayoría de sus colegas eran de ideas democráticamente conservadoras, pedagógicamente muy sanas y cívicamente impecables. Pero creer, como creían, por ejemplo, y sin decirlo muy alto, en las bondades de la coeducación les condenaba al infierno de los herejes. A las sanciones más arbitarias. Callar y cumplir, aunque les dieran plaza de maestro a algún «paracaidista» como se decía entonces, es decir, a algún excombatiente franquista más ducho en dar órdenes de sargento a la tropa que en enseñar a los niños a leer, escribir, sumar, restar y multiplicar. Y a comportarse con dulzura.

Por fortuna, esto se nos antoja hoy prehistórico, y de interés solo para quienes lo vivimos, o para la muy menguante grey de los aún sobrevivientes: doña Julia Vigre, por ejemplo, murió en 2008. Pero es esencial para entender nuestro presente. Un presente en el que más que nunca –tal como está el mundo, más aún que con el advenimiento de la II República, en 1931– es menester reconsiderar muy a fondo toda la profesión del magisterio, así como toda la enseñanza de nuestros niños. Y no solo en el sentido en que este asunto suele plantearse hoy en día, es decir, en términos de la aplicación de nuevas tecnologías en las escuelas, la capacitación psicotécnica de los maestros, y las ventajas o defectos de estos o aquellos criterios metodológicos. (Cuanto más enrevesado el vocabulario, mejor.) No solo desde esa perspectiva, sino también en el sentido perenne de la enseñanza. (Ahora se dice siempre «educación», que no está mal, sobre todo si incluye lo de buena educación.) En el sentido, quiero decir, de que el derecho a la enseñanza debe ser universal –o sea, igualitario– y no un privilegio. No es otro el sentido genuino de la palabra republicano.

Lo que además de todos estos elementos (en algunos casos, ay, parafernalia) es menester cultivar es un conjunto muy elemental de saberes: lengua, aritmética e historia en la escuela primaria, y no dar ni un solo paso que vaya más allá sin tenerlos a ellos primeramente en cuenta, y satisfechos para todos los niños por igual, sin distinción de clase o región. (Ningún niño rico tiene la culpa de serlo; ni ningún niño pobre, tampoco por ser pobre.) La tragedia –y no es menos que una tragedia– es que para cumplir esta sencilla fórmula solo hace falta una cosa: maestras y maestros como lo fue doña Julia Vigre. No desmerezco su memoria, sino que la honro, si digo que el milagro del movimiento reformador que condujo a España a la República, produjo muchas, muchísimas maestras como ella. La República no fue solamente una mudanza de régimen político, en paz y mediante las urnas, sino la culminación de una transformación social, de mentalidad, de talante y convivencia. Los dioses más malignos quisieron que ello ocurriera en el peor momento histórico de Europa en el sigloXX, cuando todos los fascismos –pues no solo en Italia y Alemania, sino aquí también–, además del comunismo stalinista, derrotaban a las flaqueantes fuerzas del republicanismo democrático y a las de la maltrecha solidaridad internacional.

Lo que esperaba a los jóvenes maestros republicanos –la mayoría en su profesión– a partir de 1936 era atroz. Muerte en el frente, exilio, deportación, prisión. Como solían decir mis propios padres –y nada me conmueve tanto como recordarlo ahora, de repente, leyendo este generoso escrito de Sonsoles San Román–: «pobres niños». Lo que más pena les daba no era su propia marginación, «depuración» o «castigo», por presuntos e imaginarios «rojos», sino la degradada y hundida escuela en la que toda la infancia de España se encontró a partir de 1939.

Jamás volverá a pasar algo semejante. Pero si hoy, y mejor, el día de mañana, logramos para nuestro país la enseñanza que su dignidad exige, será porque habremos emulado a quienes por fin habían alcanzado el ideal republicano. Más que poseer una Constitución democrática y que rija en las Españas el imperio de la ley, ese ideal consiste en algo distinto. En engendrar ciudadanos cultos, bien educados y, sobre todo, fraternos, o como suele decirse ahora, solidarios. Lograrlo es crucial: con buenos recursos escolares para todos, empezando por los destinados a los menos privilegiados, basta. Basta con la forja del mayor recurso, la del maestro, o la maestra. Lo demás se nos dará por añadidura.

Presentación de Alfonso Vigre

Como hermano de Julia Vigre, me ha pedido la autora del libro, Sonsoles San Román, que abra esta narración con algunos recuerdos familiares de ella. Difícil tarea para alguien que se enfrenta por primera vez a esta situación.

Mis padres, Cándido Vigre y Alfonsa García, oriundos ambos del pueblo de Úceda, se vinieron muy jóvenes a Madrid. De hecho, mi padre, al quedar huérfano de padre a los 4 años, vino a Madrid con un tío suyo. Como el apellido Vigre lo tenía él solo y también habían sido hijos varones únicos sus ascendientes, quería tener, al menos, un hijo varón, que soy yo, el último en nacer de siete hermanos. La mayor fue Julia y el segundo hijo fue varón, Alfonso, que falleció a los 3 o 4 meses de vida y que quizá hubiese colmado su deseo, pero no fue así y acabaron llegando otras hermanas: Francisca, María, Carmen, Margarita y al fin yo, el 14 de abril de 1929, único miembro que queda de la familia Vigre García. Julia, que había nacido el 27 de febrero de 1916, tenía algo más de 13 años que yo. Por eso mis recuerdos se pierden en ocasiones en la noche de los tiempos. Conocidos estos datos familiares, que creo eran necesarios para comprender mi conocimiento de la vida de mi hermana, trataré de hilvanar mis recuerdos.

Según oí siempre a mis padres, Julia fue una niña espabilada y aplicada en sus estudios, tanto escolares como después en los de Magisterio. Era rubia, vivaracha e inquieta. Al nacer en el seno de una familia de izquierdas pronto fue calando en ella ese pensamiento laico y republicano. La Segunda República se proclamó el 14 de abril de 1931, cuando yo cumplí 2 años y ella tenía 15. Como pronto comenzó su carrera de Magisterio en la Escuela Normal, en el Paseo de la Castellana, en el edificio que hoy ocupa la Escuela del Estado Mayor del Ejército, carrera que terminó en 1934 con 18 años, tenía bastantes libros en un pequeño mueble biblioteca que teníamos en el pasillo de casa y que, en mi época escolar, me gustaba mirar y ojear, aunque para mí eran indescifrables. Me llamaban especialmente la atención los libros de Pedagogía. Yo le preguntaba para qué eran aquellos libros y ella me decía que eran «para enseñar a enseñar». Si a mí me decían cómo tenía que hacer las cosas, no entendía que eso fuese objeto de estudio.

Pronto, el ambiente estudiantil y el ir con mis padres en alguna ocasión a algunos actos que se organizaban en la Casa del Pueblo, fue picando en ella el interés por la vida sindical y el pensamiento socialista. Recuerdo que en mi casa siempre había una fotografía de un Señor Mayor, con barba y mirada bonachona, y cuando preguntaba quién era siempre me decían que era el «Abuelo». Evidentemente era Pablo Iglesias, y aún con-servo con cariño esa foto carismática.

Pues bien, según me fueron contando después mis padres y hermanas mayores, pronto se inscribió Julia en las Juventudes Socialistas. En alguna ocasión, siendo yo muy pequeño, con unos 5 o 6 años, me llevó al Círculo Socialista que se encontraba en el Palacio del Marqués de la Romana, antiguo Palacio del Príncipe de Anglona en la Costanilla de San Pedro, esquina a la calle de Segovia y donde, después de la Guerra Incivil (yo la llamo así), estuvo el Departamento de Estadística. A ese lugar teníamos que ir a entregar los cupones de las cartillas de racionamiento, pues mi padre era carnicero y la carne también estaba racionada.

Llegó pues esa fatídica guerra, y como nuestra casa, en la calle de Segovia esquina a la Cuesta de los Ciegos, se encontraba próxima al frente de guerra que pronto llegó a la Casa de Campo, en el Círculo Socialista se organizaron Colonias Infantiles para que los niños pudieran ser evacuados a zonas más seguras. Mi hermana Julia nos apuntó a los tres hermanos más pequeños, Mari, que tendría unos 13 años; Margarita, de 9 años, y yo, que tenía 7. Supongo que a Mari sería para que cuidase un poco de nosotros.

El primer destino fue a Tarragona, a un antiguo Preventorio o Sanatorio situado entre las playas de La Sabinosa y La Rabasada, donde estuvimos seis meses. Entre las maestras que iban a nuestro cuidado se encontraban María Baña y Tomasa Meneses, compañeras de Julia en la Escuela Normal de Magisterio, muy amigas y que nos querían mucho. Después, cuando el frente fue avanzando y antes de que quedase cortada la comunicación con Madrid, nos trasladaron a Lérida, donde fuimos repartidos en casas particulares. A mis hermanas las recogieron sendas familias ferroviarias y a mí la de un conocido médicoodontólogo. Como mi hermana Mari escribía frecuentemente a mis padres para que fueran a traerla, Julia, antes de que quedase cortada la comunicación con Madrid, fue a por ella. Pero mis hermanas, de común acuerdo, decidieron traer al niño y único varón de los hermanos, ya que yo, el más pequeño, también quería venirme y lloraba. Esto debió ocurrir hacia el otoño de 1938, y poco tiempo después de llegar, en un viaje muy accidentado, Cataluña quedó incomunicada con Madrid, y poco más tarde, a través de la familia que tenía a Margarita, supimos que Mari había fallecido en un hospital de Barcelona a causa de una meningitis. Fue un duro golpe familiar. ¿Habría ocurrido esto si hubiese sido ella la que hubiese sido recuperada? No lo sé, pero mi desasosiego fue grande pues en el fondo me sentía culpable y pienso que Julia también.

A partir de entonces, con 9 años cumplidos, ya me daba más cuenta de lo que ocurría. Julia daba clases en un colegio que había por la calle General Oráa, próximo a Diego de León donde me llevó en alguna ocasión y donde estaba como director José Jiménez del Castillo, que luego fue novio de ella y del que prefiero no hablar, porque creo que tuvo algo que ver con la segunda detención de mi hermana por su trabajo en la clandestinidad. Julia iba con frecuencia a la sede de la Unión de Muchachas y en alguna ocasión me llevó con ella. Allí desarrollaban actividades culturales, cantaban, tocaban el piano, etc., y yo, como niño, me lo pasaba bien. Recuerdo que próximo al fin de la guerra, y dada la situación, me llevaron a Albacete a casa de mi tía Martina, hermana de mi madre, y estando allí finalizó la guerra.

Julia, que había pretendido salir de España desde Alicante, junto a otros muchos republicanos, fue apresada y traída a Madrid en vagones de mercancías, como ganado, según me contó luego en alguna ocasión; también los casos de desesperación de muchos otros republicanos llegando incluso, algunos, a suicidarse. Esto lo tenía Julia muy grabado y creo que tuvo mucho que ver con la idea de comprarse un modesto piso allí donde, en más de una ocasión mi esposa y yo, sobre todo cuando su memoria fue flaqueando, la acompañamos. Pero no avancemos más de lo debido. Cuando finalizó su periplo carcelario (Ventas, Ávila, Segovia, Amorebieta) en el año 1947, como era una persona que no se arredraba y era decidida, buscó trabajo en alguna oficina y dando clases particulares de taquigrafía y mecanografía. Después, al casarse su amiga María Baña, que daba clases en el Colegio Hispano Francés, en la calle Príncipe de Anglona, próximo a nuestro domicilio, recomendó a Julia y estuvo trabajando allí una temporada. También con sus amigas María y Tomasa, ayudadas por los respectivos padres, tomaron un piso, creo que en la calle Ricardo Ortiz, por la zona de Ventas. Yo estaba entonces estudiando Maestría Industrial y con algunos compañeros íbamos allí a estudiar. Esta experiencia del Colegio no duró mucho tiempo y supuso la pérdida de bastante dinero para los respectivos padres que las ayudaron, pero, como eran animosas, nunca tiraron la toalla. Mientras tanto, iniciaron, con otros compañeros también represaliados la reivindicación del reconocimiento de su título que les habían suprimido a los llamados cursillistas de 1936 y, en el año 1962, una vez reconocido, comenzó de nuevo su enseñanza oficial. Primero ejerció en el pueblo de Duratón, en la provincia de Segovia; en Cifuentes, luego, y al final, en Alcorcón, en el grupo escolar 1º de Abril, donde se jubiló como directora. Al estar soltera, mi madre la acompañó casi siempre hasta su regreso a Madrid.

Como yo me había casado en 1960, hasta 1975 en que falleció mi madre, tuve poca participación en su vida. Ella, como ya he dicho antes, seguía siendo muy activa y animosa, y en las primeras elecciones democráticas figuró en la lista del PSOE, aunque en los puestos finales, por lo que no salió elegida. Tam-bién hizo con otras amigas suyas viajes al extranjero donde, en algún acto en el que participaron, dejó su sello de socialista, como al parecer ocurrió en México y en la India.

En Madrid vivían en un piso que adquirió en la Colonia Batán a través del Montepío Comercial, del que era socia, con la intención de poner allí un colegio que no le autorizaron. Como el piso era grande se fue a vivir con ellas mi hermana Margarita, ya que su marido había sido trasladado a Madrid desde Burgos, donde vivían.

Poco a poco su mente se iba deteriorando y tuvo algunas disputas con mis hermanas, que yo sufrí con dolor pues fui el que más la acompañó a sus consultas de geriatría y veía su deterioro, que las otras no comprendían bien. Llegó un momento en que tuvimos que tomar la decisión de internarla en una residencia. Lo hicimos en Ballesol, en Alcobendas, próxima al domicilio de Paca. Estando allí, los médicos de la residencia, viendo su deterioro y los informes que había del Hospital Clínico, donde la venían atendiendo, solicitaron su discapacitación, que se llevó a efecto en el Juzgado de Alcobendas, vistos los informes forenses, nombrándome a mí tutor a propuesta de mis hermanas. Pudimos con ello conseguir plaza con ayuda econó-mica de la Comunidad en la Residencia San Juan de Dios en el pueblo de El Álamo. Allí estuvo mucho mejor atendida y tratada, pero viendo con tristeza cómo poco a poco iba perdiendo su mente, hasta el punto que le costaba trabajo reconocernos pese a ir a verla semanalmente. Durante este tiempo de permanencia en las residencias tuve ocasión de presenciar el desapego de algunas personas que se decían amigas o de su entorno político que, cuando fueron a verla en alguna ocasión y presenciar su estado, no volvieron alegando la profunda pena que les daba el verla así. Pienso que en esos momentos es cuando más se debe demostrar la amistad y el cariño. También he de decir que, a pesar de sus ocupaciones, el único miembro del PSOE que le escribió fue Alfonso Guerra al extrañarse de su ausencia en un acto celebrado en el Congreso en la celebración del Día de la Mujer Trabajadora. Por supuesto no le di la carta que recogí en recepción antes de que se la hubiesen entregado, porque sí leía bien y se ponía muy nerviosa al recibir alguna noticia que le causase emoción.

Su fallecimiento se produjo el 27 de junio de 2008 de una infección intestinal que nada tenía que ver con el alzheimer que padecía. Pero de todo ello, ¿qué recuerdos me quedan de mi hermana? Ante todo su gran entereza siempre. La defensa de sus ideales socialistas y republicanos. Su honestidad y honradez y su sentido de la responsabilidad, que tanto nos había inculcado mi padre.

Pórtico

A Julia Vigre con afecto y admiración.

Comenzaste, maestra, tu camino

allá, en un viejo día, apenas recordado

con tu mirada puesta en un futuro incierto

que a tus alegres ojos se escondía,

tal vez para evitar que tu clara mirada

se tornara sombría.

Comenzaste, maestra, tu camino

en aquel viejo día

perdido en la brumosa incertidumbre

de una España delirante y convulsiva

que amenazaba estallar en dantesca primavera

en brotes rojos de carmín de ira.

Quizá, comenzaste tu calvario

en la pequeña escuela de una aldea

o en un mísero suburbio madrileño o en cualquier otra escuela, que poco importa, donde uno

va dejando desgarrados, los jirones de la vida.

Luego, llegó la guerra lacerante.

La piel de toro se estremeció sobre su osamenta descompuesta de su rugosa epidermis;

rojo carmín brotó de su sangre fratricida

y una columna de humo interminable

subió hacia el cielo e inundó la Tierra.

Después se hizo el silencio más amargo,

unos pudieron trasponer la Sierra

otros buscaron en el Mar desesperada huida,

tú te quedaste en tierra.

Toda tu causa fue la de creer

buscar la libertad, tener unas ideas,

mas nada turba la sed del dictador

cuando sus trompetas de victoria

lanzan al aire trémulo los himnos de venganza. Conociste la checa,

masticaste su mugre,

sentiste tu cuerpo dolorido,

respiraste el aire sofocante y escaso de la celda.

¡Todo por una causa!

¡Todo por una idea!

pero la vida nunca se detiene

y aquí te hallas,

con orgullo el corazón henchido,

en este entreacto de la eterna comedia de la vida, arropada por la cálida caricia

de sentirse con el deber cumplido.

España se derrama en la verde primavera,

la escuela se desborda en mil colores,

por las calles van gentes

que hoy son hombres y mujeres, que un día fueron niños y moldearon sus mentes infantiles en tu escuela.

Pablo Vázquez, compañero del colegio

público en Alcorcón (Madrid)

Introducción

Este libro pretende rendir un homenaje a una maestra republicana. Mi objetivo es conocer su biografía y situarme en esos años viejos, pero cercanos a nuestro presente. Los testimonios de Julia Vigre son muy valiosos, porque son las ideas compartidas por ella las que han dirigido la política educativa en momentos clave del sigloXX. Así sucedió durante la mayor parte de la Segunda República: tanto en el bienio republicano-socialista (1931-1933), como en el período del Frente Popular (1936-1939).

Es muy posible que la y el lector al comenzar a leer quiera saber algo más de su vida. De momento, solo puedo aventurar que sus experiencias vitales son viejas en el tiempo, sin duda, pero una llave para entender las exigencias de calidad en educación que se van a producir con el asentamiento de la demo-cracia. Algunos de los ideales por los que luchó: dignificar la escuela pública, estudiar en régimen de coeducación, conseguir igualdad entre hombres y mujeres, etc., volvieron con el tiempo.

El género de esta obra no es histórico, tampoco una novela, sí una biografía que a veces participa de ambas cosas. He tratado de novelar escenas vividas por Julia, obtenidas a través de entrevistas a su hermano, Alfonso Vigre. Gracias a esta información he podido recuperar su infancia y juventud.

En las partes noveladas del libro he tratado de llenar de vida los testimonios de situaciones vividas por Julia. El valor del libro reside en que las escenas son reales. A medida que avanzaba, la fuente de información iba cambiando: provenía de archivos, de personas que habían vivido experiencias comunes, que incluso la conocían, libros y testimonios de Julia a través de entrevistas. La información se ha arropado con situaciones y contextos socio-históricos.

¿Por qué he elegido un estilo novelado, especialmente en los dos primeros capítulos? El ciudadano no académico no suele leer artículos de revistas especializadas, busca libros y ojea en las librerías. Los profesionales de la educación, quienes llevamos décadas formándonos y acumulamos un bagaje cultural, tenemos un compromiso: 35 años de experiencia en la Universidad avalan mi decisión y la seguridad de la utilidad del libro para personas interesadas en la educación, entre ellas el alumnado del que tanto he aprendido durante mi experiencia profesional.

Es posible que una parte de mi curiosidad intelectual provenga de unos recuerdos de infancia en los que el silencio despertaba mi interés. Son recuerdos que me devuelven a aquellos viajes en que mi madre nos llevaba a su pueblo: Valencia de Don Juan (León). Me fascinaba escaparme a casa de mis tías, que usaban una enorme habitación con sillas para dar clase. Ese olor a tiza que se deslizaba en pizarras que cada niña sostenía en la mesa o en sus rodillas, el fascinante descubrimiento de un uso del espacio y el tiempo doméstico desconocido para mí y el contacto por vez primera con aquella perspectiva del poder que representaban mis tías, maestras en espacio doméstico. Sería el año 66. Yo era consciente, por primera vez, del entorno de maestras y maestros que rodeaba a mi familia materna. Mi propio abuelo, que ya no vivía, así como buena parte de mis tías –unas en escuela pública; otras, a falta de título o circunstancias políticas, en sus casas– se dedicaron al magisterio.

Recuerdo a dos tías solteras, que vivían juntas, personajes de los que no se solía hablar en los círculos de mi familia materna. Ellas representaban para mí el misterio, intuía vidas femeninas silenciadas, acalladas por algo, pero desconocía todo lo demás. Detrás de esas imágenes femeninas descubrí con el tiempo enfrentamientos y conflictos con buena parte de mi familia, especialmente con mi abuela materna: algo había divi-dido los lazos de sangre y mi curiosidad me llevaba a preguntarme la razón sin obtener una respuesta concreta, lo que exacerbaba mi curiosidad.

Con el tiempo descubrí el secreto oculto de la muerte de mi tío, socialista, y la posición ideológica de mis tías, incluso de mi propia abuela, mujeres acalladas por la dictadura. Todas fueron detenidas y liberadas sin cargos, a excepción de mi tía Argimira, que pasó ocho días en la cárcel. Más adelante, cuando la amnesia colectiva de esas mentes tan castigadas por el miedo a la muerte, al olvido y al destierro se fue abriendo, también me llegaron los susurros de la única hermana de mi madre, Carolina Gago. ¡Vaya si había conflicto! Una guerra civil detrás de ese escenario de simulada paz. El miedo se había encargado de conseguir conductas sin fisuras, pero la historia era otra: mi abuelo, David Gago, nacido en 1887, maestro ejemplar con buen bagaje cultural y hombre con sólidas convicciones religiosas, que fue alcalde de Fuentes del Carbajal y su pedanía Carbajal de Fuentes a finales del reinado de Alfonso XIII, adscrito luego a FETE-UGT, fue depurado en 1939. Castigado y enviado a Anllares del Sil, en la montaña leonesa, perteneciente al partido de Páramo del Sil, pueblo pequeño y apartado. Su hijo, Bernardino Gago, recuerda a su padre con su bufanda y zapatillas, con almadreñas sentado junto a una vieja estufa de serrín, rodeado de alumnos. Creo que mi abuelo potenció en mi madre un modo de comunicación, muy usado en mi entorno familiar, que evitaba hablar de política.

¿Que la curiosidad de la infancia sea un motivo? Es posible. Pero hay otra razón decisiva para escribir la biografía de una maestra republicana, un libro que invita a viajar a eseviejo futuroque esconde las claves de un sistema educativo asentado sobre principios laicos, coeducación, metodologías lúdicas, participativas y reformas para alcanzar la igualdad de clase y género. Esa segunda razón es reciente y me lleva a la Biblioteca Nacional de Madrid. Allí viví un momento único en el que el tiempo pasado se convirtió en presente. La energía de Julia llegó un 16 de febrero de 2012, precisamente en unas jornadas, ante un público que llenaba a rebosar el salón de la Biblioteca Nacional en Madrid para rendir homenaje a las maestras republicanas.

Fue un momento de silencio histórico que ni yo ni quienes nos encontrábamos en la sala olvidarán. Sobrecogedor. Una pa-rada en el tiempo. Emoción al salir alguien inesperado entre el público que escuchaba mi intervención, ni más ni menos que el hermano pequeño de Julia, Alfonso, 13 años menor que ella, que se identificaba y comenzaba a leer poemas de Julia escritos desde la cárcel. Lo viejo se palpaba, brillaba algo de un tiempo pasado que traía una atmósfera envuelta en la energía de un silencio ensordecedor de los que observábamos y escuchábamos repletos de perplejidad. Esos poemas narraban la sombra de un proyecto frustrado que ensombreció el camino hacia la modernidad. Emoción y lágrimas que no se pudieron contener ante una situación mágica, un guiño del destino que me ha permitido sacar a esta maestra republicana de las cenizas del olvido, recuperar recuerdos y vivencias de uno de los períodos más dulces de nuestro país. Pronto llegaría el sabor agrio y los momentos tétricos.