Una noche de invierno - Íntima seducción - Brenda Jackson - E-Book

Una noche de invierno - Íntima seducción E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Una noche de invierno Riley Westmoreland nunca mezclaba el trabajo con el placer hasta que conoció a la impresionante organizadora de eventos que había contratado su empresa, Alpha Blake. Cuando Riley se llevó a Alpha a su cama supo que una noche no sería suficiente. Y cuando el pasado de Alpha supuso una amenaza para su relación, Riley hizo lo que haría cualquier Westmoreland: se prometió a sí mismo conquistar el corazón de Alpha… para siempre. Íntima seducción Ninguna mujer había dejado plantado a Zane Westmoreland… excepto Channing Hastings, que lo había abandonado dos años atrás, dejando totalmente trastornado al criador de caballos. Y, ahora, Channing había vuelto a Denver comprometida con otro hombre. Pero Zane estaba dispuesto a demostrarle que para ella no existía más hombre que él.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 213 - agosto 2019

 

© 2012 Brenda Streater Jackson

Una noche de invierno

Título original: One Winter’s Night

 

© 2013 Brenda Streater Jackson

Íntima seducción

Título original: Zane

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-360-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Una noche de invierno

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Íntima seducción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Un día helado de principios de noviembre

 

Había nevado durante toda la noche y un grueso manto blanco parecía cubrir la tierra hasta donde alcanzaba la vista. La previsión meteorológica en Denver auguraba que la temperatura caería a diez bajo cero a mediodía y que seguiría así durante casi toda la noche. Era la clase de frío que atravesaba los huesos y que congelaba la respiración al exhalar el aire.

A él le encantaba.

Riley Westmoreland abrió la puerta de la camioneta y se detuvo un instante a contemplar sus tierras antes de entrar. Había bautizado La estación de Riley aquellos cien acres siete años antes, cuando cumplió los veinticinco. Él mismo había diseñado la casa del rancho y había ayudado a su construcción clavando con orgullo el primer clavo. Le encantaba la enorme estructura de dos plantas que se alzaba en el centro cubierta de nieve.

Para él la nieve era lo que convertía a Denver en el lugar perfecto para pasar el invierno y la razón de que su casa tuviera chimeneas en las cinco habitaciones además de en el salón. No había nada como acurrucarse frente al fuego o mirar por la ventana para ver cómo caían los copos de nieve del cielo, algo que le fascinaba desde niño. Le gustaba recorrer las montañas con su moto de nieve o ir a esquiar a Aspen.

Riley entró en la camioneta y tras acomodarse en el asiento se puso el cinturón de seguridad. No tenía necesidad de ir a la oficina porque podía trabajar desde casa, pero quería salir, respirar el aire frío y sentirlo en los huesos. Además, tenía una cita importante a mediodía.

Desde que su hermano mayor, Dillon, había rebajado el ritmo ahora que su mujer, Pam, estaba a punto de dar a luz, muchos de sus proyectos en el negocio familiar habían recaído sobre los hombros de Riley. Para algo era el segundo de a bordo de Blue Ridge Land Management, una empresa que formaba parte de las quinientas más punteras del mundo. Lo siguiente que tenía que hacer era organizar la fiesta para los empleados el próximo mes.

La organizadora de eventos que se había ocupado de las fiestas durante los diez últimos años se había jubilado, y antes de que Riley se hiciera cargo del proyecto, Dillon contrató a Imagine, una empresa local organizadora de eventos que llevaba menos de un año en funcionamiento. La dueña de Imagine, una mujer llamada Alpha Blake, había sido la responsable de una gala benéfica a la que Pam asistió en verano. La mujer de Dillon quedó tan impresionada con todos los detalles que le pasó el nombre de la mujer a Dillon.

Riley estaba a punto de arrancar el motor cuando le sonó el móvil.

–¿Sí? –preguntó sacándolo del bolsillo.

–¿Señor Westmoreland?

Riley alzó una ceja. No reconocía aquella voz tan femenina, pero le gustaba cómo sonaba.

–Sí, soy Riley Westmoreland. ¿En qué puedo ayudarle?

–Soy Alpha Blake. Tenemos una cita a las doce en su oficina, pero se me ha pinchado una rueda. Me temo que voy a llegar tarde.

Él asintió.

–¿Ha llamado al servicio técnico de carreteras?

–Sí, y han dicho que estarán aquí en menos de treinta minutos.

«No cuentes con ello», pensó Riley, consciente de lo lento que funcionaba el servicio de carreteras en aquella época del año.

–¿Dónde se encuentra usted, señorita Blake?

–En la carretera de Winterberry, cerca de la intersección con Edgewater. Hay un supermercado no muy lejos, pero no parecía abierto cuando pasé antes por delante.

–Y lo más probable es que no abra hoy. El dueño, Fred Martin, nunca abre el día después de una fuerte nevada –aseguró él, que ya la había situado perfectamente–. Mire, no está muy lejos de donde yo me encuentro. Llamaré a mi seguro para que vayan a cambiarle la rueda. Mientras tanto yo la recogeré y podemos almorzar en McKay’s en lugar de vernos en mi oficina, porque McKay’s está más cerca. Y después puedo volver a llevarla a su coche. Para entonces la rueda ya estará cambiada.

–Yo… no quiero causarle ningún problema.

–No me lo causa. Sé que usted y Dillon han hablado de algunas ideas para la fiesta, pero como a partir de ahora me voy a encargar yo necesito que me ponga al día. Normalmente mi secretaria se encarga de estos asuntos, pero está de baja por maternidad y esta fiesta es demasiado importante para dejarla en manos de cualquier otra persona.

No se molestó en decir, porque estaba seguro de que Dillon ya lo había hecho, que iban a celebrar el cuadragésimo aniversario de la empresa que habían fundado su padre y su tío. Aquel no iba a ser un evento importante solo para los empleados, sino para toda la familia Westmoreland.

–De acuerdo, si de verdad no es molestia… –dijo ella interrumpiendo sus pensamientos.

–En absoluto. Salgo para allá.

 

 

Alpha Blake se arrebujó en el abrigo sintiéndose completamente frustrada. ¿Qué sabía una persona que había nacido en la soleada Florida del terrible frío de Denver?

Pero estaba tan decidida a no cancelar su cita con Riley Westmoreland que había liado las cosas. Aquello era absolutamente vergonzoso, porque ella quería causar buena impresión. Sí, Dillon Westmoreland ya la había contratado, pero cuando su secretaria la llamó la semana anterior para decirle que iba a trabajar con el segundo de a bordo de Blue Ridge, el hermano de Dillon, sintió la necesidad de causarle una buena impresión a él también.

Encendió la calefacción del coche. A pesar del flujo de aire caliente seguía teniendo frío, demasiado frío, y se preguntó si se acostumbraría alguna vez al invierno de Denver. Era su primer invierno allí y no tenía más opción que aguantarse. Cuando se mudó, pensaba que alejarse lo más posible de Daytona Beach era esencial para su paz interior, aunque sus amigos pensaban que se había vuelto loca. ¿Quién en su sano juicio preferiría el frío Denver a la soleada Daytona Beach? Solo una persona que quisiera empezar una nueva vida y dejar atrás su doloroso pasado.

Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando una camioneta salió de la calzada para detenerse frente a ella. La puerta se abrió y aparecieron unas piernas largas embutidas en vaqueros con botas. Luego salió de la camioneta un hombre que se la quedó mirando. Ella le sostuvo la mirada a través del parabrisas y no pudo evitar quedarse sin respiración. Hacia su coche se dirigía un hombre tan peligrosamente masculino, tan increíblemente viril, que el cerebro se le quedó momentáneamente entumecido.

Era alto, y el sombrero Stetson le hacía parecer más alto todavía. Pero la altura era secundaria al lado de la viril belleza de las facciones que había bajo el ala del sombrero. Tenía la piel de un color café con leche, los ojos oscuros y penetrantes, la nariz perfecta, los labios carnosos y la barbilla esculpida. Por no mencionar los anchos hombros.

Resultaba difícil creer que, dada la temperatura que hacía, pareciera estar cómodo con una chaqueta de piel en lugar de con un abrigo grueso.

Alpha deslizó la mirada por él mientras avanzaba hacia su coche con paso ágil y al mismo tiempo seguro. Envidió la confianza en sí mismo que exudaba. Sintió los pezones tensos de pronto y cómo la sangre le corría por las venas. Sabía lo que le estaba pasando, pero aun así se sorprendió. Era la primera vez que reaccionaba ante un hombre tras su ruptura con Eddie.

El hombre se acercó al coche y le dio un golpecito a la ventanilla. Alpha contuvo el aliento mientras pulsaba el botón para bajarla.

–¿Riley Westmoreland? –en realidad no hacía falta que se lo preguntara. Se parecía mucho a su hermano Dillon.

–Sí. ¿Alpha Blake? –respondió ofreciéndole la mano a través de la ventanilla mientras la miraba con lo que a ella le pareció un frío interés.

–Sí –Alpha le estrechó la mano y sintió su calor incluso a través de los guantes de piel–. Encantada de conocerle, señor Westmoreland.

–Riley –la corrigió él sonriendo–. El placer es mío –añadió con los ojos brillantes–. He oído hablar maravillas de tu trabajo. Espero que no te importe que te llame Alpha.

–Gracias. Y no, no me importa.

–He llamado al seguro del coche. Deja las luces de emergencia encendidas y las llaves del coche debajo del asiento –dijo dando un paso atrás para que ella pudiera salir del coche.

Alpha se mordió el labio inferior.

–¿Será seguro hacer eso?

Riley se rio.

–Sí, en días así los ladrones no salen –le abrió la puerta del coche–. ¿Lista para subirte a mi camioneta?

–Sí –Alpha dejó las llaves debajo del asiento y agarró el bolso y la bolsa de trabajo. Se arrebujó en el abrigo y se dirigió a toda prisa a la camioneta.

Él le abrió la puerta y Alpha agradeció el calorcito que hacía dentro. Olía como él, un aroma masculino y sexy. Se sonrojó preguntándose por qué estaba pensando en aquellas cosas, sobre todo de un hombre para el que iba a trabajar.

Riley cerró la puerta justo antes de que le sonara el móvil. Ella miró por el espejo retrovisor exterior mientras Riley hablaba y rodeaba la camioneta para subirse en el asiento del conductor.

Abrió la puerta y se subió. Había terminado de hablar. Se puso el cinturón y la miró de reojo sonriendo. Alpha pensó que se iba a derretir allí mismo.

–¿Tienes calor? –le preguntó con voz ronca.

Si él supiera… pero se contuvo y no le dijo nada. Se limitó a responder:

–Sí, gracias por preguntar.

–No hay de qué –miró por el espejo retrovisor antes de sacar la camioneta a la carretera.

El silencio que se hizo a continuación llevó a Riley a pensar que era una mujer tímida. Y envuelta en aquel enorme abrigo y con poco más de uno sesenta de altura, seguramente sería bajita y gruesa. Él las prefería altas, esbeltas y con curvas, pero tenía una cara bonita que llamaba la atención. Sin duda estaba de buen ver. Eso era lo primero en lo que se había fijado. Decidió entonces que no le gustaba el silencio, así que para hablar de algo le preguntó:

–Tengo entendido que eres de Florida. ¿Qué te ha traído a Denver?

Ella ladeó la cabeza para mirarle y lo primero en lo que Riley se fijó fue en sus ojos. Eran de un tono chocolate y tenían forma almendrada. Luego le miró el pelo, de un bonito tono castaño. Los gruesos mechones le caían por los hombros y se rizaban en las puntas. Y luego estaba aquel coqueto hoyuelo de la barbilla, que estaba allí incluso aunque estuviera seria.

–Nunca he sido muy aventurera, pero cuando mi madrina falleció y me dejó suficiente dinero como para cambiar de trabajo sin arruinarme, me aproveché de la oportunidad.

Él asintió.

–¿Y qué hacías antes de convertirte en organizadora de eventos?

–Era veterinaria.

–Vaya. Eso es todo un cambio.

Alpha sonrió.

–Sí, lo fue.

–¿Cómo se pasa de veterinaria a organizar fiestas?

Ella se apartó un mechón de pelo de la cara y dijo:

–Convertirme en veterinaria fue idea de mis padres y yo cumplí sus deseos.

Riley detuvo la camioneta en un semáforo en rojo, lo que le dio la oportunidad de mirar de reojo a Alpha, justo a tiempo para verla morderse el labio inferior y juguetear nerviosamente con la pulsera de plata que llevaba en la muñeca.

–Me hice veterinaria para satisfacer a mis padres. Tienen una clínica veterinaria y pensé en unirme a ellos y convertirla en un negocio familiar. Lo hice durante un año, pero me di cuenta de que no estaba entregada a ello. Ellos lo sabían, pero no les gustó que decidiera cambiar de profesión. Sin embargo, aceptaron que organizar eventos era mi vocación cuando organicé la celebración de su trigésimo aniversario de boda.

Ella le miró y sonrió de un modo que le dejó sin aliento.

–Hice trabajo increíble.

Riley se rio.

–Me alegro por ti –hizo una pequeña pausa antes de preguntar–. ¿Eres hija única?

Le pareció que tardaba más tiempo del necesario en responder.

–No. Tengo una hermana.

Riley no dijo nada durante un largo instante y luego decidió cambiar de tema.

–Y dime, ¿qué tienes en mente para la fiesta de nuestros empleados del mes que viene?

Escuchó mientras ella entraba en detalles. Algunos podía seguirlos y otros no.

Alpha debió vérselo en la expresión de la cara.

–Había preparado una presentación de Powerpoint para hoy. Pero como vamos a reunirnos en un restaurante en lugar de en tu oficina, yo…

–Puedes mostrarme la presentación. He llamado para pedir un reservado.

–Eso es estupendo. Aquí traigo todo lo que necesito –dijo dándole un golpecito a la bolsa que llevaba en el regazo.

Eso hizo que Riley mirara hacia abajo. Llevaba unas botas de piel marrón oscura hasta la rodilla. Alzó la vista y vio que Alpha estaba mirando el paisaje por la ventanilla.

–Nunca había venido a McKay’s por aquí.

Él volvió a mirar hacia la carretera.

–Es un atajo.

–Ah.

Alpha volvió a guardar silencio. Esta vez decidió dejarlo así. Pensó que si ella tenía algo que decirle lo diría.

 

 

Alpha no pudo evitar sentir un nudo en el estómago mientras miraba por la ventanilla de la camioneta tratando de ignorar al hombre que estaba al volante. Tendría que haber imaginado que sería impresionante, dado que Dillon no estaba nada mal. Y parecía estar lleno de preguntas. Al menos ya le había preguntado dos que le hubiera gustado no tener que contestar. La razón por la que había dejado Daytona le seguía resultando demasiado dolorosa. Y tras la acalorada discusión que había tenido con sus padres la noche anterior prefería no pensar tampoco en ellos en aquellos momentos.

Apartó Daytona del pensamiento y vio que estaban aparcando en McKay’s.

Alpha se arrebujó en el abrigo mientras se preparaba para bajar del vehículo y enfrentarse otra vez al frío.

Miró a Riley. Él no llevaba guantes y parecía que solo se iba a abrigar con la chaqueta.

–¿No tienes frío? –le preguntó sin poder contenerse.

Él sonrió.

–La verdad es que no. Me gusta el frío. Para mí, cuanto más frío mejor.

Ella se quedó allí sentada mirándole fijamente. Tenía que estar de broma.

–¿Por qué?

Riley encogió sus enormes hombros.

–No estoy muy seguro. Supongo que tengo la sangre demasiado caliente y por eso no me molesta.

–Está claro –murmuró ella entre dientes.

Si la oyó, Riley no lo demostró. Abrió la puerta para salir y Alpha se quitó el cinturón e hizo lo mismo. Entonces resbaló y hubiera caído de bruces si Riley no llega a sostenerla rápidamente.

–Tendría que haberte advertido que tuvieras cuidado. Hay hielo.

Sí, tendría que habérselo advertido. Pero si lo hubiera hecho no habría habido razón para que la rodeara con sus brazos ni para que Alpha se apoyara en él y sintiera el calor de aquel hombre de sangre caliente tan cerca de ella.

–Creo que ya puedo sola –dijo soltándole.

Riley mantuvo una mano firme sobre su brazo.

–Me aseguraré de ello –entonces la levantó del suelo y la tomó en brazos.

Riley entró en el restaurante con Alpha en brazos.

El local estaba abarrotado de clientes porque era la hora de comer, y Alpha creyó que iba a morir de vergüenza cuando mucha gente se les quedó mirando.

–Aquí ya no deberías tener problemas –dijo Riley dejándola en el suelo.

–Gracias –Alpha se negó a mirarle, pero vio por el rabillo del ojo cómo daba un paso atrás.

–Bienvenido, Riley. El reservado que has pedido ya está preparado –dijo la encargada sonriendo con demasiada confianza en opinión de Alpha.

–Gracias, te lo agradezco. Asegúrate de que no nos molesten, Paula.

–No hay problema –dijo Paula haciéndoles un gesto para que le siguieran–. Te hemos preparado el mejor reservado del local –miró hacia atrás y le dirigió a Alpha una mirada de desprecio antes de volverse otra vez hacia Riley–. Porque tú te mereces lo mejor.

Alpha trató de no fruncir el ceño. Parpadeó cuando la puerta se cerró tras ellos y entonces miró a su alrededor. Era una habitación acogedora y espaciosa con una mesa para dos en la esquina. También había una pantalla, un proyector, altavoces y todo lo que necesitaba para la presentación que había hecho sobre la fiesta. Y luego estaba el ventanal, que ofrecía una magnífica vista de las montañas.

–¿Quieres hacerlo primero o prefieres comer antes?

Alpha tragó saliva y aspiró con fuerza el aire.

–Lo que tú prefieras.

–En ese caso le diré a Paula que vamos a comer primero. Estoy muerto de hambre.

Ella asintió distraída mientras le veía quitarse la chaqueta. Aquellos enormes hombros eran todavía más anchos y poderosos de lo que pensaba. En aquel momento comprobó de primera mano lo bien que le quedaban los vaqueros, sobre todo en la parte de los fuertes muslos. Era un cañón en toda regla, un ejemplo de pura masculinidad.

Siguiendo su ejemplo, Alpha se desabrochó el cinturón del pesado abrigo y se lo quitó. Le siguió el grueso jersey de lana, la bufanda que le rodeaba el cuello y otro jersey más.

Se acercó al perchero para colgarlo todo y se masajeó la curva del cuello. El peso de tanta ropa le había hecho mella en los músculos. Se estaba apartando la melena de los hombros cuando se dio la vuelta y se encontró con Riley mirándola con una expresión extraña.

Alpha tragó saliva y se sintió un poco incómoda ante el modo en que la estaba mirando, como si quisiera comérsela con sus penetrantes ojos oscuros.

–¿Ocurre algo? –preguntó humedeciéndose los labios nerviosamente.

–No, no ocurre nada –dijo con tono brusco–. Discúlpame un momento, voy a decirle a Paula que vamos a comer primero.

Alpha le vio marcharse preguntándose de qué iba todo aquello.

 

 

Turbado, Riley cerró la puerta al salir y se apoyó contra ella soltando el aire. Todos los músculos del cuerpo le vibraban con un deseo que hacía mucho tiempo que no sentía. ¿De dónde diablos había salido aquella figura llena de curvas?

No podía creer lo que Alpha Blake escondía bajo toda aquella ropa. Se quedó boquiabierto cuando empezó a quitarse toda aquella ropa y finalmente se quedó con un vestido de punto rosa ajustado con un cinturón y con las botas por encima de la rodilla. Resultaba tan femenina que había experimentado una oleada de deseo como nunca antes.

No solo estaba de buen ver: aquella mujer tenía un cuerpo de curvas lujuriosas capaz de volver loco a un hombre. Un deseo afilado como un cuchillo se apoderó de sus sentidos y se le cruzaron por la mente pensamientos completamente inapropiados.

Tenía la cintura estrecha y los senos respingones. Y luego estaban las caderas, suaves y bien formadas. Él era un hombre que bajo ninguna circunstancia mezclaba el trabajo con el placer. Pero en cuanto la vio quitarse toda aquella ropa deseó lanzar aquella norma por la ventana.

–¿Necesitas ayuda, Riley?

La pregunta de Paula le devolvió de inmediato al presente. Deslizó la mirada por el uniforme negro de encargada que llevaba puesto. Paula Wilmot tenía un cuerpo bonito, pero ni siquiera el suyo podía compararse con el de Alpha Blake. Paula y él habían salido juntos un par de años antes. Cuando llegó el momento de terminar, ella se sintió injustamente tratada. Riley le había explicado, como hacía con todas las mujeres con las que salía, que él no tenía relaciones largas. Sexo sin compromiso. Un mes, seis semanas a lo sumo era el tiempo máximo que mantenía una relación. Así no había tiempo para volverse sentimental. Así funcionaba él. Lo llamaba la regla de Riley. Las mujeres sabían desde el principio a qué atenerse y él lo prefería así.

Y lo que no podía consentir era que una mujer que hubiera accedido a sus condiciones decidiera de pronto que quería un anillo de compromiso en el dedo. Solo le había hecho falta pasar un mes con Paula para ver cuáles eran sus intenciones. Por alguna razón dio por hecho que ella sería la mujer capaz de cambiarle. Y eso no iba a suceder. Riley terminó al instante la relación.

–Sí, por favor, dile a la camarera que mi invitada y yo hemos decidido comer antes de empezar a trabajar.

Paula ladeó la cabeza y frunció el ceño.

–Ya me imagino qué clase de trabajo quieres hacer con ella, Riley –le dijo con sequedad–. Algún día llegará una mujer que te romperá el corazón. Espero estar cerca para verlo.

Riley se pasó una mano por la cara. ¿A qué venía todo aquel drama?

–Bien, me has echado una maldición. Supongo que eso significa que pasaré muchas noches en blanco dándole vueltas al asunto –dijo avanzando para abrir la puerta.

 

 

Alpha alzó la cabeza del ordenador portátil cuando escuchó a Riley volver a entrar. Él miró a su alrededor y vio que había preparado la sala para la presentación.

–Pensé que primero íbamos a comer –dijo él.

–Así es. Pero pensé que ahorraríamos tiempo si lo dejaba todo preparado.

Se abrió la puerta y entró un camarero con una jarra de agua y la carta. Entonces pensó que ya le había hecho perder suficientemente el tiempo a Riley por un día y se dirigió hacia la mesa. El camarero les llenó los vasos con agua.

Alpha tomó asiento frente a él y se alegró cuando el camarero le pasó una carta. Necesitaba algo que ocupara su atención que no fuera Riley. Tal vez estuviera equivocada, pero tenía la impresión de que estaba enfadado por algo. ¿Sería por ella?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Riley se revolvió en el asiento pensando que si Alpha supiera las cosas que se le estaban pasando por la cabeza pensaría lo peor de él. No hacía ni dos horas que la conocía y ya estaba pensando en saltar encima de ella. No, eso era demasiado rápido y brusco. Le gustaría acomodarse entre aquellas piernas y…

Cuando la escuchó aclararse suavemente la garganta se dio cuenta de que el camarero estaba esperando para tomarle la orden. Alzó la vista.

–¿Usted qué va a toma, señor Westmoreland?

–Lo de siempre, George.

–De acuerdo –George se llevó las cartas.

Riley miró a Alpha, que estaba absorta contemplando la belleza de las montañas que se veían a través de las ventanas.

–Son preciosas, ¿verdad? –preguntó mirándola a ella.

–Sí.

Al estar tan cerca de ella podía ver lo impresionante que era. Eso no era nada bueno. ¿Cómo iba a concentrarse en la presentación si lo que quería era concentrarse en ella?

Alpha volvió a beber agua y él hizo lo mismo.

–Bueno, y aparte del frío, ¿te gusta vivir en Denver? –le preguntó.

–Sí. La gente ha sido muy amable conmigo. No esperaba que el negocio arrancara con tanta fuerza.

–Tengo entendido que tu trabajo habla por sí solo. Mi cuñada estaba muy impresionada.

Alpha sonrió.

–Pam es encantadora.

La conversación quedó interrumpida cuando George volvió con los aperitivos.

 

 

Alpha aspiró con fuerza el aire. Había hecho muchas presentaciones y sabía que no tenía nada de tímida, pero al estar delante de Riley sentía mariposas en el estómago.

Cuando le miró se dio cuenta de que él la estaba mirando también. Forzó una sonrisa.

–Te prometo que no tardaré más de quince minutos.

–Tómate tu tiempo.

El camarero había limpiado la mesa y les había servido café.

–Lo primero que tenemos que decidir es el tema de la fiesta. Estos son los que se me han ocurrido. Los temas invernales siempre funcionan. Se me han ocurrido unos cuantos –dijo apretando el mando para que la pantalla cobrara vida.

Alpha le miró mientras observaba cada sugerencia. Riley le devolvió la mirarla y ella sintió un nuevo nudo en el estómago.

–¿Cuál es tu favorito?

Ella miró a la pantalla.

–Teniendo en cuenta que este año se va a celebrar un baile nocturno en el Hotel Pavilion en lugar de la habitual fiesta de día en la oficina, me gusta Una Noche de Invierno. Tiene un aire mágico.

Una sonrisa le curvó los labios a Riley.

–A mí también. Adelante con ello.

Alpha asintió, emocionada al comprobar que le gustaba el mismo tema que a ella.

–De acuerdo. Hace unos días fui a ver el salón de baile del Hotel Pavilion. Caben más de dos mil personas –dijo mostrando una vista aérea del enorme hotel.

–¿Y ya está confirmado que lo tenemos para esa noche?

–Sí –aseguró Alpha sonriendo–. Están encantados de contar con nosotros. El apellido Westmoreland tiene mucho peso. He pensado que estaría bien crear ambiente convirtiéndolo en un evento de etiqueta –sugirió.

Riley alzó una ceja.

–¿De qué etiqueta?

–Corbata negra. Creo que a tus empleados les gustará. Les hará sentirse especiales. Seguramente no tienen muchas oportunidades para arreglarse. Se sentirán en otro ambiente.

Riley asintió. Ojalá no sintiera aquella química sexual entre ellos hablando de trabajo.

–Aplacemos este asunto durante una semana –sugirió él.

–De acuerdo. Pero necesitaré una decisión sobre el vestuario antes de decidir la decoración.

–Lo tendré en cuenta.

–Y lo último, pero no lo menos importante –continuó Alpha cambiando de pantalla–, es el tema del presupuesto. El documento que te di lo explica todo detalladamente. He inflado los gastos pensando en la decoración. Prefiero quedarme corta que luego pasarme –hizo una breve pausa antes de seguir–. Estas son todas mis sugerencias. ¿Hay algo que quieras añadir o cambiar?

Riley negó con la cabeza.

–No, creo que te has explicado muy bien.

–Gracias –Alpha cruzó la estancia para dejar el mando cerca de la pantalla.

Entonces fue cuando se le cayó la pluma y se agachó para recogerla.

 

 

Por segunda vez en el día, Riley experimentó un arrebato de deseo tan fuerte que se preguntó cómo iba a poder disimular la reacción de su cuerpo. Se había agachado para recoger la pluma y la tela del vestido se le había pegado de tal forma a la espalda que Riley estuvo a punto de ahogarse con la lengua. Aspiró con fuerza el aire y utilizó la mano para secarse el sudor de la frente.

–¿Necesitas ayuda?

–No, gracias –respondió ella mirándole de reojo antes de volver a lo que estaba haciendo.

Riley siguió allí sentado, deseando que volviera a mirarle, sostenerle la mirada, que sintiera su calor y no pudiera negar la potente química que flotaba entre ellos.

En aquel momento tomó una decisión.

–Tendremos que volver a reunirnos la semana que viene, cuando haya tomado una decisión sobre la etiqueta del baile.

Sabía que Alpha se estaría preguntando por qué tenía que reunirse para hablar de eso si podían hacerlo por teléfono. Pero en lugar de cuestionarle, se limitó a responder:

–Me parece bien.

–Te llamaré para concertar la cita.

Ella le miró y le sostuvo la mirada. Riley supo entonces que si antes no había sentido la fuerte corriente que discurría entre ellos, desde luego la estaban sintiendo ahora.

–De acuerdo.

Riley observó cómo volvía a ponerse los dos gruesos jerseys, la bufanda, el abrigo y los guantes. ¿Era necesaria tanta ropa? Si quería entrar en calor, lo mejor era el calor humano. El suyo, en concreto.

–Ya estoy lista para irme.

Satisfecho por haber controlado su cuerpo y por que no hubiera señal del deseo que se había apoderado antes de él, Riley se puso de pie.

–¿Tengo que sacarte en brazos? –bromeó.

Ella abrió los ojos de par en par.

–No. Normalmente no soy tan torpe –se disculpó.

–No estás acostumbrada a caminar sobre hielo y superficies resbaladizas, eso es todo.

–Gracias.

–Seguro que tu novio también te llevaría en brazos si resbalaras –dijo lanzando el anzuelo.

–No tengo novio.

–Ah –Riley le puso la mano en la espalda al salir de la estancia.

 

 

Aproximadamente una hora más tarde Alpha entró en su casa y se quitó al instante el abrigo, los jerséis y los guantes. Fue entonces cuando echó de menos la bufanda y se dio cuenta de que debía habérsela dejársela en la camioneta de Riley.

Estaba en casa, la casa de la que se había enamorado desde el instante en que la vio. Era la última de una calle sin salida en la que los jardines de atrás daban a las montañas. Era más pequeña que la que tenía en Daytona, pero siempre había pensado que su apartamento de la playa era demasiado grande para ella. Ahora no tenía espacio sin usar y las ventanas de atrás le proporcionaban una maravillosa vista de las montañas. Sin embargo, había días en los que echaba de menos la playa. Hasta que recordaba que había renunciado a ella por una razón.

Se sentó en el sofá para quitarse las botas.

Instantes más tarde se dirigió descalza con las botas en la mano al dormitorio mientras pensaba en lo que la había llevado hasta Denver.

Eddie Swisher.

Hubo un tiempo en el que creyó que tenía todo lo que ella buscaba en un hombre. Al final descubrió que no era más que una marioneta manejada por sus padres. Nunca olvidaría el día, apenas una semana antes de la boda, en el que apareció en su casa y soltó la bomba. Se había celebrado una reunión familiar y la familia había votado. Habían decidido que no podía casarse con ella a menos que prometiera renegar de Omega, su hermana gemela… la antigua estrella del porno. Después de todo, señaló Eddie, sus propios padres le habían dado la espalda. No entendía por qué ella no hacía lo mismo. Para él no significaba nada que Omega ya no estuviera en el negocio del porno ni que hubiera conocido a un hombre que la adoraba a pesar de su pasado. Era un pasado que ni sus padres ni Eddie podían dejar atrás.

Al menos no había caído al mismo nivel que LeBron Roberts, el chico con el que salía antes de Eddie. Cuando LeBron se enteró de la ocupación de su gemela, dio por hecho que Alpha se transformaría milagrosamente en Omega en el dormitorio. Cuando ella echó por tierra sus esperanzas no tardó ni un instante en dejarla.

Alpha volvió a pensar en Riley. Era todo un hombre, una amenaza para la paz que estaba tratando de encontrar. No le costaba ningún trabajo recordar aquellos preciosos ojos oscuros, las largas pestañas y su manera de sonreír. Nunca se había sentido tan intensamente atraída por ningún hombre. Llevaba la palabra «sexy» a nuevas alturas. Se había sentido atraída por LeBron y Eddie, pero no al mismo grado. Había algo en su voz, en el modo en que la miraba, en su presencia, que la llevaba a pensar en largas noches de invierno… con él.

Se apartó el pelo de la cara pensando que ya había babeado demasiado por un día aunque él no lo supiera. Y era mejor así, porque aquello no llevaba a ninguna parte. Había aprendido bien la lección. Cuando terminó la relación con Eddie prometió no volver a tener nada serio con ningún hombre. No valía la pena tanto dolor.

Guardó las botas en el armario y salió del dormitorio para entrar en el salón. Era pequeño y acogedor. Se acurrucaría en el sofá y buscaría algo interesante en la televisión. O mejor todavía, recordaría los momentos con Riley. Durante un breve espacio de tiempo se dejaría llevar por la fantasía y luego se levantaría y trabajaría un poco.

 

 

Riley estaba sentado en el sofá del salón frente a la chimenea tomando una cerveza fría mientras recordaba su encuentro con Alpha. Ahora que había satisfecho su curiosidad respecto a ella y sabía que era competente podía delegar en cualquiera de sus supervisores para que trabajara con ella. Pero no quería hacerlo, y no entendía por qué. Sobre todo cuando quedaba claro que aquella mujer solo le causaría problemas.

Sabía que tenía la capacidad de distraer a cualquier hombre, y eso era lo último que necesitaba. Ninguna otra mujer había sido capaz de hacer algo así con él, pero tras el encuentro de aquel día creía que Alpha podría hacerlo, tanto física como mentalmente. La idea de considerar siquiera la posibilidad de mezclar el trabajo con el placer era la primera señal de que estaba perdiendo el norte. Se estaba obsesionando con ella, pero tenía la intención de sacársela de la cabeza.

Había aprendido la lección al ver lo obsesionado que estaba Bane, su hermano pequeño, con Crystal Newsome, y cómo se le rompió el corazón cuando los amantes adolescentes fueron separados a la fuerza.

Riley soltó un fuerte suspiro. Bane se enamoró a los dieciocho años de Crystal, que entonces tenía dieciséis. Los padres de Crystal se opusieron desde el principio a la relación y la enviaron lejos de allí, a un destino desconocido.

Riley nunca olvidaría aquel día. Sintió en sus propias carnes el dolor de su hermano aquel día. Sus gemidos le atravesaron por dentro y se preguntó qué tendría el amor para torturar de aquel modo a un tipo duro como Bane. Aquel día juró que nunca lo averiguaría. Ahí fue cuando instauró la norma de Riley.

Agarró la bufanda de lana que Alpha se había dejado en la camioneta y se la llevó a la nariz. Olía a ella. Era un aroma dulce, femenino, seductor. Y aquel olor le recordó el deseo apasionado que se había apoderado de sus sentidos durante el rato que pasó con ella.

Dejó la bufanda a un lado, sacó el móvil y marcó el número que le había entrado aquella mañana. Sintió un nudo en el estómago al escuchar su suave voz.

–¿Hola?

–Alpha, soy Riley. Te has dejado la bufanda en mi camioneta y quiero devolvértela. ¿Vas a estar en casa mañana?

Hubo una leve vacilación y luego ella dijo:

–Sí, pero no tienes por qué venir hasta aquí para devolvérmela, Riley. Tengo más.

–No pasa nada. Quiero asegurarme de que recuperas esta. Vives en Arlington Heights, ¿verdad?

–Sí.

–Voy a estar por ahí mañana sobre las dos. ¿Te viene bien que me pase?

Otra leve vacilación.

–Sí, voy a estar en casa.

–Bien. Hasta mañana entonces.

Riley colgó el teléfono. Estaba haciendo lo correcto al devolverle la bufanda, nada más. El hecho de que tuviera ganas de volver a verla no tenía nada que ver. Volvió a llevarse la bufanda a la nariz. Sí, sin duda quería volver a verla.

 

 

–Tendría que haber sido más firme al decirle que no me devolviera la maldita bufanda –murmuró Alpha mirándose en el espejo de cuerpo entero del dormitorio–. Supongo que al ver la cantidad de ropa que llevaba ayer para no pasar frío debió suponer que la necesitaba.

Aspiró con fuerza el aire, se humedeció los labios y se preguntó si debería pintárselos. Si lo hacía podría pensar que se había puesto guapa para él. Frunció el ceño, consciente de que en esencia así era.

Se había levantado temprano, había desayunado, había preparado sus pasteles favoritos de limón, se había duchado y se había puesto una camisa amarillo canario ajustada en la cintura y una falda vaquera por encima de la rodilla. En los pies un par de bailarinas blancas y negras que había comprado antes de salir de Daytona.

–Estoy muy mona, si se me permite decirlo –murmuró. Luego echó la cabeza hacia atrás y se rio. ¿Cuándo fue la última vez que se había tomado tantas molestias para un hombre? ¿Y por qué lo estaba haciendo ahora?

De acuerdo, pensó decidiendo que sí se pintaría los labios.

El otro día había llamado la atención de Riley, le sorprendió haberle pillado mirándola. No esperaba que reaccionara ante ella con tanta fuerza como ella ante él. Y estaba segura de que no se lo había imaginado. Sus ojos lo reflejaban cuando se dio la vuelta, aunque enseguida fue reemplazado por una expresión recelosa.

–De acuerdo, por primera vez en mucho tiempo me siento una mujer deseable y me gusta –dijo tras aplicarse el lápiz de labios y fruncirlos para ver el efecto.

Estaba apunto de agarrar el cepillo para peinarse cuando escuchó el timbre de la puerta. Riley llegaba pronto. Cinco minutos antes de tiempo. Se miró una última vez al espejo y se apartó el pelo de la cara rápidamente antes de salir del dormitorio. Se dirigió hacia la puerta sin saber si aquellos cinco minutos eran algo bueno o algo malo.

 

 

Riley miró a su alrededor. Era una casa bonita. La estructura de estuco con tejado a dos aguas y porche sostenido por columnas iba con Alpha. La zona de Arlington Heights era una de las más antiguas de Denver, pero su casa no parecía tener más de diez años. Era un vecindario muy bonito. Tranquilo. Con las montaña de fondo y los jardines cubiertos de nieve que empezaba a derretirse.

Allí estaba, de pie en la puerta como un adicto ansioso por verla.

¿A quién quería engañar? Quería algo más que verla. Quería tenerla en la cama. No había ninguna razón para negarlo porque era la verdad. Había tratado de dejar de desearla durante toda la noche y había fracasado estrepitosamente. Finalmente decidió que mientras aplicara la regla de Riley estaría a salvo. Y en cuanto a lo de mezclar el trabajo con el placer, técnicamente no era una empleada de Blue Ridge. Así que si lograba convencerla de su proposición entonces una aventura sería una buena manera de ocuparse de aquel deseo antes de que se obsesionara todavía más con ella.

La escuchó al otro lado de la puerta y supo que le había visto por la mirilla. Y que le había observado de arriba abajo. Él pensaba hacer también lo mismo. Había muchas posibilidades de que hoy no estuviera tan tapada.

Se abrió la puerta y allí estaba ella. Riley tuvo que apretar las mandíbulas para no quedarse boquiabierto. Si el día anterior le parecía que estaba guapa, no estaba preparado para lo impresionante que estaba hoy. Deslizó la mirada por ella y decidió al instante que le encantaba cómo iba vestida.

–Hola, Riley.

–Hola, Alpha.

Ella se humedeció los labios y Riley sintió una punzada en el estómago. Pensó que tenía una lengua bonita. Estaba deseando probarla.