Una noche prohibida - Kim Lawrence - E-Book

Una noche prohibida E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Bianca 3035 Solo quería Una noche prohibida con su jefe griego… Rose Hill se llevó la sorpresa de su vida cuando Zac Adamos, el dueño de la empresa en la que trabajaba como puericultora, le propuso que viajara con él a Grecia para cuidar de su ahijado. Rose necesitaba el escandaloso sueldo que Zac le ofrecía, pero no fue capaz de prever una ardiente atracción que iba a complicar mucho la situación… El pasado de Rose le había enseñado que los hombres tenían por costumbre llenarles a las mujeres la cabeza con falsas promesas. Totalmente convencida de que Zac debía de ser así, Rose no se permitió acercarse mucho a él. Sin embargo, tampoco podía alejarse de él sin explorar la pasión que Zac había despertado dentro de ella…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Kim Lawrence

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche prohibida, n.º 3035 - octubre 2023

Título original: Her Forbidden Awakening in Greece

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804509

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN EL momento en el que salió del insonorizado santuario de su despacho, Zac se sintió agobiado por el desquiciante estruendo. La burbuja de silencio en la que había estado hasta entonces le había creado una falsa sensación de seguridad.

–¡Theos! –exclamó mientras apretaba los dientes.

Era insoportable. Mientras recordaba la escena de su primer encuentro con el bebé, se preguntó cómo algo tan pequeño podía causar tanto ruido. En el momento del encuentro, no había habido ruido, pero el silencio se había visto roto por la voz de la mujer que tenía entre sus brazos un bulto muy pequeño. La trabajadora de servicios sociales le había entregado al niño y Zac, al que le encantaban los desafíos, se había quedado totalmente helado, con los brazos a ambos lados del cuerpo. Aquel desafío era demasiado para él.

Después, la niñera se había hecho cargo del bebé y el momento había pasado. Dudaba que nadie se hubiera dado cuenta de que se había enfrentado a su primera prueba y había fallado. Él sí. Lo único que había visto era un montón de cabello oscuro contra la manta en la que el bebé estaba envuelto. Zac no sabía si se parecía a su padre o a su madre; aún no había entrado en la habitación del bebé. Había estado retrasando lo inevitable. Sin embargo, sus sentimientos, su ira, aún estaban muy recientes. Además, ¿en qué iba a beneficiar al bebé con su presencia?

Estaba completamente comprometido a que a Declan, el niño, no le faltara nada a excepción, por supuesto, de una madre y de un padre. Apartó la debilidad antes de que esta pudiera adueñarse de él. Era mejor que invirtiera toda su energía en el presente, que implicaba llantos inconsolables y una constante privación de sueño. Resultaba que el consejo de la niñera para prescindir de los servicios de la enfermera nocturna tras solo dos noches había sido demasiado optimista y prematuro. El bebé no había parado de llorar desde entonces.

A pesar de que la mujer le aseguraba constantemente que el bebé no estaba enfermo y que la situación era normal, Zac había optado por pedir una segunda opinión. Un pediatra de reconocido prestigio que el propio médico de Zac le había recomendado terminó dándole la razón a la niñera.

Si los últimos días le habían enseñado algo era que el esfuerzo para acallar el llanto de un bebé de seis semanas era inútil. En realidad, Declan tenía todo el derecho a expresar con fuerza su tristeza, dado el terrible comienzo que había tenido en la vida.

Evitó echarse a correr. Se dirigió caminando tranquilamente hacia la puerta del ascensor privado que le daba acceso al ático que ocupaba cuando estaba en Londres. Realizó algunos desvíos en la ruta para evitar las señales que indicaban que había uno más en la casa, que antaño había resultado relajante, perfecta en su amplia y blanca simplicidad nórdica. En aquellos momentos, parecía haber ropa, juguetes y objetos del bebé por todas partes.

A Zac le gustaba el orden por encima de todas las cosas. Su vida estaba perfectamente dividida entre el trabajo y los asuntos privados, que no se solapaban nunca. Esta era una de las razones por las que nunca había querido tener hijos propios. Aquello no había cambiado a pesar de haber tenido que convertir una de las suites para invitados en una habitación infantil y otro de los dormitorios en uno para la niñera. Por suerte, aquel niño no portaba su defectuoso ADN, con lo que, incluso con él como padre, el pequeño tenía una oportunidad.

Aún no había podido asimilar que Liam y su joven esposa ya no estaban. Parecía surrealista y él estaba demasiado preocupado afrontando la realidad de ser tutor de un recién nacido como para pararse a pensar siquiera en ello. Mejor. Así evitaba que la ira se adueñara de él.

Menudo desperdicio.

Si Liam hubiera sabido lo que iba a ocurrir, que él y su hermosa y alegre Emma no estarían para cuidar de su hijo, habría tomado una decisión menos sentimental y más práctica a la hora de elegir tutor para su primer, y desgraciadamente único, hijo.

Sin embargo, Liam siempre se había dejado llevar por los impulsos del corazón. La primera vez que Zac lo vio, Liam era estudiante como él mismo y había estado vaciándose los bolsillos para llenar la lata de la organización benéfica que el resto de los estudiantes fingía no ver. Zac se acercó a él cuando vio a Liam contando monedas y percatarse de que no tenía suficiente para pagar la cerveza que se estaba tomando. Liam esbozó una sonrisa y brindó por Zac para después nombrarle su ángel guardián.

Los dos aún estaban estudiando cuando Liam se convirtió en el primer empleado de Zac. Este se percató de que había un hueco en el mercado y compró su primera casa para alquilar a estudiantes acomodados sin problemas de dinero.

Algo más tarde, Liam empezó su propia empresa de desarrollo tecnológico. Zac fue su primer cliente, no porque fuera el ángel guardián de su amigo, sino porque Liam era el mejor en lo que hacía. Zac tenía un punto de vista muy pragmático y consideraba que los sentimientos y los negocios no debían mezclarse. Tal vez por eso la gente consideraba que era un hombre implacable. No le importaba en absoluto. De hecho, esa reputación iba con frecuencia a su favor.

Desgraciadamente, no parecía que hubiera habido ángel guardián alguno cuidando de Liam y Emma cuando el conductor de un camión articulado sufrió un ataque al corazón y se saltó la mediana de la carretera.

Toda la familia desapareció en un instante. Bueno, en realidad no. El bebé prematuro que habían tenido recientemente no había recibido el alta con su madre. Si no, él también habría muerto en el accidente.

Zac estaba a pocos metros de la puerta, valorando los pros y los contras de mudarse a un hotel hasta que el bebé dejara de llorar cuando, de soslayo, se percató de la colorida exhibición que había sobre la pared. Podía ignorar muchas cosas, pero había ciertos límites.

Abrió la boca para llamar al único hombre que se ocupaba de su vida doméstica y, de repente, se lo encontró a su lado. Si Zac creyera en ciertas cosas, hubiera dicho que Arthur tenía poderes psíquicos, pero en realidad en lo único en lo que su mayordomo creía era en la eficiencia. El exmilitar tal vez había ganado algunos centímetros en la cintura, pero no había perdido ni un ápice de su porte militar ni de su capacidad para resolver problemas.

–Un momento, señor.

Zac observó cómo Arthur se quitaba unos tapones de los oídos.

–¡Vaya! ¿Por qué no se me había ocurrido a mí eso? Eres un genio.

Arthur le dedicó una modesta sonrisa.

–¿Algún problema?

–¿Qué es eso? –le preguntó Zac señalando la pared con un gran desprecio.

–Tarjetas de cumpleaños. Muchas felicidades, señor.

Zac se había olvidado de que era su cumpleaños. En realidad, no lo había celebrado desde que cumplió dieciocho años, pero su familia no parecía creérselo y, todos los años, los sobres llegaban puntualmente. Junto con las fiestas sorpresa y las invitaciones a cenar, que solían implicar globos de colores, discursos y la inevitable candidata perfecta. Zac, o más bien Arthur, se ocupaba siempre de que los días cercanos a su cumpleaños estuvieran siempre reservados con eventos.

–¿Estás intentando hacerte el gracioso?

–No, señor. Simplemente trato de aliviar una situación algo tensa –respondió el hombre, esbozando un gesto de dolor cuando otro grito resonó con fuerza.

Zac compartió su dolor.

–La doncella es nueva. Pensó que estaba mostrando iniciativa –añadió secamente–. He quitado la pancarta de la biblioteca y los globos que su hermana… –se interrumpió un instante, frunciendo el ceño por la concentración.

–No importa cuál –lo interrumpió Zac rápidamente. La lista de posibilidades era muy larga.

En ocasiones, de hecho, parecía interminable. Se comparaba con Liam, que no tenía ningún familiar vivo, cuando él los tenía en abundancia. No le faltaban hermanas, y al pensar en los sobrinos, en ocasiones fallaba a la hora de emparentar al niño con los padres correspondientes. Además, la tribu parecía estar muy unida y trataba de atraer a Zac hacia su círculo social, que se había ido haciendo cada vez más grande a medida que los años iban pasando.

Su medio hermana más pequeña tenía diez años y su hermanastra de más edad veintinueve. La mayor y las que había entre medias tenían varios hijos propios de sus matrimonios y otros que habían aportado sus parejas.

Zac trataba siempre de apartarse del lío de divorcios, segundos matrimonios y varias reconciliaciones que componían las vidas de sus hermanas, no porque no le importara su familia, sino porque eran incapaces de reconocer los límites. Lo compartían todo y él, con su incapacidad para relacionarse, les hacía daño. Por lo tanto, los dos lados de la ecuación se beneficiaban de una cierta distancia emocional.

La idea de presentarles a su familia a cualquier mujer con la que él compartiera su cama suponía la peor de sus pesadillas. Lo de compartir la cama le iba muy bien a Zac. Les había intentado explicar a su familia en incontables ocasiones que él no tenía deseo alguno de tener una compañera con la que compartir su vida, pero ellos no hacían más que insistir en que él cambiaría de opinión cuando hubiera encontrado a la persona adecuada.

Su madre había encontrado a esa persona en Kairos, el padrastro de Zac, y solo había que mirar cómo había terminado aquella relación. Aunque Zac había sido demasiado joven para recordar los detalles, tenía aún grabados los gritos y las peleas. El silencio posterior era aún peor, por lo que Zac estaba totalmente seguro de que aquella no era una experiencia de la que quisiera disfrutar.

Estaba dispuesto a admitir que había matrimonios muy felices, pero le parecía que, para llegar a ese punto, había que besar a muchas ranas y pagar a muchos abogados para formalizar los divorcios.

Después del divorcio, Kairos, se casó por segunda vez y disfrutaba, o al menos lo parecía, de un matrimonio muy feliz. Había tenido cuatro hijas con su segunda esposa. Kairos nunca lo había tratado a él de un modo diferente, pero Zac siempre había sabido que lo era. Él no era hijo biológico de Kairos. Por eso, había dado un paso atrás, se había mantenido aparte y había seguido con su vida en vez de fingir que era parte integral de aquella familia tan feliz.

Todo el mundo sabía que Kairos no era su padre biológico y, en ocasiones, la prensa especulaba sobre quién era el verdadero padre de Zac. ¿Conseguiría algún avezado periodista algún día seguir las miguitas que conducían a la jugosa verdad?

Estaba preparado, pero sabía que su madre no. El rostro que ella presentaba ante el mundo no dejaba sospechar su vulnerabilidad. Escapar del padre de su hijo para salvarlo a él había sido el gesto de una mujer valiente, orgullosa. Si se terminaba conociendo la historia, la gente la vería como una víctima y Zac sabía que esa era la peor pesadilla de su madre.

Solo Kairos, Zac y su madre conocían la verdad, por lo que nadie más sabía lo generoso que había sido Kairos cuando trató a Zac como si fuera su propio hijo. Aceptar al hijo de otro hombre era un acto de bondad, pero hacerlo con el hijo de alguien como… Para eso, había que ser un gran hombre y, sin duda, su padrastro lo era.

Estrictamente hablando, Zac hubiera debido dividir su tiempo en partes iguales entre su madre y su padrastro cuando era un niño, pero, en la realidad, no había sido así. Los siguientes tres esposos de su madre no habían considerado que su presencia fuera un beneficio y Zac lo comprendía. Con trece años ya medía un metro ochenta y siguió creciendo. Si a eso se le añadía su angustia adolescente y un fuerte sentimiento de protección hacia su madre, comprendía perfectamente que su presencia no hubiera resultado muy relajante.

Esa situación había significado que había pasado más tiempo con Kairos en Grecia, dado que allí era donde vivía el multimillonario griego. La cantidad de tiempo que pasaba con su madre y las hijas que ella tuvo con cada uno de sus esposos fue muy limitada.

Con siete hermanastras y medio hermanas, el número de sobrinos iba creciendo cada año y todos, incluso los que aún no sabían escribir, le enviaban tarjetas de cumpleaños y de Navidad.

–Lo siento, el ruido es… –dijo. Respiró profundamente. Ni siquiera un hacedor de milagros como Arthur podía evitar que el niño llorara.

Cuando Arthur no lo miró a los ojos y se aclaró la garganta, Zac supo que no había buenas noticias.

–Sobre lo del ruido, señor…

–Sí, lo sé. Voy a tener que hablar de nuevo con la niñera.

–Desgraciadamente, la niñera acaba de presentar su renuncia. Aparentemente, tiene un problema familiar.

Zac cerró los ojos y contó hasta diez muy lentamente. Sabía que no le serviría de nada, dado que ni siquiera contando hasta diez mil encontraría una solución.

Liam ya no estaba.

–¿Señor?

Zac sacudió la cabeza como para liberarse de un pensamiento que aún era incapaz de comprender. El entierro no parecía haberlo hecho más real, pero lo era. Zac se había roto la pierna jugando al fútbol en una ocasión y había salido andando del campo. En su opinión, había que superar el dolor. Sin embargo, aquel era muy diferente. Aquel dolor era visceral.

Después de mucho trabajar, Liam había conseguido vivir su sueño con la empresa que había construido desde la nada, con su dulce esposa y por fin, con el niño que tanto había anhelado. Todo se le había arrebatado en un abrir y cerrar de ojos.

¿Cómo era posible que la gente aún creyera en los finales felices y que siguiera buscando el amor cuando, en opinión de Zac, enamorarse parecía significar una tremenda desilusión o una pérdida?

La última vez que habló con Liam, este se dirigía al hospital para recoger a Emma.

–Ya sabes que, en cuanto la vi entrar en aquel bar, te dije que me casaría con ella –le había dicho Liam en aquella ocasión.

–Es cierto y yo me eché a reír –le había respondido Zac. Porque solo los necios y Liam creían en el amor a primera vista.

–Em también se echó a reír. Pensó que yo estaba loco –le había respondido Liam, mientras hablaba con mucho afecto sobre su esposa–. Emma no quiere regresar a casa sin el bebé, pero en el hospital quieren que tu ahijado se quede unos cuantos días más. Porque quieres ser su padrino, ¿verdad, Zac?

Una tarjeta de cumpleaños cayó al suelo de repente. Zac se inclinó para recogerla. La aplastó con la mano para conseguir que la voz de su amigo se desvaneciera mientras se preguntaba si alguna vez dejaría de recordar aquel momento.

Una absoluta tristeza se apoderó de él mientras se metía la tarjeta arrugada en el bolsillo del pantalón antes de indicar el resto.

–Tíralas a la basura, ¿de acuerdo?

–Por supuesto. ¿Y de la niñera?

–Ponte en contacto con la agencia… No. Yo lo haré.

Le proporcionaría cierta compensación hacerles saber a los dueños de la agencia lo poco satisfecho que estaba de sus servicios.

 

 

Ya en el aparcamiento subterráneo, Zac acababa de ponerse al volante de su exclusivo automóvil cuando recibió una llamada de teléfono. Miró la pantalla y apagó el motor antes de poner la llamada en manos libres.

–¿Te pillo en mal momento?

–No, está bien, Marco.

Liam había sido el primer empleado de Zac y Marco había sido su primer inquilino en los días lejanos ya de la universidad. Ambas habían sido las únicas dos amistades que habían sobrevivido a la transición de la vida estudiantil al mundo real.

–Siento no haber podido ir al entierro, Kate…

–Liam lo habría comprendido –lo interrumpió Zac inmediatamente.

El príncipe heredero Marco Zanetti iba siempre directo al grano, una característica de su amigo que a Zac siempre le había gustado.

–Necesito tu ayuda, Zac. Sé que en estos momentos tienes más que suficiente y encima con el bebé, pero… Por cierto, ¿cómo te va?

–Estamos en ello.

–Si no puedes o no te sientes capaz, solo tienes que decirlo.

–No te preocupes, estaré bien –le prometió Zac secamente, sabiendo perfectamente que, si la situación hubiera sido al revés, el príncipe del Reino de Renzoi haría cualquier cosa por él sin realizar pregunta alguna. Zac tenía pocos amigos. Uno menos en aquellos momentos.

–¿En qué te puedo ayudar?

Marco se lo contó. Zac escuchó atentamente todo lo que su amigo tenía que decirle antes de responder.

–¿Entonces Kate fue adoptada?

La imagen de la espectacular esposa pelirroja de su amigo se le vino a la cabeza.

–¿Y nunca supo que tenía una hermana melliza? Pues menudo descubrimiento.

–Es su gemela. Cuando el matrimonio de sus padres se rompió, ella se quedó con su padre mientras que Kate se iba a vivir con su madre.

–¿Y cómo lo decidieron? ¿A pares o nones?

Zac no podía decir que tuviera padre, pero, para él, la idea de que unos padres se dividieran la familia como si fuera una colección de discos era incomprensible.

–Yo también me he hecho la misma pregunta –admitió Marco–. Según hemos podido averiguar, la madre estaba desesperada por quedarse con las dos niñas, pero el padre amenazó con presentarle una demanda por la custodia de las dos. El muy canalla admitió durante la última conversación que tuvimos que solo lo hizo para castigar a la madre. Le aseguró que conseguiría que no pareciera apta y se quedaría con las dos.

–Seguramente ese hombre no habría tenido posibilidad alguna.

–Probablemente no, pero la madre sabía lo convincente que podía ser y no quería arriesgarse a perder a las dos niñas. Tuvo que tomar una decisión terrible.

–¿Ha muerto?

–Sí. Y entonces él se negó a aceptar a Kate. Parece que, según él, siempre estaba llorando y gritando. Irónicamente, aquella separación había resultado ser afortunada para Kate porque la familia que la adoptó fue excepcional y ella tuvo una infancia muy feliz.

–Parece que ese hombre es un encanto…

–Pues resulta que ese hombre… ya no puede decir nada al respecto.

–¿Me estás diciendo que Kate quiere encontrar a su hermana y que quieres que yo la localice? –le preguntó Zac mientras fruncía el ceño.

Marco tenía recursos a su alcance que pocos podían igualar. Solo se le ocurría que el príncipe quisiera que otro llevara la búsqueda para evitar que hubiera filtraciones en palacio.

–Es Kate quien tiene que decidir si quiere ponerse en contacto con ella o no. Nosotros, o al menos yo, sabemos dónde está y, sobre el papel, no hay nada que sugiera que ella… que ella…

Zac ayudó a su amigo.

–¿Es como su padre?

El asunto de la mala genética le era muy conocido a Zac. Él se había pasado toda la vida observándose para ver si tenía señales de una debilidad heredada.

Si su cuerpo contenía un monstruo latente, lo más probable sería que él no se diera cuenta o, incluso aunque fuera así, ¿qué podría hacer al respecto? Zac era lo que era.

–Esta situación de Kate con su padre biológico le ha disgustado mucho y no quiero que vuelva a ocurrir algo así otra vez. Su embarazo no está resultando fácil y quiero asegurarme antes de darle todos los detalles.

–Entonces, quieres que yo vea cómo es esa mujer y, si considero que puede suponer algún problema, le pague para que desaparezca. ¿Es eso?

–¡No, no, Zac! No quiero que le pagues nada –replicó Marco totalmente escandalizado. El matrimonio sí parecía haber cambiado a su amigo.

¿Significa eso que el matrimonio cambiaba a todos los hombres? Zac no tenía intención alguna de probar personalmente aquella teoría.

–Yo no quiero mentirle a Kate. Nuestra relación se basa en la honestidad. Solo quiero que Kate, en esta ocasión, sepa a lo que atenerse. Que esté preparada y que no haya sorpresa alguna. Se va a poner furiosa conmigo por esperar hasta después del nacimiento. Sin embargo, me preocupa su tensión arterial. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario si es para que Kate y el bebé estén a salvo.

–Si hubiera algún secreto vergonzoso que tu equipo no…

–No te estoy pidiendo que busques basura –le espetó el príncipe–. Tengo informes, pero no me cuentan toda la historia. El padre no tenía registro alguno, simplemente se fue abriendo paso en la vida mediante engaños. Su hija podría haber heredado alguna de esas características.

Zac comprobó que su amigo había decidido que los parecidos tenían que ver más con el trato diario que con el ADN, dado que, en ese caso, su propia esposa también podría haberlos heredado.

–Mi padrastro es un santo. A mí no se me ha pegado nada, Marco.

–Bueno, tienes tus momentos. Sé que tú fuiste el inversor anónimo que sacó a Liam adelante cuando empezó con su empresa y estuvo a punto de perderlo todo.

–Yo sabía que Liam saldría adelante. Te aseguro que no hubo ni riesgo ni altruismo de por medio.

–No te preocupes. No le diré a nadie que tienes corazón.

Zac no pudo ocultar su impaciencia.

–Mira, Marco, no veo qué es lo que voy a poder descubrir, a menos que salga con ella y…

La voz de Marco recuperó un tono muy serio. Cuando respondió, esta sonó fría como el hielo.

–No quiero que salgas con ella, Zac. Eres el último hombre en el mundo al que… Eso cambiaría el juego. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? –le preguntó Marco.

Zac no se ofendió en absoluto por el tono de la voz de su amigo y no vio motivo alguno para defender su reputación ni para señalar que, a pesar de tener sus fallos, no era un rompecorazones. Nunca había salido con una mujer que buscara algo más que sexo junto a él. En realidad, él tampoco querría que un hombre como él saliera con una cuñada suya.

–Está bien. Entonces, ¿qué es lo que quieres que haga?

–Quiero que averigües si es de verdad. Si su personalidad es… Da la casualidad de que tú estás en la posición perfecta para observarla, Zac.

Zac sonrió al pensar en lo que implicaba el uso de la palabra «observar». Era mirar, no tocar. Marco no tenía por qué preocuparse. Había suficientes mujeres en el mundo como para prendarse con una que viniera con complicaciones.

–No veo cómo.

–Trabaja para ti.

–¿Estás seguro? –le preguntó Zac atónito. Las pelirrojas destacaban mucho y, si además era idéntica a Kate, el parecido no le habría pasado desapercibido.

–Sí. Es puericultora en una de las guarderías para tus empleados. Por eso te había preguntado si podrías observarla. Ver qué clase de reputación tiene. Ya sabes si es de fiar… ese tipo de cosas. Quiero comprobar si podría hacer que Kate fuera…

–¿Infeliz?

–Exactamente. Por eso te pido que seas imaginativo.

–Te aseguro que puedo serlo. Entonces, ¿eso de puericultora es como una especie de niñera?

–Supongo que sí.

–En ese caso, déjalo de mi cuenta.

–Gracias, Zac.

–De nada. Dale un beso de mi parte a Kate.

Zac cortó la llamada. Tenía una sonrisa en los labios. Podría matar dos pájaros de un tiro. Mientras no hubiera sexo de por medio, dudaba que a Marco le importaran mucho sus métodos.

Él necesitaba a alguien que cuidara de su ahijado y Marco un análisis de personalidad. Las dos necesidades se complementaban a la perfección.